ARTICULO 1
Amuleto: la voz de Auxilio
Pedro Maino Swinburn
Universidad de Chile
Resumen: La novela Amuleto, de Roberto Bolaño, aborda un período clave en la gestación de la generación
poética latinoamericana de la década del setenta. La voz de Auxilio Lacouture y el espacio desde el cual
enuncia su delirante monólogo le permiten a Bolaño constituir esa especie de Aleph. El discurso errante de
esta uruguaya quijotesca se propone como una utópica costura de fragmentos, como un brutal bricollage de
la cultura latinoamericana de la época.
“…transitan -errantes, fantasmales- los náufragos de un continente en el que el exilio es la figura épica de la
desolación y de la vastedad” (Echevarría: 2002, 193).
La novela Amuleto aborda un período clave en la gestación de la generación poética latinoamericana de la
década del setenta. De acuerdo a lo planteado por Bloom, en A Map of Misreading, correspondería a la
etapa inicial en la formación de un poeta: la inmersión del “efebo” en el mar de la literatura. Los detectives
salvajes, por su parte, y de acuerdo a lo señalado por Rojo, darían cuenta de las tres etapas siguientes: la
búsqueda del precursor, su eliminación y el camino hacia el “museo ideal de los poetas” (Rojo: 2003). Esta
primera etapa estaría caracterizada por un deambular errante, exploratorio y desatado, en la cual, como
anticipando los escombros, la generación de Belano habría pedido auxilio, sin que nadie haya podido ir en su
ayuda.
Dos hitos históricos la enmarcan: la matanza de Tlatelolco y el golpe militar chileno de 1973. El primero
representa un punto de inflexión, señalando el inicio del desplome del ideario revolucionario que cobró fuerza
durante la década del sesenta; y el segundo, determina su radical clausura. A esta joven generación le ha
tocado en suerte presenciar la caída y sus atroces consecuencias sin haber alcanzado a experimentar
ninguno de sus felices esplendores. Parecieran haber llegado siempre tarde, como si sólo les estuviese
reservado un triste y solitario final.
La forma en que resuelve Bolaño el difícil abordaje de ese atormentado período es clave para la
interpretación global de la novela. La voz de Auxilio Lacouture y el espacio desde el cual enuncia su delirante
monólogo le permiten a Bolaño constituir esa especie de Aleph, del cual habla Manzoni. El espacio
degradado del baño de mujeres de la cuarta planta de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante
su toma por parte de los granaderos en septiembre de 1968, cumple con los requisitos establecidos por el
texto de Borges, y la voz en fuga de Auxilio permite “atrapar simultaneidades y sucesiones desde todos los
puntos posibles del rombo del tiempo y del espejo trizado” (Manzoni: 2002, 182). El discurso errante de esta
uruguaya quijotesca se propone como una utópica costura de fragmentos, como un brutal bricollage de la
cultura latinoamericana de la época. Habitante del D. F. alado y del subterráneo, murciélago voraz y
parlanchín, la voz de Auxilio era la única capaz de hacerse oír en medio de la catástrofe.
Otro rasgo de la voz de Auxilio que posibilita su itinerario es que en ella no anima el espíritu de ruptura
característico de la modernidad literaria latinoamericana. Ella pareciera buscar la conciliación, el
levantamiento de puentes entre los polarizados fragmentos que constituyen la escena literaria. Busca ser “la
amiga de todos los mexicanos” (Bolaño: 2007, 11). Y en oposición a los jóvenes poetas, elige la subordinación
como el modo de relacionarse con sus antecesores. A poco de llegar al D.F. “sin saber por qué, ni a qué, ni
cómo, ni cuándo” (12), quizás buscando un soporte provisorio a partir del cual iniciar un camino propio, se
dirige a la casa de León Felipe y Pedro Garfias, viejos poetas españoles del exilio republicano, a quienes
considera como sus hermanos mayores. Y sin que nadie se lo pida, se ofrece como su sirvienta. Pero junto con
trasegar el piso, levantar el polvo y ordenar papeles, Auxilio pretende liberar a esos viejos moribundos de las
pesadillas, de “todo lo que la gente ha perdido, todo lo que causa dolor y lo que más vale olvidar” (17) y que
se esconde en sus floreros. Busca asistir al desenlace final de una generación errante, pero que ella reconoce
de inmediato como distinta a la suya, porque a ella nadie la había echado de Montevideo. La locura, el amor
y la cultura, quizás, la impulsaron a viajar. El D. F. representó para estos poetas un punto de llegada, un pozo
melancólico desde el cual repasar un pasado perdido. El exilio forzoso los obligó a andar y la constatación de
la derrota los sepultó en un quietismo imperturbable. La noche del D. F. y su nube de polvo los acabó por
pulverizar.
Pero más allá del calor que le prodigaban aquellos prohombres de las letras castellanas, que era así como los
llamaba, Auxilio deambulaba por los intricados pasillos de la Facultad de Filosofía haciendo chambitas para
ganarse el pan. Y aquí echaba a andar otras de sus grandes virtudes: el chisme y la cháchara.
“…vivía en la Facultad como una hormiguita o más propiamente como una cigarra, de un lado para otro, de
un cubículo a otro cubículo, al tanto de todos los chismes, de todas las infidelidades, de todos los divorcios, al
tanto de todas las tragedias” (24).
Parecía prepararse para la larga noche de septiembre del 68 en que habría de cantar cual cigarra, el fatídico
destino de toda una generación, a la cual empezaba a conocer en las tertulias y discusiones que se
celebraban a diario en los bares y cafés de la ciudad. Auxilio para todos tenía una palabra, “¡qué digo una
palabra!, para todos tenía cien palabras o mil” (26). Los jóvenes poetas se le acercaban, pero no tanto como
ocurriría después, y ella los miraba como a sus hijos y, por lo tanto, como nietos de aquellos poetas que la
antecedían y que admiraba, pero que los jóvenes ignoraban por completo. Auxilio se pretendía bisagra
generacional, llenadora de vacíos en la tortuosa tradición literaria latinoamericana. Y la lectura de los textos
de esos poetas, su inmersión en el “azogue de esa baratura”, le confirmaba “que vivía con mi tiempo, con el
tiempo que yo había escogido y con el tiempo que me circundaba, tembloroso, cambiante, pletórico, feliz”
(27).
Pero poco después se daría inicio a la historia de terror, la historia de aquel crimen atroz que Auxilio se
propone relatar siguiendo las pautas del género policial. Pero esta vez no será la agudeza intelectual la que le
permitirá dar con los culpables, sino el delirio y la ensoñación, las pautas surreales que le aconseja Remedios
Varo: “deja que tu mente fluya libremente por el tiempo, […], eso es todo lo que tienes que hacer” (97).
Parapetada en el baño de mujeres de la Facultad, el único lugar desde donde podría presenciar el parto de
la Historia, Auxilio lleva adelante una resistencia tenaz. Pero ahora ya no le servirían de nada los poemas de
Pedro Garfias, la tradición en la cual había buscado amparo. Su lectura supone una frágil burbuja que se
deshace en segundos, en cuanto no resiste la lectura en caída libre, única posible para ese tiempo y ese
lugar. “Ya podías haber llevado otro libro al baño, mujer”, le aconsejaría Remedios Varo. La única textualidad
susceptible de ser leída en caída libre, sería la que comenzaba a gestarse en el laberinto del D. F. y que tenía
como protagonista a Arturito Belano. Una textualidad donde la aceleración es el ritmo preferido, en la medida
en que su interés se dirige al movimiento de las cosas, no a su desenlace; donde el acontecer puede adquirir
un sentido confuso, sin metas, que tiende a agotarse en sí mismo” (Promis: 2002, 53).
Inmerso en el mar de la literatura de la época, Arturo Belano ya destaca en la memoria de Auxilio como la
promesa más joven, “el único que a los diecisiete años ya había escrito una novela”. Novela que, por cierto,
desaparecería, como todo, absorbida por la vorágine del D. F. Había llegado a México el fatídico año 68,
pero la matanza de Tlatelolco no representaba para él una derrota decisiva, por cuanto en 1970, año en que
conoce a Auxilio, Salvador Allende acababa de ganar las elecciones en Chile, lo cual lo enorgullecía.
La joven generación de poetas que lideraba Belano comenzaba a gestarse en la intemperie más absoluta, la
latinoamericana, en la medida en que Latinoamérica es “una metáfora del abismo, un territorio en fuga”
(Echevarría: 2002, 193). Sin embargo, al recordar sus años en México, Bolaño se refiere a ella, reconociendo sus
virtudes. “He vivido en la intemperie, al principio es incómodo, pero al fin eres más libre y eso se disfruta
mucho” (Promis: 2003, 48). Se trata de un grupo que no necesita aquel calor y cobijo que anhelara Auxilio,
que mira con una altivez orgullosa a su alrededor, negando toda clase de filiaciones y alianzas. No se ha
constituido aún el grupo realvisceralista, que tendría a Cesárea Tinajero como madre mitológica, y que
suponía un retorno al punto cero de la modernidad literaria mexicana, latinoamericana y mundial. Pero
Belano representaba aún otro problema para su encasillamiento en el engranaje literario mexicano.
“…pese a ser el más joven de todos o el más joven durante un tiempo, no era mexicano y por ende no
entraba en la denominación `poeta joven´ ni `joven poesía´, una masa informe pero viva cuya meta era
sacudir la alfombra o la tierra feraz en donde pastaban estatuas como Pacheco y el griego de Guanajuato”
(56).
Este resistencia a cualquier tipo de clasificación habría de dar un carácter distintivo a Belano, que sabría
manejar con desparpajo, y que lo acercaría aún más a Auxilio, quien notó siempre la distancia que la
separaba de la errancia de Garfias y León Felipe, pero que interpretó como suya la de esta generación que
crecía bajo su mirada. Pero el camino de la errancia va acentuándose progresivamente a medida que pasan
los años y las generaciones, lo que atormenta a Auxilio, quien llora al sentir volar los versos de sus poetas
jóvenes por las calles del D. F., sin rumbo, perdidos para siempre, al igual que ellos durante las noches eternas.
Ve con dolor cómo se desmoronan las esperanzas que había depositado en “esas palabras entorpecidas por
el brillo y la tristeza, […], en esos trozos de espejos trizados” (26).
Desde su “atalaya, desde [su] vagón de metro que sangra, desde [su] inmenso día de lluvia” (52), Auxilio llora
por el destino de sus poetas. Llora sentada sobre las frías baldosas del baño de mujeres, mirando pasar la luna
del D. F., invadida por la impotencia de que su voz, la voz de auxilio, no será escuchada jamás.
Pero durante este duro proceso de gestación, Belano cree necesario extender las dimensiones de su itinerario
errante, en una suerte de expansión liberadora. “La vida de Belano es un proceso devenir constante de
ruptura de los estratos que lo aprisionan, de desterritoralización y territorialización de territorios marcados por su
ritmo, sus propios medios, sus marcas de distancia” (Catalán: 2003, 99). Por ello es que decide viajar a Chile
por tierra a “hacer la revolución”, resistiéndose a creer en la derrota del ideario revolucionario de la década
del 60 que anunciaban los hechos acaecidos el 68.
Ahora bien, la resistencia de Auxilio en el baño de la Facultad durante la toma y la experiencia de Belano en
Chile tienen un cierto parentesco, en la medida en que a ambos los toma por sorpresa, lo que les imposibilita
actuar. Aquello que los enorgullece a ambos, o que los hacer creer que han “cumplido” es su silencio. Belano
calla porque no tiene nada que decir, lo que representa una dificultad [1], pero que en ningún caso lo
convierte en un héroe. Y Auxilio calla para no ser descubierta. Ambos se convierten, sin planearlo, en testigos
privilegiados, en sendos espectadores de la catástrofe. Sin embargo, estas dos resistencias degradadas
adquieren un profundo significado, en la medida en que los obliga a buscar nuevos escenarios de lucha, a
hacer un esfuerzo por “llegar temprano”.
Auxilio acompaña, aconseja, asiste a la nueva generación que nació herida, en vez de sumarse tardíamente
a un combate que se terminaba. Aboga por la salvación de poetas que cree inocentes, en los que cree ver a
“aquellos que nunca existieron: los poetas de Latinoamérica muertos a los cinco años o a los diez años, los
poetas muertos a los pocos meses de nacer” (58). Si antes había asistido a una generación a bien morir, ahora
se empeña en evitar una caída inminente, lucha que adquiere un carácter totalmente distinto.
Belano, por su parte, al constatar fehacientemente el fin de una época, entiende que debe iniciar un camino
nuevo, cueste lo que cueste. Y al anticiparse a sus contemporáneos, los desprecia, volcándose hacia los aún
más jóvenes. Por eso es que al regresar, Auxilio nota su distancia, su deliberada otredad. Ambos extraen de la
experimentación de estos acontecimientos traumáticos conclusiones semejantes. La búsqueda desatada de
espacios sin fronteras, la construcción de una extraterritorialidad.
Pero Auxilio se cierra a la posibilidad de considerar a Belano un desconocido, como lo hicieron todos los
demás. Ella supo ver con claridad las sintonías que lo unían a Arturito, especialista como era en costuras, en
atrapar simultaneidades. Durante la marcha que se celebró pocos días después del golpe de estado en Chile,
Auxilio experimentó el mismo sueño que viviera el 68, la visión de un “valle enorme y deshabitado”, el valle de
la muerte. La sombra de la muerte que alguna vez la persiguió a ella mientras caminaba por las calles del D.
F., y de la cual la había salvado Belano, sin saberlo, ahora la veía cernirse sobre él. Pero no lo abandonó,
siguió frecuentándolo tras su regreso, a pesar de que Belano parecía estar perdonándole la vida incluso a ella,
a ella que también había cumplido, que como él, también había vivido el derrumbe. Y así es como pudo
seguirlo en sus nuevos derroteros por las alcantarillas de la ciudad, acompañado por los jovencísimos. Poetas
que hablaban un lenguaje incomprensible para ella, y cuya visión le “provocaba escalofríos, como si no
fueran de carne y hueso, una generación salida directamente de la herida abierta de Tlatelolco, como
hormigas o como cigarras o como pus” (69). Pero Auxilio debía perseguirlos, observar sus pasos a escondidas,
porque quien guiaba ahora era Belano y no ella.
La etapa inicial en la formación poética de Belano se acercaba a su término y con ella, el tutelaje protector
de Auxilio. Pero aún quedaba una última aventura que poder relatar: el rescate de Ernesto San Epifanio. Este
hecho tiene hondas repercusiones, por cuanto representa para Belano la primera demostración de su arrojo,
su conversión en un ser protagónico. Confiado en el coraje que emanaba de la leyenda de Arturo Belano en
Chile que divulgaba Auxilio, San Epifanio decidió pedirle ayuda para que lo liberara de las garras del Rey de
los putos de la Colonia Guerrero. Y si Belano no se había comportado como un héroe en Chile, simplemente
porque era imposible, sí lo hizo en el cuchitril del rey de los putos, pudiendo, no sólo rescatar a su amigo, sino
también a otro muchacho que agonizaba en las narices del Rey. Producto de este éxito es que volverá a
repetir la hazaña con su amigo Lima poco tiempo después. Este aire de redentor social, se explica a partir de
la fuerte vinculación que se establece entre los poetas y las putas y putos, mendigos y náufragos, como seres
del margen, compañeros en la adversidad. Pero es siempre la poesía la que redime, la que enarbola la
libertad como bandera.
Auxilio abandona las aventuras y se repliega en su cotidianeidad. Ha perdido la pista de los nuevos y parece
asumir la derrota. El realvisceralismo va tomando forma y el glíglico de Belano y Lima la expulsa del círculo. La
potencialidad visionaria que le provee el espacio de su resistencia y el discurso de su delirio ha perdido vigor.
El crimen se ha consumado. La voz de Auxilio apenas alcanza para describir la imagen postrera de una
generación abismada.
“Extendí ambas manos, como si pidiera al cielo poder abrazarlos, y grité, pero mi grito se perdió en las alturas
donde aún me encontraba y no llegó al valle. […] Lo único que pude hacer fue ponerme de pie, temblorosa,
y escuchar hasta el último suspiro su canto, escuchar siempre su canto, porque aunque a ellos se los tragó el
abismo el canto siguió en el aire del valle, en la neblina del valle que al atardecer subía hacia los faldeos y
hacia los riscos” (152 - 153)
El canto que se proyecta desde el abismo, el eco de la nada, será el que dará cuerpo a la textualidad de Los
Detectives Salvajes. El canto épico de una generación arrasada por la Historia, de la cual sólo se conservan
escombros, pero que hoy representan, como señala Auxilio, nuestros amuletos, que nos guiarán en los
ilimitados caminos de la errancia, en la medida en que ella no es una opción estética entre muchas, sino
nuestro destino irrevocable.
Sólo la voz de Auxilio fue capaz de recuperar la gestación de una generación que parecía obstinada en
inmolarse, en borrar toda huella de su paso, perderse para siempre en el laberinto de Latinoamérica. Pero
nadie pudo venir en su ayuda. Sin embargo, como bien señala Echevarría: “Si Bolaño acepta inventariar tanta
tristeza, lo hace humorísticamente persuadido de que cualquiera que se la queja `la demanda acabará en
risas y tú te irás libre de cargos´” (Echevarría: 2002, 195)
NOTAS
[1] Pienso en la obra de Sartre, Muertos sin sepultura, donde se dramatiza la antesala de la tortura para
quienes no tienen a nadie a quien delatar, para quienes su silencio no cobraría ningún sentido.
BIBLIOGRAFÍA
Bolaño, Roberto: Amuleto. Barcelona, Anagrama, 2007.
Catalán, Pablo: “Los territorios de Roberto Bolaño” en: Espinosa, Patricia: Territorios en fuga. Estudios críticos
sobre la obra de Roberto Bolaño. Santiago de Chile, Frasis Ediciones, 2003. pp. 95 - 102.
Espinosa, Patricia: Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño. Santiago de Chile, Frasis
Ediciones, 2003.
Echevarría, Ignacio: “La épica de la tristeza” en: Manzini, Celina. Roberto Bolaño: la escritura como
tauromaquia. Buenos Aires, Corregidor, 2002. pp. 193 - 195.
Manzini, Celina. Errancia y escritura en la literatura latinoamericana contemporánea. Jaén, Alcalá, 2009.
——. Roberto Bolaño: la escritura como tauromaquia. Buenos Aires, Corregidor, 2002.
Promis, Jose: “Poética de Roberto Bolaño” en: Espinosa, Patricia. Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la
obra de Roberto Bolaño. Santiago de Chile, Frasis Ediciones, 2003. pp. 47 - 63.
Rojo, Grínor: “Sobre los Detectives Salvajes” en: Espinosa, Patricia: Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la
obra de Roberto Bolaño. Santiago de Chile, Frasis Ediciones, 2003. pp. 65 - 75.
ARTICULO 2
En este escenario, para Bolaño y los Infrarrealistas la poesía contiene una misión, una suerte de programa
implícito, que debe expresarse en la dureza del espacio cotidiano, en el tránsito del sujeto por la historia:
“Los verdaderos poetas tiernísimos
metiéndose siempre en los cataclismos más atroces
más maravillosos
sin importarles
quemar su inspiración
sino donándola
sino regalándola….”
(Fragmento del poema “Como en una vieja balada anarquista”, de Roberto Bolaño)[9]
El arrojarse y “dejarlo todo”, se constituye en la actitud principal que deja huellas en la formación de Bolaño
como escritor, establece una pertenencia al mundo que en diversos lugares y momentos de su vida se
expresan con nitidez en un vertiginoso deambular por calles, lugares y bares. Los personajes viven esa
intensidad, se agotan, se caen y vuelven a levantar, pierden y recuperan sus pocas pertenencias, lloran,
recuerdan, sienten con intensidad el espesor de la existencia y sus contradicciones.
No se puede generalizar este rasgo al conjunto de la obra de Bolaño, sería una forma arbitraria y cómoda de
leer sus libros. Más bien debe comprenderse como una manera de entrar a su universo, una puerta de
entrada. En Amuleto este espíritu cobra presencia en variadas escenas de la historia:
“Salir por las noches con los poetas jóvenes mexicanos me dejaba exhausta o vacía o con ganas de llorar.
Me cambié de cuarto de azotea. Viví en la Nápoles y en la Roma y en la Atenor Salas. Perdí mis libros y perdí
mi ropa. Me dieron chambas sin importancia en la Universidad y me las quitaron. Todos los días, excepto por
causas de fuerza mayor, yo estaba ahí y veía lo que nadie veía.” (Amuleto, p. 131).
El Infrarrealismo recoge este vértigo y se enlaza con la tradición de las vanguardias latinoamericanas en la
idea de la poesía como una búsqueda inagotable. Existen cruces y filiaciones con movimientos vanguardistas
como Hora Zero de Perú[10] y una relación con el proceso de cambio de principios de siglo XX que buscan
instalar lo “nuevo”, lo novedoso, lo escandaloso, como contraposición a una literatura quieta, mansa,
canonizada y oficial[11].
En un rápido cruce con la historia de la literatura, la poesía y el poema a partir de las vanguardias históricas
expresarán una nueva tensión: tratar de presentar a través de palabras el sistema de relaciones que contiene
una obra artística. En esta lucha de fuerzas el lenguaje es llevado hasta sus últimas consecuencias, en una
especie de disolución fragmentada de los objetos poetizados, como en el caso del Surrealismo que pregona
la liberación del inconsciente y atribuye al artista la función de mediador en ese proceso de sinceramiento de
las capas internas de la psiquis. Por contraposición Vicente Huidobro con el Creacionismo pregonará que el
poeta es un “pequeño dios”, un creador de mundos que no debe conformarse con la idea de cantar a las
cosas, sino que debe hacerlas florecer en el poema.
Las consecuencias de esta búsqueda todavía no se vislumbran en su totalidad, sólo atisbos de ellas se pueden
registrar, los procesos de canonizaciones y descanonizaciones le han impuesto tareas nuevas a la poesía y al
poema contemporáneo. Bolaño entendió ese fenómeno con lucidez y plasmó en sus páginas su propia visión
al respecto.
El canon de Bolaño
Llama la atención en la obra de Bolaño sus constantes referencias y citas a escritores y temas de la literatura.
Sus lecturas, al parecer bastante prolíficas, aparecen constantemente en sus libros. Parece que Bolaño quiere
que sus lectores sepan que ha leído mucho, y no sólo eso, también expresa sus gustos, sus preferencias y sus
disidencias.
En Amuleto (Capítulo 13), Auxilio Lacouture imagina y profetiza acerca de la literatura del Siglo XX, en una
suerte de predicciones elabora un canon.
La gran lucha que ha debido enfrentar la poesía a partir de Baudelaire reside en una confrontación con ella
misma, un constante enfrentar a su propio canon. El culto a lo “novedoso” y lo “nuevo” como herencia de la
modernidad ha dado como resultado una poesía que vive negándose a sí misma. Una poesía que ha tratado,
por todos los medios posibles, integrar distintas voces: la del sujeto poético, la de la calle, la de la tradición,
entre otras. El proyecto antipoético de Nicanor Parra es un ejemplo claro de la integración de la oralidad en el
poema, baste recordar el poema “Montaña rusa”, de Versos de salón (1962):
“Durante medio siglo
la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices”.
Bolaño, al igual que Parra, lo hace presente en sus textos, no teoriza al respecto, arriesga a configurar un
universo de lo que él piensa acerca de los escritores y la escritura. El mismo Bolaño en algunas entrevistas
afirmó que la llamada trascendencia de la escritura era una soberana estupidez, pues nada sobreviviría a los
años, y que en esa tragedia los buenos escritores sólo tendrán un tiempo, el que les toca y esa será su
permanencia.
En el caso de Amuleto el canon incluye a:
Vladimir Maiakovski, James Joyce, Thomas Mann, Marcel Proust, Ezra Pound, Vachel Lindslay, César Vallejo,
Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, Virginia Woolf, Louis Ferdinand Céline, Paul Eluard. Nicanor Parra, Paul
Celan, Franz Kafka, Gary Sneider, Anton Chéjov, entre otros.
En otro pasaje del libro imagina un encuentro entre Rubén Darío y Vicente Huidobro y las repercusiones que
habría traído para la poesía latinoamericana. Imagina este encuentro como la posibilidad de que el
modernismo y la vanguardia hubiesen aprendido el uno del otro dando como resultado un programa poético
inexistente e impensable hoy, pletórica de profundas raíces:
“Porque, digo yo, Darío le habría enseñado mucho a Huidobro, pero Huidobro también le habría enseñado
cosas a Darío. La relación entre el maestro y el discípulo es así: aprende el discípulo y también aprende el
maestro. Y puestos a suponer: yo creo, y Pacheco también lo creía (y ahí reside una de las grandezas de José
Emilio, en su inocente entusiasmo), que Darío hubiera sido capaz de poner fin al modernismo e iniciar algo
nuevo que no hubiera sido la vanguardia, una isla que llamamos la isla inexistente… y el propio Huidobro tras
su fructífero encuentro con Darío hubiera sido capaz de fundar una vanguardia más vigorosa aún, una
vanguardia que ahora llamamos la vanguardia inexistente y que de haber existido nos hubiera hecho
distintos, nos hubiera cambiado la vida”. (Amuleto, pp. 57-58).
Establecer un canon es también enfrentar la historia oficial de la literatura, Bolaño en este caso, y en un pasaje
de su novela, reescribe la historia de la poesía latinoamericana contemporánea, confrontando dos canones
(modernismo-vanguardia) e insinuando la presencia de un canon ausente que hoy sólo podemos imaginar.
Narrar la tragedia
En Amuleto la poesía y los poetas viven inmersos en un terreno de convulsiones. Los procesos de reformas
universitarias y los avances de la lucha reivindicativa de los movimientos sociales en Latinoamérica tendrán
como un correlato una historia de la represión que será el preludio de la instauración de las dictaduras
militares que se instalaron en buena parte del continente a partir de los años 70.
Será a fines de los 60 y principios de los 70 cuando ocurran dos hechos sustanciales en la historia del
continente: la matanza de Tlatelolco en México el año 1968 y el golpe de Estado contra el gobierno de
Salvador Allende en Chile el año 1973.
Ambos sucesos están presentes en la novela, se expresan como ejes articuladores que muestran el espíritu de
la época, sus ilusiones y el posterior desencanto.
Bolaño narra la derrota, se ubica desde la desesperanza, sus personajes lloran, viajan, se desencuentran y
cambian a medida que los acontecimientos se desarrollan. No existe en Amuleto una visión ideologizada de
los sucesos, más bien Bolaño narra desde la humanidad de una mujer que ha emigrado desde otro lugar y
que vive los sucesos del 68 encerrada en el baño de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Autónoma de México.
“…yo estaba en la Facultad cuando el ejército y los granaderos entraron y arrearon con toda la gente. Cosa
más increíble. Yo estaba en el baño, en los lavabos de una de las plantas de la Facultad, la cuarta, creo, no
puedo precisarlo. Y estaba sentada en el wáter, con las polleras arremangadas, como dice el poema o la
canción, leyendo esas poesías tan delicadas de Pedro Garfías”. (Amuleto, p. 28).
Los hechos los vive en un pedazo de mundo, parte de su mundo que es la Facultad, lugar por donde
deambula a diario, y en ese mundo que se disminuye al baño lee poesía.
Es una especie de síntesis del mundo que le toca vivir, donde la poesía y la revolución son el sustento
cotidiano de las conversaciones y la construcción de un universo simbólico que todos comparten.
Bolaño narra la “gran historia” desde la “historia pequeña”, toma distancia, no construye una épica, más bien
se sitúa al otro lado de la historia, o mejor dicho desde la “otra historia”, aquella de la cual sólo se reconocen
las ruinas. Las ruinas de un discurso que involucró al decir de Ginsberg “a las mejores mentes de mi
generación”.
“Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera
de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos
del deseo y del placer” (p. 154)
Notas
***
Bibliografía
- Bolaño, Roberto. Amuleto. Barcelona: Editorial Anagrama, 1999.
---------------------. Los detectives salvajes. Barcelona: Editorial Anagrama, 1998
---------------------. Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego. Once jóvenes poetas latinoamericanos.
México: Extemporáneos, 1979.
- Braithwaite, Andrés. Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas. Santiago de Chile, Ediciones Universidad
Diego Portales, 2006.
- Cohen, Jean. Estructura del lenguaje poético. Madrid: Editorial Gredos, 1974.
- Collazos, Oscar (compilador). Los vanguardismos en la América Latina. La Habana: Casa de las Américas,
1970.
- Coppola, Pavella. Boceto del desborde. Ediciones Universidad Academia de Humanismo Cristiano: Santiago
de Chile, 2006.
- Friedrich, Hugo. Estructura de la lírica moderna. De Baudelaire hasta nuestros días. Barcelona: Editorial Seix
Barral, 1959.
- Manzoni, Celina y otros autores. La fugitiva contemporaneidad. Narrativa latinoamericana 1999-2000. Buenos
Aires: Ediciones Corregidor, 2006
---------------------. Roberto Bolaño. La escritura como tauromaquia. Buenos Aires: Ediciones Corregidor, 2002.
---------------------. Errancia y escritura en la literatura latinoamericana contemporánea. Alcalá la Real: Alcalá
Grupo Editorial, 2009.
Actividad
1. Lea cada artículo acerca de la obra de Bolaño y luego genere un cuadro comparativo entre ambos
textos haciendo alusión a los elementos en que coinciden los artículos y aquellos que no.
2. Haga un esquema de resumen de cada texto basándose en los conceptos principales que aparecen
en ellos.