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I.

Características fundamentales de la Vida Consagrada

Hno. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti

Desde los inicios de la historia humana, hay personas rompen la mediocridad


de sus límites personales, para dedicar sus vidas a Dios y al prójimo. Sin embargo,
el Evento único de la Encarnación del Verbo, y la esposalidad de Cristo con la
Iglesia ha suscitado la virginidad consagrada por el Reino de Dios, que es una
«novedad absoluta frente a la tradición de la Antigua Alianza»1... que imita la
novedad de la entrega personal del hombre-Dios por la salvación de la humanidad.
La respuesta de María a la invitación del Nuncio divino es el modelo de esta
entrega en la totalidad del ser: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra» (Lc 1,38).
La esponsalidad con Cristo es una realidad constitutiva de la Iglesia,
cumpliéndose en ella la palabra del Señor: «serán una sola carne» (cf. Gn 2,24),
de tal modo que la Iglesia es Cuerpo de Cristo. La esponsalidad en la virginidad,
que caracterizan la entrega de María y el misterio de la Iglesia son el alma y el
ejemplo supremo de la Vida Consagrada.
Todo hombre lleva dentro de sí la búsqueda de un Absoluto, bajo el impulso
de fuerzas interiores más poderosas que la atracción de las metas inmediatas de la
vida mundana. De este modo, la Vida Consagrada podría ser definida
antropológicamente como un género de vida organizada en función de una meta
espiritual que trasciende los objetivos de la vida terrestre, y cuya consecución se
considera como «lo único necesario»2.
La Vida Religiosa se caracteriza por una entrega total a Dios, como
expresión de la observancia más perfecta de la «virtud de religión», por la cual el
hombre se entrega a Dios con la totalidad de su ser, comportando algunos aspectos
esenciales:
Estabilidad: Es esencial a la Vida Religiosa verdadera. Canónicamente
existen los votos temporales, lo que no significa una vida religiosa con tiempo
limitado, sino una etapa para la cimentación de la vocación. Por eso se debe
excluir la idea de que el religioso puede abandonar la vida religiosa al expirar el
tiempo de los votos.
Vida común: Los aspectos prácticos de este ítem varían de acuerdo con las
costumbres de cada carisma religioso. El primer punto es que la vida del religioso
está direccionada al servicio de la Iglesia dentro del Instituto al que pertenece.
Esto se aplica incluso a los anacoretas.
El segundo punto es la cohabitación, o vida comunitaria, donde se practica

1
JUAN PABLO II. Audiencia general del 31 de marzo de 1982, 1.
2
Cf. ÁLVAREZ, Jesús. «Historia». En: VIDAL, Marciano (dir). 10 Palabras clave sobre Vida Consagrada. Navarra:
Verbo Divino, 1997, p. 74.

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la vida común entre los hermanos de religión, viviendo bajo el mismo techo,
participando de la misma mesa, con oraciones en común, bajo una disciplina
religiosa.
Consejos evangélicos: la profesión de los «consejos evangélicos» de
pobreza, castidad y obediencia, como medio de llegar a la perfección cristiana, es
esencial al estado religioso por el mismo derecho divino.
Votos: Constituye el mejor medio de profesar los consejos evangélicos y da
al estado religioso la firmeza que requiere su naturaleza de estado. En sentido
amplio, se entiende por estado cualquier forma de vida constante y estable.
Es un elemento peculiar del estado religioso que estos votos sean aceptados
por un superior legítimo en nombre de la Iglesia y, por eso, sean públicos. En esto
se diferencian canónicamente de otros estados jurídicos de perfección como
sociedades de vida común e institutos seculares3.
Algunos autores prefieren usar la expresión «Vida Consagrada» y no «Vida
Religiosa» porque «ninguna palabra expresa mejor el ser y el contenido de la vida
cristiana y, sobre todo, de la vida religiosa, que la palabra consagración» 4 .
Efectivamente, éste es un concepto preciso para determinar la esencia de la vida
religiosa: con – sagrarse, es decir, hacerse uno con lo sagrado. No es un añadido
a la vida, como sería una profesión, sino un cambio radical que expresa la
naturaleza íntima y el valor más esencial que asocia al consagrado, al mismo
tiempo, con Dios trinidad, con Jesucristo hombre, con la Iglesia, con María y con
la creación.
Efectivamente, en la Vida Consagrada se puede visualizar un aspecto
esencial y otro complementario: por una parte, la donación a Dios y a su servicio;
por otra, la renuncia a sí mismo y la separación de todo uso profano de la cosa o
persona consagrada.
Esta doble dimensión relaciona la consagración de la vida con los sacrificios
veterotestamentarios, con el mismo sacrificio de Cristo y con la consagración
eucarística.
En sentido teológico, consagrar tiene el mismo origen que sacrificar: sacrum
faccere. Es decir, hacer algo sagrado por su entrega total e irrevocable a Dios. Sin
embargo, consagrar no significa destruir, puesto que no se destruye ningún valor
positivo creado por Dios. Por esto, el sacrificio de Cristo y, especialmente el
sacrificio eucarístico, permiten entender con más precisión el sentido sacrificial
de la consagración al Señor. Por tanto, sacrificar al Señor nuestra voluntad,
nuestro amor, nuestros bienes personales y naturales, no significa destruirlos, sino
afirmar la grandeza de estos valores que, con total libertad entregamos a Dios para
que Él los perfeccione y utilice para motivos que trascienden los límites de nuestro

3
ROYO MARÍN, Antonio. La vida religiosa. Madrid: BAC, 1968, pp. 4-5; 113-114.
4
Cf. ALONSO, Severino María. La vida consagrada. Síntesis teológica. Madrid: ITVR, 1985, p. 148.

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egoísmo5.
La expresión Vida Consagrada abarca muchas formas de vida, algunas
multiseculares, otras recientes, todas nacidas y creadas para vivir con Cristo y en
Él, la verdad única del Evangelio. Casiano señala que los ayunos, meditaciones,
la pobreza, etc., no son la perfección, sino instrumentos para adquirirla. Santo
Tomás remarca que la perfección está en vivir el mandamiento del amor impuesto
a todo cristiano y no sólo en los consejos evangélicos.
El primer momento de la consagración es común a todos los cristianos: el
Bautismo, que nos hace hijos de Dios y nos abre las perspectivas de la vida de
santidad, por acción del Espíritu Santo, puesto que toda consagración de debe a
su acción, teniendo, por ello, carácter de epíclesis6.
Las herejías de corte gnóstico y mesaliano7 consideraban que los cristianos
comunes deberían contentarse con cumplir los mandamientos, mientras que los
consagrados eran los únicos llamados a vivir en estado de perfección. Lo que
exige la perfección cristiana no es la vida consagrada sino el Bautismo. El hombre
no fue creado por Dios para «salvarse», sino para asemejarse a Él.
La palabra salvación es presentada aquí entre comillas pues que
normalmente sólo se conoce de ella su sentido «negativo», pero no se puede
admitir una separación entre salvación y perfección, puesto que el sentido de la
creación del hombre es la total unión con su Creador, lo que los orientales llaman
cristificación.
1. Prefiguras veterotestamentarias

Una lectura literal del Antiguo Testamento no encontrará un texto que se


refiera directa y exclusivamente a la vida religiosa. Sin embargo, no se puede
entender la Vida Consagrada sin la Biblia, puesto que es exactamente en ella que
nace la vida y el pensamiento del monacato católico.
Al instituir el sacerdocio judío, Moisés ungió a Aarón y a partir de ahí la
tribu de Leví pasa a ser dedicada al servicio divino, surgiendo el Levitismo.
Dedicaban su vida al servicio del Templo, sin indicar, con esto, que tenían vida
comunitaria, ni que estaban consagrados, sino que debían estar disponibles para
el servicio divino.

5
Cf. ALONSO, Severino María. La vida consagrada. Síntesis teológica. Madrid: ITVR, 1985, pp. 148-149.
6
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Teología de la vida religiosa. Madrid: BAC, 2002, p. 375.
7
Los mesalianos, o eutiques, constituían uma secta herética que se originó en Mesopotamia alrededor del año 360
y sobrevivió en Oriente hasta el siglo IX. La expresión “euquites” viene de la traducción al griego de su nombre
oriental (euchetai de euchomai, orar); adelfianos por su primer líder; lampecianos por Lampecio, su primer
sacerdote (ordenado cerca de 458), entusiastas por su dogma peculiar de la morada del Espíritu Santo, por quienes
se sentían enseñados e inspirados o poseídos (enthous). Los sectarios no cristianos de los eufemitas también eran
llamados mesalianos, y San Epifanio (Haer., LXXX), nuestro único informante sobre ellos, los consideraba
precursores de los mesalianos cristianos. Afirmaban la inutilidad de los Sacramentos y consideraban la oración el
único poder espiritual.

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San Jerónimo menciona a los «Hijos de los profetas» y a los Rekabitas como
remotos antepasados de los monjes. Efectivamente encontramos en el Segundo
libro de Reyes (6), la mención a que los discípulos de Eliseo vivían en comunidad
y se proponen a construir un lugar más amplio para habitar, señal de su
crecimiento. Ellos se presentan como «sus siervos». En el trabajo, un hacha de
hierro cayó en el agua y el discípulo se afligió porque era «prestada», lo que
significa que vivían en estado de pobreza.
Los «hijos de los profetas» constituían comunidades proféticas de las cuales
casi nada se conoce. Ya existían en la época de Samuel, desapareciendo después
del exilio. Eran grupos que se formaban alrededor de un padre espiritual,
formando comunidades independientes y ambulantes, viviendo en estado de
pobreza, dependientes, muchas veces, de la caridad pública, presentándose
también como auxiliares en el culto en algunos santuarios, como por ejemplo en
el monte Carmelo.
Los Rekabitas se originan en Jonadab, «hijo de Rekab», que Jeremías indica
que no bebían vino, no sembraban, ni poseían casas, sino que vivían en tiendas,
lo que hacían más por una tradición paterna, que propiamente como una forma
diferente de vivencia del judaísmo. Jeremías reprocha al pueblo de Israel por no
tener a Yahveh la fidelidad que los rekabitas tenían a su padre Jonadab.
El primer libro de los Macabeos habla de los Asideos. Era un grupo
observante y valiente, entregado de corazón a la ley, que se había refugiado en el
desierto para permanecer fiel cuando el Templo estaba dominado por «la
abominación». Cuando fue restablecida la libertad religiosa (1Mc 4,28-61) ellos
consideraron su objetivo cumplido y se incorporaron a la resistencia armada de
los macabeos.
Después del descubrimiento fortuito de las cuevas del Qumran, el año 1947,
se pasó a estudiar con más atención el grupo de los Esenios, ya mencionados por
Flavio Josefo, Filón y Plinio. Actualmente se juzga que las comunidades esenias
de Qumran se emparentan con las comunidades proféticas de la época de Elías y
Eliseo. Su nombre deriva de hasen, «piadosos» y se oponían a los fariseos y
saduceos. Ellos se definían a sí mismos como «guardianes de la fidelidad en el
seno de la tierra» y se consideraban el resto elegido que debía alentar la práctica
religiosa del pueblo de Dios. Se retiraron al desierto formando grupos de
escogidos y separados, que vivían en comunidades celibatarias, pareciéndose a
una orden monástica y llegando, según Flavio Josefo y Filón, a unos cuatro mil8.
Sin embargo, la concepción del celibato esénico no debe confundirse con la
moderna, cristiana, canónica, pues el esenio podría no ser un hombre no casado y
sin hijos 9 . Su vida comunitaria y su continencia nacen de la «ideología de
combate», que concibe la vida como una guerra santa contra el mal, en la cual el

8
Cf. FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Dogmática. Curso fundamental de la fe Católica. Madrid: BAC, 2009, p. 140.
9
Cf. G. BOCCACCINI. Além da hipótese essênia: A separação dos caminhos entre Qumran e o judaísmo enóquico,
68.

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monje debe combatir contra el espíritu de iniquidad, en perspectiva del último
combate que alcanzará el triunfo definitivo de Dios y de los santos10. En la obra
Jesús de Nazaret, Benedicto XVI escribe: «Parece que Juan el Bautista, y quizás
también Jesús y su familia, fueran cercanos a este ambiente».
La comunidad de los Terapeutas comparte los ideales de los esenios, lo que
sugiere tratarse de una rama egipcia del movimiento esenio palestino. Como los
esenios, tenían comida en común, máxima reverencia a la ley, separación de las
ciudades, culto comunitario con plegarias compuestas por miembros de la
comunidad, obediencia, celibato. Sin embargo, se encuentran algunas diferencias
relevantes, puesto que los Terapeutas se dedicaban a la contemplación, con
prolongados ayunos, régimen vegetariano, mientras que los Esenios eran de vida
más activa, habiendo también consumo normal de carne11.
2. La llamada a la perfección en el Nuevo Testamento

La vida religiosa es un producto del cristianismo, originado de la lectura de


las Escrituras como conjunto, principalmente del Nuevo Testamento en sus líneas
de fuerza más significativas y de la acción del Espíritu en ellas prometido. Es tal
el enraizamiento de la vida religiosa en las Escrituras que para conocerla es
necesario contar siempre con el texto sagrado que es el responsable directo de los
ideales del estado religioso12.
Si los antiguos buscaban ser fieles a Dios y unirse al combate escatológico,
esta unión se hará más precisa y firme con la llamada de Jesucristo, Dios y hombre,
que personalmente invita a su seguimiento, a hacer parte de su lucha contra el
poder de las tinieblas y la implantación del Reino de Dios. Este seguimiento es
«la norma última de la vida religiosa» (PC 2a), puesto que los religiosos no siguen
a Cristo para anunciar el Evangelio, sino más bien anuncian el Evangelio porque
siguen a Cristo13.
Jesús selecciona personalmente a aquellos a quien Él llama a formar una
comunidad de vida con Él, para llevar al mundo entero su mandato de ser
perfectos como es perfecto el Padre celestial. (Cf. Mt 5,48). Ésta será la primera
y prototípica comunidad religiosa del cristianismo, que constituirá el núcleo
central de la Iglesia.
Las características de la llamada personal: una misión específica, un camino
propio de vivir la perfección evangélica, la vida en común, el abandono de los
bienes materiales y lazos familiares por amor del Reino, la práctica de la castidad,
la obediencia, la oración en común, el convivio fraterno y la labor misionera,

10
Cf. ALONSO, Severino María. La vida consagrada. Síntesis teológica. Madrid: ITVR, 1985, p. 198.
11
Cf. «Antiguo Testamento». En: APARICIO, Angel; CANALS, Joan (dir). Diccionario Teológico de la Vida
Consagrada. Madrid: Publicaciones Claretianas, 1989, pp. 48-65.
12
ESPINEL, J. L.. Fundamentos bíblicos de la vida religiosa, «Ciencia Tomista», 99 (1972) 11-71.
13
Cf. ALONSO, Severino María. La vida consagrada. Síntesis teológica. Madrid: ITVR, 1985, p. 7.

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hacen de esta primera comunidad el modelo embrionario en la cual deben
inspirarse todas las futuras comunidades nacidas en el seno de la Iglesia.
1.1. La llamada a la perfección es universal

Es necesario tener presente que la llamada a la perfección no es exclusiva de


algunos «elegidos», sino conditio sine qua non para la entrada en el Reino.
La historia del joven rico es un modelo de invitación al seguimiento de Jesús.
El Señor indica en primer lugar el cumplimiento de los mandamientos, pero, al
ser cuestionado sobre el modo de alcanzar la vida eterna, el Señor le invita
despojarse sin piedad de los bienes, y seguirlo. El resultado del encuentro indica
que el desposeimiento puede llegar a ser obligatorio para todo aquel que por causa
de sus bienes comprometiese su entrada en el Reino.
Sin embargo, Jesús dice: «si quieres» (Mt 19,21). Esta frase no debe
entenderse como una opción totalmente libre, sino de una llamada que pide una
adhesión de la voluntad. El Señor utiliza la misma expresión para indicar la guarda
esencial de los mandamientos: «si quieres entrar en la vida guarda los
mandamientos»; es decir: «no tienes elección: para entrar en el Reino es
preciso...». Se comprende así que el medio propuesto al joven rico no es un
consejo sino un mandato: se impone a todo cristiano14.
La vocación a la santidad es consecuencia del Bautismo y por tanto común
a todos los cristianos, habiendo distinción sobre el modo de ir eliminando los
obstáculos a esta perfección, que no se trata de una simple opción, sino de un
mandato divino presente ya desde el Antiguo Testamento: «amarás al Señor tu
Dios sobre todas las cosas». Santo Tomás explica que la caridad es la cifra de la
perfección cristiana y la estructura disciplinar de la vida religiosa se dirige a
eliminar los obstáculos contrapuestos a la consecución de la perfección de la
caridad, no consistiendo el postulado de la vida consagrada en el desapego de las
criaturas, sino en la adhesión total al Creador. El simple abandono de las creaturas
puede ser un gesto de desprecio que en nada diferenciaría el estoicismo del
cristianismo15. Así, la consagración religiosa no es esencialmente distinta de la
bautismal, sino una ratificación de la misma, dotada de un modo peculiar y de
medios propios para vivir su contenido común a todos los cristianos.
1.2. Las bienaventuranzas

En el Sermón de las Bienaventuranzas, Jesús indicó el camino de la


perfección cristiana, que busca la unidad y semejanza con Dios, más que el simple
cumplimiento de la Ley exigida en el Antiguo Testamento. Ellas están vinculadas
a la inauguración del Reino por Jesucristo, es decir, son el camino para llegar a él.

14
Cf. TILLARD, Jean-Marie. Le fondement évangélique de la vie religieuse. Nouvelle Revue Théologique, 91
(1969), p. 917.
15
Cf. ROYO MARÍN, Antonio. La vida religiosa. Madrid: BAC, 1968, pp. 140-141.

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Las bienaventuranzas se resumen en poner en Dios toda la confianza y dedicación
para alcanzar la semejanza con Él en dirección al Reino prometido, no viviendo
para esta tierra, sino para la vida eterna. Ellas se centralizan así en la Ley del amor.
El «cántico paulino de la caridad» dibuja con poesía la superación de Ley por el
amor total a Cristo, que caracteriza la perfección neotestamentaria.
Juan Pablo II explica que las ocho bienaventuranzas son el código evangélico
de la santidad en el cual se inspiran y al cual se mantuvieron fieles, hasta el fin,
todos aquellos a quienes la Iglesia recuerda en el «día de todos los santos»16.
1.3. El signo de contradicción

El Evangelio de san Lucas presenta la profecía de Simeón: «Este niño será


causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón» (Lc 2,34-35). Seguir a Cristo es
pisar sobre sus huellas y por eso el cristiano y, de modo especial el religioso, será
en el mundo que vive separado de Dios un signo de contradicción, será también
un «crucificado» que se une al sacrificio de su Señor, siendo otro Cristo; por eso
decía Kierkegaard (†1838): «El verdadero cristiano es el que acepta ser víctima
para resaltar que Cristo es la única víctima»17. Por eso el Señor indica que debe
ser «sal de la tierra y luz del mundo», porque ser sal es no ser para sí mismo, sino
ser para el otro, es decir, ser sacrificado en total unión con su Modelo que es Cristo
Redentor18.
3. Comunidad pentecostal

Los Hechos de los Apóstoles describen la vida de la primitiva Iglesia con


señales que la hacen semejante a lo que se vive hoy en los Institutos de vida
consagrada:
«Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a
las oraciones [...] Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común [...] Acudían al
templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y
tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía
de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar […]
(La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma» (Hch 2,42-47; 4,32).

El gran objetivo de la Vida Religiosa ha sido convertirse en la continuadora


de la primitiva comunidad cristiana, ser la heredera de la vita apostólica, de modo
que esta comunidad primitiva es un modelo conforme al cual se han plasmado
todas las comunidades de vida consagrada, buscando hacer, a partir del modelo
apostólico, la transposición pentecostal del «seguimiento de Cristo».
La comunidad primitiva se constituyó alrededor de la comunión con el Señor,

16
Cf. JUAN PABLO II. Audiencia general de 1 de noviembre de 1981.
17
S. KIERKEGAARD, Diario, K – EP, XI A 159.
18
Cf. S. KIERKEGAARD, Diario, XI A 7.

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en el servicio del Evangelio por el anuncio de la palabra y por la caridad cristiana,
que ha suscitado en su seno el surgimiento de los diáconos. (cf. Hch 2,42-27; 4,32-
35; 5,12-16). Posteriormente, el crecimiento de la Iglesia imposibilitó la
comunidad de bienes a todos los cristianos, permaneciendo siempre vivo el anhelo
de volver a aquel espíritu evangélico, buscando algo que sea lo más parecido
posible a aquella comunidad nacida de la efusión del Espíritu. Esta efusión no fue
un hecho estanco, sino perenne, inspirando en el seno de la Iglesia el nacimiento
de nuevos carismas a través de los cuales el espíritu inicial encontrase nuevas
formas de vivir la perfección enseñada por Cristo.
Son abundantes los testimonios explícitos de esta intención de religarse con
la forma de vida de los Hechos y se perfilan ya en la vocación de san Antonio
Abad, san Pacomio, san Basilio, san Casiano y san Agustín, como enseña el
Concilio de Nimes (1096): «los monjes viven según la regla de los apóstoles,
cuyos pasos siguen por la práctica de la vida común, según lo que está escrito en
el libro de los Hechos: tenían un solo corazón y una sola alma, todo lo tenían en
común»19.
Se comprende así que la vida religiosa cristiana es fruto de las Sagradas
Escrituras y en ellas encontrará todo su aliento, ánimo y sustento, puesto que el
centro de toda consagración es el mismo Cristo y su regla fundamental es la
palabra revelada, especialmente el Nuevo Testamento y los Salmos. La regla, los
votos, los modos de vida que se estructurarán con el tiempo serán todos frutos de
esta savia que brota siempre de la Vid, separada de la cual la Vida Consagrada
pierde su vitalidad y su sentido.

19
Cf. TILLARD, Jean-Marie. Le fondement évangélique de la vie religieuse. Nouvelle Revue Théologique, 91
(1969), p. 922.

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