El Hijo vino a cumplir la voluntad del Padre que deseaba su entrega por su
amor extremo hacia las criaturas: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su
Hijo único» (Hb 10,10). Esta unidad con el Padre, Cristo la desea para los hombres:
«para que sean uno como nosotros» (Jn 17,11). El Espíritu es enviado por el Padre
y por el Hijo para que esta comunión sea posible.
Todos los cristianos están llamados a vivir esta comunión, pero el modo de
hacerlo no será decisión nuestra, sino llamada, por elección, del propio Cristo,
como Él mismo lo afirma en su «oración sacerdotal»:
«He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos
eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra» (Jn 17,6).
Así, los religiosos son llamados a ser en todos los momentos de su vida un
reflejo de la armonía trinitaria en el mundo carente de comunión. Su fundamento
basilar en la pobreza, castidad y obediencia, quita las amarras del egoísmo,
liberando el fervor de la caridad, convirtiéndolo en signo profético de la íntima
comunión con Dios, por encima de cualquier criatura. La castidad perfecta
simboliza la unión de las personas trinitarias, por unir el alma con Dios sin pasar
por la criatura1.
En el mundo lleno de divisiones, dan testimonio de la posibilidad real de
vivir el amor fraterno en la imitación de su Maestro y Señor enviado por el Padre
1
Cf. ROYO MARÍN, Antonio. La vida religiosa. Madrid: BAC, 1968, p. 301.
Página 1 de 7
para instituir una nueva comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre
sí, por el don del Espíritu Santo2. Este testimonio liminar solo se hace posible en
el contexto de total consagración al Señor y de la vida comunitaria, reproduciendo
la relación interna de la Trinidad Inmanente y la relación ad extra de la Trinidad
Económica.
Por este motivo, la vida religiosa sólo se puede entender a través de la
consagración, que es acción divina. La iniciativa es de Dios que llama (vocare) e
invita a la dedicación total a Él. Al mismo tiempo concede la gracia de responder,
de tal modo que el hombre sea capaz de entregarse de forma total y libre. Nace
una relación de mutuo amor y fidelidad, comunión y misión para gloria de Dios y
salvación del mundo3.
Como realidad teológica, la vida religiosa es un hecho histórico de existencia
casi contemporánea a la humanidad, que se va perfeccionando hasta llegar a su
cauce perfecto que es la imitación de Cristo, no sólo obedeciendo a sus enseñanzas,
sino viviendo según su modelo de Hombre. Él es la vid de donde brotan los
sarmientos y la savia que los alimenta. Unidos a Él los sarmientos crecen y
fructifican, separados de Él se marchitan y mueren. Por eso la salvación consiste
en la comunión con Dios y el pecado es la ruptura de esta unión provocando zonas
muertas donde el amor no se transmite: el pecado es diabólico, disgregador; es el
rechazo al amor que genera comunión. Con su muerte, Jesús nos enseña que el
camino para la comunión también pasa por la cruz, por la negación de uno mismo.
Se comprende así que el ideal religioso es vivir la comunidad misma de Dios
como signo de la comunión trinitaria entre los hombres. Este signo es capaz de
atraer a la fe aquellos que viven alejados de Dios4.
2. El estado religioso
La palabra estado indica una situación estable y pública que define la vida
del hombre, como reflejo exterior de un acto interior: la gracia de la vocación.
Cuando se habla de «estado religioso» se indica que esta situación definitiva es
de total unión con Dios en función de la «virtud de religión», cuyo objeto es «la
reverencia al Dios único por una sola razón, a saber: la de ser primer principio de
la creación y gobierno de las cosas»5. En consecuencia, el religioso se entrega
totalmente al divino servicio, ofreciéndose al Señor por una especie de holocausto,
por el cual sacrifica, por amor del reino, valores onerosos cuyo uso es lícito, por
la trascendencia del amor a Dios. Por eso santo Tomás afirma que es lo que
corresponde al nombre de religiosos por antonomasia, caracterizando que el
2
Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES. Religiosos y promoción humana,
25-28 de abril de 1978, n. 24.
3
Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES. Elementos esenciales de la
doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa, 31 de mayo de 1981, n. 4.
4
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Teología de la vida religiosa. Madrid: BAC, 2002, pp. 299-304.
5
S. Th., II-II, q. 81, a. 3.
Página 2 de 7
religioso no reserva cosa alguna para sí mismo, sino que inmola a Dios todos los
bienes que recibidos de Él6.
Esta entrega a Dios es un acto inmediato de religión y mediato de caridad,
que es principio de la virtud de la religión. (q. 82 a.1. ad. 1). Sin embargo, el ser
humano necesita de cosas sensibles que lo lleven al conocimiento de Dios y por
eso la naturaleza humana de Cristo es el principal medio por el cual el hombre es
arrebatado al amor de Dios invisible. Esta humanidad nos «toma de la mano»
promoviendo la total unión con el Creador. Por esto Cristo es el fundamento de la
virtud de religión y fundamento del estado religioso (q. 82, a. 3., ad. 2).
Reconociendo su total dependencia y escuchando la llamada divina, el
hombre responde a Dios con la actitud de total disponibilidad, siguiendo los
cauces por Él indicados para alcanzar la perfecta unión con Él, de modo que la
religión surge como modulación concreta de la sumisión natural de todo hombre
al Creador. Este primer paso es para el religioso como el Antiguo Testamento para
la Revelación divina, puesto que por la creación Dios ha dado la existencia natural
a todo. Pero la penetración en la intimidad trinitaria, la efusión de un amor
personal que lleva al hombre a una respuesta de entrega total, corresponde
exactamente a la respuesta de la concesión de la filiación divina alcanzada por el
sacrificio de Cristo. Por ende, el estado religioso, como respuesta a este sacrificio,
trasciende a la virtud natural de religión.
Su fundamento cristológico no se reduce a los llamados «Consejos
evangélicos», sino en revivir y re-presentar en la Iglesia el género de vida virginal,
obediente y pobre, vivido por Jesucristo. Así la vida religiosa es también la
expresión máxima del mismo ser de la Iglesia, que es virgen, obediente y pobre,
a imitación de su Fundador.
El estado religioso tiene así un origen divino, un fundamento cristológico y
un impulso carismático al brotar de la acción del Espíritu Santo (PC 1), no siendo
creación de la Iglesia, sino un don por ella recibido (LG 34). En este sentido se
comprende que el estado religioso pertenece a la estructura carismática de la
Iglesia y no a la jerárquica, de tal modo que sacerdotes y laicos pueden ser
religiosos (LG 43, 44).
Esto explica que la vida religiosa no nace de una acción positiva institucional
de Cristo o de la estructura de la Iglesia, sino de su interior, de la acción
pneumatológica que actúa primero en el hombre y sólo posteriormente se
institucionaliza jurídicamente. Este proceso común a la vida religiosa en general
y a los institutos en particular, evidencia que la Iglesia recibe de Dios este don y
la misión de custodiarlo y protegerlo de las desviaciones del enemigo.
Respondiendo a una peculiar vocación divina el religioso se sitúa
voluntariamente en una dimensión existencial radical y definitiva poniendo en
práctica las enseñanzas del Evangelio de modo estable y permanente, sin esperar
6
S. Th. II-II, q. 186, a. 1.
Página 3 de 7
que las circunstancias externas o situaciones extraordinarias exijan esta
separación para el servicio divino. Así, la situación limite en que puede
encontrarse cualquier cristiano en determinados momentos de su vida, se
convierte para el religioso en su situación normal7.
3. Forma de vida liminal
Página 4 de 7
enviado al mundo» (Jn 17,18).
Desde la desaparición de las persecuciones cruentas del Imperio Romano, la
Iglesia pasó a enfrentar otro riesgo: la secularización, su inserción en el mundo,
su conversión en una estructura más de la «ciudad terrenal». Los Padres del
desierto reconocieron que fue necesario en este momento un nuevo signo de
radicalidad que superase el martirio.
Esta entrega de la vida, no en un único momento sino de un martirio que
acompaña todo su desarrollo, es la nueva señal de radicalidad en la Iglesia, en
continuidad con los holocaustos del Antiguo Testamento. El sacrificio antiguo
inmolaba animales, pero el hombre no podría sacrificarse a sí mismo pues esto
evocaría un «suicidio ritual». Este sacrificio voluntario de sí mismo se evidencia
como imitación de la oblación de Cristo. Los Hechos de los Apóstoles presentan
un ideal comunitario auténticamente liminal, que parece heredero de la tradición
profética del Antiguo Testamento (Hch 2,44ss; 4,32ss).
La Vida Consagrada en sus momentos fundacionales netamente carismáticos
ha mostrado un fuerte potencial de liminalidad que en el conjunto de la Iglesia
tiene carácter profético8.
4. Consagración religiosa
8
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Teología de la vida religiosa. Madrid: BAC, 2002, pp. 554-561.
Página 5 de 7
La consagración es por tanto el acto voluntario por el cual el religioso se
compromete a dominar estos instintos, no por el temor de ofender a Dios o por la
obligación de cumplir un mandamiento, sino para canalizarlos hacia el amor único
al Señor. Consecuentemente estos tres votos son, en verdad, el camino para hacer
voto de sí mismo.
Cuando la consagración es confirmada, como respuesta definitiva a Dios,
con un compromiso público tomado ante la Iglesia, que la autentica y es
mediadora de la consagración, ella pasa a pertenecer a la vida y santidad de la
misma Iglesia (cf. LG 44) . 10
10
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES. Elementos esenciales de la
doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa, 31 de mayo de 1981, n. 8.
11
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES. Elementos esenciales de la
doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa, 31 de mayo de 1981, n. 4.
Página 6 de 7
residencia, de acuerdo con el derecho común y sus propias constituciones12.
Este don de la consagración religiosa concedida por el Espíritu Santo a cada
individuo y al conjunto de la Iglesia, ilumina a toda la humanidad con la luz de
Cristo indicando que el camino de la entrega total a Él se constituye como un
auténtico testimonio de la alegría de vivir en plenitud la unión de la criatura con
el Creador, superando la ruptura y la disgregación del pecado, venciendo, con
Cristo, por Él y en Él, las amarras que quitan del hombre su potencialidad de amar
y servir a Dios en la totalidad de su ser.
12
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES. Elementos esenciales de la
doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa, 31 de mayo de 1981, n. 34.
Página 7 de 7