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OLIGOFRENIA

Las anormalidades de la inteligencia sólo pueden ser por déficit, no por exceso, si seguimos el
criterio teleológico de normalidad y no el estadístico. Las desviaciones hacia arriba, la
«supernormalidad», y sobre todo su cima, el genio, corresponden teleológicamente a lo óptimo o
normal por excelencia. Según esto, la forma más pura de anormalidad intelectual es la oligofrenia,
insuficiencia mental congénita o tempranamente adquirida por falta de desarrollo del cerebro. Las
aptitudes intelectuales varían y se distribuyen, como los caracteres físicos del cuerpo, según la
curva binomial de frecuencia de Gauss, en que las desviaciones son tanto menos numerosas
cuanto mayor es su entidad. La máxima frecuencia de individuos, representada por la parte alta
de la curva, corresponde a los valores medios -la inteligencia normal en el sentido estadístico y la
mínima frecuencia, señalada por los extremos de la curva (en ángulo agudo con la horizontal),
corresponde a la constelación de los valores máximos y mínimos -subnormalidad-
respectivamente.
En efecto, la clínica ofrece casos de indiscutible oligofrenia de grado ligero con un cociente de
inteligencia, p. e., de 0,75. Se confirmará entonces el diagnóstico de oligofrenia si el sujeto tiene
deficiencias de la personalidad, sobre todo en el orden moral, y si se descubre que pertenece a una
cepa de oligolfrénicos. "En cambio, menores con él mismo cociente o inferior aún podrán resultar
falsos oligofrénicos por retardo de la maduración o por intervenir factores extrínsecos, que
señalaremos al tratar de la pseudo-oligofrenia. En suma, la confusión de la torpeza corriente con
la oligofrenia ligera no se puede evitar con sólo la medida de la inteligencia, sin el estudio de la
personalidad del sujeto, de su historia y los datos biológicos, sociológicos y culturales de su
ambiente. La deficiencia intelectual es en casos semejantes un síntoma parcial y no . siempre el
más fidedigno. Las características generales de la inteligencia oligofrénica son las mismas que las
del pensamiento correspondiente. Consideraremos aquí sus grados, que son tres: la idiotez, la
imbecilidad y la debilidad mental.
En rigor, no se pueden referir estos grados a fases determinadas del desarrollo, como si en ellas
se produjese una detención, esto es, como si la inteligencia del idiota fuese idéntica a la del niño
de 2, 3, 4 ó 5 años, la del imbécil a la del normal de 6, 7, etc.
En lo que se refiere a las pruebas experimentales de la inteligencia, W. Stem considera como CI
de los imbéciles adultos entre 0,60 y 0,70, y de los débiles entre 0,70 y 0,80; los primeros tienen
dos tercios y los últimos tres cuartos de inteligencia.
• El idiota, cuya anormalidad es originada en la mayor parte de los casos por daño cerebral
adquirido (traumatismo, hemorragia, encefalitis, heredosífilis, etc.), desde el punto de vista
psicológico manifiesta ineptitud parcial o absoluta para concebir conceptos, inclusive de los
objetos familiares más corrientes (madre, padre, leche, mesa, mano, cabeza, zapato, etc.). Los
idiotas de grado máximo no aprenden a hablar, los otros tienen un lenguaje pobre, casi siempre
agramático y con fallas en la articulación. No aprenden a comer por sí, ni a vestirse o dar la mano.
Los tórpidos no muestran interés para nada ni atención a lo que les rodea. Los eréticos despliegan
una actividad insensata, tumultuosa y destructora.
• Los imbéciles, en gran mayoría de causa endógena, disponen de conceptos en número variable,
predominando considerablemente los relativos a objetos sensibles; identifican más o menos bien
casas y personas. La abstracción y la generalización les son difíciles o inalcanzables -esto varía
con el grado de la deficiencia-, dándose el caso que no logran diferenciar los colores, las
dimensiones, las distancias y las proporciones de los objetos en el espacio; aunque pueden
aprender a contar mecánicamente centenares o millares, a menudo no lo hacen con sentido más
allá de 10; no llegan a aprender bien la cuenta del tiempo, no comprenden el reloj ni el calendario:
para los más deficientes el pasado no tiene otro sentido que el de «antes» o «ayer», y su
perspectiva del futuro no es más que el «mañana». Sus asociaciones son lentas, escasas,
dominantemente mecánicas, verbales y con iteraciones. Su espíritu permanece pegado a las puras
experiencias de la percepción, y por poco que varía la combinación de las particularidades
conocidas, es incapaz de reconocerlas.
• La insuficiencia del débil mental aparece en materia de conceptos cuando se trata de los más
abstractos, como propiedad, patria, deber, legalidad, envidia, etc. Asimismo, surge la limitación
de la aptitud discursiva cuando el débil se ve en la necesidad de concebir juicios nuevos aunque
no propiamente originales, como poner ejemplos de cálculo a base de una proporción, discernir
diferencias, sobre todo de entidades espirituales (como error y mentira, economía y avaricia),
formar analogías, restablecer el contenido de textos sencillos a los que se deja en blanco o definir
el sentido de algunos refranes.
El espíritu crítico se revela con frecuencia inseguro o desatinado, lo cual se patentiza rápidamente
con las pruebas de absurdos, sea en forma de imágenes, sea como relatos. Respecto al lenguaje,
el débil puede servirse de muchas palabras, sobre todo si tiene buena memoria y es objeto de una
educación esmerada, pero a la mayor parte de ellas no corresponden ideas claras. A un examen
atento, el sentido de los términos resulta ser superficial, vago o nulo. También se da el caso de
que el sujeto llega a comprender la significación de las palabras, incluso cuando no sabe
pronunciarlas. «La adhesión a simples designaciones simbólicas de la palabra, sin penetrar en la
composición conceptual concreta, es causa de que el oligofrénico permanezca siempre poco o
nada práctico e incapaz de valerse por sí».
El débil mental avanza penosamente en el aprendizaje, siempre rezagado en la escuela, repitiendo
los años de estudio o pasando gracias a la condescendencia o a la falta de entereza de los
preceptores.
En el trabajo y en la vida práctica sólo pueden ocupar situaciones subalternas, salvo la influencia
de algunos rasgos de carácter favorables a la capilaridad social. No rara vez el empuje de la
ambición y la falta de pudor pueden llegar a encumbrar a estos deficitarios a posiciones para las
cuales carecen de aptitud en lo intelectual, en lo técnico y en lo moral.

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