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PSICOTERAPIA, TRATAMIENTO POR EL ESPÍRITU (Sigmund Freud – 1890)

“Psique” es una palabra griega que en alemán se traduce “Seele” (alma). Según esto, “tratamiento psíquico2 es lo mismo que
“tratamiento del alma”, siendo por lo tanto, el tratamiento de los fenómenos patológicos de la vida anímica. El instrumento
esencial del trabajo anímico so las palabras.

La relación entre lo corporal y lo anímico es de acción recíproca. Existe un gran número de enfermos, cuyas perturbaciones y
quejas plantean un gran desafío a los médicos, porque no pueden hallarse los signos visibles y palpables del proceso
patológico y por la riqueza y variedad de su cuadro clínico.

Tales estados han recibido el nombre de nerviosidad (neurastenia, histeria), y se los define como enfermedades “funcionales””
del sistema nervioso. En esos casos, los signos patológicos provienen de un influjo alterado de su vida anímica sobre su cuerpo.

En ciertos estados anímicos denominados “afectos”, la coparticipación del cuerpo es muy llamativa. Son sabidas las
alteraciones que se producen en la circulación, en las secreciones, en los estados de excitación de los músculos voluntarios,
bajo la influencia del miedo, la ira, los problemas del alma, el arrobamiento sexual. Menos conocidas, pero perfectamente
demostradas, son otras consecuencias corporales de los afectos, que ya no se incluyen entre sus exteriorizaciones. Estados
afectivos persistentes de naturaleza penosa, “depresiva”, como la angustia, la preocupación y el duelo, rebajan la nutrición del
cuerpo en su conjunto, hacen que los cabellos encanezcan, que desaparezcan los tejidos adiposos y las paredes de los vasos
sanguíneos se alteren patológicamente. A la inversa, bajo la influencia de excitaciones jubilosas, de la “dicha”, vemos que todo
el cuerpo florece y la persona recupera muchos de los rasgos de la juventud. Es evidente que los grandes afectos tienen mucho
que ver con la capacidad de resistencia a las infecciones.

Los afectos, casi exclusivamente los depresivos, pasan a ser con harta frecuencia, causas patógenas, tanto de enfermedades del
sistema nervioso con alteraciones anatómicas registrables, cuanto de enfermedades de otros órganos. En estos últimos casos
cabe suponer que la persona afectada tenía desde antes la propensión, hasta entonces ineficaz, a contraer esa enfermedad.

Estados patológicos ya desarrollados pueden ser influidos muy considerablemente por afectos violentos, tanto en el sentido
de un empeoramiento, como influyendo curativamente (por ejemplo, un fuerte susto). La duración de la vida puede ser
abreviada notablemente por afectos depresivos, o que un terror violento, una “mortificación” o un bochorno muy vivos pueden
ponerle fin de manera repentina.

En rigor, todos los estados anímicos son en cierta manera “afectivos”, y de ninguno están ausentes las exteriorizaciones
corporales y la capacidad de alterar procesos físicos.

Los procesos de la voluntad y de la atención son igualmente capaces de influir profundamente sobre los procesos corporales y
de desempeñar un importante papel como promotores o inhibidores de enfermedades físicas. Así como es posible producir o
acrecentar dolores concentrando la atención, ellos desaparecen desviándola. Así la expectativa confiada (la confianza en el
analista de que podrá ayudar al paciente) se vuelve patente en las llamadas “curas milagrosas”
Las palabras son, sin duda, los principales mediadores del influjo que un hombre pretende ejercer sobre los otros. Las palabras
son buenos medios para provocar alteraciones anímicas en aquel a quien van dirigidas, pudiendo eliminar fenómenos
patológicos, más aún, los que tienen raíz en estados anímicos.

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