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USOS Y COSTUMBRES DE LA POBLACIÓN

FUENTES PARA EL ESTUDIO DE LA NORMATIVIDAD


(ANTOLOGÍA)
TERESA VALDIVIA DOUNCE
COORDINADORA Y EDITORA

USOS Y COSTUMBRES DE LA POBLACION


IND~GENADE MÉXICO
FUENTES PARA EL ESTUDIO DE LA NORMATIVIDAD
(ANTOLOGÍA)

INSTITUTO NACIONAL INDIGENISTA


Instituto Nacional Indigenista
Mtro. Guillermo Espinosa Velasco
Director General
Mtro. Arturo López Pérez
Director d e Procuración de Justicia
Lic. Pablo Yanes Rizo
Subdirector d e Antropología Jurídica

Investigación bibliográjica: Héctor Ortiz Elizondo;


Tania Palencia Prado, Gustavo Porras Castejón
y Pablo Yanes Rizo
Coordinación editorial: Teresa Valdivia Dounce
Cuidado y disefio d e la edición: Mauricio López Valdés

Primera edición: 1994


DR O De la presente edición:
Instituto Nacional Indigenista
Avenida Revolución 1279, Tlacopac, México, D. F.
Impreso y hecho en México
ISBN 968-29-5894-6
A Claudia Oluera Sierra,
in memoriam
Presentación

Ha sido nuestro interés reunir estos trabajos con la finalidad de


que s u lectura contribuya a u n a reflexión poco frecuente acerca
de los usos, prácticas y conceptos que, definidos como normativi-
dad jurídica, tienen lugar e n las comunidades indígenas, así corno
s u relación con la ley nacional. En la medida e n que s e confron-
ten dichos materiales etnográficos con el derecho positivo nacio-
n a l vigente, s e podrá observar q u e ciertos s u c e s o s jurídicos
responden tanto al tipo de ordenamiento cultural e n el que s e ins-
criben como al grado de autonomía que sostengan las comunida-
des respecto de los aparatos judiciales del Estado.
A través de s u lectura e s posible cuestionar el t a n renombrado
principio sobre la imparcialidad de la ley en la medida en que s e
muestra que e n la defensa formal del derecho subyacen intereses
de poder económico y político de los grupos sociales en conflicto.
Al mismo tiempo se constata que el derecho e s u n asunto social
complejo, tanto en comunidades indígenas cpmo e n sociedades
mestizas, imbricado con modos de vida, grad(os de desarrollo
social, concepciones culturales y relaciones de poder.
Con esta antología pretendemos entregar a los abogados informa-
ción mínima sobre lo que ocurre en el ámbito jurídico indígena, a fin
de que tengan más elementos para aplicar la ley nacional con mayor
justicia cuando en los casos judiciales estén involucradas personas
de origen indígena, ya sean culpables, víctimas o inocentes.
Es posible que algunos profesionales del campo social también
estén interesados en analizar los materiales, dado que son produc-
to de experiencias más afines a las ciencias sociales que a las jurí-
dicas. Esperamos que surja este interés, puesto que u n a de las di-
ficultades con la que nos enfrentamos para seleccionar los textos
fue la escasa información que sobre el tema h a n aportado las in-
vestigaciones sociales.
En general, los autores compilados abordan el tema de modo
10 Presentación

tangencia1 y desde diferentes ángulos, pues para ninguno de ellos


fue el objetivo central de s u investigación indagar sobre la norma-
tividad jurídica indígena. Por esto h a sido difícil presentar la diver-
sidad de materiales con alguna secuencia coherente. Optamos por
iniciar con u n texto que - -ayuda - a centrar el problema de la relación
- .-- ----
entre ley indígena y ley nacional, seguido por otros que presentan
u n a breve semblanza sobre la formación de las instituciones jurídi-
cas y de gobierno, producto de la fusión colonizadora, para conti-
nuar con diversos materiales etnográficos en donde se abordan pro-
blerrlas del orden jurídico interno de las comunidades indigenas del
presente siglo, acompafiados de descripciones y análisis de casos.
Hemos dejado para mejor ocasión la tarea de proponer defini-
ciones de conceptos y categorías, así como el asunto de entrar a -
u n debate sobre los derechos indigenas, ya que esta labor, por
demás interesante, nos hubiera desviado del objetivo central. Es-
peramos que el lector disfrute nuestra propuesta y descubra en
ella ideas frescas para renovar s u s actividades prácticas y de in-
vestigación. T

Deseamos hacer patente nuestro reconocimiento a Magdalena


Gómez Rivera por haber creado las condiciones institucionales
para llevar a cabo esta investigación -y la idea misma del pro-
yecto- e n el Instituto Nacional Indigenista, así como a Guillermo
Espinosa Velasco, Arturo López Pérez y Claudia Olvera Sierra (f-),
quienes continuaron apoyando a l equipo de investigadores pa-
r a que concluyéramos la presente antología.
Asimismo, agradecemos el apoyo que sin reservas nos brindaron
Fausto Ramos y s u equipo de colaboradores de la Biblioteca Alfonso
Caso del INI, y la participación de otras personas que colaboraron
con nosotros en este trabajo: en investigación bibliográfica, a Mario
Aguirre Beltrán, Rocío Cedillo Álvarez, Rosario Cobo González, Raúl
Marco del Pont Lalli, Alvaro González Ríos, Erando González
Chávez, Lorena Paz Paredes Camacho, Sandra Sepúlveda Gallardo,
Maritza Urteaga, J e s ú s Vargas Ramírez y Maris Vásquez Olivera; en
captura de textos, a Ramón Martínez Coria, y en apoyo a las correc-
ciones de la penúltima versión, a Blanca Islas Luna.

Equipo del Proyecto sobre Costumbre Jurídica


Mixcoac, ciudad d e México, julio d e 1993
Nota de la editora

La compilación de veinte autores diferentes sugiere una multiplicidad


de formas, estilos y estructuras de textos. Por ello, y porque considero
que la elaboración de u n a antología no consiste sólo en seleccionar y
transcribir los textos elegidos, sino en hacer de ellos u n libro, esto es,
u n corpus unitario, he debido unificar ciertos aspectos (por ejemplo,
la rnariera de indicar las referencias bibliográficas y la bibliografía)
del material incluido en la presente obra.
Nada hubiera deseado tanto que el problema de la variedad autora1
s e tratara exclusivamente de estilos y criterios distintos, fáciles de
uniformar, pero hubo u n considerable número de casos que presenta-
ron dificultades de redacción y ortografía; en otros, habia notas a pie
de página que en realidad no tenían por qué serlo, o bien, la bibliogra-
fía citada estaba incompleta. También hubo casos en los que el autor
usaba términos que la antropología actual h a superado.
De esta manera, la tarea inicial de conformar el libro se convirtió,
muy pronto, en u n a verdadera actividad editorial. Pensé que si en las
ediciones consultadas se había pasado por alto esta serie de "deta-
lles", no había razón para reproducir el error. Así que hice los cambios
pertinentes.
E n cuanto a los títulos y silbtítulos, el lector observará que no
todos corresponden a los originales: la modificación es propuesta mía.
Lo hice con la finalidad de que fueran congruentes con la temática del
libro en general,
Salvo muy pocas excepciones, no aparecen notas de la editora en
las partes del texto que sufrieron alguna corrección, ya que, de haber-
lo hecho para todos los casos, contravendiían el afán de que esta obra
sea de u n a lectura ágil.
Una vez que consideré satisfactoriamente organizado el libro,
Mauricio López Valdés, editor profesional con quien acordé los crite-
rios editoriales, tuvo a bien revisar y concluir la preparación del origi-
nal antes de enviarlo a la imprenta.
12 Nota d e Za editora

Conviene a c l k a r que uno de los principios que sustenta la realiza-


ción de las modificaciones antedichas es que consideramos que u n
texto publicado no debe ser "intocable". La idea antigua según la cual
una obra publicada confiere a s u autor legalidad suficiente para que
s u discurso sea---inalterable,- esto
- - - es,- cuando
m--- -- -
---a
el autor se convierte en -....--.---
autoridad, es u n mito promovido a través de los años p
compiladores que no se han tomado la molestia de cuestionar la perti-
nencia de esta "sacralidad" en detrimento de la obra misma.
En la edición contemporánea no sólo procede corregir la redacción
y la ortografia del texto cuando en éstas haya deficiencias, sino tam-
bién la aplicación del estilo editorial de quien reedita el libro pensando
en los lectores actuales.
Por supuesto que tal argumento alude a las obras no literarias
escritas en espaxiol moderno. Esto, aunque para algunos pueda pare-
cer u n a profanación que perjudica al texto original, es, por el contra-
rio, la mejor manera de mantenerlo vigente.

T.v.D.
Agosto de 1993
INTRODUCCION
Los estudios sobre normatividad o costumbre jurídica en México
eran, hasta hace muy poco tiempo, escasos y pioneros. Hoy se
puede decir que existen avances importantes y mayor claridad
para abordarlos. Es probable, incluso, que pueda hablarse de una
construcción paulatina de programa de investigación sobre el
tema. De allí que me pareciera necesario exponer las ideas, discu-
siones, propuestas, datos y casos etnográficos que varios investi-
gadores han aportado en los últimos años para la edificación de u n
campo de estudio que había sido abandonado, al menos por la
antropología mexicana.
El lector observará, entonces, que más que una introducción
general al libro que tiene en sus manos, me propuse escribir u n
ensayo q u e permitiera introducirlo a l problema. Inicio con
u n breve recuento sobre antecedentes y problemas concep-
tuales, puesto que en ese marco se inscribió la elaboración de la
presente antología. En este sentido, tales ideas forman el campo
conceptual teórico y práctico del que partimos para la selección de
los materiales compilados. Posteriormente, anoto algunos ejemplos
de usos y costumbres indigenas que develan campos de conflicto
con la ley nacional, y concluyo comentando sucintamente los ar-
tículos antologados.

Antecedentes
Hace aproximadamente siete años u n grupo de investigadores con-
vocados por Rodolfo Stavenhagen,' e interesados en trabajar el
,\

l Diego Iturralde (Instituto Indigenista Interamericano), Victoria Chenaut (CIESAS


del Golfo), Francois Lartigue (CIESAS México), Teresa Sierra (CIESAS México),
Magdalena Gómez (INI), Claudia Olvera (INI), Ari Rajsbaum (INI) y Teresa Valdivia (INI).
16 Introducción

tema sobre derechos indigenas e n México, empezarnos a reunirnos


con la finalidad de intercambiar experiencias de investigación.
Cada uno tenía s u propio enfoque y objetivo. Con el paso del tiem-
po, y como producto de las discusiones generadas, el grupo de tra-
bajo logro configurar u n campo de afinidad común. -- --
Por u n a parte, s e comprendió que el surgimiento de problemas
relacionados con derechos indigenas provenía de la influencia de
movimientos indigenas latinoamericanos que fueron adoptados por
líderes y organizaciones homólogas en México (Stavenhagen, 1988
y 1990; Iturralde, 1990; Valdivia, 1992b). Dentro del mismo grupo
hubo quienes relacionaron, además, la lucha de ese periodo por la
democracia e n el país como parte causal del surgimiento d e
l a s d e m a n d a s é t n i c a s (Chenaut y Sierra, 1992). También s e
consideró que, s i bien e n aquellos países de América Latina el
tema e n cuestion habia sido organizado a partir de reclamos de
justicia social plenamente justificados (lo cual elevó los asi llama-
dos derechos indígenas a la categoría no sólo de demandas socia-
les y políticas sino de materia de investigación), en México este
proceso no había sido t a n claro en u n principio.
Mientras intentábamos apuntalar nuestras convergencias acer-
ca del tema, problema y supuesto objeto de investigación, el asun-
to habia ya desbordado las instancias internas de varios Estados
latinoamericanos, de manera que pronta llegó a constituir u n pun-
to m á s en la agenda de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) -donde se encuentra el Equipo de Trabajo sobre las Poblacio-
nes Indígenas y Tribales-, y de la propia Organización de las Na-
ciones Unidas.
Como parte de una respuesta política y diplomática de los orga-
nismos internacionales, el Equipo de Trabajo de la OIT elaboro u n
informe sobre la situación de las poblaciones indigenas de América,
mejor conocido como Informe C ~ b o y, ~promovió la inclusión del
tema 'derechos indigenas' en el programa académico del Instituto
Interamericano de Derechos Humanos, con sede en Costa Rica.
Pero las organizaciones internacionales de poblaciones indígenas de
América continuaron debatiendo la cuestion en diferentes foros.

Cf. Martínez Cobo, 1987. E n realidad, el a s u n t o indígena tiene mAs de


cuarenta anos de discusión en la OIT.
Introducción 17

Entretanto, e n Costa Rica (1977), Paraguay (1981), Panamá


(1983), Argentina (1985), Guatemala (1985), Nicaragua (1986) y
Brasil (1988) s e habían aprobado leyes e n favor de los indios.
Pocos años después, el Convenio 107 de la OIT, vigente desde 1957
y primero en s u género, fue rebasado y sustituido en 1989 por el
Convenio 1 6 9 , el c u a l firmaron y ratificaron sólo d o s países:
Noruega y México. Acto seguido, Colombia (1990) y México (1990)
s e unieron a la orquesta de legislaciones indigenistas latinoameri-
c a n a ~Aunque
.~ algunas más elaboradas y otras no tanto, el espiri-
t u de las nuevas disposiciones legales fue el de reconocer la plura-
lidad cultural en estos países.
Pero e n aquellos a ñ o s ningún miembro del grupo de trabajo
imagino siquiera que el asunto fuera a desencadenar decisiones de
tal envergadura, a u n cuando lo hayamos deseado.
Rodolfo Stavenhagen y Diego Iturralde, desde u n a perspectiva
más amplia, basada en s u s experiencias de trabajo internacional,
ubicaron el problema de los derechos indígenas dentro de los así
llamados derechos colectivos, o derechos económicos, sociales y
culturales de los derechos humanos, los cuales establecen e n s u s
principios generales:

1. Todos los pueblos tienen derecho a la libre autodetermina-


ción. E n virtud de ese derecho establecen libremente s u con-
dición política y proveen, asimismo, s u desarrollo social y
cultural.

El Convenio 169 fue adoptado en Ginebra, Suiza, el 27 de junio de 1989 en la


septuagésima sexta reunión de la Conferencia de la OIT. E n México, el convenio fue
aprobado por el Congreso de la Unión el 11 de julio de 1990, y por el Senado, con
publicación en el Diario Oficial. el 3 de agosto de 1990; el presidente de la República
Mexicana lo ratificó el 13 de agosto de 1990 y. de acuerdo con las normas de la OIT,
e l E s t a d o m e x i c a n o r e g i s t r ó l a r a t i f i c a c i ó n el 4 d e s e p t i e m b r e d e 1 9 9 0 .
Posteriormente, el 2 8 de enero de 1992, s e aprobó la adhesión al primer párrafo del
Artículo 40. constitucional y fue vigente a partir del siguiente día. Aún falta la elabo-
ración y aprobación de la ley reglamentaria. El párrafo dice: "La nación mexicana
tiene u n a co-mposición pluricultural sustentada originalmente en s u s pueblos indí-
genas. La ley protegerá y promoverá el desarrollo de s u s lenguas, usos, costumbres,
recursos y formas específicas de organización social, y garantizará a s u s integrantes
el efectivo acceso a la jurisdicción del Estado. En los juicios y procedimiento agra-
rios en que aquéllos sean parte, s e tomarán en cuenta s u s prácticas y costumbres
jurídicas en los términos que establezca la ley". (Gómez, 1992a: 11.)
18 Introducción

2. Para el logro de s u s fines, todos los pueblos pueden


disponer libremente d e s u s riquezas y recursos naturales
s i n perjuicio de las obligaciones que derivan de l a coope-
ración económica internacional basada en el principio de
- -
beneficio recíproco a s í como del derecho internacional. - - ----U

E n ningún caso podría privarse a u n pueblo d e s u s pro-


pios medios de subsistencia.
3. Los Estados Partes en el presente Pacto, incluso los
que tienen la responsabilidad de administrar territorios no
autónomos y territorios de fideicomiso, promoverán el ejerci-
cio del derecho de libre determinación y respetaran este dere-
cho, de conformidad con las disposiciones de la Carta de las
Naciones ni da s.^ (Academia Mexicana de los Derechos Hu-
manos, 1989: 44.)

Según Stavenhagen e Iturralde, tales principios deberían apli-


carse a las poblaciones indígenas de América, lo cual ha sido una
controversia permanente desde la aprobación del Convenio 107,
debido a las implicaciones políticas en el uso del término ' p ~ e b l o ' . ~
El debate, en realidad, esta resuelto en el marco de las ciencias
sociales y políticas, pero s u aplicación nada tiene que ver con la
racionalidad científica sino con la regulación de las fuerzas políti-
cas entre Estados, y entre pueblos y Estados. De manera que, al
margen de esta discusión, me interesa retomar los puntos por los
cuales Iturralde y Stavenhagen relacionaron los derechos colectivos
con los derechos indígenas para llegar, al fin, a proponer la necesi-

Este pacto fue adoptado en la Resolución 2 200 de la Asamblea General de la


ONU el 16 de diciembre de 1966. Consta de dos partes: a) los derechos económicos,
sociales y culturales, y b) los derechos civiles y políticos. Ambos fueron suscritos
por México. Lss primeros, aprobados el 23 de marzo de 1981, entraron en vigor el
23 de junio de 1981 (Diario Oficial d e la Federación, 12 de mayo de 198 1); los
segundos. aprobados el 23 de noviembre de 1976, entraron en vigor a partir del 23
de junio de 1981 (DiafioOficial d e la Federación, 20 de mayo de 198 1).
El término 'pueblo' es aceptado convencionalmente en el orden jurídico nacional e
internacional corno sinónimo de nación, a cuya cabeza se ubica el Estado. Entre quie-
nes han alportado más elementos para la definición de los términos 'pueblo' y 'nación' se
encuentra Najenson (1984). Vale la pena recordar aqui el intento de Héctor Diaz
Polmco y de Gilberto Lspez y Rivas (1986: 121- 143) por aplicar los instrumentos inter-
nacionales correspondientes para el caso de la costa atlántica nicaragüense, en su cali-
dad de asesores del Frente Sandinista.
Introducción 19

dad de hacer estudios sobre derecho consuetudinario indígena.


Una vez establecida la correspondencia entre derechos colecti-
vos y derechos indígenas, inferida a partir de la autonomía cultu-
ral manifiesta per se en la existencia de los pueblos indios, se pre-
--
senta, como efecto; la-circunstancia de subordinación de éstos
frente al Estado; planteamiento que fue nutrido con las voces de
las organizaciones indígenas latinoamericanas, como lo anota Die-
go Iturralde:

Desde mediados de este siglo se h a n movilizado exigiendo la


oficialización de s u s lenguas y la despenalización de s u s
prácticas; más recientemente están logrando generalizar el
uso de la lengua materna para la educación, la libre práctica
de s u s religiones, el uso de las terapéuticas tradicionales,
etcétera. En cada uno de estos avances se argumenta la exis-
tencia de un derecho propio que legitima estos ejercicios y
que se opone a las prohibiciones legales. (1990: 50.)

Y concluye que:

E n casi todos los casos, de la oposición a l a s prácticas


impuestas se pasa a la crítica de la legislación que las sus-
tenta; de allí al planteamiento de alternativas y, por último, a
la argumentación de u n a costumbre jurídica que las dota de
legitimidad. (1990: 6 1.)

Con estas últimas frases Iturralde nos sitúa ya en u n nivel par-


ticular del debate sobre los derechos indígenas, esto es, nos hace
abandonar por el momento s u generalidad, s u carácter intrínseca-
mente político y reivindicatorio, para descender a la observación
de los comportamientos culturales de las poblaciones indias, pre-
concebidos como autónomos, los cuales constituyen la base de
argumentación de las demandas indígenas que fueron icientifica-
das como inclusivas o equiparables a los derechos colecti~ros.
Dichos comportamientos culturales, relativamente autónomos de la
jurisdicción del Estado o país, implican la presencia de orde~amientos,
usos, prácticas y costumbres propias que pueden variar de un pueblo
indígena a otro, ya que la hipótesis general para llegar a este plantea-
20 Introducción

miento sostiene la existencia de una estrecha vinculación: a cada pue-


blo o gnipo étnico le corresponde un tipo de expresión cultural, aun-
que cori importantes variaciones internas. Si en América existen más
de cuatrocientos de ellos, entonces estamos frente a la diversidad cul-
tural: diversidad de usos, costumbres, ordenamientos y prácticas
sociales, subordinadas por cada Estado-nación del continente.
Si la costumbre jurídica indígena dota de legitimidad a la crítica
de las practicas impuestas por el Estado, como sostiene Iturralde,
es porque a través de ella s e constata u n a vez más la diferencia cul-
tural, la subordinación y la aspiración justa al respeto y reconoci-
miento de esa costumbre, a fin de que los pueblos estén en capa-
cidad de continuar s u desarrollo en forma mas libre.
Ahora bien, Rodolfo Stavenhagen (1990: 27-46) se pregunta e n
qué consiste esa costumbre jurídica o derecho tradicional; cómo
puede ser definido y aplicado; quiénes lo practican y cómo; a qué
transformaciones está sujeto, y con qué instrumentos científicos
puede ser estudiado. Preguntas que deberían responderse dentro
de varias condicionantes, según Stavenhagen.
La primera, como ya s e dijo, es que esta costumbre jurídica,
derecho tradicional o derecho consuetudinario indígena s e ubica
en u n a relación de subordinación con el Estado. La segunda con-
siste en que dicha relación induce a la violación de los derechos
indígenas por el Estado en la medida en que éste desconoce las
costumbres de los grupos culturales subordinados. En consecuen-
cia, la interacción entre el derecho positivo nacional y el derecho
consuetudinario indígena genera con frecuencia campos d e conflic-
to, sobre todo, en los usos de la ley. Pese al conflicto, y en virtud
de él, no podrá entenderse la costumbre o derecho consuetudina-
rio indígena aislado, sino en relación con la ley nacional, pero sin
perder de vista la peculiaridadad del derecho consuetudinario indí-
gena puesto que, como s e h a reiterado, "existen tantos derechos
consuetudinarios como etnias indígenas específicas y diferencia-
d a s " (Stavenhagen, 1990: 3 3 ) . Sin embargo, por encima d e l a
diversidad s e puede hablar de u n conjunto de aspectos comunes
que conforman constantemente los campos de conflicto entre el
derecho consuetudinario indígena y la ley nacional e n América
Latina. Éstos son: el derecho a la tierra, debido a s u significado
territorial; la persecución de delitos donde se confrontan valores y
n o r m a s ; y procedimientos d e administración de justicia, que
enfrentan racionalidades distintas de proceder en Ia justicia (1990:
39-42).
Finalmente, Rodolfo Stavenhagen (1990: 33) concluye, al igual
que Diego Iturralde, que es necesario pensar de otra forma la rela-
ción entre costumbre y derecho: se requiere establecer una nueva -------- --
crítica al derecho que permita aceptar la presencia de nuevas pos-
t u r a s como el pluralismo jurídico, el cual explicaría con mayor
exactitud la situación de la juridicidad étnica.
Por s u parte, Magdalena Gómez, a u n cuando llegó a compartir
las ideas de Iturralde y Stavenhagen, sostuvo que los pueblos in-
dios deberían ser quienes propusieran cualquier tipo de reconoci-
miento legal, ya que e n ellos recaerían los efectos políticos de tales
medidas. En consecuencia, fue muy crítica ante las propuestas de
reformas a la ley debido a s u aplicabilidad. Los adelantados juicios
de Magdalena Gómez s e constataron poco tiempo después, al
menos en cuanto a las repercusiones que para los mixtecos de la
región alta trajo la legalización del tequio en O a ~ a c a . ~
En cuanto a la importante producción de Magdalena Górnez e n
el I N I , enmarcada en los principios generales de la Comisión de
Justicia para los Pueblos Indios, se puede decir que abarcó la defi-
nición de actividades a realizar en tres grandes áreas: 1) difundir
la ley nacional e n comunidades indígenas, para lo cual elaboró
cuatro manuales que fueron publicados por el INI y que tuvieron
distribución masiva y gratuita,' y organizó cursos de capacitación

En mayo de 1992 se llevó a cabo una reunión con las autoridades indígenas
tradicionales del estado de Oaxaca para recabar sus opiniones en relación con la
ley reglamentaria al Artículo 40. constitucional. En esa ocasión un grupo de seño-
res provenientes de la Mixteca Alta dijeron: "está bien que el gobierno del estado
impuso el tequio obligatorio. Está bien. Pero ahora pasa que a los señores mayores,
a los que tienen más de sesenta años, s e les está obligando también para que lo
cumplan [...] Nosotros decimos que no; no podemos obligar a los ancianos a que
trabajen para la comunidad, ellos ya hicieron mucho ... Queremos que el gobierno
no obligue a los ancianos con el tequio". (Olvera, Poliakoff y Valdivia, 1994.)
' Donde no hay abogado (coautora con Claudia Olvera), que h a tenido dos reim-
presiones y Se h a n distribuido 53 000 ejemplares; Conoce tus derechos para exigir
su respeto, con 8 000 ejemplares distribuidos; Derechos indígenas. Los pueblos indi-
genas en la Constitución mexicana (Artículo 30.. párrafo primero), con 1 5 000 ejem-
plares distribuidos, y Derechos indígenas. Lectura comentada del Convenio 169 de
22 Introducción

e n la ~ n a t e r i a ;21 investigar la costumbre jurídica indígena para


darla a conocer a quienes son responsables de impartir justicia;* y 31
proponer modificaciones a las leyes estatales y federales a fin de que
se tomara en cuenta la situación de los indios en procesos de justicia,
para lo cual también se hizo investigación l e g i ~ l a t i v a . ~
Magdalena Gómez llegó a concluir (1990a) que la relación entre
ley nacional y costumbre jurídica era de oposición. Se basó en el
ználisis de cuatro casos penales, tres de ellos sobre homicidio por
brujería (1988b) y uno acerca de violación de garantías individua-
les,'' y en siete reuniones con autoridades indigenas de diferentes
puntos del país en donde debatieron en conjunto el tema.
El trabajo de Magdalena Gómez fue un gran aporte para ese
momento, ya que empezó a proporcionar información etnográfica,
al tiempo que difundió la ley nacional. Sin embargo, a ú n se obser-
vaba u n a gran separación entre los planteamientos generales de
Diego Iturralde y Rodolfo Stavenhagen, y el tan renombrado dato

la Organización Internacional del Trabajo, con 1 0 000 ejemplares distribuidos.


Para lo cual s e elaboró el proyecto Investigación Bibliográfica sobre Costumbre
Jurídica, a mi cargo, en la Subdirección de Antropología Jurídica del INI [de mayo
de 1991 a la fecha). Son investigadores en este proyecto los mencionados en la nota
13. Uno de los objetivos del proyecto fue elaborar esta antología. Otros materiales
producidos bajo el proyecto son: una base de datos que contiene en total cerca de
trece mil fichas bibliográficas, textuales (etnográficas) y periodísticas, editadas e n
disco compacto; u n libro de bilbiografía comentada sobre el tema, con ciento diecia-
cho títulos; y catorce volúmenes de cuadernos de trabajo, todos ellos incluidos en
la bibliografia.
A cargo de Claudia Olvera, con el proyecto Recopilación y Análisis d e
Legislación en Materia Indígena (1990-1992). Con los resultados de este proyecto s e
está elaborando u n banco de datos sobre disposiciones que inciden en poblaciones
indigenas. La investigación también nos ayudó a elaborar dos propuestas de refor-
mas: la inclusión de traductores y peritajes antropológicos en juicios (Código Fede-
ral de Procedimientos Penales y Código de Procedimientos Penales para el Distrito
Federal, aprobadas el 20 de diciembre de 1990, publicadas en el Diario OJcial d e La
Federación el 8 de enero de 1991 y puestas en vigor a partir del 1 de febrero de
1991). También s e propuso un paquete de reformas a los estados de Hidalgo y Du-
rango, de las cuales algunas de ellas fueron aprobadas y están vigentes.
'O El caso de u n preso nahua, quien estuvo cerca de seis meses e n prisión hasta
que el abogado defensor del INI descubrió, en s u primera visita. que el preso tenía
orden de libertad por falta de pruebas, pero como no sabía leer ni escribir y conocía
poco el español, ignoraba que el papel que guardaba en s u bolsillo era, ni más ni
menos, que s u orden de libertad. (Sierra, 1988.)
Introducción 2 3

etnográfico que los debiera sustentar. De manera que, gracias a la


continuidad de los proyectos de investigacion de Victoria Chenaut
(1989, 1990, 1992b y 19931, sobre el análisis histórico del honor
entre los totonacos, y de Teresa Sierra (1988, 1992 y 1993), sobre
--- - -
los procedimientos en las conciliaciones entre los otomíes del valle
del Mezquital, pronto hubo resultados parciales y con ellos fue
posible comparar entre éstos y los datos de quienes estábamos en
el INI.
Por nuestra parte, e n el proyecto de Investigación Bibliográfica
sobre Costumbre Jurídica, tomamos como guia de investigación
inicial los nueve puntos considerados por Rodolfo Stavenhagen
como los aspectos que comprende "lo legal o jurídico, en socieda-
des que se manejan de acuerdo con el derecho consuetudinario":

1. Normas generales de comportamiento público.


2. Mantenimiento del orden interno.
3. Definición de derechos y obligaciones de los miembros.
4. Reglamentación sobre el acceso a , y la distribución de,
recursos escasos (por ejemplo, agua, tierras, productos del
bosque).
5. Reglamentación sobre transmisión e intercambio de bienes y
servicios (verbigracia, herencia, trabajo, productos de la cace-
na, dotes matrimoniales).
6. Definición y tipificacihn de delitos, distinguiéndose general-
mente los delitos contra otros individuos y los delitos contra la
comunidad o el bien público.
7. Sanción a la conducta delictiva de los individuos.
8. Manejo, control y solución de conflictos y disputas.
9. Definición de los cargos y las funciones de la autoridad
publica. (1990: 3 1.)

Sin dejar de reconocer que la guia nos fue de gran utilidad,


puedo decir que desde las primeras indagaciones en las que s e
aplicó empezamos a encontrar algunos pequeños problemas. Por
ejemplo, el papel de las autoridades tradicionales se reducía a la
definición- de cargos y funciones, cuando era ilecesario darle más
importancia debido a que, según encontramos, muchas veces son
indicadores de la presencia de costumbre jurídica. L a división
entre el derecho público y el derecho privado en las comunidades
24 Introducción

indígenas no e s t a n clara como lo propuso Stavenhagen, por el


contrario, en ocasiones lo privado es público. Fuimos ajustando la
guía conforme avanzamos en la investigación, hasta que, finalmen-
te, nos quedamos con cinco puntos básicos (los cuales, probable-
-- -- - ----*-- .-

1. Autoridades indígenas.
2. Normas jurídicas.
3. Procedimientos en la administración de justicia.
4. Delitos y sanciones.
5. Relaciones de poder en la justicia.

En cada punto se abordan aspectos particulares, y a todos ellos


se los analizó considerandolos en s u relación con la ley nacional y
en contacto permanente con los grupos mestizos locales.
De acuerdo con esta guía compilamos el material etnográfico tanto
para la presente antología como para otros productos de investigación.
Pero, regresando a las preguntas que nos planteó Stavenhagen,
diría que con ellas pudo iniciarse u n camino de investigación sobre
el tema, considerando que uno de los primeros pasos a resolver
fue la caracterización de eso que se h a convenido en llamar 'dere-
cho indígena', 'derecho consuetudinario', 'derecho tradicional' o
'costumbre jurídica'. Veamos.

Problemas conceptuales
Partimos de la definición de derecho consuetudinario propuesta en las
ciencias jurídicas. Aunque existen varias posiciones teóricas en esa
disciplina, en general, aceptan la costumbre juridica o derecho con-
suetudinario como fuente del derecho (García Máynez, 1988: 336).
En cuanto a la definición de 'costumbre jurídica' o 'derecho con-
suetudinario' hay consenso en la determinación de algunas de s u s
características:

Para que surja la costumbre es indispensable que a una


práctica social más o menos constante s e halle finida la con-
Introducción 25

vicción de que dicha practica es obligatoria [...] la repetición


d e d e t e r m i n a d a s f o r m a s de comportamiento a c a b a por
engendrar, en la conciencia de quienes la practican, la idea
de que son obligatorias. (García Máynez, 1988: 37-38 y 48.)

.- -
García Máynez (1988:--381-382) 'agrega -que, si bien la costum-
bre está considerada por la ley mexicana como fuente de derecho.
ésta no puede derogar la ley nacional, ni puede ser fundamexito
para alegar desuso, costumbre o práctica en contrario. Además:

Tratándose de u n caso no previsto por las leyes civiles e s


posible recurrir a la costumbre [...] ésta sólo puede ser toma-
d a en cuenta, como pauta para solución de conflictos, cuan-
do la ley expresamente lo autoriza [...] A falta de ley, el caso
s e resolverá con los principios generales del derecho.

Luego intentamos relacionar estas características con las defini-


ciones homólogas en la antropología. Encontramos que desde la
antropología algunos de los conceptos que tradicionalmente se h a n
usado y debatjdo, en relación con las ciencias jurídicas, son 'dere-
cho', 'control social', 'normatividad', 'conflicto' y 'ley'. Todos ellos
enmarcados en corrientes teóricas clásicas de la disciplina. A s u
vez, el manejo de dichos términos h a dependido en gran medida de
los objetivos que los investigadores s e h a n propuesto en s u s estu-
dios, o de las grandes interrogantes con las que los abordaron.
De manera que la producción antropológica relacionada con el
derecho e s desigual y, en consecuencia, difícil de comparar: desde
u n Maine preocupado por descubrir la evolución de los sistemas
jurídicos hasta todos aquellos interesados en analizar casos espe-
cíficos, como Gluckman, Hoebel y Llewelin. Las aportaciones
podrían clasificarse según las corrientes, las metodologías y hasta
los objetivos perseguidos. En este caso, Francisco Ballón propuso
u n a forma de aprehender la producción de l a antropología del
derecho e n s u libro Etnia y represión penal. Dice:

[. ..] encontramos dos momentos teóricamente diferentes. El


primero estaría formado por los estudios del derecho general
y del tribal, sin que opere en s u aprehensión ningún tipo de
26 Intraducción

metodología explícitamente adecuada; en este sentido, el


derecho se incorpora a estudios mayores sobre la sociedad y,
por tanto, es descrito como otro de los elementos del conjun-
to de las instituciones sociales, El segundo momento lo cons-
tituiría la presencia de u n método de análisis del derecho en
la sociedad, concibiéndolo como u n fenómeno de estudio par-
ticular y con u n a metodología propia. (1980: 26.)

Según Ballón, a la primera etapa corresponden los trabajos de


Marcel Mauss, Bronislaw Malinowski, Robert Lowie y Radcliffe
Brown; a la s e g u n d a , Karl Llewelin, Adamson Hoebel y Max
Gluckman. Los primeros s e interesaron más en caracterizar el
derecho e n l a s llamadas sociedades simples, e n tanto que los
segundos intentaron descubrir cómo opera ese derecho. De mane-
r a que varias pueden ser las conclusiones a partir de las cuales se
continúen hoy los estudios en antropología jurídica:

1. El derecho, como sistema, evolucionó de u n a forma de


institución basada e n la organización familiar y la propiedad
colectiva, o 'status fijos', a la organización individualizada de
la sociedad que incorporó el incremento de la propiedad pri-
vada, es decir, de 'contratos libres' (Maine, 1980).
2. El derecho es la expresión más definida de u n a sacie-
dad, puesto que él contiene todo el conjunto de normas, cos-
tumbres y leyes (Mauss, 1967). A s u vez, como institución,
está íntimamente relacionado con el conjunto de institucio-
nes sociales, religiosas, económicas y políticas, cuya función
es mantener el orden interno a través del establecimiento de
c i e r t a s n o r m a s obligatorias y s a n c i o n a d a s (Malinowski,
1971; Brown, 1974).
3. La manera m á s adecuada para que l a antropología
pueda conocer cómo opera este derecho en sociedades sim-
ples es a través del análisis de casos e n los que surgen con-
flictos (Mauss, 1967).

Aun cuando e n las corrientes clásicas de la antropología s e


abordaron estudios sobre derecho, considerado éste como parte de
la totalidad social y dentro del cambio social, con metodologías
Introducción 2'7

especificas, es notoria la ausencia del enfoque marxista e n los es-


tudios de la antropología jurídica o del derecho. Al parecer, los
nuevos planteamientos a p u n t a n e n e s a dirección. Por ejemplo,
Francisco Ballón, propone:

tros sobre las bases que permitan instaurar, en el fondo de


s u s preocupaciones y como objeto de s u reflexión, las carac-
terísticas multietnicas y de clase de nuestra sociedad, adscri-
t a s a los códigos y a las prácticas estatales. Consecuente-
mente, s e tratará de elaborar una perspectiva de análisis que
defina las relaciones entre las clases y lo jurídico. (1980: 33.)

Ha sido u n a tarea difícil la de relacionar conceptos y categorías


para redefinir u n campo afín entre las dos disciplinas. Más difícil
a ú n la definición del objeto de estudio, puesto que lo jurídico,
desde la antropología, tiende a verse mucho m á s relativo. flexible,
extenso y profundo, muy diferente a la visión que prevalece en la
disciplina del derecho, quizá por esa característica intrínseca de
éste que Ballón define como "un sistema clasificatorio de lo 'real' al
que llamamos derecho y que es el sistema ideológico por excelen-
cia" (1980: 16).
En el grupo de trabajo se discutieron todos estos problemas. Hu-
bo consensos y divergencias, aunque fueron m á s los primeros que
las segundas. Victoria Chenaut y Teresa Sierra s e dieron a la tarea
de sistematizar todo el debate del grupo, desde s u s inicios hasta
1992. Lograron expresar con claridad las discusiones conceptuales
y metodológicas que nos condujeron en las actividades de investiga-
ción y acción. En s u artículo "El campo de la antropología jurídica"
resumen u n a definción de conceptos, metodologías y temáticas
abordadas por el grupo. En cuanto a la definición de los conceptos
clave para los estudios, 'costumbre jurídica' y 'derecho consuetudi-
nario', dicen:

Partjmos de una definición bastante general de derecho con-


suetudinario, en contrzste con el derecho nacional, entendi-
do como el conjunto de normas y costumbres de carácter
obligatorio [...] Esta manera de entender el problema pronto
28 Introducción

reveló u n a serie de dificultades, [por ejemplo, que] la oposi-


ción entre derechos nos remite a u n dualismo que no d a
cuenta de las imbricaciones existentes entre ambos [. ..] recu-
rrimos [entonces] al término de costumbre juridica, aludien-
do al hecho de que la realidad investigada resulta ser mucho
más plástica y dinámica, difícilmente encasillada e n u n
- -
formalismo jurídico. tal cual podría entenderse con el tér-
mino de derecho consuetudinario [...] Si bien el concepto de
costumbre jurídica nos parece más adecuado para describir
los fenómenos que estamos estudiando, no hemos llegado a
u n acuerdo en cuanto a s u definición, debido principalmente
a la dificultad de describir u n concepto en el que s e cruzan
las exigencias de dos disciplinas: la antropología y el dere-
cho. (1992: 103-104.)

A partir de la redefinición del concepto clave anotan que se dio


u n giro al objetivo de las investigaciones. Se trato, e n lo sucesivo,
de indagar los usos de la ley en s u contexto social y cultural,
entendida ésta como u n "sistema de normas más amplio que no
puede abstraerse de la cultura y del poder" (p. 105). Finalmente,
reconocen que "lo que está e n juego en este manejo diferencial y
estratégico de las normas es el control social del grupo y no tanto
la legitimidad de u n a riormatividad coherente y consensual". De
esta manera, la metodología empleada por la mayoría de los inves-
tigadores del grupo de trabajo, según las autoras, fue el análisis de
casos judiciales, de expedientes históricos y del discurso, los que
nos llevaron a examinar los procedimientos en las disputas (Teresa
Sierra); la evolución histórico-legal de ciertas normas de control
social (Victoria Chenaut); el discurso e n las prácticas jurídicas
( E n r i q u e Hamel): el mito como campo d e normatividad (Ari
Rajsbaum); normas, procedimientos y delitos que configuran cam-
pos de contradicción entre la ley nacional y la indígena (Magdalena
Gómez, Claudia Olvera y Teresa Valdivia).
Desde la publicación de s u artículo, Chenaut y Sierra veían que
adoptar ciertos conceptos nos llevaría casi inevitablemente al dua-
lismo teórico formado por la dicotomía 'derecho consuetudinario [o
sistema) indígena' versus 'ley nacional'. Con todo, en esa oportuni-
dad ya habíamos adoptado el término 'costumbre jurídica' a falta
de u110 más adecuado. Pero la adopción de éste no implicó el aban-
Introducción 29

dono de otros a ú n más flexibles y útiles como 'normatividad' y


'control social'.

Algunos datos sobre el problema --

~1 menos dos de las características del derecho consuetudinario


enunciadas por los juristas llaman la atención porque constituyen
verdaderos obstáculos para u n a administración de justicia equita-
tiva entre la población indígena y el resto de la nación: 1) la ley na-
cional no reconoce costumbre o práctica en contrario, y 2) la ley
nacional sólo convocará a la costumbre cuando expresamente lo
autorice. Este último principio denota con claridad la poca impor-
tancia que la ley nacional otorga a la costumbre. En cuanto al pri-
mero, me gustaría comentarlo a través de u n ejemplo.
El homicidio por brujería en comunidades indígenas ha sido el
caso "tipo" más socorrido por el grupo de trabajo porque en él se
expresan con exactitud estos problemas (véase Gómez, 1988b;
Olvera, 1994a y 1994b). Regularmente, cuando sucede uno de
estos casos, lo primero que se ha puesto en cuestionamiento es si
las personas actuaron o no conforme a s u costumbre, argumen-
tando que el homicidio por brujería no es una sanción constante,
generalizada y reconocida como obligatoria puesto que en esa "x"
comunidad, que se tenga conocimiento, es la primera vez que ocu-
rre un caso de este tipo, porque los homicidas actuaron por s u
cuenta y porque no es cierto que el homicidio al brujo sea la san-
ción que invariablemente recibe cuando hace daño. Esta argumen-
tación es falsa, y no por ello h a dejado de ser usual entre los admi-
nistradores de justicia.
El hecho de que aparezca u n homicidio por brujería muy de vez
en vez se explica en función de que surja el brujo [para lo cual
existen indicadores), de que ocurra la acusación directa que haga
alguna persona calificada (un curandero, por ejemplo, o una auto-
ridad) y de que exista la amenaza -o el hecho- de u n daño
grave, mortal, en perjuicio de personas específicas o de toda u n a
comunidad. En general, las sanciones aplicadas a los brujos va-
rían según el daño que produzcan; van desde aquellas que se
manejan como control social informal hasta amonestaciones, cas-
tigos y, el más grave de todos, el homicidio. El culpable de causar
daño con brujería puede ser el mismo brujo, o bien, terceros que
contratan s u s servicios. A veces, la simple sospecha de haber sido
embrujado por alguien causa tal temor en las personas que toman
la justicia en s u s manos y actúan contra el responsable. Desde mi
punto de vista, el homicidio por brujería se convierte en pena de
muerte cuando las autoridades tradicionales califican el delito y
lo sancionan.
El caso "tipo", cuando es sancionado por las autoridades indíge-
n a s bajo pena de muerte, s e encuentra adernás constantemente
confrontado con los preceptos de los derechos fundamentales de
los Derechos Humanos y de la ley nacional." En el primer ordena-
miento jurídico, la figura 'pena de muerte' no existe; por el cont.ra-
rio, s e parte del principio del respeto a la vida de todas las perso-
nas, hayan cometido o no algún delito. Adicionalmente, en la ley
mexicana, causar daño con brujería no es delito -puesto que no
s e reconoce la existencia de brujos-, aunque el perjuicio haya
implicado la muerte del embrujado; más bien sucede que, si el
embrujado muere, se le trata como u n caso más de homicidio a u n
cuando "no se tenga claro" el motivo, o bien, si existe evidencia
(testimonio, confesión, careo o peritaje, por ejemplo), s e le trata
como atenuante por haber actuado con temor fundado.12
Existen otros casos, quizá no tan ejemplares como éste, que si
bien cumplen a cabalidad las características para ser considerados
como costumbre jurídica indígena, la mayoría de ellos no son nece-
sariamente prácticas en contrario sino diferentes, o bien, lo son y
se les deja seguir siendo puesto que no afectan los intereses ecorió-
micos inmediatos de la propiedad y del Estado, baluartes del dere-
cho positivo nacional vigente. Por ejemplo, constituyen campos de
conflicto con la ley nacional, algunas normas y procedimientos

l1 Si bien en el Código Militar de la ley nacional existe la pena de muerte, bajo


las causales de sedición y traición a la patria, dicha sanción está en desuso, así
que podría considerarse la pena de muerte como norma en contrario.
l2 El Código Penal para el Distrito Federal, en s u Artículo 15, Fracción V I , sena-
la que son circunstancias excluyentes de responsabilidad: "miedo grave o temor
fundado e irresistible de u n mal inminente y grave en bienes jurídicos propios o
ajenos, siempre que no exista otro medio practicable y menos perjudicial al alcance
del agente".
Introducción 3 1

indígenas tales como: casarse siendo menor de edad;13 heredar los


bienes sólo al primogénito varón14 o al m á s pequeño de los hijos, o
excluir a las mujeres d e la herencia; tener m á s de u n a esposa;
someter al inculpado a castigos corporales; imponer prisión a deu-
dores; tener detenida a u n a persona por m á s de setenta y dos - -
horas, sin cargos o sentencia; imponer penas con trabajos persona-
les no remunerados, o ser exhibido pGblicamente; celebrar juicios,
en el caso de las autoridades tradicionales, ingiriendo bebidas em-
briagantes; y consumir ciertas especies animales e n peligro de
extinción (caguama, venado).
Podría seguir enumerando tipos de comportamientos culturales
diferentes y opuestos a la ley nacional. pero baste decir que, a tra-
vés de la investigación bibliográfica que hemos realizado, observa-
mos que, por regla general, las autoridades tradicionales no aplican
s u s leyes e n los siguientes casos: cuando s e trata de "hechos de
sangrew,es decir, homicidio (salvo en los casos cuya causal sea la
brujería), y cuando s e refiere a la propiedad de la tierra, esto es, a
resoluciones sobre tenencia de la tierra (no a lesiones y hasta homi-
cidios que suelen presentarse con motivo del conflicto agrario).
Vistos de manera aislada, los comportamientos culturales entre
poblaciones indígenas pierden s u razón de ser, carecen de signifi-
cado: ¿por qué sobreviven los castigos corporales y los elementos
sobrenaturales como causales de delito entre los pueblos indige-
nas?, pregunta habitual para quienes s e enfrentan como litigantes
a este tipo de casos que s e ubican en lo que llamamos campos de
conilicto entre la ley nacional y la costumbre jurídica.

l3 El Código Civil establece que el matrimonio entre menores de edad debe ser auto-
rizado por los padres. En los datos etnográficos que hemos compilado, invariablemente
aparece como parte de la costumbre el consentimiento de los padres para el matrimonio,
pero éste no depende de la edad de los contrayentes, sino de que los novios observen
cierta conducta apropiada que denote su capacidad de ser responsables con este com-
promiso. Véase: Escalante Betancourt, 1994b; Escalante y Gutiérrez, 1994; Martínez
Coria, 1994a y 1994b; Ymes, 1994b.
l4 Segiin el Código Civil, la persona puede heredar a quien desee. Sin embargo,
la decisión también puede ser impugnada por quienes son considerados por la ley
como los sujetos de ese derecho. Lo que hemos encontrado a trzvés de nuestra in-
vestigación es que puede ser impugnada la herencia sobre norma general reconoci-
da. pero en la mayoría de los casos ésta no es la misma que la establecida en la ley
nacional.
32 Introducción

Evidentemente hay prejuicio cultural por parte de quienes juz-


gan la cultura indígena de esta manera, ya que, e n el mejor de los
casos, intentan hallar equivalencias entre normas de la ley india y
normas de la ley nacional; pero, en el peor de ellos, califican la
actuación d e los procesados indios como ignorantes d e la ley
nacional.
Quizá u n a forma de contribuir a aminorar tal discriminación
jurídica s e a el conocimiento íntegro d e las culturas indias. No
basta tipificar co~nportamientoscontrastantes entre ambos siste-
m a s normativos, ni mucho menos se trata de codificar la costum-
bre indígena; de hecho, la costumbre no puede ser codificada "por-
que ello supondría el conocimiento previo de cada uno de los casos
susceptibles d e regulación" (García Máynez, 1988: 49), lo cual,
aparte de ser u n a extensa y prolongada tarea, también podría ser
infinita debido al carácter vivo y cambiante de las culturas.15
Pero no sólo existe discriminación en la manera de observar los
campos de conflicto. Hay, además, u n interés por defender a ul-
tranza al Estado y s u s instituciones, al sistema politico y a los gru-
pos d e poder. Tal interés no es privativo de los grupos poderosos,
sino que h a sido aprendido e interiorizado por la sociedad civil en
s u conjunto, mismo que se expresa en discursos y acciones ideolo-
gizadas, como sucedió con la consulta para reformar el Artículo 40.
constitucional e n México, entre profesionales especializados en
asuntos indígenas, que tuvo lugar en diferentes foros celebrados
durante 1989, así como entre los diputados de todos los partidos.I6

l5Ha habido intentos de codificación de costumbre indígena que. a u n cuando


no se han presentado explícitamente como tales, tienden a serlo. Véase: Cordero,
1977, 1986 y 1992; Chase-Sardi, 1987, 1990 y 1992; Chase-Sardi. Brun y Enciso,
1990.
l6 Para tal fin, los colegios de antropólogos y la Escuela Nacional de Antropolo-
gía e Historia seleccionaron algunas de las ponencias para s u publicación (véase:
Foro de discusión ..., 1989). En esa oportunidad hubo opiniones tales como: "esto de
la reforma nos tomó tan de sorpresa a los antropólogos como al 'Tigre' de Santa J u -
lia" (maestro en Antropología): "¿qué esperan que hagamos los mestizos, que entre-
guemos la-antigua Tenochtitlán a los nahuas de hoy, y que nos quedemos sin nues-
tra ciudad de México?, La dónde quieren que nos vayamos? También somos de
aquí" (maestra en Antropología); "podemos estar de acuerdo en que ellos vivan como
quieran, que se les respete su autonomía; nada más que el Estado no los puede de-
jar asi como así, tiene que vigilar constantemente porque a lo mejor regresan a sus
Introducción 33

Corno se puede observar hasta aquí, la relación entre la cos-


tumbre jurídica indígena y la ley nacional plantea tres graves pro-
blemas: sistemas normativos diferentes, y a veces opuestos; desco-
nocimiento de la costumbre indígena y formas discriminatorias de
abordarla; creer que el reconocimiento de la costumbre jurídica
disminuye el poder del Estado. De allí que tanto Diego Iturralde
como Rodolfo Stavenhagen y Francisco Rallón propusieran como
alternativa establecer una nueva crítica al derecho, la cual permi-
tiera comprender que el derecho consuetudinario indígena es un
ordenamiento propio que puede ser reconocido como subsistema
jurídico dentro de u n Estado-nación, en el marco de la unidad
constitucional. Es decir, u n pluralismo jurídico.
Curiosamente, el temor a recoriocer la pluralidad jurídica basa-
do en el desmembramiento del Estado, o mejor dicho, del poder del
Estado, e s , desde mi punto de vista, u n temor infundado. Un
gobierno que actúe despóticamente con la sociedad a la que repre-
senta es mucho más vulnerable a los conflictos internos y externos
así como a la constante pérdida de poder. Este temor es, en resu-
midas cuentas, miedo a lo desconocido (diferencia cultural), a la
desestabilización del estado de cosas (ideología y poder) y, proba-
blemente también, producto de ignorancia o falta de imaginación
para diseñar nuevas estrategias de coexistencia múltiple (cultura,
religión, política).
Varios son los problemas prácticos y de investigación que se
desprenden de la atingencia que hay entre ley nacional y ley indí-
gena. Valdría la pena preguntarse, por ejemplo, hasta dónde es
cierto que la costumbre jurídica indígena prevalece gracias a la
fuerza interna del conjunto de actores que la mantienen viva, o se
trata, simplemente, de los efectos de la marginalidad en que han
estado los indígenas (Castillo, 1973: 64), o es consecuencia de ina-

prácticas antropófagas y eso no lo podemos permitir" (doctor e n Derecho). Por s u


parte, los diputados de todos los partidos tuvieron como primera reacción, casi ins-
tintiva, cerrar filas contra la propuesta de reforma bajo el argumento de que ella
contravenía el principio de igualdad jurídica expresado en la Carta Magna que, di-
cho sea de paso. valoraban como una de las grandes conquistas del derecho. Mien-
tras, en pasillos comentaban: "¿qué pretenden?, ¿desmembrar al Estado?" En este
sentido, la tarea de Gilberto López y Rivas a favor de la reforma en la Cániara fue
encomiable.
34 Introducción

cabados procesos de integración a la vida nacional o, incluso, de


intereses d e poder amalgamados en l a s r e g i 0 r . e ~indígenas e n
donde e s importante la participación del grupo niestizo. También
sería interesante conocer cómo se h a n dado, en lo particular, las
transformaciones normativas indígenas a través de las diferentes
etapas históricas, de tal suerte que s e puedan identificar los ele-
mentos genuinos y ajenos -finalmente readecuados y vueltos a
considerar propios o apropiados-, y conocer mejor el aspecto cul-
tural que determina lo jurldico (por ejemplo, en cuanto a la racio-
nalidad y los valores). O bien, poder distinguir, dentro del universo
de normatividades indígenas, cuándo s e trata de costumbre jurídi-
ca y cuando de ordenamiento jurídico o sistema.
E n cuanto a los aspectos prácticos me parece que, entre los
mas relevantes, estarían aquellos encarriinados a proponer estrate-
gias para resolver los campos de conflicto entre ambas leyes (india
y nacional), ya sea que s e traten de políticas o medidas legislati-
vas, de difusión de ambas leyes y de instrumentos para la defensa,
o de otras (Araoz, 1988).

Del material antologado


Nos planteamos como objetivo la elaboración de materiales d e
apoyo para abogados involucrados en actividades de asesoría, liti-
gio, investigación y docencia que requirieran conocimientos sobre
la costumbre jurídica indígena. De allí que nos hayamos abocado,
e n u n a primera etapa, a l acopio y sistematización de los datos
etnográficos que se h a n publicado sobre el tema.
Dada la enorme cantidad de publicaciones existentes en México
sobre grupos étnicos, optamos por iniciar con las colecciones del
INI debido a s u especialización, al menos, en asuntos indígenas. De
ellas, priorizamos l a s q u e contenían información descriptiva o
etnográfica propiamente dicha, y del periodo que abarca de la dé-
cada de los cuarentas a la de los ochentas. Al universo así defini-
do, no-aplicamos ningún otro criterio para seleccionar la bibliogra-
fía, puesto que no fue necesario, ya que era muy poca la informa-
ción sobre el tema. Hubo, no obstante, casos excepcionales, como
son los artículos que comprenden el primer capítulo de la antolo-
Introducción 35

gía; éstos los incluimos debido a que ayudan a centrar el problema


[ ~ a g d a l e n aGómez) o lo d e s a r r o l l a n e n s u proceso h i s t ó r i c o
(Aguirre Beltrán, Silvio Zavala y J o s é Miranda).
El lector encontrará que, salvo e n el primer capítulo, los dos
restantes cumplen en rigor el criterio de s e r etnográficos. En los
materiales del segundo capítulo se aborda el papel de las autorida-
des y, e n general, la forma de administrar justicia. A veces los
autores pudieron registrar algunos tipos d e delitos, sanciones y
casos en los que s e aplicó la justicia india, pero cabe decir que no
tuvieron como propósito investigar el asunto, sino que fue tratado
por ellos de manera tangencial: la exposición de casos es materia
del tercer y último capítulo.
Son particularmente interesantes los articulos cobre yaquis y
t a r a h u m a r a s , d e Carlos B a s a u r i , Alfonso Fabila y F r a n c i s c o
Plantarte, puesto que s e observa la estrecha relación entre justicia
y poder, derecho y política; en igual forma, destacan los materiales
sobre tzeltales y tzotziles, d e Aguirre B e l t r á n , Henri Favre y
William Holland, donde estas relaciones s e ven entrelazadas con el
sistema de creencias.
Como parte de e s a amalgama llamada normatividad, control
social o costumbre jurídica, e n donde s e h a n mezclado justicia,
poder, religión, derecho y política, César Huerta agrega la violencia
organizada entre los triquis.
Por sii parte, Manuel Gamio aporta registros, hoy considerados anti-
guos, sobre cierto tipo de comportamientos honorables, como el de
entregar la mitad del bigote en prenda de una palabra de compromiso.
La información estadística de Carlos Basauri sobre \.arios deli-
tos y sanciones, entre los que se encuentra el homicidio por bruje-
ría, así como los trabajos de Magdalena Gómez, Beatriz Escalante,
William Holland y Henri Favre constatan esta práctica generaliza-
da como parte de la costumbre jurídica indígena.
Hay también casos relevantes que, al igual que el homicidio por
brujería, develan costumbre e n contrario, al tiempo qiie \Tiolación
de derechos humanos, como el descrito por Robert Zingg entre los
huicholes, quienes u s a b a n el cepo como medio de presión para
confesar, o para que el delincuente purgara la pena.
En otros articulos, como el de Adams Dermis, podemos ob-
servar el papel que juegan l a envidia y el capricl-io como f ~ i e n t e
36 Introducción

de conflicto e n la posesión de bienes, mismo que e s reconocido


por las autoridades, e n este caso, zapotecos del valle.
Pero tal vez sea suficiente poder asomarse u n poco a la manera
en que se entablan los diálogos entre autoridad e inculpado, ver de
qué valores s e allegan para determinar u n a situación delictuosa y
cómo se delimita tanto el delito como el (o los) culpable(s);cuestio-
nes que Gary Gossen describe en u n pequeño texto sobre tzotziles.
Éstos y otros aspectos s e abordan a través del libro. Pero no
diré mas sobre la diversidad de situaciones y temáticas que el lec-
tor encontrará aquí, pues no pretendo que acepte mi interpreta-
ción, o la del equipo (la cual, por cierto, también es sólo controver-
sia), sobre los materiales. Mucho menos intento adelantar juicios
sobre u n a lectura que puede ser muy personal y amena.
-PANORAMA HISTORICO
Derecho consuetudinario indígena

~1 analizar la posición del orden jurídico existente e n las comuni-


d a d e s indígenas de n u e s t r o país, lo primero que debemos pre-
guntarnos e s s i existe u n derecho consuetudinario indígena. Si
partimos de la noción clásica del Estado-nación y d e s u corres-
pondiente orden constitucional, encontramos que éste s e estruc-
t u r a e n torno a l principio d e igualdad jurídica, s e g ú n el c u a l
todos s o m o s mexicanos. Por lo t a n t o , existe u n solo derecho
nacional y n o h a y lugar p a r a otro tipo de derechos, los de los
pueblos indígenas, por ejemplo.
Detrás d e e s t a concepcion prevalece la razón d e Estado, que
demandó al Estado-nación del siglo xrx la necesidad de la unidad
para construirse como tal. Los E s t a d o s nacionales e n América
Latina s e rigieron por el mismo principio. En aquel momento s e
negó de tajo la existencia d e lo diverso, representado por los pue-
blos indígenas. Han transcurrido varias décadas desde entonces,
pero éstos s e las h a n arreglado para sobrevivir y resistir la acción
estatal uniformadora.
No tiene caso abordar aquí el fenómeno histórico de la resistencia
y conservación de estos grupos, sólo planteamos que la preocupa-
ción sobre el derecho consuetudinario indígena s e d a de cara a u n a
realidad que persiste: la vigencia de n o m a s de control social en los
grupos indígenas al margen de lo contemplado por el orden jurídico
nacional. Basta acercarse a la sitwición que ellos viven cuando
entran e n contacto con las leyes nacic. ?les para observar la rotun-
da contradicción que existe entre s u s valores y los que tiende a pro-
teger dicho orden jurídico.
Si s e t r a t a de los trámites agrarios, los pueblos indígenas s e ven
sujetos a las arbitrarias demarcaciones de s u s límites territoriales,
que cuando n o los despojan, los dividen; así, es frecuente encon-
trar u n ejido que agrupó s i n m á s a dos pueblos, o u n pueblo que
40 Derecho consuetudinario indígena

se convirtió en ejido, desarticulando s u s estructuras tradicionales.


En los conflictos de orden penal, la situación del indígena es
grave. Se le acusa, procesa y juzga, en u n idioma que no entiende,
sobre hechos que en s u comunidad tienen valoraciones distintas.
La sanción que le aplica el derecho positivo mexicano tiende a de-
sarraigarlo de s u comunidad; no existe u n espacio donde la voz de
las autoridades tradicionales indigenas se escuche. Así, podríamos
recorrer las llamadas "ramas del derecho" encontrando la misma
situación excluyente de la realidad indígena. En cambio, en el
interior de estos grupos existe un sistema global de control social,
cuyas normas e s t á n imbricadas u n a s con otras y regulan, a l
mismo tiempo, las relaciones políticas, económicas y familiares,
sin necesidad de separar, en esferas concretas y sin relación entre
sí, los ámbitos de lo político, lo económico, lo jurídico civil o lo
jurídico penal. En la práctica de las comunidades, s u sistema nor-
mativo forma una unidad y ésta obtiene la legitimidad de su vigen-
cia en la acumulación sostenida de s u aplicación a través de un
largo tiempo. Al decir esto, no pretendemos afirmar que las comu-
nidades aplican las mismas normas que hace doscientos o tres-
cientos años: como todo grupo social, también han modificado s u s
normas para responder tanto a la variedad de intereses y contra-
dicciones que se mueven en su interior, como a la presencía y rela-
ción de los fuertes intereses impuestos por la sociedad nacional,
de la cual forman parte.
Los indígenas tienen s u propia organización, s u s autoridades,
s u s normas jurídicas, s u s sanciones, y sin embargo, todo ello ha
perdido fuerza y s u aplicación se limita a conflictos menores como
riñas, robos, faltas a los padres o a la autoridad, violación de nor-
mas comunitarias, entre otros. La integridad de la función que
antaño ejercían las autoridades tradicionales se ha visto disminui-
da por la implantación de las normas del Estado nacional, mismas
que niegan la existencia de las comunidades al reconocer única-
mente que sólo existen ciudadanos. Podemos observar que algunas
tradiciones indigenas siguen vigentes, pero son vistas como u n
mero folclor: s u s ceremonias en el nacimiento, matrimonio o muer-
te, no ocasionan u n conflicto directo con el derecho nacional.
Hemos visto que existe una cultura jurídica en las comunida-
des, por ello, aún se conservan espacios de aplicación de la legali-
Magdalena Gómez 4 1

dad indígena. Cuando h a y u n a situación d e conflicto que no invo-


lucra hechos d e sangre entre miembros d e la comunidad, s e acude
ante l a s autoridades tradicionales a presentar la queja. S e cita al
acusado y normalmente s e le enjuicia e n público, cuando s e reúne
el pueblo e n la asamblea doniinical. Aquí s e observa u n primer ele-
mento d e concepción sobre l a sanción distinto a l del derecho posi-
tivo. S e busca que el inculpado sufra como castigo la vergüenza de
haber sido visto e n falta por todo el pueblo.
Entre los indígenas sí se logra la justicia pronta y expedita que
establece la Constitución mexicana. Normalmente, los conflictos s e
abordan y resuelven e n u n a sesión; d u r a n t e ella s e discuten los
hechos, s e reconstruyen, interviniendo tanto la parte acusadora
como l a acusada. Los miembros de l a comunidad d a n s u testimo-
nio. Las autoridades tradicionales van orientando la discusión,
señalando el tipo d e valores que la comunidad quiere preservar.
Éste e s el ámbito donde s e ubica el conflicto y e n él s e definen las
resoluciones, l a s cuales s o n inapelables "porque ya s e discutió
bastante", suelen señalar l a s autoridades tradicionales.
Un elemento importante al dirimir los conflictos es el de fijar la
reparación del daño de manera que las partes queden reconcilia-
d a s y conformes con la misma. S e t r a t a de mantener la cohesión
e n la comunidad y de que aquello3 que incurren e n faltas s e corri-
jan. Caso distinto e s el efecto que produce la penalización del indí-
gena conforme al derecho positivo, pues s e convalida con ella la
ruptura del indígena con s u comunidad de origen.
Retomando la pregunta inicial, sobre la existencia de u n dere-
cho consuetudinario indígena, e s necesario reflexionar sobre los
supuestos implícitos e n tal denominación.
Para algunos estudiosos del derecho, resulta familiar concep-
tualizar u n sistema d e n o r m a s (que n o e s t á n codificadas ni por
tanto reconocidas por "el derecho") dentro del ámbito de "lo con-
suetudinario", a l cual reconocen como u n a fuente innegable de "el
derecho". E n estas valoraciones está implícita la idea del Estado
nacional que s e s u s t e n t a e n la unicidad cultural y, por ende, e n la
unicidad jurídica. Sólo existe u n derecho y é s t e e s el derecho
nacional. E s claro que l a expresión derecho consuetudinario pro-
viene del ámbito d e análisis de ciertas teorías jurídicas, que e n u n
enfoque positivista tienden m á s a describir los fenómenos que a.
42 Derecho consuetudinario indígena

promover u n a explicación que los cuestione. Sin embargo, hay


avances teóricos entre los juristas que tienden a ubicar el derecho
en el ámbito de l a problemática social global, Gurvitch destaca
entre ellos.
Por s u parte, los antropólogos h a n abordado en s u s investiga-
ciones algunos aspectos sobre el uso-social del derecho, o bien, las
normas de control social en los grupos indígenas; pero por lo gene-
r a l n o h a sido el t e m a c e n t r a l o prioritario d e s u s t r a b a j o s .
Destacan e n este último sentido, los aportes de Duane Metzger y
J a n e F. Collier, quienes h a n destacado de manera específica la
resolución de conflictos en Los Altos de Chiapas. Son por ello u n
material básico para conocer las contradicciones entre los ámbitos
de l a justicia tradicional indigena y la que aplica el derecho positi-
vo mexicano.
Ahora bien, abordar esta problemática plantea diversos proble-
m a s que procuraremos enunciar. Éstos son básicamente de orden
teórico o conceptual y de orden histórico o político.
Ya se ha constatado que no sólo en el caso de México. sino en
todos los países con grupos indígenas, éstos mantienen u n ámbito
de vigencia, si bien restringida, de s u s normas tradicionales de
control social. Dichas normas se aplican al lado de "el derecho",
cuando no lo contravienen (tal como h a sido aceptado desde las
Legislaciones de Indias hasta nuestros días en el Convenio 107 de
la OIT). El problema se plantea cuando las normas de control social
indigena "sí contravienen" la unicidad jurídica del Estado mexica-
no. ¿Con cuáles conceptos o categorías s e puede analizar dicha
realidad?
Ni los juristas ni los antropólogos tienen una clara respuesta.
Ésta debe construirse, y para ello, algunos juristas proponen que
se debe elaborar tina nueva teona general del derecho que rompa
con el esquema de la unicidad jurídica y ofrezca u n a explicación
que a s u m a y reconozca la existencia de grupos sociales diversos
como los indígenas, con s u s propios sistemas jurídicos, o "subsiste-
mas" como algunos los denominan. Los antropólogos, por s u parte,
d a n cuenta de la necesidad de explicar cómo operan esas normas
de control social en la vida cotidiana de los grupos indígenas.
Lo interesante del tema es que plantea u n momento de acerca-
miento entre la antropología y el derecho que permitirá impulsar y
Magdalena Gómez 43

desarrollar aportes concretos al ámbito de la llamada antropología


jurídica. El curso de estos análisis teóricos deberá seguir muy de
cerca y alimentarse de los rumbos que los grupos indígenas deci-
dan dar al problema.
- Aquí entramos a la arena de lo histórico-político. En nuestro
país, los grupos indígenas empiezan a plantear la específica reivin-
dicación del respeto a s u cultura jurídica interna, a s u capacidad
de negociación y resolución de conflictos. Han estado inmersos en
la dinámica de resistencia, muchas veces silenciosa, y en el recla-
mo de una de s u s necesidades más sentidas para existir como
pueblos: la lucha por mantener s u s tierras, espacio indispensable
para actuar como grupos sociales diversos.
No se trata de que los estudiosos del tema pretendamos definir,
por ejemplo, el rechazo categórico al reconocimiento legal del dere-
cho consuetudinario, o al uso de este término. Se trata de que los
propios grupos indígenas definan s u s ritmos, s u s etapas e incluso
s u s prioridades.
No dejamos de lado la preocupación sobre las repercusiones
que pued.e tener el que el Estado mexicano asuma coyunturalmen-
te la necesidad de reconocer a los grupos indígenas s u derecho a
administrar la justicia dentro de s u s comunidades. ¿Se puede
avanzar en este sentido, desde el Estado, sin que él mismo s e
plantee avanzar en el reconocimiento a la existencia constitucional
de los grupos indígenas?
¿Cómo compatibilizar la existencia de una sociedad pluriétnica
con u n sistema constitucional como el mexicano? Podría caerse en
el absurdo de plantear una "solución jurídica" alejada de las con-
diciones políticas y sociales que la alimentan.

El preso
Un hecho muy significativo que habla de la forma en que u n indí-
gena queda sujeto a las pautas que determinan s u propia cultura,
es el que me comentó el médico veterinario Alberto Aguilar, del
Centro Coordinador Indigenista de Zacapoaxtla, Puebla, quien
refiere que en u n a comunidad huichola de Nayarit, durante uno de
sus recorridos para promover una clínica de salud, encontró en la
44 Derecho consuetudinario indígena

vera del camino y sentado sobre u n a roca a u n indígena en actitud


sumisa, callada, impotente y hasta reflexiva, Al tratar de interro-
garlo, el médico y s u s acompaflantes por respuesta recibieron
silencio.
Aunque extrañados por el hecho, continuaron su camino y lle-
garon a la comunidad donde cumplieron s u cometido: a s u regre-
so, por la tarde, volvieron a ver al indígena que permanecía en la
misma actitud. Esto aumentó s u extrañeza.
Tal vez el hecho no habría tenido importancia si ocho días des-
pués, al trasladarse al mismo lugar, sobre la misma roca permane-
cía el mismo individuo, por lo que, bastante intrigado, al llegar a la
localidad el médico decidió preguntar por tan extraña presencia en
el camino. L a autoridad del lugar respondió con la mayor naturali-
dad del mundo: jah!, es el preso.
iSí, el preso! Sin policías, sin rejas, sometido sólo por la fuerza
de s u s valores, los que si son superiores o no, para ellos son moti-
vo de respeto e integración social, y para nosotros, ejemplo digno
d e aprenderse. (Presentado por el licenciado Hugo Ayala de l a
Coordinadora Estatal del INI en Puebla.)

"Derecho consuetudinario indígena",


ct- , W , TlÚITl. S,Pp.3-5.
k?tkXkW k l & ~ n ~
Política indigenista de la Corona
Siluio Zavala y José Miranda

La nobleza indígena. Su función y régimen en la Colonia


La nobleza indígena sobrevivió a la Conquista; caciques y principa-
les fueron conservados, aunque s u s funciones quedaron muy re-
ducidas al acomodarlas a la organización social y política estable-
cida por los españoles.
No fue quizá tanto la idea de respetar los usos y costumbres de
los naturales cuanto la necesidad de disponer de autoridades
intermediarias que se entecdieran fácilmente con los indios, lo que
inclinó a los jefes hispanos a mantener las instituciones nobilia-
rias de los indígenas.
Ya en los primeros tratos entre indios y españoles, los caciques
aparecen representando a s u s vasallos; después, fueron punto obli-
gado de referencia para los repartimientos, los tributos, etcétera, e
indispensable enlace o conexión entre los dos sistemas, el introdu-
cido y el vernáculo. Emplear a los caciques y principales como
intennediarios fue idea que la realidad alumbró de inmediato en la
mente de los conquistadores y los reyes. Como los españoles no
podían gobernar directamente a los indios por desconocimiento
absoluto del idioma y del medio social indígena, los gobernaron
indirectamente, a través de la nobleza gubernamental, conservan-
do, por consiguiente, a los caciques y principales como autoridades
subordinadas a las españolas para ese cometido. Y naturalmente,
hubieron de reservarles en alguna medida la situación social que
antes tenían y que era la base de la autoridad que ejercían.
A los caciques, e n u n principio, s e les confiaron funciones
gubernativas, judiciales, fiscales, etcétera: eran, a la vez, goberna-
dores, jueces, recaudadores de los tributos y gestores del servicio
personal. En esas funciones los auxiliaban los principales, a cuyo
cargo estaban los barrios y l a s estancias que dependían de la
46 Política indigenista d e la Corona

cabecera en que residía el cacique. Pero al ser introducido (hacia


mediados del siglo xv~)el régimen municipal europeo en los pue-
blos indígenas, los gobernadores y los alcaldes asumieron las fun-
ciones gubernativas y judiciales, quedándoles a los caciques sólo
el cuidado de recaudar los tributos -aunque no siempre- y el de
gestionar todo lo relativo al cumplimiento del servicio personal.
Aunque mermadas s u s atribuciones, los caciques y principales
siguieron teniendo gran influjo en el gobierno de s u s comunidades,
pues como los usufructuarios de los cargos rectores se reclutaban
por lo general -directa o indirectamente- entre la nobleza indíge-
na; el mando, a fin de cuentas, no solía salir de s u s manos.
En la sucesión del título de cacique hubo después de la Con-
quista gran confusión, que fue motivada por las guerras y la inter-
vención de los españoles -encomenderos y eclesiásticos- en el
gobierno de los pueblos indígenas. Mendoza dice que unos tenían
los cacicazgos por herencia de s u s padres o abuelos; otros por
nombramiento de Moctezuma, que los había puesto como calpis-
ques en ciertos pueblos; otros, por elección de los pueblos; otros,
por nombramiento de los encomenderos; y otros, en fin, por nom-
bramiento de los religiosos.
Para acabar con la confusión reinante, la Corona pidió informa-
ción sobre la forma y orden de nombrar a los caciques, y dictó des-
pués u n a serie de normas para reglamentar la sucesión y terminar
con l a s usurpaciones. Dispuso, e n primer término, que la
Audiencia hiciese justicia a quienes pretendiesen tener derecho a
la sucesión, y constándole que si alguna persona estuviese despo-
jada injustamente de s u cacicazgo, se lo hiciese restituir, proce-
diendo del mismo modo si algunos pueblos hubieren sido privados
del derecho a elegir cacique. Y ordenó, en segundo término, que en
la sucesión de los cacicazgos se siguiese la costumbre.
Y así se observó en la Nueva España, si bien conforme a u n pro-
cedimiento que no figuraba en la ley, y que, en s u s líneas genera-
les, fue como sigue: vacante u n cacicazgo, la persona que se creía
con derecho a heredarlo pedía al virrey que declarase correspon-
derle, y esta autoridad abría información en el pueblo de que s e
t-ratara sobre si el pretendiente era en efecto la persona llamada a
suceder al cacique fallecido. El mandamiento del virrey, para que
se practicase la averiguación, decía así -en extracto--: "al corregi-
Silvio Zavala y José Miranda 47

dar o alcalde mayor del pueblo 'A', para que citado el común del
pueblo averigüe si don 'B' e s cacique y señor de él, y si lo fueron
s u s padres [...] y me informe con parecer jurado, para promover lo
conveniente". Si la información era favorable al peticionario, el
virrey lo declaraba heredero, aunque se hubieran presentado con-
tradictores, y comenzaba inmediatamente a ejercer s u s funciones.
Pero si alguno o algunos querían discutirle s u derecho, la declara-
ción del virrey no era óbice para que el asunto de la sucesión se
convirtiera en contencioso y s e ventilara, como ordenaba la ley,
ante la Audiencia.
¿Cuáles fueron las formas consuetudinarias aplicadas en la su-
cesión de los cacicazgos? La principal o dominante fue la de la he-
rencia en la línea directa y, a falta de ésta, e n la colateral, por
orden de edad y con preferencia de los varones sobre las mujeres
en cada línea, y de los aptos sobre los ineptos. Pero, junto a ella,
hubo muchas otras formas. Una, no rara, fue la de la elección: en
Teozacoalco, según una orden expedida por Mendoza eri 1542, el
cacique era elegido por los principales y naturales; y también en
Ocopetlayuca, conforme a otro mandamiento del mismo virrey y
del mismo año, elegían al cacique "los indios de una conformidad".
Otra forma, muy especial, fue la de Tilantongo, donde el cacique
que carecía de herederos en la línea directa podía designar a la
persona que había de sucederle entre los caciques y principales de
dicho pueblo. Al menor no s e le excluía de la sucesión; pero el vi-
rrey le nombraba coadjutor para que ejerciera s u s funciones hasta
que llegara a la mayoría de edad.
Los principalazgos perdieron importancia desde que los caci-
ques fueron privados de s u s funciones gubernativas. A partir de
entonces apenas percibieron retribución alguna; a lo sumo, una
pequeña cantidad de maíz que se les fija en el reparto de las so-
bras de tributos o de los fondos de comunidad. En los siglos XVII y
XVIII siguió hablándose de ellos, pero sólo para referirse a u n a s
personas que h a n heredado u n a calidad, la nobiliaria, que casi no
les da otro derecho que el de acceso a los cargos de consejo allí
donde se exigía dicha calidad para poder ser elegido.
La institución del principalazgo sirvió para distinguir a la nueva
aristocracia gubernamental y elevarla de rango, pues en muchos
pueblos indígenas s e d a el título de principales a los ex gobernado-
48 Política indigenista de la Corona

res, ex alcaldes y ex regidores procedentes del estado llano. La dis-


tinción que en Tlaxcala se hace entre principales del libro y ejecu-
. t o r i o ~debe responder a l a diferencia d e origen: la sangre o el
cargo.
Los caciques tuvieron bastantes y no desdeñables privilegios y
derechos. He aquí algunos de los más importantes: percibir u n tri-
buto, que tasaba la Audiencia; conservar s u s antiguos patrimonios
territoriales y recibir mercedes de tierras individualmente como los
españoles; tener fuero especial, s u tribunal era la Audiencia y no
podían ser aprehendidos por los jueces ordinarios, salvo por delito
grave y enviando inmediatamente información a dicho cuerpo judi-
cial; estar exentos del tributo y del servicio personal; oficiar direc-
tamente a las autoridades y al monarca.
Los virreyes solieron encomendar a los caciques y principales
ciertas gestiones especiales de gobierno relativas a los indios; ver-
bigracia: comisiones para resolver diferencias surgidas entre pue-
blos por cuestiones de límites, posesión de tierras, relaciones entre
sujetos y cabeceras; o la práctica de diligencias para la instrucción
de juicios de residencia a las autoridades indígenas; o comisiones de
índole judicial, como por ejemplo, la de ir con vara de justicia a de-
terminado lugar para realizar cierta averiguación sobre revueltas o
incidencias en que estuvieran mezclados los indios.

Fuentes del derecho indígena


La legislación real o central. Esta legislación recoge y ratifica, por lo
general, las disposiciones con que el virrey y la Audiencia van arbi-
trando solución a los problemas vivos de la Colonia, y da a veces
respuesta a las quejas y peticiones de los grupos interesados -reli-
giosos, españoles, indios, etcétera. La legislación central se nos
aparece como el resultado de una pugna sobre puntos de la reali-
dad (conflictos, exigencias o necesidades de grupos, etcétera), pug-
na que generalmente resuelven en primer término las autoridades
superiores de la Colonia (virreyes y Audiencias), y luego, en defini-
tiva, la Corona, corroborando o rectificando las determinacioiles de
aquéllas con la vista puesta en los principios de la política colo~iial
(que tampoco las referidas autoridades dejaran de tener presen-
Silvio Zavala y José Miranda 49

tes), y oyendo las informaciones, representaciones y quejas de los


gobernados.
La reglamentación colonial dictada por el virrey o por la
Audiencia, o por ambos, para la aplicación y ejecución de las leyes
reales, o para llenar las lagunas dejadas por éstas. Tal reglamenta-
ción fue extensísima, y a ella hay que atenerse principalmente
cuando s e quiere conocer la verdadera realidad jurídica de l a
Colonia.
La jurisprudencia d e los tribunales (Consejo de Indias y
Audiencias). Por lo que se refiere al derecho indígena, tuvo sumo
valor como fuente la jurisprudencia del Juzgado General de Indios,
en cuyos fallos puede recogerse la interpretación dada a las leyes y
a los reglamentos u ordenanzas relativos a los naturales.
Las antiguas costumbres indígenas, mandadas observar por la
Real Corona el 6 de agosto de 1555, siempre que no fuesen contra-
rias a la religión ni a las leyes. Dichas costumbres fueron tenidas
en cuenta para el régimen de una gran parte de la vida indígena.
Casi siempre aparecen u n tanto deformadas la adaptación de
que fueron objeto para despojarlas de lo que contradijese a la reli-
gión y a las leyes, o simplemente para ponerlas en consonancia
con las formas y reglas sociales españolas.
Las nuevas costumbres y prácticas indígenas, conforme a dere-
cho escrito o supletorias de él, e incluso a veces contrarias a él, fue-
ron bastante abundantes. Muchas de las que parecen costumbres
antiguas son de nueva formación, nacidas no pocas a espaldas de
las autoridades, que frecuentemente las reconocen. Suele haber,
desde luego, relación entre las antiguas y las nuevas costumbres,
pues s e olfatea bastante a menudo la presencia de partes o ele-
mentos de aquéllas en éstas. Tal ocurre -así nos parece al me-
nos- con las nuevas costumbres que surgieron para la regulación
de las elecciones de gobernadores y magistrados municipales.

Status jurídico del indígena


Tuvo el indígena u n status jurídico especial. En principio, era
idéntico al de los españoles, pues los indios fueron considerados,
al igual que éstos, como vasallos libres de la Corona; los caciques
50' Política indigenista d e la Corona

tenían el status jurídico de los nobles hijosdalgo de Castilla, y los


macehuales, el de los vasallos limpios de sangre llamados del esta-
do general o llano.
Pero a causa de s u situación real -a la diferencia de civiliza-
ción- se les equiparó jurídicamente con u n a categoría especial de
españoles, la de los rústicos y miserables, y se les sometió, como a
éstos, a u n régimen de tutela y protección, por suponerse que la
igualdad en la relación con los ciudadanos comunes -los españo-
les- y a u n con los que no eran -las castas- sólo les traería per-
juicios.
No s e crea, sin embargo, que tal situación especial tuvo sólo
dicha razón; fue motivada también por la prevención contra ellos, de
la que son exponente estas medidas de precaución: que no tengan
caballos con silla y freno, ni armas, ni vistan traje de español, etcé-
tera; y asimismo, por el deseo de retener en manos de los peninsula-
res y criollos la dirección espiritual y material de la Colonia, deseo al
que obedecen las diferencias en materia económica, educativa,
gubernativa, etcétera. Manifestación del expresado deseo fue tam-
bién la tendencia que tuvieron siempre, o casi siempre, las autorida-
des españolas a reducir los derechos concedidos a los indios por las
leyes, o a interpretar en sentido restrictivo las disposiciones que los
favorecían. Debido a ello, los monarcas se vieron obligados a reiterar
frecuentemente esas disposiciones o a reclamar de las autoridades
s u cumplimiento. La lucha de la Corona para conseguir que se apli-
caran en s u s debidos términos las cédulas del servicio personal son
buena prueba de lo que decimos.
Status jurídicos dgerentes entre los indígenas. Entre los indíge-
n a s hubo status jurídicos diferentes, ora por razón del pueblo a
que pertenecían, ora de la clase. Por razón del pueblo a que perte-
necían, se hallaron en u n nivel jurídico superior a los demás los
habitantes de las naciones indígenas a las que se concedieron cier-
tos privilegios. ¿Cuáles fueron aquellas naciones y estos privile-
gios? La Recopilación de Indias sólo señala a Tlaxcala y Coatza-
coalcos como naciones que en la Nueva España gozaron de ciertos
privilegios; pero no faltaron en nuestro suelo otros pueblos indíge-
n a s que alegaran haberles sido concedidos privilegios: México, por
ejemplo.
Mas si bien se mira, y con esto comenzamos a contestar a la
Silvio Zavala y José Miianda 5 1

segunda parte de la pregunta que nos hemos hecho, sólo Tlaxcala


gozó v e r d a d e r a m e n t e d e a l g u n o s p r i v i l e g i o s , p u e s l o s d e
~ ~ ~ t z a c o a no l c aparecen
o~ por ninguna parte (los documentos n o
hacen ninguna referencia a ellos), y los de México, limitados al tri-
buto, Y que quizá tuvieron como fundamento concesiones o prome-
s a s de Cortés, jamás fueron reconocidos por la Corona.
Por otra parte, los decantados privilegios de Tlaxcala s e reduje-
ron a poco. De los q u e cita la Recopilación de Indias, únicamente
el de no prestar s u s vecinos el servicio personal fuera del distrito
propio tuvo verdadero valor y exclusividad. Los d e m á s (escribir
directamente a l rey, ser e s t a provincia gobernada sólo por indios
naturales de la provincia, conservar s u s antiguas costumbres y
deber s u s hijos s e r honrados y favorecidos por los virreyes), o fue-
ron privilegios s i n t r a s c e n d e n c i a o m u y m a g r o s a c a u s a d e l a
forma restrictiva e n que s e les interpretó. Por u n privilegio mucho
m á s sustancioso lucharon los tlaxcaltecas largo tiempo, y fue el de
no pagar tributo o pagarlo e n pequeña cantidad. Tal privilegio s e
basó, por ello, e n u n a promesa de Cortés y e n la baja tasación tri-
butaria que de la provincia hizo el virrey Mendoza e n 1538, tenien-
do p r e s e n t e s l o s servicios p r e s t a d o s p o r l o s t l a x c a l t e c a s a l a
monarquía española. Mas la pretensión de Tlaxcala para que s e le
sostuviera ese privilegio n o fue aceptada posteriormente por l a s
autoridades coloniales ni por los soberanos, y dicha región quedó
sometida al régimen tributario común. Los tlaxcaltecas, s i n embar-
go, siguieron considerándolo como algo que les e r a debido y lo rei-
vindicaron continuamente, presentando ante la Corona "contradic-
ciones fundadas e n s u s servicios".
A fines d e la dominación española, e n 1793, s e concedió u n
nuevo privilegio a Tlaxcala, a u n q u e reducido a s u capital, el de n o
pagar derecho por la venta del pulque.

La tutela y la protección
Ya dijimos que los indígenas, debido a s u situación real -de infe-
rioridad- e n el nuevo medio (la sociedad colonial), fueron someti-
dos a u n régimen d e tutela y protección, régimen que fue pensado
y planeado n o sólo para defender al indio contra los a b u s o s de los
52 Politica indigenista de la Corona

españoles, las autoridades, los clérigos, etcétera, sino -y quizá


principalmente- para irlo elevando hasta el nivel de los súbditos
ordinarios.
No nos toca a nosotros ocuparnos de las líneas generales de la po-
lítica tutelar de la Corona, sino únicamente del mecanismo de la
protección, de las normas y órganos en que ésta fraguó.

Las normas
Las normas de protección fueron infinitas. S u número dependió de
los abusos, cuya relación exigiría larguísimo espacio; contra cada
abuso denunciado con más o menos reiteración a los monarcas, s e
forjaba por éstos uno o varios escudos, una o varias normas pro-
tectoras. y como los abusos se irían extendiendo paulatinamente a
nuevos campos y colocándose entre las brechas del valladar defen-
sor, al cabo de los tres siglos de dominación las piezas legales del
aparato protector constituirían u n enorme y abigarrado mosaico,
del q u e sólo u n a p a r t e h a tenido cabida e n la Recopilación de
Indias.
Está de m a s citar aquí normas de protección, ni siquiera como
ejemplo, porque las m á s importantes, que son las que pudieran in-
teresarnos, salen a relucir -y algunas, más de u n a vez- en dife-
rentes partes de este trabajo. Sólo es de señalar que las de más
trascendencia para los indios fueron las que se refieren a la pro-
piedad, a la contratación y al trabajo.

Los órganos
La defensa de los indios era función encomendada por las leyes a
todas las autoridades generales u ordinarias: virreyes, gobernado-
res, audiencias, corregidores y alcaldes mayores. Pero como los
monarcas vieran que el amparo de los naturales por los órganos
generales de la Colonia era insuficiente o débil, creyeron necesario
reforzarlo instituyendo u n a magistratura especia1.0 exclusiva para
dicho amparo; y dieron el nombre de protectores a las personas
encargadas de tal magistratura.
Pusiéronse en u n principio m u c h a s esperanzas en estos car-
gos, para los que fueron elegidos sujetos de gran celo y pureza de
vida, pertenecientes por lo general a las a l t a s filas del cuerpo
eclesiástico.
Silvio Zavala y José Miranda 5 3

A México s e envió, como primer protector de los indios, a la vez


que como primer obispo, al padre Zumárraga. Estuvo revestido
éste de los siguientes poderes: el de nombrar delegados, el de ~ r i s i -
t a r y practicar pesquisas e informaciones (ni los corregidores y
alcaldes mayores quedaban exentos de é s t a s , pero el castigo de
dichos magistrados correspondía a la Audiencia), el de prender a
las personas incursas e n penas corporales y de privación de indios
(el proceso y el fallo incumbían a la Audiencia), y el de imponer
penas pecuniarias.
El obispo Zumarraga puso sumo celo e n el desempeño de s u
misión; pero la primera Audiencia le ató las manos anulando casi
todas s u s providencias y oponiéndose a s u s actuaciones.
Perseveró, sin embargo, el obispo e n s u labor, y u n a vez removidos
el y los oidores, pudo, durante la segunda Audiencia
(que vino animada de los mejores deseos en cuanto al amparo de
los indios), consagrarse algún tiempo a atacar abusos y atropellos.
Mas como el nuevo tribunal tuvo que dedicarse por expreso man-
dato real a combatir lo mismo que combatía Zumárraga, las dos
autoridades s e hallaron pronto en u n conflicto que el soberano, a
petición d e la Audiencia, zanjó a favor d e é s t a suprimiendo e n
1533 la protectoría de la Nueva España. Para conocer y perseguir
los abusos contra los lejanos indios de México, el monarca encar-
gaba a los oidores que visitasen por turno l a tierra, acompañados
de dos religiosos. No obstante dicha decisión real, el obispo de
Oaxaca fue nombrado, e n 1542, protector de los indios de s u dió-
cesis.
Y así s e siguió hasta 1589, año en que s e vuelve a t r á s a u n q u e
con sentido diferente: habrá de nuevo protectores, pero ahora bajo
la dependencia del virrey o de los gobernadores, a quienes s e con-
fiará también s u designación. Conforme al nuevo ordenamiento, la
función de los protectores quedó reducida a conocer y averiguar
cómo eran tratados los indios para informar sobre el particular'al
virrey o a los gobernadores y, a través de ellos, a l Consejo d e
Indias.
Después-, e n el siglo X I ~ I I I ,el sistema de l a s protectorías tomó
nuevo sesgo. Hízosele radicar, como centro y como dependencia de
las autoridades superiores, e n u n a nueva magistratura creada den-
tro de la Audiencia, la del protector fiscal, que fue pronto refundida
54 Política indigenista d e la Corona

con la de fiscal de lo criminal; y de este magistrado dependieron,


también en cuanto a nombramiento, los protectores de los distritos
o pueblos, a los que s e puso el añadido de partidarios. En las regio-
nes del norte amenazadas por los indios insumisos, estos oficiales
recibieron el nombre de capitanes protectores de frontera.
Además de los citados funcionarios encargados de la protección
general, hubo e n l a Nueva España numerosos alguaciles con el
cometido específico de amparar a los indios particularmente: en
u n lugar, en u n a actividad, etcétera. La capital, por ejemplo, cono-
ció varios de tales alguaciles: el alguacil amparador de los indios
de Santiago Tlatelolco; el alguacil amparador de los indios que tra-
taban en los tianguis; el alguacil amparador de los indios que ve-
nían a vender fruta a la ciudad, etcétera.

La justicia
Respecto de los indios, la administración de justicia ofreció, dentro
del orden judicial indiano, organización y formas peculiares: giró prin-
cipalmente en torno de u n juzgado especial -el Juzgado General de
Indios-, careció casi de formalidades y fue sostenida mediante u n
fondo que alimentaban con u n a aportación igual todos los indios
tributarios del reino.
En el sistema judicial para los indígenas cabe distinguir dos
sectores: el de la justicia administrada por autoridades propias, es
decir, indígenas, y el de la justicia administrada por autoridades
españolas.

El sector jurisdiccional indígena


Limitóse al nivel inferior de la justicia criminal y civil: pequeños de-
litos, determinados por la pena, unos cuantos azotes, y pleitos don-
de se ventilaban asuntos de poca monta. La administración de jus-
ticia e n este plano era igual aproximadamente a la confiada a los
alcaldes ordi~lariosen los consejos españoles. En los pueblos de
indios pusose al principio esa administración de justicia en manos
de los caciques; pero desde mediados del siglo xvr, al darse a la
organización municipal indígena u n a planta casi igual a la españo-
la, trasladóse a los gobernadores y a los alcaldes ordinarios de los
Silvio Zavala y José Illiranda. 55

consejos indígenas la función judicial de que se inl~istieraantes a


10s caciques. LOS alcaldes ordinarios, órganos judiciales especifi-
C W , eran cadañeros, esto e s , s e renovaban todos los a ñ o s , al
mismo tiempo que 10s demás magistrados del consejo, y llevaban
como distintivo, al igual que el gobernador, u n bastón borlado, la
llamada vara de justicia. Del mism-o modo que en los pueblos
el cabildo indígena podía conocer en apelación de las
sentencias dictadas en algunos asuntos por el gobernador o los
&aldes ordinarios.

~1 sector jurisdiccional español


Este sector cubría el nivel superior de la justicia indigena, y en él
había la siguiente jerarquía de órganos: los corregidores o alcaldes
mayores y el Juzgado General de Indios, en u n primer grado, la
Audiencia, en u n segundo grado, y el Consejo de Indias, en u n ter-
cero o último grado.
La jurisdicción de primera instancia en lo civil y lo criminal, es
decir, el primer grado de la jurisdicción española, fue compartida
por los corregidores o alcaldes mayores, magistrados con distinto
nombre pero igual competencia, y el Juzgado General de Indios.
Aquellos funcionarios, sobre todo los corregidores, comenzaron
a ejercer la jurisdicción sobre los indígenas casi desde u n princi-
pio, pues s u establecimiento fue hecho por la primera Audiencia
siguiendo instrucciones del rey. Sin embargo, como los corregido-
res (llamados "de indios" e n los primeros tiempos) fueron estableci-
dos inicialmente sólo para regir los pueblos indígenas puestos en
cabeza real, y s u jurisdicción no s e extendería después sino paula-
tinamente a los pueblos de encomenderos, diose el caso de que
durante cierta parte del siglo XVI (tres o ciiatro de s u s décadas
medias) la Audiencia tuviera que conocer en primera instancia los
asuntos civiles y criminales de los indios no incluidos a ú n e n la
jurisdicción de algún corregidor.
La mayor parte de los corregidores no ejercieron la justicia por
si, pues al no ser juristas titulados hubieron de abandonar dicho
ejercicio a-los asesores letrados que conforme a la ley debían asis-
tirlos en tal menester.
El Juzgado General de Indios fue u n a pieza principal del siste-
ma indiano creada, como otras muchas, más por obra de las cir-
56 Polbtica indigenista de la Corona

cunstancias que por el pensamiento y la voluntad del legislador.


S u importancia nos obliga a estudiarlo con algún detenimiento.
Nace, de hecho, como desarrollo de la facultad gubernativa de
los primeros virreyes, dirigida en buena parte por expreso mandato
real, a la protección y tutela de los indios, y también como resulta-
do del empeiio con que éstos lavaban s u s agravios, pleitos y dife-
rencias ante el jefe superior de la Colonia, sabedores de cuán par-
cial era la justicia de los corregidores, y cuán tardía e inclinada en
algunos momentos a los encomenderos, la de la Audiencia. Dejó10
y a m u y construido -de hecho, claro está- el virrey Mendoza,
quien nos dice en la instrucción a s u sucesor que él acostumbró
oír siempre a los indios, y la orden que en ello había tenido era
que los lunes y jueves en la mañana los intérpretes de la Audien-
cia traían ante s u persona a todos los que venían a negocios, y es-
cuchábalos e n las cosas que podía despachar e n seguida; si eran
asuntos de s u incumbencia, los proveía luego, y si de justicia, re-
mitíalos a uno de los oidores para que los tratase y averiguase con
s u s compañeros.
D a la impresión lo expuesto por Mendoza q u e él despachó
exclusivamente los negocios de gobierno y dejó a la Audiencia los
de justicia. Sin embargo, cuando se estudian los documentos de
s u época, se observa que no fue así: que dicho virrey procuraba
resolver todos los asuntos que le presentaban los indios cualquiera
que fuese s u naturaleza, a lo cual, por lo demás, no podía ponerse
reparo alguno, ya que la distinción entre asuntos de gobierno y de
justicia, n a d a clara, por cierto, correspondía hacerla a1 mismo
virrey. Y como, por otra parte, los indios preferían la decisión rápi-
d a y expeditiva del cabeza de la Colonia a la lenta y sentada de la
Audiencia, tarnbién ellos fueron empujando al virrey a intervenir
cada vez más en el arreglo de s u s negocios.
El caso es que, desde Mendoza, los virreyes mexicanos recibie-
ron e n audiencias regulares a los indios, cuyos asuntos gubernati-
vos o judiciales resolvían de manera simple y sumaria, ordenando,
cuando era necesario, la práctica de diligencias y averiguaciones; y
el c a s o - e s también q u e los indios afluían e n número cada vez
mayor a esas audiencias y utilizaban menos la vía indicada para la
resolucióri de s u s negocios judiciales, que era la de las justicias
provinciales -corregidores y alcaldes mayores- y la del tribunal
Silvio Zavala y José Miranda 57

central, o Audiencia. Daba esto lugar, naturalmente, a u n a si-


tuación muy irregular, pues s e vivía en plena confusión de com-
petencia, y ello producía continuos conflictos entre el virrey y el
alto tribunal, y frecuentes daños a los indios.
El monarca, enterado de lo que ocurría, quiso acabar con el
desorden -hacer cesar "las dichas dificultades y diferencias entre
10s dichos virrey y Audiencia en razón de casos de corte en prime-
ra instanciaw-, sin dejar de beneficiar a los indios -procurando
"encaminar el breve y buen despacho de los negocios tocantes a
10s dichos indiosw-, para lo cual convirtió en derecho lo que venía
teniendo u n a existencia de hecho: dispuso por Real Cédula de
1591 que en adelante el virrey pudiese conocer e n primera instan-
cia de los pleitos que s e ofrecieren entre los indios, unos con otros
y también entre los españoles e indios en que éstos fuesen reos; la
apelación a la segunda instancia le fue reservada a la Audiencia.
Inmediatamente recibida dicha facultad, el virrey nombró u n ase-
sor letrado para que le asistiese en los casos y negocios de jtisticia,
y le diese s u parecer, para que con él los fallase conforme derecho.
En 1605 y 1606, por s e n d a s cédulas reales, s e reconocía como
"muy conveniente y necesario el Juzgado General de Indios, de Mé-
xico, para el buen gobierno y breve despacho de s u s negocios", y
s e añadía a lo ya ordenado que s u s gastos s e cubrieran con la con-
tribución del medio real de ministros, y que el virrey eligiera como
asesor del Juzgado a u n oidor o alcalde del crimen.
A partir de s u legalización, el Juzgado General de Indios des-
cansará principalmente sobre los hombros del asesor y de u n gran
número de empleados, entre los que s e distribuía u n a buena parte
de la s u m a (alrededor de cuarenta mil pesos, en 1603) producida
por la contribución del medio real; asesor y empleados a los cuales
fue a b a n d o n a d a por casi todos los virreyes l a función que con
tanto celo ejercieron Mendoza y el primero de los Velasco. Y ya
burocrati.zado, va adoptando cada vez más las formas y procedi-
mientos judiciales corrientes, revistiérrdose de la rutina curialesca,
de manera que a fines del siglo XVIII s e parecerá más a cualquier
otro juzgado que a aquel de que procedía: los indios difícilmente
llegarían a s u juez, por interponerse entre ellos y él numerosos
funcionarios -relatores, escribanos, solicitadores, intérpretes,
ministros ejecutores-, que eran los que s e entendían con los indí-
58 Política indigenista d e la Corona

genas -les hacían los escritos y practicaban las diligencias dentro


del Juzgado-, llegando sólo al asesor los extractos o resúmenes
que le servían para preparar los dictámenes, a los cuales siempre
se conformaba el virrey y tendrían por ello el valor de verdaderas sen-
tencias. Había, pues, desaparecido prácticamente el procedimiento
oral y quedado cortada, casi por completo, la relación directa entre
los indios y el juez, procedimiento oral y relación directa que fue-
ron considerados como las principales virtudes del primitivo Juz-
gado General.
La competencia, en primera instancia, del Juzgado General, no
anulaba o excluía la de los corregidores o alcaldes mayores, pues
eran dos competencias coexistentes: los indios podían acudir en
primera instancia ante el Juzgado General o ante s u corregidor o
alcalde mayor.
Desde que el Juzgado General tomó el referido sesgo, elevaronse
contra él quejas y protestas: se dijo que movía a los indios a venir
a México, a veces desde muy lejos [de más de quinientas leguas),
"consumiendo s u s haciendas y a u n las vidas"; que s u funciona-
miento era lento y detenía a los pleiteantes mucho tiempo en la
capital; que resultaba sumamente gravoso para los naturales por-
que a los oficiales se les pagaba grandes salarios.. . Pero el Juzgado
salió indemne de las críticas que se le dirigieron y fue considerado
en general como u n a institución beneficiosa y eficaz.
La revisión de los fallos de los corregidores o alcaldes mayores y
del Juzgado General, es decir, la segunda instancia, en el sector
jurisdiccional español, incumbía a la Audiencia. A ésta competía,
además, el conocimiento en primera y segunda instancias de las
causas y pleitos de los caciques.
Y en los asuntos de mucha entidad, aún quedaba a los indios
u n a instancia más, el recurso o la apelacion ante el Consejo de
Indias, una sección del cual actuaba como tribunal supremo de ul-
tramar. El paso de los negocios judiciales de los indígenas a
España, mediante la apelacion al Consejo, fue restringido paulati-
namente; en el siglo XVIII eran pocos los casos en que se admitía el
recurso ante él.
Silvio Zavala y José Miranda 59

La asistencia a los naturales en sus negocios judiciales.


Abogados y procuradores de indios
Dada la pobreza de los indígenas y s u desconocimiento de las leyes,
difícil era que pudiesen alcanzar justicia, de no ser asistidos gratui-
tamente por peritos en derecho que guiasen s u s pasos en juzgados
y tribunales. Percatada de esto, la Corona dispuso en 1541 que el
virrey nombrase persona que actuara como protector y procurador
de ellos ante los jueces; y algunos años después ordenó a los fisca-
les de las audiencias que tuviesen cargo, de alegar por los indios en
s u s pleitos civiles y criminales. Poco efectivas al fin propuesto
debieron ser estas medidas. Mas a fines del siglo, al crearse el Juz-
gado General, el monarca atacó a fondo el problema: ordenó que se
nombrara u n abogado y u n procurador, pagados del fondo de mi-
nistros, que solicitasen y siguiesen gratuitamente las causas de los
indios en dicho juzgado; tratándose de pleito -ante la Audiencia en
que las dos partes fuesen indios, el abogado de los naturales debía
defender a u n a de las partes y el fiscal de dicho organismo, a la
otra. Un abogado y u n procurador no bastaron para correr con
todos los asuntos judiciales de los indios ante el Juzgado General
y la Audiencia; fue necesario irlos aumentando, y en el siglo XVIII
había varios: estaban encargados, unos, de los pleitos civiles y,
otros, de los criminales; cada día debían asistir al Juzgado General
dos de lo civil y dos de lo criminal.

Las penas
Los indios no podían ser castigados a penas pecuniarias -judicial-
mente, s e entiende-, sólo a la de azotes, trabajo forzoso, mutila-
ción y privación de la vida. La condena a trabajo forzoso no era
purgada por ellos en galeras o establecimientos del Estado (presi-
dios u otros), sino en establecimientos privados (obrajes, tocinerias,
panaderías, etcétera), a cuyos dueños se vendía el servicio de los
reos por el tiempo que durase la condena. Estos reos.-que podían
ser también negros o mestizos- eran llamados "de collera", por la
forma e n que se les llevaba a vender. En el siglo mii, el precio en
que s e vendía s u trabajo oscilaba entre treinta y seis pesos por u n
año, y ciento ochenta por diez años. A fines de dicho siglo decretó-
se la abolición de las colleras, y los condenados a trabajos forzosos
fueron destinados a presidios -como el de S a n Carlos, que se
60 Política indigenista d e la Corona

estableció en México-, donde se les dedicaba a diversas labores, o


eran utilizados en la limpieza de las ciudades. El indio preso por
deuda debía pagar a s u acreedor con trabajo, si éste lo deseaba;
pero tal trabajo no podía ser vendido a otra persona, ni el acree-
dor, mientras el indio trabajare para él, podía encerrarlo con guar-
d a s ni grillos, ni impedirle ir a dormir a s u casa.

El pleiteísmo de los indios


Algunos virreyes aseguran, en s u s instrucciones o e n otros escri-
tos, que los indios fueron muy pleiteadores, lo cual parece contra-
decir otra afirmación corriente de autoridades y religiosos: la de
que los indios fueron excesivamente sumisos y resignados. La apa-
rente antinomia queda desvanecida mediante u n a distinción fun-
dada e n m u c h a s observaciones. Hela aquí: la actitud sumisa y
resignada de los indios fue u n fenómeno individual, no colectivo.
E n grupo, unidos e n torno a s u s autoridades y ancianos o mayo-
res, como corntinidad o consejo, los indígenas dieron m u c h a s
pruebas de espíritu defensivo y a u n acometedor, y fueron puntillo-
sísimos y terquísimos -y hasta violentos- en la salvaguarda de
s u s intereses y derechos. Otra razón se encontraría a veces del
pleiteismo de los indios: el beneficio o la utilidad que s u s caciques
y autoridades sacaban de promover litigios o conflictos, pues con
ocasión de ellos echaban derramas para los gastos y s e pasaban el
tiempo en idas y venidas a la capital de la provincia o del virreina-
to a costa de s u s representados, viajes que aprovechaban además
para gestionar asuntos particulares.
No ofrece duda que los indios colectivamente fueron muy dados
a pleitear, sobre todo entre ellos mismos, por cuestiones de tierras
y aguas, por los derechos y deberes entre cabeceras y estancias o
sujetos, por las elecciones de magistrados concejiles, etcétera. Era
constante en el palacio virreinal la presencia de numerosas comi-
siones de indios que venían a suscitar y mover s u s pleitos. Y a u n -
que algunas providencias de gobierno trataron de reducir tal incli-
nación, poco fue lo que se consiguió. Ni siquiera los comisionados
atendían la recomendación de volver a s u s pueblos hasta que s e
reunieran los elementos necesarios para decidir la cuestión, pues
a veces era preciso practicar largas diligencias lejos de México
antes de fallar el caso; insistían en permanecer en la capital mien-
Silvio Zavala y Jose Miranda 6 1

tras el proceso duraba. Tal empeño originaba grandes gastos, que


,, cubrían ordinariamente con derramas. Pues bien, ni a u n prohi-
biendo que éstas fueran impuestas a los vecinos, salvo e n casos
taxativamente fijados, s e adelantó gran cosa, ya que secretamente
las cabezas de los pueblos lograban casi siempre reunir la canti-
dad necesaria para sostener la presencia e n la lucha judicial. La
desconfianza mantenía a las comunidades en perpetuo acecho, y
tal era la obstinación con que algunas veces persistían e n seguir
pleitos, a u n después de fallados bajo diversas formas, que los
virreyes s e veían obligados a quitarles toda esperanza de reitera-
ción o prosecución mediante la providencia formularia siguiente:
"su excelencia impone perpetuo silencio e n el pleito que s e sigue
entre los indios del pueblo 'A' y el 'B' ".
[ . . S I

La política de la Corona e n lo relativo al gobierno de los indíge-


nas consistió, por u n lado, e n abandonar a éstos la dirección del
sector local -lo que hoy llamaríamos la administración munici-
pal- y retener la dirección de los sectores provincial y general; es
decir, en dividir aquel gobierno e n dos esferas, u n a autónoma, con
autoridades indígenas, y otra dependiente, con autoridades espa-
ñolas. Y por otro lado, en dar a la rectoria de los naturales e n los
sectores provincial y general u n a modalidad distinta de la dada a
la rectoria de los españoles e n dichos sectores: u n régimen que
tenía a u t o r i d a d e s provinciales especiales, los corregidores de
indios -aunque esto se rectificara con el tiempo-, y procedimien-
tos peculiares, exentos de la rigidez, el formulismo y la lentitud
que caracterizaban a los de los españoles.

El gobierno en la esfera dependiente


En la esfera regida por los españoles hubo tres secciones: la distri-
tal o provincial, a cuyo frente s e hallaban los corregidores y alcal-
des mayores; la general o central novohispana, a cuyo frente esta-
ba el virrey (o el presidente de la Audiencia o los gobernadores en
los grandes distritos, como Nueva Galicia, Yucatan, etcétera), y la
general o central, hispana, a cuyo frente se encontraban el rey y el
Consejo de Indias.
6 2 Política indigenista de la Corona

Los corregidores y alcaldes mayores


E1 corregimiento de indios fue u n a institución introducida con el
objeto de llenar el hueco dejado por los encomenderos que care-
cían de título legítimo o cuyos beneficios fenecían. A la segunda
Audiencia correspondió irla implantando, y se le ordenó, por u n a
instrucción del año 1530, que quitase los indios concedidos e n
forma irregular y pusiese en los pueblos liberados de encomienda
personas hábiles y de buena conciencia, y a estas personas a quie-
nes diese el encargo de los indios llamase corregidores, para que
a u n por el nombre conociesen los indios que no eran s u s señores.
Por cédula de 1580 fue extendida la jurisdicción de los corregido-
res a los pueblos encomendados y a los españoles residentes en el
distrito de aquéllos. Pero además de estos corregimientos, denomi-
nados inicialmente "de indios", se instituyeron otros con el mismo
designio que en la península, esto es, la-gobernación de las ciu-
dades españolas.
Las alcaldías mayores fueron establecidas en la Nueva España,
como en la antigua, para la administración de justicia en las co-
marcas que dependían del rey, principalmente en los puertos y en
las minas, pues los alcaldes mayores, al igual que los menores u
ordinarios, eran fundamentalmente jueces o justicias. Se le daba
s u cargo a l alcalde mayor, según u n nombramiento hecho por
Mendoza en 1542, para que tuviese en s u distrito la jurisdicción
civil y criminal, y además, como añadido especial indiano, para
que velase por el buen tratamiento de los naturales.
Y el caso e s que a causa de no haberse puesto ningún cuidado
e n m a n t e n e r la diferenciación inicial de estos cargos -los de
corregidor y alcalde mayor-, poco tardó en reinar la mayor confu-
sión entre ellos: en el siglo xvrr se desvaneció toda distinción entre
ambas magistraturas, a las qiie se atribuían funciones e importan-
cia idénticas; y en el siglo m111s e invirtieron los papeles que los
corregimientos y alcaldías mayores habían jugado. en el xvr; aqué-
llos nos parecerán más bien como propios de los distritos españo-
les y éstas como propias de los distritos de-indios.
Así pues, pasadas algunas décadas -medio siglo o algo más
desde la Conquista-, habría en la Nueva España unos magistra-
dos que, con la denominación de corregidores o la de alcaldes
mayores, gobernarían los distritos o las provincias, abarcando s u
Siluio Zavala y José Miranda 63

jurisdicción lo mismo a 10s españoles que a los indios, si bien es


cierto que durante largo tiempo en la mayoría de los distritos, por
ser rurales, aquella jurisdicciún se ejercería casi exclusivamente
sobre los indígenas.
L a s funciones gubernativas de los corregidores o alcaldes mayo-
res respecto de los indios n o tuvieron límites muy definidos. E n
general, dichos magistrados debían o podían intervenir e n todo lo
que les estuviese especialmente cometido, y podían intervenir en
todo aquello que no les estuviese expresamente prohibido, pues las
leyes, o las instrucciones que s e les daban, además de imponerles
obligaciones de ejecución exigibles -actos de cuya omisión eran
y de investirlos de facultades cuyo ejercicio queda-
ba a su discreción, los dotaron de poderes muy vagos como, por
ejemplo, los de tutela y protección, que les permitían inmiscuirse
en todo lo que les pareciera, de no haber e n el-caso particular dis-
posición expresa que la vedara. La intervención que s u s funciones
les daban en la vida indígena era enorme: la recaudación de los
tributos, la administración y empleo de los bienes de comunidad,
la moral pública y la privada, la contratación, el transporte ... e n
fin, casi todo, de u n a manera u otra, e n tal o cual de s u s aspectos,
debía o podía caer bajo la competencia de los corregidores o alcal-
des mayores. Esto, de derecho, es decir, conforme a s u s facultades
legales, porque de hecho, sobre todo cuando eran autoritarios o
absorbentes, s u intervención s e volvía abrumadora, pues trataban
de imponer e n todo s u voluntad, y especialmente de manejar a s u
antojo los consejos indígenas, de lo cual podían deducir no pocos
provechos.
Huelga casi sacar como consecuencia de lo dicho que los corregi-
dores y alcaldes mayores cercenaron considerablemente, e n la reali-
dad, la autonomía que las leyes concedieron a los consejos indíge-
nas. Mediante s u autoridad -siempre temida de los indios y s u s
manejos-, aprovechando las diferencias y banderías que no falta-
ban nunca en los pueblos, supieron aquellos magistrados quitar y
poner oficiales de república y hacer aprobar a los cabildos tanto las
medidas qüe les interesaban como s u s sugestiones sobre la inver-
sión de los fondos y la colocación de los bienes de comunidad.
Para asistirlos e n s u s funciones, los jefes de los distritos o pro-
vincias pusieron en los diferentes pueblos de s u jurisdicción, salvo
64 Política indigenista d e la Corona

en aquel en que residían, delegados suyos a quienes se dio el nom-


bre de tenientes de corregidor o alcalde mayor. Estos funcionarios
tuvieron una gran importancia en la Nueva España, pues ellos frie-
ron el reflejo de la autoridad española en los pueblos pequeños -que
eran la mayoría- y, por consiguiente, los agentes del poder central
que tuvieron mayor y más estrecho contacto con los indios.
Creada con nobles propósitos, la institución del corregimiento se
corrompió pronto, degenerando en fuente de enriquecimiento de
individuos favorecidos por personajes o influyentes de la corte.
Desde el siglo XVII, los corregidores fueron nombrados por los
ministros del rey y pasaron a la Nueva España con el solo designio
de hacer fortunas en el breve periodo de s u mandato. Y como s u
retribución era muy baja (de ciento veinte o doscientos cincuenta
pesos) y el resto de s u s entradas legales -por recaudación de tri-
butos y administración de justicia- montaba poco, convirtieron en
granjería s u s bolsas. Dos fueron con el tiempo s u s mayores filones:
el repartimiento de dinero y géneros a los indios, y el comercio de
frutos y toda clase de mercaderías dentro de s u jurisdicción; redu-
cibles ambos al trato de todo lo que podía ser objeto de buena colo-
cación fuera o dentro del distrito, al que solían considerar como coto
mercantil. A los indios les repartían mulas, bueyes, aperos de la-
branza, semillas o dinero antes de la cosecha, y después de ésta les
cobraban en frutos por el doble, el triple o más del valor que tenía
en la localidad lo repartido o adelantado; y los frutos así obtenidos
los llevaban a vender a los lugares donde producían más, como
minas, puertos o ciudades.
En la explotacion económica de s u s distritos eran sostenidos o
ayudados generalmente por comerciantes adinerados -aviadores-,
de quienes recibían e n préstamo el dinero o los artículos, o con
quienes se unían en compañía o sociedad mercantil.
Tal corruptela (porque el comercio de los corregidores violaba
expresas y terminantes disposiciones legales) acabó por ser admiti-
d a como solución al problema de la retribución de dichos funcio-
narios, a quienes s e dejó de pagar salario en vista de lo gruesas
que eran s u s ganancias por la vía mercantil. Los corregimientos y
las alcaldías mayores valoraronse desde entonces por lo que s u
explotacion comercial rendía a los titulares cada año. Los de
mayor rendimiento daban productos que hoy nos parecen increí-
Silvio Zavala y José Miranda 6 5

bles. El virrey Bucareli declara, e n s u informe sobre las intenden-


cias, que había alcaldes mayores o corregidores que en s u s tratos
sacaban de quinientos a seiscientos mil pesos anuales, debiendo
de manejar de dos a tres millones de pesos para' obtener dicha uti-
lidad.
Por los vicios de que adolecía, la institución a que nos venimos
fue acerbamente atacada e n el siglo XVIII por los minis-
tros y funcionarios reformadores, deseosos de sanear y perfeccio-
nar los órganos y métodos de administración. El visitador Gálvez y
el virrey Croix pusieron de manifiesto los grandes perjuicios que s e
seguían no sólo a los súbditos, sino a los mismos monarcas, de
continuar manteniendo el antiguo sistema de gobernación distri-
tal, y propusieron el establecimiento del nuevo sistema, ya implan-
tado en España, de l a s intendencias. Hubo u n virrey, sin embargo,
que defendió la institución i m p u g n a d a y particularmente l o s
repartimientos: fue Bucareli, y lo hizo aferrándose a s u lado favo-
rable, a lo que siempre s e consideró como s u pro. Dijo ese virrey
que el repartimiento s e avenía muy bien con el carácter de los
indios; por u n a parte, era de s u agrado, ya que tenían por pasión
dominante tomar el dinero o el ganado, pues con tal que se les
diese plazo phra la paga, nunca se detenían al tiempo del contrato
en ofrecer cuanto s e quería; por otra parte, los salvaba de s u
imprevisión, pues el carácter de los indios era no pensar jamás e n
el futuro, mirando sólo s u s necesidades presentes, y gastaban lo que
tenían en el día sin reservarse nada para el siguiente, por lo cual
cuando llegaba el tiempo de las siembras y les faltaban las semillas,
los bueyes o las mulas, si no tenían la ayuda del repartimiento s e
abandonaban a s u inacción natural; y todavía era mucho mayor el
servicio que hacía a los indios en el caso bastante frecuente de la
pérdida de las cosechas. Claro es que el citado virrey s e guardaba
el contra de los repartimientos: que éstos solían h e r s e impositi-
vamente, sin tener e n cuenta las necesidades de los indios, y e n
términos usurarios.
Por fin, las alcaldías mayores y los corregimie~atosfueron supri-
midos en 1786, y s e estableció u n a nueva organización distrital o
provincial, que tuvo como pivotes las i~atendencias.Pusiéronse al
frente de grandes regiones, y en lugar de algunos gobernadores.
corregidores o alcaldes mayores, quedaron los intendentes, en
66 Política indigenista de La Corona

número de doce. y diose la gobernación de los distritos indígenas


(los partidos regidos por u n a cabecera), en que antes había habido
corregidores o alcaldes mayores, o tenientes de éstos, a los subde-
legados de los intendentes, denominados también jueces españoles
de los pueblos -cabeceras- de indios. A los intcsndentes les fue
fijado u n sueldo suficiente; pero no ocurrió lo mismo con los s u b -
delegados, a quienes s e les señaló como retribución el 5% de los
tributos que recaudaren y los derechos de justicia, retribución que
no bastaba en la mayoría de los distritos para cubrir las necesida-
des de s u s rectores. Por- consiguiente, respecto a la gobernación de
los indios, el cambio no fue t a n grande como algunos creen, pues
las subdelegaciones serían en la practica casi lo mismo que los co-
rregimientos G los tenientazgos, por continuar en pie la cuestion
que viciaba el antiguo dispositivo distrital. Los antiguos males qui-
sieron c u r a r s e prohibiendo los repartimientos: pero como a los
subdelegados s e les señaló u n a retribución insuficiente, encontrá-
ronse ante la misma disyuntiva de los corregidores, o completaban
s u s ingresos por medios irregulares o arrastraban u n a vida mise-
rable, decidiéndose casi todos por lo primero. Y por el mismo moti-
vo -la retribución insuficiente-, viose la administración e n la im-
posibilidad de contar con los funcionarios probos e idóneos que
preciaba para s u mejoramiento. Tuvieron, por lo tanto, que seguir
al frente de los distritos indígenas individuos "ignorantes y pobres"
-como dice Revillagigedo-, desconocedores los m á s del derecho y
las leyes por las que habían de juzgar, y que por estar "reducidos a
u n a mísera constitución" y tener que depender -en varios mo-
dos- de los vecinos de s u s pueblos, "no podían proceder con la li-
bertad y entereza qile s e necesitaba para administrar justicia con
imparcialidad y rectitud". Realidad ésta que descorazonaba al refe-
rido virrey y le llevaba a declarar que, a n t e la imposibilidad, por él
sentada, de que la hacienda real pudiera sufragar los sueldos de
los subdelegados, habría que permitir de nuevo los repartimientos,
a pesar de considerarlos usurarios e injustos.
E s de reconocer, sin embargo, que coi1 el régimen de las inten-
d e n c i a s cesaron o s e redujeron mucho casi todos los g r a n d e s
a b u s o s cometidos a n t e s por los corregidores y alcaldes mayores:
los repartimientos e n g r a n escala, el monopolio mercantil y la
tiránica intervención e n la vida de las comunidades indígenas.
Silvio Zauala y José Miranda 67

A los indios no les faltaron recursos legales p a r a defenderse


contra los excesos y arbitrariedades d e los gobernantes provincia-
les: podían r e c u r r i r a la q u e j a p r e s e n t a d a a n t e el virrey o a l
Consejo de Indias, o a la acusación judicial a n t e la Audiencia. Pero
de todos esos recursos prefirieron el de la acusación judicial hecha
10s llamados capitulos. Las razones d e que los
indios prefirieran los capítulos eran, por u n lado. que los ponían
más al abrigo de l a s persecuciones o represalias de la autoridad
acusada y, por otro, que herían más eficaz y prestamente a esta
autoridad que los dernás recursos.

No hay causa de capítulos -decía el virrey Bucareli- que no


sea larga y costosa, por s u naturaleza; se hace la pesquisa,
sale de la jurisdicción el alcalde mayor [o el corregidor]; si
resultan probados los capítulos, s e les manda venir a esta
ciudad [México] en calidad de presos, se les hace cargo, se
recibe la causa a prueba, y antes de que se determine se sue-
len pasar años y queda perdido el alcalde mayor [o el corregi-
dor], aunque s e le absuelva y s e le mande resarcir costas,
daiíos y perjuicios.

Temianlos, 'sin d u d a , los corregidores y alcaldes mayores, y este


temor, junto al que tenían al juicio de residencia, era la causa d e
que procedieran con algún cuidado y moderación. Sin embargo,
como dichos magistrados conocían bien la técnica para coiltrarres-
tarlos o parar el golpe, que consistió e n atraei-se a muchos indios
mediante concesiones y favores, y poder contar así con u n grupo
de incondicionales y de adictos, que oponían al de los que les capi-
tulaban, no les resultaba t a n dificil como dice Bucareli salir airo-
sos de u n a situación en la que ellos manejaban hilos muy impor-
tantes.

El virrey
En el territorio de la Nueva España era el virrey, por lo que con-
cierne al gobierno de los indios, el centro de donde podía partir
todo y adonde podía venir todo. Con esta frase exagerada quere-
mos expresar el h e c h o s u s t a n c i a l d e que el virrey, a d e m á s de
conocer privativamente muchos a s u n t o s guber~lativosindígenas,
podía tener conocimiento de casi todos los que estaban atribuidos
68 Política indigenista de La Corona

expresa o tácitamente -por razón de jurisdicción- a los corregi-


dores o alcaldes mayores. Las explicaciones que siguen aclararán
esto.
A cuatro grupos cabe reducir los poderes gubernativos, e n sen-
tido lato. de los virreyes: el de reglamentación u ordenanza, el de
gracia y licencia, el de gobierno -en sentido estricto- y el de pro-
tección.
El primero fue importantísinlo debido al poco desarrollo de la
legislación central. Los virreyes tuvieron que suplir la carencia de
n o r m a s mediante ordenanzas, y por ellas s e rigió u n a gran parte
d e la vida indígena, como ya hemos tenido ocasión d e apreciar.
Otra manifestación, e n realidad, del poder reglamentario fue la de
emitir instrucciones p a r a u n grupo d e oficiales de u n a misma
r a m a o clase, ya que e n dichas instrucciones s e establecían nor-
m a s generales para el ejercicio de u n a función. E n las que dieron a
los corregidores y alcaldes mayores s e contienen m u c h a s reglas
relativas al gobierno de los indígenas.
Los poderes de gracia y licencia tuvieron u n a gran amplitud,
comprendieron desde la concesión de mercedes de tierra h a s t a la
d e u n a licencia insignificante, como la de vestir traje de español o
emprender u n pequeiio comercio.
Los poderes de gobierno -en sentido estricto- y los de pro-
tección anduvieron m u y mezclados y revistieron a d e m á s identi-
c a s formas de ejercicio. Por eso conviene tratarlos juntos. Fue-
r o n é s t o s los poderes m á s vagos y d e alcance peor delimitado
q u e tuvieron los virreyes: por u n a parte, s e confundían, como ya
indicamos, con los judiciales, y por otra, interferían e n los de
igual género -gubernativos y de protección- atribuidos a los co-
rregidores y alcaldes mayores. Los m o n a r c a s procuraron evitar
e s t a interferencia ordenando reiteradamente a los virreyes q u e
d e j a r a n a dichos magistrados conocer los a s u n t o s gubernativos
q u e les eran propios, e s decir, los correspondientes a s u distrito;
pero los virreyes, a pesar de las órdenes de s u s soberanos, no de-
j a r o n de penetrar frecuentemente e n el cercado jurisdiccional de
s u s inferiores: y e s t o s e explica porque l a mayor p a r t e d e los
a s u n t o s gubernativos e r a n a la vez de salvaguarda y protección,
y a d e m á s porque los indios de todas las regiones acudían e n gran
n ú m e r o a los virreyes e n demanda de amparo, bien por descon-
SiZ~iioZavala y José hlirar-ida. 69

fianza de los corregidores y alcaldes mayores, bien por obtener la


decisión de la autoridad s u p r e m a de la coloriia, y tuvo que pare-
cerle a los virreyes ingratos y torpes devolver a los indios a s u s
procedencias p a r a q u e de s u s a s u n t o s conociera el magistrado
distrital, tanto m á s c u a n t o que, si 10s indios n o quedaban satis-
fechos d e l a resolución de este magistrado, era casi seguro que
repitiesen el viaje p a r a interponer recurso jerárquico a n t e el vi-
rrey, o enderezar s u s actuaciones por la vía judicial a n t e la Au-
diencia. Por consiguiente, e n la realidad la competencia guberna-
tiva y d e protección e n s u primer grado s e repartió e n t r e los
virreyes y los corregidores o alcaldes mayores de u n a m a n e r a
muy especial, que pudiera denominarse optativa cuando se con-
templa del lado de los indios: éstos tenían libertad p a r a acudir
ante el virrey o a n t e el corregidor o alcalde mayor de s u distrito;
podían optar por u n a u otra de dichas autoridades. No hay que
decir que tal opción resultó muy ventajosa p a r a los indios, parti-
cularmente e n los tiempos e n que gobernaron la Nueva España
virreyes celosos d e s u protección.
En la tramitación de los asuntos gubernativos y de protección
tocante a los indios, siguieron los virreyes procedimientos senci-
llos, bastante parecidos, cuando los negocios reclamaban algunas
averiguaciones o d i l i g e n c i a s , a los e m p l e a d o s e n el J u z g a d o
General. El trámite e r a breve en el caso d e n o s e r necesaria la
prueba, como ocurría cuando los indios pedían s e les amparase e n
una situación -generalmente posesoría de títulos, bienes, etcéte-
ra- cuyo goce era perturbado por alguien o s e temía que lo fuera:
el virrey, después d e oír a los peticionarios, expedía u n manda-
miento para que fuera respetada dicha situación, sin perjuicio del
derecho a ella de otras personas, que éstas podian hacer valer ante
el juez o tribunal competente; por s u índole, tales providencias vi-
rreinales recibieron el nombre de mandamientos de amparo y sir-
vieron para evitar a b u s o s o atentados temidos, o para cortar los
que ya estaban cometiendo. Tratándose de casos más complicados,
como disputas o diferencias entre pueblos indígenas -por limites
de tierras, por jurisdicción sobre estancias, por tributos o bienes d e
comunidad entre cabeceras y sujetos, etcétera-, o de reclamacio-
nes contra españoles, de l a s que resultaban perjuicios para éstos o
en que s e pedía reparaciones; en estos casos e n que el hecho nece-
70 Política indigenista d e la Corona

sitaba demostrarse o determinarse para otorgar o no lo pedido, o


la diferencia conocerse y arreglarse, la tramitación solía ser larga,
porque había que escuchar a las partes -una o más de las cuales
no estaban presentes, por lo común-, practicar averiguaciones e
informaciones sobre el terreno y estudiar, antes de decidir, todas
las diligencias efectuadas. Los virreyes confiaron la realización de
las averiguaciones y diligencias bien a los corregidores o alcaldes
mayores, bien a individuos lnvestidos de poderes especiales (comi-
sarios, casi siempre con varas de justicia); cuando la cuestión o
disputa era entre indios, acostumbraban nombrar como comisa-
rios a caciques o principales o a magistrados indígenas. Las deci-
siones en los negocios de este género eran verdaderos fallos o sen-
tencias, con penas, reparaciones y fiJación de situaciones; pero si
afectaban a derechos, cosa que casi siempre ocurría, la parte que
lo creyese conveniente podía llevar el asunto, por vía de apelación
-de súplica, se decía-, ante la Audiencia.
Una buena parte de las diferencias entre los indios, e incluso .
entre éstos y los espafioles, fueron resueltas por los virreyes
mediante el procedimiento que cabría llamar de los conciertos:
nombrando u n árbitro a satisfacción de las partes, el cual procu-
raba resolver, arrancando concesiones a cada u n a , e s decir, con s u
acuerdo, los puntos en discordia; los conciertos a que así llegaban
las partes eran aprobados por el virrey y considerados a todos los
efectos como decisiones suyas.

El rey y el Consejo de Indias


Corno los demás súbditos de la Corona, los indios podían recurrir
a los monarcas contra las decisiones gubernativas de los virreyes
que estimasen injustas; e hiciéronlo con alguna frecuencia, cuan-
do los asuntos eran importantes, los caciques y principales y las co-
munidades o consejos. Hasta el siglo xvrrr, el despacho de estos re-
cursos fue incumbencia, por delegación del rey, de s u Consejo de In-
dias; y en la ciudad sede del Consejo y de la corte hubo, desde muy
pronto, agentes a quienes confistban los indios la gestión de s u s
asuntos, tanto de los gubernativos como de los judiciales.
En el siglo xvrrr, al crearse las Secretarías del Despacho, la vía a
recorrer en los recursos s e dividió en dos: la del Consejo, para
unos negocios, y la reservada, o de las Secretarías, para otros.
Siluio Zavala y José lblirclnda 7 1

También en dicho siglo se dispuso que cuando 10s indios nece-


sitasen elevar alguna instancia por la vía resenrada o por la del
Consejo, lo efectuasen en s u nombre los fiscales del crimen de las
Audiencias, como protectores señalados por la lev; y que en el caso
de ofrecerse a 10s indios de lugares distantes de las Audiencias
algún recurso urgente, pudiesen presentarlo por ellos los protecto-
res partidarios, dirigiéndolos exclusivamente al Consejo.

El gobierno en la esfera autónoma: instituciones


locales indígenas
Mucho tiempo hubo de transcurrir antes de que los pueblos indí-
genas tuviesen u n a organización rectora fija. Primero, fueron
gobernados como en los tiempos prehispanicospor los caciques y
los principales, y después, por magistrados semejantes a los de los
pueblos españoles: los gobernadores y los alcaldes ordinarios y
regidores. El virrey Mendoza. desde el comienzo de s u mandato,
nombró gobernadores y alcaldes ordinarios para los pueblos indí-
genas, y a mediados de siglo -en la sexta década- ya había cabil-
dos en nluchos de ellos. En la cédula dada para el Perú en 1549,
que recomendaba fuesen nombrados e n los pueblos de indios, y
por elección de s u s vecinos, alcaldes, regidores, alguaciles y otras
oficiales de república, decíase que esta manera de gobernación
local indígena era u n a práctica seguida ya en la Nueva España y
otros lugares de América. Todavía tardaría bastante, sin embargo,
en irse extendiendo el sistema de organización local iiltroducido, y
determinando los modos de designación de los miembros del cabil-
do y la relación de las nuevas autoridades locales con las antiguas.
La provisión dictada por Felipe 111 en 1618, e incluida en la
Recopilación de Indias, que fija el número de alcaldes y regidores de
los cabildos indígenas (un alcalde y u n regidor en los pue-blos de me-
nos de ochenta indios y de mAs de cuarenta; dos alcaldes y dos regi-
dores si pasaren de ochenta casas, y dos alcaldes y cuatro regidores
en los p ~ e b mayores,
i ~ ~ por grandes que fuesen). y el modo de ele-
girlos -por los mismos cabildos, "como se practica en los pueblos
d e españoles"- no parece haberse aplicado e n la Nueva
España, donde la mayoría de los pueblos indígenas tenían organi-
7 2 Política indigenista d e la Corona

zados ya s u s cabildos a fines del siglo xv~y siguieron ateniendose a


las normas y prácticas por las que entonces s e regían.

Las autoridades antiguas


Como antes indicamos, las autoridades antiguas, con las denomi-
naciones de caciques y principales, siguieron gobernando a los
indígenas en la esfera local hasta algunos lustros después de la
Conquista. Los caciques gobernaban el todo, desde la cabecera, en
que generalmente residían, y los principales, bajo la dependencia
de aquéllos, gobernaban los sujetos (barrios o estancias), con la
ayuda de los tequitlatos. Reunían en s u s manos los caciques todas
l a s funciones concejiles que d e s p u é s a n d a r í a n s e p a r a d a s -el
gobierno, la justicia y la administración-, y los demás oficiales
eran meros auxiliares suyos.
Al introducirse el sistema colectivo de gobernación local, e s
decir, el español, los caciques fueron desalojados de s u s antiguos
poderes rectores, y sólo conservaron cierta intervención e n el
repartimiento y la recaudación de los tributos y e n la ejecución de
las órdenes superiores relativas al servicio personal.

Las autoridades nuevas


La sustitución del sistema indígena de gobierno local por el espa-
ñol entrañó u n cambio esencial, no sólo en los órganos de gobierilo
sino e n el concepto mínimo de la entidad social por ellos regida: el
pueblo señorío -o pueblo objeto-, gobernado por s u cacique o se-
ñor, se transformaría en el pueblo consejo -o pueblo sujeto o per-
sona-, gotjernado por tan organismo colectivo emanado de él -el
cabildo o ayuntamiento.
Los consejos indígenas, como los españoles, fueron de muy
varia extensión, por lo general grande, y tuvieron como elementos
componentes muy diversos grupos de población. El territorio o la
demarcación de los consejos o comunidades indígenas coincidió
casi siempre con el territorio o la demarcación de l a s antiguas
repúblicas o naciones; y así, Tlaxcala, a pesar de tener cuatro
cabeceras constituyó u n solo consejo, y la gobernó, por ello, u n
solo cabildo. Los grupos de población que compusieron los conse-
jos fueron principalmente los siguientes: la cabecera, que era el
centro o la capital del conjunto; los barrios o pequeños poblados
Silvio Zauala y José Miranda 7 3

cercanos a aquélla (algo así como los arrabales -estos barrios son
distintos de las secciones o partes en que solían dividirse las cabe-
ceras y que llevaban ese mismo nombre-); las estancias o pue-
blos, más o menos apartados de la cabecera; y los minúsculos gru-
pos de población esparcida, esto es, los de los "indios rancheados",
como se decía entonces. Conviene señalar de paso que la relación
entre cabeceras y sujetos fue en la época colonial u n semillero de
conflictos, a causa de la supeditación en que estuvieron los segun-
dos respecto de las primeras: como la cabecera dominaba por lo
general e n el gobierno, imponía s u voluntad a s u s sujetos y, sobre
todo, procuraba echar sobre éstos u n mayor peso de cargas, y dar-
les una participación menor de la proporcionalmente debida e n los
fondos de comunidad. Por eso, los sujetos, s i e r a n de bastante
población, luchaban denodadamente por conseguir la separación
de s u cabecera, convirtiéndose en consejo independiente; y l a s
cabeceras, al contrario, por mantener unidos a los sujetos que
aspiraban a desligarse de ellas.
Los cabildos indígenas tuvieron una composici8n algo variada.
Sus principales miembros fueron el gobernador, los alcaldes ordi-
narios, los regidores y el alguacil mayor; ellos integraban normal-
mente el verdadero cabildo. Pero al mismo tiempo que éstos, eran
elegidos en casi todos los pueblos indígenas ciertos funcionarios
de dicho cuerpo, a saber, los mayordomos, los escribanos y los
alguaciles de doctrina, algunos de los cuales probablemente for-
maron parte del cabildo e n los pequeños consejos. En Toluca y
otros lugares, los tequitlatos eran elegidos al hacerse la renovación
anual de las magistraturas concejiles.
El número de los alcaldes y regidores de los cabildos indígenas
fue distinto del fijado por la Recopilación de Indias: casi todos los
pueblos grandes rebasaron el límite máximo por ella señalado; y
así por ejemplo, Toluca tuvo tres alcaldes y más de seis regidores;
Tepetlaoztoc, seis regidores; Achiutla, tres alcaldes y seis regido-
res; y Texcoco, tres alcaldes y diez regidores: la mayoria de los
pueblos pequeños tuvieron dos alcaldes y unos cuatro regidores.
La variada composición de los consejos s e reflejó en la forma de
repartimiento de los cargos entre los grupos, o lo que es lo mismo,
en las maneras de atribuir la elección de los cargos a dichos gru-
pos. Si, como en Tlaxcala, había en el consejo varias cabeceras, el
7 4 Politica indigenista d e la Corona

nombraniiento de gobernador debía recaer sucesivamente, por


rotación, en cada u n a de ellas. Si, como en Toluca, había varias
parcialidades (tres: la de los otomíes, la de los matlatzincas y la de
los mexicanos), cada u n a de ellas designaba u n alcalde y dos regi-
dores. Si, como en Zinapécuaro, había una cabecera (el mismo
Zinapécuaro) y otro pueblo importante (Acaro), la primera elegía
u n alcalde y la mitad de los regidores, y el segundo, otro alcalde y
la otra mitad de los regidores. Ofrecemos estos pocos casos como
ejemplo, pues la distribución de los cargos entre los grupos, a fin
de igualar s u representación, fue fenómeno general en el sector
indígena.
E n la elección de los miembros del cabildo no se siguió, por lo
general, la forma española (la designación de éstos por parte del
mismo cuerpo), sino formas muy diversas, en cuyo establecimiento
debieron tener gran intervención la costumbre indígena y las res-
p u e s t a s de los virreyes a las peticiones de los gobernantes, la
nobleza y el común de los pueblos indígenas.
A dos grandes grupos -dentro de los cuales existen infinidad de
variedades- cabe reducir las múltiples formas empleadas: uno, el
de la elección restringida, por concederse el derecho activo o el pa-
sivo de sufragio, o ambos, sólo a determinadas personas: los nobles
(caciques y principales), los gobernantes (los antiguos y los actua-
les, o sólo los actuales, esto es, el cabildo, como en los pueblos es-
pañoles), los ancianos (solos o con los nobles o los gobernantes), u n
número reducido de macehuales junto con los nobles, los gober-
na.ntes o los ancianos; y otro, el de la elección amplia, por conce-
derse aquel derecho en s u s dos aspectos a todos los vecinos. Forma
electoral muy curiosa fue la de dos pueblos de la región de Cuer-
navaca, San Agustín Tonacatepec y Santo Tomás Tetelilla, en los
cuales todos los vecinos elegían al gobernador y éste nombraba los
alcaldes y demás oficiales de república. En conjunto, adviértese que
en los pueblos grandes dominaba la forma aristocrática -la elec-
ción por grupos reducidos-, y en los pequeños, la democrática.
Las elecciones debían ser aprobadas por el gobernador, corregi-
dor o alcalde mayor del distrito; s u confirmación competía al virrey.
A los corregidores o alcaldes mayores y a los doctrineros se les pro-
hibía mezclarse en las elecciones, salvo en el caso de recibir corni-
sión del virrey para estar presentes en los comicios al objeto de evi-
Silvio Zuvala y José Miranda 75

tar desórdenes. Sin embargo, así los unos como los otros intervinie-
ran sin orden superior en las elecciones, tan a menudo que el rarno
de Indios, del Archivo General de la Nación, está lleno de manda-
m i e n t o ~de los virreyes a aquellas autoridades civiles y religiosas
para que dejasen a los indios hacer libremente s u s elecciones.
LOS cargos de república eran obligatorios y, además de la buena
conducta, sólo para el de gobernador se exigió saber el español. A
fines del siglo XVIII se exigió también este requisito para todos los
demás cargos concejiles, pero dudamos mucho que pudiera hacer-
se efectivo en los pueblos pequeños y remotos. La condición de ser
indio fue siempre requerida; mas como de cuando en cuando se
infiltraban a dichos cargos los mestizos, u n a ordenanza de 1642
crey6 necesario declarar que sólo los "indios de padre y madre"
podrían ocupar por elección oficios municipales en los pueblos
indígenas.
En los cargos concejiles de elección, el mandato duraba u n año,
sin que pudiesen los oficiales salientes ser reelegidos hasta pasados
dos años, contados desde el día de la cesación en s u s funciones. La
no reelección hasta pasados dos años fue costumbre especial de la
Nueva España, que introdujeron en algunas partes los indios y
extendieron a todos los virreyes.
En los cabildos indígenas, las funciones se distribuyeron apro-
ximadamente de la misma manera que en los cabildos de los pue-
blos españoles en que había corregidor o alcalde mayor: al gober-
nador correspondieron, como al corregidor, funciones de gobierno
y judiciales, y la presidencia del cabildo; a los alcaldes, funciones
judiciales; a los regidores, funciones administrativas (de limpieza,
ornato, mercados, etcétera); a los alguaciles, fuiiciones de policía;
y a los mayordomos, funciones económicas (velar por los fondos
públicos, llevar las cuentas, etcétera). Los cabildos de pueblos im-
portantes tuvieron infinidad de empleados: los escribanos, los
alguaciles especiales (para los tianguis, por ejemplo), los fiscales
de doctrina (uno por cada cien indios), los tequitlatos (en relación
con los tributos y las cargas, pero utilizados también para otros
menesteres; uno por cada cien indios), los capitanes mandones, o
simplemente mandones (para el servicio personal; uno por cada
cien indios), los músicos y cantores (para la iglesia y las fiestas
públicas), y hasta los relojeros.
76 Política indigenista de la Corona

El cabildo, en cuanto cuerpo, tenía como principales atribucio-


nes: elaborar ordenanzas en las materias de s u competencia -mer-
cados, obras, bienes propios y comunes, etcétera-, nombrar los
empleados no sujetos a elección, conceder licencias en relación con
el uso de propiedades u obras del consejo, aprobar los ingresos y la
aplicación de éstos a los gastos, y fiscalizar y aprobar la adminis-
tración de los bienes propios y de los comunes. Aunque revestidas
de la forma de organización española, las comunidades indígenas'
siguieron e n parte muchas de s u s costumbres, lo cual se aprecia
grosso modo en las distintas y a veces raras modalidades de elec-
ción, en el régimen y administración de los bienes comunes, en
los oficios dispuestos para obligar al común a cumplir s u s debe-
res (los tequitlatos y los mandones; uno por cada cien indios), y en
los modos d e aplicar la justicia. Sólo el estudio detallado de las
instituciones políticas prehispánicas, que todavía falta, podrá dilu-
cidar seriamente la cuestión de qué elementos tomaron y aporta-
ron los indígenas al recibir s u nuevo régimen local de manos de los
españoles.
[..al

La reforma de las costumbres


La ciencia política de la época de los Austrias reconocía que una
gran monarquía o imperio podía abarcar provincias regidas por
diversas leyes y que presentaran variedad de costumbres; pero el
espíritu asirnilista o centralizador no era desconocido tampoco, y
exaltaba las ventajas de la uniformidad del gobierno y de la con-
cordia de las lenguas y los hábitos.
La unidad en la fe y en el vasallaje al monarca no se discutía,
pero cuando se trataba de imponer u n a lengua general o de igua-
lar los trajes y las demás costumbres, las opiniones variaban y con
ellas la práctica de la colonización.
Q u e los cambios no debían s e r b r u s c o s e r a admitido como
buena regla de gobierno. Sujetar a todos los indios a una forma de
instrucción era erróneo por la variedad de s u s temples y naturale-
za, pues "no menos diferentes suelen ser las costumbres de cada
región, que los aires que las bañan y los términos que las dividen".
Silvio Zavala y José Miranda 77

LOS indios pueden, a s u vez, tener costumbres buenas y dignas de


conservarse, o indiferentes o que no sean particularmente opues-
tas a las cristianas. Y a u n en las que haya que reformar para
hacerlos perfectos cristianos, conviene proceder poco a poco y no
querer quitarles de u n a vez los hábitos de s u infidelidad, aunque
parezcan bárbaros, como no repugnen del todo la ley natural y la
doctrina del Evangelio.
Por eso la monarquía austriaca acepta y conforma las buenas
leyes o costumbres que antiguamente tuvieran los indios para s u
regimiento y policía, con tal de poder añadir lo que fuere conve-
niente al servicio de Dios y de la Corona, y a la conservación y
policía cristiana de estos vasallos.
Las reformas que de hecho se emprenden y que afectan la vida
indígena son de varios órdenes.
Los ejércitos indios actúan como auxiliares de los españoles en
algunas empresas de pacificación. de suerte que la vocación bélica
no cesó súbitamente con la Conquista, pero sí estaba destinada a
menguar o desaparecer dentro del orden colonial.
La alta jerarquía política india fue destruida por la Conquista.
Los caciques y principales pierden en ocasiones el poder y los bie-
nes; en otras, se les reconocen preeminencias y honores como a
hijosdalgo de Castilla. De hecho, son utilizados como auxiliares de
la administración española, lo c u a l les permite sobrevivir y
medrar. Hay asimismo indios macehuales y comunes que se elevan
a la gubernatura de pueblos gracias a los cambios introducidos
por la colonización española, y que son equiparados a los limpios
de sangre que llaman en España de estado general.
El sacerdocio indígena quedó desplazado por efecto del cambio
de la religión politeísta a la monoteísta cristiana. Ensayó la resis-
tencia y fue perseguido o cayó en la amplia denominación de bru-
jería y hechicería que fue aportada por la cultura europea después
de los siglos medios.
El comercio indígena no quedó sin empleo útil en la sociedad.
Hubo de adaptarse a las condiciones nuevas, pero conservó pro-
ductos y canales de circulación propias o actuó en función comple-
mentaria del comercio colonial.
Los artesanos indios, diestros en oficios manuales que pudieran
adaptarse y contribuir a las nuevas formas de vida social, realiza-
7 8 Política indigenista d e la Corona

ron esfuerzos para acomodar s u s instrumentos, s u s hábitos eco-


nómicos, y s u s condiciones artísticas a las exigencias cr'sadas por
la colonización. Piénsese, por ejemplo, en la suerte poco promete-
d o r a d e los m a e s t r o s e n a r t e plumaria q u e a n t e s h a c í a n los
s u n t u o s o s adornos para el guerrero o sacerdote indio, y ahora
crearían u n cuadro de s a n Francisco para algún convento que pre-
feriría el óleo de tradición europea. Pera no siempre perdieron los
artesanos prehispánicos la oportunidad de continuar como traba-
jadores calificados. E s lo que ocurre con los canteros, quienes,
provistos de instrumentos de hierro, se aplican con buen éxito a la
construcción y al adorno de los templos cristianos.
Vemos a los indios conocedores de metales, de Michoacán, emi-
grar con los colonos españoles a las minas de Zacatecas, y a los agri-
cultores de Tlaxcala ayudar a sedimentar la colonización en los alre-
dedores de Saltillo.
Berna1 Diaz del Castillo había advertido que los indios eran de
suyo labradores antes de la llegada de los españoles. Sin embargo,
e n los cultivos como en los instrumentos de labranza ocurrieron
cambios por la introducción de nuevas semillas, del arado y de los
animales de tiro. El régimen territorial de los españoles y las for-
m a s de trabajo rural contribuyeron a modificar la vida de los cam-
pesinos indígenas. Lo mismo puede decirse de las obras y del dere-
cho de distribución de aguas de riego.
L a reducción de los indios a poblaciones o comunidades fue
otra de las empresas mediante las cuales el poder español alter6 la
situación de los nativos (Simpson, 1934). Pedían este agrupamien-
to tanto el clero regular y secular como las autoridades civiles. El
abandono obligatorio de los antiguos emplazamientos y bienes fue
resentido por los indios. La facultad del gobernante para reducir la
vida social y política de los súbditos no era puesta e n duda; ni difí-
cil de comprender las ventajas religiosas, civiles y económicas que
la colonización obtenía mediante la reunión de los indios en cen-
tros de fácil alcance. Una ventaja accesoria fue la oportunidad de
gobierno municipal que estas reducciones proporcionaron a los
indios en continuación de s u s hábitos de vida en los calp~tlliso
barrios antiguos (Chávez, 1943).
El esfuerzo de reducción de los indios a pueblos puesto en prác-
tica por la Corona había de ser contrarrestado por los latifundistas
Silvio Zauala y José Miranda 7 9

que tomaban las tierras de las comunidades, dando lugar a dilata-


dos pleitos, y que procuraban extraer a los vecinos para fijarlos
corno gañanes e n las heredades de propiedad particular (Chevalier,
1952). En esta red de influencias intervienen la antigua tradición
comunal prehispánica, las aspiraciones regias y municipales pro-
cedentes de España y los intereses de los hacendados.
Las costumbres sexuales de los indígenas fueron objeto de la
vigilancia de la Iglesia y del Estado. Las relaciones entre los fami-
liares cercanos, la poligamia -que creaba situaciones complejas
en el derecho indígena y de difícil prueba- y la sodomía hubieron
de someterse al canon cristiano con rigor, pero al mismo tiempo
con cierta templanza que s e juzgaba aconsejable en los primeros
momentos de la introducción de la fe.
Los sacrificios humanos y la antropofagia quedaron fuera de la
ley al desaparecer l a b a s e idolátrica q u e los s u s t e n t a b a . Fray
Bartolomé de las Casas ve e n los sacrificios u n a muestra del celo
religioso de los indios, pero piensa, como los demás españoles, que
deben cesar.
La desnudez y los bafios son objeto del celo reformista colonial.
La embriaguez e s condenada como uno de los vicios del indio, pero
hay colonos y autoridades que comercian con ella.

El estatuto jurídico del indio


La legislación indiana reconoció diferencias entre los indios y las
otras clases de habitantes del reino; lo hizo tanto por razones de
protección frente a los abusos y el mal ejemplo de vida de los cris-
tianos viejos ccmo por efecto de la jerarquía social admitida en la
concepción organicista del Estado, según la cual éste es equipara-
do a u n cuerpo integrado por órganos con funciones diversas pero
al mismo tiempo complementarias. Los indios fueron llamados a
menudo los pies humildes y necesarios de la república. Eran vasa-
110s privilegiados por leyes reales y abatidos e n la práctica institu-
cional y económica. El indio s e distinguía t a n t o por el estado .
social, la raza y la cultura como por la condición legal que le con-
fería el estatuto especial que lo regía.
No s e impide teóricamente el casamiento entre españoles e
indias, pero no e s común sino el amancebamiento. No se igualan
los trajes, ni el calzado, ni las armas, ni las cabalgaduras, ni el
8 0 Política indigenista de la Corona

cuadro institucional. E n el pueblo de indios no deben vivir los


españoles, mestizos o negros. Las dos repúblicas del comienzo
subsisten a lo largo de la colonización, a pesar de s u s crecientes
mezclas étnicas y culturales. En la práctica no era posible la sepa-
ración, ni el Estado dejaba de estimar conveniente que hubiera
trato entre españoles e indios, según hemos visto al exponer las
instituciones de trabajo.
La protección que confiere al indio el estatuto especial que lo
rige demanda u n a activa intervención de la Corona en la defensa
de estos vasallos tutelados, cuya situación e s equiparada a la de
viudas, menores y otras personas miserables e n derecho y necesi-
tadas de amparo (Solórzano, s. a.: cap. 28).
Mas como suele ocurrir e n la vasta esfera de la colonización
española, no fueron esas ideas las únicas que influyeron en el tra-
tamiento jurídico del indio.
Así como al principio del siglo xvi hubo misioneros que pensa-
ron e n la fusión de las dos repúblicas por razones de unidad cris-
tiana, s e advierte la presencia e n la centuria siguiente de u n a co-
rriente asimilista colonial que halla acogida e n la Política indiana
de SolBrzano Pereyra. Éste piensa que así como conviene obligar a
los indios a hablar el español, sería conveniente obligarlos a que
en el traje y modo de vestir, en las demás costumbres loables, que no
repugnasen mucho al estado o condición, se ajustasen a l a s de
los españoles, y a s u trato, comercio y comunicación. Solórzano
cita a s u vez a J u a n Matienzo (siglo mi),quien siente que es justo
que eso s e mande a los indios, porque así serán mas amigos de
los españoles y más políticos, y les sacarán mayor cantidad de oro
y plata, que h a n de d a r necesariamente comprando y usando este
género de vestidos (es decir, creándoles esa necesidad, como hoy
s e llamaría); aunque pide esto solo para los caciques y s u s hijos,
y otros indios ricos y principales. No ignora Solórzano que hay
cédulas reales que prohiben a los indios vestirse como españoles,
y tener a r m a s y caballos, pero razona que eso fue mientras s e
temía que s e rebelaran. Cesado este recelo, otras cédulas s e en-
cargan de atraerlos y enseñarles costumbres d e españoles, con tal
de que en s u s pueblos y reducciones no vivan de asiento españo-
les que no sean de aprobada vida y costumbres. Tampoco se per-
mite q u e vivan e n t r e ellos hombres v a g a b u n d o s , mestizos n i
Silvio Zavala y José Miranda 8 1

negros. En cuanto a casamientos, le parece que antiguamente es-


taban prohibidos los de españoles con indias, o indios con espa-
ñolas, pero después lo permitieron cédulas reales de 1514 y 1515;
a los a s í c a s a d o s s e les d a b a licencia p a r a vivir e n t r e indios
(Solórzano, s . a.: cap. 26).
E s a corriente asimilista, expuesta por Solórzano, p a s a del
campo de la doctrina a la legislación. Una cédula real de 1697 pro-
clama que los indios deben gozar la remuneración que correspon-
diere al mérito y calidad de cada uno como los demás vasallos e n
10s dominios de Europa, "con quienes h a n de ser iguales e n el
todo, los de u n a y otra América", e s decir, del Perú y la Nueva
España. Deben representar s u s méritos ante las autoridades civi-
les y eclesiásticas para que se dé cuenta al rey y éste los remunere
con honras de lustres, empleos y conveniencias (AHN, t. 2, núm.
222: ff. 340-342). La vaguedad del ofrecimiento no compromete a
la Corona, pero ya se advierte en el lenguaje oficial la presencia de
la idea de igualdad entre unos y otros vasallos.
La cédula real de 1697, con mención de otras intermedias del
21 de febrero de 1725 y del 11 de septiembre de 1766, fue repetida
y publicada en México el 16 de enero de 1768, a fin de que los
indios sean iguales en todo a los demás vasallos de s u majestad,
admitidos a las religiones, educados en l ~ colegios s y promovidos
según s u mérito y capacidad a las dignidades eclesiásticas y ofi-
cios públicos, sin que obste la descendencia de la gentilidad (AGN,
t. 129: ff. 22-25: t. 16, núm. 360: f. 263).
La corriente asimilista adquiere e n el siglo xvrrr u n tono m á s
firme. El arzobispo de México, Lorenzana, cuando defiende la uni-
ficación de la lengua a través de la enseñanza del castellano,
comenta que "el hablarse u n mismo idioma en u n a nación propia
de s u soberano, y único monarca, engendra cierto amor e inclina-
ción de unas personas a otras, u n a familiaridad que no cabe entre
los que no se entienden, y u n a sociedad, hermandad, civilidad, y
policía, que conduce mucho para el gobierno espiritual, para el
trato doméstico, para el comercio y política, como también para ir
olvidando los conquistados insensiblemente s u s enemistades, s u s
divisiones, s u s parcialidades y s u aversión a los que mandan"
(Velasco, s . a.: 74).
El jesuita criollo, Clavijero, prolongando a dos siglos d e distan-
8 2 Política indigenista d e la Corona

cia el afán unificador que embargó a ciertos misioneros del siglo


m, pero matizado por u n afán de homogeneidad patria, afirmaría:
"no hay duda de que hubiera sido más aceptada la política de los
españoles s i e n vez de llevar i~iujeresde Europa y esclavos del
África, s e hubiera enlazado con las mismas casas americanas,
hasta hacer de todas una sola e individua nación. Haría aquí una
demostración de las incomparables ventajas que de semejante
alianza hubiera resultado al reino de México, y a toda la monar-
quía, y de los daños que de lo contrario se han originado, si el
carácter de esta obra me lo permitiera" (1945: 225).
Desde l a ribera o p u e s t a , e n medio de la agitación por la
Independencia, los españoles del Consulado de México argumen-
t a n con crudeza respecto a los indios, al discutir el derecho de
representación en las cortes.
Afirman que el Estado prehispánico era bárbaro y sangriento; la
Conquista, por la más maravillosa metamorfosis que hayan conoci-
do los siglos, transforma súbitamente en hombres domésticos,
sujetos a u n a policía blanda, a los pobladores de las Américas; ella
abre paso a u n a elevación en la civilización, ahorrando el inmenso
espacio que el salvaje debe recorrer para elevarse a la altura del
hombre común, pero la libertad que rodea a los indígenas y los ade-
lantos de esta nación enervada y holgazana no logran vencer por
completo s u s defectos de constitución física (febledad de las poten-
cias, inercia del corazón), ni perfeccionar a u n s u moral; esto no es
achacable a la legislación o al gobierno, que operan muy despacio
sobre lo moral y más lentamente sobre lo físico; en el tratamiento
del indio, los españoles han hecho, a tres siglos, mejoras de tres
mil años, y sin embargo, no han podido superar todavía todas las
contradicciones de la naturaleza ni todos los resabios de la habi-
tud. El verdadero retrato del indio a fines de la colonización, según
este informe, es el siguiente: perezoso y lánguido, estúpido por
constitución, sin talento inventor ni fuerza de pensamiento, borra-
cho, carnal, insensible a las verdades religiosas, sin discernirnien-
to sobre los deberes de la sociedad, con desamor para todos los
prójimos (Fernández y Dávalos, 1878: 450-466).
Esto podría entenderse como una muestra de incapacidad de
los indios, según era la intención de los autores del documento;
mas también como u n fracaso de aquel anhelo de "mejorarlos" de
Siluio ZavaZa y José Miranda 83

que habla Solórzano Pereyra en el siglo xvii, o de hacerlos m á s


amigos y políticos con respecto a los españoles.
En realidad la intensidad del cambio o la profundidad de la
conservación no podía advertirse al medir al indio con u n patrón
igualitario europeo, a lo que conducía el enfoque asimilista. La
base de la comparación era el Estado prehispánico. Desde éste y
dentro de la relatividad de s u conocimiento, en u n momento dado,
podía apreciarse la transformación cristiana y española del indio,
la eficiencia o debilidad de la protección legal que s e le había
impartido, la divergencia entre la ley y la practica, y la condición
económica, social y cultural en que se encontaba al fin de los si-
glos coloniales. Cabía entonces pensar melancólicamente, como lo
hacía Clavijero, que había decaído de s u antigua grandeza como
los griegos bajo el yugo turco, y que era la miseria en que vivían la
que impedía el florecimiento de s u s cualidades creadoras; o llegar
a resultados más optimistas por razones de fe o de gobernación
cristiana, como solía ser el caso entre los letrados e historiadores
españoles anteriores a la Ilustración.
Mientras el ingreso de los indios en la vida cristiana bastó para
justificar la actuación de la Iglesia y de la monarquía. el problema
ideológico acerca del indio se mantuvo en quietud. La crisis des-
puntaba en momentos de escasez de alimentos o de reacción vio-
lenta ante las opresiones sociales.
Con la agitación filosófica del siglo XVIII y la política de princi-
pios del siglo XIX, s e abrieron nuevos cauces a la situación del
indio y desaparecieron muchas de las limitaciones y salvaguardas
de la época colonial.
La tutela como a menores o personas miserables del derecho
colonial fue censurada porque había restado a los indios espíritu
de independencia y formación para la libertad. Era interpretada
como una minoría perpetua, u n aislamiento perjudicial que no los
había preparado para convivir con los demás habitantes en igual-
dad de obligaciones y derechos, como anhelaba el nuevo régimen
liberal.
~fectivamente.ya sabemos que el Estado español los halló débi-
les y les concedió u n a protección específica. No se propuso modifi-
car dinámicamente s u condición salvo cuando surgieron los tar-
díos movimientos asimilistas c ilustrados que hemos descrito. La
84 Política indigenista d e la Corona

cristianización y u n a moderada castellanización del indio fueron


las metas reales dentro de u n estado general de sujeción o servi-
dumbre. Los anhelos de igualdad no fueron. los - q u e prevalecieron
e n la política ni en 12. sociedad indiana. Tocó al periodo indepen-
diente implantarlos.

Alfonso Caso et al,, La política indigenista en México.


iLTérodos y resultados, t. 1. pp. 102- 1 19, 134-149 y 193-201.
Jerarquía del poder: universos distintos
Gonzalo Aguirre Beltrán

LOS países mestizoamericanos son Estados nacionales en vías de


formación que tienen derechos establecidos sobre u n territorio
deslindado dentro del cual ejercen funciones de gobierno. Toda la
que habita en el territorio está sujeta a la legislación, el
orden y la tasación públicos, y se beneficia con los servicios que
suministra la administración. El común de los nacidos en el terri-
torio -con las excepciones que impone la edad, el sexo, el ingreso
y la instrucción- gozan del status de ciudadanos y, en conse-
cuencia, tienen el derecho de votar y ser votados para el desempe-
ño de u n papel en la estructura del poder. Esa estructura se com-
pone de tres niveles importantes, constituidos: 1) el más alto, por
el gobierno central, que tiene por sede la capital de la república;
2) el intermedio, por el gobierno estatal o departamental, que s e
aloja en la ciudad más importante de u n a zona administrativa, a
veces muy extensa; y 3) el mas bajo, por el gobierno local, esta-
blecido en u n a ciudad secundaria o en u n centro ceremonial que
funciona como núcleo de u n a circunscripción territorial menor,
llamada municipio, parroquia o distrito. Los Estados nacionales
que participan de formas federales de organización política desig-
nan por elección a los funcionarios que ocupan cargos en los tres
niveles; los países de organización centralista nombran, por desig-
nación emanada del primer nivel, a muchos de los empleados del
segundo y tercer niveles (Scott, 1959; Silvert, 1962).
Las regiones de refugio abarcan, por lo general, u n número
mayor o menor de municipios y, en ocasiones, algunas de ellas lle-
gan a coincidir con la jurisdicción de u n estado o departamento.
No es ésta, Sin embargo, la norma; con más frecuencia comprende
la extensión superficial de u n cantón, una provincia o cualquier
otra división territorial media. Las regiones de refugio no forman,
por otra parte, unidades administrativas, y si s u s metrópolis se
86 Jerarquía del poder: universos distintos

desenvuelven como centros de acción que toman y ejecutan deci-


siones que afectan a los municipios de la región, ello se debe a la
posición d e esas metrópolis como cabeceras religiosas, sociales,
económicas y culturales, y no a u n a posición administrativa pse-
ponderante. El municipio metropolitano, formalmente, no tiene
jurisdicción sobre los municipios rurales que constituyen s u hin-
terland; no obstante, los patrones de conducta tradicionalmente
estatuidos validan la injerencia citadina e n las entidades políticas,
supuestamente autónomas, que están comprendidas en s u esfera
de influencia y configuran u n a estructura de poder que presenta
características particulares. Esto s e debe a que los paises mestizo-
americanos, e n verdad, no s o n Estados nacionales totalmente
constituidos sino naciones en proceso de formación que, en s u s
regiones de refugio, gobiernan sobre poblaciones heterogéneas que
interactúan como dualidades dialécticas.
E n esas regiones, aunque la población esta sujeta a u n sistema
único de nexos políticos, sólo u n a parte de ella tiene conciencia
plena de lo que significa la nación como entidad social comprensi-
va y, por tanto, es la que participa con interés en la actividad polí-
tica de ámbito nacional y la que siente formar parte de u n a patria
c u y a s fronteras exceden los límites estrechos de la comunidad
parroquial. E n las regiones de refugio ese segmento de la pobla-
ción total está representado por el grupo que a sí mismo s e d a la
designación de ladino. Aunque localmente s e encuentra en franca
posición de minoría, al enlazarse sentimental y estructuralmente
con la población mayoritaria o dominante del país, se sitúa con el
rango de grupo superior e n la ecuación regional.'
E n l a posición s u b o r d i n a d a d e población d e p e n d i e n t e s e
encuentran los grupos étnicos nativos organizados como socieda-
des parroquiales. S u s miembros no tienen u n concepto claro de lo
q u e e s la nación ni participan activa y conscientemente e n la

' Nash (1957: 826) dice: "La parte de la población que participa de la variedad
nacional de cultura es, de hecho, la sociedad nacional; esta distribuida por todo el
territorio nacional; e s el eslabón entre la nación y otras naciones del mundo y es
el segmento de población en el que reside el control político y entre el cual el con-
trol político e s disputado. E s también la parte de la población cuyas decisiones
económicas tienen repercusiones nacionales".
Gonzalo Aguirre Beltrán 8 7

maquinaria política nacional. El universo social de estos grupos


étnicos s e encuentra reducido a la parroquia; tienen formas de
gobierno privativas, débilmente articuladas con los patrones nacio-
nales y, debido a que poseen lenguas distintas a la oficial y cultu-
ras distintas a la nacional, la comunicación entre el universo
parroquial del indio y el universo nacional del ladino es difícil v se
conduce a base de relaciones de super subordinación que colocan
a los indios en posición anómala.
Las sociedades parroquiales indias son diversas entre sí, en
ocasiones tan distintas que configuran culturas separadas con
lenguas o variaciones dialectales propias que impiden o estorban
la comunicación entre unas y otras. Cada grupo constituye u n a
comunidad local, y el conjunto de con~unidadesen una región,
una estructura horizontal que, a veces, se presenta como una plu-
ralidad de culturas o un mosaico abigarrado de idiomas diferentes.
Esta circunstancia h a llevado a diversos estudiosos a considerar a
los países mestizoamericanos como Estados multinacionales com-
puestos por un gran número de sociedades p l ~ r a l e s Cada
.~ una de
las comunidades parroquiales de cultura diferente constituiría u n a
sociedad aparte, de carácter nacional, establecida en relación de-
sigual frente a la sociedad nacional dominante o mayoritaria. El
compendio total de las sociedades plurales indias y la sociedad
ladina dominante constituiría la sociedad global de u n Estado no
nacional o multinacional.
Tal modo de interpretar la realidad no hace sino distorsionarla,
ya que ignora las diferencias que existen entre los ladinos de una y
otra región de refugio y entre estos ladinos y la población global de
cultura nacional. Además, examina la situación como si ésta fuese
un fenómeno acabado y no una coyuntura en constante proceso de
cambio que viene integrando a l.as sociedades parroquiales, una a
una, en la sociedad nacional. Bien visto. las comunidades indias,

T a s (1946: 338) propuso el termiiio Estado no nacional. pero lo diferenció


específicamente del Estado niuliinacional. Nash (1956), al sugerir el término
sociedad múltiple. está iinplicarido la existencia de u n a sociedad multinacional. En
el comentario que Blanksten (1956: 155) hace del trabajo que Nash presentó en el
Seminario, así lo entiende cuando expresa: "en esencia, Guateniala es, como h a
dicho el autor, u n Estado no nacional o multinacional".
88 Jerarquía del poder: universos d istirztos

no obstante s u pluralidad cultural, constituyen -tomadas en s u


conjunto- u n universo social único, el indio, en confrontación con
las sociedades ladinas que, a pesar de s u s variaciones culturales
regionales, constituyen otro universo social único, el ladino.
Ambos universos, el indio y el ladino, luchan por constituir u n
universo social nuevo -el nacional-, que el desarrollo histórico
logró ya en las regiones culturalmente m á s evolucionadas. Los paí-
s e s mestizoamericanos pueden aparecer como Estados multinacio-
nales sólo s i s e analizan estáticamente; cuando s e contemplan
como procesos, son Estados nacionales e n formación. Por eso,
quienes propalan el establecimiento formal de naciones múltiples o
de u n Estado no nacional, acaso sin saberlo, están proponiendo de-
tener el proceso de conjugación de la dualidad social e ~ i s t e n t e . ~

La república de indios
Las discusiones y controversias a que h a dado origen el problema
de las nacionalidades deriva, en gran medida, de u n a interpreta-
ción inadecuada o inauténtica de lo que e s la comunidad indígena.
Adams, u n poco injustamente, h a llegado a llamar a la comunidad
u n mito.4 Para s u debida comprensión tendremos necesidad de

Ovando (1961: 25). tomando la posición del Partido Comunista boliviano.


manifiesta: "una división cientifica de la población de Bolivia e n naciones, naciona-
lidades, tribus y grupos etnográficos e s esencial para el planteamiento de una solu-
ción para el problema nacional-colonial de nuestro país [...] Del examen de la
población de Bolivia que hemos realizado en este capítulo se puede concluir qiie
estamos en presencia de un país que tiene una especial estructura demogr-f' a ica,
que tiene u n intrincado problema humano, que, en suma, Boliiria no e s u n Estado
nacional, d e acuerdo con el criterio que sustentamos sobre el concepto histórico-
económico de la nación, sino que e s u n Estado complejo, d e composición abigarra-
d a desde el punto de vista nacional, u n Estado compuesto de grupos etnográficos,
tribus, nacionalidades y u n a nación. En suma, un Estado de nacionalidades o m á s
propiamente, u n Estado multinacional".
Adarno (1962: 409) a f m a : "en la sociología política de América Latina se h a desarro-
llado en el curso de los últimos cincuenta anos un mito acerca de la comunidad. Aunque
aparece en variados disfraces. se le puede identificar por unos cuantos de s u s rasgos más
salientes. La comunidad, dice el mito, es u n agrupamiento natural que tiene característi-
cas especiales que conducen a s u perpetuación frente a las amenazas externas. Esta uni-
Gonzalo Aguirre Beltrán 89

aludir a los orígenes de e s t a institución, q u e f ~ i ecreada por el


colonialismo espafiol como u n instrumento de gobierno indirecto
que permitió a la minoría extranjera la pacifica explotación de los
recursos humanos y materiales de la tierra recién descubierta. La
institución fue organizada siguiendo al pie de la letra el modelo d e
la comuna española; s e copiaron s u s normas y reglamentos, s e
reprodujeron s u s fines y funciones y s e le dotó de u n personal
cuyos nombres y responsabilidades correspondían exactamente
con s u s equivalentes europeos. El préstamo cultural fue impuesto
a la población vencida, pero ésta no lo aceptó sin reservas.
Cuando los historiadores d e la cultura dedican s u s afanes al
estudio de la comuna india, como e s de esperarse, toman los datos
significativos que les sinren para s u s reconstrucciones de la fuente
abundante compuesta por los documentos que ordenaron la insti-
tución; l a s cédulas y ordenanzas q u e aplicaron l a s normas e n
casos particulares. Enfocado el estudio desde tal perspectiva, l a
institución analizada inconcusamente s e ostenta como u n a comu-
nidad de tipo español. Así lo hace Antonio García e n u n célebre
e n ~ a y oPara
. ~ él la comunidad que diseñó y heredó la Colonia fue
impuesta sobre grupos étnicos q u e carecen de u n a mentalidad
monetaria, que tienen u n a escala de valores muy limitada, que no
han ideado conceptos políticos, que no orientan racionalmente s u
economía ni saben ampliar el ámbito de s u s conquistas culturales.
La metrópoli, al imponer la comuna sobre l a población vencida,
también pensó que los indios habían perdido s u s conceptos políti-

dad integral reside en las relaciones sociales de las que la comunidad se compone.
Clásicamente, la comunidad indígena de América Latina h a sido mostrad2 como la comu-
nidad típica de esta clase. S u s relaciones se han considerado que derivan directainente de
relaciones precolombinas y, puesto que ha sobrevivido tan largo tiempo, se dice que la
comunidad indígena es eterna. El mito alcanza el clímax de s u argumentación cuando se
a f m a que deben tomarse medidas mayores para preservar estas comunidades. ¿Por qué,
preguntamos nosotros, es tan serio problema la presercración de lo eterno?"
5 García (1948: 269) agrega: "La comunidad no e s realmente u n a forma de orde-
nación del trabajo social, ni u n sistema de uso de las energías comunes, sino u n
régimen de defensas negativas: en lo económico impide la pérdida del patrimonio
territorial: en lo fiscal, el pago de impuestos ordinarios; en lo demográfico, la dis-
persión de las familias emparentadas. y en lo cultural, la desaparición de las len-
guas, de ciertas tradiciones y leyendas vinculadas al valor expresivo de las lenguas
y de ciertas prácticas médico-sanitarias".
90 Jerarquía del poder: universos distintos

cos, económicos y culturales cuando logró decapitar la cultura


indígena mediante la destrucción de la elite dirigente. Aquella
parte de la elite que no pereció en el episodio de la Conquista y
aceptó colaborar con el grupo dominante le fue adscrita la condi-
ción de nobleza -siempre conforme al modelo español- y s e le
concedieron funciones de gobierno para facilitar, por s u interme-
diación, el aprovechamiento de la masa campesina? Los privilegios
y deberes que s e asignaron a esa nobleza la hizo aparecer -mien-
t r a s los intereses coloniales la consideraron útil- como u n traspa-
so mecánico de fonnas europeas en el escenario de la estructura
política india, esencialmente distinto.
El error de las autoridades coloniales y de los historiadores cul-
turales que dependen, para emitir s u s juicios, de los documentos
producidos por el grupo dominante, es no advertir que si bien es
cierto que el continente de la comuna india e s fundamentalmente
español el contenido es eminentemente indio. La comuna, en efec-
to, recibió el nombre castizo de común o república de indios, reser-
va o parcialidad indias; s u s funcionarios fueron llamados goberna-
dores, alcaldes, regidores, capitanes o alféreces, designaciones
todas ellas aceptadas por la terminología política peninsular.
Las comunas indias, e s verdad, no tuvieron el elevado status de
los ayuntamientos españoles, ni s u s funcionarios dispusieron de la
dignidad y abolengo de s u s correspondientes europeos. Para seña-
lar s u menor valía s e les llamó alcaldes, regidores o capitanes de
república, y siempre se encontraron si.ipeditados a los oficiales rea-
les, corregidores y alcaldes mayores; cargos que recaian en los
extranjeros. Sin embargo, las diferencias entre la coniunidad indí-
gena y el ayuntamiento español no residen, como a menudo s e
supone, en la mayor suma de prestigio que una y otro detentan, o

Wolf (1959: 213) dice justamente: "Los nobles que permanecieron en las villas,
por otra parte, fueron reducidos mediante la pérdida de la riqueza y de la posición
superior que mantenían sobre los ciiidadanos indios. Debido a que s u s personas a ú n
estaban embebidas del poder mágico pasado, un antiguo sacerdote o u n jefe local,
a q u í y allá, asumieron puestos de mando e n la comunidad local, pero pronto
perdieron s u habilidad para regular el tributo o el trabajo cooperativo de q u e
disponían s u s antepasados. Las nuevas comiinidades indias eran comunidades for-
madas por gente pobre, demasiado sobrecargada para sost.ener u n a clase que había
perdido s u función".
Gonzalo Aguirre Beltrán 9 1

en la cantidad mayor O menor de poder que u n a y otro ejercen. Las


diferencias, a ú n habiéndolas, no son de m á s o menos, son diferen-
cias de cultura, fundamentales y significativas; los universos socia-
les del colonialista español y del indio asediado son, no sólo dife-
rentes, sino contradictorios: s o n universos e n oposición.
Hoy día persisten las diferencias sustantivas e n las comunida-
des que representan los polos extremos de la contradicción; pero
en aquellas otras que experimentaron con vigor las consecuencias
de los procesos de aculturación e integración, los extremos s e con-
jugaron a tal p u n t o q u e l a s c o m u n i d a d e s n a t i v a s -sociológi-
camente consideradas- h a n dejado de s e r indias, a u n c u a n d o
legalmente sigan conservando s u antiguo estatuto. En Perú, como
bien lo advierte Dobyns, gran número de comunidades indigenas
hace ya mucho tiempo que no cuentan con indio^;^ e n Colombia,
Hernández de Alba (1963) describe u n a situación semejante e n
ciertas comunidades del Cauca y Tierra Adentro. E n México, u n
número crecido de comunidades indígenas, legalmente registradas
como tales, dejaron de serlo desde los a ñ o s violentos e n que la
Revolución sacudió la vieja estructura; e n todos los países mesti-
zoamericanos es posible encontrar comunidades indias que s e h a n
integrado a la sociedad nacional. Las comunidades que s e ordena-
ron como pueblos artesanos especializados -los tarascos serranos
en México, los otavaleños e n el Ecuador, los pueblos del valle del
Mantaro e n el Perú- son casos ejemplares de regiones de refugio
que, al perder s u condición prístina, permiten, al observador con-
temporáneo, el estudio objetivo del proceso de integración (Kaplan,
1953; Buitrón, 1964 [?]; Arguedas, 1957).
El proceso, desde luego, no h a sido general e n s u comprensión,
ni semejante el ritmo de s u desenvolvimiento e n todos los países;

Dobyns (1964: 97) concluye s u magnífica investigación sobre las comunidades


peruanas, con el siguiente parágrafo: "Mucho de lo previamente escrito sobre las
comunidades indígenas en Perú h a sido romántico, más que científico, en s u idea-
lización de la vida comunal. Mucho de lo que h a sido escrito refleja deducciones
derivadas de una ideología política más que u n a síntesis de observaciones de u n a
conducta comunal real. Aun los estudios científicos de comunidades indigenas par-
ticulares han tenido que soportar la pesada carga de las extrapolaciones por falta
de u n conocimiento sistemático del universo total de las comuliidades".
92 Jerarquía del poder: universos distintos

en cada uno de ellos e s posible descubrir comunidades que han


experimentado muy pocos cambios, en las que persisten formas de
organización preponderantemente coloniales. En otro lugar hici-
mos notar hasta qué punto las repúblicas de indios conservaron
en s u contenido rasgos y complejos culturales que procedían de la
m á s remota antigüedad india (Aguirre Beltrán, 1953).Hace apenas
u n lustro Pedro Carrasco, contestando indudablemente a quienes
afirman el carácter español de la comunidad india, volvió a enfati-
z a r l a importancia del contenido indio e n la organización del
común.8 Nuestra insistencia tiende a poner de relieve el hecho de
que, no obstante que las formas de gobierno precolombinas fueron
t e n a z m e n t e p e r s e g u i d a s por el colonialismo europeo -con la
misma tenacidad con que fueron decapitadas las altas culturas
americanas-, la destrucción no alcanzó la total extinción; la acul-
turación, por grande que sea, nunca llega a alcanzar los términos
absolutos. En Mestizoamérica persistió y persiste la cultura agra-
ria indígena, y con ella, las formas políticas que la caracterizaron.
La imposición del complejo político representado por la comuna
española no s e llevó a cabo sobre una tabla rasa; los indios sujetos
tenían y defendían los conceptos políticos tradicionales. Debido a
ello, l a s comunidades indígenas, hoy día, representan tempos dis-
tintos de u n proceso de conjugación de formas y conceptos políti-
cos de culturas e n conflicto que, no obstante los siglos transcurri-
dos d e contacto continuado, a ú n no h a n logrado la completa y
cabal r e s o l u c i h de SUS e&-rCt$iee&nes w3ginales.

Carrasco (1961: 485) dice: "El propósito de esta comunicación es discutir los l
i

antecedentes prehispánicos de este sistema de escalafón y delinear su clesarrollo


ulterior como consecuencia de la Conquista española. Las posiciones en la jerar-
quía cívico-religiosa moderna forman parte tanto del sistema municipal de gobier-
no del pueblo, introducidas en el temprano periodo colonial, como de las organi-
zaciones locales del cuento popular católico. Los términos anuales de la función
fueron también parte de la reglamentación española, y hay otras muchas similitu-
des entre la organización de las aldeas indias modernas y el sistema municipal es-
pañol. Consecuentemente se supondria que la jerarquía cívico-religiosa moderna es
básicamente de origen espafiol. Sin negar la indudable co'ntribución espafiola en el
desarrollo. el interés de la presente comunicación es enfatizar los antecedentes pre-
hispánicos y mostrar cómo ellos modularon la introducción de la organización
municipal española bajo las condiciones que impuso el régimen colonial".
Gonzalo Aguirre Beltrún 93

Una de las ventajas indudables del enfoque etnohistórico, que con-


fronta los datos del pasado con los hallazgos del presente, es la luz que
arrojan los materiales etnográficos, recogidos mediante el estudio de
las comunidades supérstites, sobre la interpretación de los datos histó-
ricos y, e n debida reciprocidad, la penetrante iluminación que los datos
del pasado esparcen sobre los patrones de conducta que configuran las
instituciones actuales y que, sin ese auxilio, son arduos de comprender
en s u exacto significado. Aisladas, la historia cultural y la etnografía
estructural difícilmente alcanzan a descifrar el pensamiento que sub-
yace en los aspectos formales de la actual comunidad indígena.

La base territorial
L a s comunidades indias supérstites pueden acomodarse e n d o s
casilleros separados; e n el primero caben las llamadas comunida-
des de origen, que son las comunidades por antonomasia e n la
conservación de u n a autonomía política formal que l a s convierte
en pequeñas repúblicas independientes o células políticas meno-
res e n la estructura del Estado nacional. E n el segundo s e ubican
las comunidades de hacienda, que s e caracteriza11 por s u estable-
cimiento e n u n a base territorial enajenada y porque el hacendado
o s u r e p r e s e n t a n t e o c u p a n el cargo d e mayor j e r a r q u í a e n l a
estructura del poder. El1 la comunidad de hacienda los indios tie-
nen derechos reconocidos sobre la tierra, y el hacendado tiene
obligaciones reconocidas respecto a los indios (Urquidi, 1962).
Bien visto, el hacendado e s u n sustituto del cacique o curuca e n
s u s relaciones c o n los acasillados, huasipungueros y a n a p a s ;
terrazgueros que componen la comunidad sierva. E n aquellos paí-
ses mestizoamericanos que h a n experimentado u n proceso efecti-
vo de redistribución agraria, l a s comunidades de hacienda h a n
revertido a la forma primitiva de comunidades de origen mediante
la restitución, a l o s pueblos, d e l a s t i e r r a s u s u r p a d a s p o r l a
hacienda y la liberación de la servidumbre que sufrían los peones.
La comuna indígena fue tempranamente dotada de u n a b a s e
territorial que, por lo general, coincide con la extensión superficial
que el grupo étnico ocupaba e n el momento de la Conquista. Las
descripciones geográficas del siglo XVI d a n noticias sobre la juris-
9 4 Jerarquía del poder: universos distintos

dicción de los antiguos señoríos indígenas y hacen ver cómo la


extensión del señorío sirvió para deslindar la base territorial de las
alcaldías mayores o corregimientos de la época colonial, que pasa-
ron a municipios o parroquias en la época independiente. Sol Tax
(1965: cap. 2, n. 23),al estudiar los municipios mesoamericanos,
hace notar que representan, sin lugar a dudas, unidades sociales y
culturales -con u n tipo definido de organización política- que
corresponde a divisiones étnicas básicas. Los grupos municipales
pueden tener u n idioma distinto o u n a lengua común; en este últi-
mo caso cada grupo étnico posee una variedad dialectal que permi-
te descubrir, por el número y calidad de las variaciones significati-
vas, el tiempo que tienen transcurrido como unidades sociales
independientes o como grupos politicos segregados. La indumenta-
ria particular para cada grupo municipal es uno de los símbolos
más visibles de la separación étnica (Drucker, 1963).
El territorio que constituye la base material de la comunidad fue
otorgado e n propiedad a s u s miembros mediante merced que en
ellos hizo la metrópoli colonial. Algunas comunidades -particular-
mente las más aisladas o las establecidas en las regiones de geogra-
fía en extremo hostil- lograron conservar la propiedad de las tierras
desde que le fueron mercedadas hasta la época actual; pero no
todas tuvieron tanta fortuna. Las mas fueron invadidas por poblado-
res españoles o criollos que les tomaron porciones de bosques, pas-
tos, aguas o tierras, y limitaron los recursos de la comunidad a tal
grado que la pusieron, en verdad, al umbral de la subsiste~icia.En
otras ocasiones los pobladores despojaron a las comunidades de ori-
gen de la propiedad total de las tierras y las redujeron a comunida-
des de hacienda. En este último caso los comuneros conservaron
ciertos derechos sobre el territorio, que los fijaba al mismo, a cam-
bio de la prestación de una variedad de servicios, entre los cuales
algunos herían la dignidad de la persona. Por persistir en una época
que pone en alta estima los derechos del hombre, estas comunida-
des, y s u s integrantes, han sido objeto de dramatización y de distor-
sión por la creación literaria (Menton, 1965).
El territorio de la comunidad -particularmente en el hábitat de
montaña- no e s uniforme; s e extiende por diversos niveles con
recursos diferentes, que ayudan a mantener la autonomía comuni-
taria. L a s comunidades que rodean el lago Titicaca disfrutan de las
Gonzalo Aguirre Beltran 95

aguas superficiales de s u s márgenes, que les permiten la explota-


ción de la fauna y la flora acuática, tierras agrícolas e n la pampa
inmediata y pastos en la puna que corre por los cerros. El territo-
rio vertical de las comunidades andinas se reproduce, en escala
menor, en las comunidades montañesas mesoamericanas que pue-
den levantar, en distintos lugares de s u territorio, cosechas de tie-
rra fría y templada o de tierra templada y caliente. A esta diversi--
dad territorial se agrega la que proviene de la diferente calidad de
los suelos y de la variedad que proviene de las posibilidades de
riego, de la conservación de la humedad -cuando las tierras for-
man parte de las vegas de los ríos- o de la ausencia de otras
fuentes de agua que no sean las que suministra el temporal. Los
derechos que tienen los comuneros sobre el usufructo de l a s
aguas, las tierras, los bosques y los pastos, como es de suponer,
varían según la naturaleza de esos recursos. Unos son usufructua-
dos en común y otros privadamente por cada grupo familiar; en
consecuencia, son objeto de ordenamientos políticos distintos.
Como bien lo advierte Murra, el uso del término propiedad, con
referencia a la condición legal de las comunidades indias, condu-
ce a menudo a concebir equivocamerlte la relación del grupo cor-
porado con la tierra.g Las normas europeas tienden a convertir a
los miembros de la comunidad en copropietarios de u n a corpora-
ción territorial, de una copropiedad que implica la participación
sistemática en negocios comunes, políticos y religiosos, y en que
cada comunero aparece como el propietario privado de u n a se-
mentera. No obstante el largo periodo de actuación del dominio co-
lonial, los grupos étnicos que conservaron s u identidad no conci-
bieron la relación con la tierra al modo occidental; ésta fue conce-

Murra (1959) dice: "La discusión que se h a suscitado sobre la tenencia inca de
la tierra está dominada por la controversia sobre la propiedad comunal o individual.
Ambas pueden ser documentadas en fuentes del siglo xvr; ambas s o n afirmaciones
yerdaderas aunque incompletas de la realidad andina puesto que intentan aplicar a
la experiencia americana categorías y conceptos de la historia económica europea
derivados de circunstaricias totalmente distintas [.. .] La antropología moderna de
sociedades contemporáneas del tipo inca en otras partes del mundo h a puesto énfasis
no ya en la propiedad, que inevitablemente tiene tonalidades de la economía de mer-
cado europea, sino sobre la jerarquía, frecuentemente contradictoria y traslapada, de
derechos sobre la tierra ejercidos por u n a gran variedad de grupos y de individuos".
9 6 Jerarquía del poder: universos distintos

bida como u n a relación mística e n que el comunero y el territorio,


personalizado como sobrenatural, guardaban vínculos de mutua
reciprocidad que los comprometían en u n a serie institucionaliza-
d a de lealtades, derechos y obligaciones. Los miembros de la co-
m u n i d a d corporada, m á s que copropietarios, s e consideraban
coderechohabientes. Como copartícipes de u n a cadena de recipro-
cidades constituían la comunidad corporada; e n parte unidos por
las relaciones de parentesco y en parte por s u coparticipación en
derechos y obligaciones respecto al territorio; constituían u n clan
territorial (Wolf, 1955: 457).
L a extensión superficial de u n municipio constituye en Mesoa-
mérica la base material de u n grupo étnico corporado en comuni-
dad. En los países andinos, donde el desarrollo histórico actuó
conforme a módulos diferentes a los mesoamericanos, el grupo
étnico no s e organizó en comunidades que abarcan la circunscrip-
ción de u n municipio o su correspondiente suramericano, la parro-
quia o distrito (Ortiz, 1962); s e pulverizó en comunidades de tama-
ño reducido, constreñidas al territorio, y en los habitantes de u n
ayllu -equivalente del culpulli mesoamericano- que tomaron la
designación de anejos o parrialidades. No obstante esa pulveriza-
ción, para efectos administrativos, la parroquia o distrito e s la
célula de la organización política republicana, a la manera como lo
e s el municipio e n Mesoamérica. Distritos como los d e Pisac o
Chincheros e n el Perú están compuestos por u n a cabecera cuya
jurisdicción comprende u n número variable de comunidades-ayllu
q u e , u n i d a s , forman la comunidad-llacta o pueblo (Núñez del
Prado, 1965: 113).Esta última es la que, en verdad, constituye la
unidad social y cultural que define al grupo étnico.
La unión de anejos, parcialidades o parajes no se realiza, por
supuesto, arbitrariamente; la conexión s e lleva a cabo mediante el
principio -que Zantwijk (1965: 195) llama dualidad competitiva-
que divide a los ayllus o calpullis en dos mitades -rnoitiés- en
rivalidad institucionalizada. Sivert (1960) denomina a estas mita-
des fratrías en s u estudio de Oxchuc, y Rubio Orbe (1956: 302-
304), e n s u monografía de Punyaro, nos relata la forma que toma
esa rivalidad. La moitié de la cual es parte Punyaro, con la mitad
opuesta, entablan u n a guerra florida qiie tiene por finalidad la
posesión de u n templo bajo la advocación de s a n J u a n . En el com-
Gonzalo Aguirre Beltrán 9'9

bate no se permite el uso de armas ofensivas, con la excepción de


10s puños; sin embargo, son frecuentes las lesiones graves que, en
ocasiones, conducen a la muerte. La rivalidad institucionalizada
entre l a s dos moitiés de la comunidad-llacta d u r a sólo u n día,
pasado el cual retorna la vigencia de relaciones normales entre los
ayllus opuestos.
Los ayllus o calpullis no siempre constituyen un establecimien-
to compacto; las más de las veces están formados por la unión de
un número variable de caseríos o linajes, a su vez compuestos por
la congregación de grupos domésticos o familias extensas. Estos
grupos domésticos son las unidades socioeconómicas menores de
la comunidad y, en consecuencia, las que poseen concretamente
10s derechos y obligaciones para con la tierra, los bosques, los pas-
tos y las aguas. Esos derechos y obligaciones, como es de suponer,
son distintos para los recursos diferentes y, para u n mismo recur-
so, distintos también según la naturaleza del mismo: los pastos,
los bosques, los productos del lago, las tierras destinadas a la
roza, configuran derechos y obligaciones a que tienen acceso los
miembros todos de la comunidad; en tanto que las tierras de riego,
las de humedad que se cultivan de año en vez, los frutales que cre-
cen en las huertas y los totorales pueden usufructuarse a base del
reconocimiento de derechos y obligaciones ubicados en la familia
extensa. Las limitaciones y servidumbres que se impone a esos
derechos y obligaciones, entre los cuales se halla la prohibición de
vender la tierra a miembros extraños a la comunidad, impiden la
formación del concepto de propiedad conforme al pensamiento
occidental.

Dualidad complementaria
El geronte -pariente m á s anciano o más prominente del grupo
doméstico- es quien representa al grupo hacia afuera, esto es, el
que toma las decisiones en lo que concierne al trato con otros gru-
pos domíisticos emparentados o, simplemeiite, de la propia vecin-
dad; en él recae la autoridad, el poder institucionalizado. Las deci-
siones, en lo que respecta al gobierno interior del grupo doméstico.
son tomadas por la mujer de mayor edad y experiencia; es la auto-
9 8 Jerarquía del poder: universos distintos

ridad interna, la que ejerce el poder hacia adentro. El caserío, el


parzje y la comunidad, conforme a la p a u t a anterior, tienen un
cuerpo de autoridades internas otro de externas. En ellos, los
cargos de mayor responsabilidad son ocupados por matrimonios
de gerontes, llamados comúnmente principales.
L a dualidad complementaria de funcionarios internos y exter-
nos da forma a u n gobierno dual que s e configura de muy distinta
manera según las regiones y los países (Zantwijk, 1965: 195). En
aquellas comunidades compactas o centroceremoniales, donde el
grupo étnico logró persistir sin la admisión en s u seno de enclaves
extranos -mistis, ladinos, cholos o revestidos-, hay u n cuerpo de
gobierno interno de patrón tradicional que tomó s u forma actual
durante la dominación colonial y que tiene a s u cargo los negocios
que surgen de las relaciones entre los miembros d e la comunidad y
eritre éstos y los sobrenaturales nativos. Este cuerpo d e gobierno
cuenta con la sanción y el consenso general, y quienes e n él parti-
cipan gozan d e la mayor autoridad, h o n r a y estima. El u s o del
poder e n tal cuerpo confiere carisma, fuerza mística, condición
sacra, que s e incrementa con la edad y el ejercicio de la autoridad,
a tal punto que los gerontes que alcanzan los cargos m á s altos de
la jerarquía del poder s o n sujetos que despiertan en el común los
sentimientos ambivalentes de amoroso respeto y temor obsecuente
que inspiran los sobrenaturales. El poder de que s e hallan investi-
dos e s a veces t a n inconmensurable que el contacto con s u peli-
grosidad obliga a la comunidad a sacrificar a quienes lo poseen.
Muchos de los asesinatos de brujos registrados y castigados por la
legislación nacional no s o n otra cosa q u e el aniquilamiento de
gerontes cuyos poderes exceden la capacidad de sumisión y con-
formismo del hombre comUn (Siverts: 1960).
E n e s a s comunidades l a autoridad externa esta representada
por el cuerpo de gobierno constitucional. Este cuerpo cuenta con
la sanción de la sociedad nacional, formalmente articula a la co-
munidad con el gobierno departamental y, por s u intermedio, con
l a s instituciones democráticas de la república. E s este gobierno
externo el único legalmente reconocido y el que tiene por enco-
mienda el trato con los extraños a la comunidad. Los cargos exter-
n o s , por lo general, n o otorgan h o n r a o prestigio. Quienes los
ostentan s o n a menudo considerados por los indoctos como las
Gonzalo Aguirre Beltrári 99

máximas del grupo étnico, pero e n realidad s e encuen-


tran subordinados a la autoridad de los gerontes que integran el
cuerpo de gobierno interno. El gobierno externo está compuesto
jóvenes que inician s u carrera e n la jerarquía política; el de-
sempeño adecuado del encargo les abre las puertas para el ingreso
al cuerpo de gobierno interno.
En las comunidades compactas, e n las que u n a parte del pue-
blo s e encuentra ocupada por indios y la otra por no indios, el
gobierno constitucional está, por lo común, e n manos de los últi-
mos. Los naturales conservan el cuerpo de gobierno interno, y tie-
nen como autoridad externa en el gobierno constitucional a uno de
10s suyos con u n cargo de alcalde segundo o regidor, poco ostensi-
ble. El hecho de que exista tal representación e n modo alguno sig-
nifica que ésta s e halle dotada de poderes bastantes para tomar
decisiones que afecten al grupo étnico. S u función, como bien s e
habrá advertido, e s u n a de l a s m á s difíciles e ingratas, ya que
tiene por cargo, por u n a parte, transmitir al gobierno interno de la
comunidad las decisiones que toma el gobierno nacional para que
se cumplan al pie de la letra y, por otra parte, s u s representados
exigen de él q u e interfiera y contradiga e s a s decisiones cuando
afectan los i n t e r e s e s c o m u n a l e s (Wisdom, 1961: 2 6 7 ) . E n l a s
comunidades centroceremoniales donde la cabecera e s u n enclave
ladino, rnisti o cholo, p u e d e existir representación india e n el
gobierno constitucional: e n tal caso la representación constituye
el gobierno externo de la comunidad; el interno funciona separada-
mente en el propio centro ceremonial o está distribuido en los para-
jes, anejos o parcialidades. Cualquiera que sea la situación -por
demás esta decir que son múltiples y diversas- hay siempre u n a
dualidad complementaria de gobiernos: el interno, acatado sin dis-
puta, y el externo, con poca estima y autoridad, articulado con la
sociedad ladina. No obstante l a debilidad manifiesta del gobierno
externo, explicable por l a función de coyuntura que .desempeña,
cuando la comunidad s e desorganiza e s el que persiste. Esa desor-
ganización significa u n reacomodo de las relaciones políticas con
la sociedad nacional, y e n e! la autoridad externo. es la que tiene la
palabra. La toma del poder por los jóvenes e n las reorganizaciones
de las cornui~idadesindígenas que sufren el impacto de los movi-
mientos mesiánicos o revolucionarios son índice de la tendencia
100 Jerarquía del poder: universos distiritos

subyacente encaminada a desafiar la autoridad de los gerontes.


o t r a dualidad complementaria es importante e n la organización
política indígena: la que pone frente a frente las funciones civiles y
las ceremoniales. Esta dualidad no es, como la anterior, de proce-
dencia aborigen: parece más bien originada en la dicotomía griega
que separa el cuerpo del alma, lo natural de lo preternatural, lo que
e s del césar de lo que es de dios. El común o república fue concebi-
do por el colonialismo español como u n a institucion destinada a
tratar los negocios seculares involucrados en la explotación de los
indios. Pronto hubo de aceptar que a esa institucion s e acoplara
otro organismo, en parte derivado de las cofradías o hermandades
religiosas, q u e tenia por finalidad el trato con lo sobrenatural
(Mencfas, 1962: 67). Al constituirse la dualidad complementaria los
indígenas la consintieron formalmente; e n s u visión del mundo las
esferas de lo secular y de lo sagrado se traslapan sin que exista
línea de división o solución de contigüidad. El cuerpo de gobierno
secular ciimple funciones ceremoniales y, a s u vez, el cuerpo de
gobierno religioso ejerce funciones civiles. En ocasiones e s difícil
definir si u n geronte desempeña u n cargo civil o u n cargo religioso;
las m a s de las veces es el investigador el que ubica al funcionario
en u n a u otra categoría tomando como indicadores para hacerlo s u
designacibn o la preponderancia de s u s funciones.
Por otra parte, el carguero, en el transcurso de s u carrera politi-
ca, pasa de u n cargo preponderantemente religioso a otro prepon-
derantemente civil, ubicados en la escala de rangos que compone la
jerarquía formalmente dual. E n realidad, son los cargos de carácter
sagrado los que otorgan prestigio y autoridad, según se desprende
del enorme esfuerzo, en bienes y servicios, que impone s u cumpli-
miento. Los cargos cívicos, por el escaso coste y esfuerzo que
requieren, s e antojan pausas o descansos que s e toma el comunero
en el camino que recorre para la consecución del poder. La impor-
tancia relativa de uno y otro cuerpos de gobierno puede medirse
observándolos en la etapa crítica en que la comunidad s e desorga-
niza para reintegrarse a la sociedad nacional; entonces, es el cuer-
po religioso el que persiste con inusitada tenacidad, resistiéndose
tozudamente a subsumirse en la Iglesia nacional.
Gonzalo Aguirre Beltran 10 1

La escala jerárquica
N esbozar el modelo de estructura política de la comunidad indí-
gens no debemos perder de vista que representa sólo una cons-
trucción ideal que al aplicarse a u n a comunidad concreta no
ajusta e n todas s u s partes. Factores numerosos, como la presen-
cia de enclaves ladinos o cholos, la densidad demográfica, el nivel
de la tecnología, el volumen y la calidad de las especializaciones,
la importancia relativa de la esfera económica de mercado res-
pecto a las esferas de subsistencia y prestigio. el grado y monto
de actividad de los mecanismos dominicales que mantienen la
segregacióri, y otros más, introducen variaciones considerables.
~l modelo, consecuentemente, sólo puede incluir los rasgos sig-
nificativos que con mayor frecuencia se recogen.
Los integrantes de una comunidad indigena organizan s u vida
pública en .torno a u n a serie de cargos escalonados que constitu-
yen la jerarquía del poder. Todos los integrantes de la comunidad
al llegar a la edad adulta, esto es, al contraer matrimonio, tienen
el derecho y la obligación de formar parte de la jerarquía del poder.
Solaniente los física o mentalmente incapacitados, los forasteros
avecindados en la comunidad y los comuneros que migran a las
plantaciones en procura de u n salario, quedan excluidos de parti-
cipar en la jerarquia. Esta característica de inclusión comprensiva
es uno de los rasgos mas constantes de la estructura politica de la
comunidad indígena. Nash (1956) lo considera t a n significativo
que no duda en asignarle, según ya lo hicimos notar, la cardinal
importancia que en otros grupos humanos tienen las relaciones de
parentesco o el sistema de clases sociales.
Desde el punto de vista de los miembros de la comunidad, la
jerarquia e s el instrumento por medio del cual el individuo, como
representante de una familia nuclear, de u n a familia extensa, de
un linaje o de u n a fratria se encuentra obligado a prestar servicios
a la comunidad y a redistribuir los bienes de capital que pueda
haber acumulado e n exceso durante los anos activos de su vida.
Cada comurrero, sin excepción, sirve u n cargo que no le es remu-
nerado con privilegios de beneficio sino con privilegios de honra y
estima. Ello quiere decir que, por los servicios q u e rinde a la
comunidad, el carguero no recibe retribución alguna en especie o
102 ~ e r a r k i adel poder: uniuersos distintos

dinero, sino en respeto y estimación que recaen e n él y e n los


miembros de s u familia, de s u linaje o de s u barrio.
El recién casado iiigresa a la jerarquía a una edad temprana e
inicia el noviciado con el desempeño de los cargos m á s modestos;
los m á s bajos del gobierno cívico o ceremonial, los menos impor-
t a n t e s e n los cuerpos interno y externo de mando. Traiiscurrido
u n año, permanece en disponibilidad para ser elegido u n a y otra
vez al cargo inmediatamente superior, cosa que ocurre después
de u n periodo de descanso -de renovación de fuerzas- de dura-
ción variable. Asciende así, en el correr de los a ñ o s , peldaños
m á s y m á s altos en la escala del poder, alternando las funciones
religiosas con las seculares, el trato de los suyos con el de los
extraños. El desempeño d e u n cargo otorga a quien lo p a s a el
carácter de pasado, y e n tal condición conserva la s u m a de pres-
tigio y d e poder q u e le permitió ocupar la posición alcanzada;
c u a n d o p a s a l a s posiciones m á s elevadas adquiere el rango de
principal (anciano o geronte) y, con ello, el poder y carisma que
t r a e n aparejados el ejercicio de la autoridad.
El número y la posición de los cargos en la escala jerárquica se
reduce, e n ocasiones, a unos pocos; pero, en otras, s e expande
h a s t a constituir cuerpos voluminosos de funcionarios que, medi-
dos de acuerdo con los criterios economizantes a que nos hallamos
'abituadss por la cultura industrial, se antojan excesivos para
satisfacer el escaso monto de los negocios pi-ablicos. Los rangos s e
ubican e n niveles distintos de la escala, en grupos de cargos que
son distinguidos como chicos y grandes; situados los primeros en
los peldaños inferiores y los últimos en los superiores. En algunas
comunidades estos niveles funcionan paralelamente con u n siste-
m a de grados de edad, o los sustituyen. Cada grupo de edad o
nivel de rangos tiene funciones definidas en la vida cívica y cere-
monial, y ocupan sitiales separados en las reuniones del cabildo o
e n las ceremonias de las hermandades.''
Los cargos en la jerarquía del poder se pasan a u n cierto coste.
Los puestos menores, que comprenden la ejecución de tareas no

l o Weitlaner y Hoogshagen (1960: 209) consideran el sistema de grados de edad


como "una forma arcaica d e organización social, como 1.0 indica s u presencia entre
grupos primitivos de norte y s u r del continente, y en otras partes del mundo".
Gonzalo Aguirre Bettrcín 103

tales como las de conducir mensajes, asear el templo o


la municipalidad, cuidar el orden y la policía del pueblo, implican
gastos escasos para el carguero y s u familia. A veces los costes
quedan reducidos a la simple manutención del aspirante a geronte
durante el año de s u estancia en el centro ceremonial. En cambio,
10s cargos de prioste, mayordomo, pasión, fiscal y otros más, impo-
nen el dispendio de g r a n d e s s u m a s de bienes y servicios q u e
requieren el endeudamiento familiar o la paciente acumulacihn de
licor y dinero para s u redistribución en las festividades
ceremoniales. El pago de los derechos eclesiásticos que el sacerdo-
te cobra por celebrar la misa o por sancionar con s u bendición el
juramento del cargo y s u asunción; la adquisición de ceras y can-
delas, flores y adornos; la contratación de conjuntos musicales, la
quema de fuegos y cohetería, el precio del banquete y la embria-
guez ceremoniales son tanto m á s elevados mientras m á s alto e s el
rango q u e s e ocupa. Por ello, no todos los comuneros p u e d e n
alcanzar los peldaños superiores; hay renuencia considerable para
aceptar cargos que involucran enormes sacrificios para el grupo
doméstico, y sólo la presión social y la recompensa e n honor y
poder que el cargo otorga hacen posible que unos cuantos aspiren
y pasen los peldaños últimos de la escala.
Los rasgos significativos que configuran la estructura política de
la comunidad indígena le otorgan a ésta u n a naturaleza diferente a la
que detenta la sociedad nacional. El logro de u n rango, sobre todo de
un rango elevado, dota a quien lo pasa de conocimientos mágico-reli-
giosos, de carisma y poder que destinan al s e ~ c i yo protección de la
comunidad. La cosmovisión del indio concibe el poder sobrenatural
como el poder por antonomasia, como la fuente de la que emanan las
restantes formas de poder. La idea del cargo, literalmente, como u n
cargo o peso y no como una prebenda que pueda ser utilizada para
provecho y protección personal, es congruente con la ideología de la
comunidad; el pase de u n cargo a otro es índice inequívoco del poder
de que dispone la persona, de la autoridad que adquiere e incremen-
ta la deriva del valor demostrado por la ostentación de ese poder. El
carguero, mediante su adecuado desempeño, h a hecho patente el
poder de que se halla investido; así lo manifiesta la afortunada y feliz
protección que dio a la comunidad al cumplir s u encomienda (Pitt-
Rivers y McQuown, 1964).
104 Jerarquía del pbder: universos distintos

El geronte e s poseedor de u n a fuerza mística que u n a vez con-


seguida no puede ser revocada porque no fue conferida con el ran-
go, pues e s independiente de éste. El geronte es, entonces, inmune
a la envidia, a la maldad y a la hechicería; sólo s u muerte física,
violenta o natural, e s capaz de destruir 'la sustancia misma del
poder. Tenida cuenta de la conceptualización indigena del poder,
e s indudable que el universo social en que vive, y del cual forma
parte inseparable, e s fundamentalmente distinto de aquel en que
a c t ú a el ladino y el cholo. La diversidad, según a h o r a e s fácil
advertir, no e s cuestión de grado e n el ejercicio del poder, sino de
diferencias significativas en ese ejercicio.
Por el escaso número de s u s componentes y por la estrechez de
s u territorio, la comunidad indigena e s u n universo moral limita-
do; los rasgos que configuran la estructura del poder, e n tales cir-
cunstancias, hacen posible que la jerarquía política sea, en reali-
dad, la única estructura que ordena las relaciones de los comune-
ros entre sí y las de éstos con los extraños y los sobrenaturales
nativos y foráneos. El poder, y quienes lo detentan, tienen u n con-
tenido francamente carismático, que rara vez s e observa entre ladi-
nos y cholos; el gobierno indígena e s sacro en s u esencia y, como
tal, no ofrece campo alguno a las opiniones y juicios discrepantes.
Los que pasan u n cargo cuentan con la aprobación absoluta del
linaje, el barrio y el pueblo; simbolizan l a unidad, el consenso
general de todas las personas que integran el grupo corporado.
Así orientada, la comunidad indigena contrasta en s u genio y
figura con la sociedad nacional. E n ésta, la estructura socia1 de
clases conduce ineludiblemente al conflicto; en consecuencia, las
opiniones y juicios divergentes, las confrontaciones y desavenen-
cias entre los grupos de presion en s u lucha por el poder son, for-
maImente, el meollo mismo del sistema. Por lo contrario, en la
comunidad indígena el consenso es e1 atributo peculiar que deter-
mina la naturaleza de las relaciones políticas y, además, el único
permitido; de otra manera el carácter sacro del poder, al expoliarse
por la disensión, carecería de significado.
Sin- embargo, el hecho de que la armonía, la unidad de pensa-
miento y de sentimiento, conforme la actitud social de la comuni-
dad indígena e n s u s relaciones internas no quiere decir que el con-
senso norme s u articulación con la sociedad regional -y por s u
Gonzalo Aguirre Beltrun 105

interniedio con la nacional-, estructurada como u n sistema d e


c a s t a s . C u a n d o analicemos los nexos externos d e l a ecuación
regional advertiremos claramente que la coyuntura indio-ladina
está regida por el conflicto continuado que mantiene e n vigor el
proceso dominical.
La ausencia de discrepancias en el funcionamiento de la jerar-
q u i a indígena podría i n t e r p r e t a r s e , r o m á n t i c a m e n t e , como l a
expresión de u n a conformidad, de la aceptación voluntaria de l a s
formas de conducta tradicionales sin injerencia de la coerción íísi-
ca o moral. Ello nos llevaría a idealizar la comunidad, a la manera
como lo hicieron Ios reformadores sociales que, e n Mestizoamérica,
fueron pioneros e n l a reformulación de u n a política indigexiista
revolucionaria (Mariátegui, 1928; Castro Pozo, 1924). Las discre-
pancias no son visibles porque el consenso s e realiza como u n pro-
ceso e n el que el sentimiento y la opinión del común concurren e n
el examen de los problemas sociales. La jerarquía, e n la comuni-
dad indígena, a c t ú a como u11 partido político único que discute
entre s u s miembros -en el partido como e n l a comunidad s o n
miembros todos los adultos que componen la sociedad global o
parroquial, según el caso- las normas a seguir por el grupo, como
u n a unidad. Verificada la auscultación, el consenso a que s e llega
es sostenido como general, invariable e inconmovible, esto e s ,
como sacro.
Por otra parte, la estructura política de la comunidad no e s u n a
gerontocracia, como a m e n u d o s e s u p o n e (Weber, 1960). Aun
cuando el concepto de autoridad corre paralelo con el principio de
ancianidad e n el sistema de cargos, lo mismo que e n el de paren-
tesco, los que detentan el poder n o lo alcanzan y mantienen e n vir-
tud de la edad, sino por el conocimiento y experiencia adquiridos
en el servicio a la comunidad, e n el trato con los extraños y los
sobrenaturales. Los jóvenes deben respeto a los viejos, pero no
están excluidos de l a jerarquía; forman parte consustantiva de
ella; intervienen e n s u s funciones trascendentes; son oídos y teni-
dos en cuenta e n las asambleas convocadas para tomar decisiones
que afectan al grupo. Los gerantes, e n verdad, pocas veces toman
decisiones administrativas o ceremoniales s i n consultar al c o m i ~ n ;
el abuso del poder los pone, según reiteradamente hemos afirma-
do, en peligro de ser muertos.
106 Jerarquía del poder: universos distintos

Si por democracia entendemos, como lo quiere Lipset," u n sis-


tema político que suministra oportunidades institucionalizadas
para el cambio de los dirigentes gubernamentales y u n mecanismo
social que permite a la mayoría de la población influir sobre las
decisiones m a s importantes, mediante la elección entre conten-
dientes para los cargos políticos, entonces la comunidad indígena
debería ser catalogada como una democracia en cuanto concierne
a s u gobierno interno. De hacerlo así, estaríamos adscribiéndole
u n a condición q u e no tiene, porque el concepto de democracia
configura rasgos que son extraños e11 las comunidades parroquia-
les d e cultura agraria y economía de subsistencia; donde las rela-
ciones de parentesco son esenciales y la visión sacra del mundo
prevalece sobre la racional. El examen de las funciones de gobier-
no y de s u s nexos con l a sociedad nacional permitirán descubrir
diferencias, a veces sutiles, que impiden aplicar, indiscriminada-
mente, los conceptos occidentales a la coyuntura de las regiones
de refugio.

Regiones de refugio. El desarrollo de la comunidad y


el proceso dominical en Mestizoamérica, pp. 1 78- 197.

" Lipset (1963: 25) define: "La democracia en u n a sociedad compleja puede defi-
nirse como u n sistena político que suministra oportunidades constitircionales regu-
lares para el cambio de los dirigentes gobernantes, y u n mecanismo social que per-
mite a la parte m á s grande posible de la población influir sobre las decisiones más
importantes, mediante la elección entre contendientes para los cargos políticos".
FORMAS DE GOBIERNO Y
ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA
Administración de justicia en el valle
de Teotihuacán
hlanuel Gamio

Si el mecanismo judicial y administrativo se hallara en la región


enteramente apegado a la ley, y los funcionarios fuesen personas
versadas en los asuntos de s u incumbencia, nuestro trabajo no
tendría gran importancia etnográfica.
Pero entre la realidad y lo que establece la ley media un abismo,
y de ahí que no baste transcribir los textos legales correspondien-
tes a la organización de los municipios. El estado cultural y econó-
mico de los indígenas imprime características notables a estas
manifestaciones de la colectividad.

Los jueces conciliadores


La primera autoridad judicial del municipio es el juez conciliador,
que forma parte del ayuntamiento (en el valle de Teotihuacán exis-
ten tres municipios: San J u a n Teotihuacán, S a n Martín de las
Pirámides y Acolman, por lo que funcionan, en consecuencia, tres
jueces conciliadores en el valle). Hemos conocido a varios jueces
en funciones y a otros muchos que en épocas pasadas desempeña-
ron ese puesto, y la semejanza intelectual entre ellos es tan grande
que no tenemos la menor duda al generalizar los siguientes con-
ceptos.
El conciliador es siempre electo entre personas de representa-
ci6n en los pueblos y, por lo regular, es gente acomodada y am-
pliamente conocida del vecindario. Aunque el puesto no es retri-
buido, hay siempre intrigas para conseguirlo, pues además de ser
un título casi honorífico, satisface las ambiciones de mando y de
influencia de los buenos comarcanos.
Naturalmente que los jueces ignoran en lo absoluto los precep-
tos legales vigentes; pero, en cambio, tienen u n a gran dosis de
110 Administración de justicia en el valle de Teotihuacán

s e n t i d o c o m ú n , y d e a h í que resuelvan admirablemente, a la


manera salomónica, los problemas que s e les presentan. Así, pues,
la característica de los conciliadores es u n a ignorancia legal, corn-
pensada con inteligencia y sentido intuitivo de ecuanimidad. Corno
resultado de esto, el procedimiento existente es muy rudimentario,
y las sentencias s e encuentran apoyadas en la buena fe, ya que no
e n preceptos escritos. Además, desconocen, como resultado directo
de s u ignorancia jurídica, los límites efectivos de s u competencia,
por lo que se abocan a l conocimiento de asuntos que legalmente
corresponden a jueces de primera instancia -los cuales resuelven
"amigablemente"-, y sólo en caso de inconformidad de las partes
s e t u r n a el negocio al inmediato superior.
El origen del desconocimiento de s u s atribuciones consiste
también -aparte de la ignorancia de la ley- e n los disímbolos
negocios que llegan a s u s manos; y como están, por costumbre,
incapacitados para diferenciar los procedimientos, resulta que
intrincados a s u n t o s testamentarios son objeto de t a n t a dedica-
ción como u n simple robo de elotes; sin embargo, hay tanta clari-
videncia jurídica de parte del juez, que casi siempre las partes
quedan conformes con las sentencias, no obstante el instinto pen-
denciero del indio o la campanuda elocuencia de los ricachos del
pueblo. No siempre el juez obra rectamente, pues muchas veces
s u s fallos son injustos, bien porque, a pesar de s u intuitiva ecua-
nimidad, s e equivoque, o bien porque algún interés suyo vaya de
por medio. No debe olvidarse que el conciliador e s generalmente
u n a persona de intereses y de representación, y cuando se trata
de algo que hiere directa o indirectamente s u bolsillo, vuélvese u n
azote para los que con él h a n contratado u n a patente de impuni-
dad para los parientes y amigos. Hubo u n juez que tenía el defec-
to de prestar dinero al 20%, y es claro que, durante el tiempo que
duró e n el ministerio, hizo brillantísimos y seguros negocios, pues
las puertas de la cárcel s e abrían y cerraban a s u albedrío.
En cambio, ha habido juez que s e halle dispuesto a meter en
prisión a s u mismo padre y que por poco lo hiciera con el presi-
dente municipal; pero éstos son casos raros, por s u desinterés y
ecuarrimidad.
La relativa bondad del sistema radica en u n sólo hecho: la elec-
ción del juez. Si éste e s u n hombre j ~ a s t o-como h a pasado la
Manuel Gamio 1 11

mayoría de las veces-, los indígenas están de plácemes y dirimen


todas s u s querellas en cinco minutos. Si, por el contrario, esto no
e s así, la justicia e s u n mito y las arbitrariedades m á s espantosas
se encuentran pendieiites sobre las cabezas de los vecinos.
Este modo sui generis de administrar justicia corresponde a la
mentalidad de los habitantes, que carecen de u n concepto claro de
s u s derechos y obligacioiies y se hallan incapacitados para recla-
mar justicia dentro de nuestros estatutos legales.
En los convenios efectuados entre los indígenas, nunca existen
documentos que demuestren la voluntad de las partes. Se concre-
tran a efectuar un simple acuerdo de voluntades, y cuando alguna
de las partes no cumple con s u obligación, la otra s e ve en aprietos
para demostrarlo, y a que no puede aducir testimonio alguno de s u
aserto.
Si el juez conciliador s e limitara en estos casos a seguir lo que
manda la ley, es seguro que el culpable quedaría impune, causando
con esto perjuicios terribles a todos los comarcanos, que se verían
a merced de las personas "listas" de la región. Entonces se exten-
dería u n gran malestar de resultados deplorables, ya que el indí-
gena s e vería imposibilitado de efectuar cualquier acto jurídico, y
s u absoluta ignorancia e n asuntos legales lo colocaría, atado de
pies y manos, en poder del que tuviese la precaución de parapetar-
se en la ley.
De ahí que el conciliador, inconscientemente, remedie ese grave
mal fiándose e n l a presunción moral, ya que desde el punto d e
vista legal cometería grandes desacatos. No s e nos escapa que este
procedimiento e s muy peligroso, debido a s u misma inconsisten-
cia; pero, repetimos, el admirable sentido común y la experiencia
de los conciliadores a t e n ú a n grandemente la existencia de u n
error.
El estado de civilización del indígena de estas regiones está muy
lejos de ser el que demanda nuestra legislación, propia de u n pue-
blo cuya etapa evolutiva se halla grandemente distanciada de la de
los indígenas teotihuacanos, y es humanamente imposible aplicarla
a ellos. Así, -por ejemplo, los contratos más frecuentes versan sobre
alquileres de tierras. Los arrendatarios establecen las condiciones y
enseguida comienzan a labrar las tierras. Pero sucede que las cláu-
sulas del convenio verbal son demasiado complicadas: las cargas de
1 1 2 Administración de justicia en el valle de Teotihuacan

maíz que se cosechen sufrirán una serie interminable de particio-


nes y reparticiones, y si alguno no cumple, se origina el pleito, en el
que las pruebas faltan en absoluto.
Algunas veces, el socio aparenta no conocer delante del juez al
demandante, y el conciliador necesita hacer prodigios para averi-
guar algo en el asunto. Pero después de interrogatorius ingeniosos
en que se revela admirablemente la astucia indígena, el fallo no se
hace esperar, sin que importen un ardite nuestros severos precep-
tos legales. Otras ocasiones, los testimonios existen, pero tienen
u n aspecto arcaico muy especial. Así, cuando se comprometen a
labrar u n terreno repartiéndose las utilidades finales, se recortan
los contratantes u n pedazo de bigote, que, como prueba de com-
promiso, se deposita en poder del juez auxiliar. ¿Por qué, en vez de
cortarse unos cuantos pelos, no redactan u n documento? La razón
viene de la tesis que sostenemos: los procedimientos jurídicos van
de acuerdo con s u estado cultural y en contraposición con nues-
tros preceptos legales.
Ahora veremos el reverso de la medalla: cuando los indígenas,
convencidos de que no pueden comprender nuestro engranaje jurí-
dico, recurren en demanda de consejo a un abogado, o sea algún
rábula, huizachero o tinterillo de los alrededores, este señor, en
quien ponen toda s u fe, tiene el cuidado de sacarles todo el dinero
que puede, hablándoles con tecnicismos incomprensibles para
ellos. Y como llegan a tener una amarga experiencia, se resuelven
a seguir s u modo y vuelven a recortarse los bigotes, a fiar en la
palabra de s u socio, o recurren al patriarca del pueblo para que
los ayude con s u experiencia y les sirva de testigo. Y por último, el
juez conciliador piensa lo mismo que s u s vecinos: prefiere conocer
a s u manera los negocios, huyendo de la ley.
En los asuntos civiles, puede afirmarse que la competencia del
juez conciliador es ilimitada, siempre que, gracias a su elocuencia,
logre u n acercamiento entre las partes, que es lo más frecuente.
En el orden penal, las atribuciones del juez son más lirriitadas,
pues no conoce más que determinada clase de delitos. Se reduce a
efectuar las primeras diligencias tomando las declaraciones a los
presuntos reos, y remite los autos al juez de primera instancia. Tal
sucede con los esporádicos asesinatos, las relativamente frecuentes
violaciones y estupros, así como la lesiones graves. Es natural que
Manuel Gamio 113

tratándose de u n homicidio, por ejemplo, no hay conciliación que


valga, y el papel del juez es enteramente pasivo.
Como ejemplo d e procedimiento, vamos a presentar c u a t r o
casos que sintetizan el modo especial de impartir justicia.

c a s o 1. Procedimientos. Orden penal. En algún pueblo de los alre-


dedores, u n carro aplastó a s u paso por una calle a u n cerdo.
Quejóse e n el juzgado el propietario de éste y compareció el carre-
ro, presunto responsable. Previa u n a larga amonestación del con-
ciliador, el carrero rechazó con energía toda culpabilidad, decla-
rando que el cerdo imprudentemente metióse entre las ruedas de
s u carro. Por s u parte, el propietario del animal adujo lo contrario,
es decir, que el carrero echó s u vehículo sobre el indefenso porci-
no, y, en consecuencia, reclamó el precio del animal.
El conciliador, después de informarse del precio del cerdo, así
como de la cantidad que produjo la venta de s u s restos magulla-
dos, sentenció que ya que era imposible comprobar la actuación
del carrero, es decir, s u grado de culpabilidad, pues no existieron
testigos del atropello, lo condenaba a pagar la diferencia entre el
valor del cerdo en vida y el producto de su venta después de muer-
to. Las partes quedaron conformes, gracias a la elocuencia persua-
siva del conciliador, y, previo el cumplimiento de lo fallado, aban-
donaron el local.

Caso 2. Orden civil. Se presentó ante el conciliador u n niño de ca-


torce años, acompañado de s u padre, reclamando u n a parte de los
bienes que dejó al morir s u abuela materna, los cuales se hallaban
en poder de u n tío carnal. Este seiior alegó que ya había dado a s u
sobrino u n a burra con cría, pero que por malos manejos, fue mal-
baratada en u n precio irrisorio. El sobrino pidió al juez que, como
heredero de s u difunta abuela, le entregara s u tío otro burro y
varios cerdos.
Después de indeterminables discusiones, se averiguó el monto
exacto del patrimonio de la desaparecida, y el juez declaró que u n
jacal y u n terreno integrantes de ese patrimonio pasaran a poder
del niño, puesto que si s e le dieran los animales, no sabría explo-
tarlos, debido a s u inexperiencia, mientras que con el jacal no
sucedería tal cosa.
114 Administración d e justicia en el valle de Teotihuacán

En seguida mando llamar el juez a s u respetable vecino del


pueblo, a quien nombró verbalmente tutor del joven, y levanto un
acta haciendo constar la distribución de los bienes en la siguiente
forma: los burros y los cerdos quedaron en poder del hijo de la
extinta, y la casa y el solar en el del nieto. Además, para fallar de
esta manera, el juez tuvo en cuenta los servicios prestados a la
extinta por cada una de las partes, favoreciendo con mayor canti-
dad de bienes al que la ayudó más eficazmente en s u vida.
El fallo no fue objetado y se dio a cada una de las partes una
copia del acta. Este negocio, a pesar de s u trascendencia, ocupó
durante hora y media al señor juez.

Caso 3. Asuntos de tierras y aguas. Una de las usuales ocupaciones


del juez conciliador es conocer los asuntos agrarios, que frecuente-
mente degeneran e n pleitos d e u n a duración desconsoladora.
Porque nada existe que pueda interesar más al indígena -fuera del
santo patrono- que s u s "tierritas". Representan s u vida material,
bien triste por cierto, y de ahí que s u astucia s e halle continua-
mente en acción para conservar s u patrimonio y defender el riego
de las acechanzas de los vecinos o, lo que es más delicado, de las
haciendas.
Una serie de circunstancias especiales, derivadas de la reparti-
ción actual de la riqueza en la comarca, hace que los indigenas
estén siempre defendiéndose de los hacendados, que tienden a
aumentar s u s tierras por todos los medios posibles, o a tomar toda
el agua que pueden.
Esta pugna de intereses hace que el conciliador se vea en aprie-
tos para resolver todas las querellas que s e presentan. S u s órde-
nes son burladas, y si prohibió, por ejemplo, a fulano que siguiese
usando aguas municipales, éste, por la noche, hace bordes y toma
el preciado liquido, no obstante que los vecinos estén vigilantes y
quieran impedir el atentado. En estos asuntos, como en los asesi-
natos, no hay conciliación que valga.
Además, existe un grave peligro para la recta administración de
justicia: la importancia de los intereses que s e ventilan. Los
hacendados acuden al cohecho y al soborno e n los casos desespe-
rados, y, por s u parte, los indigenas hacen lo que pueden para
conjurar u n desastre. Es triste observar que la admirable ecuani-
Manuel Gamío 115

rnidad del juez e n asuntos de poca monta no s e repite frecuente-


mente e n estos pleitos.
Cuando los negocios se tramitan ante otras autoridades judicia-
les o administrativas, los indígenas vuélveme pesimistas e n lo
pues tienen u n a amarga experiencia pasada. Si el nego-
cio es de importancia, que e s lo m á s frecuente (riego, despojos de
tierras, etcétera), el juez auxiliar e s el representante común, y s e
cotizan todos los vecinos para cubrir los gastos originados por con-
tinuos viajes.
Pero antes de ahora, siempre s e perdieron los pleitos, siempre
10s hacendados o terratenientes tuvieron razón, y todas las peno-
sas erogaciones de los pueblos fueron inútiles. Por eso s e encuen-
tran convencidos de que e s por demás luchar contra s u s influyen-
tes enemigos. El resultado de esa política judicial y administrativa
-permítase el término- seguida por las autoridades de los últi-
mos lustros, s e refleja e n la miseria territorial de los vecinos, pues
existen algunos pueblos materialmente rodeados por terratenien-
tes, y queda sólo el casco de la población y u n a metamorfosis indi-
vidual de pequeños propietarios en asalariados.
En cambio, e n los últimos tiempos los indígenas h a n tomado
confianza, quedando asombrados al ver que existen personas de
buena voluntad que les ayudan desinteresadamente e n s u s nego-
cios, y como reacción natural s e h a despertado el odio terrible con-
tra el hacendado, odio reprimido, pero que toma, a veces, caracte-
res extremos. Los conciliadores h a n hecho profesión de fe e n bien
de los pobres, y los indigenas s e hallan, pues, de plácemes.
Paralelamente a la venalidad de los jueces y autoridades supe-
riores, hubo u n a explotación inicua por parte de los abogados, tin-
terillos, vendedores de títulos, etcétera, q u e a u m e n t ó el s a n t o
horror que s e tiene e n la comarca por la justicia federal y del
Estado.
E n efecto, c u a n d o l o s negocios t e n í a n q u e t r a m i t a r s e e n
Texcoco, Toluca o México, era necesario para los indígenas tener
un licenciado que los ayudase; pero entonces las cuotas aumenta-
ban para los-gastos, y el negocio duraba años, h a s t a que, agotada
la paciencia, s e dejaban las cosas e n ese estado.
Otra m a n e r a de s a c a r dinero e s la v e n t a de títulos falsos.
Existen individuos que van a los pueblos ofreciendo la venta de
1 16 Administración de justicia en el valle de Teotihuacán

títulos sobre tierras que en justicia pertenecen a lo's habitantes de


dichos lugares. Los indígenas ven letras que no entienden y fechas
coloniales, y se apresuran a pagar lo que se pide, creyendo hacer
u n a admirable adquisición, hasta que, al iniciarse el juicio, se les
hace ver que fueron engaiíados. Así, hemos visto títulos de los
siglos XVI y XVII cosidos a máquina y con letras modernas de
imprenta.

Los jueces auxiliares


E n los pueblos, el juez auxiliar e s la primera autoridad. Hasta
hacQ unos cuantos meses era nombrado por el presidente munici-
pal de acuerdo con los deseos de los habitantes; pero últimamente
s e h a hecho por medio de u n a elección semipopular, es decir, con-
vocando a u n o s cuantos vecinos para que nombren a l juez de
acuerdo con los deseos del ayuntamiento.
Este juez no tiene horas fijas destinadas a s u ministerio; dedica
todo s u tiempo a las labores privadas, y sólo incidentalmente,
según lo piden las circunstancias, actúa como autoridad. Las riñas
leves, los pleitos caseros y todos aquellos delitos de poca monta
originados, directamente, por el pulque, son los que resuelve, y es
inútil decir que el procedimiento es lo más natural que puede ima-
ginarse y que en él no hay el menor vestigio jurídico. Todos los
delitos de sangre no los conoce, y envía a s u s protagonistas al coil-
ciliador. Es la continua pesadilla de los auxiliares la cuestión de la
sangre, pues, según el,los, es lo único que marca el límite de s u
jurisdicción, lo que se presta a interpretaciones ridículas.
Por lo demás, el auxiliar es la cabeza del pueblo y lo representa
e n todos los asuntos que atañen a la comunidad. Es fácil com-
prender que estas atribuciones se prestan a formar con el tiempo
verdaderos cacicazgos al pasar de padres a hijos'el puesto de auxi-
liar. Y así, sucede que este individuo acaba por ser grandemente
respetado por el pueblo, y a que tiene u n a ilimitada influencia
sobre todos los vecinos.
E s completamente parcial en los negocios que se refieren al
pueblo, pues no abdica de todas l a s pasiones que agitan a los
habitantes y, en consecuencia, es u n pésimo dispensador de justi-
tia e n a s u n t o s donde entran simpatías y odias colectixros. En l a s
refriegas habidas e n los pueblos de la comarca, los jueces auxi-
liares toman parte en ellas sin cuidarse de s u investidura oficial, y
es a veces a ú n m á s grave s u papel, pues instigan a los vecinos a
cometer actos delictuosos, sobre todo cuando el patriotismo local
se exalta.

Caso 4. No hace mucho tiempo u n individuo fue muerto a pedra-


das por los vecinos de u n pueblo, debido a que profería a voz en
cuello i n s u l t o s c o n t r a ellos y ponderaba l a s excelencias de s u
lugar natal sobre las de aquél.
Los jueces tomaron parte en l a lapidación, y se refiere que el
furor llegó al colmo cuando aquel individuo s e hallaba e n el suelo,
molido a golpes. Entonces, algún juez, sin compasión, le aplastó la
cabeza con u n enorme pedrusco.
Así, pues, e s fácil colegir que el indígena, antes q u e s e r juez
auxiliar, e s hijo del pueblo, y a u n primero es u n hombre que rnira
por s u s intereses, careciendo en absoluto de ecuanimidad.

Carencia de textos legales


Los jueces auxiliares conocen sus atribuciones por tradición. En los
pueblos de la comarca s e desconoce toda clase de códigos y regla-
mentos, por lo que resuelven a veces asuntos correspondientes al
juez de primera instancia y se inhiben en el conocimiento de simples
infracciones de policía. Un juez auxiliar conoce toda clase de asun-
tos, desde el robo de u n a gallina hasta delicados negocios de tierras
y aguas, interpretando la Constitución Política de la República, si
posee u n ejemplar de ella, y a u n de otros pueblos -hasta donde h a
llegado la noticia de que tiene ese rarísimo libro- llegan vecinos e n
demanda de consejo.
Un juez conciliador, primera autoridad judicial del municipio,
cayó e n cuenta de que s u oficina carecía h a s t a de la m á s humil-
de circular; entonces s e resolvió a solicitar ejemplares d e la codi-
ficación vigente e n el Distrito Federal. Por lo d e m á s , como y a
hemos afirmado, ignoraba a ciencia cierta s u s atribuciones.
1 18 Administración de justicia en el valle de Teotihuacun

La policía
E n l a s cabeceras de la municipalidad existen dos o tres gendarmes
cuyas atribuciones no tienen límites precisos. Adeinás de ser car-
celeros, s e encargan de llevar citas y circulares a los pueblos co-
marcanos, vigilan a los presos encargados d e alguna faena, corn-
ponen los jardines y calzadas y e n s u s ratos de ocio s e dedican a
cuidar el orden público.
E n otros pueblos las autoridades organizan servicios de rondas
por todos los vecinos del pueblo, sin distinción de escalas sociales,
los cuales e n realidad son los gendarmes, sin que tenga que ero-
garse u n solo centavo. La denominación de topiles h a desaparecido
e n la comarca.
No existe policía de oficio e n los pequeños pueblos y, e n cambio,
los vecinos tienen la obligación de serlo por turno. Regularmente
c a d a mes, según el número de habitantes, los adultos dejan s u s
a s u n t o s pendientes para hacer s u guardia, que dura u n día com-
pleto. Tienen que ponerse a las órdenes del juez auxiliar, y en rea-
lidad sólo sirven d e estafetas. Este servicio obligatorio no c a u s a
placer a los vecinos, que continuamente solicitan los exceptúen de
las guardias.

Ea población del valle d e Teotihuacán,


t. I r , vol. 4, pp. 269-276.
Derecho civil y derecho penal entre tlahuicas
Carlos Basauri

Autoridades legales
[. ..] Ocotepec forma parte del municipio de Cuernavaca, y las auto-
ridades que le corresponden, de acuerdo con las leyes del estado
de Morelos, son las siguientes: u n ayudante municipal con s u
suplente, u n juez de paz con s u suplente, u n secretario de ayu-
dantía municipal, u n comandante (con funciones de jefe de poli-
cía), y de cinco a diez vecinos del pueblo que hacen los servicios de
policía, obras públicas, mozos, correos, etcétera.
La denominación y las relaciones de estas autoridades con el
gobierno del estado son perfectamente legales, pero examinando
s u verdadero funcionamiento caemos e n l a c u e n t a de q u e el
gobierno y la administración del pueblo se desarrollan, en reali-
dad, en forma tradicional.

Autoridades tradicionales
Existen otras autoridades que pudiéramos llamar tradicionales
puesto que recuerdan la forma y la organización de los pueblos de
México de antes de la Conquista, forma y organización que perdu-
raron en muchos aspectos en toda la época colonial. Son precisa-
mente esas autoridades las que preponderantemente gobiernan al
pueblo, pues a u n cuando no tienen una representación legal son
ellas quienes designan a las otras autoridades, o sea, al ayudante
municipal, al juez, etcétera; y más todavía, no se puede tomar nin-
guna determinación, de cualquier carácter que sea: asuntos 'civi-
les, políticos, religiosos, de servicios públicos, etcétera, sin previa
discusión y aprobación de los representantes del pueblo.
Los representantes del pueblo forman u n verdadero consejo de
120 Derecho civil y derecho penal entre tlahuicas

ancianos, que llegan a e s t a categoría después de haber pasado


por ciertos grados jerárquicos anteriores: miembros de la veinte-
n a , desde que cumplen dieciséis años de edad; campaneros, seina-
neros, mayordomos, fiscales, y por eiltimo, cuaildo h a n cumplido
m á s de sesenta años, se convierten automáticamente en represen-
tantes.
La veintena e s el servicio que tienen obligación de prestar por
turno los hombres vecinos del pueblo, mayores de dieciséis años y
menores de sesenta. Se le llama veintena porque aproximadamente
cada veinte días le viene a tocar a cada u n o prestar ese servicio.
El servicio d u r a veinticuatro horas y lo desempeñan grupos que
varían de tres a quince individuos; el domingo e s el día en que se
reúnen en mayor número, debido a que e s el día preferido por no
tener trabajo los vecinos de Ocotepec. Cuando alguno quiere exi-
mirse de este servicio el día que le corresponde, paga cincuenta
centavos de multa, cantidad que se guarda en la ayudantía y se
utiliza para algunos gastos menores oficiales, a u n cuando en reali-
dad, por regla general, el comandante se apodera de este dinero.
Los campaneros son los encargados de tocar l a s campanas de la
iglesia priiicipal y de los otros tres templos que existen e n el pue-
blo; son nombrados también por turno, como para la veinteiia. Los
semaneros s e ocupan e n asear y cuidar los templos.
El puesto de mayordomo s e da generalmente a vecinos caracte-
rizados como buenos creyentes y de cierta representación econó-
mica, así como por su edad. Hay cuatro mayordomos, uno para
cada barrio, y d u r a n e n s u cargo u n año. S u función consiste en
dirigir todo lo relativo al culto religioso, fiestas religiosas y vigilan-
cia de campaneros y semaneros.
El fiscal e s la autoridad suprema e n a s u n t o s religiosos e n el
pueblo: organiza t o d a s las festividades de c a r á c t e r religioso y
supervisa ]los servicios de mayordomos, semaneros y cainpaneros.
Dura u n año en s u puesto.
Los representantes son, como ya s e dijo, ancianos de m á s de
s e s e n t a a ñ o s que h a n desempeñado con anterioridad todos los
puestos -enumerados, y forman u n consejo con amplias atribucio-
nes. Tienen juntas periódicas e n la casa del decano, donde discu-
ten los asuntos públicos; políticos, cuando s e trata de elegir auto-
ridades locales: presidente municipal de Cuernavaca, diputados,
Carlos Basauri 12 1

gobernador, etcétera: religiosos, con motivo de las fiestas, nombra-


miento d e mayordomos y fiscales, p u e s s o n los representantes
quienes los designan; administrativos, para intervenir en el furicio-
namiento de la escuela, e n los servicios públicos, etcétera.

Otras instituciones que ejercen autoridad


en el pueblo
Existen e n el pueblo algunas instituciones que ejercen cierta auto-
ridad, tales como el comité de educación piiblica, que entra e n la
de la escuela rural federal y s e compone de u n presi-
dente, u n secretario, u n tesorero, u n representante de los alumnos
y u n representante d e la autoridad; u n coniité coiiti-a incendios,
formado por u n presidente, dos secretarios, dos vocales y todos los
vecinos varones del pueblo. Esta asociación fue formada a iniciati-
va del maestro rural, con objeto de combatir los incendios e n los
bosques cercanos; e n dos ocasiones ha logrado prestar muy útiles
servicios, con motivo d e otros tantos incendios que s e lograron
sofocar. Existen además tres sociedades de carácter religioso, que
tienen pocos a ñ o s de fundadas y funcionan con toda regularidad:
la del Sagrado Corazón de J e s ú s , a la que pertenece la mayoría de
los hombres adultos del pueblo; la de las Hijas de María, formada
por mujeres solteras; la de Nuestra Señora del Carmen, constitui-
da por mujeres casadas. E s t a s tres últimas sociedades h a n sido
creadas por elementos católicos de México y Cuernavaca.
Por último, diremos que e n Ocotepec no existen comités agra-
rios ni cooperativas ni sindicatos, pero s í u n a cierta organización
de c a r á c t e r militar, coiistituida por la veintena. La a y u d a n t í a
cuenta con once rifles 30-30, u n m5user y doscientos cincuenta
cartuchos, con lo que fue dotada para la defensa del pueblo. Como
todos los vecinos, s i n excepción, prestan este servicio, conocen el
manejo de las armas, y l a veintena s e h a organizado militarmente,
pues hacen guardias, nombran u n cabo de cuarto, que e s el jefe
inmediato de los hombres q u e están de servicio y, a s u vez, e s &b-
alterno del comandante, y para d a r órdenes u s a n frases y actitu-
des militares.
122 Derecho civil y derecho penal entre tlahuicas

Vida cívica
Además de las obligaciones y derechos que señalan para todo ciu-
d a d a n o mexicano l a s leyes d e n u e s t r o p a í s , los vecinos de
Ocotepec tienen los que fijan las leyes del estado de Morelos, y
como algo particular e n cuanto a obligaciones, las ya enumeradas
que s e refieren a la prestación de servicios personales con motivo
de la veintena. Las otras obligacio~iesa que aludimos y que se
refieren a los servicios que prestan en los templos, etcétera, desde
luego no son legales; pero en cambio, están fuertemente afianza-
d a s y arraigadas dentro de las reglas y costumbres sociales que
rigen a este pueblo. No hay vecino que s e atreva a rehusarse a
colaborar en cualquier asunto que le imponga la iglesia por medio
del cura, del fiscal o de los mayordomos; primero, porque significa-
ría u n a rebelión a lo establecido por la tradición, y segundo, por la
presión que ejercen sobre él, por una parte, el cura con s u s anate-
p a s y, por la otra, la conciencia pública, que reprobaría u n a acti-
tud de esa naturaleza.
En el aspecto propiamente cívico, es decir, el del ejercicio de los
derechos que como ciudadanos tienen los tlahuicas, d e hecho
viven al margen y como meros espectadores de las luchas políticas
para la elección de representantes o mandatarios, y sólo de vez en
vez, movidos por propagandistas que llegan de Cuernavaca, toman
parte como comparsas e n manifestaciones, etcétera. Votan en
forma automática, sin tener conciencia de este acto y sólo porque
s e los ordena el gobierno. Sin embargo, en la elección de las auto-
ridades del pueblo: ayudante municipal, juez, etcétera, los vecinos
sí toman parte, aunque en forma indirecta, pues la elección s e
hace por medio de los representantes, quienes llevando amplios
poderes de los habitantes de Ocotepec, s e presentan ante el presi-
dente municipal de Cuernavaca y proponen cada año a las perso-
n a s que ellos de antemano han designado, las cuales por lo gene-
r a l s o n aceptadas y nombradas por l a s autoridades de Cuer-
navaca.
Estcis indios viven sumidos en una absoluta ignorancia de los
derechos cívicos del mexicano en general; siempre ven con temor y
suspicacia las leyes, reglamentos y disposiciones que emanan de
los gobiernos; guardan una constante posición defensiva y recu-
Carlos Basauri 123

rren al disimulo y a la mentira para defenderse. Aceptan con u n a


hostilidad pasiva ciertas disposiciones federales como, por ejem-
plo, las leyes y reglamentos relativos a la explotación de los bos-
ques, pues no comprenden por qué el gobierno federal, tan lejos
para ellos, posea atribuciones para disponer y reglamentar e n
materia forestal. Un indio leñador nos dice textualmente: "los bos-
ques los hizo Dios para los pobres, y éste [señalando el que perte-
nece a Ocotepecl es de nosotros para que tengamos nuestra leña y
de qué vivir; entonces, ¿por qué el perito forestal dice que son del
-

gobierno?"
En cambio, conocen perfectamente s u s derechos y obligaciones
en cuanto a la organización tradicional de s u pueblo; las cumplen
devotamente y exigen s u cumplimiento en forma estricta. Un veci-
no en funciones de miembro de la veintena s e hace respetar, y
muchas veces con exagerada autoridad.
Tienen u n provincialismo exagerado y ven con malos ojos a
cualquier extraño que s e presenta en s u pueblo, al grado de que
han llegado a expulsar a personas que h a n tratado de establecerse
en Ocotepec con comercios y negocios, y que no lian sido gratas a
la comunidad: Sienten fuertemente s u derecho de posesión o de
propiedad de s u pueblo, y si alguna vez guardan alguna indulgen-
cia para las faltas cometidas por s u s connaturales, llevan al extre-
mo s u s exigencias cuando algún extraño al pueblo las comete.
No hay diferencias ni categorías sociales; todos los vecinos per-
tenecen a u n a sola clase, la única que existe en el pueblo. Varían
las condiciones económicas de unos y otros, pues existen unos
cuantos relativamente ricos y otros pocos extremadamente pobres;
pero la masa principal corresponde a u n solo tipo económico, sin
ocasionar estos matices económicos variaciones en cuanto a posi-
ción social de los individuos.

Derecho civil
Debemos exponer como antecedente dentro de u n aspecto funda-
mental del derecho civil de este pueblo, el origen de la documenta-
ciOn que acredita la propiedad, tanto urbana como de los terrenos
destinados a la agricultura. Pudimos ver algunos títulos de propie-
124 Derecho civil y derecho penal entre tlahuicas

dad que se remontan al pri~icipiode la época colonial; después, los


terrenos y predios urbanos han ido cambiando de dueño sucesiva-
mente, por herencias, ventas, etcétera. Existe la irregularidad de
q u e m u c h a s propiedades no s e e n c u e n t r a n registradas en el
Registro Público de la Propiedad del estado, y otras se h a n regis-
trado a nombre de los padres, abuelos y bisabuelos de los actuales
poseedores.
El indio evita manifestar s u s propiedades ante las oficinas del
catastro o ante cualquier otra autoridad porque teme exponerse a
que s e le impongan o aumenten las contribuciones, y prefiere
seguir pagándolas a nombre del propietario ya desaparecido que
alguna vez las registró. De manera que quien disfruta de una pro-
piedad e s u n poseedor de hecho del predio o del terreno; pero
legalmente y para el fisco, el dueño sigue siendo alguna persona
muerta muchos años antes.
Basta el dicho del testador para que los herederos se conside-
ren propietarios de las casas, solares, terrenos o animales, objetos
y dinero legados. Esto, además de la irregularidad legal que pre-
s e n t a , d a motivo a frecuentes disgustos entre los herederos, a
riñas, y dificulta mucho la intervención de las autoridades cuando
ocurren ante ellas para que sentencien. L a mayoría de las veces es
el ayudante municipal quien interviene en estas demandas y dicta
juicios salomónicos de acuerdo con el derecho consuetudinario y
con u n desconocimiento absoluto del Código Civil. Sin embargo,
siendo a y u d a n t e originario y vecino del pueblo y conociendo
,-extraoficialmente, por regla general, todos los antecedentes de los
casos que se presentan, s u s sentencias son relativamente justas,
a u n cuando no apegadas a la ley. Cuando los casos-no s e arreglan
en la ayudantía municipal por la inconformidad de alguna de las
partes, el ayudante los turna en segunda instancia al juez de paz.
Ante esta autoridad se presentan nuevas pruebas, se arguye y se
discute, y muchas veces allí termina el juicio; .pero cuando no
sucede así, a s u vez el juez de Ocotepec envía a los quejosos al juz-
gado correspondiente de Cuernavaca. Estos juicios y demandas
son verbales, tanto los que se llevan en la ayudantía municipal
como e n el juzgado de Ocotepec, y las pruebas en s u mayoría son
testimonios; como únicas pruebas documentales, los quejosos pre-
sentan el título de propiedad expedido a nombre de alguno de los
Carlos Basauri 125

o los recibos del último pago de contribuciones


hecho en la Oficina Recaudadora de Rentas e n Cuernsivaca.
Muchas horas diarias durante muchas semanas se pasan deman-
dantes y demandados en continua algarabía, tratando de demos-
trar s u derecho. La autoridad oye imperturbable a unos y otros y
propone una solución al conflicto; si no se acepta, escucha los
nuevos argumentos y propone otra, hasta que los conteendientes
quedan conformes.
Los contratos de compra-venta de terrenos, casas, animales,
etcétera, se hacen ante el ayudante municipal, quien los autoriza
con su firma y con el sello oficial de la ayudantía. Las hipotecas de
10s préstamos en efectivo se hacen por medio de contratos priva-
dos, y en ocasiones también los autoriza dicha oficina.
Hipotecas y préstamos son frecuentes. Hay tres indígenas veci-
nos de Ocotepec que se dedican al agio; prestan con u n rédito que
varía del 5 al 10% mensual, y casi en s u totalidad los deudores
cubren el capital principal y los réditos en las fechas estipuladas.
La rara vez que alguno no cumple el compromiso contraído, indis-
tintamente el ayudante o el juez intervienen como autoridad y exi-
gen al deudor el pago, produciéndose una especie de convenio
judicial en el que ambas partes fijan nuevos plazos, abonos, rédi-
tos, etcétera. Sólo nos informaron en el juzgado de Ocotepec de
dos casos en el transcurso de cuatro años, en el que las demandas
por falta de pago fueron presentadas en el juzgado de Cuernavaca,
habiéndose embargado los bienes de los deudores por conducto del
juez de Ocotepec, en representación del de Cuernavaca.
Las demandas más frecuentes y que se ventilan todas en la ayu-
dantía municipal se refieren a daños causados por animales en Ios
terrenos sembrados. En estos casos, el perjudicado valiia en dinero
el daño causado y presenta como el cuerpo del delito al animal que
lo produjo, el cual queda depositado en el corral de la ayudantía.
Cuando el demandado no está conforme, s e nombra u n perito,
generalmente el comandante o algún individuo de la veintena, y
queda el animal detenido hasta que sea pagado el daño que causó.
Existe una -tarifa sobre el particular, que señala diferentes valores
teniendo en cuenta el estado de crecimiento de las milpas, el
número de cañas de maíz destrozadas y el número de plantas "vol-
teadas", es decir, que no fueron arrancadas, pero sí dobladas o
126 Derecho civil y derecho penal entre tlahuicas

maltratadas. Las cantidades que pagan varían de u n o a ocho


pesos, según la intensidad del daño. Cuando no quedan canfor-
mes, s o n remitidos los quejosos y el propietario del animal a
Guernavaca, y entonces el presidente municipal de esta ciudad es
quien señala la cantidad debida; pero casi todos prefieren arreglar
s u s asuntos en Ocotepec, debido a que los animales, cuerpo del
delito, son encerrados en el corral del Consejo de Cuernavaca, y
obligan a s u s dueños a pagar u n peso diario por piso y pasturas,
lo que aumenta mucho la suma que erogan, además del tiempo
que pierden en trasladarse hasta la cabecera del municipio.
En el pueblo no existen abogados ni tinterillos. El único que en
ocasiones s e presta a hacer escritos, ocursos, manifestaciones de
propiedad, etcétera, es el maestro de la escuela. Cuando llegan a
necesitar los servicios de algún licenciado, recurren a algún licen-
ciado de la ciudad de Cuernavaca, guiados, más que por la fe en
los conocimientos y habilidad de éstos, por la influencia que les
supone y de la que ellos hacen alarde de tener cerca de las autori-
dades.
Como algo curioso y que denota s u ignorancia e n asuntos civi-
les y legales, e s oportuno anotar que u n documento en máquina
representa para ellos mucho más valor que escrito a mano, y que
b a s t a q u e lleve el sello de alguna oficina, ya s e a de correos,
municipal o judicial, para que adquiera a s u s ojos características
imponentes y encierre órdenes o indicaciones ineludibles.
Cuando algún individuo posee algún documento de esta natura-
leza, considera indiscutibles s u s derechos, por la sola razón de
que s e encuentra escrito en máquina, a u n cuando s u contenido
exprese lo contrario.
Por el hecho de que la mayoría de los juicios son orales, no pudi-
mos hacer una estadística de las demandas presentadas y de las
sentencias dictadas e n a s u n t o s civiles por l a s autoridades de
Ocotepec, ya que no existen actas o registros en los archivos de la
ayudantía municipal y del juzgado. Sin embargo, podemos asegurar
que son muy frecuentes las ocasiones en que se ventila esta clase
de asuntos, pues todos los días observamos en la oficina de la ayu-
dantía varias personas que tramitaban s u s asuntos de orden civil.
Carlos Bmauri P 27

Derecho penal y delincuencia


En el ramo penal intervienen, para asuntos leves -como faltas,
riñas s i n heridas, insultos, escándalos por embriaguez y, sobre
todo, pleitos conyugales o familiares-, e n primera instancia, el
ayudante municipal, y e n segunda, el juez de paz. La penas que
imponen son amonestaciones y prisión de uno a ocho días. Los
presos tienen obligación de trabajar en las obras públicas. Sobre
este particular observamos que a la cárcel rara vez son llevados los
vecinos del pueblo, y quienes las ocupan con más frecuencia son
individuos forasteros, algunos meros transeúntes que escandali-
zan o provocan riñas e n estado de ebriedad, y otros, peones que en
las temporadas de trabajos agrícolas viven en Ocotepec y proceden
del Estado de México, quienes por faltas leves son internados con
lujo de fuerza en la prisión.
Cuando hay delitos de mayor importancia, se aprehende a los
delincuentes por medio de la veintena o del comandante; se les aloja
en la cárcel del pueblo, donde se ponen a disposición del juez de
paz. Éste levanta el acta respectiva y la envía, junto con los deteni-
dos, a las autoridades competentes de Cuernavaca.
De septiembre de 1932 al mismo mes en 1934, es decir, duran-
te dos a ñ o s , tomó conocimiento el juzgado de Ocotepec de los
siguientes delitos: u n homicidio, cuatro casos de lesiones (todas en
riña y en estado de ebriedad), u n estupro, u n a violación, dieciséis
robos (cuatro perpetrados por individuos ajenos al pueblo y doce
por vecinos de Ocotepec) y tres casos de abigeato.
Hay que advertir, según nos manifestó el juez, que frecuente-
mente se producen riñas e n las que hay lesiones; pero cuando no
los sorprende la policía, no tiene conocimiento la autoridad, y los
lesionados prefieren no dar parte.
Tenemos la impresión de que estos indios s o n impulsivos y
crueles, características que se acentúan durante los periodos agu-
dos de alcoholismo, lo que produce las más frecuentes riñas, con
su saldo de heridos y lesionados.
De acuerdo con los datos anotados e n c u a n t o a número de
delitos, no nos parecen alarmantes las cifras que alcanzan, sobre
todo los de sangre; casi no hay delitos pasionales, ya que de los
cuatro apuntados como lesiones, sólo uno fue cometido por u n
128 Derecho civil y derecho penal entre tlahuicas

individuo e n la persona de s u esposa. Los golpes, la sevicia, son


f r e c u e n t e s e n los maridos; pero r a r a vez alcanza la magnitud
necesaria para q u e intervenga el juez, pues como ya dijimos, las
constantes querellas y rifias conyugales s e resuelven por sí solas,
o cuando mucho con la intervención del ayudante municipal.
Las violaciones, según nos informaron, son frecuentes, a pesar
d e que sólo e n d o s casos tuvo conocimiento el juzgado, pues de
acuerdo con la frase textual del juez: "muchos s e rajan" para evitar
complicaciones. Los estupros y violaciones los h a n cometido gru-
pos de dos a seis hombres impulsados por el alcohol; mejor dicho,
nos inclinamos a pensar que la c a u s a eficiente de estos delitos es
l a falta d e sublimación -debido al medio cultural- del instinto
sexual, y que la determinante, por u n lado, e s la oportunidad de
encontrar u n a mujer indefensa, y por otro, el estado de alcoholis-
mo agudo.
El robo sí nos parece que alcanza u n a cifra exagerada, tanto en
comparación con los otros delitos como e n relación con el número
d e habitantes del pueblo. Las condiciones económicas que imperan
e n él son relativamente bonancibles; no hay quien sufra hambres o
miseria exagerada, y por lo t a n t o no e s é s a l a c a u s a del robo,
Carecemos d e datos p a r a explicar este fenómeno, y sólo transcribi-
remos lo que expresó el juez sobre el particular. El juez es u n an-
ciano que conoce perfectamente las costumbres y l a historia de s u
pueblo, y n o s dijo que antes d e l a Revolución, cuando ninguno de
los originarios d e Ocotepec había viajado, existía u n a seguridad
absoluta y n u n c a s e daban casos de robo; pero que actualmente
l a s "malas compañías" y la estancia de muchos vecinos de Ocote-
pec en México habían maleado a la gente, y "ya sabían robar".

La población indígena de México, t. III, pp. 181- 190.


Autoridad y justicia nahua, mixteca y tlapaneca
Maumlio M U ~ O Z

En virtud de que en la región hay población que habla español,


además de tres grupos indígenas distintos entre sí, es natural co11-
siderar que hay culturas diferentes, sin entrar en detalles. La dife-
rencia cultural s e distingue principalmente entre la población de
habla española y las que hablan lenguas indígenas. Consecuen-
temente, los indígenas tienen s u s propias autoridades tradiciona-
les y sus propios modos de impartir justicia. J u n t o a estas formas
de organización tradicional se encuentran las autoridades consti-
tuidas de acuerdo con las leyes del país.

Autoridades
Los grupos n a h u a , mixteco y tlapaneco tienen s u s autoridades
civiles, representadas en cada localidad por u n grupo de personas
de gran prestigio.
Las autoridades constitucionales están representadas por los
jueces de primera instancia, agentes del Ministerio Público, presi-
dentes municipales, comisarios municipales, autoridades ejidales
y representantes de bienes comunales, según la categoría política
de la localidad correspondiente.
En la mayoría de las cabeceras municipales la población está
integrada por personas no indígenas, cuyas opiniones influyen e n
la designación de las autoridades de la municipalidad. Algunas
veces se h a n encontrado pueblos con u n a gran mayoría de habi-
tantes indígenas, cuyos ayuntamientos están formados casi exclu-
sivamente pór personas no indígenas. Esto s e debe e n parte al
poco conocimiento que la masa indígena tiene de las leyes y el
control administrativo, que resultan demasiado complicados para
personas que e n s u inmensa mayoría no saben leer ni escribir. En
130 Autoridad y justicia nahua, mixteca y tlapaneca

los pueblos pequeños y cuadrillas donde reside la mayor parte de


la población indígena casi no hay personas mestizas, y allí las
autoridades que gobiernan son de tipo tradicional. J u n t o a este
tipo de autoridades hay u n comisario, quien oficialmente repre-
s e n t a a l a s autoridades municipales en la comunidad; pero la
autoridad real de la Comisaría es puramente nominal.
La autoridad real en los pueblos y cuadrillas de indigenas la
tiene el Consejo de Principales, que en algunos casos tiene todas
las características del consejo de ancianos t a n frecuentemente
encontrado como gobierno en las sociedades indígenas.
El Consejo de Principales de cada comunidad designa, entre los
habitantes del pueblo, a quien h a de ocupar el cargo de comisario.
Los c o m i s a r i o s s o n i m p u e s t o s a l p u e b l o p o r el Consejo de
Principales; aunque se hagan votaciones como la ley ordena, los
habitantes de cada lugar votan por quien los principales h a n dis-
puesto.
En realidad, los comisarios de estos pueblos no son otra cosa
que intermediarios entre las autoridades municipales de las cabe-
ceras de municipio y el grupo de principales de una cua.drilla del
municipio. Esto es verdad de tal manera que u n presidente muni-
cipal opinaba que "los coinisarios no son más que mandaderos o
topiles de los principales del lugar". En efecto, nada se hace en u n
pueblo d e indigenas que no s e a aprobado por la mayoría del
Consejo de Principales.
Los jefes de estos consejos son, en la mayoría de los casos, los
principales mas ancianos; con algunas excepciones, son los que
más se h a n distinguido por s u s buenos servicios a la comunidad,
sin considerar, en ello, su edad.
Con esta forma de gobierno casi no hay interferencia ni duplici-
dad de funciones en u n pueblo de indigenas, porque los que cons-
tituyen el gobierno tradicional dirigen al representante del gobier-
no oficial, al menos, dentro de la comunidad.
Entre las autoridades municipales de u n a cabecera y los princi-
pales de una cuadrilla del rnisnlo municipio hay en ocasiones dis-
crepancias, sobre todo en cuanto a justicia.
Como representantes de la justicia, los comisarios de los pue-
blos hacen las veces de policías; en ocasiones, algunos individuos
de la comunidad son solicitados por las autoridades municipales
Maurilio M u f i o z 1 3 1

de u n a cabecera para que respondan por ciertas faltas. El comisa-


rio consulta con los principales del lugar lo que deba hacerse;
muchas veces éstos, e n consejo, llegan a la conclusión de que el
no debe ser apresado, y el comisario no sólo h a de encu-
brirlo sino h a s t a facilitarle la fuga. Ésta e s la única forma d e
interferencia entre las funciones de autoridades municipales y la
autoridad tradicional indígena.
Cada vez que el comisario de u n pueblo recibe u n comunicado
oficial, d a aviso a los principales del lugar para que éstos, reunidos
en consejo, decidan lo qiie deba hacerse al respecto. General-
mente, s u s disposiciones son sabias porque son adoptadas por u n
conjunto formado por personas entendidas y de experiencia.
En algtanos municipios como Ahuacuotzingo, por ejemplo, había
algunas qiiejas d e q u e l a s autoridades municipales n o f u e r a n
puestas por los principales del lugar. Decían que si las designaran
ellos, pondrían a los elementos que más convinieran a los intere-
ses del pueblo.
El cacicazgo e s poco común e n las cuadrillas. Los principales s e
oponen a la existencia de "caciques", porque donde éstos surger,,
las autoridades tradicionales pierden autoridad y prestigio.
En Atlamajalcingo del Monte surgió en los últimos años u n mix-
teco que tiene control sobre la población. Aunque se trata de u n a
cabecera municipal, e s u n pueblo cien por ciento mixteco que s e
gobernaba originalmente por el sistema de principales. Actualmen-
te éstos guardan s u prestigio, absteniéndose de frecuentar el pala-
cio municipal; no asisten a los actos públicos ni colaboran con la
municipalidad.
En Atlamajalcingo hay u n ambiente poco tranquilo, porque el
pueblo está dividido; además, está e n pugna con los pueblos que
lo rodean, y s u s habitantes no pueden transitar libremente por los
caminos.
No obstante lo anotado, hay quienes opinan lo contrario con refe-
rencia a las aiatoridades tradicionales indígenas. U n maestro que
trabajó mucho e n la región y s e enfrentir a s u s problemas redactó
u n prospecto de educación llamado "Comunidades indígenas y la
acción del H. Ayuntamiento Municipal de Chilapa, Guerrero".
Desgraciadamente, ni la firma ni el nombre del autor son legibles. EI
trabajo tampoco tenía fecha. He aquí lo que dice al respecto:
132 Autoridad y justicia nahua, rnixteca y tlapaneca

Tomando en cuenta que en todos los pueblos nativos todavía


interviene la Iglesia o s u s ministros en la designacióri de las
autoridades municipales y que aquéllos rigen s u s destinos
bajo el comisario municipal, éste viene siendo se^-vidor de la
Iglesia, viéndose obligado, e n varias festividades religiosas, a
erogar fuertes cantidades de dinero en velas, cohetes, misas,
comida, etcétera, y por lo consiguiente, el comisario debe ser
u n individuo acomodado y anciano, sin tomar en cuenta si
sabe leer y escribir, pues lo esencial es cumplir e n d a r de
comer a los señores principales, comprar u n castillo, etcéte-
r a , dejando a u n lado la administración de la justicia, obras
materiales y s u función como autoridad.
Los pueblos aborígenes, desde tiempos inmemoriales, se
gobiernan por medio de consejos de ancianos que s e conocen
con el nombre de principales; dichos señores son los que
estudian, resuelven y tramitan los diversos problemas d e
índole jurídico, político y eclesiástico, a s u modo; todos ellos
son de ideas retardatarias o anticuadas y siempre opositores
a la evolución social.

Justicia
En las cabeceras de los distritos de Chilapa, 'Flapa y Huamuxtitlán,
la justicia se imparte por jueces de primera instancia. Hay también
agentes del Ministerio Público, de quienes con frecuencia se quejan
respecto a la forma en que actúan con los indígenas y en general
con la gente pobre. En las cabeceras municipales, principalmente de
aquellos municipios aislados, la justicia se imparte por los presiden-
tes municipales, quienes muchas veces carecen de conocimientos
legales y muchos de ellos no tienen capacidad suficiente para levan-
tar actas y hacer otros trámites legales; sin embargo, casi no hay
quejas de los habitantes respecto de la justicia que imparten.
En los pueblos pequeños y cuadrillas, la justicia s e imparte
por los Consejos de Principales, los cuales ordenan a los comi-
sarios lo qiie deben hacer con los reos: de la justicia impartida
por los principales no hay quejas entre los habitantes de los
pueblos; no obstante, algunos jueces de primera instancia creen
encontrar muchos defectos en esta clase de justicia.
Maurilio Mufioz 133

Los delitos que juzgan los principales y comisarios son menores,


tales como abandono de hogar, golpes dados por uno de los cónyu-
ges a s u s respectivas parejas, dificultades surgidas entre los dis-
tintos miembros de u n a familia; incumplimiento en los pagos de
u n trato contraído ante los principales como testigos; dificultades
surgidas por el uso de las tierras comunales del grupo, y otros.
Generalmente los castigos que imponen los principales consisten
en multas, además de obligar por los medios a s u alcance, princi-
palmente consistentes en presión social, para que los infractores
se corrijan. En esta cuestión no hacen otro papel que el de jueces
de paz, y s u norma de conducta se apega a la ley natural consue-
tudinaria sin importarles la ley escrita por ignorarla.
Cuando se trata de faltas mayores, los acusados son remitidos
a los jueces municipales; si éstos no pueden hacer justicia, los
reos son remitidos a las cabeceras de distrito, donde se aplica la
justicia constitucional que, al aplicarla, los jueces de primera ins-
tancia encuentran algunas dificultades, porque tienen que basarse
en los testimonios y actas que se les envía y a las que les dan poca
validez por lo mal formuladas.
Hay algunas personas que ocupan cargos de jueces menores,
comisarios municipales y síndicos municipales, que no s a b e n
hablar español, ni leerlo ni escribirlo. Los jueces de primera ins-
tancia no saben hablar náhuatl, mixteco o tlapaneco. Como los
jueces menores, síndicos y comisarios municipales son los encar-
gados de practicar las diligencias en las cuadrillas, sucede con fre-
cuencia que juez y comisarios tienen que valerse de traductores, y
sobre esta base se imparte justicia.
En las cuadrillas, los comisarios actúan en representación del
Ministerio Público; sucede que en la mayor parte de las veces los
comisarios no saben escribir; los puestos son dados por eleccibn
popular, y no perciben salario alguno: los comisarios ocupan ter-
ceras personas para que escriban las actas, y muchas. veces tales
personas no tienen motivos para preocuparse en hacer una buena
justicia, y durante la redacción de las rnismas perjudican a s u s
enemigos. L o s jueces tienen que acatar lo dicho en esos expedien-
tes, y de esa manera ha sucedido que se encarcela a inocentes por
el puro hecho de ser enemigos del que escribió las actas; los mis-
mos jueces se encuentran con problemas semejantes cuando tie-
134 Autoridacl y justicia nahua, mixteca y tlcapaneca

nen que valerse de traductores. Como los comisarios no perciben


salarios para poder subsistir, tienen que cuidar de s u s sembrados y
animales; a veces estos comisarios se encuentran lejos de los pue-
blos en que viven; cuando se les necesita se les trae y se debe es-
perar s u regreso para que la justicia comience a funcionar; esto da
tiempo a que escapen impuriemente muchos culpables.
El caso de los médicos legistas es otro problema para los jueces:
casi siempre son "médicos prácticos" los que dan fe de las heridas
de que muere u n individuo y firman con una huella digital.
Sólo en las cabeceras distritales hay médicos legistas, pero no
pueden salir a los municipios donde sucede la mayor parte de los he-
chos sangrientos. En ocasiones, los "médicos prácticos" de los muni-
cipios juzgan como herida de muerte a una lesión que no es de tal
gravedad, y a veces califican como herida que puede sanar en quince
días a una que es muy peligrosa. Los jueces de primera instancia se
encuentran sumamente atareados en sus oficinas y no pueden aban-
donarlas: la única manera de que un verdadero médico legista o un
juez pueda ver una herida, es que quien la sufre pueda ser traslada-
do hasta la cabecera de distrito. La ley ordena que el juicio de los
médicos legistas sea tomado como terminantemente probatorio.
En los municipios de, los distritos de Morelos y Zaragoza, sin
excepción, los indígenas están conformes con la justicia que se
imparte en s u s pueblos de origen.
El procurador de la Dirección General de Asuntos Indígenas en
Tlapa, quien sin ser abogado profesional hace mucho por los indí-
genas, tiene la idea de adiestrar a principales indígenas como auxi-
liares en la aplicación de justicia, cuestión que sería muy útil para
estos pueblos.
Los principales de Zitlala y Acatlan se reúnen durante las
noches para impartir justicia a s u s pueblos.
Algunos jueces que trabajan en la región tropiezan con muchos
problemas de tipo cultural. El juez de primera instancia de Chila-
pa dijo que en 1946, cuando él trabajaba en Tlapa, ocurrió ante él
una comisión de indígenas de un pueblo del mismo municipio para
presentarle una queja. Ésta consistía en que, en el pueblo donde
ellos vivían, había un anciano que todos los años subía a la cúspi-
de de u n cerro para rezar con el firi de que la estación lluviosa fue-
ra propicia para los cultivos. El año de la queja habían dado al an-
Maurilio Mufioz 13 5

ciano u n chivo para que lo sacrificara e n el cerro y tres m á s como


pago por s u s servicios; a veces, las rogativas del anciano d a b a n re-
sultado y eso contribuyó a que s u s paisanos tuvieran fe e n s u s po-
deres; por esto e n ese año, a pesar de haberle dado cuatro chivos,
no había llovido; fue el pueblo casi e n m a s a a pedir al juez el casti-
go del viejo, q u e les había cobra.do por s u s servicios y no había
cumplido con s u s obligaciones de hacer llover.
I n d u d a b l e m e n t e q u e e s t o e r a u n problema c o m p l e t a m e n t e
nuevo para el juez, quien todo lo que podía hacer era solicitar a l
brujo que devolviera los chivos. Pero el viejo también estaba con-
vencido de s u s poderes y respondió que devolvería los chivos, pero
en venganza, rezaría para que ese a ñ o no lloviera e n s u pueblo.
Agregó que todos s e arrepentirían m á s tarde.
Los delitos comunes entre la población indígena consisten e n
raptos, violaciones y estupros. Son m á s frecuentes e n los distritos
de Álvarez y Morelos -cometidos por indígenas cuando s e encuen-
tran ebrios-, y la regularidad con que s e cometen tiene su origen
en lo caro que resultan los matrimonios. Los jueces informan q u e
estos delitos son t a n comunes que forman la mayoría de s u s expe-
dientes. Sin embargo, con alguna frecuencia hay casos e n que por
venganza s e a c u s a d e violaciones, s i n que éstas en realidad hayan
sucedido.
Hay también problemas de despojos de tierras comunales y difi-
cultades por linderos. Esto ocurre con m á s frecuencia e n el distri-
to de Morelos, donde la tierra es abrupta y presenta m á s dificulta-
des para cultivarla. E s t a s dificultades por linderos d a n lugar a
constantes hechos d e sangre y homicidios. También s o n frecuentes
estos hechos e n el distrito de Álvarez; e n el distrito de Zaragoza
son raros y, c u a n d o los hay, e n pocas ocasiones t r a e n consigo
hechos de sangre.
En el distrito de Morelos, las dificultades por tierras tienen carac-
terísticas de choques arnaados entre aldea y aldea; los individuos que
viven en u n a cuadrilla matan o atacan a los de la cuadrilla rival, se
bloquean los caminos y la gente de u n pueblo no puede tan siquiera
pasar por las tierras de otro pueblo vecino sin riesgo de s e r atacada.
Los habitantes de la cabecera del municipio de Atlamajalcingo del
Monte, por ejemplo, tienen dificultades con los d e los pueblos d e
Quiahuitlazala, Tlaxco y Amatitlán, del municipio de Malinaltepec.
136 Autoridad y justicia núhua, rnixteca y tlapaneca

Las dificultades surgen cuando la gente de u n pueblo invade


u n a fracción de tierras pertenecientes a otra localidad: en casi
todos los municipios hay cuadrillas que están en conflicto con
otras pertenecientes a otros municipios. Las cuadrillas de Xochapa
y Tlahuapa, del municipio de Alcozahuca, por ejemplo, tienen difi-
cultades con las de Alpoyecancingo, del municipio de Xalpatlá-
huac, y Tetlaca, este último del estado de Oaxaca.
El abigeato es otro delito frecuente en la región. Este delito es
común en el estado de Guerrero, y el gobierno ha querido reprimir-
lo con leyes drásticas; sin embargo, subsiste debido a lo dificil que
resulta s u comprobación. Es frecuente en aquellos municipios que
limitan con el estado de Oaxaca, porque allí se facilita escapar a la
acción de la justicia. Un municipio que no es limítrofe con otro
estado, pero en el que el abigeato es constante, es el de Zitlala.
El homicidio también es frecuente. A la gente de la región no
le gusta admitirlo y muchas veces se excusan haciendo compara-
ciones entre el número de homicidios que hay en la región y los
que se registran en otras zonas del mismo estado, tales como la
llamada Tierra Caliente y las costas Chica y Grande. Sin embar-
go, en 1953 hubo en doce municipios de los tres distritos sesenta
y cinco homicidios, de los cuales trece correspondieron a Chila-
pa, siete a Ahuacuotzingo, dos a Atlixtac, tres a Zitlala, nueve a
Tlapa, tres a Copanatoyac, uno a Xalpatláhuac, once a Huamux-
titlán, doce a Olinalá y cuatro a Xochihuehuetlán.
La causa más común de los homicidios es la venganza, princi-
palmente en el municipio de Olinalá y en la parte del municipio de
Ahuacuotzingo, que limita con el anterior. En los pueblos del muni-
cipio de Ahuacuotzingo que limitan con los del municipio de
Olinalá, la venganza se lleva a cabo aun cuando el homicida haya
sido castigado por la justicia; es decir, con otro miembro de la fami-
lia que ninguna culpa tuvo en el crimen del que se cobra venganza.
Olinalá es famoso en la región a causa de la frecuencia con
que se mata s u gente entre sí; a esta fama se debe que a las fe-
rias que se efectúan en el pueblo casi no lleguen visitantes. Hay
otros, con menos homicidios, pero en los que son igualmente nu-
merosos los hechos de sangre, como Chilapa, Tlapa y Huamuxtitlán.
Según el presidente municipal de Olinalá, la incidencia de homi-
cidios tuvo s u origen cuando una noche de 1943 mataron a un
Ma~rrilioMuñoz 137

individuo perteneciente a u n a numerosa familia; como el crimen


sucedió a medianoche no hubo testigos y fue imposible para las
autoridades encontrar al culpable. Los familiares del muerto trata-
ron de hacerse justicia, y la forma por la que optaron fue matando
a quien todos creyeron culpable. La familia del segundo asesinado
no creía que él fuera culpable de la muerte del primero, y también
se vengó. Las venganzas se sucedieron de tal manera que llegaron a
formarse e n el pueblo lo que ellos llaman "partidos"; la cantidad de
homicidios fue numerosa; hubo días de pánico durante los cuales la
gente se encerraba temprano y, en algunas ocasiones, las calles s e
encontraban desoladas, a u n al mediodía; la gente no podía salir ni
a las orillas de la población sin arriesgar s u s vidas; los que abando-
naban el pueblo tenían que hacerlo en grupos, para protegerse recí-
procamente. o tenían que hacerlo durante la noche, ocultándose en
las tinieblas. Las fuerzas federales intervinieron, pero no pudieron
hacer mucho porque 10s ataques no se hacían e n forma abierta,
sino ocultándose en algún lugar para no ser descubiertos. La situa-
ción se normalizó hasta el año de 1952; hay todavia personas que
dicen, refiriéndose a Olinalá, que "este pueblo no %tieneremedio".
Los homicidibs por venganza siguen registrándose, a u n q u e e n
menores proporciones. Sin embargo, los habitantes de Olinalá son
muy cordiales con los visitantes que llegan a s u pueblo, a quienes
prestan toda clase de colaboración.
Hay pocas querellas entre indígenas y mestizos en las comuni-
dades. No obstante, existe u n a marcada actitud de resentimiento
de los indígenas hacia la gente mestiza; esto h a nacido indudable-
mente de las injusticias, explotaciones, malos tratos y humillacio-
nes que han recibido durante décadas y siglos. Este resentimiento
es tan marcado, que u n indígena jamás estrecha cordialmente la
mano a u n elemento "de razón" [persona blanca o mestiza], a
menos que sea tan pobre como él, que sea amigo o que lo reconoz-
ca como honrado; de otra manera lo rehuye siempre, y el blanco o
mestizo lo mira con desprecio, reprochándole que es flojo, tonto.
ignorante, sucio, salvaje y hasta ladrón.

La Mixteca nahua-tlapaneca, pp. 143- 147.


Delitos y sanciones en el sistema
zapoteco de Yalálag
Julio de l a Fuente

Yalálag es u n a comunidad cuyos habitantes recurren con frecuen-


cia a s u s propias autoridades en demanda de "justicia" y cuyas
tienen que intervenir (a veces mal de s u agrado) para
castigar hechos delictuosos. Es, además, lugar en que las rivalida-
des entre individuos y partidos amenazan con frecuencia la tran-
quilidad pública y en que los mismos responsables de conservar el
orden s o n quienes lo alteran. Afírmase que-"antes de la Revo-
lución" existía una situación opuesta a la actual: se viajaba y vivía
con seguridad, no se daban casos de robos y hechos de sangre,
pocos poseían armas de fuego, se reñía a puñetazos "como los
mixes", sin emplear esas armas y sin que subsistiera rencor entre
los rijosos después de la disputa,' y se ajustaban muchas diferen-
cias recurriendo a la hechicería o a las autoridades. La comunidad
difiere de varios pueblos comarcanos porque en éstos no se produ-
cen hechos de sangre, que "dan horror" (Zoogocho), y se asemeja y
supera a otros más (Yalina, Betaza y San Mateo Caxoi~os,princi-
palmente) por el número de estos hechos y el de delincuentes,
haciéndose responsable de la situación a "la Revolución", "los par-
t i d o ~ ""la
, ~ política" y, mas concretamente, a algunos individuos.
No es fácil estimar el grado en que estas apreciaciones respon-
dan a los hechos. En general, parece que las sanciones sagradas a

' Esta caracterización de los mixes tiene a ú n cierta validez actual con referencia
a algunas rifias individuales, pero no en otras situaciones. El crimen ya h a dejado
de ser raro en el mixe.
Se da como "origen" de los partidos yalaltecos a la rivalidad de dos individuos
por una cantina, pequeiia pero productiva, situada cerca de la iglesia, a fines del
siglo pasado; el sacerdote local tomó el partido del propietario de ella, y varias per-
sonas del lugar, el de u n real o supuesto agente fiscal que la deseaba y que consi-
guió, finalmente, apropiarse de ella. No se recuerda que el poblado se dividiera.
como fue comUn eri Oaxaca, en partidos "rojo" (conservador) y "verde" (liberal).
140 Delitos y sanciones en el sistema zapoteco d e Yalálag

la transgresión criminal son débiles, las seculares tienen consis-


tencia similar y son fáciles de evitar, y el carácter personal predo-
minante de las relaciones, operando de consuno con el temor y la
inestabilidad, actúan contra la impersonalización de La justicia.
Parece también que las mayores transgresiones se dan entre quie-
nes ocupan un puesto de preeminencia contando con apoyos espe-
ciales, económicos, sociales y políticos, internos y externos, y pier-
den el sentido del equilibrio que debe gobernar las relaciones entre
gente que idealmente, y a u n por ciertas necesidades prácticas,
deben guardar la unidad y la mutua interdependencia.
Existen situaciones en que los habitantes no recurren a las
autoridades en busca de justicia. La hacen por sí mismos, recu-
rren a especialistas (esotéricos) sin transgredir propiamente algu-
nas normas de costumbre o las disposiciones legales formales, o
soportan lo que consideran como injusticia para evitarse males
mayores. Así, el que no cumple una deuda de gozona (en trabajo o
dinero) encuentra un castigo con el desprestigio que cubre a su
acción, la negación de ayuda, y la expresión injuriosa de que "lleva
la deuda en las asentaderas". El acreedor difunde la falta en que
incurrió s u deudor, si no tiene documentos para hacer una recla-
mación. No es común que las víctimas de fraude en el pequeño
comercio presenten quejas: más bien buscan un desquite en sus
victimarios o en otros. No se hacen acusaciones personales contra
un hechicero o sobre una hechicería, por lo general, y el que se
siente víctima de uno u otra, hace una en respuesta o paga a
quien sabe hacerla. Algunas diferencias entre vecinos, por intromi-
sión de animales de corral u otras causas, se solventan con insul-
tos, pero en este caso, o cuando una persona se embriaga para
adquirir valor e insulta a s u enemigo o lo lesiona tal vez, se está ya
en los limites en que el agraviado principia a recurrir a las autori-
dades, o en que éstas intervienen por sí, para pedir o imponer
indemnización o castigo.
Las autoridades usualmente no intervienen en casos como los
mencionados (excepto la intromisión de animales con dafio en pro-
piedad kjena que, según se dijo, es perseguida y penada) y en
otros que constituyen infracciones a una costumbre especial: la
responsabilidad del casamiento de dos Jóvenes emparentados (en
las actas de matrimonio se precisa que se autoriza éste porque los
Julio de la Fuente 141

cónyuges no son parientes consanguíneos) recae en s u s padres, y


el castigo a la falta es dado por Dios; no se impide a nadie casarse
con la hermana de la esposa difunta, divorciarse, casarse por
segunda vez, una vez divorciad^,^ o casarse con gente de fuera. La
autoridad debe casar a quien se lo pida aunque uno o ambos con-
trayentes sean menores de edad legal o s e les case contra s u
voluntad, si quienes piden el matrimonio son los padres. Los con-
flictos de la autoridad ante las demandas del parentesco, la amis-
tad, el paisanaje, el status, la costumbre local y la ley formal,
serán objeto de atención en las siguientes páginas.
Con alguna frecuencia se llevan ante el presidente o el juez acu-
saciones por insultos, robo, amenazas de muerte, destrucción en
propiedad, fraudes en pagos grandes y litigios de terrenos, y sean el
demandante y el demandado extraños o parientes, se exige castigo,
compensación o ambos, según sea el caso. En general, no se con-
sidera inapropiado o vergonzoso acudir a la justicia cuando se tiene
derecho a algo y la autoridad puede dictar un fallo, y aunque los
pleitos entre parientes son mal vistos, se dan y se justifican dicien-
do que es propio reclamar algún derecho y no sufrir una pérdida.
Las personas de mayor categoría social y económica parecen ser las
menos afectas a acudir a las autoridades para solucionar pleitos
con parientes, en tanto que la mayoría rústica parece mostrar
mayor disposición a hacer esto.
De entre los casos de pleitos entre parientes, pueden señalarse
los siguientes, como un tanto típicos: un joven ocurrió a s u prirno
para que le devolviera un libro que le había prestado. Al parecerle
que no se lo habían conservado bien, procedió a insultar a s u primo
y a amenazarlo después con una navaja. El agraviado (otro joven]
fue ante las autoridades para obtener justicia, presentando a s u s
familiares como testigos. El agresor, a su vez, llevó a su padre para
defenderse. Éste procedió a acusar a s u hermano -padre del agre-
dido- de que no le había devuelto unas hormas, y después se trajo

En el pueblo conservador de San Pedro, el presidente y los ancianos princi-


pales se opusieron a que u n individuo, cuya mujer había enloquecido, promoviera
una separación legal para casarse o unirse con otra mujer, aunque dicha persona
ofrecía mantener y auxiliar a s u esposa enferma. de por vida,.y los padres de ella
consentían en la separación y en u n a segunda unión.
142 Delitos y sanciones en el sistema zapoteco de Yalálay

a colación u n asunto relacionado con u n gallo. Una de las partes


ocurría al presidente y otra más bien al juez, al guardar cada una
mejores relaciones con los funcionarios nombrados y verse favoreci-
da por uno de ellos y obstruida por el otro, en tanto que los funcio-
narios, especialmente el presidente, no se mantenían dentro de sus
respectivas jurisdicciones. El juez dictó una resolución final, repro-
chando de paso a las partes que no arreglaran asuntos de tal espe-
cie entre sí, dado s u parentesco, y que lo llevaran a las autoridades.
En otro caso, dado entre rústicos, u n anciano que había ajorna-
lado a s u sobrina como molendera, la acusó ante el juez de la sus-
tracción de dinero y objetos, cuya devolución exigía. La sobrina,
que s e había separado del trabajo desde que el tío había mostrado
renuencia a pagarle s u salario, pudo demostrar la falsedad de la
acusación, y aunque al principio, y en atención a tratarse de su
tío, no había ocurrido a demandarlo para obtener s u s salarios,
airada esta vez, procedió a hacerlo. Obtuvo casi todo lo que pedía,
al reconocerse la culpabilidad del tío y recordarse que éste había
recurrido anteriormente a similar artimaña para no pagar a sus
molenderas, pero no recibió la totalidad del pago porque el tío pre-
sentó cuentas demostradoras de que había hecho a s u sobrina
algunos obsequios ínfimos y a u n le había dado unos centavos para
que s e comprara "catalán" e n u n a ocasión e n que enfermó de
"aire". Y así otros casos, y así entre vecinos, máxime entre algunos
que muestran disposición constante a reñir, o que mantienen plei-
tos viejos que renuevan con otros. Algunas personas de alta cate-
goría social, en casos de diferencias que guarden, con parientes u
otros, parecen limitarse (por lo menos durante algún tiempo) a
romper las relaciones, dejando de hablarse.
Se concede (verbalmente) que es legítima la apropiaciómi de obje-
tos perdidos por otros, pero el que los halla no los muestra en
público y no los devuelve a s u dueño, a menos que sea amigo o
pariente. Sin embargo, se dan excepciones a lo aritedicfio. No ocu-
rren robos de mazorcas, útiles de labranza o de casa que se dejan
en los ranchos de los campos, pero sí son relativamente frecuentes
otras sustracciones: de leña, en campo y pueblo; de objetos que se
dejan en los corredores; de piedras de los cercos, o acumuladas
por el municipio con el trabajo comunal (que el ladrón devuelve
algunas veces como contribución de piedra para dicho trabajo); de
Julio de la Fuente 143

ropa y dinero (a los ebrios caídos) y de volátiles y ganado. No es


raro el robo con lesiones. Muchas veces no se acusa a los ladrones
de leña u otras cosas, a quienes se llega a reconocer, esperándose
tener u n día la ocasión de cobrarse. Cosa similar ocurre cuando s e
reciben ofensas verbales o de otra especie, y la ocasión llega, cuan-
do se ocupa u n puesto de autoridad, aunque sea t a n ínfimo como
el de policía. El mecanismo rotatorio y ascensional del desempeño
de cargos opera, no obstante, de modo anibivalente: previene u n
tanto la comisión de ofensas o la favorece, y contribuye a castigar
levemente o con dureza, esto último como venganza, cuando s e
ocupa u n puesto medio o a l t a 4 En pocos casos s e atrapa a los
ladrones de cosas menudas, los cuales resultan s e r lugareños
unos y fuereños (indígenas) residentes otros.
El abigeato es actividad ilegal muy productiva, vendiéndose las
reses en pueblos comarcanos con plaza, en que hay carniceros, pero
se encuentra en disminución local y regional en virtud de los fuertes
castigos que algunos pueblos dan a los a b i g e ~ sEl. ~ ascenso de algu-
nos líderes parece haber tenido alguna relación con el empeño que pri-
meramente mostraron en castigar el abigeato, y su declinación guardó
otra, según el decir local, con s u conversión posterior en abigeos, a&-
liados por algunos de s u s "armados". Del robo de vacunos pertene-
cientes a gente local y aun de iuera se hace responsable a mixes y a
zapotecos de otros pueblos, pero en el decir de pueblos vecinos, no son
ajenos a él algunas personas de cierta prominencia en el lugar.
La apropiación de bienes por medios fraudulentos ocurre, con
frecuencia no definida, entre extraños y parientes. Atribuyese a
algunos láderes y tinterillos el uso de sellos de goma (retirados
apropiadamente de s u uso y sustituidos por nuevos) y sellos fisca-
les viejos. Los tinterillos locales son los expertos en falsificación de
documentos a quienes ocurren los nativos. Las víctimas de estos
fraudes, en casos, no demandan justicia o ceden a las declaracio-

El poco deseo d e ofender a otros de que habla Parsons [1936: 481) al referirse
a los mitleños, puede deberse e n mucho a esta situación que puede calificarse co-
mo de inestabilidad permanente.
La pena de muerte. Se ahorca o se fusila al a.bigeo, aunque ni los "pueblos" ni
sus autoridades ni los miembros de la Defensa están legalmente autorizados para
imponer tal pena, ni llevarla a ejecución.
144 Delitos y sanciones e n el sistema zapoteco de Yalálag

nes que dichos documentos contienen, para evitarse males mayo-


res como la pérdida de la vida: el fraudulento puede tener una
posición de importancia, o si la h a perdido, quizá pueda recobrarla
u n día y vengarse.
El escándalo en la vía pública o las cantinas, la riña con armas y la
desobediencia a lo que dictan el pueblo y s u s autoridades, se conside-
ran transgresiones que ameritan castigos. Un pueblo amagado por la
intranquilidad debe ser quieto, y tiénese por alteradores del orden a
los juerguistas que pasan la rioche cantando o en plática, alcoholiza-
dos o no, pero que provocan a su paso el ladrido de perros y la alarma
en los pobladores. Se traza además una conexión entre el escándalo
en una parte del pueblo y la comisión de un robo en parte distinta, o
se dice que aquél es aprovechado por los ladrones. La asociación noc-
turna en cantinas, para el consumo de licor, se considera como escán-
dalo o causa potencial de riñas; y como lo primero, la práctica de algu-
nos jóvenes de alta categoría social de disparar al aire durante sus
juergas. Las riñas a puño limpio, especialmente entre mixes ebrios,
son comunes los días de plaza. Se dan casos de apaleados, gente
muerta a golpes o en emboscadas, y algunos años ocurren tres o cua-
tro casos de asesinatos y otros tantos o más de heridos. No sólo un
número de adultos, sino también muchos jóvenes, portan o tienen
a m a s blancas y, algunos, de fuego, de las que echan mano para lesio-
nar a u n hombre o una mujer, una vez alcoholizados, a veces sin ren-
cillas aparentes de por medio.6 Se dice que existe el asesinato pagado
(incluso, según la murmuración, el de una mujer, pagado por otra), se
da el de una persona por s u compadre, y se achaca u n número de
muertes de lugareños y comarcanos a los líderes y su gente arrnada,
respondiéndose una agresión con otra, tiempo d e ~ p u é sDe . ~ entre
unos ochocientos cincuenta contribuyentes, u n mínimo de ochenta
podrían ser inculpados de delitos graves de esta especie.

En varios casos, gente de la Defensa disparó a mansaha contra gente recono-


cida como pacifica, dejándola muerta en el acto. En un caso, iin joven se percató,
después de una juerga, que s u primo segundo estaba a punto de matarlo cuando
dormía; y éste dio como razón que "iba a rnostrar el estilo (de matar) que había
conocido en Nexapa".
U n joven tendero urbanizado disparó contra otro en u n a fiesta, sin herirlo, y
el agredido continuó manteniendo aparente amistad con el agresor, pero unos dos
anos después fue a balacearlo a s u casa.
Julio de la Fuente 145

Un cierto número de hechos de sangre h a alcanzado resonancia


y dado a Yalálag la fama que tiene por la alta categoría social de
10s victimados y, e n algunos casos, de los agresoresa8Son causas
aparentes la venganza por engaño conyugal, las rivalidades econó-
micas, sociales, políticas y a u n culturales, esto último en término
de lo progresista y lo conservador. Recurrir al crimen es así u n
procedimiento bien establecido para dirimir diferencias, perfilán-
dose que desean recurrir a la venganza los parientes, pero m á s
que nada los amigos y asociados, lo que, con otros caracteres, d a
al crimen e n el lugar cierto parecido con el crimen en las ciudades.
El examen de casos muestra que existe hostilidad entre parien-
tes, amigos, vecinos y gente que guarda entre sí posiciones econó-
micas, sociales y culturales similares o diferentes. Un individuo se
considera superior a los demás, a quienes tacha de ricos misera-
bles, d e cerrados (pobres), piadosos hipócritas, aprovechados,
"montoneros", etcétera. Un vecino tiene u n a o varias tachas para
casi todos s u s vecinos y muchos lugareños, pero actúa con cautela
y g u a r d a , con los m á s , b u e n a s relaciones aparentes. Ya s e h a
mencionado la hostilidad en la familia por cuestiones de herencia
y valoración de las actividades, y en otra parte s e indica la produ-
cida por hechicerías reales o supuestas.
En la situación m á s antigua que se recuerda, la hostilidad y el
temor adquirían expresión en términos de la hechicería y de la organi-
zación de barrio. Los chicos de u n barrio apedreaban, perseguían,
aprisionaban y a u n colgaban de los hombros a los de otro que se
entrometían en s u bamo. Los adultos, guardando a veces la organiza-
ción de bamo, y posteriormente la de b a m o y partido, s e alineaban en
grupos (o partidos) contendientes de "indios" y "soldados" para mostrar
s u supremacía y hacerse daño empleando cohetes. El esprit de c o p s
del barrio a u n s e expresa alrededor de rivalidades y supremacía en
cuanto a fiestas, cultura y política, pero tiende a disociarse del b a m o y

En 1935, la muerte simultánea del líder principal, jefe de la Defensa y del par-
tido oficial, y la de s u s dos hermanos. En 1939 y 1944. l a de dos líderes e n turno.
innovados en el caso anterior y antiguos subordinados del anterior jefe. E n 1938, la
de u n joven tendero. En 1943, la de otro joven también tendero, urbanizado y diri-
gente de l a Sociedad Progresista, como el anterior. En 1945, la simultánea del jefe
en turno del pueblo y la Defensa (comerciante cafetalero). el señor Samuel Vargas,
y otras personas.
146 Delitos y sanciones en el sistema zapoteco de Yalálag

a convertirse en esprit de corps de grupo económico, ocupacional y


político de "partido", térrnino que da a entender u n grupo cualquiera
de personas, pequeño o grande, que reconoce a iin individuo como jefe
o líder y que por lo común busca el poder político, s u afianzamiento en
el mismo y la eliminación de los rivales, Los principales líderes de los
partidos salieron de la Revolución misma, pero s u emergencia y esci-
siones han guardado mucha relación con la posibilidad que tiene un
grupo de conseguir mayores ganancias individuales, aprovechando el
presupuesto oficial más alto que existe en la comarca y el poder lograr
cierta seguridad y satisfacer 1-encores, incluso los derivados de la de-
sigual distribución del botín. El exilio o la muerte de los enemigos si-
gue por lo común al afianzamiento que logra u n partido.
Buena parte de las rivalidades colectivas se expresa e n términos
de barrio, partido y extracción, por ejemplo, los de Santiago (o el
partido de Santiago) contra los de S a n J u a n , o los de "arriba" con-
t r a los de "abajo" y viceversa. La supremacía y el gobierno, hasta
1935 y de nuevo e n 1938 y 1940, estuvieron en manos de los de
"abajo", por ser s u s principales dirigentes (mas no todos) personas
celosas de la reforma y el progreso por s u parcial extracción mesti-
za, importante aquí no como tal sino por ser "de fuera". El control
pasó después a los de "arriba", más conservadores y "más yalalte-
cos". De este modo, algunas personas del último partido formado
"arriba" (parte superior de Santiago) manifestaban de cuando en
cuando s u deseo de "ir a colgar a los de abajo", "a las gentes de
fuera". La desaparición de u n partido que amenaza la tranquilidad
pública o la de u n a parte del pueblo no se efectúa sin la emergencia
de otro, de donde no se consigue la deseada unidad del pueblo. La
g r a n diversidad d e pareceres y el individualismo que muestran
todos ellos tienden a ser earacterísticas locales y de otros pueblos.
Hay la presencia de u n a gran inseguridad personal. E n la situa-
ción antigua, los hechiceros, las hechicerías y los sobrenaturales
peligrosos eran fuentes de temor individual y colectivo, y existía11
medios no violentos y adecuados para contrarrestar s u influencia.
Hoy en día, aquellos factores tienen u n papel mínimo en la causa-
lidad del temor e inseguridad, pues la racionalización creciente tien-
de a descartar los medios tradicionales de contrarrestar uno y otra:
el temor y la inseguridad son originados por gente común, y los
nuevos medios q u e s e emplean p a r a c o n t r a r r e s t a r l o s s o n l a s
Julio de la Fuente 147

armas. El temor y la inseguridad se manifiestan en formas varias:


10s que viajan, maxirne si son tenderos o gente de alta posición, no
anuncian s u viaje sino a una que otra persona de s u confianza
absoluta; sale11 de noche, toman caminos secundarios al salir y al
regresar, y aparecen y desaparecen internpe~tivarnente.~ La cos-
tumbre de "dar encargos'' tiende así a desaparecer, al igual que el
temor -durante la noche- a los sobrenaturales malévolos. La for-
mación de pequeños núcleos de viajeros muy identificados entre sí
es necesaria algunas veces para protegerse de posibles asaltantes
-y de individuos que con carta de legalidad actúan como tales-
al caminar por el valle."
Los temores de algunos parecen tener gran fundamento al darse
casos de emboscadas. Preguntar a u n caminante, en ciertas situacio-
nes, lo que es usual (¿a dónde vas?, ¿de dónde vienes?), decir ciertas
fórmulas de cortesía en camino, o preguntar dónde se encuentra
alguien, se convierten en embarazosas faltas de cortesía que hacen
desaparecer las normas antiguas que prescribían tales fórinulas y
estas mismas. No es poco común observar la expresión de un temor,
manifestado verbalmente o en otra forma, en individuos alcoholiza-
dos que ingieren más licor como contribución a su aniquilación o
para buscar vanamente algún valor.

Castigos y su evasión
Se ha dicho que se recurre a las autoridades locales para ajustar
diferencias, y que éstas intervienen por sí y para guardar el orden.

l3n u n c a s o , q u e bien observado no parece a g u d o , u n veterano d e la


Revolución, que viajaba mensualmente a la ciudad para cobrar s u pensión, seguía
siempre caminos distintas, salía y llegaba con anticipación o retardo calculados, se
recogía, fuera de s u pueblo, e n casas de ciertos paisanos o extraños que estimaba
seguros, y se aposentaba en casas distintas cada vez. Poseedor de algún dinero y
una buena casa, admitía que la había construido en lugar especial para estar
rodeado de "buenos parientes, amigos y compadres seguros, que le daban seguri-
dad", pero admitía también que todos éstos y mucha gente del lugar le envidiaban
lo que poseía, por lo que tenía que cuidarse de ellos y x'Iiag a r con cautela.
* N. ed. Me he permitido niodificar este párrafo completo debido a que, en la
edición consultada. tenía graves problemas de redacción que lo hacían ininteligible.
148 Delitos y sanciones e n el sistema zapoteco d e Yalálag

Intervienen también las del Estado y a u n las federales, éstas por


medio de su ejército regular, que envía patrullas o destacamentos
a Yalálag y la comarca, no con mucha frecuencia, cuando h a n ocu-
rrido disturbios. (En el sentir local, sólo la estancia permanente de
u n destacamento militar llevaría la paz al pueblo.)
Aunque la ley formal delimita la jurisdicción de los presidentes
y los jueces, algunos de aquéllos tienden a rebasar la que les es
propia, para favorecer a alguna persona. Los juicios de estas auto-
ridades tienen carácter definitivo muchas veces, aunque u n a inter-
vención adecuada e s capaz de modificarlos. Al haber dos jueces, la
decisión de u n asunto debe resultar de u n acuerdo entre ambos,
pero la de u n juez primero tiene mayor peso que la de u n segundo.
La injerencia de la justicia foránea en la local e s vista como inde-
seable.
El presidente impone ciertos castigos-comunes a los que escan-
dalizan, riñen o s e m u e s t r a n rebeldes a l a s disposiciones, sean
hombres o mujeres. Hay u n a cárcel para hombres y otra para
mujeres. La encarcelación por u n o o m á s días, la multa, cuyo
monto queda a la discreción del que la fija, la imposición de uno o
m á s días d e tequio, y la combinación de estas penas, son los casti-
gos m á s comunes. Existe u n a multa uniforme de cincuenta centa-
vos para el que deja escapar s u s cerdos o vacunos, sin perjuicio de
que compense por el daño que hacen los animales en propiedad
ajena, y s e dictan pequeñas compensaciones por heridas, destina-
d a s para que la víctima pague al curandero. La falta de cumpli-
miento al trabajo comunal se castiga con penas como las mencio-
nadas, o imponiendo tequio especial, y algunos presidentes man-
tienen equivalencias entre faltas especiales y número de días de
tequio, o tequios especiales, e n tanto que otros imponen penas a
s u propia discreción. Una forma de tequio impuesto con cierta fre-
cuencia a los mixes más rústicos (y e n menor número d e casos, a
gente local) consiste en limpiar y barrer los excusados públicos o
cargar materiales pesados. Para evitar la sospecha de mal manejo
d e fondos y beneficiar a la escuela y el municipio, se instituyó en
1938 el pago o la entrega de u n a silla o u n a mesa, en lugar de una
cantidad e n d i ~ e r o .
E s usual que s e sancione a u n familiar de u n culpable (hombre
o mujer adultos) si no s e puede castigar a éste o como medio de
Julio de la Fuente 149

obligarlo a que s e presente. Se da este caso con alguna frecuencia


al no poderse castigar a los escolares que faltan a l a s clases,
encarcelándose a s u s madres, a quienes se considera culpables y
consejeras de la falta. La encarcelación de los ebrios caídos no s e
hace muchas veces como castigo, sino para evitar que los despojen
de s u s prendas o dinero en la vía pública. Se castiga a los topiles y
policías que cometen faltas, pero raras veces a funcionarios supe-
riores. Los ancianos y en general los principales pueden ser recon-
venidos, pero no multados, y menos a ú n , encarcelados. (Esta últi-
ma norma no fue seguida por los varios líderes principales.) Las
personas comunes son penadas con más frecuencia que las de sta-
tus superior. La norma antigua de no castigar a los hechiceros ni
las hechicerías fue rota también por algunos líderes, que encarcela-
ron a "llamadores de la lluvia". Igual cosa hicieron autoridades pro-
gresistas y conservadoras más recientes, cuando varios progresis-
tas y ciertos católicos muy ortodoxos presentaron quejas contra el
hechicero principal y otros secundarios, a quienes s e castigó con
encarcelación y destierro. El hechicero principal pudo volver des-
pués, gracias a la intercesión de gente con algún poder, para adqui-
rir preeminencia y seguridad como funcionario de la iglesia.
La desobediencia a servir en u n cargo de elección e s incompati-
ble con la residencia en el lugar, y el que no acepta u n cargo pre-
fiere desterrarse antes de que s e le expulse.I0 El abandono de
cargo es penado, pero en los años críticos o cuando las autorida-
des son débiles r.esulta difícil imponer sanciones a los muchos que
abandonan s u s cargos. Las demandas del parentesco consanguí-
neo, por afinidad o ritual, las de la asociación y las del paisanaje,
son fuente de. conflicto para el presidente o el juez que desea
actuar de modo impersonal, por cuanto que son muchos los que,
por u n a parte, abogan por u n a "justicia pareja" y, por la otra,
demandan lenidad o reprochan a las autoridades que no favorecen
a parientes, compadres, amigos y "paisanos"'. Algunos progresistas
tienden a hacer justicia impersonal, concitándose con ello no sólo
la animadversión de los penados, sino también la crítica acerba de

lo Un anciano principal que ya había cumplido todos s u s cargos fue elegido


para el de juez, que rehusó senir porque implica actuar cama forense. No admitida
su negativa, hubo de exiliarse.
Gonzalo Aguirre Beltrán 171

de u n mayor prestigio y que cuenta con la común aprobación de los


principales y del ayuntamiento regional. Antes de que el grupo de
escribanos tomara fuerza y vigor, el cargo de presidente municipal
coincidía con el de gobernador; e n la actualidad estas dos dignida-
des recaen en personas distintas.
El presidente municipal u s a bastón y demás insignias de la
simbología del poder; e s objeto de acatamiento y respeto general, y
s u autoridad sólo queda supeditada a la suprema del katinab o
principal de principales. Regidores y síndicos, en cambio, apenas
destacan e n la selva de mandatarios que habitan en el centro cere-
monial. E n igual situación s e encuentran otros funcionarios n o
electos, sino designados por el ayuntamiento, como el juez, el teso-
rero, el comandante y agentes municipales; y los jefes de institu-
ciones no indígenas, como el presidente del Comisariado Ejidal, el
secretario general del Sindicato de Trabajadores Indígenas, el pre-
sidente del Partido Revolucionario Institucional y otros. Entre ellos
es menester hacer excepción del juez municipal que, en algunos lu-
gares, h a logrado efectivamente el control de la administración de
la justicia, restándoles estas funciones a los personajes del gobier-
no regional.
La importancia que h a adquirido el grupo de los escribanos h a
sido variable, según existan o no existan inclusiones ladinas en el
centro ceremonial que rijan los destinos del municipio. E n el Últi-
mo caso los puestos anotados están en manos de éstas, a lo menos
aquellos que por no ser motivo de elección pueden ser cubiertos
sin grave menoscabo del patrón democrático por individuos extra-
iios al grupo local. Esto nos lleva a puntualizar algunos hechos,
sin cuyo conocimiento sería imposible comprender la función e
importancia de la novísima superposición del ayuntamiento libre.
En cada uno de los municipios de la zona existe u n grupo de
personas en l a s q u e el proceso de aculturación h a actuado en
grado mayor que sobre la gran masa de la población. Este grupo
está constituido por los indígenas ladinizados, ya sea por s u s con-
tactos frecuentes con agentes de la cultura nacional, ya por haber
sufrido durante u n tiempo m á s o menos largo la influencia revolu-
cionaria de la escuela rural o del internado indígena. Estas perso-
nas saben leer y escribir, hablan u n tanto defectuosamente el es-
pañol y constituyen el medio de enlace entre la comunidad indíge-
1 7 2 Fonnas d e gobierno tzel tal-tzotzil

n a y la comunidad nacional, en lo particular, de la comunidad la-


dina de ciudad, San Cristóbal de 12s Casas. Las necesidades de la
interdependencia económica han obligado a los indígenas a dar
beligerancia a este grupo de personas que no es bieri visto por la
generalidad, porque s u s normas de conducta no siguen la línea
ortodoxa trazada por la sociedad en que viven (cobran los servicios
prestados a los miembros del calpul, reciben dinero por las comi-
siones que les confian las autoridades del estado o de la ciudad,
están bajo el dominio de la maquinaria política nacional y tienen
estrechas e inconfesables relaciones pecuniarias con alcoholeros,
habilitadores y comerciantes citadinos); mas a cambio de ello lle-
nan una función ineludible: el trato de una comunidad cerrada y
subordinada con los extraños. Son precisamente las comunidades
más resistentes a la aculturación, las que poseen el grupo más
consistente de escribanos ladinizados y las únicas que, por este
arbitrio, han logrado impedir el establecimiento de ladinos en sus
centros ceremoniales, y aminorar, hasta donde ha sido posible, los
desmanes atrabiliarios del secretario ladino.
Son incuestionablemente numerosos los municipios que, por no
haber ideado este expediente, se vieron obligados a recurrir a los
servicios de los hombres de la ciudad y, como lógica consecuencia,
a tolerar el acrecentamiento de los extraños hasta el punto de que,
en muchos centros ceremoniales, los de procedencia citadiila han
llegado a constituir u n grupo mayoritario que se apoderó de los
instrumentos económicos, primero, y, después, del poder. La fun-
ción de medio de enlace entre la comunidad indigena y la ciudad,
que les hizo indispensables, redundó en la pérdida de la autono-
mía de esas comunidades. Al establecerse el ilustre ayuntamiento,
durante el siglo de la Independencia, estas inclusiones ladinas se
arrogaron el poder, e igualmente lo detentaron al sobrevenir la ins-
titución del ayuntamiento constitucional en el municipio libre:
eran las únicas personas alfabetas o semialfabetas en la jurisdic-
ción y las que disfrutaban el poder económico.
La estancia de estas inclusiones ladinas en tierras de indios, el
contacto permanente con modos de vida distintos, la necesidad
que tuvieron de aprender la lengua nativa para realizar debida-
mente s u s funciones de enlace, el aislamiento en que quedaron
respecto a las instituciones citadinas, y la ausencia común de
Gonzalo Aguirre Beltrán 173

agencias educativas o de otra índole que reforzaran y mantuvieran


prístinas las constelaciones de la cultura ladina, hicieron que el
proceso de aculturación transformara en tal forma s u s pautas de
conducta, que la gente de la ciudad no los considerara ya verdade-
ros ladinos, sino, según la gráfica expresión regional, "ladinos
amestizados".
La existencia dentro del sistema de castas imperante de grupos
marginales -indios ladinizados y ladinos amestizados- fue favo-
rable para el surgimiento de otro grupo, en este caso resultante de
una mezcla biológica, a saber: el mestizo. El mestizo, en realidad,
no forma u n grupo, es u n a intercasta -tal y como lo fue en la
epoca colonial- compuesta por individuos dispersos por todo el
territorio indígena, y que tienen como enorme obstáculo e impon-
derable desventaja el no s e r aceptados por los indígenas de los
núcleos resistentes a la aculturación, ni por los ladinos de la ciu-
dad (Aguirre Beltran, 1946: 53). No son, por desgracia, numerosos,
mas de cualquier manera s u existencia, junto coi1 la de los ladinos
amestizados y la de los indios ladinizados, viene dando origen a u n
grupo mayor, que e s t á tomando e n s u s manos las riendas del
gobierno constitucional y adquiriendo con ello las posibilidades de
acelerar la integración de la vasta zona dentro de la comunidad
nacional.

La política indigenista e n México. Métodos


y resultados, t. 11, pp. 221-238.
Procedimiento judicial huichol
Robert M. Zingg

Las funciones laicas de l a s autoridades civiles son e n s u mayor


parte de carácter judicial. Todo asunto civil o penal que s e presen-
ta ante ellos e s sometido a juicio durante los tres meses e n que
funciona la Casa Real. Sin embargo, cuando surge u n caso sufi-
cientemente grave, el gobernador cita a los demás funcionarios e n
la Casa Real y envía a los topiles para que vayan a buscar a los
protagonistas del hecho y los traigan, por la fuerza s i fuese nece-
sario. A menudo entran por sorpresa a la casa de u n delincuente o
de algún otro sospechoso que no quiera entregarse voluntariamen-
te y, penetrando sigilosamente e n la ranchería, a t a n a la persona
con las cuerdas enroscadas alrededor de sus cinturas y la llevan a
la Casa Real.
Los procedimientos judiciales son sencillos. Los funcionarios s e
sientan e n su sagrado banco, con s u s bastones adornados de cin-
tas e n s u s cinturones. Las partes presentan s u s argumentos a
favor y e n contra, mientras los funcionarios o los espectadores
intervienen e n las discusiones del caso. Frecuentemente el público
se divide e n bandos e interviene e n cualquier momento de la dis-
cusión con gran acaloramiento. Gritan y gesticulan tanto como los
protagonistas. E n u n juicio huichol, si uno conoce bien a los acto-
res del hecho y a s u s partidarios, resulta muy fácil adivinar cómo
se resolverá el caso.
E n toda jurisprudencia primitiva, este factor social e s s u m a -
mente importante. Aunque por lo general el consenso favorece al
esquema tribal, con frecuencia intervienen las personalidades o los
bandos. E n cierta ocasión presencié el juicio al que, con u n a sóli-
damente sustentada acusación de robo, fue sometido el yerno del
chamán y kawitero principal de la comunidad. El hombre fue libe-
rado luego de u n a leve reprimenda y la promesa, de su parte, de
que devolvería lo robado. Esto disgustó mucho a mi informante,
1 76 Procedimientojud icial huichol

que estaba conmigo cuando el asunto se resolvió de esta manera


y que habría querido que se aplicara una justicia de mano más
dura. Lo que influyó fue más el poder del suegro que la debilidad
del gobernador, pues dicho funcionario era Senobia, quien, apenas
unos días antes, había tenido la valentía de castigar a s u predece-
sor con la pena del cepo por agresión en u n a trifulca de borrachos.
En éste como en otros juicios, Senobia dijo poco o nada, escuchó
atentamente lo que cada uno tenía que decir y al final pronunció
u n fallo cortante con u n tono firme y decidido que no invitaba a las
protestas. M á s adelante se mencionara cómo el pusilánime funcis-
nario del año anterior tuvo miedo de someter a juicio y castigar un
espantoso caso de violación de una niña preadolescente, debido al
carácter agresivo del culpable. La mitología es bastante realista
como para reconocer este elemento personal en la administración
de la justicia huichola (Zingg, s. f.: 313, n. 1).
Otra causa de común fracaso de la justicia huichola es el hecho
de que los funcionarios pueden estar borrachos durante u n juicio.
Un informante me dijo, en cierta ocasión, que estaba muy contento
de haberse librado con u n a multa, porque los funcionarios estaban
borrachos y lo más probable habría sido que lo mandasen azotar
terriblemente. Cierta vez s e prescrito u n caso a juicio, cuando
todos los indios reunidos ante la Casa Real estaban totalmente
ebrios, pero el gobernador, Lucas, t a n borracho como los demás,
tuvo el buen tino de posponer la audiencia para cuando volviera a
estar sobrio.
E s posible entender mejor los factores que intervienen en la
administración y procedimientos de la justicia huichola presentan-
do u n caso concreto.

Carencia de método jurídico


Durante una disputa de borrachos en la ceremonia del carnaval,
el recientemente retirado gobernador, Lucas, inició u n a pelea con
u n hombre joven particularmente poco agraciado, que le debía di-
nero a varios dignatarios de la comunidad. De hecho, fue el mis-
mo individuo que tuvo el altercado con Basilio. Sin embargo, en
este caso Lucas fue demasiado lejos y el hombre más joven, que
Robert M. Zingg 177

realmente quería hacer las paces, djjo varias veces: "no, compa-
dre". De todos modos, pelearse con el propio compadre e s doble-
mente grave.
Lucas s e enfureció tanto que acabó por darle u n puñetazo e n
la cara al joven. El muchacho extrajo u n puñal corto con el que
mantuvo a distancia a Lilcas, pero éste estaba t a n borracho que,
al t r a t a r de abatir la guardia de la m a n o a r m a d a del joven, s e
cortó s u propia mano. Prontamente entraron e n escena los topi-
les, que desarmaron al muchacho, y mientras ellos lo sujetaban,
Lucas le dio u n cobarde puñetazo e n la cara. A continuación, el
ex gobernador fue maniatado y llevado a los cepos como cualquier
delincuente común.
En el banco no s e hallaba el gobernador Senobia y solamente
estaban sentados allí el alguacil y Basilio, el juez del año anterior.
Este último estaba t a n borracho que no s e había dado cuenta de
que ya no le correspondía ocupar ese lugar. E1 joven maniatado
fue conducido ante el funcionario del banco y u n amigo de él hizo
una apasionada defensa diciendo que sólo Lucas debía ser castiga-
do como agresor.
Sin embargo, puesto q u e Lucas era u n ex gobernador y u n dig-
natario, no le faltaron partidarios, que se juntaron antes de que s e
le asegurara al cepo. Santos, u n pariente lejano de Lucas y hom-
bre muy respetado cuando estaba sobrio, s e acercó tambaleante al
mareado alguacil y pronunció u n a arenga acompañada de muchos
gestos amenazadores a favor de s u pariente Lucas. Los ojos le cen-
telleaban de ira alcohólica, mientras dos amigos lo sostenían con
s u s brazos pasados sobre los hombros. Todos los que formaban el
grupo de borrachos de veinte o treinta individuos que intervenía e n
ese juicio expresaban apasionadamente, e n palabras y airados
ademanes, s u s opiniones a favor de uno u otro de los dos bandos.
El capitán permanecía silencioso, sentado sobre s u piedra apar-
tada del banco de los funcionarios, y tres o cuatro topfles estaban
parados y en actitud alerta al lado del muchacho que había sido
atacado por Lucas. Pero el alguacil estaba paralizado y, lo que era
peor a ú n , había sido totalmente obnubilado por el borracho Basilio
quien aparte de que no tenía ningún derecho a estar allí, carecía
de toda autoridad al haberse transformado de u n individuo digno y
sensato e n u n loco enfurecido.
17 8 Procedimiento judicial huichol

El yerno de Basilio, u n joven que estaba u n poco más sobrio


que los otros, dio u n salto adelante e hizo u n buer, comienzo al
gritar: "que los funcionarios decidan". Pero pronto s u noble gesto
se perdió hasta para él mismo y s u estallido de elocuencia, junto
con los tragos que llevaba encima, se le subieron a la cabeza.
rato estaba insultando a sii suegro: "chingada, me case con tu
hija, pero no me mantienes". (Cuando s e enojan, y sobre todo
durante las ceremonias católicas, a los indios les encanta hacer
escándalo y lucirse hablando en español; esto me permitió seguir
el desarrollo de la riña.)
Antes de que la refriega de borrachos se volviera general, se ini-
ció u n a pelea secundaria en u n a esquina de la Casa Real. U n
amigo del ex gobernador Lucas, que había estado presionando
para que se castigara al muchacho, se metió a discutir con el joven
que, descuidadamente, se había apartado del banco de los funcio-
narios, durante el altercado entre el borracho ex juez Basilio y su
yerno. Estallaron varios airados "chingadas" entre ellos y a conti-
nuación el muchacho estaba dándose de puñetazos con el cabeci-
lla del bando opositor a él. Los topiles los separaron de inmediato.
Mientras tanto, el jurado, si e s que podía llamársele así, había
perdido completamente de vista la pelea original, motivo de que
Lucas se hallara melancólicamente atado al cepo, ese mismo cepo
al cual, el año anterior, él solo en s u calidad de gobernador había
tenido el poder de destinar a los culpables. S u borracho pariente,
Santos, se arrogó el derecho de meterse en la oscura habitación
que servía de cárcel y liberar al prisionero.
El héroe del primer round fue Pedro, el gordo topii del mayordomo
del Santo Cristo. Por suerte estaba sobrio, pues cuando se emborracha
es peor que todos los demás. Por fin consiguió juntar a Lucas y al
muchacho y, pasando s u s brazos por los hombros de ambos, les habló.
Al rato había logrado que el joven le atara a Lucas la sandalia que se le
había desamarrado en la pelotera. Pero Lucas estaba demasiado ebrio y
se desato en una diatriba en contra de toda la comunidad.
Mientras tanto, la tormenta de discusiones entre Basilio y s u
yerno, "Gualupe", seguía encarnizándose sobre la cabeza del soli-
t a r i o alguacil, quien permanecía atolondrado y con la mente
nublada en la aislada grandeza del banco de los poderosos. La
cólera del yerno, Gualupe, necesitaba de u n a nueva excusa para
Robert M. Zingg 179

desahogarse, la cual le fue pronto proporcionada por s u hermano


menor. Este infortunado muchacho e r a Agustin, a quien e n la
Semana Santa el año anterior había yo visto e n el cepo junto con
su madrastra, a c a u s a de s u apasionado romance que escandalizó
a la comunidad ante la acusación del padre y marido que, digamos
de paso, era n a d a menos que el solitario alguacil.
Evidentemente, Agustín recordaba a ú n s u experiencia e n los
cepos el a ñ o a n t e r i o r , por orden del a h o r a desdichado Lucas,
quien acababa de escapar de ese ultraje por los buenos oficios de
su amigo borracho, Santos. Agustín condujo a todos los hombres
jóvenes para que apoyaran como u n sólido bloque al muchacho
golpeado por Lucas, para iniciar toda esta lucha furiosa. Agustín,
a quien s u continuado romance con s u madrastra había converti-
do en u n rebelde contra la ley y el orden, había estado bebiendo
todo el día. Así pues, el pequeño bribón s e hallaba en u n estado d e
ánimo particularmente diabólico. De modo que, mostrando s u des-
precio por la sociedad organizada e n general, le hizo u n gesto par-
ticularmente ofensivo a s u hermano mayor, Gualupe, con el que
estaba vinculado por los lazos de respeto y deferencia. El gesto
consistía e n tocarse el mentón imitando la barba de u n carnero al
tiempo que pronunciaba u n insolente "bah" a n t e la cara de s u her-
mano mayor. Gualupe se puso lívido de furia alcohólica.
A esta a l t u r a del alboroto, el gobernador Senobia, que había
sido despertado por u n topil, entró a escena. Hizo u n a magnífica
entrada, penetrando al grupo de borrachos con paso majestuoso y
completamente sobrio y calmado. S e frotó l a s m a i ~ o sy sacudió la
cabeza, como si realmente estuviera gozando de esa oportunidad
de desplegar e s a s cualidades de líder que lo convertían e n tipo
único entre miles. S u s modales y actitud eran impecables y puse
grandes esperanzas e n s u actuación.
Mientras estaba estudiando y midiendo la escena y disponién-
dose a ordenar acción a los tensos topiles, la acción vino de u n
ángulo inesperado. El hermano mayor, Gualupe, había acorralado
a su pícaro h-ermano menor en u n rincón detrás del banco de las
autoridades, donde s e hallaba sentado Senobia. Gualupe blandía
su machete contra el bastón de s u hermano menor, obligándolo a
retroceder desesperadamente para parar los peligrosos macheta-
20s. El jovencito fue derecho hasta donde se alzaba el poste de fla-
180 Procedimiento judicial huichol

gelación. Con s u adversario a s í detenido, G u a l u p e le lanzó u n


m a c h e t a z o directo. Pensé que Agustín quedaría partido e n dos,
pero de pronto, como movido por u n resorte, dio u n paso a u n tos-
tado, logrando esquivar el machete que, por el tremendo ímpetu
del golpe, quedó enterrado e n el poste. Con el a r m a de Gualupe a s í
t r a b a d a , Agustín casi envolvió s u bastón alrededor del cuello del
h e r m a n o . Gualupe soltó el machete y cogió u n a pequeña piedra
q u e , d e h a b e r sido arrojada y de no h a b e r acertado al hermano
menor, s e habría estrellado en la espalda de Senobia.
E s t a riña secundaria había sucedido sin que Senobia s e entera-
r a d e n a d a , h a s t a que retumbó justo a s u s espaldas el machete e n
el momento d e clavarse e n el poste de flagelación. Con gesto grave
s e dio vuelta p a r a ver q u é camorra era ésa, justo e n el momento e n
q u e Gualupe amenazaba a todos con la piedra que había recogido
del suelo. Ante ese peligro, el gobernador tuvo que dejar de lado s u
dignidad y abandonar a toda velocidad s u banco. Estaba terrible-
mente enfurecido de h a b e r perdido s u dignidad y s u autoridad e n
e s t a trifulca. Los topiles le quitaron l a piedra a Gualupe.
Por u n momento pareció que todo el grupo de cincuenta o m á s
hombres se iba a trenzar e n u n a batalla de proporciones colosales,
y a q u e por todos lados estallaban conatos de refriega. Pero los topi-
les pronto restablecieron u n cierto parecido de orden. Cuando las
c o s a s s e calmaron u n tanto, los funcionarios volvieron a ocupar
s u s asientos y Senobia recuperó s u dignidad y s u autoridad. No
hizo ninguna pregunta ni invitó a ninguna discusión del asunto.
Por o r d e n s u y a , Agustín fue llevado a los cepos, e n los que
h a b í a pasado la S e m a n a S a n t a del a ñ o anterior. Luego, Senobia
ordenó que s e sirviera u n a cena a los presentes, con lo que los áni-
m o s belicosos s e aplacaron. Luego que todos hubieron comido, las
tenanches y los topiles llevaron agua y rociaron el patio, s e pusie-
r o n a b a r r e r e n é r g i c a m e n t e el l u g a r , a h o g á n d o n o s a t o d o s e n
n u b e s d e tierra.
C u a n d o por fin el polvo s e asentó sobre el campo d e batalla,
Senobia volvió a llamar a sesión de tribunal, luego que s e sintió
relativamente seguro d e q u e habría orden y q u e s e le prestaría
atención. S e llamó a comparecer a n t e el banco al feo y desagrada-
ble tipo cuyo altercado con Lucas había iniciado el alboroto gene-
ral. Parece s e r que a l l u c h a r con los topiles q u e lo a r r a s t r a b a n
Robert M.Zingg 181

hacia el banco de los poderosos, rompió uno de los bastones que


10s topiles llevan atados a s u s cinturones como símbolo de respeto
y autoridad. Como se trata de Un delito muy grave, fue mandado a
10s cepos sin mayores preámbulos. A la cabeza del grupo opositor
de ese bribón feo y t a n poco atractivo, e s t a b a Basilio, e n ese
momento sólo a medias sobrio, pero que recordaba perfectamente
el altercado que había tenido con ese mismo tipo durante las cere-
monias de asunción de los cargos. En los cepos, él y Agustín
podrian dormir la borrachera.
A la mañana siguiente, t a n pronto como salió el sol, los funcio-
narios ya estaban impartiendo justicia desde s u banco. El primero
a quien se iba a juzgar era al muchacho que había roto el bastón
.sagrado. Suficientemente castigado por la noche pasada e n pri-
sión, salió bien librado del a s u n t o bajo promesa de ir a u n a
barranca a buscar palo brasil para u n nuevo bastón. Y después de
todo, él no había sido el agresor en la pelea originaria con Lucas,
que fue el que inició toda la camorra.
Luego fue llevado a presencia de las autoridades el hermano
menor, Agustín, cuyo caso era u n poco m á s grave. Basilio, el ex
juez, todavía dirigía la persecución a la generacibn joven. Él, el
gobernador y el juez en ejercicio le dieron al muchacho u n a confe-
rencia que duró u n a hora. Concluido el sermón, Agustín s e enca-
minó con aire u n tanto avergonzado a la c a s a de s u padre, el
alguacil. Allí, al menos, estaba seguro de contar con la simpatía de
su madrastra quien, según observé, había hecho todo lo posible
para que el muchacho no s e emborrachara y no s e metiera en pro-
blemas.
Lucas siguió bebiendo y lanzando s u s insultos e n voz a l t a ,
secundado por s u pariente Santos, quien, en ese estado de ebrie-
dad, dejaba de ser el noble y espléndido huichol que fuera u n anfi-
trión tan gentil para mí durante más de u n a semana. Daban vuel-
tas en medio del grupo, juntos o cada uno por s u lado, provocando
disputas con la gente acerca de asuntos que databan de los tiem-
pos de s u s abuelos.
Senobia s e mostraba encantado con el mal comportamiento de
10s hombres, pues estaba esperando s u oportunidad para poner a
su predecesor en los cepos, e n parte por haber iniciado la pelotera
unos días antes y e n parte como u n aplazamiento de las discusio-
1 82 Procedimiento jud icial huichol

n e s que habían tenido durante las ceremonias de asunción de los


cargos, sobre quién debía pagar por la nueva pluma. Santos tam-
bién necesitaba u n castigo por h a b e r desatado a Lucas de los
cepos, desacatando la autoridad del tribunal. Era muy obvio que
puesto que ambos hombres eran dignatarios y hombres influyen-
tes, Senobia les estaba dando bastante soga para que ellos mismos
se ahorcaran, al convertirse en u n a molestia para todo el mundo
durante las importantes ceremonias del carnaval. Por último, orde-
ní, que s e les atara e n los cepos, donde s u dignidad y su prestigio,
cuando se les pasara la borrachera, de nada les servirían frente a
sernejante ignominia.
La vergüenza de pasar u n a noche e n los cepos e s m á s eficaz
que la incomodidad de estar sentado toda la noche con los pies
levantados en el aire. Lucas salió t a n enfurecido que se despidió
de todas las ceremonias con u n adiós dicho a gritos (''ihijos de la
chingada!") dirigido a todos s u s ex subordinados reunidos en torno
de la Casa Real. Santos s e refugió en el alcohol, pues tenía mucho
dinero y s e pasó el resto del tiempo que duró la ceremonia cami-
n a n d o a los tumbos de u n lado a otro, rodando e n medio de la
s u c i e d a d y l a s c e n i z a s , h a s t a q u e s u bella v e s t i m e i ~ t aquedó
cubierta de mugre y él mismo se convirtió en u n increíble contras-
te con el indio amable y serio que yo conocía cuando no estaba
envilecido por la asquerosa porquería que venden a los indios los
comerciantes de bebidas alcol-ióllcas.

Delitos y castigo
Los delitos m á s comunes entre los huicholes s o n el robo, el atra-
co, el asesinato y los agravios sexuales contra l a s mujeres. No se
hace ninguna distinción entre delitos públicos y priva-dos. En la
mayoria de los casos los funcionarios no imponen ningún casti-
go, si el culpable s e aviene a pagar u n a indemnización. Sin em-
bargo, e n los casos de atraco y robo, luego que el delincuente es
llevado a n t e los funcionarios de la Casa Real, debe resarcir a la
víctima por los daños, pagar honorarios a los funcionarios y s u -
frir la pena del cepo. Antaño, los azotes eran el castigo añadido
cuando no s e pagaban los daños.
Robert 111. Zingg 183

El desacato a las autoridades y hasta a u n hermano mayor e s


u n delito público. Ya hemos visto el caso del hermano menor casti-
gado con u n día en los cepos.

Robo
Un ladrón de ganado es descubierto siguiendo el rastro de los ani-
males, puesto que todo huichol conoce las huellas de todos s u s
animales. C u a n d o e s t a s llegan h a s t a el corral de otro huichol
constituyen u n a evidencia primufacie de robo. Si los animales son
vendidos, s e siguen s u s rastros hasta hallar al comprador, que es
obligado a devolverlos si11 indemnización.
El dueño debe presentar s u denuncia ante el gobernador. éste
envía a los topiles para que traigan al acusado quien, ante claras
pruebas, e s atado a l cepo. Según me informaron, el castigo por
este delito, considerado grave, es muy severo. Puede dejarse atado
al cepo a l culpable por u n mes, s i n comida ni a g u a , h a s t a que
pierde el habla. Si tiene dinero, puede salvarse de este castigo
pagando el doble por los animales y los trastornos ocasionados, así
como también dos pesos a los topiles por haberse molestado e n
traerlo. E n otros tiempos, cuando el culpable no tenía dinero p a r a
pagar la multa, era castigado con veinticinco azotes dados con u n
látigo.'
En los casos de robos menores, por ejemplo de mantas, camisas
de lana, etcétera, solían darse golpes, mientras que actualmente
bastan los cepos.

Agresión
Pelear cuando s e e s t á borracho, no e s delito entre los huicholes, s i
bien los espectadores interrumpen este tipo de riñas. S a c a r u n
puñal o u n machete merece u n a noche en los cepos, mientras que
el delito de agresión s e define por el hecho de producir u n a herida
sangrante con u n arma. Mi informante, cuya virtuosa .dignidad d e
la edad d e s m i e n t e s u p a s a d o de joven rebelde, m e contó q u e

l Mi serio informante, qiie es u n modelo de virtudes huichol, me dijo que cuando


era u n jovencito alocado, en u n a ocasión robó u n a vaca y que s e salvó raspando d e
ser azotado, pidiéndole prestado a u n amigo treinta pesos para pagar la multa y de-
volviendo, además, la vaca. Aparte, el gobernador le espetó u n buen sermón.
1 84 Procedimiento judicial huichol

estando borracho durante u n a ceremonia, hirió a otro individuo


con su machete. Se despertó en la cárcel y fue llevado a n t e los
func:ionarios. El gobernador lo multó con veinte pesos que debía
pagar al hombre herido "por su sangre".
Mi informante no tenía ese dinero, de modo que iba a recibir
veinticinco azotes con el látigo. Mientras los topiles lo e s t a b a n
atando al poste de flagelación, pidió que le concedieran u n tiempo
p a r a ir a pedir prestado ese dinero a amigos, que les garantizaría
prometiendo darles maíz. S e le dejo marcharse, pero con la adver-
tencia de que era mejor que regresara con el dinero. El hombre se
alegró mucho de salvarse de la flagelación y consiguió el dinero
para pagarle "por s u sangre" al hombre herido.

Crimen
Rara vez s e cometen crímenes entre los huicholes y sólo durante o
después de riñas de borrachos. No h a habido ningún crimen desde
q u e el padre d e mi informante era joven. Sin embargo, al poco
tiempo d e h a b e r salido del territorio huichol, u n a p e r s o n a de
Bolaños me dijo q u e mi b u e n amigo J e s ú s , el mayordomo del
Santo Cristo, había sido asesinado. Los datos sobre el crimen no
eran t a n importantes como s u interés etnogsáfico, sobre todo por-
que s u esposa, a quien yo conocía muy bien y que e r a la hermana
del gobernador, adoptó la vestimenta masculina e n s u s viajes a
Bolaños. El asesino fue remitido a las autoridades judiciales, pero
desapareció y mi corresponsal no estaba seguro si el hombre había
logrado escaparse o s i había sido despachado mediante la ley fuga,
generalmente aplicada por l a s autoridades municipales en esta
clase de casos de los indios, sobre todo desde la Revolución, según
me dijo u n informante indio.
Este informante indio me dijo que u n criminal huichol e s atado
al cepo sin comida ni agua hasta que, casi al borde de la muerte,
lo remiten a las autoridades municipales, las cuales lo envían ofi-
cialmente a la penitenciaría por seis años, o bien, lo ejecutan de
modo extraoficial según la ley fuga.
El anterior crimen, cometido e n Tuxpan, cuando el padre de mi
informante era joven, ocurrió durante la fiesta d e la lluvia, cuando
los s a n t o s y mayordomos del importante pueblo vecino de S a n
Sebastián estaban allí. Se produjo u n a discusión d e borrachos por
Robert M. Zingg 185

dinero, y cuando la víctima estaba durmiendo en su casa, uno de


los visitantes cogió u n pesado madero y aplastó las cabezas del
hombre y de s u esposa. La mujer sobrevivió, pero el hombre murió
al día siguiente.
Puesto que la víctima aún no habia muerto, se le permitió al
culpable regresar a San Sebastián. Pero allí se le habia adelantado
un topil, quien avisó a las autoridades civiles del lugar que el hom-
bre de Tuxpan habia muerto. El culpable fue puesto en los cepos
durante quince días sin comida ni agua, después de lo cual fue de-
jado en libertad. Este castigo no satisfizo a los parientes del difun-
to, y ante s u s protestas, el gobernador de San Sebastián envió a
sus topiles a que fueran a buscar al asesino y a todos sus herma-
nos (aparentemente, los hermanos aprehendidos como rehenes
obligaron al culpable a confesar s u crimen). El agresor confesó s u
culpa y s u s hermanos fueron soltados. Se envió al primero a las
autoridades n~exicanas.Al abandonar s u sierra, le dijo a su esposa
que podía casarse con otro hombre pues a él nunca volvería a
verlo. Y así fue: jamás regresó. Fue sentenciado a seis años en la
penitenciaría de la ciudad de México. Todos los años las autorida-
des le escribían a s u esposa, pero la mujer murió cuatro años des-
pués. En la ciircel, el huichol se mexicanizó tanto que nunca más
volvió a la sierra, quedándose al parecer a vivir entre los mexica-
nos [blancos o mestizos].
1. .l
Delitos sexuales
Pese a la severa y estricta sanción en contra de la intimidad con
extranjeros, mi información, para nada demasiado satisfactoria,
indicaba una increíble relajación sexual entre los huicholes mis-
mos. El adulterio es indiscutiblemente u n hecho muy común; el
incesto es castigado solamente por el miembro de ia pareja que
resulte perjudicado o por u n pariente; la sodomía es motivo de
burlas o, a lo sumo, coloca al transgresor bajo la sanción del ri-
dículo por un tiempo. 1.. .]
Los huicholes todavía recuerdan claramente la época de los
padres cuando el adulterio era castigado desnudando en público a
10s que lo habían cometido y condenándolos a veinticinco azotes y
cinco días en los cepos, sin agua ni alimento alguno. Pero esos
186 Procedimiento judicial huichol

tiempos ya pasaron. Actualmente el adulterio no provoca más


escándalo que la fornicación, y esta última, muy poco. Sobre el
adulterio, frecuentemente llegaban a mis oídos rumores dichos al
pasar, de que tales o cuales amantes, casados con algún otro,
tenian s u s encuentros amorosos en el ojo de agua de la barranca.
Tan poco prohibido está el adulterio, que una de las promesas más
severas que puede hacer u n huichol para obtener los favores de
los dioses consiste en abstenerse de cometer adulterio por cinco
años. En los mitos aparecen niuchos ejemplos de este tipo de voto.
La necesidad de confesiones públicas de pecados acaso sirva
para frenar u n poco estos excesos. Esas confesiones provocan
cólera y recriminaciones tanto en la vida real como en los mitos
(Zingg, s. f.: 164, n. 2). En sentido ritual, los delitos sexuales no
son tratados duramente, puesto que la contaminación causada por
cualquier transgresión sexual se quita frotando el cuerpo del ~ ~ 1 . 1 -
pable con hierba, que absorbe la impureza y luego es quemada."
Los hijos ilegítimos nacidos del adulterio, que son revelados
mediante dichas confesiones públicas o de otra manera, son man-
tenidos o, al menos, vestidos por el padre. Esto lo supe cuando mi
guía que, a u n q u e estaba casado, había tenido la luna de miel
antes mencionada con otra mujer, me pidió ropa para vestir a s u
hija de siete años que tuvo de otra mujer casada. La niña era igua-
lita a s u hija legítima de casi la misma edad. El marido de la
madre de la niña, u n hombre muy influyente en la comunidad, que
no tenía hijos propios, aceptó la situación de la manera más civili-
zada y trataba a la niña como si fuera su propia hija.
Las mujeres huicholas no reaccionan con la actitud tan inteli-
gente de este hombre, respecto de los amoríos ilícitos. Un hombre

* N. ed. El autor sugiere que, al respecto, s e consulten las páginas 247 y 248
del mismo libro. De ahí, reproduzco el siguiente fragmento: "Así como el bautismo
e n a g u a sagrada e s purificación asociada con 12s madres d e la temporada húmeda,
como la forma positiva de lo sagrado mediante la cual u n a persona o cosa participa
de la sagrada naturaleza del dios e n s u aspecto d e divinidad, así también en la
quema les huicholes asocian la purificación con la índole destructiva de las deida-
d e s de l a temporada seca. Esto último se refiere a la cualidad negativa de lo sagra-
do, e s decir, a la impureza o suciedad ritual. La técnica consiste e n frotar al trans-
gresor con hierba, con lo cual s e le quita s u impureza ritual. La hierba e s quemada
y así destruida la condición o estado sagrado negativo".
Robert M. Zingg 187

joven de mi ranchería estaba enredado en uno de estos amoríos, y


s u esposa, que era muy celosa, se negó a prepararle la comida
cuando se enteró. En cierta ocasión, otro huichol fue a visitar al
marido, y la esposa aún continuaba negándose tercamente a pre-
parar comida. Cuando el amigo se mofó del hombre por su incapa-
cidad para dominar a s u mujer, el marido le propinó una paliza a
SU cónyuge.
Cuando mi guía se largó de la casa para disfrutar de s u prolon-
gada luna de miel con una mujer que había sido separada de su
marido por su padre,* la esposa estaba furiosa y temía que el hom-
bre a s u regreso trajera a la mujer para vivir con ellos como su con-
cubina. Decía que eso no iba a tolerarlo y que retornaría a vivir con
sus parientes, llevándose consigo a sus hijos. Pero el marido no
intentó conservar a ambas mujeres a s u regreso.
El padre de esta muchacha, que la había apartado de s u esposo
porque era un haragán, no tomó el asunto con mucha filosofía. Se
puso a esperar en la ranchería del hombre, que estaba justo
enfrente de aquella en la que yo estaba viviendo. Cuando llegaron
los amantes, el padre de la joven se trenzo en una discusión de
palabras altisonantes con el hombre. El pleito terminó con ambos
individuos blandiendo amenazadoramente s u s machetes, pero sin
llegar a la pelea de hecho. El padre se conformó con propinarle
algunos golpes a su hija y con prohibirle que volviera a acercarse a
esa rancheria. Aunque yo empleaba los servicios de este hombre y
del resto de la familia, no volví a ver a la muchacha durante los
muchos meses que permanecí en esa rancheria.
De su hermana se rumoraba que tenía arnoríos con el individuo
que le dio una paliza a s u esposa, suceso que acabo de mencionar.
No obstante, el padre, hombre muy respetado, era u n chaman y
prestó servicios como juez al año siguiente, o sea, como el segundo

* N. ed. Al igual que en el caso anterior, el autor remite a las páginas 274 y 275,
de las cuales extraje las ideas centrales: "[ ...] el divorcio es algo que ocurre con fre-
cuencia y que s e resuelve fácilmente [...] Podría ser igualmente posible para una
mujer abandonar a s u marido y regresar junto a s u s parientes [...] Las mujeres hui-
cholas son t a n trabajadoras que constituyen u n a ventaja económica para los
parientes, de modo que en esta tribu no hay motivos para no desear el.retorno de
una mujer apta para el trabajo".
1 88 Procedimientojudicial huichol

funcionario e n importancia de la comunidad. La mitología sancio-


n a contribuciones por parte del padre para el sostenimiento de los
hijos ilegítimos colmo u n a forma de "pago por la sangre perdida en
el alumbramiento del niño" (Zingg, s. f.: 335, n. 1). También resul-
t a evidente, a partir del relato "El amor ilícito del hombre-serpiente
con u n huichol produce la primera lluvia y los chamanes curande-
ros de los huicholes", que el adulterio no es u n delito grave y que
el nacimiento ilegítimo no le permite al niño llegar a ser u n miem-
bro respetado de la comunidad. Este relato revela, además, que
ese hijo participa de los caracteres de s u s dos padres, el fisiológico
y el social, pues ambos comparten la paternidad fisiológica (Zingg,
s . f., 272, n. 4; Lumholtz, 1900: 156).
Rara vez ocurren casos de violación en u n a tribu cuyas mujeres
son t a n voluptuosas como los hombres. Entre los numerosos deli-
tos sexuales que fueron juzgados por los funcionarios nativos el
a ñ o que yo estuve allí, no s e presentó ningún caso de estupro.
Incluso e n u n delito t a n terrible corno lo fue la violación y otros
a b u s o s cometidos contra u n a adolescente, la indignación no se ex-
tendió m a s allá de la familia de la chica. Aunque la madre se quejó
a n t e las autoridades, u n gobernador cobarde que le tenia miedo al
hombre, dejo que éste s e escapara y solo cuando estuvo seguro de
que el individuo s e había fugado, envió a s u s mensajeros a apre-
henderle. La comunidad tenía menos experiencia sobre el estupro
q u e yo. Sin embargo, e n u n caso, la mitología trata severamente la
violación.
t...]

Funciones civiles no jurídicas de los funcionarios


Aparte de s u s funciones jurídicas, los funcionarios civiles efectúan
u n a colecta de algunos centavos por persona entre el público reu-
nido para las ceremonias comunales. Estas colectas suman unos
pocos pesos al año, que se emplean para comprar velas y demás
avíos para ofrendar a los santos en las ceremonias que se llevan a
cabo e n la Casa Real.
Mayores cantidades de dinero ingresan a los fondos comunales
por el pago de veinticinco a cincuenta pesos al año, impuesto a cada
Robert M. Zingg 189

ranchero mexicano [blanco o mestizo] por usar tierras de los in-


dios p a r a pastoreo.
Mi estudio de los documentos de l a comunidad, celosanlente
guardados en la m á s sagrada de todas la cajas, la que pertenece al
S a n t o Cristo, reveló q u e este derecho a r e c a u d a r i m p u e s t o s e s
anterior incluso a la Revolución y les fue otorgado por el goberna-
dor del e s t a d o de Jalisco, con posterior reconocimiento de l a s
autoridades municipales de Bolaños.
A partir de la Revolución, la política agraria del gobierno federal
h a atraído a los indios, que buscan el reconocimiento oficial de sus
derechos a l a s tierras mediante títulos de propiedad d e validez
definitiva. A este fin, Senobia y otros funcionarios, varios a ñ o s
antes, habían utilizado el dinero recolectado de los arrendamientos
a los mexicanos, para hacer un viaje a la capital, donde tuvieron
u n a reunión con el secretario de Educación y fueron llevados e n
automóvil a Puebla, p a r a entrevistarse con el presidente Rubio;
pero n a d a s e hizo respecto de las tierras de los indios.

Los huicholes. Una tribu d e artistas,


t. 1, pp. 120-132, 277-280.
Gobierno y administración de justicia tarahumara*
Francisco Plnncarte

LOS tarahumaras tienen instituciones gubernamentales que h a n


conservado privativamente desde la época prehispanica.
Es seguro que el número de funcionarios y la distribución de
atribuciones y funcionamiento han sido alterados con el transcur-
s o del tiempo, y que en la actualidad se registran, entre pueblo y
pueblo, ligeras variantes al respecto. Sin embargo, la figura central
de s u organización política y las formas de administrar y hacer
justicia en s u s aspectos fundamentales, son claramente precolo-
niales.
No tienen en realidad u n organismo formal representativo de
todos los pueblos que constituya u n gobierno central, ni tampoco
lo tuvieron antes de la llegada de los españoles.
Cada pueblo es u n a unidad separada de los otros en este aspec-
to y, por lo mismo, tienen s u s propias autoridades y es indepen-
diente de los demás.
Es verdad que los tarahumaras nombraron a partir de s u pri-
mer congreso u n organismo central que los representa, pero de
esto hace t a n poco tiempo que dicho organismo, por múltiples
razones, no h a alcanzado plena institucionalidad en s u funciona-
miento en el área tan enorme del habitat que ocupan.
Los tarahumaras tienen otros lazos e interrelaciones que consti-
tuyen s u fórmula de cohesión y m u t u o reconocimiento como
miembros de u n mismo grupo. Todos hablan una misma lengua,

* N. ed. En esta obra el autor u s a el término 'aborigen' como sinónimo de 'pri-


mitivo', acorde con la corriente d e pensamiento en que s e inscribía: aquella que
consideraba a las poblaciones aborígenes, nativas, e n u n a etapa de desarrollo infe-
rior. Advierto al lector que h e sustituido dichos conceptos por el de 'tarahumara',
no sólo por considerarlo menos discriminatorio y despectivo sino, y con mayor
razón, dentro de las nuevas corrientes de pensamiento antropológico.
192 Gobierno y administraciOn d e justicia tarahumara

s u s formas de gobierno son iguales o similares en todos los pue-


blos, y sus creencias, prácticas y modos de vida, a la par que el
reconocimiento de los individuos entre sí como "tarahumaras", los
une fuertemente como miembros de una comunidad mayor que
llega a los límites precisos de s u grupo y en que cada persona
tiene u n s t a t u s social asignado, claro y definido, con las obligacio-
nes y derechos que les marcan s u s patrones de cultura.
El gobierno está constituido por un gobernador o sir-iame más un
número variable de funcionarios que suplementan sus funciones.
Cada pueblo tiene, pues, cierto número de cargos políticos que
constituyen s u autoridad central. El número varía de pueblo a
pueblo, pero los que parecen ser comunes a todos son los siguien-
tes: siriame o gobernador, teniente, alcaide y capitán.
Estos cargos aparecen como básicos en todos las pueblos genti-
les, lo que sugiere que es el patrón más'antiguo. En los pueblos
pagótarne o bautizados suelen encontrarse, además, los cargos de
mayor, fiscal, alguacil y topil (alguacil, a r á w a s i en tarahumara;
topil, topirike.) Los gentiles tienen además el cargo de soldado,
cuyo numero varía de pueblo a pueblo.
Las personas que llenan los puestos de autoridad son electas
por mayoría de votos por todos los varones tarahumaras, y duran
en s u s puestos toda el tiempo que el pueblo lo juzga conveniente.
Hay personas que, una vez electas, han ocupado el cargo de siria-
me por toda s u vida, debido a s u buen desempeño en administrar
y dirigir a s u pueblo.
Cuando las autoridades, particularmente el gobernador, no
cumplen con s u s cargos a satisfacción de la comunidad, son obli-
gadas a renunciar a s u s puestos y se nombra a otras personas.
Salvo el honor de ser autoridad, no existe ninguna otra recom-
pensa por el desempeño de s u cargo.
Un funcionario, inclusive el gobernador, puede ser consignado a
jurado y a u n ser castigado si se comprueba s u falta. Si ésta es
grave, es destituido. Si sale absuelto, vuelve a ocupar s u posición
sin castigo alguno.
Los oficiales que integran el gobierno de cada pueblo usan, d u -
rante el ejercicio de s u función, una vara o bastón, que es el sím-
bolo de autoridad. Al iniciar cualquiera de sus reuniones formales
se santiguan al tomar lugar en el presidium de honor, y cogen su
Francisco Plantarte 193

vara de m a n d o , que conservan e n s u mano derecha o colocada


frente a ellos h a s t a el final d e la sesión. La vara de mando e s l a
única señal que distingue a los oficiales gubernamentales del resto
de los demás individuos. Éstas son guardadas e n la casa comunal,
en la casa de uno de los oficiales de gobierno o e n la iglesia, y dis-
tribuidas oportunamente a n t e s de empezar las j u n t a s periódicas
de gobierno o ceremonias. Las primeras s e realizan los domingos,
cada ocho o quince días, y concurre a ellas todo el pueblo.
Teóricamente todos los varones tarahumaras que h a n alcanza-
do status de adultos, pueden ocupar u n puesto gubernamental, si
son electos para él. Alcanzan generalmente dicho status a l conver-
tirse e n jefes de familia, lo que ordinariamente sucede a muy tem-
prana edad. o al asumir dirección autónoma de s u vida los solte-
ros, que e s cuando empiezan a bastarse a sí mismos.
Sin embargo, en la práctica, los cargos principales y básicos de
su organización politica los ocupan personas de experiencia y d e a n -
tecedentes probados como gente seria, honrada, organizadora y
entendida en las normas administrativas y de justicia que tienen
(L.
que aplicar.
Todo antecedente que indique faltas a l a moral t a r a h u m a r a ,
proceso d e juicio, desatención y mal trato para los demás, falta de
respeto o d e acato a s u s autoridades, ventaja indebida e n sus
transacciones y arreglos con los demás, y entendimiento con mes-
tizos de mala reputación, elimina l a posibilidad d e o c u p a r u n
cargo.
El buen tarahumara debe ser atento, cortés, juicioso, respetuo-
so y sumiso a sus autoridades; enemigo de pendencias y , sobre
todo, honrado. Sólo los buenos tarahumaras pueden ocupar estos
cargos.
Puede a veces el desahogo económico ser otro factor que ayude
o favorezca s u elección, pero no necesariamente.
La gente de m á s prestigio social e s la que alcanza estos pues-
tos, y el ser b u e n consejero y amonestador y, sobre todo, tener
facilidad de palabra para pronunciar discursos y sermones convin-
centes, son cualidades ii~dispensablesde todo b u e n funcionario.
Celebran sus juntas administrativas y de justicia los domingos.
en el local reconocido como centro del pueblo, generalmente frente
a la casa comunal, o en las cercanías del templo.
194 Gobierno y administración de justicia tasahurnasa

Los hombres s e agrupan en rueda alrededor del lugar de honor


reservado a las autoridades; las mujeres y los niños, u n poco más
retirados, pero a distancia conveniente para escuchar. La voz de
éstas e s oída cuando s e hace necesario.
E n s u s juicios, presididos invariablemente por s u gobernador o
siriarne, s e trae al acusado haciéndolo sentarse frente a los funcio-
narios. A u n lado de él s e sienta la persona que presenta la queja.
Se llaman testigos de cargo y de descargo, si el caso lo amerita.
Luego, el gobernador hace las preguntas y amonestaciones necesa-
rias y dicta la sentencia, que es inapelable y que h a sido práctica-
mente sancionada por todo el grupo.
Favorable o no, l a sentencia e s aceptada por el acusado con
muestras de aquiescencia y conformidad institucionalizada. Las
dos partes del juicio se saludan y tocan los hombros y la cabeza
con las manos; el sentenciado saluda e n igual forma al gobernador
y demás oficiales dándoles las gracias, luego recibe el castigo que
s e aplica e n presencia de todos, si es pena corporal que pueda eje-
cutarse; ésta puede ser u n determinado número de azotes, o reclu-
sión en la cárcel, etcétera. El caso se da por terminado, sin comen-
tarios ni muestras de rencor posteriores.
Durante el juicio ambas partes deben siempre conservar cordu-
r a , atención y cortesía, ya que la falta de ellas s e constituye en
agravante para el ofensor o resta simpatías al demandante, que
puede influir en la sentencia.
El puesto de siriarne e s el más importante en realidad, y centra-
liza la autoridad suprema conferida a él, democrática y consciente-
mente por el pueblo ciudadano.
El gobernador es la autoridad suprema. Los otros oficiales son
iánicamente consejeros y ayudantes en s u importante tarea.
El gobernador e s el representante nato de todo el pueblo. Su
voz de sentencia e s siempre inapelable; s u consejo, el más acerta-
do. Él sale al frente a responder por s u gente, a celebrar compro-
rnisos y pactos con otros pueblos o con gente de otro grupo, procu-
rando poner a salvo los derechos de la comunidad y del individuo.
Vela por el bienestar de todos, interviene en toda disputa y sancio-
na con apego a las costumbres y sentido de justicia de s u gente.
El gobernador es el unico que puede poner a disposición de las
autoridades constitucionales a los infractores tarahaimaras cuando
Francisco Plantarte 19 5

lo juzga indispensable. Él apela ante ellas e n demanda de protec-


ción y justicia para s u gente. Preside las reuniones y asambleas, y
ejecuta-las ceremonias del culto que en ellas se realizan. Hace la
distribución de las herencias. Concierta las carreras de bola (rara-
ipama) con pueblos vecinos y dirige el sermón místico instituciona-
lizado para estas ocasiones. Asiste a las tesgüinadas y ejecuta las
ceremonias marcadas por s u ritual. Preside las veladas en que s e
d i s c u t e n y explican l a s tradiciones, creencias y prácticas del
grupo, teniendo a s u cargo el sermón o discurso principal. Dirige
el sermón dominical recordando a todos s u s obligaciones, conduce
las ceremonias a s u s deidades y a s u s muertos, y está presente
dirigiendo a s u pueblo e n todo acto y reunión de importancia. Él
es la suprema autoridad civil y religiosa, no impuesta al grupo por
factores extraños, sino elegida libremente por el pueblo mismo.
Aun las autoridades y funcionarios constitucionales estableci-
dos entre ellos, comisario ejidal, agente de policía, maestro, etcé-
tera, s i s o n miembros de la comunidad, reconocen y a c a t a n la
autoridad suprema del siriame. Las autoridades estatales y muni-
cipales, y l a s agencias del gobierno federal le reconocen de hecho
personalidad como representante nato de s u pueblo.
El siriame e s el puesto clave de control social y político de cada
pueblo. A él s e debe el atraso o progreso de s u comunidad, y s u
actitud personal e s importante para que el pueblo acepte o rechace
los planes de acción que s e le proponen.
El gobernador renuncia, y generalmente con él todos los otros
funcionarios, cuando ya no desea continuar e n s u puesto y h a
cumplido u n tiempo razonable s u encargo, o cuando el pueblo le
da señales de que no está conforme con él y desea nombrar otro, lo
que se manifiesta por críticas y falta de cooperación a s u adminis-
tración. Entonces él convoca a elección y, u n a vez hecha ésta, en
forma ceremoniosa y solemne entrega, junto con los otros oficiales
s u bastón de mando, insignia de la autoridad.
La elección s e celebra de la siguiente manera: el gobernador h a
hecho circular previamente, a través de s u s auxiliares inmediatos,
el citatorio para la j u n t a en que deben celebrarse elecciones. Al
reunirse el pueblo s e inicia la reunión como cualquiera otra ordi-
naria dominical. Los dignatarios reciben s u s bastones de mando y
ocupan el lugar tradicional de honor.
196 Gobierno y administración d e justicia tarahumara

El gobernador expone a la asamblea que ya e s tiempo de que


dejen él y los demás oficiales s u s puestos para que otros tengan
oportunidad de ocuparlos y así la carga y responsabilidad no pese
siempre sobre las mismas personas. Los otros funcionarios respal-
d a n s u s palabras, Luego pregunta el gobernador a quién desean
los concurrentes elegir para ocupar s u puesto. La asamblea d a
nombres y el candidato que tiene mayoría de voces aprobatorias es
declarado triunfante. Se sigue luego igual procedimiento para ele-
gir a los otros funcionarios, aunque es usual que sea la voz del
nuevo gobernador la que sugiera quiénes desea que sean s u s cola-
boradores. De todos modos, la voz aprobatoria de la asamblea rati-
fica la sugerencia del nuevo gobernador.
Las autoridades salientes s e ponen de pie y frente a ellas los
nuevos funcionarios. Luego, el gobernador saliente s e dirige al
entrante y a los otros funcionarios electos para hacerles ver la
importancia del puesto para que h a n sido electos y la responsabili-
dad que pesa sobre s u s hombros. Entrega la vara de mando al
nuevo gobernador e igual cosa hacen los otros funcionarios salien-
tes a los entrantes. Se dan abrazos muttios y dan las gracias, con-
cluyendo así la ceremonia de cambio de poderes.
El teniente suple al gobernador en s u ausencia, e igual cosa
hacen el suplente y el alcaide. Todos ellos son, además, consejeros
cercanos del gobernador.
El capitán hace las veces de asistente del gobernador en los
numerosos encargos que requiere la administración del pueblo.
Cita a las personas a las reuniones, y juntamente con los solda-
dos, donde los hay, hace las funciones de policía preventiva. El
mayor tiene rango de autoridad superior a los soldados.
El alguacil, donde existe este puesto, es el encargado de cuidar
a los presos y llevarlos a jurado, así como de procurarles agua y
alimentos. El topil, en algunos pueblos que acostumbran nombrar-
lo, se encarga de administrar los castigos a los sentenciados y coo-
pera en calidad de asistente general en los encargos de las autori-
dades-del pueblo.
Los fiscales se encargan directamente de atender el cuidado de
la iglesia, d a n consejo y a u n castigan a los niños traviesos y, lo ,
que es más importante, sirven de ayudante del mayor en la labo-
riosa tarea que s e le tiene encomendada, según veremos.
Justicia y tácticas de protección entre
los mayas de Yucatán

Este capítulo examina la estructura y el proceso de acción política


en la comunidad ejidal de S a n Antonio. Situado e n la capa socio-
económica baja de u n a sociedad compleja, S a n Antonio esta limi-
tado y controlado por l a s instituciones extracomunales y los
sectores dominantes de la gran sociedad. En este contexto, el
comportamiento político a nivel local sólo puede describirse como
una adaptación respecto al mantenimiento del-orden interno, del
orden en las relaciones extracomunales y, lo más importante, a la
óptima supervivencia socioeconómica de la comunidad y de s u s
miembros. Como m á s a d e l a n t e s e v e r á , l o s vecinos d e S a n
Antonio no sólo intentan adaptarse al restrictivo ambiente institu-
cional, s i n o a d e m á s c o n d u c i r s e de t a l m a n e r a q u e e n t o d o
momento s e pueda explotar y manipular, en 1s posible, ese mismo
ambiente para lograr el fin primordial de la supervivencia.
San Antonio puede considerarse como elemento de u n dominio
de múltiple poder e n el cual u n a parte extraña, ya sea de "indivi-
d u o ( ~ )grupo(s)
, u organización(es)" (Adams, 1976: 32),ejerce más
poder sobre el ambiente de s u s miembros que el que éstos ejercen
sobre el ambiente de la parte. Ea parte dominante basa s u poder
en la calidad dual de San Antonio. En cuanto ejido de dotación
federal, administrativa y económicamente, Can Antonio está ligado
tanto a los intereses privados como a las instituciones federales.
Las partes externas o extrañas a San Antonio y que ejercen u n
tipo de dominio sobre esta comunidad ejidal son:

a) El Banco Nacional Agrario (Banagrario), que administra la


producción y controla el ingreso del ejido.
b) El pequeño propietario, quien controla el ingreso adicional
y la desfibración del henequén ejidal y de parcelarios.
C) El Departamento de Asuntos Agrarios y Colonizaci6n
264 Justicia y tácticas d e protección entre los mayas d e Yucatán

(DAAC), institución responsable de la operación interna del


ejido, vigilancia de las elecciones ejidales, etcetera.
d) El municipio de Maax, eslabón administrativo entre S a n
Antonio y la estructura del gobierno estatal.
e) La Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG), que dirige
las operaciones del DAAC.
f ) El Banjidal, fuente principal de fondos y accionista mayori-
tario del Banagrario regional.
g) Cordemex, que tiene el monopolio de la comercialización
de la fibra y la manufactura de productos de henequén.

Los ejidatarios, aunque subordinados, no están indefensos ni in-


capacitados por completo para ejercer cierta influencia -aunque,
obviamente, ésta s e a muy limitada. El acceso al poco poder que
pueden ejercer los ejidatarios depende de - s u habilidad para captar
y aprovechar las debilidades, las inconsistencias o los intereses
opuestos de las partes dominantes que operan dentro del domi-
nio. Más adelante s e demostrará esa habilidad mediante la des-
cripción y el anáIisis de casos particulares de conflictos, coi-ifron-
taciones, maniobras de instituciones y tácticas de alianzas y aco-
modamiento~.
El primer caso, la eIección de funcionarios ejidales poco después
de iniciado e1 estudio de campo, ilustra el uso y la manipulación de
instituciones antagónicas externas (el DAAC y las autoridades muni-
cipales) para la formación de alianzas y obtener la adhesión a las
distintas candidaturas. Las decisiones que tomaron los ejidatarios
durante la j u n t a para realizar las elecciones demuestra que hay
tolerancia interna a cierta conducta (malversación de fondos ejida-
les) que e n otro lugar s e calificaría de delictuosa y, por ende, puni-
ble. La solución que se dio a este problema protegió al individuo del
trato injusto -al parecer de los ejidatarios- de las autoridades
externas. Esta elección también revelo casos en que para resolver
u n problema s e recurrió, o s e amenazó con recurrir, a las autorida-
des externas: clara evidencia de que hay ciertos actos que la comu-
nidad ejidal no está dispuesta a tolerar.
El segundo caso describe u n conflicto, poco después de las elec-
ciones, entre los dos candidatos principales de la oposición. E n los
contados casos e n que se recurrió, o se amenazó con recurrir, a la
Carlos R. Kirk 265

fuerza, l a s p a r t e s p o r lo general a d o p t a n d e nueva c u e n t a los


patrones normales de relaciones m u t u a s y ocultan s u antagonismo
bajo la reserva y el formalismo. E n este incidente participó, activa
o pasivamente, u n amplio sector d e la comunidad, y provocó u n a
división q u e n o podía disimularse. Posteriores conversaciones
entre los varios participantes revelan que la gente tampoco tolera
ni a grupos ni a facciones que amenazan o que de hecho recurren
a la violencia para intentar resolver sus dificultades.
El tercer caso plantea mi visita a la matriz del Banagrario de Mé-
rida. Los funcionarios del ejido hicieron el viaje con el fin de gestio-
nar la reparación y adaptación de la casa ejidal que les habían ofre-
cido, pero q u e a ú n no s e aprobaba. Los patrones de interacción
entre los ejidatarios y los jefes de los distintos departamentos del
Banagrario proporcionaban datos sobre las tácticas que emplean
los ejidatarios para lograr sus objetivos, y las del Banagrario para
negar peticiones que les parecen innecesarias o improductivas. E n
la sección subsecuente s e analizan declaraciones del ,director del
Banagrario y noticias editoriales del medio para dilucidar el papel de
esa institución tal como lo perciben los funcionarios del banco y
otros sectores de la sociedad yucateca. Los actos de los empleados
del Banagrario coadyuvan a convertir la solicitud de u n préstamo
e n u n medio de discordia, a u n cuando h a n sido criticados por los
diarios de Mérida y por los ejidatarios de la zona rural. Los ejidata-
rios de San Antonio, para lograr s u s fines, manipularon y enfren-
taron a los funcionarios del Banco con el pequeño propietario y u n
antropólogo. Aunque reparar la casa ejidal no contribuye literal-
mente a l a supervivencia socioeconómica, sí puede considerarse
como u n a contribución a la imagen del progreso de la comunidad y,
en especial, a la imagen y el crédito de los funcionarios electos del
ejido.
La última sección de ese capitulo analiza ciertos aspectos de las
relaciones políticas entre los ejidatarios y el pequeño propietario.
La influencia d e é s t e e s penetrante y frecuentemente sutil. E n
lugar d e concentrarse e n u n sólo suceso revelador, este análisis
utiliza diversos incidentes relevantes para demostrar los campos
en que el heredero de la hacienda d e S a n Antonio puede ejercer su
influencia y control.
266 Justicia y tácticas d e protección entre los mayas d e Yucatán

Las elecciones ejidales


Recién iniciado el estudio de campo en S a n Antonio (28 de octubre
de 1970), s e celebró u n a asamblea general de ejidatarios para ele-
gir a los nuevos funcionarios del ejido. Este acontecimiento tuvo
g r a n influencia e n la orientación del estudio d e campo y sirvió
p a r a delinear el patrón de relaciones entre los miembros de la
c o m u n i d a d y d e é s t o s c o n el p e q u e ñ o p r o p i e t a r i o y c o n el
Banagrario.
Según la Ley Agraria, los ejidatarios elegidos para formar el Co-
misariado Ejidal y el Consejo de Vigilancia ejercerán s u s funciones
durante tres años. Los candidatos forman u n a planilla que consta
de u n secretario, u n tesorero y tres suplentes. El candidato victo-
rioso e s presidente del Comisariado y el socio delegado que repre-
senta al ejido ante el Banagrario. Implícitamente, el Código Agrario
estipula que h a b r á dos planillas que s e disputen la elección al
Comisariado Ejidal. El candidato que reciba la mayoría d e votos
formará el Comisariado con s u planilla, y la planilla del minorita-
rio formará el Consejo de Vigilancia. La intención de la ley es sal-
vaguardar, en lo posible, la operación social y financiera del ejido
mediante el equilibrio de las principales facciones de la comuni-
dad. Cada facción tiene cierto acceso al poder, y el equilibrio se
justifica mediante el poder que deriva sobre el Comisariado y el
Consejo de Vigilancia. Para impedir que u n individuo a s u m a y
retenga el poder sobre el ejido se prohibe la reelección.' Un delega-
do del DAAC supervisa personalmente las elecciones.
Los delegados federales y estatales enviados a vigilar las elecciones
de S a n Antonio formaron, con s u s discursos, u n marco ideológico pa-
ra las elecciones, destacando la importancia del ejido como base para
continuar el proceso de democratización y el desarrollo económico de
México. Los delegados también maniobraron para dirigir la opinión y
evitar las consecuencias del antagonismo entre las facciones de la
comunidad.

l S e permite la reelección por unanimidad de votos de los ejidatarios. Desde que


s e creó S a n Antonio, sólo se h a dado el caso de reelección e n d o s ocasiones; la pri-
mera, poco después de realizada la Reforma Agraria, de 1944 a 1950; la segunda, i
después del estudio de campo en 1973 (San Antonio, comunicaciór, verbal).
Carlos R. Kirk 267

El dueño de la pequeña propiedad estuvo a u s e n t e , pero s u


influencia se dejó sentir de diversos modos. Poco antes de las elec-
ciones pedí permiso a los funcionarios salientes para tomar u n a
grabación de lo que se tratara en la junta. No tuvieron objeción,
pero quisieron estas seguros antes de dar u n a respuesta definitiva.
El día de las elecciones, a primera hora, Rodrigo Pech, secretario
del ejido, me informó que había consultado con don Manuel y
aprobaban mi solicitud. Pensé, al hacer mi petición, que los fun-
cionarios ejidales consultarian con los demás ejidatarios y con los
representantes del gobierno, pero resultó que la única persona a
quien consultaron fue al pequeño propietario. Cuando fui presen-
tado a los representantes del DAAC y del estado y s e percataron de
mi grabadora, se les informó que don Manuel había autorizado la
grabación. La explicación fue recibida sin comentarios.
Los delegados que vigilarían las elecciones comenzaron a llegar
a eso de las nueve de la mañana, aunque las elecciones estaban
p r o g r a m a d a s p a r a l a s ocho. Primero l l e g a r o n , a. pie d e s d e
Xamach, los delegados del Banagrario, empleados secundarios;
poco después, e n automóvil, llegaron el delegado del DAAC, u n
representante de la Dirección del Henequén del estado y u n repre-
sentante del gobernador de Yucatan. En ese momento, los funcio-
narios ejidales concluían el inventario de la oficina ejidal, el cual
incluia papel, formas, etcétera. En u n a auditoría, los empleados
del DAAC encontraron que faltaban doscientos cuarenta pesos del
fondo ejidal, que los recibos existentes no cubrían. Mientras los
funcionarios ejidales s e ocupaban de eso, los candidatos espera-
ban a u n lado, impacientes por presentarse, saludar, sonreír y
dar la impresión de que eran eficientes y capaces de dirigir la ope-
ración del ejido.
Al ser cuestionado por los desconfiados representantes del DAAC,
el presidente saliente explicó que había heredado ese déficit de la
anterior administración. Inconformes con la explicacion, los repre-
sentantes continuaron con s u s indagaciones hasta que averigua-
ron que el anterior tesorero d i s p ~ i s ode ese dinero y el cargo se
continuó registrando en los libros de contabilidad. El ex tesorero,
Vicente, u n poco apartado del grupo, preocupado y nervioso,
seguía las discusiones; nadie lo señaló como culpable ni él se ofre-
ció a dar u n a explicacion.
268 Justicia y tácticas de protección entre los mayas de Yucatán

Algunos ejidatarios comenzaron a explicar que Vicente había


estado muy enfermo y que s u hija menor tenía una deficiencia
congénita e n el corazón. Con t a n t a s enfermedades y gastos le
habia sido imposible cubrir el desfalco y afrontar s u s gastos con el
mísero salario que el ejido le pagaba. Además, explicaron que aun
recibía asistencia médica [cuarenta pesos semanales) del ejido y no
estaba en condiciones para trabajar en la pequeña propiedad. El
presidente saliente intentaba justificar a Vicente con el argumen-
to de que no había podido reponer ese dinero y que, en s u opi-
nión, debía cancelarse la deuda.
Los representantes del DAAC, al aceptar el sentir de los ejidata-
rios presentes en la junta, comenzaron a referirse al desfalco como
"la deuda", y declararon que se resolvería el problema si los ejida-
tarios, en junta especial, convenían en cancelarla y lo comunica-
b a n por escrito al DAAC p a r a q u e c o n s t a r a en el expediente.
Cuando los ejidatarios aprobaron la solución, Vicente respiró ali-
viado y se alejó del grupo.
Una vez despachado el asunto del inventario y de los fondos fal-
t a n t e s , los asistentes se agruparon frente a la casa ejidal. En
pequeños corrillos, los ejidatarios se observaban mutuamente y
conversaban entre sí. Frente a la casa, atrás de una mesa peque-
ña, el delegado del DAAC abrió la reunión con la presentación de los
delegados de las distintas instituciones federales y estatales, y
continuó con la exposición del objeto de la reunión. Los represen-
tantes del Departamento Agrario acentuaron que, además de llenar
los requisitos que la ley señala para pertenecer al ejido, los candi-
datos deberían saber leer y escribir, observar buena conducta y no
pretender una reelección.
Mientras el delegado hablaba, la campaña proseguía. Cada uno
de los tres candidatos al puesto de socio delegado circulaba entre
los grupos de ejidatarios; platicaba con amigos y parientes y pro-
curaba ganar adeptos. De las conversaciones se desprendía la idea
de que sólo había dos candidatos viables, los cuales no tendrían
mayoría si no conseguían votos entre los partidarios del tercer can-
didato. El representante del DAAC insistía en la importancia de elegir
al candidato que pudiese servir mejor al ejido y asumir la respon-
sabilidad de su operación durante tres años consecutivos:
Carlos R. Kirk 269

Están libres para votar por la gente que crean mas capacita-
d a y conocedora del asunto. Si las autoridades que elijan son
buenas, si hacen u n trabajo positivo y legal, ustedes van a
s e r los beneficiados. S i seleccionan u n a persona que, por
desgracia, haga u n mal trabajo, los perjudicados siempre
serán ustedes. Ninguno de los que estan aquí hoy tiene iilte-
r é s e n quién sale especificamente de comisariado ejidal.
Nosotros vamos a respetar por completo la voluntad de uste-
d e s como v a m o s a r e s p e t a r t o d o lo d e l ejido. ¡ M u c h a s
Gracias! (Aplaus.os.)

Terminado su discurso, el delegado del DAAC presentó al repre-


sentante del gobernador de Yucatán, quien inicio s u intervención
haciendo hincapié en la importancia de elegir personas capaces de
conducirlos a u n a mayor productividad y al progreso económico.
Ligó a la comunidad con el estado, proclamó la fe del gobernador
en los ejidatarios de Yucatán y s u confianza e n que, unidos, seria
posible mejorar l a s condiciones de trabajo del campesino y s u
bienestar general:

El gobernador del estado tiene mucha confianza e n el pueblo


yucateco; de forma especial en los ejidatarios, e n los hombres
del campo, quienes s o n los forjadores d e l a riqueza. S i n
embargo, para que esta riqueza pueda reproducirse, para que
e s t a riqueza pueda llenar las necesidades de s u s hogares,
para que esta riqueza signifique la educación de s u s hijos,
mejor vestido, mejor vivienda, e s necesario q u e quienes
vayan a representarlos sean personas que sepan enfrentar
s u s problemas para plantearlos frente a las autoridades. Es
indispensable que sean personas, sobre todo, honradas, por-
que e s la base para el progreso; para que ustedes puedan
lograr lo que pretenden en beneficio de sus familias.

Al terminar el discurso, s e entregaron las tres planillas al dele-


gado del DAAC, quien les dio lectura y s e procedió a l a primera
votación. Ésta consistió en el recuento del número de ejidatarios
alineados detrás de cada candidato. Filo (de treinta y siete años de
edad) obtuvo treinta votos: David Pech (de cuarenta y u n años)
obtuvo veintiséis; y el tercer candidato, Marcelino (de cincuenta
años), veintitrés. Como ninguno obtuvo la mayoría necesaria, el
270 Justicia y tácticas d e protección entre Los mayas d e Yucatán

delegado del DAAC anuló la votación. Recomendó a los ejidatarios


que se pusieran de acuerdo y procuraran elegir por unanimidad a
uno de los tres postulados. Los dos candidatos mayoritarios, de
inmediato, abordaron a Marcelino y s u s partidarios. Era evidente
que Marcelino detentaba el poder para inclinar la balanza a uno u
otro lado y decidir el resultado de la elección.
Mientras esto sucedía, u n partidario de Filo entregó u n pliego al
delegado del DAAC, con la solicitud de que lo leyera. Era una declara-
ción del presidente municipal de Maax, legalizada por notario, acer-
ca de David Pech; candidato de la oposición. Cuando el delegado del
DAAC comenzó a leerla en voz alta, los ejidatarios callaron y se acer-
caron para oír mejor. La declaración revelaba que David Pech había
sido acusado y declarado culpable de golpear con u n a piedra a una
mujer de la comunidad y que s e le había impuesto u n a multa. Todos
los presentes se percataron de que Filo y s u s partidarios, al desacre-
ditar a Pech, pensaban que quedaría descalificado.
Por supuesto, David se ponía más inquieto y nervioso conforme
avanzaba la lectura, y lanzaba miradas amenazantes a Filo y sus
partidarios. Entretanto, Francisco, simpatizante de Filo, se me
acercó y comenzó a discutir el caso. Aseguraba que David bebía
mucho, que se embriagaba con frecuencia y en forma impertinente
buscaba pleitos. Terminó s u alegato al expresar que la comunidad
ya estaba harta de la tiranía de David y s u s hermanos.
Finalizada l a lectura, el representante del DAAC preguntó si
David estaba presente y qué tenía que argüir sobre esos cargos.
Explicó que eso había sucedido "fuera del ejido9', que era cuestión
personal que ninguna relación tenía con el ejido y que, como pagó
la multa, "todo se arregló". David habló en español, pero a conse-
cuencia del disgusto que recibiól, lo hizo con pronunciado acento
maya. Las palabras sonaban ásperas, el acento cambió y s u voz
tenía u n tono que evidenciaba s u nerviosismo. El delegado escu-
chó a David y preguntó cuándo había ocurrido el incidente. Al
enterarse que había ocurrido hacía diez años, e n 1960, acalorada-
merite dijo que era injusto que "se llamara para siempre ladrón y
a s e s h o " a u n individuo que ya había pagado s u deuda con la
sociedad y que debería ser libre y disfrutar de los derechos de todo
ciudadano. Esto, subrayaba, era "el modo moderno de vivir" que
garantizaba la Constitución de 19 17:
Carlos R. Kirk 2 7 1

Ya está; ya recibió s u castigo y es u n ciudadano t a n libre


como ciialquiera. Porque, compañeros, todos nosotros esta-
rnos expuestos a cometer u n error, y si por él todo el tiempo
nos van a señalar con el índice como asesinos o ladrones, no
e s correcto. La vida moderna ofrece, de acuerdo con las leyes
establecidas por la Revolución.. . en nuestra Constitución del
17 s e establece todo género de sanciones, pero también s e
asienta cuál e s el término para que u n ciudadano purgue
u n a sentencia y quede libre y soberano como cualquier otro.
MUY bien!" -dijo Vena Pech, hermano de David. (Aplausos.)
A pesar de que el representante del DAAC se negó a descalificar a
David por u n delito cometido diez años aiites, la lectura de los car-
gos tuvo el efecto deseado: casi todos los partidarios del tercer
candidato, incluso el mismo Marcelino, se solidarizaron con Filo.
En la votación final, este último resultó electo socio delegado y
presidente del Comisariado Ejidal con u n total de cincuenta y u n
votos, y David y s u planilla, con veintiocho votos, formaron el
Comité de Vigilancia.
El representante del DMC dio por terminada la reunión y los ejida-
tarios comenzaron a tirar cohetes y a dirigirse a las casas de los candi-
datos, quienes ya tenían preparadas unas comidas. Los delegados fue-
ron conducidos primero a celebrar la victoria de Filo y s u planilla y
luego a u n agasajo en casa de los otros dos candidatos. David, disgus-
tado y avergonzado porque s e hizo público el incidente, estuvo malhu-
morado durante nuestra breve estancia en s u casa y, en cuanto partió
el último visitante, cerró puertas y ventanas. Antes de que el represen-
tante del DAAC saliera de la comunidad, insistió en que todos los fun-
cionarios fuesen a mi casa a escuchar la grabación. Yo tenia la espe-
ranza de que en el transcurso de la junta se olvidaran de la grabadora,
pero no fue así. El delegado del DAAC se mostró muy complacido de su
discurso al defender a David y quiso oírlo dos veces más antes de reti-
rarse.
Regresé a la celebración y vi a Filo en medio de s u s partidarios,
muy satisfecho y conversador. Evidentemente, Filo y s u s simpati-
zantes estaban muy seguros de ganar las elecciones, pues prepa-
raron u n verdadero banquete [...]
272 Justicia y tácticas de protección entre los mayas d e Yucatán

Redes sociales y política de la candidatura


En u n a comunidad pequeña, relativamente endógama, como San ,

Antonio, lo más probable es que el candidato esté emparentado, por


consanguinidad o por afinidad (o ambas), con las personas que for-
man s u planilla y con los otros candidatos. Un análisis de los 'lazos
sociales que unen a los tres candidatos demuestra que, efectiva-
mente, ése es el caso. Lo más importante al elegir integrantes para
la planilla de u n candidato con los lazos de asociación y amistad,
principalmente los que dimanan de la residencia y el compadrazgo.
Aunque no siempre sean parientes cercanos, las familias vecinas
tienden a relacionarse, y el trato frecuente consolida la amistad.
El compadrazgo propicia mayor flexibilidad para iniciar o fortalecer
los vínculos de unión entre parientes cercanos, vecinos y otros miem-
bros de la comunidad. Dos de los tres candidatos al Comisariado
Ejidal formaron s u planilla con personas con quienes ya tenían rela-
ciones; es decir, el candidato había sido invitado a ser padi-ino de uno
o varios hiJos de s u compañero de planilla. Casi todos los individuos
que formaban la planilla del tercer candidato tenían compadres en
común (un mismo individuo era padrino de los hijos de varios de
ellos). Ningún candidato formó s u planilla con u n padrino de s u s pro-
pios hijos. Aunque hay reciprocidad entre compadres socioeconómi-
camente iguales, las obligaciones pueden ser asimétricas. U n compa-
dre asume la obligación de costear la misa y la ropa de s u ahijado, y
el padre está en el compromiso de corresponder, por lo menos, con
respeto y fidelidad al compadre.
Las siguientes gráficas muestran la preponderancia de los lazos
reales de consanguinidad y afinidad (Parte A) que unen a los candi-
datos con los integrantes de s u planilla, y los lazos de proximidad
de residencia2 y los vínculos de parentesco ritual o compadrazgo
(Parte B). La planilla I muestra la red que une a Filo con s u s parti-
darios; l a Planilla 11 corresponde a David Pech, -y la Planilla 111 a
Marcelino. En las gráficas también se indica si hay parentesco cer-
cano entre uno y otro candidato.

Como indicamos e n l a s gráficas, llamo "residencia próxima" a l a q u e no tiene


m á s d e u n a casa o u n solar intermedio. Esta definición es intericionalmente conser-
vadora, por la pequeñez de l a comunidad.
Carlos R. Kirk 273

planilla I
Filo, soltero, desde unos años antes, tenia amistad íntima con la
unidad familiar de don Peto. Éste estuvo casado con una hermana
de David, candidato de los opositores, y volvió a casarse al quedar
Filo, huérfano a los quince años, come con la unidad fami-
liar de Peto, quien lo trata como si fuera de la familia. Aunque no
paga s u s alimentos, corresponde con compras esporádicas de maíz
y alimentos básicos que entrega a la familia. Como lo hace por
voluntad propia, él decide cuándo y cuánto compra para entregar
a la familia.
Filo escogió a Francisco, yerno de Peto, para tesorero (T#) de s u
planilla. S u elección se fundó en la amistad y el respeto mutuo
(que puede observarse en s u s relaciones), y se refuerza con la pro-
ximidad de la residencia y el parentesco entre Francisco y la fami-
lia adoptiva de Filo. Como ni uno ni otro tienen-hijos, no h a habido
ocasión de reforzar los lazos de amistad mediante el compadrazgo.
Filo escogió también a dos tíos matemos (5 y 1 e n la gráfica).
Ambos habían invitado a Filo para apadrinar el hetzrnek de s u s
hijos, y uno de aquéllos, el primer suplente (1 en la gráfica), tam-
bién lo invitó para que fuera padrino de primera comunión. El tío
que Filo escogió para primer suplente estaba casado con la hija de
Peto, la cual era pariente de David (hija de s u hermana). El segun-
do suplente de Filo no era nativo del lugar, pero desde hacía algún
tiempo era miembro del ejido. Estaba casado con u n a mujer de
San Antonio y era vecino y amigo de Filo y de Francisco.
Para completar s u planilla, Filo escogió al actual escribiente del
ejido para tercer suplente (3 en la gráfica). Rodrigo, el escribiente y
también soltero, era hijo de u n hermano de David, el candidato
opositor, y de u n a tía materna de Filo. Éste e s compadre del papá
de Rodrigo y de s u hermano Máximo, de quien también es amigo
íntimo. Filo fue padrino d e hetzrnek d e u n o d e los hermanos
pequeños de éstos y padrino de bautizo de dos hijos de Máximo.
Probablemente Máximo habría formado parte de la planilla, pero
prefirió e l p u e s t o a s a l a r i a d o d e i n s p e c t o r d e t r a b a j o s . El
Banagrario sólo autoriza salario para el presidente de una planilla.
Los vínculos existentes entre Filo y s u s compañeros de planilla
muestran u n a mezcla de variables muy difusa, como el parentesco,
la residencia, los vínculos rituales y Ia amistad. De los miembros
274 J'usticia y tácticas d e protección entre los mayas d e Yucatan

de la planilla, Francisco resultó ser el aliado y partidario más


valioso de Filo. Francisco manejaba la tienda Conasupo, subsidia-
d a por el gobierno, y además era el comisario municipal, puesto
representativo nombrado por el presidente municipal de Maax. A
través de s u puesto, Francisco pudo obtener el expediente de la
multa que se impuso a David por la pedrada que dio a u n a mujer
(hermana de Francisco). Este último entregí, las pruebas al delega-
do del DMC y al agente principal en el intento de desacreditar a
David, a pesar de que eran concuños (estaban casados con dos
hermanas, como se puede observar en la gráfica 2) y de que la
mujer de Francisco era madrina de hetzmek de u n a hija de David.
Las dos hermanas eran comadres, pero ni David ni Francisco s e
sentían vinculados por u n compadrazgo.
Desde hacía mucho tiempo Francisco trabajaba como asalaria-
do para don Manuel, el pequeño propietario ya mencionado; mane-
jaba los motores de la desfibradora y era el mecánico encargado de
s u mantenimiento. Resultaba evidente que el dueño lo apreciaba,
pues lo consideraba consciente y responsable; en consecuencia,
Francisco era para muchos u n eslabón influyente entre la comuni-
dad y el pequeño propietario. En 1967, éste sufragó la instalación
de las líneas eléctricas desde Xamach hasta la planta desfibradora,
y ofreció financiamiento para electrificar San Antonio con la condi-
ción de que fuera Francisco el encargado de la liquidación del
a d e ~ d o Aunque
.~ el tamaño de San Antonio no llega al mínimo
estipulado para establecer una tienda Conasupo, don Manuel tam-
bién utilizó s u influencia en Mérida para conseguirla, en atención
a las indicaciones de Francisco, quien pensaba que la comunidad
debía tenerla. Francisco tenía muy buena reputación en la comu-
nidad; demostró s u habilidad para manejar fondos, y s u candida-
tura a tesorero era u n a ventaja más para la planilla de Filo. Con
objeto de conservar s u s derechos de ejidatar-io, además de trabajar
en la pequeña propiedad, realizaba tareas breves de escarda en
terrenos ejidales, pero, a juzgar por el hecho de que s u ingreso eji-
da1 no aumentó después de las elecciones, s u apoyo a Filo era por

"e común acuerdo, se impuso u n sobreprecio a los refrescos vendidos en la


comunidad h a s t a terminar de liquidar el préstamo sin intereses hecho por el
pequeño propietario, lo cual tomó poco más de dos años'.
Carlos R. Kirk 275

F. presidente (Filo)(37)* D. David Pech, candidato de los oposi-


S . Secretario (52) tores
T. Tesorero (38) W. Mujer agredida por David en 1960
#. Tesorero que presentó al delegado
1 . Primer suplen te (58) del DAAC el a c t a levantada e n el
2 . Segundo suplente (42) municicpio c u a n d o s u h e r m a n a
3. Tercer suplente (30) fue agredida por David
P. Filo (soltero) come con el grupo re-
sidencial de Peto

>-á Residencia próxima (no más de


una casa intermedia)

----- Vínculos de compadrazgo (padre-


compadre/ padrino)

Edad del individuo

completo desinteresado. En efecto, comentó que, en s u opinion,


David habría sido u n mal presidente del ejido.4

* Sospecho Francisco fue uno de quienes convencieron a Filo d e postular s u


candidatura para presidente del ejido. aunque mis entrevistas no llegaron a confir-
mar tal sospecha. Excepto David, los candidatos no divulgan s u s intenciones ni s u
planilla sino hasta niuy poco antes de las elecciones, sin duda por miedo a que el
contrincante tenga tiempo de debilitar s u base de apoyo.
276 Justicia y tácticas d e protección entre los mayas d e Yucatán

Planilla 11
En la integración de s u planilla, David Pech dependió menos de
s u s parientes inmediatos y más de la proximidad de residencia y el
compadrazgo. El secretario era s u sobrino, hijo de una hermana, y
el tesorero era el marido de la nieta de s u hermana. Los dos tenían
parentesco con David y lo habian elegido para padrino de bautizo
de s u s hijos. El hecho de que ambos estuviesen emparentados con
Peto y Filo (el secretario era hijo de Peto, y el tesorero, marido de
una nieta de Peto, hija de u n tío materno de Filo), da la pauta de las
tácticas dirigidas contra la facción de Filo.
Los tres suplentes vivían muy cerca de David. Se observó que
éste tenía relaciones más estrechas con el segundo suplente, hijo
de s u hermana, que con el primero y el tercero, quien estaba casa-
do con una hermana de la mujer de David. El primer suplente no
era pariente cercano de David, pero era compadre de dos herrna-
nos de éste, quienes, a s u vez, habian invitado a David para apa-
drinar a algunos de s u s hijos. El tercer suplente tenía parentesco
por afinidad tanto con David como con Francisco (eran concuña-
dos, pues se habian casado con tres hermanas). El tercer suplente
era compadre de Francisco y fue uno de los invitados que David
quiso utilizar para dividir a los partidarios de Filo.
Parece que la estrategia de David era formar una planilla ecléc-
tica que minara los cimientos de la alianza de los otros candidatos.
Al buscar u n a representación espacial, David, quien vive en el
extremo del poblado más cercano a Xamach, nombró un secretario
que vivía a orillas de la plaza, y u n tesorero que vivía en el lado
mas cercano a Maax. Como vimos antes, estos individuos también
tenían parentesco cercano con Filo, el principal candidato oposi-
tor. La estrategia de David solo tuvo éxito parcial; de hecho, uno
de los hermanos de David y por lo menos dos de s u s sobrinos
(hijos de s u hermano] votaron por Filo.
Planilla 111
El tercer candidato, Marcelino, recibió menos votos que los otros
dos. Se había apoyado en las relaciones de parentesco dentro de
u n círculo familiar relativamente cerrado y esto le restó oportuni-
dades de ganar las elecciones. Marcelino escogió a s u hermano
Carlos R. Kirk 277

D. Presidente (David Pech) (41)*


S. Secretario (39)
T. Tesorero (25)
1. _Primersuplente (50)
2. Segundo suplente (27)
3. Tercer suplente (55)
W. Mujer agredida por David en 1.96.0
Hermano W que entregó al delegado del DAAC el acta levantada con motivo
de la agresión (Francisco)

para secretario; a s u primo, hijo de un tío paterno, para tesorero;


al marido de una prima (esposo de la hija de un tío paterno e hijo
del hermano de la abuela paterna d e Marcelino) p a r a pdrner
suplente, y a su cuñado (hermano de s u mujer e hijo del marido de
una tía paterna de Marcelino), para segundo suplente. Todos,
excepto el hermano de Marcelino, viven en una sección cerrada de
la c ~ m u n i d ~y destán unidos tanto por el vecindario como por el
parentesco.
El parentesco ritual no vincula directamente a Marcelino con
los otros, pero de acuerdo con una antigua práctica, varios miem-
278 Justicia y tácticas de protección entre 20s mayas de Yucatán

bros de l a planilla (Marcelino, s u tesorero y los dos primeros


suplentes) tienen antecesores comunes (genéticos o políticos) por
compadres: el tio paterno de Marcelino (B, en la gráfica) y el indivi-
duo A, quien también es s u tío (marido de una tia paterna) y s u
suegro (padre de s u m ~ j e r )Marcelino
.~ explicó que quedó huérfano
muy niño, y que él y s u hermano se criaron en casa de sil tío
paterno (B) y estaban muy unidos a s u tía (hermana de s u padre) y
s u marido (A); Marcelino y su hermano y los hijos de su tío (B) se
veían como hermanos. En esa intimidad y anexión de lazos frater-
nales, el tesorero resultaba "hermano", y el primero y segundo
suplentes venían a ser cónyuges de "hermanas". Estos lazos frater-
nales se afirman y se complementan con los vínculos del compa-
drazgo y de la vecindad o proximidad de residencia.
El nombramiento del tercer suplente fue el único intento para
ampliar la red de alianzas e incorporar otros lazos familiares y de
vecindario en la comunidad. El tercer suplente, el último rango en la
familia, fue presidente del ejido (1956-1958)y estaba emparentado
con Filo (marido de una tía materna) y con el tesorero de Filo (hijo
de u n a tía paterna de Francisco). Sin embargo, estos lazos de paren-
tesco no significaban una amistad íntima, y el hecho de que forma-
ran la planilla de Marcelino no pareció afectar el patrón de votacio-
nes en la corrlunidad.
El mapa de la gráfica 4 muestra la distribución de los miembros
de las distintas planillas. La maniobra de David para ganar adhe-
siones en el extremo s u r de la comunidad fue impedida eficazmen-
te por Filo al nombrar a s u s dos tíos. Cuando Marcelino retiró su
candidatura, Filo obtuvo el apoyo de la mayoría de la parte central
de la comunidad.

La candidatura y las tácticas para proyectar la imagen


Los dos candidatos más viables tuvieron el acierto de formar s u s
planillas no sólo con amigos, parientes, vecinos y compadres, sino

En 1930, A (indicado en la gráfica de la Planilla 111) se casó con la tía de


Marcelino, antes que éste se casara (1942) con una hija del primer matrimonio de A 1
(Registro Civil del municipio de Maax).
1
2
1
?
Carlos R. Kirk 279

P. Presidente (Marcelino) [50)*


S. Secretario (37)
T. Tesorero (43)
1. Primer suplente (47)
2. Segundo suplente (43)
3. Tercer suplente (53)
A. Padre de la mujer de P y, posteriormeilte, marido de la tía paterna
B. Tío paterno de P

que incluyeron a individuos relacionados de diversas maneras con


los partidarios opositores. En lugar de depender de principios
"automáticos" de alianza [por ejemplo, el parentesco) entre grupos
fácilmente identificables, la multiplicidad de lazos existentes per-
mitió que la amistad o la estima personal por cada uno de los can-
didatos marcaran la pauta e n la votación.
Con el retiro obligado del tercer candidato, Filo obtuvo buena
parte de los votos de los partidarios de aquél. Filo y Francisco
(tesorero y comisario municipal) intrigaron para desacreditar al
280 Justicia y tácticas d e proteccidn entre los mayas d e Yucatán

Grata 4. Candidatura y empleo del espacio


II I l
-1 I I I
-1 1
<
A
- Xamach 1I 1I //
I I T

w
ii
5
A Maax

más fuerte opositor, David Pech. La lectura del acta levantada en


ocasión del violento ataque a la hermana de Francisco sirvió para
recordar a los ejidatarios que David era propenso a insultar y ata-
car fisicamente a otros miembros de la comunidad?
Después de las elecciones, mientras Filo celebraba s u victoria,
Peto, Francisco y Máximo (compadre y sobrino de Filo por línea
materna, y sobrino de David por línea paterna) no se reservaron su
opinión sobre el carácter violento de David. Acusaban a David y a sus
hermanos de intentar dominar el ejido mediante amenazas o a través
de la fuerza, y se alegraban de que su tiranía llegara a su fin. David,
quien nunca ganó una elección para el Comisariado Ejidal, había
sido presidente del Consejo de Vigilancia durante dos periodos
(1958-1961 y 1964-1967). Vena, s u hermano mayor, fue tres veces

En los diez meses del estudio de campo, sólo presencié tres pleitos de David.
En dos ocasiones llegaron a las manos, pero las peleas fueron relativamente cortas,
y ninguno de los contendientes recibió lesiones serias.
Carlos R.Kirk 28 1

comisario (1944-1947, 1947-1950 y 1961-1964) y tres veces enea-


bezo el Consejo de Vigilancia (1953-1955, 1955-1958 y 1967-
1970). Cuando David pudo postularse para u n puesto, los dos
Pech lo hicieron alternando los periodos, pero nunca lograron
tener el control sucesivo del ejido, que tanto deseaban.
Para reconciliar a s u hermano con el hermano de la mujer ape-
dreada, Vena Pech escogió a Francisco para secretario en s u plani-
lla victoriosa de 1961. Francisco aceptó el puesto, pero no se esta-
bleció una amistad entre ellos. Francisco sentía antipatía por los
dos hermanos y los criticaba públicamente por borrachos y belico-
sos. Con cierta satisfacción, proclamaba que los cinco hermanos
Pech ya eran viejos y no tenían agilidad ni las fuerzas para obligar
a la gente a apoyar a s u s candidatos.
Poco antes del día de las elecciones, Filo y Francisco iniciaron
una campaña para desacreditar a David, y denunciaron las tiráni-
cas costumbres de los hermanos Pech. Urgían a parientes y ami-
gos íntimos a enfrentarse a las amenazas lanzadas por David y s u s
seguidores. No observé que se tomase alguna medida de coerción
antes de las elecciones, aunque en apariencia pudiera tomarse; la
campaña de la oposición se basó en la imagen de Filo y s u grupo.
Dar lectura a los cargos delante de la asamblea de ejidatarios sólo
sirvió para subrayar los rumores que circularon durante la campa-
ña electoral y convencer o recordar a los votantes que había prue-
bas fehacientes del carácter tan veleidoso de David.
Para lograr s u victoria, Filo y Francisco manipularon los recur-
s o s extracomunitarios de la cabecera del municipio y al delegado
del DAAC. E1 presidente municipal de Maax proporcionó el acta
legalizada de los cargos de hacía diez años y de las deposiciones, y
el delegado del DAAC fue utilizado para confundir y avergonzar, ya
que no descalificar, al candidato David.
Ya se mencionó que la candidatura de Marcelino no representa-
ba un obstáculo serio para los otros dos, excepto en la medida en
que impedía obtener la mayoría de votos requerida. Cuando
Marcelino retiró s u candidatura para apoyar a Filo, David perdió
s u caso. ~ 1 - p a r e n t e s c o
cercano que unía a Marcelino con la ma-
yoría de s u s aliados dio por resultado que veintitrés de s u s parti-
darios votaran por Filo y sólo dos apoyaran a David.
Parecía que David había aceptado de buen grado s u derrota y,
282 Justicia y tácticas d e protección entre los m a y a s d e Yucatán

p a r a cuando él y Filo asumieron s u s respectivos cargos, s e habian


disciplinado. Al trabajar en la oficina ejidal s e trataban con amis-
tosa reserva; fuiicionaban bien e n cooperativa y parecía que h a -
bían olvidado s u s rencillas. Sin embargo, a los seis meses de las
elecciones, Filo tuvo u n altercado pública y directo con David y
Vena Pech.

Continuación del conflicto


Un hija de Vena Pech, que trabajaba e n u n a estación de gasolina
e n el sur del estado, llegó u n domingo, 15 de marzo de 1971, a
visitar a s u s padres. Para celebrar s u regreso después de varios
meses de ausencia, padre e hijo empezaron a beber; por la noche,
el hijo de Vena s e sintió muy mal. Vena, preocupado por el fuerte
dolor d e estomago y al observar q u e los remedios que le habian
administrado ( e n u n a s c u a n t a s h o r a s el muchacho tomó aceite
comestible, aceite de bálsamo, infusiones y antiácidos) no lo alivia-
b a n , acudió a Filo para que le prestara dinero para llevar al enfer-
m o a l hospital p a r a ejidatarios en Merida.
Nuestro automóvil estaba reparándose e n Merida y el problema
e r a el t r a n s p o r t e . Vena q u e r í a q u e Filo a l q u i l a r a u n a u t o e n
Xamach y pagara el viaje a Mérida con fondos ejidales. Filo explicó
q u e V e n a t e n d r i a q u e p a g a r e l t r a n s p o r t e y s o l i c i t a r e n el
Banagrario el reembolso de los gastos médicos, pero como el hijo
n o aparecía e n Ias listas de trabajo ejidal de las últimas semanas,
el padre temía q u e el Banagrario n o le reembolsara los gastos.
Insistía e n que Filo pagara y gestionara el reembolso en el banco.
Filo aceptó poner de s u bolsa parte del dinero y gestionar el reem-
bolso, pero advirtió a Vena que s i no lo obtenía, Vena tendría que
pagar los gastos. Éste sintió que Filo le negaba los derechos de
asistencia médica y, a media plaza, por la noche, -lo insultó a gran-
d e s voces.
Decía qiie Filo odiaba a los Pech y que sería responsable de la
muerte de s u hijo mayor. Filo reitero s u ofrecimiento, pero explicó
q u e n o podía cubrir el costo total del transporte, que calculaba
ascendería a cincuenta pesos, o sea, casi la mitad d e s u salario
semanal, p u e s había que recorrer u n a distancia de catorce kilome-
Carlos R. Kirk 283

tros. Asimismo, recomendaba consultar con el médico que queda-


ba más cerca, pues temía que el muchacho no soportara el viaje
hasta el hospital de Mésida. Además, el doctor mas cercano (el
"Socio") a la comunidad daba crédito y el muchacho recibiría aten-
ción aunque en ese momento el padre no dispusiera de dinero.
Discutian esto cuando llegó David Pech a la plaza. Escuchó u n
momento e hizo coro a las injurias que lanzaba s u hermano. Filo
repitió que prestaría dinero de s u bolsa y manifestó que David
Pech fuera en bicicleta a Xamach, a buscar u n auto. David partió y
Vena continuó con las injurias y amenazas de golpear a Filo. Era
evidente que Vena se percataba de que s u familia debía pagar los
gastos de la consulta al "Socio" y que, de llevar al enfermo a
Mérida, corría el riesgo de no tener la atención gratis. Filo insistía
en que el ejido no tenía fondos, peso que él prestaría dinero "de s u
bolsa".
Por supuesto, David no f ~ i ea Xamach y volvió minutos después
con u n a nueva arremetida de injurias, pues también él se había
puesto ebrio. Acusaba a Filo de ayudar sólo a quienes habían vota-
do por él en las elecciones y de negarla a los demás, sobre todo a
la familia Pech. Fuera de sí, David amenazaba con citar a asam-
blea al día siguiente para deponer a Filo, y éste respondió que
estaba dispuesto a contestar los cargos y que le agradaría muchí-
simo que s e citase a asamblea para "aclarar, por fin, algunas
cosas" (intencionalmente vagas). David decidió arreglar el asunto
esa misma noche y, agresivo, se quitó la camisa.
Filo únicamente lo observó; dijo que él no lanzaría el primer
golpe, pero que si David le pegaba, se defendería. Expresó que él
representaba a San Antonio y llevaría el asunto ante el presidente
municipal de Maax, elegido recientemente, quien había dado a Filo
el nombramiento de comisario, poi- lo cual éste tenía acceso al
poder económico en s u calidad de presidente del ejido, y al poder
civil emanado de la autoridad municipal. David afirmó que Filo
buscó el nombramiento para dominar la comunidad, y lo tildaba
de cobarde por esconderse tras la ley. Filo retó a David a que lo
golpeara si e s que en verdad deseaba pelear. y agregó: "y pégame
fuerte, porque nada más me vas a pegar una vez". David, sin cami-
sa, continuaba las provocaciones y las injurias, pero sin concretar
SUS amenazas.
284 Justicia y tácticas de protección entre los mayas d e Yucatán

En ese momento intervino doña Tela, quien era originaria de


Maax y vivía desde hacía años en unión libre con u n ejidatario, del
cual tenía u n hijo. De s u primer matrimonio tuvo u n hijo, ya de
veinticinco años, que, por s u nacimiento, no tenia derechos en el
ejido. No obstante, doña Tela había importunado para que le die-
ran trabajo a s u hijo en las tierras ejidales. Forastera y pueblerina,
atrevida y locuaz, era la única mujer que asistía a las asambleas
ejidales para abogar por s u hijo. Los siguientes extractos de las
notas de campo relatan s u intervención y las consecuencias del
pleito:

Doña Tela se acercó e insultó a gritos a Vena y a David; les


reprochó que todos los domingos por la noche andaban con
"pendejadas". Preguntaba con qué cara se atrevían a pedir
dinero al ejido s i el hijo de Vena estaba asegurado en la com-
pañía donde trabajaba. Recriminaba que el ejido nunca la
había ayudado; Vena y David eran unos sinvergüenzas que
pedían ayuda a l ejido, pero nunca les faltaba dinero para
emborracharse.
David hizo u n gesto amenazador y le ordenó que se calla-
ra. Tela no s e a m i l a n j ; proclamaba que David sólo servía
para pegar a la mujeres, pero ella no le tenía miedo. David
dio u n paso hacia Tela y ésta gritó que le quebraría la cabeza
de una pedrada.
Por fin, Tela se retiró, no sin lanzar imprecaciones contra
la familia Pech, las cuales provocaron las carcajadas a unas
muchachas que le seguían de cerca.
José Ek, vecino de Filo y de Francisco. totalmente ebrio,
se acercó a David, quien lo hizo a u n lado con la afirmación
de que tomaba el partido de Filo porque el ejido le ayudó a
volver a techar la casa de s u hijo. José manifestó s u desinte-
rés y aseguró que aunque se quemara la casa, él siempre
sería fiel a Filo. David empujó a José hacía la casa del hijo y
lo provocó para que la incendiara. Aquél saco u n a caja de
cerillos de s u bolsillo y se encaminó a la casa de s u hijo, pero
Simón y Popó (hijo y yerno de José, respectivamente), le arre-
bataron los cerillos e intentaron apaciguarlo. J o s é echó a
correr. seguido por Simón, Popó y todos los curiosos que se
habían "reunido" e n la plaza. Vena se dirigió a casa de s u
hijo y David también s e marchó. Filo s e quedó solo en la
Carlos R. Kirk 285

plaza u n o s minutos, contrariado y preocupado por el inci-


dente. El farol de l a calle, como u n a candileja, lo alumbraba.
Camino de su casa, Tela todavía alcanzó a gritar que los
borrachos no tenían derecho a pedir ayuda al ejido nomás
porque n o sabían beber. Francisco, que presenció el inciden-
t e a m i lado, m e dijo: "bueno, Carlitos, y a viste cómo es
n u e s t r o pueblo y cómo h a a b u s a d o d e nosotros la familia
Pech".

David y Vena habían ido a buscar refuerzos. Regresaron a la


plaza a encontrarse con J o s é y s u s parientes, quienes también
retornaron a la plaza y hubo una breve escaramuza. Los parientes
de José estaban muy enojados con David por provocarlo para que
incendiara la casa, y uno de ellos tiraba bofetadas y puntapiés a
algunos de s u s contrarios y con rapidez se retiraba a la protección
de s u propio grupo. En eso corrió la voz de que Simón traía u n
cuchillo, y las mujeres y los niños del pueblo entraron a la pelea
para arrastrar a s u s hijos, maridos, padres o hermanos, y llevarlos
a s u s casas. Éstos apenas resistieron a las mujeres y, sin dejar d e
gritar injurias, se dejaron conducir a s u s respectivos hogares.
La plaza quedó vacía e n u n instante y sólo quedamos Vena,
Filo, Francisco y yo para resolver lo de la enfermedad del hijo de
Vena. Entretanto, alguien había ido en bicicleta a Xamach y regre-
só con el camión repartidor de hielo. Instalamos al enfermo en la
caseta y Filo, Vena y Máximo, sobrino de Vena y amigo y compadre
de Filo (padrino de bautizo de dos niños de Máximo), subieron
atrás. Yo subí tras ellos y, durante el viaje, Máximo regañó a s u
tío, ya muy apaciguado, por haber provocado la pelea. Vena s e
defendió s i n mucho convencimiento, pero casi sin interrumpir.
Cuando llegamos al pueblo, Máximo s e fue calle abajo y los demás
tocamos a la puerta del "Socio", quien, después de examinar a
Vena hijo, lo reprendió por emborracharse y administró una inyec-
ción que, según decía, eran vitaminas y antibióticos.
Tuvimos que esperar el regreso de Máximo. El pueblo estaba
muy quieto, pero con seguridad Máximo tenía u n amigo, porque
retornó con u n a botella de aguardiente. De regreso a San Antonio
la botella circuló de mano en mano. Únicamente Filo s e negó a
beber. Máximo no dejó de insistir e n forma acalorada para conven-
286 Justicia. y tácticas d e protección entre los mayas d e Yucatán

cer a Vena de que era necesario que diera u n a disculpa a Filo.


Máximo insistía en que todos los ejidatarios necesitaban unirse
para resolver s u s problemas y que s u tío (Vena) impedía la unión.
Este último estaba de acuerdo con Máximo en que los problemas
económicos y de s a l u d que fueron la c a u s a del pleito n o eran
exclusivos de la familia Pech sino de la comunidad entera. Vena
escuchaba a s u sobrino, tomaba pequeños sorbos de la botella y
por fin dio mil disculpas al irritado Filo. Vena confesó s u error al
denunciar la conducta de Filo y culpó de todo a s u hermano David,
al cual tildaba de buscapleitos y que lo habia empujado a pelear
con Filo y con otros vecinos de la comunidad.
Al día siguiente, lunes, Filo bebió con s u s amigos. Cuando ya
estaba ebrio, fue a casa de David y le gritó que saliera para dejar
a r r e g l a d o el " a s u n t o " . David dijo q u e e s t a b a enfermo (por la
"cruda", con seguridad) y que no saldría. S e disculpó por lo suce-
dido (avergonzado porque el antropólogo habia sido testigo presen-
cial), y aseguró que estaba arrepentido. Filo advirtió que si David
volvía a insultarlo, le daría u n a paliza y lo denunciaría ante las
autoridades municipales. David pidió perdón y prometió no volver
a beber. Filo regresó a s u casa y, como era de esperar, s e fue a
dormir muy temprano.
Los ejidatarios no tienen u n compromiso místico con el pacifis-
mo, pero en s u s tratos normales son reservados. Este ejernplo del
uso de la fuerza para obligar a la solución de u n problema, consti-
tuye u n caso excepcional. Normalmente, el trato entre personas
q u e n o llevan a m i s t a c estrecha e s formal, por 10 menos en lo
superficial. Al día siguiente del pleito, la gente conaentaba el inci-
dente y criticaba a los hermanos Pech y a Jos6 Ek por haber llega-
do a las manos; a los pocos días, todos habían vuelto al patrón de
reserva y en apariencia habían olvidado las amenazas, las injurias
y los golpes de la noche del domingo. Dar rienda silelta a las ene-
mistades y recurrir e n fornaa constante a la agresión física ponen
en peligro las posibilidades de supervivencia de los miembros de
u n a comunidad t a n pequeña como S a n Antonio.
La opinión pública y la privada condenan los daños y perjui-
cios de cualquier agresión, y estos brotes de violencia no son muy
frecuentes ni muy graves. En diez meses de estudio de campo en
la comunidad, sólo observé tres brotes de violencia física; bajo la
Carlos R. Kirk 287

influencia del alcohol, e n los tres casos hubo golpes, pero amigos
y parientes intervinieron de inmediato para separar a los rijosos y
conducirlos a s u s c a s a s 7
M á s que la violencia física, el alcohol es el vehículo que libera
las tensiones acumuladas por antipatías mutuas, o porque el trato
recibido parece injusto o, sencillamente, por la agobiante lucha por
la existencia con u n salario miserable. No se aprueban ni s e justifi-
can las borracheras y las disputas, pero sí se toleran mientras los
daños sean temporales y sin rebasar cierto punto. Los límites de
tolerancia en S a n Antonio s e aprecian mejor en el caso de la pedra-
da que dio David a la hermana de Francisco. David quería desqui-
tarse del marido y no tenía intención de hacer daño a la mujer.
Toda la comunidad aceptó que fue u n "accidente", pero esto no
resultó u n a atenuante sino u n agravante en opinión de los demás.
Asimismo, el incidente de la plaza casi rebasó los limites de la tole-
rancia, igual que los del día siguiente. Filo declaró que no toleraría
más abusos de David, que lo acusaría ante las autoridades muni-
cipales y que informaría a l DAAC para que lo destituyeran de s u
puesto, y que si no modificaba s u conducta, recurriría a la violen-
cia física. Filo, e n s u capacidad de comisario ejidal y comisario
municipal, tenía más acceso que David a las fuentes extracomuna-
les de poder y, como era más joven y fuerte, este último se sometió
dócilmente a las exigencias de aquél. David estaba verdaderamente
avergonzado y durante varios días no salió de s u casa.

Hubo el caso de u n individuo que bebía y conversaba con amigos en su casa.


De pronto s e separó del grupo y los demás prosiguieron la charla, pues supusieron
que el hombre había salido a orinar. Oyeron gritos y la mujer y la hija del individuo
corrieron al exterior y, minutos después, lo llevaban de nuevo a s u casa. Resultó
que éste se había presentado en casa de la única persona que no tenía parentesco
real ni ficticio con ningún miembro de la comunidad [un empleado del pequeño pro-
pietario y vivía en u n a casita de don Manuel, a orillas de la plaza) y le dio una bofe-
tada. Alguien los separó y el hombre se dejó conducir de nuevo a s u casa e insistía
en que había escuchado a la mujer del ofendido injuriar a s u hija. Nunca se supo a
ciencia cierta cuál fue la razón de esta intempestiva agresión, pero se decía que los
protagonistas "no se simpatizaban". Trabajaban en distinto lugar de la pequeña
propiedad y no tenían mucho contacto. Es posible que el agresor viera al otro como
un entrometido en la comunidad. que ni por s u origen, ni por s u matrimonio (la
familia era originaria de Motul) ni por el compadrazgo tenía derecho a pertenecer a
la comunidad,
288 Justicia y tácticas d e protección entre los mayas d e Yucatán

Justicia y tácticas de protección


El caso de don Vicente [el ex tesorero) muestra que sólo se debe
recurrir a las autoridades extracomunales como último recurso
para resolver u n conflicto o u n problema de la comunidad. Para
los ejidatarios, la "justicia", definida en términos de la gran socie-
dad (multas, encarcelamiento, etcétera), es injusta porque social y
económicamente es nociva para la unidad familiar. La revelación
del desfalco en los fondos ejidales evidencia los conceptos locales
de tolerancia e intolerancia de la conducta social. En este caso,
nadie amenazó al culpable con recurrir a autoridades extracomu-
nales, como con David, sino que, por el contrario, la comunidad lo
protegió y calificó de "préstamo" s u desfalco.
Como tesorero del ejido (1964-1967), Vicente utilizó doscientos
cuarenta pesos de los fondos ejidales para cubrir gastos médicos
propios y de s u familia. Cuando se realizó este estudio de campo,
Vicente seguía enfermo y su pequeña hija (nacida e n 1960) tenía
u n a lesión cerebral que se debía, según Vicente, "a enfermedad
congénita del corazón". La niña parecía retrasada mental y reque-
ría constante cuidado. Con frecuencia debían llevarla a Mérida
para el tratamiento, y Vicente, con s u salario ejidal, no podía
pagar los viajes y las medicinas que él y s u familia consideraban
necesarios para conservar con vida a la niña.
Vicente ya no era joven (cuarenta y siete años de edad) y gozaba
de gran respeto. Lo consideraban el poeta de la comunidad, pues
escribía la letra de corridos y canciones rancheras, las cuales can-
taba u n coro de jóvenes el día de la fiesta del santo patrón. Fue
presidente del ejido (1953-1956), y a finales de s u régimen se hizo
uno de los plantíos mas densos de henequén, con ochenta plantas
por mecate (Archivos DAAC, Aseguradora Nacional Agrícola y
Ganadera).
Aconsejados por el delegado del DAAC, los ejidatarios celebraron
una junta especial para tratar la cuestión del déficit ejidal. Por una-
nimidad se canceló "el préstamo" y se envió al DUC la correspon-
diente carta para s u archivo. La carta decía: "1 ...] como el compañe-
ro Vicente sigue enfermo y no puede devolver el dinero prestado,
los ejidatarios h a n acordado d a r por cancelada la mencionada
deuda" (Archivo DAAC, 20 de octubre de 1970). Sobre el asunto de
Carlos R. Kirk 289

la deuda, mis informantes coincidían en s u opinión: Vicente atra-


vesaba u n grave apuro económico que podía tener cualquiera; es
decir, largas y frecuentes enfermedades en la unidad familiar.
Aunque no condenaban el manejo desautorizado de los fondos eji-
dales, sí entendían que en la situación de Vicente, y con el puesto
de tesorero del ejido, sería muy difícil resistir la tentación, y s u
accijn era tolerable.
Mientras se discutía, durante la junta especial, el asunto de los
fondos faltantes, oí comentarios sobre u n desfalco real. Julio, elec-
to presidente del ejido en 1967, en el primer semestre de s u ges-
tión, estuvo acusado de sustraer durante seis meses alrededor de
seis mil pesos de los fondos para pagar la raya ejidal. Fue denun-
ciado y, aunque se declaró inocente (y a ú n lo aseguraba cuando lo
entrevisté), obligado a renunciar al Comisariado Ejidal. Un grupo
de ejidatarios, incluso David, Filo y Francisco, lo amenazaron con
citar a asamblea general y solicitar la presencia de u n represen-
tante del DAAC para oír las acusaciones. Ante el peligro de u n a
acción legal que con seguridad lo habría llevado a la cárcel, Julio
aceptó el ultimátum y renunció a la presidencia del ejido.
Julio s e negó a discutir los detalles del incidente y s e limitó a
reiterar s u inocencia. Filo y Francisco, al h a b l a r del a s u n t o ,
pensaban que Julio recibió u n a parte muy pequeña de ese dine-
ro y que lo demás se repartió entre el representante del Bana-
grario y Vena Pech, quien era entonces presidente del Comité de
Vigilancia. También me informaron que J u l i o había devuelto
aproximadamente seiscientos pesos (que le prestó Vena) y que lo
demás, con seguridad, lo gastó en borracheras con amigos en los
pueblos cercanos. Muchos ejidatarios habían querido denunciar a
Julio, pero optaron por exigirle s u renuncia. Julio, me decían, era
un hombre débil; "ésos" (Vena Pech y el oficial del Banagrario), que
podían falsificar los registros de los trabajos y alterar las nóminas,
lo habían enredado en el fraude.
Los ejidatarios deseaban castigar a Julio sin last-imar a s u fami-
lia; si intervenían las autoridades extracomunales, Julio habría ido
a dar a 15 carcel y s u familia hubiera afrontado serias dificultades.
Julio vivía con s u mujer y s u s seis hijos, en una casa pequefia en
el solar de s u suegro, el cual habría tenido que mantener a siete
personas más, si algo le sucedía a s u yerno. En este caso, la ven-
290 Justicia y tácticas de protección entre los mayas de Yucatán

ganza civil en lugar del acuerdo local habría puesto en peligro la


supervivencia de cuando menos once personas (incluso la familia
del suegro). Esto, en opinión de los ejidatarios, habría sido una
solución injusta a una injusticia. El 28 de junio de 1968, el DAAC
recibió u n a breve carta en la que se notificaba que Julio renuncia-
ba a la presidencia del ejido por "asuntos personales" y que el pri-
mer suplente lo sustituiría (Archivo DAAC).
E n 1 9 7 0 , Julio e s t a b a marginado social y económicamente,
Recibía u n a tarea n o m a 1 en el ejido, pero se le negaba trabajo en la
pequeña propiedad. Don Manuel, cuando tuvo conocimiento del des-
falco, quiso correrlo de la comunidad, pero a instancias del sacris-
tán, quien era suegro de Julio y de otros ejidatarios, acordó dejarlo
en paz para que siguiera al frente de s u familia en el seno de la co-
munidad. Sin embargo, le advirtió que no esperara ayuda de la pe-
queña propiedad.
L...]

Conclusiones
En este capítulo se describieron aspectos de la estructura y del
proceso de interacción, ajuste y alianza que existe entre los ejida-
tarios de S a n Antonio y las principales instituciones extracomuna-
les: l a pequefía propiedad privada, el gobierno municipal y el
Banco Agrario de Yucatán. En todos los casos presentados, se hizo
hincapié en las tácticas que adoptan los ejidatarios y en la forma
en que manipulan el dominio múltiple de poder para aumentar s u s
propias oportunidades de supervivencia, y en las modalidades que
adoptan al tratar con cada sector.
Dentro de la comunidad, los miembros se distinguen, discuten
y s e tratan como individuos con distintas cualidades y defectos.
Como queda demostrado en el análisis de la política de la candida-
t u r a , los individuos se perciben, ante todo, como mayas dentro de
u n a estrecha red de lazos sociales. Estos lazos incluyen extensos
vínculos de consanguinidad y parentesco por afinidad, que se
refuerzan y complementan mediante el mecanismo del pareritesco
ritual o compadrazgo, y s e incrementan con la amistad y la proxi-
midad del vecindario. La aversión personal normalmente está su-
Carlos R. Kirk 29 1

bordinada a los múltiples lazos que vinculan a u n individuo con


otro. A pesar de los intentos esporádicos de resolver los conflictos
o de reparar l a s ofensas a través de la fuerza, la extensa red de
vínculos sociales impide que los actos de violencia e n la comuni-
dad s e a n frecuentes, duraderos y graves.
La disputa pública entre Filo y David y el caso de la malver-
sación de fondos ejidales s o n ejemplos de los límites de tolerancia
de cierto tipo de conducta. Si la conducta e s intolerable, como lo
era la violencia de David o e! desfalco de Julio, los interesados pro-
curan resolver e n forma interna el problema. Si esto no e s posible,
pueden a m e n a z a r a l ofensor c o n instituciones extracomunales,
como el juez del municipio, y exponerlo a las sanciones legales.
Sólo como último recurso o c u a n d o el delito e s grave (como la
agresión d e David a u n a mujer), s e busca la intervención de agen-
cias extracomunales para que impongan el castigo adecuado.
Si el acto e s indeseable, pero comprensible e n s u contexto y
tolerable, los ejidatarios, e n especial los m á s cercanos al ofensor,
procurarán exonerarlo y defender a s u familia d e l a s funestas con-
secuencias económicas de u n a multa o u n encarcelamiento dicta-
do por agencias extrañas a la comunidad. E n el caso de Vicente, la
malversación de fondos s e redefinió -de común acuerdo- como
"préstamo", y s e tomó la resolución interna de "cancelar la deuda"
para proteger a u n individuo agobiado por l a desgracia de l a s
enfermedades e n s u u n i d a d familiar. E n cambio, e n el caso de
Julio, h u b o amenazas, no cumplidas, de acusarlo ante l a s autori-
dades extracomunales. Julio renunció a la presidencia del ejido, y
aunque perdió toda influencia e n la comunidad, s u familia y la
familia de s u mujer quedaron a salvo del desastre económico.
La comunidad e s consciente de que para a u m e n t a r al máximo
las posibilidades de supervivencia de la familia, e s necesaria l a
cooperación y el ajuste e n l a s relaciones interpersonales y, por
extensión, l a red social d e múltiples lazos e n l a comunidad e n
general. Para lograr la supervivencia, hay que manipular, apaci-
guar o evitar e n lo posible a las instituciones extracomunales.
Para el ~ a n a g r a r i osólo hay resentimiento e inquina. Los ejida-
tarios utilizan la táctica de la confrontación controlada para lograr
sus fines, y con s u s actos procuran llegar a los límites de tal con-
frontacióx~y saber h a s t a q u é punto puede precipitar el desquite.
292 Justicia y tácticas de protección entre los mayas de Yucatán

Sabían que la "palabra" del director del banco era u n arma podero-
sa para obtener el préstamo solicitado. El director, en sus declara-
ciones a ejidatarios y a la prensa, había insistido mucho en la
honradez, la verdad y la sinceridad en s u s tratos con los ejidata-
rios y con los yucatecos en general. Tinajero, director del banco,
quien comenzaba a formular la política de reestructuración del
banco, no tenía manera honorable de eludir la promesa hecha a
los ejidatarios delante de don Manuel, personaje prominente e
influyente de la sociedad yucateca.
Los ejidatarios han aceptado tácitamente una modalidad pater-
nalista de ajuste impuesta por el dueño de la pequeña propiedad.
Los esfuerzos para mejorar la producción del ejido benefician a
ambos: el dueño con la desfibración de las pencas de henequén, JT
los ejidatarios con l a s tareas adicionales autorizadas por el
Banagrario. Más importante aún es la ganancia material del ingre-
so derivado de la propiedad privada y la ayuda que brinda el
dueño, ya sea en forma de préstamo o de ayuda para beneficio de
la comunidad. Probablemente, después de los salarios recibidos, el
beneficio mayor fue la electrificación de las casas y el alumbrado
público de San h t o n i o . En sentido amplio, el ajuste entre el sec-
tor privado y el sector ejidal redunda en una especie de alianza
productiva que beneficia a los dos sectores. Aunque perduren los
patrones de interacción que recuerdan el paternalismo de la época
de las haciendas, apenas encubren las adaptaciones de los ejidata-
rios a los cambios ocurridos en el contexto institucional sobre-
puesto de esta comunidad ejidal.

Haciendas en Yucatán, pp. 233-282.


Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil
Hen ra' Favre

Existe la costumbre de distinguir las sociedades de poder difuso de


aquellas e n que la autoridad está centralizada y el gobierno es
ejercido por una institución especifica. No es nuestro propósito po-
ner en duda la validez de esta distinción sino señalar que, en la
medida en que se justifica, las comunidades tzeltal-tzotziles están
gobernadas a la vez de manera difusa y centralizada. Los jefes de
clanes, las cabezas de linajes, las autoridades familiares y, en gen-
eral, los ancianos representan el gobierno difuso de la comunidad.
La jerarquía política y religiosa comunitaria representa al gobiemo
centralizado. Aunque esos dos sistemas de gobiemo estén sincroni-
zados, recientemente se han operado ciertas transferencias de fun-
ción de uno a otro. Esas transferencias, cuya causa esta ligada al
hundimiento de los grupos de ascendencia común, tienden a redu-
cir un poco por todas partes el terreno de autoridad de los ancianos
y a aumentar de manera notable los poderes de la jerarquía.

La teoría de la autoridad y los mecanismos


del control social
Tradicionalmente, la autoridad s e f u n d a y s e justifica e n u n
conjunto de creencias que los tzeltal-tzotziles sostienen acerca de
la persona y de s u naturaleza esencial. Para los tzeltal-tzotziles, la
persona es u n compuesto de tres elementos. El primero de ellos, el
cuerpo, es de orden material; es perecedero y al morir regresa a la
tierra de la que fue formado. El segundo, el espíritu, e s de orden
metafísico: eterno, sobrevive al hombre en el mas allá. Por lo que
se refiere al tercero, el doble animal, s u naturaleza es más comple-
ja; elemento sensible y material, esta unido, sin embargo, a los
precedentes por u n lazo espiritual. L a conjunción d e esos tres
294 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

elementos en u n conjunto dinámico asegura la integridad de la


persona y la mantiene con vida. En cambio, s u separación es
causa de enfermedad y de muerte. Es decir, la muerte, la desinte-
gración de la persona, resulta siempre de una ruptura funcional,
sea entre el espiritu y el cuerpo, sea entre el espíritu y el doble
animal, sea entre éste y el cuerpo.
El espíritu o k'al se confunde con la esencia vital que anima a
todos los seres de la naturaleza, las plantas, los animales y 10s
hombres. Esta esencia vital es indestructible, pero puede dividirse
y fraccionarse infinitamente. Como cualquier otro recurso necesa-
rio a la existencia -la tierra, los alimentos, etcétera- se le consi-
dera inextensible y, por tanto, rara; pero es susceptible de ser
captada o acaparada, en mayor o menor cantidad, a título indivi-
dual. Esta fracción individual -pero no personalizada- de k'al,
que todo hombre posee y s e esfuerza por aumentar, s e llama
ch'ulel.' Se localiza a la vez en la sangre del cuerpo y en la del do-
ble animal, y se manifiesta de manera tangible por las pulsaciones
de la muñeca. Al nacer, el hombre sólo tiene muy poco k'al; por
ello, s u ch'ulel es pequeño y débil. A ello se debe que el recién na-
cido sea tan vulnerable y sea objeto de una vigilancia tan atenta
por parte de s u s padres. Pero, al crecer, al tener más edad, al lle-
gar a la adultez, y después al encaminarse a la vejez, el hombre
aumenta s u fracción de k'al. Mientras más viejo es un hombre,
más grande es s u ch'uheh, porque más importante es la cantidad de
k'al que tiene.
El doble animal, que es el codepositario de k'al de la persona,
lleva diferentes nombres según las comunidades: wayojel en
Chamula, wayojel en Oxchuc, lab en Cancuc y chanul en Zinacan-
tán; este tótem individual está íntimamente ligado al hombre, al
que acompaña desde el nacimiento hasta la muerte, y al que sigue
en todas s u s experiencias. Al nacer un nifio, nace al mismo tiem-
po, en la montaña, un animal que es s u doble y cuyo destino s e
confundirá con el suyo. Mientras el wayojel conserve s u salud, el

l Sin embargo, en ciertas comunidades sometidas a u n a fuerte influencia reli-


giosa ladina, como Tenejapa, el ch'ulel s e personaliza de modo que tiende a con-
fundirse con el 'alma' católica.
Henri F a v r e 295

hombre conservará la suya. Pero si uno de los dos cae enfermo y


muere, el otro experimentara la misma enfermedad y morirá en el
mismo momento. E s t a prohibido dar muerte a u n animal wayojei,
porque sería cometer u n h ~ m i c i d i o Si
. ~ d u r a n t e u n a partida de
caza s e d a muerte accidental a u n wayojel (lo que e s muy raro,
porque las cacerías tienen lugar durante el día, e n tanto que los
dobles a n i m a l e s s e manifiestan sólo por l a n o c h e ) , s u s r e s t o s
deben quemarse de inmediato. La carne del wayojel es impropia
para el consumo; comerla equivaldría a comer carne humana.
El hombre y s u doble animal comparten las mismas caracterís-
ticas físicas, morales e intelectuales. Si el hombre e s fuerte, astu-
to, independiente, s u wayojel será u n animal fuerte, astuto, inde-
pendiente, como el puma, el jaguar o el ocelote; pero si es débil,
tímido, fácilmente influible, s u wayojel s e r á también u n animal
débil, medroso, gregario, como el lince, la zorra o el gato montés.
En teoría, el hombre posee el mismo doble animal durante toda su
existencia, lo que no impide que el animal que el grupo le atribuye
como wayojel pueda variar a medida que avance e n edad y dispon-
ga cada vez m á s d e k'al. Así, u n joven soltero que vive y trabaja
con s u s padres, poseerá u n pequeño ch'ulel y u n wayojel de cate-
goría inferior, pero después de s u matrimonio y de haber engen-
drado u n a descendencia, de haber asumido diversas responsabili-
dades en la comunidad, s u grupo le reconocerá u n ch'ulel mayor y
u n wayojel de categoría más alta. Por último, cuando haya pasado
el umbral de la vejez, nadie disputará que s u wayojel e s u n jaguar
o u n puma enorme y temible. El grupo justifica, por medio de e s t a
revaluación constante de los u~ayojel,la elevación del s t a t u s d e
s u s miembros.
Los wayojel eligen como domicilio las montañas m á s altas de l a
comunidad, que a veces llevan el nombre de ch'iebal. Es probable
que este término e s t é emparentado con el yucateco ch'ibal o el

Durante nuestra estancia en Bohom, u n chamula de u n paraje oriental, que


había matado en la noche a u n coyote que asolaba s u campo desde hacia tiempo,
vino a acusarse de homicidio eri la persona de u n ladino de Hiiixtán. Las autori-
dades comunitarias lo encerraron en la prisión y enviaron u n a comisión investi-
gadora a Hiiixtán. Como n o había muerto ningún ladino durante la noche prece-
dente en esta comunidad, el presunto asesino fue puesto en libertad.
296 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

quiché chipal, que designaban antes a los diferentes elementos de


u n a organización de clanes y linajes. Si el wayojel representa al
doble del hombre, el ch'iebal representaría el doble del cian o del li-
naje. En efecto, los wayojel de u n grupo de ascendencia común ocu-
pan siempre la misma montaña, y u n a montaña solo puede ser
ocupada por los wayojel de u n solo grupo de ascendencia común.
William Holland, a quien debemos u n notable estudio sobre la
magia entre los tzotziles de Larráinzar, escribe que cada uno de los
trece grupos de nombre español de esta comunidad posee u n a
montaña situada en el interior del territorio comunitario, e n la que
residen los wayojel de s u s miembros (Holland, 1963: 110). Lo
mismo sucede en Zinacantán (Vogt, 1964: 497-502) y al parecer
también en Chalchihuitán, donde los grupos de ascendencia común
mantienen con ciertas montañas relaciones ceremoniales privile-
giadas (Guiteras, 1951). En Chamula, donde la organización de
clanes y linajes se h a hundido por completo, las montañas están
ligadas no tanto a unidades familiares como a unidades residen-
ciales -los parajes- que pueden incluir a personas que pertenez-
can a grupos de norribres diferentes. De cualquier manera, existe,
en paralelo a la sociedad de los hombres en los valles, u n a sociedad
de wayojel en las montañas, que es s u réplica exacta.
Los wayojel ocupan la misma posición jerárquica que tienen los
hombres de quienes son s u s dobles, en s u s respectivas sociedades.
Cada m o n t a ñ a s e divide e n trece niveles, e n t r e los cuales se
reparten los wayojel del grupo de ascendencia común según la
categoría de que gozan. En los niveles m á s elevados se sitúan los
jaguares, los pumas, los ocelotes, es decir, los wayojel poderosos,
los de las personas mayores que poseen u n a gran cantidad de k'al
y que tienen u n status superior en la comunidad. En cambio, en
los niveles más bajos, s e sitúa a los linces, las zorras y los gatos
rnonteses, e s decir, los wayojel débiles, los de personas jóvenes
que tienen poca esencia vital y que ocupan los estratos inferiores.
En el momento del nacimiento, el doble animal del niño, que nació
al mismo tiempo que él, toma s u lugar e n el primer nivel de la
montafia clánica. Pero a medida que pasan los años, el doble ani-
mal sube uno tras otro los niveles superiores hasta llegar al tre-
ceavo y último nivel. La ascensión de los wayojel e n el interior de
la montaña depende e n forma principal de la edad y, por ello,
Henri Faure 297

todos los wayojel de los hombres de u n a misma edad s e sitúan


teóricamente en el mismo nivel.
Al llegar a la cima de la montaña, el wayojeZ entra en contacto
con los totilme 'iletik, los padres y madres colectivos, los ancestros
indiferenciados del grupo de ascendencia común, que viven en el
cielo, e n el interior del winajel. Los toiilrne 'iletik iluminan al wnyo-
jel con su sabiduría, lo ayudan con sus consejos y lo asisten en la
función de tutela que ejerce con respecto a los wayojel de los doce
niveles inferiores. Porque los wayojel poderosos, los del treceavo
nivel, son responsables de todos los otros colocados bajo ellos.
Deben tratar a éstos "como el pastor a s u s ovejas". Los protegen y
aseguran s u subsistencia. Velan por que no s e pierdan y por que
no s e a n a t a c a d o s p o r los dobles a n i m a l e s de o t r a m o n t a ñ a .
Cuando están heridos o enfermos, los cuidan y los curan. Para
resumir las obligaciones de esos wayojel, los tzeltal-tzotziles dicen
que s o n "los que estrechan" (petometik) y "los q u e sostienen"
(kuchurnetik) al grupo de ascendencia común. Son también los que
controlan la conformidad de las actitudes y de las acciones d e
cada uno de los wayojel de s u montaña. En toda montaña existe
una cámara adornada con u n a gran cruz en la que los wayojel del
treceavo nivel instruyen el proceso de los dobles animales cuyo
cuidado material y espiritual tienen y que h a n violado u n a prohibi-
ción o cometido u n pecado. De acuerdo con los totilme 'iletik, juz-
gan l a gravedad d e l a falta y escogen u n castigo apropiado.
Después hacen comparecer al animal culpable: según lo inviten a
sentarse a la derecha o a la izquierda de la cruz, el castigo que
recibirá será ligero o severo; en cambio, si lo ponen en la cruz, el
culpable sufrirá Pa pena de muerte.
El sistema de gobierno de la sociedad de los wayojel muestra
las relaciones esenciales en las que descansa la autoridad en la
sociedad de los hombres. La primera es la relación entre la poten-
cia metafísica y la edad que la confiere. La segunda es la relación
entre la edad y el status, del que es el principal determinante. El
individuo posee u n status tanto más elevado cuanto mayor es, e s
decir, cuand-o tiene u n ch'uleb más grande y posee u n wayojel más
poderoso, de tal manera que son siempre los ancianos quienes
ocupan los estratos superiores en la comunidad. La autoridad sólo
se adquiere por u n largo camino individual hacia la vejez.
2 9 8 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

El viejo o m02 exige el respeto y la obediencia. Las personas m á s


jóvenes s e descubren y s e inclinan o arrodillan a n t e él, y esperan
e n e s t a posición a que el m02 las autorice a levantarse tocándoles
la frente con el revés de los dedos. Cuando vienen a consultarlo o
a visitarlo a s u casa, deben ofrecerle aguardiente. E n ocasión de
las fiestas, cuando el alcohol circula e n abundancia, lo invitan a
beber y e s el primero al que le sirven. E n el m02 terminan las redes
de intercambio ceremonial de alcohol. El m02 valúa, por lo demás,
s u prestigio de acuerdo con la cantidad de alcohol que recibe y las
invitaciones a beber que s e le hacen.
Porque h a vivido mucho más, el m02 es el que "ve el mundo de
m a n e r a m á s clara" y quien explica s u orden inmutable a fin de que
todos s e conformen a él. E s también "el que lleva l a sabiduría", el
q u e l a dispensa y la hace prevalecer por s u s palabras y s u s actos.
La potencia metafísica de la que e s depositario lo obliga a u n a acti-
t u d algo hierática. El m02 sopesa cada u n a de s u s palabras y cada
u n o de s u s gestos. S e expresa clara y sucintamente e n u n tono
siempre igual, sin mostrar la menor emoción; n o manifiesta cólera,
ni envidia, ni celos, como tampoco sabría abandonarse a la pena o
a la alegría. E s accesible a todos y está disponible p a r a todo. Por lo
demás, su persona no le pertenece a él, sino al grupo de ascenden-
cia c o m ú n , d e l a q u e e s representante e n la comunidad de los
vivos, los muertos y los espíritus.
G r a c i a s a los poderosos dobles animales q u e poseen y a la
importante cantidad d e esencia vital que h a n logrado acaparar, los
no2 pueden proteger a s u s descendientes y dependientes. E n 1919,
s e g ú n cuenta u n informante de Holland, s e declaro u n a epidemia
particularmente violenta de gripa e n Larráinzar:
Pedro H e r n á n d e z y Diego Ruiz e r a n los p e r s o n a j e s m á s
importantes y m á s poderosos d e s u s respectivos parajes.
Cuando la enfermedad empezó a bajar del cielo y alcanzó las
n ~ o n t a ñ a ssagradas de Larráinzar, los animales compañeros
de Pedro y de Diego ocupaban los escalones m á s elevados de
l a s montañas sagradas de Palmavits y Mutvits. Cuando la
enfermedad llegó a la tierra, el animal compañero de Pedro
cayó enfermo, pero arrojó la enfermedad al animal de Diego,
quien a s u vez la regresó al primero. Ambos continuaron
arrojando y devolviendo l a enfermedad h a s t a q u e é s t a s e
Henri Favre 299

abatió a si misma. De esta manera consiguieron exitosa-


mente proteger a los miembros inferiores de s u s linajes, de
los cuales muy pocos murieron, mientras que en otros para-
jes fueron cientos los individuos que murieron porque s u s
defensores fueron menos capaces de protegerlos. (Holland,
1963: 130-131.)
Pero a la vez q u e extienden s u protección sobre el grupo de
ascendencia común, los rnol lo mantienen dentro de las normas
culturales tradicionales. Ejercen u n poder disciplinario sobre cada
uno de los miembros del grupo, de manera que si bien s u presen-
cia conserva u n carácter muy asegurador, tiene también algo u n
poco inquietante. Cuando u n individuo contraviene la tradición
comunitaria, infringe u n a norma del código moral o ignora senci-
llamente u n a regla de la etiqueta que rige las relaciones sociales,
los ancianos, por intermedio de s u s wayojel; castigan a s u doble
animal. Relajan la guardia y permiten que s e pierda. Le niegan los
alimentos, lo golpean o lo hieren. El individuo caerá enfermo y sólo
recuperará la salud s i rectifica s u actitud y enmienda s u conducta.
La omnipresencia de la enfermedad, concebida como el castigo de
los ancianos, e n el nivel metafísico constituye u n a poderosa fuerza
cuya acción contribuye a mantener el statu quo.
El sistema de gobierno de la sociedad de los wayojel refuerza el
de los hombres, pero u n o y otro s u p o n e n u n a organización e n
clanes y linajes. Ahora bien, si la sociedad de los wayojel sigue
ordenándose en función de los principios de la filiación y de la
ascendencia, la sociedad de los hombres -de la que e s el modelo
ideal- h a dejado de basarse e n la trama del parentesco. E n la
mayoría de las comunidades, clanes y linajes sólo subsisten sis-
temas de representación que los individuos sostienen e intentan
a ú n h a c e r coincidir con u n a r e a l i d a d y a d e s v a n e c i d a . El
hundimiento de los grupos de ascendencia común y l a disolución
de los lazos de parentesco h a n modificado profundamente el papel
de los ancianos y la autoridad que éstos ejercían. Al parecer, e n u n
primer tiempo, esos cambios contribuyeron a acusar a ú n m á s el
aspecto confuso, inquietante y hasta peligroso del rnol, y a difumi-
n a r el carácter asegurador que s u presencia tenía e n el grupo.
Progresivamente, el rnol dejó de ser percibido como u n elemento
protector e integradola, para ser considerado cada vez m á s como
300 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

u n a fuente de amenaza permanente. Envejecer se h a convertido en


algo sospechoso, al grado extremo de aparecer en ciertos casos
como algo claramente antisocial. En efecto, al encaminarse hacia
la vejez, el hombre aumenta s u fracción individual de k'al, pero la
esencia vital sólo existe en cantidad limitada en la naturaleza y,
por ello, sólo puede aumentarse la fracción individual de k'al en
detrimento de otro. De la misma manera que quien es más rico
que los demás tiene que haber despojado de s u s bienes a s u s veci-
nos, así, quien es más viejo que los otros tiene que haber robado el
k'al de s u s allegados. Por el hecho mismo de sobrevivir, el viejo
priva de s u esencia vital a los miembros más jóvenes y más débiles
de la comunidad, en particular a los niños, los adolescentes y las
mujeres, quienes se debilitan y mueren al entrar en contacto con
él. Envejecer es confiscar la vida en provecho personal: es matar. Y
sólo se puede impedir que los viejos maten impidiéndoles envejecer
demasiado, es decir, vivir mucho tiempo. Tal es la conclusión lógi-
ca a la que llega actualmente la ontología de los tzeltal-tzotziles.
Por lo demás, las relaciones que los mol tienen con el mundo
sobrenatural, les permite manipular las fuerzas ocultas en benefi-
cio -pero también a expensas- del grupo. $iempre hay que
temer, y se teme cada vez más, que los mol hagan mal uso de s u s
poderes metafísicos y los utilicen con fines egoístas o a favor de
intereses particulares contrarios al interés general. En ciertas
comunidades, las epidemias, las epizootias, las sequías, las ham-
bres se atribuyen con frecuencia a la acción nefasta de los m02 que
actúan llevados por los celos o el odio. Frente al peligro que le ace-
cha, la comunidad no encuentra otra solución que la de asesinar
colectivamente a s u s ancianos.
Hasta hace poco, Oxchuc reconocía al más viejo de los jefes de
grupo de ascendencia común u n papel oficial en la comunidad.
Ese anciano era llamado k'atinab o "mayor de los mayores". Tenía
a s u cargo la propiciación de los santos, la realización de las cere-
monias agrarias, el control del culto a las divinidades protectoras
d e los hombres, los rebaños y las cosechas. Ignoramos cómo
cumplían con s u s funciones los k'atinab durante el siglo pasado,
pero tenemos ciertas razones para creer que a principios de este
siglo el cargo de mayor de los mayores no estaba libre de peligros
para quien aceptara desempeñarlo. En efecto, entre 1900 y 1920,
Henri Favre 30 1

ningún k'atinab parece haber fenecido de muerte natural. Todos


fueron asesinados, tras algunos meses o años en el cargo, por la
comunidad que los había colocado a s u cabeza, no sólo porque
resultaron s e r incapaces de asegurar la protección material y
moral sino también porque volvieron contra ella los poderes de que
disponían. En los años veintes, ningún anciano de la comunidad
se atrevió a aceptar el cargo de k'atinab por miedo a dejar allí la
vida. Unos tras otros, los m02 sondeados se rehusaron, declarando
que ya no tenian tantos poderes como s u s mayores, y la función
d e k ' a t i n a b desapareció. Así, bajo l a presión del g r u p o , los
ancianos abdicaron gran parte de s u autoridad antigua: de manera
implícita reconocieron que no tenian poder ni derecho para con-
ducir ellos solos los asuntos de la comunidad.
Por otra parte, la individualización del matrimonio y la privati-
zación de los litigios y de s u fuente principal', la tierra, redujeron
considerablemente el campo en el que los ancianos ejercían antes
s u autoridad. Todavía se solicita a los m02 que normen las quere-
llas, que no dejan de surgir en los parajes por el hecho d e la
promiscuidad de la vida social y del enmarañamiento de los intere-
ses agrarios. Si concuerdan las partes en cuestión y llegan a u n
compromiso razonable, el asunto termina en s u nivel. Por el con-
trario, si las soluciones que proponen no logran el acuerdo de los
litigantes, éstos tienen siempre la posibilidad de llevar el litigio
ante la jerarquía comunitaria. El arbitraje de los m02 no es obliga-
torio ni ejecutorio. El mol sólo actúa como "amistoso componedor".
Pero -y en forma muy curiosa- en las comunidades donde el
poder gerontocrático h a disminuido mas, la época en la que los
ancianos gozaban de amplios privilegios aparece hoy como u n a
especie de edad de oro.
En los tiempos antiguos, los ancianos, los aol, eran poderosos
y empleaban s u s poderes a favor de la comunidad. En aquellos
tiempos, movían montañas enteras. Fueron ellos .los que
transportaron el pico de Loja Tendida al lugar en que se en-
cuentra actualmente. Sabían cómo hacerlo porque poseían
wayojel poderosos; pero ahora nadie es capaz de hacer otro
tanto. En aquellos tiempos, los ancianos, los rnol, tenían la
costumbre de ir a la montaña para obtener favores para la po-
blación. En aquellos tiempos, teníamos todo lo que nece-
302 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

sitábamos, todos éramos ricos, todos éramos buenos. (Infor-


mante tzotzil de S a n Bartolome, en DAUC, s. f.).

Si ahora tienen wayojel m á s débiles, si poseen ch'ulel m á s


pequeños, si disponen de menos k'al que antes, los m01 no tienen
ya la posibilidad de garantizar la seguridad material y la salud físi-
ca y moral de s u entorno familiar, y éste no tiene por qué conside-
rarlos responsables de las calamidades que puedan sucederle. La
desaparición, en diversos grados, de las garantías que el individuo
recibía de los ancianos de s u grupo de ascendencia común, y de
las responsabilidades que atribuía a esos ancianos, h a desarrolla-
do en él u n creciente sentimiento de inseguridad. Ese sentimiento
se expresa sobre todo por el temor oscuro, incesante y generaliza-
do de ser víctima de u n a agresión metafísica. Y ese temor lo incita
a organizar él mismo s u protecciían y s u defensa, y estimula las
vocaciones, por u n a parte, a la magia curativa y, por otra, a la
magia de agresión, vocaciones cuya proliferación es característica
de l a s comunidades m á s proíundamente desorganizadas, como
Chamula y Amatenango.
En esas comunidades, curanderos y brujos cumplen en la ac-
tualidad con ciertas funciones que a n t e s dependían del poder
gerontocrático. E n particular, son ellos los q u e manipulan los
mecanismos de control social. Los curanderos o 'ilol {del verbo 'ilel,
"ver"), aunque nunca recurren a técnicas de adivinación inspirada,
son definidos como videntes, cuya mirada penetra las montañas y
llega hasta los wayojel que las habitan (Favre, 1968: 191-246). Ese
don de ver a los wayojel a fin de asegurarse de que ocupen el lugar
que les corresponde, de verificar si gozan de b u e n a salud o si
están enfermos o heridos, y de diagnosticar -en ese caso- la na-
turaleza del mal que sufren, puede s e r innato o revelado. Los
niños que nacen con dientes o con el cordón umbilical enrollado al
cuello, por ejemplo, son considerados como portadores de las cua-
lidades requeridas en u n curandero, que la educación sólo tendrá
que desarrollar después; pero, e n general, los curanderos sólo
comienzan a ejercer la medicina a edad madura. Lo más frecuente
e s que descubran s u vocación durante u n a crisis familiar que
a m e n a z a l a vida de u n s e r querido. P a r a e n f r e n t a r s e a e s t a
situación, el individuo reacciona interpretando antiguos signos en
Henri Favre 303

10s que verá la revelación de poderes ocultos, o analizando s u s


sueños, e n los que encontrará la enseñanza de técnicas de curación
que habrá de emplear. Una vez pasada la crisis, continuará en la
práctica de la medicina a favor de s u entorno familiar, y si resulta
ser eficaz en s u nuevo papel, s e establecerá s u reputación de 'ilol
en el paraje y a u n se extenderá por toda la comunidad.
Los motivos que llevan a u n individuo a convertirse e n curan-
dero o a ejercer públicamente la medicina son de orden social
más que material. No hay 'ilol a quien cuyo oficio haya enriqueci-
do. E s verdad que los servicios del 'ilol son objeto de una retribu-
ción monetaria, pero ésta no compensa siempre lo que s e deja de
ganar por el tiempo que requieren l a s ceremonias de curación.
En todo caso, ese tipo de remuneración e n efectivo e s menos
importante que la autoridad y el prestigio que reconocen al 'ilol
las familias de los pacientes a los que h a tratado con éxito. Con
frecuencia, s e a n u d a n lazos estrechos entre el 'ilol y s u clientela.
Esos lazos s e expresan e n particular durante las fiestas, a través
de los obsequios de alcohol por parte d e los antiguos enfermos a
favor de quien los curó.
El 'ilol, cuando s e le llama a ver a u n enfermo, se esfuerza desde
el principio por llegar a u n diagnóstico sobre la naturaleza del mal
que padece, estudiando las pulsaciories sanguíneas de la muñeca.
Cuando el doble animal está sano y bien resguardado en el interior
de la montaña, el hombre está sano y s u pulso es fuerte y regular.
En cambio, cuando el doble animal está perdido o herido, el hom-
bre está enfermo y s u pulso e s débil e irregular. Si la herida del
wayojel proviene de alguna caída que haya tenido, el pulso latirá de
cierta manera; si proviene de u n golpe o de la mordida de otro wa-
yojel, el pulso latirá e n otra forma. Cada enfermedad se traduce por
una pulsación particular que el 'ilol tiene que determinar.
Dado que la enfermedad s e considera como la consecuencia de
una infracción al código moral y social o de u n a rupt.ura personal
de la armonía entre el hombre, s u grupo y s u s dioses, el 'ilol trata-
rá de conocer la acción culpable que s u paciente haya cometido.
Con este fin, le hará cierto número de preguntas: ¿se h a peleado
recientemente el enfermo? ¿Se ha mostrado violento, celoso, envi-
dioso? ¿Tiene enemigos? ¿En qué circunstancias los hizo? Así, el
enfermo s e ve llevado a reconocer los pecados que h a n podido ser
304 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

el origen de la enfermedad. Si la enfermedad en efecto h a sido


enviada como castigo por los totilme 'iletik o las divinidades del
winajel, el enfermo tiene muchas posibilidades de sanar, a condi-
ción de que siga u n "tratamiento expiatorio", que rectifique s u
comportamiento, que mejore s u conducta en s u s relaciones con
otro. Recobrar la salud e s ante todo cambiar d e conducta para
conformarse al orden social, moral y divino.
Pero la enfermedad también puede ser producto de u n a agre-
sión dirigida por las divinidades infernales o s u s representantes,
los brujos, a fin de saciar u n a venganza, de satisfacer u n sen-
timiento de celos o de envidia o simplemente de causar u n mal. En
ese caso, la curación depende de la potencia que el 'ilol pueda opo-
ner a la del brujo. Cuando el brujo es poderoso y no hay ningún
indicio que permita identificarlo para tratar de negociar con él las
condiciones del restablecimiento del paciente, l a enfermedad se
agrava y el enfermo no tarda e n morir. La mayoría de las defun-
ciones son consideradas como l a obra de individuos que encarnan
y manipulan l a s fuerzas infraterrestres, pues, como dicen los
tzeltal-tzotziles, "no se muere uno de nada"; con ello se sobreen-
tiende que la muerte nunca es "natural" y que toda muerte es en
realidad u n h ~ m i c i d i o . ~
Después de haber convencido al paciente y a s u familia de la
pertinencia de s u diagnóstico, el 'ilol fija la fecha e n la que se
desarrollará la ceremonia de curación. La complejidad de esta ce-
remonia depende de lo grave de la enfermedad y del grado de in-
quietud de que dé muestras la familia del paciente. En general,
mientras m á s grave e s la enfermedad, m á s elaborados son los
ritos que implica la ceremonia de curación y mayor es el tiempo
que exige s u ejecución. Algunas ceremonias prosiguen durante
varios días y a veces varias semanas consecutivas. Dramatizan
t o d a s ellas el conflicto simbólico e n t r e fuerzas radicalmente
opuestas que tiene lugar en el paciente. Van .acompañadas de
ofrendas de copal, de velas y de dinero, de oraciones, de liba-
ciones de aguardiente y de sacrificios de gallinas. Esos sacrificios

A veces, algunas enfermedades, lo mismo que las heridas accidentaies. se con-


sideran como "naturales"; pero se trata siempre de enfermedades benignas que no
son susceptibles de entrañar la muerte.
Henri Favre 305

son indispensables para obtener la curación de una persona cuyo


wayojel h a sido capturado o cuyo k'al h a sido robado. El 'ilol
inmola u n a gallina y ofrece s u espíritu a las divinidades para que
éstas, a cambio, liberen al doble animal del enfermo y le resti-
tuyan s u ch'ulel (Holland, 1963: 130-131).
Los curanderos conocen exactamente los límites de s u saber y
de s u poder. Cuando el enfermo es presa de u n a enfermedad a la
que tiene pocas posibilidades de sobrevivir, el 'ilol no mostrará
p r i s a a l g u n a p o r p a s a r d e l a f a s e del d i a g n ó s t i c o a l a del
tratamiento. Postergará la ceremonia de curación h a s t a ,que la
muerte sobrevenga o, por el contraria, se manifiesten signos de
mejoría que permitan augurar u n a rápida curación. Esta actitud
es recomendable por el hecho de que el curandero pone en juego
s u prestigio social en cada acto médico que emprende. Si no logra
curar a s u paciente, es susceptible de ser acusado de brujería por
la familia. No sólo perderá s u clientela sino que podrá atraer sobre
si la animosidad del grupo, que encontrará en él a s u chivo expia-
torio. Cuando tienen repetidos fracasos, los curanderos prefieren
desaparecer. Pozas h a señalado que en Chamula, cuando se pre-
senta u n a epidemia violenta contra la cual son impotentes los
recursos de la medicina tradicional, son muchos los 'ilol que se
suicidan envenenándose o bebiendo alcohol hasta que mueren
[Pozas, 1959: 75).
Si bien, en teoría, curandero y brujo se oponen de modo irre-
ductible, pues uno cura las enfermedades que el otro envía, en rea-
lidad siguen íntimamente asociados, cuando no confundidos, en la
mentalidad indígena. Un hombre que sabe propiciar u obligar a las
divinidades del winajel a curar, puede también propiciar u obligar a
los demonios del olometik a enviar enfermedades. Encontramos
aquí de nuevo el carácter ambivalente de la potencia metafísi-
ca: aquelIos que l a detentan o que tienen acceso a ella pueden
utilizarla tanto a favor como en contra de la colectividad. Sin
embargo, existe la creencia de que ciertos individuos han cerrado
un pacto especial con los pukuj del mundo infraterrestre y que a
cambio de u n ch'ulel mayor y de u n wayojel m i s poderoso, han
aceptado embrujar, enfermar, hacer morir: e n breve, cometer
muchas depredaciones contra s u s semejantes. Se trata en particu-
lar de individuos pobres o inválidos que no pueden trabajar. que no
306 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

poseen maíz, ni frijoles, ni tierra, ni ganado, y que tienen, pues,


todas las razones para mostrarse celosos y envidiosos. La primera
consecuencia de esta creencia e s que los tzeltal-tzotziles evitan
adquirir bienes y acumular riquezas, por temor a convertirse e n ob-
jeto d e u n a agresión metafísica por parte de los menos favorecidos.
El brujo, ti'bal o también ak'chamel, "el que envía la enferme-
dad", puede recurrir a tres clases de maleficios: el postlom, intro-
ducción de u n objeto patógeno e n el cuerpo; el komel, robo del
ch'ulel; y el tuch'bil ora, lenta captación del k'al. De los tres, e s sin
d u d a el tuch'bil ora, el "corte de la hora", el que es m á s temido. La
persona a la que el brujo h a "cortado la hora" empieza por debili-
tarse, por desmayarse con frecuencia, por sentir u n estado de fati-
ga continuo que le impide trabajar. Por la noche, sufre de insomnio
y c u a n d o encuentra el sueño, la apresan pesadillas espantosas.
Después desaparece el apetito. Toda ingestión de alimentos provoca
n á u s e a s violentas. Ciertas partes del cuerpo se hinchan y s e hacen
dolorosas. El enfermo enflaquece de día en dja hasta que sucumbe
al cabo de algunos meses, completamente vacío de esencia vital.
La ceremonia de embrujamiento puede tener lugar e n cualquier
sitio y momento. Sin embargo, por razones de seguridad personal,
el brujo la realiza por lo común d u r a n t e la noche, e n u n lugar
desierto, e n el bosque, en la montaña o, simplemente, dentro de s u
casa. Pone e n el suelo agujas de pino a fin de levantar u n a especie
de altar; sobre éste, alinea tres hileras de velas que reproducen los
colores del arcoiris y que prende al mismo tiempo que u n incen-
sario lleno de copal. Entonces empieza a invocar a las divinidades.
Las pone como testigos de los males que le h a n ocurrido. Las invi-
t a a considerar la perfidia y la malignidad d e s u enemigo. Las
implora a fin de que inflijan a l culpable el castigo que amerita.
jQue s u cerebro a r d a como esas velas! iQue s u corazón s e disuelva
como el humo del copal! Si l a s velas y el copal s e consumen de
m a n e r a normal, la oración del brujo s e r á e s c u c h a d a . El brujo
recogerá la cera derretida, las cenizas y las agujas de pino y las
enterrará con u n a madeja de cabellos, algunos recortes de u ñ a s o
algunos pedazos de ropa de s u víctima. Ya sólo tendrá que esperar
los efectos del ritual.
Holland nos h a dejado u n a descripción muy detallada de la ce-
remonia de embrujamiento a la que asistió en el paraje de Nachi-
Henri Favre 3 0 7

tón, e n Larráinzar. El brujo era u n hombre bastante viejo que, d u -


rante los últimos años, había tenido conflictos con diferentes per-
sonas de s u vecindad. En especial tenía u n litigio con u n a de ellas
a propósito de u n trozo de terreno que él reclamaba como suyo,
pero cuya posesión no lograba. E n efecto, el recurso a la magia e s
u n medio para defender, principalmente, los propios derechos a la
vida, a las tierras y a las mujeres, y también para mantener la tra-
dición e n la que s e fundan tales derechos. Sin duda, la brujería
constituye el mecanismo más poderoso de control social e n la ac-
tualidad. Cualquiera que se aparte de la tradición, cualquiera que
aspire a u n nivel superior de vida o a u n modo de vida diferente,
e s neutralizado por ella. Como señala Holland, la brujería funciona
para mantener los elementos m á s tradicionales de la vida indígena
y para impedir la introducción de todo elemento nuevo o extraño
(Holland, 1963: 136); representa uno de los principales sistemas
de defensa de la comunidad en contra de los cambios.
Pero lejos de atenuar los conflictos interpersonales que se pre-
sentan en el seno del grupo, la brujería los agudiza. La actitud del
brujo s u s c i t a u n a reacción violenta por parte de la víctima, d e
modo que la querella inicial, limitada por lo común, degenera e n
lucha abierta e n la que con frecuencia uno de los dos protago-
nistas deja la vida. Si u n hombre ve enflaquecer s u ganado, mar-
chitarse su campo, enfermar a s u mujer y a s u s hijos, s e conside-
rará embrujado. Buscará en s u s recuerdos al pariente o vecino con
el c u a l h a y a p o d i d o t e n e r a l g u n a d i f e r e n c i a y e m p e z a r á a
sospechar que quiere "cortarle s u hora". Si s u s bestias siguen
muriendo, s u maíz y s u s frijoles marchitándose, y empeorando el
estado de los miembros de s u familia, no tendrá m á s recurso que
suprimir al presunto brujo p a r a levantar el maleficio del que s e
cree víctima. Dos ejemplos tomados de nuestro estudio sobre el
homicidio en Chamula (Favre, 1964) pueden ilustrar este aspecto
de la brujería.

31 de enero de 1958. Dominga Hernández Kiribin vivía en Las


Ollas, 'en u n a pequeña casa aislada. Había estado c a s a d a ,
pero como no diera hijos a s u marido, éste la abandonó tras
algunos años de vida común. Además, a pesar de s u s setenta
a ñ o s , vivía sola, cultivando u n huertecito y vendiendo l a s
308 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

piezas de alfarería que fabricaba. Dos sobrinos suyos habita-


ban en el mismo paraje, pero ni ella los visitaba ni ellos tam-
poco a ella. Por lo demás, no frecuentaba a nadie y limitaba
s u s relaciones al mínimo exigido por las conveniencias.
Ahora bien, u n día los vecinos s e dieron cuenta de que
Dominga h a b í a desaparecido. Como l a p u e r t a d e la c a s a
estaba abierta, comprobaron que en el interior reinaba u n
gran desorden. Se avisó al m02 de L a s Ollas, quien movilizó a
la población del paraje para recorrer los bosques cercanos,
pero no s e encontró ninguna huella de Dominga. Sin embar-
go, al parecer, u n tal Domingo Gómez Kokis s e comportó de
manera extraña durante la búsqueda. Interrogado por el mol,
reconoció haber matado a Dominga, y denunció como cóm-
plices suyos a Lorenzo y Pascual Hernández Kiribin, sobrinos
de la víctima.
Dos años a n t e s , los dos hijos de Domingo habían caído
enfermos. El 'ilol al que consultb declaró q u e s u s jóvenes
pacientes estaban embrujados y que el brujo que les había
enviado la enfermedad era demasiado poderoso para ser com-
batido eficazmente. Así pues, los dos niños murieron. Al a ñ o
siguiente, el padre y la madre de Domingo enfermaron d e
gravedad. Lo mismo que la vez anterior, el 'ilol no curó a s u s
pacientes, pero determinó por el pulso de los moribundos al
autor de los maleficios. "Es Dominga la q u e lanzó u n embrujo
sobre toda t u familia", le dijo a Domingo.
Algunos meses m á s tarde, la mujer de Domingo murió y el
propio Domingo empezó a sentir los síntomas del mal que s e
había llevado a toda s u familia. Visitó entonces a Pascual y a
Lorenzo. La mujer de Pascual estaba en la agonía. Uno de los
hijos de Lorenzo tenía calentura. Domingo les contó lo que el
'ilol le había dicho. "Su tía es u n a bruja; jhay que matarla
antes de q u e nos mate a todos!" Lorenzo s e negó a asociarse
en el asesinato; pero después, al empeorar el estado de s u
hijo, aceptó unirse a Pascual y a Domingo.
Los tres hombres s e encontraron, pues, al atardecer, en
casa de Domingo y esperaron la noche bebiendo aguardiente.
Hacia l a s veintitrés h o r a s , s e dirigieron silenciosamente
hacia la casa de s u víctima. Estaba abierta. Dominga dormía.
Domingo le pasó u n a cuerda por el cuello y la arrastró varios
metros. Durante ese tiempo, Pascual y Lorenzo cavaron u n a
fosa detrás de la casa para enterrar el cuerpo.
Henri Fa~lr-e309

2 2 d e o c t u b r e d e 1958. Al l e v a n t a r s e el mol d e
Tzontehuitz hacia las cuatro de la mañana de ese día, encon-
tró ante s u puerta un niño de unos diez años que parecía
aterrorizado. Lo hizo entrar en su casa y le dio atole para re-
confortarlo. El niño contó entonces que hacia las once de la
noche toda s u familia había sido masacrada y s u casa
quemada a n t e s u s ojos. Él habia podido escapar a los
asesinos escondiéndose detrás de una olla de maíz y huyen-
do después a través de los campos. Dio el nombre de los cul-
pables, a los que había reconocido: Manuel Díaz Kusket
(veinte años), su cuñado Domingo B. y un amigo de los pre-
cedentes, Domingo A.
El m01 pidió inmediatamente a los habitantes del paraje
que capturaran a esas tres personas; sorprendidas en s u s
casas, no ofrecieron resistencia alguna. Después, el mol fue
al lugar del crimen. En el emplazamiento de la casa de Pedro
Díaz Kusket no habia más que un montón de cenizas, entre
las que se encontraron algunos huesos medio calcinados:
eran los restos de las víctimas: Pedro Díaz Kusket (cincuenta
y seis años), su mujer Catarina Díaz Teltuk (cincuenta y cua-
tro a ñ o s ) , s u s hijos J u a n (quince años), Dominga (trece
años), Pascuala (nueve años), Rosa (cuatro años) y un infante
que por no haber sido bautizado carecía de nombre.
En Bohom, Manuel Díaz Kusket, el principal acusado,
explicó que, algunos meses antes, s u padre y s u madre
habían muerto de un mal extraño, con pocos días de interva-
lo. El 'ilol al que se había hecho venir declaró que un malefi-
cio había caído sobre ellos, pero que no podía descubrir al
culpable. Manuel fue entonces a Mitontic, donde vivía un 'ilol
famoso. Después de haber quemado los cirios y haber bebido
una botella de aguardiente, el 'ilol descubrió que la enfer-
medad que había provocado la muerte de los padres de
Manuel habia sido enviada por Pedro Díaz Kusket. Aconsejó
a Manuel que tuviera cuidado, porque Pedro preparaba otro
maleficio en contra suya, y Pedro tenía fama de ser él.mismo
u n 'ilol poderoso.
A s u regreso a Tzontehuitz, Manuel confió a su amigo
Domingo A. y a s u cuñado Domingo B., s u intención de
matar a Pedro para no reunirse con sus padres en la tumba.
Al principio, ambos le negaron s u colaboración. Después,
Domingo A. recibió cincuenta pesos, y Domingo B. aceptó
3 10 Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil

ayudar a s u cuñado para no tener s u muerte en la concien-


cia, en caso de que el nuevo maleficio de Pedro se lo llevara,
pero a condición de no participar de modo directo e n el
asesinato. Los tres hombres maduraron largamente s u plan:
emborrachar primero a la víctima y después quemar la casa
para hacer creer que había ocurrido u n accidente.
La noche del 21 de octubre, Domingo B. se presentó en
casa de Pedro con u n barrilito de aguardiente. "Me voy a las
fincas -le dijo-, ¿quieres festejarlo conmigo?" Al quedar
vacio el barrilito, Domingo B. se levantó y pretendió ir e n
busca de otro. Se dirigió a la casa donde Manuel y Domingo
A. lo esperaban bebiendo. "Ya pueden ir -les dijo-, Pedro y
s u mujer están borrachos". Y entró a acostarse.
Manuel, armado con u n a carabina, y Domingo A., con u n
machete, p e n e t r a r o n entonces e n c a s a de s u s víctimas.
Manuel descargó s u arma sobre Pedro, -que yacía en el suelo
e n u n e s t a d o de inconciencia producido por el alcohol.
Domingo A., después de haber cerrado la puerta trasera para
que nadie pudiera escapar y dar la alarma, se encarnizó con
el resto de la familia. Realizado el crimen, los dos hombres
pusieron fuego a l a s cuatro esquinas del techo de paja y
esperaron a que la casa se derrumbara bajo las llamas antes
de volver a s u s casas. No se dieron cuenta de que uno de los
hijos de Pedro los observaba a través de los tallos de maíz.

En la comunidad de Chamula, de los sesenta y tres homicidios


que hubo entre 1956 y 1960, diecinueve tuvieron como causa
directa o indirecta la brujería. En Amatenango s e produce un
homicidio c a d a d o s m e s e s e n p r o m e d i o . Lo mismo q u e en
Chamula, gran número de esos homicidios tiene por objeto levan-
tar u n maleficio que según se considera la víctima lanzó sobre el
asesino o s u familia (DAUC, S. f.). Esas cifras traducen el grado de
inseguridad en que viven los tzeltal-tzotziles, privados del marco
que les ofrecía la organización en clanes y linajes, y de la protec-
ción que les aseguraban, en el seno de esta organización, los
ancianos vivos (los mol) o muertos (los totilme 'iletik).

Cambio y continuidad entre los mayas de México. Contribución al


estudio de La situación colonial en América Latina, pp. 257-276.
Hechicería, nagualisma y control social
en Tenejapa, pueblo tzotzil

Hechicería
Hay personas en Larráinzar que son tenidas por servidoras de las
fuerzas del mal. Los que tienen relaciones con los dioses de la
muerte dejan de ser hijos de Dios porque s u espíritu pertenece al
pukuj. A cambio de hacer u n pacto para servir a las fuerzas del
mal, el brujo (ak' chamel, "el que arroja la enfermedad") recibe
conocimientos mágicos y poderes ocultos con los que daña a otros;
se transforma en u n facsímil humano del pukuj y, en adelante, las
actividades de ambos son complementarias.
Aunque los brujos sirven a las fuerzas del mal y h a n hecho u n
pacto con el pukuj, de hecho manejan a todas las diversas clases
de deidades. E n la misma oración invocan a varios dioses del
cielo, de la tierra, del mundo inferior y a los dioses del linaje y a
los ancestrales.
Se cree, generalmente, que las personas se transforman en bru-
jos por alguno de los siguientes métodos: algunos indios explican
que el pukuj seduce subrepticiamente a las mujeres dormidas y que
el resultado de estas uniones son los brujos por naturaleza. Otros
creen que el pukuj introduce secretamente algunas gotas de s u san-
gre e n las venas de los niños, y cuando éstos crecen se convierten
en brujos. Muchos tzotziles sostienen la opinión de que los niños,
destinados a convertirse en brujos, no comienzan a serlo sino hasta
la edad de trece años. A esa edad empiezan a dar varias pruebas de
s u poder; cuando están solos en las montañas toman una roca y
comienzan a rezar; si tienen u n poder sobrenatural, la roca se
rompe repentinamente en cuatro pedazos. Después de tener éxito
en la primera prueba, la segunda consiste en rezar frente a unos
pinos; si los árboles se secan rápidamente y mueren, el candidato
alcanza este nivel de poder y pasa entonces a la siguiente prueba,
3 12 Hechicería, nagualisrno y control social

que consiste e n rezar frente a u n a mula. Si después de hacerlo,


la mula muere, la prueba siguiente y definitiva consiste en dirigir la
atención hacia u n ser humano. Se elige una víctima y se ofrecen las
oraciones; si la muerte es nuevamente el resultado, es obvio que
tales individuos tienen poder suficiente para ser brujos y para ser-
vir a las fuerzas del mal.
Los tzotziles creen que los poderes ocultos y misteriosos de la
hechicería y de la curación se adquieren con frecuencia por medios
muy similares. En ambos casos el ser sobrenatural revela s u s
conocimientos secretos y dota de s u s poderes ocultos a u n indivi-
duo en s u s sueños. Si u n individuo será curandero, tiene u n
sueño en el que los dioses ancestrales de s u montaña sagrada
sacan a s u animal compañero de su lugar y lo llevan a s u s habita-
ciones especiales, donde le revelan los rituales curativos y los tra-
tamientos para varias enfermedades. El futuro curandero aprende
a tomar el pulso, a construir el altar para la curación, cuáles han
de ser las velas adecuadas, el incienso, las hierbas empleadas para
cada enfermedad, cómo pasar la gallina y cómo dirigirse a los dio-
s e s en la oración. Se le da a cada curandero u n a fórmula curativa
diferente. Cuando los dioses benévolos terminan de instruirlo, se
le ordena pasar al cuarto siguiente, atravesándolo sin detenerse, y
regresar directamente a su lugar correspondiente. En este cuarto
hay varios dioses ancestrales malignos sentados alrededor de una
mesa, sobre la que están unas bebidas en botellas de varios colo-
res; al pasar, lo invitan a sentarse a la mesa y a beber u n trago. Si
sucumbe a la tentación, en lugar de pasar por el cuarto sin dete-
nerse como se le había ordenado, aprende entonces a enviar la
enfermedad tanto como a alejarla.
Las personas que tienen propensión a la epilepsia poseen,
según se cree, poderes extraordinarios para perjudicar a otros.
Cuando una persona cae al suelo arrebatada por movimientos con-
v u l s i v o ~y pierde el conocimiento, se considera que las fuerzas del
mal están haciendo a s u animal compañero u n a prueba de s u
fuerza, Si el individuo sobrevive a este acceso tiene, según se
supone, poderes de brujo y por tanto debe ser temido.
En la mente de los indios, aquellos que poseen poderes sobre-
naturales tienen. dos caras porque, en s u forma de pensar, la cura-
ción y la hechicería están íntimamente relacionadas. Según esta
Willium R. Hollund 3 13

lógica, cualquiera que sepa cómo tratar una enfermedad también


debe saber cómo fue enviada. De ahí que la típica actitud hacia el
curandero sea tan ambivalente y consista en una mezcla de respe-
to y temor. Por u n lado, los curanderos que tienen mucho éxito y
que poseen, según s e cree, u n a gran sabiduría esotérica, gozan de
u n a posición muy reverenciada y favorecida en la sociedad tzotzil.
Cuando llegan al mercado dominical, en el centro del pueblo, los
que h a n sido curados por ellos y los que necesitan tratamiento, les
demuestran s u gratitud ofreciéndoles aguardiente y chicha, que
constituyen l a s principales retribuciones d e la profesión. Los
curanderos suelen ser tratados con gran respeto, pero mientras
más poderosos son, más miedo y aprehensión siente ante ellos el
hombre del c o m ú n , quien teme que p u e d a n , repentinamente,
hacer mal uso de s u gran sabiduría y dañarlo con s u s hechizos. E s
muy peligroso el desagradar o provocar a una persona semejante,
pues las consecuencias pueden ser fatales.
Se cree que los naguales de los brujos son los poderosos dioses
de linaje que ocupan los lugares más altos de la montaña sagrada,
y simbolizan a los espíritus de los ancianos que castigan a s u s
inferiores cuando rompen las tradiciones sagradas.
La naturaleza de los choques y tensiones e n l a s relaciones
humanas, que son los supuestos motivos básicos de la hechicería,
e s fundamentalmente económica y social. Por regla general s e
piensa que u n hechicero (biktalo'on, "corazón pequeño, envidioso")
es pobre; no tiene maíz ni frijol para comer, ni tierras ni animales
para sostenerse; en consecuencia, tiene la mejor raz8n para envi-
diar a los que, por s u rango, son ricos y saludables. Como resulta-
do, muchos tzotziles creen que el adquirir propiedades y alcanzar
éxitos económicos puede hacer de ellos u n objeto de hechicería por
parte de Pos que tienen menos bienes. Para evitar este castigo, tra-
tan, con frecuencia, de malgastar el pequeño exceso que produce
s u economía de subsistencia tomando una parte m á s activa e n el
sistema d e fiestas, convirtiéndose frecuentemente e n alférez y
patrocinando las celebraciones de los santos.
La venganza por medio de la hechicería es también una solu-
ción a los conflictos que surgen en relación con los derechos a las
mujeres, con la herencia y el uso de las tierras, con el control de
los animales que invaden y destruyen los campos, con las tensio-
3 14 Hechicería, nagualisrno y control social

n e s que resultan de las orgías semanales y con otros problemas


intergrupales. La amenaza de hechizo también actúa como u n con-
trol social e n las relaciones intergrupales. Quienes tratan de adop-
tar las formas de vida ladinas, tales como montar a caballo y usar
ciertas ropas, e n c u e n t r a n freno e n e s t a eficaz forma de control
social. El que espera estar a salvo del hechizo no se permitirá el
enriquecimiento excesivo, debe respetar los derechos de s u s veci-
n o s y no alterar ni negar, e n ninguna forma, s u herencia cultural y
social indígena al no participar completamente e n las tradiciones y
e n el espíritu de la vida tzotzil. La hechicería, entonces, funciona
p a r a m a n t e n e r l a s p a u t a s m á s conservadoras de la vida tzotzil
contra cualquier posible intromisión de nuevas pautas, y constitu-
ye, por lo tanto, u n a fuerte barrera contra el cambio cultural y la
introducción de ideas modernas.
E n la sociedad tzotzil, el amplio u s o que s e hace del alcohol
proporciona u n a salida directa para las agresiones entre los indivi-
d u o s y para las hostilidades resultantes de los problemas y a men-
cionados; esto encuentra con frecuencia s u expresión e n la vio-
lencia que, por lo general, ocasiona heridos e incluso muertos. Sin
embargo, cuando los mismos sentimientos se expresan en térmi-
nos de hechicería, s e consigue la misma liberación emocional con
resultados menos dañinos; de esta manera, la hechicería funciona
p a r a proporcionar u n a liberación emocional a la agresión que, de
otra manera y e n muchos casos, podría expresarse en consecuen-
cias m á s destructivas. Para los indígenas, la realidad de la hechi-
cería e s indudable, y u n a amenaza abierta provoca frecuentemente
drásticas medidas preventivas, como queda manifiesto en la histo-
ria d e Sebastián Hernández relatada por u n indio de Larráinzar:

Un día, la abuela de Sebastián cayó enferma y él fue a bus-


car a Lucas Ruiz, el curandero. Lucas pidió u n a gran canti-
dad de aguardiente para la curación, que Sebastián hizo todo
lo posible por conseguir. Cuando comenzó l a curación y
todos los presentes estaban bajo la influencia del alcohol,
Sebastián decidió invitar a s u suegro, J u a n González, para
que asistiera a la curación. J u a n notó que s u yerno estaba
borracho y se comportaba mal, y amenazó con hechizarlo si
continuaba. Cuando Sebastián oyó esto sacó s u machete y
dijo: "si me vas a mandar u n a enfermedad, hazlo de u n a vez
Williarn R. Holland 3 15

ahora", y con u n tajo de s u machete decapitó a J u a n ; Lucas


trató de intervenir y, con u n segundo tajo, Sebastián le abrió
la cara a Lucas. Dándose cuenta de lo que había hecho, huyó
hacia l a s montañas. Ahora vive e n S a n ~ua/del Bosque,
municipio vecino.

Se atribuye a los hechiceros tzotziles, como a los dioses ances-


tros d e los quichés e n la cima de las montañas sagradas de Haca-
vitz-Chipal, el poder d e ver a grandes distancias y a través de l a s
montañas, para conocer todo lo que sucede e n los cuatro rincones
del m u n d o (Goetz y Morley, 1950: 168). Cuando u n hechicero tzo-
tzil decide mandar el pos lom por el aire, s e detiene a gran distan-
cia y b u s c a a la persona o a s u animal compañero; u n a vez locali-
zada s u víctima, el hechicero reza y pide que la víctima s e a ataca-
d a por la enfermedad de la siguiente manera:

Un fuego amarillo de locura,


u n fuego verde de locura,
u n a locura transmitida por avispa,
u n colibri, nueve colibríes,
conviértanse en locura,
mariposa verde en el aire,
mariposa amarilla en el aire,
niebla blanca,
niebla roja,
arco iris blanco,
arco iris rojo,
e n medio de s u cabeza,
en medio de s u frente,
en medio de s u corazón blanco,
en u n a hora,
en media hora,
que se vayan como u n a niebla,
que se vayan como u n a mariposa,
u n dolor, nueve dolores,
fuego ~ e r d de
e locura,
colibrí blanco en el aire,
colibri verde en el aire,
u n cohete, nueve cohetes,
que sea como cohete,
3 16 Hechiceria, nagualismo y control social

que sea como niebla,


una mariposa en el aire,
que penetre en medio de s u cabeza,
en medio de s u frente,
en medio del corazón blanco,
en el corazón amarillo,
causándole u n dolor, nueve dolores,
que le venzan u n a vez, que le venzan nueve veces.*

Cuando el hechicero termina s u oración, sopla para enviar con


s u s labios el pos lom a s u víctima.
Las plantas y las ramas, abandonadas e n los senderos de las
montañas, son también peligrosas portadoras de malos aires y de
p o s lom, pues a veces, cuando u n curandero h a terminado s u s
curaciones en u n a choza indígena, lleva consigo las plantas que
usó en la ceremonia y las deja en medio de u n sendero en la mon-
taña, con la suposición de que contienen la enfermedad de la que
s u paciente está recién exorcizado; de tal manera, si otro individuo
las pisa accidentalmente y se corta con ellas el pie, hasta que se le
hinche e infecte, el pos lom que causó la enfermedad del primer
individuo habrá pasado al segundo.
Los tzotziles piensan que las ramas abandonadas en los caminos
de las montañas pueden ser también u n a peligrosa fuente de pos
lom; como casi todos los indios andan descalzos, s e cuidan mucho
de estas ramas abandonadas y frecuentemente se toman grandes
trabajos para evitarlas. Muchos hechiceros embrujan las ramas y
las dejan en lugares visibles, destinadas a s u s enemigos.
Muchos indígenas e s t á n convencidos de que los brujos los
cogen desprevenidos cuando están comiendo y , especialmente,
cuando están bebiendo y s u s sentidos s e hallan embotados por el
alcohol; el brujo espera el momento oportuno para arrojar el pos
lorn en la comida o en la bebida del individuo que no está en guar-
dia. Posiblemente los momentos m á s peligrosos en los que esto

* N. ed. Oraciones grabadas en tzotzil, en Larráinzar. traducidas por Pascua1


Hernández en 1960. según el autor. He omitido el texto en tzotzil, que aparece en el
original. a fin de no entorpecer una lectura ágil como ésta: pero sobre todo porque
s u expresión en tzotzil es irrelevante para el objetivo de la antología. así como para
el propio análisis que el autor pretende en s u obra.
William R. Holland 3 17

puede suceder son los de una fiesta o los de la inevitable orgía que
sigue al mercado dominical en Larráinzar, pues es entonces cuan-
do la gente pierde s u habitual reserva con el alcohol y, por la
tarde, cuando la borrachera cunde, surgen peleas y pendencias de
toda clase. Nadie puede estar nunca seguro de quién es u n brujo
al que ocasionalmente pueda ofender en s u ebriedad y del que
pueda ser fácil víctima y ser infectado por el pos Zom colocado en
su aguardiente o en s u chicha.
Es bastante extendida la creencia de que los brujos arrojan ani-
males a s u s víctimas; estos animales pueden ser culebras, sapos,
ranas, gusanos, perros, puercos, ratas, lagartijas, armadillos o
marmotas, que son enviados mediante oraciones como la siguiente:

Trece diablos,
trece dioses de la muerte,
u n a culebra amarilla,
u n a culebra verde,
u n a vez las mando,
nueve veces las mando,
u n a culebra pintada,
nueve culebras pintadas,
u n a culebra de cuatro narices,
nueve culebras de cuatro narices,
u n a culebra de cola negra,
nueve culebras de cola negra,
u n a ponzoña,
nueve ponzoñas,
trece veces las llamo,
nueve veces las llamo,
u n a vez las preparo,
nueve veces las preparo,
u n a vez las arreglo,
nueve veces las arreglo,
para que s u s dolores
y s u s ardores
penetren nueve veces
en el cuerpo de fulano,
sagrado apóstol, patrón mío.*

* N. ed. Idern.
3 18 Hechicería, nagualismo y control social

Las víctimas de este tipo de hechizos experimentan, en primer


lugar, agudos dolores e n el estómago, que s e transforman más
tarde en trastornos más serios, hasta llegar a la muerte. Se piensa
que los tumores se deben a animales enviados mágicamente, por-
que, al abrirse aquéllos, la forma confusa de s u contenido sugiere
la de esos animales. Cuando una mujer embarazada tiene u n abor-
to durante las primeras etapas de la gestación, se cree que, por la
forma del feto, ha llevado dentro de sí u n animal que sustituyo al
feto humano debido a u n hechizo o al pukuj.
Se piensa comúnmente que los brujos suelen poner cabellos en
la garganta o en el estómago de s u víctima, causándole el estran-
gulamiento y la muerte con u n dolor agudísimo en los intestinos.
Hasta los animales domésticos, como los caballos, las vacas, los
becerros, los borregos y las gallinas, son susceptibles de hechice-
ría. Hace algunos años murieron muchos borregos, propiedad de
los chamulas, a causa de unos gusanos que los atacaron, enquis-
tándose e n s u s cabezas; e n seguida se dedujo que la gente de
Tenejapa era responsable de esta plaga porque los chamulas les
habían vendido demasiado caras s u s chamarras. Para vengarse de
esta injusticia, la gente de Tenejapa puso mágicamente los gusa-
nos en las cabezas de los borregos, causando la muerte de muchos
animales.

Nagualismo
Las inseguridades e inquietudes de la vida tzotzil encuentran su
expresión en el nagualismo. De acuerdo con la creencia quiché
prehispánica (Goetz y Morley, 1950: n. 841, los ancianos que son
brujos aparecen ante s u s enemigos convertidos en diversos anima-
les o en fenómenos naturales. Para los indígenas, estas formas son
la representación de los brujos mismos o los fenómenos que ellos
controlan directamente. Los animales naguales más comunes son
el águila (ich'in), el zopilote rey (ua'kos), el colibrí (tsunun), el paja-
ro carpintero (ti'), dos tipos de búho (k'ush k'ush y shoch), el grillo,
la mariposa, la paloma y casi todos los tipos de animales domésti-
cos, como vacas, caballos, cabras, puercos, perros, etcétera.
Cualquier animal que aparece por la noche, y especialmente los
William R. Holland 3 19

que emiten sonidos peculiares como el búho y el colibrí, son capa-


ces de despertar el terror entre los tzotziles, como lo hacían entre
los mayas de Yucatán (Redfield y Villa Rojas, 1934: 2 10-2 11; Villa
Rojas, 1945: 157- 158), pues s u s chillidos a ú n se interpretan como
presagios de muerte, tal como en los tiempos prehispánicos cuan-
do los indios los tomaban por mensajeros de los dioses de la muer-
te (Morley, 1956: 200).
Se considera que los naguales mas poderosos son los fenóme-
nos n a t u r a l e s . Los brujos aparecen como remolinos de viento
(sutum ik), bolas coloradas de tierra incandescente (pos lom), que
en s u s formas más aterrorizantes s e reúnen en la formación del
arco iris (waklebal) y cometas. Los cometas están en el cenit de la
jerarquía del poder nagual, porque hacen los vuelos más altos e n
el cielo, y de ahí que sean los brujos mas temidos.
Por la noche los naguales abandonan las -montañas sagradas
para vagar por las otras y atrapar a s u presa. Pueden dañar al ani-
mal compañero de s u enemigo con pos lom, lo que puede causar a
s u contraparte humana alguna enfermedad; pueden también asus-
tar o herir al animal compañero, haciéndolo permanecer solo en las
montafias, lejos de la protección de s u grupo, por lo que s u contra-
parte humano sufrirá, al mismo tiempo, por la pérdida de s u espíri-
t u y caerá enfermo. Los naguales intentan también comerse al ani-
mal compañero y si lo consiguen matan así a la persona.
Para transformarse en nagual, el hechicero realiza u n a ceremo-
nia sagrada durante la cual coloca, e n una tabla, velas de diversos
colores y las enciende junto con copal, como ofrenda a los dioses;
s e dirige primero a los dioses del cielo pidiéndoles permiso para
transformarse en u n a oveja feroz o e n u n perro negro, y para volar
entre el aire y las nubes como si fuera u n listón de seda. Con s u s
gritos t r a n s m i t e enfermedades y fiebres -nueve veces, trece
veces- que cubren a s u enemigo penetrando hasta el centro de s u
cabeza y de s u esqueleto, hasta las coyunturas de s u s huesos y de
s u s músculos. Se dirige entonces a los dioses de linaje que ocupan
los más altos niveles de la montaiia sagrada de s u enemigo y que
s e transforman e n mariposas y en otros naguales. El hechicero los
propicia con copal y velas para que envíen enfermedad y fiebre e n
forma de u n a mariposa blanca a través de las n u b e s , h a s t a el
segundo y tercer nivel de la montaña sagrada, abajo de la cruz.
320 Hechicería, nagualisrno y control social

Finalmente se dirige a los dioses de la tierra y repite s u peti-


ción, transformándose en una oveja oculta en las nubes opacas, en
u n remolino de viento y en u n a mariposa. Bajo la forma de u n
búho o de u n zopilote rey, arroja al animal compañero de s u ene-
migo de la montaña sagrada hacia u n a muerte segura, abajo.
Finaliza s u oración pidiendo perdón y agradeciendo a Jesucristo y
a los dioses del cielo por el favor concedido.
Cuando alguien cae enfermo piensa generalmente que s u s aflic-
ciones tienen origen en rituales mágicos, como el que acabamos de
describir. El caso de Andrés Hernández es característico de esta
forma de pensar:

Andrés Hernández era principal de principales e n el paraje de


Tibó. Un día fue, como siempre, a s u trabajo e n la milpa,
pero como a las once de la mañana se. sintió repentinamente
enfermo, con u n a fiebre tremenda, y tuvo que regresar a casa
con s u s hijos. Cuando s u esposa lo vio, le preguntó lo que
habia pasado, pues cuando salió estaba perfectamente bien.
Tomando aliento, él reflexionó por u n momento y entonces
sentenció que s u animal compañero habia sido echado del
sitio que ocupaba en el más alto lugar de la montaña sagrada
y, al caer en el suelo, s e había roto en pedazos. S u esposa le
suplicó en vano que la dejara mandar por u n curandero para
que salvara s u vida, pero él sabía que s u fin estaba próximo
porque u n viejo enemigo, que era competidor suyo por la
posición más alta, había logrado, por fin, vencerlo. Sin hacer
caso de esta objeción, uno de s u s hijos trajo a u n curandero,
u n tal Agustín Díaz. Este le tomó el pulso inmediatamente y
sentenció: "Andrés, estás vencido, sin embargo, haré lo que
pueda para salvarte". Los hijos de Andrés trajeron plantas
para construir el altar y Agustín empezó inmediatamente s u s
oraciones. Mientras rezaba oyó u n ruido, como s i alguien
hubiera tirado agua desde el techo de la choza, y dijo que esa
era la prueba de que el nagual de Diego estaba ahí, esperan-
do para llevarse el espíritu de Andrés; éste s e dio cuenta de
que todo había terminado y que no le esperaba más que la
muerte, que tuvo lugar poco después.

De los hechiceros que practican esta forma de brujería se sabe


que h a n relatado cómo algunas veces s e h a n transformado en
algún animal y volado por el aire, en misión contra u n enemigo.
En Larrginzar como entre los tzeltales de Oxchuc, y probabIemente
entre los antiguos mayas, estos hombres, en s u mayoría curande-
ros y principales, encontraron algunas veces u n a muerte violenta
(Villa Rojas, 1947: 586). A propbsito, he aquí la historia de Agustín
Hernández:

Agustín Hernández era u n famoso curandero del paraje de


Tibó. A pesar de ello, la gente pensaba que se transformaba
en u n a feroz oveja negra, noche t r a s noche, y que andaba
embrujando a los vecinos y a s u s animales compañeros.
Cada vez que la oveja aparecia, Agustín estaba ausente y esto
dio a todos u n a seguridad de que era él. Le advirtieron varias
veces y llegaron a amenazarlo con disparar a la oveja si no
dejaba de hacerlo, Prometió no repetirlo. Una mañana salió
de c a s a p a r a cortar leña e n l a s montañas. No regresó a
comer a2 mediodía y, hacia las cinco de la tarde, u n pájaro
carpintero se detuvo cerca de s u choza y ernitiá s u sonido
peculiar. (Se cree que el pájaro carpintero e s u n mensajero
que avisa a los miembros de la familia cuando algo sucede al
jefe.) Cuando s u esposa lo oyó, se quedó muy preocupada,
pensando en el estado d e s u marido que a ú n no habia regre-
sado. Esperó toda la noche, y al día siguiente fue a avisar al
hermano de Agustin, Pablo. Pensaron que probablemente
habia ido a curar, pero no era muy posible porque él tenía la
costumbre de avisarle siempre antes de ir. Decidieron que si
no aparecia e n la tarde, saldrían a buscarlo. No regresó y
reunieron u n grupo de parientes p a r a salir e n b u s c a de
Agustín. Fueron al lugar donde había ido a trabajar y ahí lo
encontraron muerto por u n a bala de escopeta y despojado de
casi todas s u s pertenencias. Poco después se oyó el lamento
de u n jaguar e n la cima de la montaña sagrada de Palrnvits,
y fue explicado como emitido por el animal compañero de
Agustín Hernandez que en esos momentos se reunía con s u
dueño en la muerte.
Se comprendió que el motivo del asesinato habia sido la
extendida fama que Agustín tenía de convertirse en una oveja
negra y dafiar a s u s enemigos.
322 Hechicería, nagualkrno y colitrol social

Cortar la hora
La mas temible forma de la brujería practicada por los tzotziles se
conoce como "cortar la hora" (tuch'bil ora), cuyo resultado inevita-
ble es, según se cree, u n a muerte de lenta agonía. Cualquier lugar
privado es adecuado para la realización del ritual necesario; algu-
n a s veces se hace en casa y en presencia de la familia del hechice-
ro, pero éste debe mantener oculta s u identidad, pues, si s u vlcti-
m a descubre quién h a maldecido s u vida, puede matarlo para sal-
varse. Generalmente el ritual se lleva a cabo cuando el hechicero
está solo y bajo el manto de la noche para no ser descubierto; un
lugar oscuro en las montañas, la orilla de un río o el sendero más
frecuentado por la víctima, son los lugares usuales. Más comunes
a ú n son las supuestas moradas de los poderosos seres sobrenatu-
r a l e s -un charco, u n cementerio, u n a cueva o u n a montaña
sagrada-, y la gente que h a visto los restos de pequeñas velas de
colores ante las imágenes de los santos, piensa que el ritual se
realiza a ú n e n la iglesia del pueblo.
Los métodos usados para cortar la hora son muy variados; la
cantidad de velas y el tamaño de las mismas varían según las pre-
ferencias del brujo, las deidades que invoque y la prisa que tenga
e n alcanzar el efecto deseado. E n promedio, t r e s docenas de
pequeñas velas, la mitad de ellas cortadas en tres pedazos, se
emplean para este ritual; se usan casi siempre las de color blanco,
negro, verde, rojo y naranja, que simbolizan los colores de los dio-
s e s de la tierra, pero el hechicero generalmente trata de incluir
todos los colores del arco iris. Cuando las velas están cortadas y
listas, son cuidadosamente colocadas en hileras a lo largo de una
o dos tablas. El copal, el aguardiente y algunas ramas de pino son
necesarios para el ritual.
C u a n d o el b r u j o h a terminado de arreglar y de encender
todas las velas, comienza a rezar. Las velas blancas y el incienso
s o n ofrendas a los dioses del cielo; las velas de color represen-
t a n los distintos tipos de pos lom que el brujo pide que sean
enviados a la victima, ya sea aisladamente o todos juntos en el
arco iris. E n la oración, el brujo relata el daño que la victima le
hizo y pide a. los dioses del cielo, a los dioses de la tierra y de 10s
cuatro puntos cardinales, y a los dioses del linaje y ancestrales,
u n castigo para estas acciones. Si las velas s e consumen bien,
significa que la ofrenda h a sido aceptada por los dioses y que el
favor será concedido; cuando las velas se extinguen al final de la
ceremonia, el brujo suele enterrarlas como símbolo de s u s ene-
migos. Algunos llevan a ú n más lejos esta forma de magia simpá-
tica, sepultando u n poco de carne o u n mechón de cabello de la
persona o u n a prenda de s u vestido, completando así el rito al
incluir algo muy apegado a s u espíritu y a s u vida.

Medicina y magia en Los Altos de Chiapas, pp. 132- 148.


Envidia, capricho y control social zapoteco

PhiZipe Adams Dennis

Motivación del litigio: capricho. Un caso


de "ética de las circunstancias"

La culpa de los incidentes del litigio siempre se atribuye al bando


contrario. Generalmente se supone que los motivos subyacentes
del enemigo son la envidia por la tierra, pero s u s motivaciones
inmediatas se resumen bajo la idea general del "capricho".
En este sentido, el capricho parece significar u n a terca nega-
ción a reconocer y someterse a normas apropiadas de conducta. Si
uno sabe dónde está la frontera, por ejemplo, entonces ¿qué s e
propone al atravesarla para ir a trabajar del otro lado? Sólo puede
tratarse de u n capricho. Se afirma que los pueblos tienen capri-
chos de la misma manera que los individuos. La grosera y a veces
violenta conducta de los borrachos, por ejemplo, s e define como u n
capricho.

Un capricho quiere decir muchas cosas. Por ejemplo, valen-


tía. Él sólo quiere ser el león. Como u n borracho necio, que a
l a fuerza quiere que vaya uno con él. Con los pueblos e s
igual. Les hablan cuantas veces. y no entienden. Sigue el
capricho. Hasta que los matan. Es como u n perro que tiene
la rabia, hasta que los matan, allí pára el capricho. (Fuente
directa: 1. G. de Arnilpas, 28 de febrero de 1971.)

El capricho es, pues, lo opuesto a la coexistencia pacífica, a la


clase adecuada de relaciones armoniosas. El capricho implica una
falta de comprensión, una falla de la capacidad de razonamiento. A
veces, los informantes dicen que debido a que s u s contrincantes
actYan por puro capricho e s imposible entenderlos. Una carta
3 2 6 Envidia, capricho y c ~ n t r o social
l zapoteco

enviada por Amilpas al gobernador de Oaxaca, en marzo de 1903,


comienza así: "el pueblo de Soyaltepec, por motivos que no alcan-
zamos a comprender, no h a respetado las órdenes del gobierno,
que le h a prohibido invadir nuestros terrenos comunales".
Creo que el comportamiento de Soyaltepec no puede entenderse
a u n nivel racional. No es del todo incomprensible, pero es irracio-
nal, y por lo tanto, indefensible. Al ser tan claramente u n capri-
cho, sólo s e puede comprender por referencia al lado m á s oscuro
de la naturaleza humana, a la envidia y la codicia de los cuales
surge. Como lo señala Selby (1974: 28-30), todo lo que es malo en
la vida, para la gente del pueblo se puede resumir bajo la rúbrica
de la envidia. No hay que analizar psicológicamente los motivos de
los contrarios, utilizando u n a rúbrica t a n general para clasificar
todo comportamiento desagradable. Y por supuesto, se sabe que
los soyalpeños s o n gente envidiosa y caprichosa, por lo tanto,
"toda s u vida [es] p u r a maldad, puro perjuicio".
Los tumultos y las matanzas por venganza suscitan el problema
de cómo los propios campesinos conciben la ética del conflicto.
Sería incorrecto considerarlos como asesinos sedientos de sangre
que no ven n a d a malo en matarse mutuamente por u n a s pocas
p a r c e l a s d e t i e r r a c o m u n a l . A diferencia d e los y a n o m a r n o s
(Chagnon: P968), los campesinos de Oaxaca no conceden u n valor
absoluto a la fiereza y el valor. Los hombres que encabezaban los
tumultos e r a n admirados h a s t a cierto punto, pero s u conducta
también provocaba la desaprobacibn, incluso de parte de s u s pro-
pias comunidades. Eran considerados como personajes peligrosos
e imprevisibles, que acaso peleaban por s u pueblo, pero que tam-
bién c a u s a b a n muchas molestias. Los hombres violentos que se
destacaban e n las disputas entre los pueblos, también sobresalían
en peleas dentro del mismo, y algunos de ellos fueron en realidad
a s e s i ~ l a d o sp o r s u s p r o p i o s c o n c i u d a d a n o s (Pedro S o g a , d e
Amilpas, por ejemplo). La personalidad agresiva que encontraba
expresión adecuada e n las luchas entre los pueblos era u n a maldi-
ciQn c u a n d o q u e b r a n t a b a l a s relaciones sociales dentro de la
comunidad. E n conjunto, los hombres tranquilos e inteligentes que
h a n servido bien a s u comunidad en puestos públicos son mas
admirados que los hombres violentos. El prototipo de líder inteli-
gente e s Valentín Meizdoza, u n famoso presidente amilpeño.
Philipe Adams Dennis 327

E n las entrevistas se hizo tangible la firme desaprobacióil de las


d i s p u t a s e n t r e los pueblos. Hablando e n t é r m i n o s g e n e r a l e s ,
c o m e n t a b a n que los litigios e r a n "feos" y que la gente debería
aprender a vivir pacíficamente. "El pleito es muy feo, porque obliga
a u n o que vaya a morirse" (fuente directa: C. L. de Soyaltepec, 2 0
de diciembre de 1970). "Actualmente gozamos de la tranquilidad y
la paz entre ambos pueblos, por lo que todos sornos amigos por
tradición, y h e r m a n o s por el a l m a , y vecinos por l a geografía"
(Iuente directa: P. L. B. de Amilpas, 1 7 de marzo de 1971).
Tales afirmaciones contrasta11 con las anteriores opiniones de
mis informantes acerca del carácter de s u s adversarios y respecto
a la justicia de s u propia posición. Creo que la diferencia estriba
en que l a s observaciones acerca de la conveniencia de la paz y la
confraternidad se hacen e n u n contexto m á s general, mientrcls que
las afirmaciones respecto del terrible carácter de los contrarios,
son hechas e n relación con incidentes muy específicos (el asesina-
to de Francisco, la lucha por el monte, etcétera).
El m á s patente nivel de motivación de los litigios por la tierra
reconocido por los caxnpesinos es el del capricho. Otras motivacio-
nes a nivel m a s profundo, pero rápidamente reconocidas, s o n la
envidia y la codicia por lo que no es propio de uno. Hablando de
los litigios e n general, o de los litigios entre otros pueblos, m i s
informantes dicen que s e trata de u n a cuestión de capricho, tanto
de u n a parte como de la otra; pero al hablar de s u propia historia,
no pueden ser t a n objetivos. En s u caso, el problema fue causado
por u n capricho del otro bando. S u propia conducta era simple-
mente u n a respuesta, no u n capricho. No ven contradicci8n algu-
n a entre s u concepción general de los litigios por tierras como pro-
vocados por el capricho de ambas partes, y s u interpretación de s u
propio caso como la sola falta de s u s contrincantes. Esto recuerda
los casos de los Lozi, en que los defensores protestan con ímpetu
s u inocencia (Gluckman, 1955: 2 0 3 ) , a u n c u a n d o ellos mismos
puedan racionalmente culpar a otros en casos similares. Éste es
u n conocido fenómeno en las disputas e n general, pero e n el pre-
sente caso "es particularmente evidente, puesto que comunidades
e n t e r a s s e c o m p o r t a n d e e s t a m a n e r a . C a s i t o d a la g e n t e d e
Amilpas d a r á el relato aceptado por s u propio pueblo sobre u n
incidente, asignando la culpa a Soyaltepec, y casi todos los soyal-
328 Envidia, capricho y control social zapoteco

peños harán exactamente lo contrario. Por ejemplo, los amilpeñas


insisten e n que las reclamaciones de Soyaltepec sobre la tierra del
monte eran puro capricho, dado que Amilpas había tenido derecho
a ella por muchos, muchos afíos (realmente, desde la vista de ojos
de Domingo Alfonso Puche, en 1774). Los soyalpeños dicen que s u
reclamo data de la época de los caciques y afirman que antes de la
adjudicación hecha por el DAAC en el año 1943, ellos usaban esa
tierra y tenían tantos derechos a ella como Amilpas. Fue u n capri-
cho de Amilpas el tomar toda la tierra montañosa y explotarla para
s u propio beneficio.
Para el observador de fuera, esta incapacidad para juzgar el
comportamiento del propio pueblo por s u s mismas normas genera-
les, parece muy petulante. Un caso similar ocurre con la cuestión
de los documentos y los reclamos de tierras. Para dar un ejemplo:
cierta vez e n que estaba yo discutiendo la propiedad de la tierra
montañosa con un informante de Amilpas, mencioné que me pare-
cía que las reclamaciones documentadas de Soyaltepec eran muy
buenas. Aunque la comunidad admite que los documentos son la
base legal para las reclamaciones de tierras que hace el pueblo, s u
rostro s e oscureció y airadamente afirmó que si ellos poseían
documentos que reclamaban la tierra, debían ser falsos. Ésa fue
u n a de las pocas ocasiones en que oí mencionar documentos falsi-
ficados. Me resultó interesante el hecho de que este argumento
fuera usado como último recurso: las reclamaciones legitimas se
basan en documentos, y Soyaltepec posee esos documentos, mas
Soyaltepec no tiene derecho a la tierra; por lo tanto, los documen-
tos de Soyaltepec deben ser falsificados. El incidente ilumina el
comentario anterior del informante: el gobierno "les habla a los
pueblos muchas veces, pero no entienden". No entienden porque
están moralmente comprometidos con puntos de vista opuestos y
eso les impide aplicar lo que el gobierno considera u n juicio razo-
nable a las reclamaciones conflictivas. Pienso que si se trata de
pueblos distantes, los soyalpeños y amilpenos podían ser jueces
justos e imparciales de los problematicos reclamos de tierras, pero
no pueden serlo en s u propio caso.
Para los campesinos, su participación en u n largo y agrio litigio
entre pueblos, no contradice su creencia de que los litigios son, en
general, u n a cosa mala. En su propio caso, se apresuran a señalar
Philipe Adams Dennis 329

que habia circunstancias atenuantes. Uno puede amar la paz, pero


¿qué puede uno hacer si el pueblo vecino le usurpa la tierra o
mata a u n conciudadano? Lo único posible es defender lo propio
contra la agresión. No ven necesidad alguna de elegir entre la paz
y el conflicto, puesto que pueden tener (o por lo menos eso creen)
paz en general, practicando mientras tanto el conflicto cuando las
circunstancias los obligan a hacerlo.
E. .l

Disputas inter e intracomunales. Motivos de las


disputas. Un litigio de Amilpas

Dentro de los pueblos ocurren litigios que involucran a individuos y


s u s familias, pero no se refieren primordialmente a la tierra. Las
diferencias en el acceso a los recursos de la tierra crean reyertas en
una situación pero no en otra. Sostiene la gente que el principal
motivo que subyace en los altercados que s e producen entre los
pueblos es la envidia por el territorio del contrario. La tierra que es
o parece ser poco utilizada será particularmente envidiada. Por
ejemplo, los soyalpeños dicen que antes de los deslindes de 1943,
se reconoció que Soyaltepec poseía más tierra montañosa de la que
podía utilizar y, por lo tanto, fue envidiada por Arnilpas y los pue-
blos mixtecos. Con el tiempo, dichos pueblos consiguieron apode-
rarse de la mayor parte de las tierras sobrantes. Sin embargo,
dentro de la comunidad, la tierra no ocupada e s pacíficamente
redistribuida por el Comisariado; cualquiera que codicie tierra no
utilizada puede solicitar al Comisariado derechos de uso y, simple-
mente, puede comprársela al actual propietario. Esto mismo no es
posible entre los pueblos: por supuesto, no existe redistribución
entre ellos y resulta imposible comprar tierra al pueblo rival. Ello
significa que la única manera de obtener derechos de uso de la tie-
rra de otra comunidad es mediante el litigio. Dentro de la comuni-
dad hay un'mecanismo para manejar la envidia por la tierra poco
utilizada. Entre 10; pueblos. el único recurso es la disputa abierta.
El pueblo interviene como una corporación en el proceso normal
de acomodación de la población a la tierra disponible.
330 Envidia, capricho y control social zapoteco

Las cuestiones amorosas, la sospecha de brujería, la envidia por


el éxito económico de otros y las desavenencias políticas son algu-
n a s de las c a u s a s de las reyertas dentro del pueblo. Las disputas
surgen por algún incidente específico y, tal como ocurre e11 la situa-
ción entre pueblos, aumentan de proporción hasta que resulta di-
fícil resolverlas. Una vez que ocurren homicidios, la familia de la
víctima tiene la obligación de vengar s u muerte, y la disputa puede
prolongarse por años. Tal e s el caso de los pleitos intercomunales:
u n a vez que s e h a desatado la violencia, rara vez pueden las autori-
dades resolver un litigio personal.
Pedro "Soga9*,un famoso líder de la historia política de Amilpas,
fue asesinado por u n hombre de s u propio pueblo. La personalidad
agresiva y egoísta de Pedro le había granjeado muchos enemigos,
u n o d e los c u a l e s lo m a t ó c u a n d o s e presentó la oportunidad.
Pedro estaba durmiendo en la c a s a de s u amante cuando, a las
primeras horas de la m a ñ a n a , s u enemigo irrumpió e n la casa y lo
mató con u n hacha. S e dijo q u e el principal motivo del asesinato
fueron los celos, ya que el homicida también tenía relaciones con
la mujer. Sin embargo, Pedro e r a t a n odiado dentro del pueblo,
que n a d a s e hizo respecto de s u asesinato. Por el contrario, "fue
como s i s e hubiera hecho uri favor a la comunidad". E n este tipo
de casos, u n "homicidio" s e convierte casi e n u n a ejecución.
El hijo de Pedro, Margarito, también era valiente y rápidamente
vengó la muerte de s u padre. Asalto al asesino cuando éste regre-
s a b a del distrito y allí mismo lo mató. Margarito había trabajado
como secretario del juez de distrito, y debido a s u influencia no se
procedió contra él. Varios a ñ o s m á s tarde, sin embargo, cuando
Margarito retornó a Amilpas, s u s enemigos lo estaban esperando y
lograron matarlo. Tontamente, fue a u n o s campos de alfalfa de
noche para a t r a p a r chapulines (con los que s e hace u n a comida
regional exquisita), y s u cadáver fue hallado a la m a ñ a n a siguien-
te. Nadie h a sido jamás formalmente acusado del homicidio, pero
s e s a b e m u y bien quiénes s o n los asesinos. Margarito n o tenia
parientes varones cercanos e n el pueblo que pudieran continuar
con el litigio consanguíneo. E n otros casos similares, los parientes
h a n abandonado la comunidad para evitar s u obligación de tomar
venganza. E n la' ciudad de México o e n otras ciudades alejadas del
pueblo, parece s e r q u e rara vez s e continúa con los litigios.
Philipe Adams Dennis 331

Organización de las disputas


La gente interpreta las disputas inter e intracomunales como fenó-
menos muy diferentes. Ambas son "feas": las reyertas y la violencia
son tópicos desagradables. No obstante, un tipo de conflicto es
más defendible que el otro. Dentro del pueblo, se considera que las
disputas son vergonzosas, y se cree que deberían resolverse lo más
rápidamente posible. El ideal es la unidad y la armonía.

Función de las autoridades


Las autoridades de la comunidad están facultadas para resolver
las disputas dentro de la misma, y es en este sentido que se habla
del presidente como el "padre" del pueblo (Selby, 1966: 37; Nader,
1964: 273). En el caso de las disputas por tierra, las autoridades
pueden enviar una cornisibn para que mida el territorio disputado,
escuche los testimonios y realice un asiento. La autoridad colecti-
va de la comunidad es$ detrás del dictamen, y los propios privile-
gios como ciudadano dependen del acatamiento. Las sanciones
que pueden aplicarse a los ciudadanos que no cooperan incluyen
la expulsión o, en casos extremos, la ejecución. Sin embargo,
siempre se hacen esfuerzos por razonar con los ciudadanos, hacer-
los comprender s u error, someterse al dictamen de las autoridades
y así asegurarse una solución duradera. Habitualmente puede ha-
cerse una eficaz apelación al ideal de la unidad de la comunidad.
El éxito general con que las autoridades municipales resuelven los
problemas sobre la tierra dentro del pueblo contrasta sorprenden-
temente con la incapacidad de los funcionarios del gobierno para
poner solución a las disputas intercomunales.

De vez en cuando hay u n disgustito de terrenos, alguien s e


p a s a u n surco al terreno del vecino, pero luego viene e! comi-
sariado, el alcalde, y lo arreglan. Hablan bonito a los dos
diciéndoles que son hermanos y que no deben pelear, y allí
queda la cosa. No puede seguir el pleito porque interviene la
autoridad. (Fuente directa: F. G. d e Soyaltepec, 30 de cep-
tiembre de 1970.)

Hay buenas razones para acatar el dictamen de las autoridades


locales en el caso de disputas interiores del pueblo. La necesidad
332 Envidia, capricho y control social zapoteco

de continua interacción con los conciudadanos requiere el mante-


nimiento de siquiera algo de unidad dentro de l a comunidad.
Los litigios dentro del pueblo existen a escondidas, no son men-
cionados a los extranjeros y la comunidad en general los desaprue-
ba. "Estamos unidos" era una frase que escuchaba yo constante-
mente durante las primeras semanas que pasé e n Arnilpas. Sin
embargo, s e señalan con gusto los conflictos de otros pueblos. Por
lo general, buena parte del estereotipo que s e tiene de los pueblos
vecinos consiste a menudo en atribuirles carácter conflictivo. S u s
habitantes son "matones", que de continuo s e están peleando y
matando mutuamente, a diferencia de los residentes de ese pueblo.
Debido a la constante reafirmación de unidad y el esfuerzo por
ocultar las reyertas -que por cierto existen frecuentemente-, es
m á s fácil enterarse de los problemas dentro de u n a comunidad a
través de personas que no son residentes. Mucha de la información
acerca del pleito de Pedro "Soga" y de Margarito la obtuve de infor-
mantes de Soyaltepec. En el caso de los litigios entre los pueblos,
no hay necesidad de mantener siquiera algo de unidad, puesto que
el tal litigio e s cuestión de dominio público. Además, el acatamiento
a las decisiones de funcionarios superiores n o implica la preserva-
ción de ninguna unidad social valiosa. E n cambio, muchas veces
supone deslealtad a la comunidad, cuyas reclamaciones justas h a n
sido incorrectamente manejadas por aquellos mismos fiincionarios.
No existe n i n g ú n sentido d e lealtad a l distrito, al e s t a d o o la
nación, que pudiera exigir acatamiento a u n dictamen desfavorable
para el pueblo. A este respecto, los cargos municipales son cualita-
tivamente distintos de los superiores. Las autoridades municipales
trabajan dentro de u n concepto de unidad del pueblo y tienen a s u
disposición sanciones efectivas. Pueden apelar a l sentido de comu-
nidad de u n ciudadano, recalcando las destructivas consecuencias
de desmembramientos dentro de la comunidad. Por el contrario, los
funcionarios superiores no pueden hacer esas mismas apelaciones
a la lealtad: tan solo les e s posible decidir a favor de u n a unidad
autónoma y e n contra de la otra.

Unicéntrico corr tra bicéntrico


Bohannan ( 1965: 38-41) distingue entre sistemas legales "unicén-
tricos", con u n conjunto de normas legales y u n a fuente de poder,
I
Philipe Adams Dennis 333

y sistemas "bicéntricos", que abarcan múltiples culturas y múlti-


ples fuentes de poder. Señala que en los sistemas unicéntricos se
pueden tomar e imponer decisiones autoritarias, mientras que en
los sistemas bicéntricos sólo puede llegarse al acuerdo por consen-
timiento y acatamiento. La situación intracomunal en Oaxaca e s
claramente unicéntrica: a ú n cuando las decisiones se toman por
compromiso y acomodación, u n a vez tomadas se puede exigir s u
cumplimiento. Los dictámenes en realidad representan la "opinión
de la comunidad", hasta donde les es posible a las autoridades
determinarla. Puesto que se trata de la esencia de la opinión de la
comunidad, es posible obligar a que se obedezcan los dictámenes
más estrictamente que cualquier resolución meramente arbitraria
por parte de las propias autoridades elegidas. Todo el peso de la
desaprobación comunal está preparado para obligar al acatamien-
to, s i fuera necesario. Por el contrario, sOlo el gobierno central
considera unicéntrica la situación entre los pueblos. El hecho de
que no puede obligarse a cumplir eficazmente los dictámenes
demuestra que están involucrados diferentes valores y fuentes de
poder. Cada comunidad tiene una microcultura propia en relación
con el confIicto por la tierra, que consiste fundamentalmente en
los relatos de fundación del pueblo y e n los juicios acerca del
carácter de s u s contrincantes, y estas distintas interpretaciones
no pueden ser refutadas por funcionarios del gobierno. También
existe la cuestión más amplia de si las resoluciones definitivas dic-
tadas por funcionarios gubernamentales son compatibles con los
objetivos globales del gobierno, cuestión que examinaremos más
adelante.

Sobriedad contra ebriedad


Una importante diferencia final entre las disputas inter e intracomu-
nales tiene que ver con la manera como son manejadas. El ideal de
unidad y armonía dentro del pueblo significa que la agresión contra
los propios conciudadanos debe disfrazarse. Solamente cuando uno
está ebrio puede manifestarse la agresión impunemente. Se recono-
ce que los borrachos no tienen control de sí mismos y se les permite
u n notable margen de libertad para expresar rencores e inquinas.
Un insulto de un borracho debe aceptarse de buen humor, o a lo su-
mo, evitar todo problema abandonando la escena. La persona que
334 Envidia, capricho y control social zapoteco

golpea o a b u s a de u n borracho e n respuesta a u n insulto sería


arrestada y multada por las autoridades. "Pegarle a u n borracho
seria como pegarle a u n niño". A menudo se sospecha que muchos
fingen estar m á s ebrios de lo que realmente están, y de u s a r la
excusa de la ebriedad para expresar u n a agresión que de otra mane-
r a s e reprimiría. Puesto que el estar borracho e s la única excusa
aceptable de una conducta agresiva contra los propios conciudada-
nos, probablemente hay buena parte de verdad en esta acusaci6n.
La mayor parte de la violencia que tiene lugar dentro del pueblo
ocurre cuando los hombres h a n estado tomando. Las fiestas y
demás ocasiones sociales en las que s e toman bebidas alcohólicas
e n abundancia están siempre cargadas de tensión por la posibilidad
de que se produzcan hechos violentos.
Sin embargo, las peleas entre los pueblos no s e producen en es-
te mismo tipo de marco. Los adversarios estaban totalmente e n s u
juicio cuando iban a luchar por las fronteras d e s u s pueblos. No
era cuestión de u n a agresión normalmente reprimida que s e expre-
s a b a bajo la capa de ebriedad; era u n caso de agresión, positiva-
mente sancionada, contra reconocidos enemigos. Los del otro lado
e r a n los enemigos y pelear contra ellos era u n a cuestión muy
seria. La ebriedad presumiblemente habría perjudicado la eficien-
cia de los combatientes.

Conflictos por tierras en el valle


d e Oaxaca, pp. 150- 154 y 169- 175.
Homicidio Dor bruiería: los casos
tepehwano,>arahu&ara y zapoteco*
Beairiz Escalante y Magdalena Gómez

-Y como nadie nos hace caso, que a todas


las autoridades hemos visto y pos no sabe-
mos dónde a n d a r á la justicia, queremos
tomar aquí providencias.
Edmuildo Valadés, La muerte tiene permiso

Este mundo apresurado y pleno de acuerdos internacionales e s el


marco permanente d e l a contraposición de ideas y valores q u e
rigen l a s diferentes culturas que e n él coexisten. Las decisiones
que desde cierto ángulo podrían ser consideradas internas de u n a
comunidad, suelen enfrentarse con leyes y postulados generales
que a s u vez las censuran. E n la extradición de presos políticos y
en circunstancias similares, cada contrincante alude a presupues-
tos culturales, políticos 'y sociales que fungen como patrones del
deber ser, de lo bueno, a fin de lograr que la balanza s e incline e n
s u favor. Empero, lo bueno y lo justo no son ni h a n sido lo mismo
en cada época ni e n cada lugar al que lancemos nuestro interés.
La jerarquía de valores h a ido cambiando con la humanidad, lo
que n o significa q u e ésta sea mejor cada vez, sino simplemente
distinta. Además, e n la resolución de u n problema de justicia nó
sólo interviene la idea de bien, influye el poder de someter, la ca-
pacidad que posea cada oponente para imponerse. Fuerza que va
desde los mecanismos económicos que permiten hacer presión,
h a s t a los que posibilitan la manipulación de la opinión pública.
Sin embargo, existen ocasiones e n que nos encontramos ante he-

* N. ed. Beatriz Escalante y Magdalena Gómez se refieren al mismo caso de ho-


micidio por brujería entre los tepehuanos de Durango. S u s comentarios tienen en-
foques diferentes. De allí que optara por conjuntar ambos artículos en u n mismo
apartado.
336 Homicidio por brujería

chos que podrian ser calificados de extraordinarios, por lo que, en


el intento de obrar con justicia, se hacen necesarios estudios más
amplios y profundos, aunque ella exceda el procedimiento regular.
¿Desde que perspectiva es factible juzgar en el presente la quema
de brujos, por ejemplo? ¿Cómo; valorar con normas correspondien-
tes de u n periodo específico actos relativos a otro? ¿Es válida la
aplicación de u n código moral propio de u n grupo cultural a uno
distinto al q u e dicho código e s ajeno? No e s precisa u n a gran
extensión de tiempo o bien kilómetros entre u n pueblo y otro para
hallar idiosincrasias por completo distintas; muchas veces no es
cuestión siquiera de países, pues e n México habitan grupos indíge-
n a s muy claramente definidos que al no haber sido penetrados
cultural ni ideológicamente, viven de acuerdo con s u propia idea
del mundo y acaso sólo comparten con nosotros el territorio.

Caso tepehuano
E n u n poblado de esta índole, e n el mes de diciembre de 1984
s u c e d i ó u n hecho q u e requeriría de u n estudio especial: e n
Taxicaringa dos personas fueron sentenciadas por las autoridades
tradicionales indígenas a ser ahorcadas y, posteriormente, que-
m a d a s con leña verde por dedicarse a la brujería. A s u vez, el
Supremo Tribunal de Justicia del estado de Durango dictó auto de
formal prisión contra esas mismas autoridades tradicionales de la
comunidad por lo que desde s u perspectiva configuró el delito de
doble homicidio.
E n el intento de hacer justicia, varias son las alternativas que
ofrecen casos complicados como éste: la más expedita e s la marca-
d a por la prensa local en alguno de s u s comentarios cuando ocu-
rrió el incidente: "actuar con todo el rigor de la ley contra los
responsables de t a n bárbaro crimen, increíble en pleno siglo m".
Empero, el fanatismo que reveló ese periodismo caracterizado por
12 b ú s q u e d a feroz de l a noticia alarmante, a l exacerbar a la
opinión pública satanizando a u n pueblo, paradójicamente hace lo
mismo, sólo que mientras ese pueblo denominado "bárbaro" come-
tió el acto motivado por u n pensamiento mágico, el periodismo de-
sencadena la violencia por las altas divisas que el amarillismo pro-
Beatriz Escalante y Magdalena Gómez 337

porciona. Otra vía igual d e irreflexiva sería la no intervención,


supuestamente fundada en ese excesivo "dejar hacer" que raya en
el abandono, a u n cuando éste se presente como comprensión y
respeto. Pero entonces, ¿qué hacer cuando u n a comunidad indíge-
na que para bien o para mal h a vivido al margen de la historia de
Occidente decide castigar conforme a s u s parámetros y penas al
infractor de s u s leyes? No se trata de hacer referencia a la ignoran-
cia de nuestra ley, pues bien sabemos que ésta no nos exime del
castigo por s u desconocimiento. La solución tampoco estribaria en
aplicar las disposiciones del Código Penal en cuestión para el deli-
to de homicidio, ya que las circunstancias de los actos que culmi-
naron en la muerte de los brujos Alejandro y Matilde rebasarían
s u s fronteras, y porque nos encontrarnos no frente a una banda d e
criminales, sino ante u n pueblo creyente de la brujería que hasta
ese día s e había autodeterminado, pues la pequeña casa de made-
ra que les sirve d e cárcel h a sido utilizada anteriormente por ellos
mismos, a u n cuando los delitos a h í juzgados hubieran sido d e
orden menor y s u s consecuencias no atrajeran a sectores externos.
Es, pues, u n pueblo con leyes y autoridades autónomas de alguna
manera, que por ello hoy, en una prolongación de s u s funciones,
estas autoridades asumen la responsabilidad de todos los demás.
Que la sentencia para los brujos, designados socialmente perni-
ciosos por los habitantes de Taxicaringa, s e dictara tras u n prolon-
gado proceso público, que fuera ejecutada mediante u n a serie de
rituales asimismo largos, demuestra al menos que actuaban no
contra otras instituciones e ideas de justicia, sino completamente
al margen de ellas, pues de lo contrario no se hubieran expuesto
en esa forma. Y ¿cómo sospechanan l a eficacia de formas alterna-
tivas de justicia si l a medicina no resultó en ese contexto u n rival
digno de la hechicería? Si la medicina hubiera erradicado la enfer-
medad atribuida al embrujo, quizás este desenlace no s e hubiera
dado, pero la incapacidad de la ciencia o del individuo contribuyó
a q u e s e confirmara l a idea mágica. Este d a t o e s importante
porque la imperfección de nuestra cultura, s u relativo desarrollo,
s u mediana eompetencia -patentes e n la incapacidad del médi-
co-, no brindó a los indígenas una mejor opción.
Una concepción que es íntegra, no sólo posee el aspecto del fol-
clore y la artesanía que atrae al turismo; ese rostro inocuo que s e
338 Homicidio por brujería

explota e incluso s e intenta salvar de la desaparicion, conlleva


pensamientos, valores y antiguas convicciones que al manifestarse
como cultura realmente distinta no deja de causar admiración y
desconcierto.
Sin embargo, y mas allá de la postura que cada cual asuma:
respeto o invasión cultural a las comunidades indígenas, hoy por
hoy son u n mundo aparte, y ante este hecho hemos de pregun-
tarnos: ¿no merece este problema u n estudio más profundo? ¿Las
peculiaridades de la ejecución de dos "brujos" por todo u n pueblo
no exigiría al menos que las autoridades occidentales trataran el
asunto como u n caso de excepción?

B. Escalante, "Justicia y bruj eria",


en México Indígena, pp. 32-36.

Más allá de la esfera mítica y religiosa, la creencia en la brujería se


inscribe inevitablemente e n ese marco jurídico con e! que cada
sociedad define las fronteras entre lo lícito y lo prohibido, entre los
elementos que benefician a la comunidad y los factores que la ame-
nazan. Según h a n mostrado diversos estudios antropológicos, su
persistencia no e s ajena al tipo de organización social y al conjunto
de representaciones colectivas que subyacen en una sociedad, un
grupo étnico o u n a comunidad. Tampoco lo son s u sanción y s u
denuncia. Éstas, lejos de ser u n ejercicio aislado, representan una
n o m a cultural que tiende a dirimir el conflicto en términos que a
menudo entran en contradicción con las leyes nacionales.
Los casos que aquí presentamos son u n ejemplo de esa con-
tradicción latente entre la costumbre jurídica como regla cultural y
los procesos penitenciarios como normas legales. Dos factores
comunes los definen: el hecho de tratarse de homicidios en los que
h a estado presente la acusación de brujería, y las sanciones legales
con las que h a n sido penalizados. Si el primero muestra. la fuerza y
la persistencia de u n a costumbre, el segundo exhibe la necesidad
de tomar en cuenta el contexto cultural y la condición del indígena
antes de emitir u n fallo.
Beatriz Escalante y Magdalena Gómez 339

Caso tepehuano
Santa María de Taxicaringa, Durango (Expediente 2 10/84)

Hechos
El 16 de diciembre de 1984, mediante asamblea convocada por el
señor Florentino Díaz Rangel, gobernador tradicional de S a n t a
María de Taxicaringa, s e acordó ahorcar y quemar con leña verde a
Alejandro Barraza Sosa y MatiIde Díaz Rangel, quienes supuestsi-
mente s e dedicaban a la práctica de la brujería. La decisión busca-
b a liberar de la hechicería a la comunidad tepehuana.
La resolución se tomó al hacer u n recuento de varias muertes
que en los últimos meses habían ocurrido, todas presentando sín-
tomas similares, a los que los médicos no encontraron explicación.
Con los mismos síntomas de los difuntos se encontraba una seño-
r a de la comunidad, de nombre María Padilla, quien días antes
había tomado u n café que le ofreció Matilde Díaz.
El 19 de diciembre de 1984 s e ejecutó la sentencia en los térmi-
nos acordados, con la participación de una docena de miembros de
la comunidad. Previamente, habían encerrado a Matilde Díaz e n
u n cuarto que usan como cárcel; horas antes, la llevaron frente a
l a enferma María, a n t e quien Matilde reconoció que la había
embrujado, y afirmó que sólo la podría curar Alejandro Barraza.
Esto apresuró la ejecución de la decisión tomada previamente.
Los hechos fueron denunciados e n la capital del estado de
Durango, por ello se enviaron policías para detener a los involucra-
dos. En total se aprehendieron a catorce miembros de la comu-
nidad, entre ellos al gobernador tradicional, Florentino Díaz Rangel.

Primeras declaraciones ante la policía judicial del estado


Los detenidos narraron los hechos, sustentándose en la decisión
de s u s autoridades tradicionales. Por s u interés, transcribiremos
l a d e c l a r a c i ó n del g o b e r n a d o r t r a d i c i o n a l Florentino Diaz.
Manifestó: -

Ser gobernador de Taxicaringa desde hace u n año, teniendo


como suplente a Salvador Peña y Nicolás de la C r u z , éste
340 Homicidio por brujería

último juez del pueblo y ayudante de Florentino. E n el trans-


curso del año h a n muerto varios vecinos con síntomas de
enfermedad: tienen temperatura, no comen, se enflacan, s e
ponen amarillos y luego mueren [citó los casos d e quienes e n
vida acusaban a Matillde de tenerlos embrujados]. Aclaro que
Matilde hacia gala de ser bruja desde hace -os, que también
ofrecía curar; que Alejandro Barraza y ella no eran esposos
sino que se juntaban para hacer la brujería.
El 1 9 de diciembre ya l a gente estaba desesperada de
tanta brujería, por lo que entre él y los otros detenidos acor-
daron, con la aprobación de otras muchas gentes de la comu-
nidad, acabar con la brujería y, para ello, decidieron ahorcar
y quemar en leña verde a los occisos. Que dos días antes
Cornelio de la Cruz, José Galindo y Arnulfo Padilla detu-
vieron a Matilde y l a t r a s l a d a r o n a l a s e r r a d e r o La
Guacamayita, encerrándola en u n cuarto que usan como cár-
cel, y que ese día 19 detuvieron a Alejandro Barraza a las
once o doce del día, para luego proceder al ahorcamiento. El
declarante y s u s segundos dieron l a s órdenes; Florentino
cree que él, Nicolás de la Cruz y Fernando Barraza son los
responsables, pues los demás sólo recibieran órdenes.

Consignaciones
Fueron consignados Florentino Díaz [gobernador), Salvador Peña y
Nicolás de la Cruz (suplentes del gobernador, u bien, segundo y ter-
cer gobernadores), Fernando Barraza {que ejercía el cargo de "pasar
l a s órdenes del gobernador a los comuneros") y Plácido Díaz
Hernández (hijo del gobernador]. De las primeras declaraciones
resulta que fueron ellos quienes participaron de manera directa en
el ahorcamiento de Matilde y Alejandro.

Declaración preparatoria
A. El gobernador Florentino Díaz expreso que:

I . . . ] no ratifica la declaración 'porque s u s compañeros de


detención le pidieron s e echara la culpa por s e r el gober-
nador, y procede a dar una versión distinta: que el día 19 él
andaba e n estado de ebriedad y que fue a casa de u n her-
mano; que al salir pasó por la cárcel y vio que había mucha
Beatriz Esca.lante y Magdalena Gbmez 34 1

gente y dos c u e r p o s e n el piso; que él no s e dio c u e n t a


quiénes dieron muerte a estas personas; que los cadáveres
fueron Llevados al panteón por órdenes de Nicolás de la Cruz,
q u e tenía el cargo de juez de l a comunidad; que Arnulfo
Padilla, familiar de María Padilla, fue quien arm6 el relajo
azuzando a la gente contra Matilde; que él no dio ninguna
orden para que fueran detenidos los ahora occisos, tampoco
para que s e les diera muerte ni para que s u s cadáveres fue-
r a n quemados. Que s e resgonsabilizó de los hechos e n unibn
de Salvador Peña, Nicolás de la Cruz y Fernando Barraza,
pero esto s e debió a que los demás detenidos les dijeron que
era m á s conveniente que asumieran la responsabilidad unas
cuantas personas y que al cabo Ios demás intervendrían para
arreglarles s u libertad. También hizo constar que fue tortura-
d o por la policía judicial. Dijo que él supo que Matilde y
Alejandro f u e r o n d e t e n i d a s pero no s a b í a por qué; q u e
q u i e n e s intervinieron fueron Arnulfo Padilla y Cornelio
Galindo.* Allí mismo aclaró que quien dicta las órdenes es la
comunidad, y el gobernador sólo cumple acuerdos.

B. Salvador Peña ratificd s u primera declaración y la amplió


diciendo que "el día de los hechos estaba completamente ebrio,
que empezó a tomar desde el domingo al igual que los otros miem-
bros del gobierno de la comunidad, que el acuerdo fue tomado por
todos los miembros de la comunidad de Taxicaringa".
C. Nicolás de la Cruz:

Niega haber tomado participación en la comisión del delito de


homicidio, por lo cual no ratifica 1; declaración del 21. Fue
obligado a firmar por los agentes de policía, quienes lo gol-
pearon. Que supo lo ocurrido por pláticas de otras gentes,
pues el día de los hechos él s e encontraba en el consultorio

* N. ed. El lector notará que en las primeras declaraciones s e menciona que


Cornelio de la Cruz, José Galindo y Arnulfo PadiIla detuvieron a Matilde, y que en
la declaración preparatoria s e dice que la detención fue realizada por Cornelio
Galindo y ~ r n Ü l f oPadilla. Dado que no pude averiguar si esta aparente confusión
de nombres e individuos s e debe a u n error en la edición consultada o si, efectiva-
mente, las declaraciones consignadas en el expediente así lo registran, he decidido
reproducirlos tal cual en la presente antología a fin de no proponer u n a inter-
pretación riesgosa.
342 Homicidio por brujería

del doctor de la comunidad; que al salir de ahí s e encontró


llorando a las hijas de Matilde; que él se fue con las demás
gentes al panteón y al igual que todos, quienes a n d a b a n
tomados, echaron leña. Que él estaba e n una junta presidida
por el gobernador Florentino cuando llegaron Cornelio de la
Cruz y ai-nulfo Padilla, y ahí Matilde confesó que sabía hacer
brujerías, "mejor dicho, la enfermedad de María", y pidió que
llamaran a Alejandro. Le sacaron la verdad sobre los otros
casos, por lo que la dejaron encerrada; posiblemente por la
borrachera, acordaron darle muerte, pero él no intervino e n
los hechos.

D. Fernando Barraza negó la a c u s a c i ~ ny aclaró que "su inter-


vención obedeció al temor de que, en caso de no obedecer, se le
causara algún mal por tratarse de un acuerdo de la comunidad".
E. Placido Díaz negó la acusación y aclaró que "su padre ordenó
que jalara la reata, y corno se negaba a obedecer a s u padre, este
le dio una patada, y por obedecer a s u padre jaló la reata por una
vez, donde estaba colgado Alejandro, que después de él jalaron la
reata CPrilo y Fernando".

Comentarios
En este caso, el gobernador tepel-iuano consideró que eran las
autoridades de la comunidad quienes deberían asumir las conse-
cuencias de s u decisión. Esta posición llevó a que se liberaran,
"por falta de elementos", a nueve de los indígenas detenidos.
Es evidente que participó toda la comunidad. En las declara-
ciones iniciales hay continuas menciones a que "participaron
muchos más pero no. se recuerdan sus nombres". Al revisar la va-
riación de contenido respecto a la primera declaración, se observa
cómo "la realidad jurídica" impulsó sus normas y valores, a las
cuales se sometió el propio defensor del INr en el interés de atenuar
una probable penalidad a sus defensas.
La declaración de Plácido Díaz buscaba exonerarlo a él y a
Fernando, ya que en las primeras declaraciones s e dijo que
Alejandro Barraza estaba aún vivo cuzndo lo quemaron; es decir,
que el juez debería suponer que Alejandro murió a consecuencia
de las quemaduras y no por ahorcamiento.
En términos jurídicos, el caso no ofrecía mayores posibilidades
Beatriz Escalante y Magdalena G6rnez 343

para la defensa, por lo que se optó por hacer una campaña extraju-
dicial, a través de mesas redondas en las que especialistas en el
conocimiento de la cultura de los tepehuanos explicaron los hechos
a la opinion pública. En esta estrategia de la defensa se recurrió
incluso a la argumentación de que el tipo de sanción que apljcaron
los tepehuanos no está necesariamente ligada a que -como se
dijo- son ajenos a "la civilización", ejemplificando esto con el caso
de Estados Unidos, donde se utilizan la cámara de gases y la silla
eléctrica.

Resolución judicial
Se dictó sentencia condenando a los cinco tepehuanos a trece años
de cárcel (20 de junio de 1986). Fue apelada y ratificada en segun-
da instancia (15 de enero de 1987). Por gestiones del INI se obtu-
vieron dos indultos a favor de los indígenas sentenciados, se redujo
la pena y se hicieron trámites para que obtuvieran s u libertad pre-
liberacional (ésta se logró a principios de 1988), acudirán mensual-
mente a firmar al distrito de El Mezquital, cercano a s u comunidad.

Caso tasahumara
Rancheria de Santa Rita, Batopilas, Chihuahua (Expediente 8/82)
Hechos
La madrugada del 25 de octubre de 1981, Jesús Villegas se pre-
sentó en la casa de Marcela Villegas y Jacinto Torres, dio muerte a
Marcela utilizando una tabla de madera, y lesionó a Jacinto con
unas piedras. J e s ú s Villegas fue aprehendido u n día después por
familiares y vecinos de la ranchería, quienes Bo presentaron ante el
presidente seccional del municipio de Cerro Colorado (en funciones
de agentes del Ministerio Público).

Primera declaración del acusado


"Hace alredédor de tres aiios, los sefiores Jacinto Torres y Marcela
Villegas me han est.ado haciendo todo tipo de hechicerías, cantán-
dome cantos de que me van a matar". El día 24 al amanecer, ya no
pudo soportar; oía que el matrimonio le cantaba y le decía "mukiri-
344 Homicidio por brujería

di Jesús", y sintió que le apuñalaban el estómago. Por ello se le-


vantí, corriendo, tomó u n a tabla y s e dirigió a casa del matrimonio,
agrediendo primero a Marcela, quien se encontraba sentada en la
entrada de la casa, y luego al esposo, a quien asentó cuatro pie-
dras en la cabeza. Se fue a El Chapote, regresó al dia siguiente y
fue detenido.

La consignacion
El 13 de noviembre de 1981 fue remitido al juzgado penal de
Guachochi, donde se le instauró formal proceso. Dos hijas de las
víctimas dieron s u testimonio, asentando que s u s padres estaban
dormidos al momento de ser atacados. Ellas no presenciaron los
hechos, s e enteraron de los mismos, según dijeron, "por boca de
otras personas". Posteriormente, en careos con J e s ú s Villegas, sos-
tuvieron s u versión y agregaron que s u tío J e s ú s ya debía tres
muertes, por lo que pedían s u castigo.
J e s ú s Villegas modificó s u primera versión en la declaración
preparatoria diciendo "que él no mató a Marcela, que la dejó heri-
d a y que ella salió corriendo, que entonces se levantó el esposo
Jacinto Torres, que en la noche le cantaba que se iba a morir, que
el propio Jacinto fue quien privó de la vida a Marcelan. Según pala-
bras de J e s ú s Villegas, "no reconoció ni las piedras ni la tabla; la
que usó era más delgadaw.
Por s u parte, Jacinto Torres, esposo de la víctima, quien sufrió
lesiones, declaró: "Jesús Villegas cuenta puras mentiras, que él no
tiene nada de todo eso, y que eso de l a s raíces y de los pelos
negros son puras locuras, son imaginaciones de la misma locura y
que eso le resultó q raíz de u n a enfermedad de viruela que azotó la
ranchería y mató a doce o trece miembros de la familia de Jesús;
de ahí para adelante empezó la locuran (se corroboró que existió tal
epidemia de viruela).

La defensa
El proceso tuvo múltiples irreguiaridades. J e s ú s Villegas hablaba
muy p-oco español y no tuvo intérprete al realizar s u s declara-
ciones. El juez tardó más de tres años en dictar sentencia y lo hizo
porque al iniciarse el programa de defensoria jurídica del INI se
tuvo conocimiento del caso y se interpuso amparo contra el juez
Beatriz Escalante y Magdalena Garnez 345

mixto de primera instancia en Guachochi, lográndose la sanción a


dicho juez, y la exigencia de que dictase sentencia.
La sentencia de primera instancia condenó a J e s ú s Villegas a
veinte años de cárcel por homicidio calificado, con "brutal feroci-
dad". Fue apelada y ratificada en segunda instancia. Actualmente
se encuentra en curso el amparo indirecto ante la Suprema Corte
de Justicia.

La sentencia
Argumentos de los jueces de primera y segunda instancia en torno
al caso:
a) Se aceptó la validez del testimonio de las hijas de Marcela
Villegas, no obstante que no presenciaron los hechos y que
únicamente vieron las lesiones ocasionadas a s u padre e
identificaron el cadáver de s u madre.
b) No se reconoció validez a la versión distinta que Jesús Vi-
llegas dio en los careos y en la declaración preparatoria.
c) Calificaron de brutal ferocidad porque "el homicidio así
como las lesiones fueron producidas sin motivo que las
explique y con una saña tal que revelan en el sentenciado
u n profundo desprecio por la vida humana, ya que su ver-
sión de que los agredidos le hacían amenazas y hechizos
no se encuentra acreditada en manera alguna, y suponien-
do que así fuera, no es explicable la manera tan brutal en
que se cometió el homicidio, ya que la occisa quedó con la
cabeza destrozada y el lesionado muy grave. Además, es u n
indicio lo que dice Aniceta Torres: que s u tío debe como
tres muertes, y en ,el proceso consta que cometió u n homi-
cidio en 1954. De lo expuesto se deduce, como manifiesta
el representante social, que el sentenciado actuó con tal
cólera, furia y coraje que revela en él una personalidad
atávica y salvaje que pone de manifiesto un evidente des-
precio por la vida humana".
d) Pese a lo anterior, concluyeron que hay en el acusado "te-
mibilidad social mínima", porque consta que en 1954 fue
procesado por u n homicidio contra Felipe Mendoza. Han
transcurrido muchos años y por lo tanto ya no es reinci-
dente, argumentaron.
346 Homicidio por br$ería

e) El magistrado consideró que el acusado tenía "motivos para


matar a Marcela", según su propia confesión, pero a la vez
dice que obró sin motivo justificado.

Comentarios
Durante el tiempo de estancia en la cárcel, ,Jesús fue visto como
persona afectada mentalmente, pues se mantenía aislado, negáii-
dose a relacionarse con los demás. "Me muero sin ver la luz", era
s u frase recurrente. Se gestionó s u traslado a la capital del estado
de Chihuahua, para ser sometido a exámenes psicológicos. Quedó
en observación en u n a granja-hospital (en el área de enfermos
benignos), lugar donde permanece. Aparentemente, se ha recupe-
rado de s u s crisis nerviosas, por lo que se evaluó la posibilidad de
gestionar u n indulto para que regrese a s u comunidad. En la
misma se investigó cómo sería recibido Jesús, pero el resultado
fue desfavorable. Actualmente cuenta con setenta y ocho años de
edad, por lo que se ha preferido detenerlo en la granja-hospital,
mientras no sea reclamado por la cárcel de Guachochi.
Todo este cuadro no fue tomado en cuenta por los jueces al
emitir s u fallo, mucho menos lo fueron los factores culturales
específicos del indígena (el abogado del INI intentó referirse a ellos
sin lograr rebasar el ámbito de la declaración de pobreza, ignoran-
cia y atraso del indígena).
Llama la atención cómo, para el juez, habia "motivos" para matas
a Marcela Villegas; sin embargo, en su resolución dichos motivos no
fueron considerados para atenuar la sanción que impuso.

Caso zapoteco
Ranchería de San Pablo Lachiriega9Tlacolula, Oaxaca
(Expediente 381/86)
Hechos
La madrugada del 13 de octubre de 1986, Hipólito López López y
Andrés Martínez se presentaron en el domicilio que Margarita
López compartía con s u hijo de diez años, Aquileo López, en la
ranchería de San Pablo Lachiriega, y los mataron a machetazos.
Beatriz Escalante y Magdalena Gómez 347

Los occisos, según versiones del pueblo, habían sido amante e hijo
d e Hipólito López. Horas d e s p u é s , e s t e ultimo acudió a n t e el
agente municipal d e S a n Pablo Lachiriega, ofreciéndole dinero
p a r a que ordenara enterrar los cadáveres y no investigar. El agente
s e negó y en compañia de los vecinos de la ranchería detuvo a los
presuntos homicidas, los cuales fueron trasladados ante el sindico
municipal de S a n Pedro Quiatoni.

Primera declaración d e Hipólito López


Hace aproximadamente cuatro años falleció s u hija Agripina
López López a consecuencia de una enfermedad desconocida.
Al año siguiente, fallecieron al mismo tiempo s u s dos hijos,
Agustín y Eugenio López López, también a consecuencia de
u n a enfermedad desconocida. Hace dos años falleció el cuar-
to de s u s hijos. [Todas estas muertes no tuvieron explicación
científica, asienta el expediente.] Hace año y medio su esposa
Teresa López López empezó a tener síntomas de la enfer-
medad que padecieron s u s finados hijos, por lo que empezó a
creer en las brujerías que se acostumbraban en s u lugar de
origen. Se enteró de que al poblado de S a n J u a n del Río
h a b í a llegado u n adivino, y fue allí e n compañía de s u
esposa. Habló con él en u n a de las calles de ese pueblo y
después el adivino examinó a s u esposa y le dijo que la había
embrujado u n a señora de s u pueblo que tenía manchas en la
piel por todo el cuerpo. Desde esa fecha fue madurando la
idea de que a s u s hijos los habían matado con brujería. En
s u pueblo se rumoraba que la occisa Margarita sabía hacer
brujería, y ella era la única que tenía manchas en la piel. Por
ello, pidió apoyo a Andrés Martínez Pérez (que fue padrino de
s u finado hijo Fernando), quien al enterarse de que s u finado
ahijado había fallecido por las brujerías que le hizo Margari-
ta, aceptó acompafiarlo para dar muerte a Margarita.

Declaracibn d e Andrés Martínez Pérez


Reiteró l a versión de Hipólito señalando que Margarita López era
bruja, "pués así s e sabia e n su pueblo".

La consignación
El juez, al consignar a los acusados, manifestó que "llega a la
348 Homicidio por brujería

consideración de que el detenido Hipólito López López, al. saber


que s u s tres menores hijos habían fallecido hace varios años por
haber sido embrujados por la hoy occisa, para vengarse de esto,
ideo asesinar a Margarita".
Al rendir declaración preparatoria ante el juez, los inculpados
negaron haber cometido los asesinatos, y afirmaron que confesaron
a consecuencia de las amenazas, golpes y torturas de que fueron
víctimas por parte de las autoridades municipales de s u pueblo "al
ser aprehendidos" (se ratifico que presentaban heridas en vías de
cicatrización). Ante esto, el juez consideró que se estaban retrac-
tando con mediación de aleccionamiento. Tanto el sindico munici-
pal como s u secretario y s u ayudante participaron e n careos con
los detenidos, reiterando la acusación por los hechos mencionados.

Comentarios
La continua presencia d e las autoridades (que si bien son munici-
pales, es evidente que son indigenas) expresa claramente el interés
de la ranchería de San Pablo Lachiriega e n que s e castigue a los
procesados. Por o t r a p a r t e , la mención sobre los golpes q u e
Hipólito López y Andrés Martínez recibieron al ser detenidos reafir-
ma la posición de la comunidad.
El INI no asumió la defensa de estos indigenas, por negativa
expresa de los mismos, pues argumentaron que pagarían u n abo-
gado. El proceso está próximo a concluir y todo indica que será
coincidente con la opinión de la comunidad en torno a la culpabili-
dad de los procesados.
Por otra parte, ek importante observar la mezcla de factores cul-
turales y prácticas que no son propias del medio indígena. Ejemplo
de ello es la corrupción que intentó Hipólito Lídpez hacia la autori-
dad indígena, así como el pago que hizo a s u cómplice. Sin embargo,
sigue planteado el problema sobre el papel que debe jugar el sistema
de creencias en brujerías, muy arraigado en algunas regiones. El ca-
so nos muestra también cómo las comunidades indigenas a ú n reac-
cionan y funcionan como entes colectivos, sin permanecer al margen
de hechós que atentan contra alguno de s u s miembros.

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* Tomando en cuenta la manera en que a lo largo del presente libro se indican


las referencias bibliográficas. en los casos en que hay dos o mas obras de un
mismo autor. éstas aparecen en orden cronológico para facilitar s u localización.
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Índice analítico

Autoridades agrarias: conflictos 170-171, 195-196, 201, 203,


por elecciones: 266, 271, 282; 205, 207, 208-209; funciones:
elección: 269, 27 1; fraude entre 41, 97-98, 100, 103, 105, 118,
las: 267; organización de la 119, 133, 140-141, 148, 164,
candidatura: 278-279; papel de 166, 175, 188, 196, 203, 204-
las, en conflictos: 267; relacio- 205, 205-206, 208, 208-209,
nes de parentesco y poder: 272 243-244, 258, 259, 299-300,
Autoridades civiles y municipa- 331-333; jerarquia: 102, 119-
les: corrupción: l 14; composi- 120, 129-130, 163, 166, 247-
ción: 119, 129, 170, 171, 243: 249, 293, 300-30 1; mecanis-
eleccibn: 109, 116, 122, 130, nios de ascenso: 98, 101-102,
171, 22 1, 245; funciones: 109- 168, 193; 246, 248-249; orga-
110, 116, 117,134, 150, 159- nización tenitorial: 240; poder:
160, 243-244; organización 130, 239, 258-259, 331; rela-
territorial: 85 ción con el sistema nacional:
Autoridades coloniales: composi- 86-87, 98-99, 257, 287; remo-
ción: 45, 61, 69, 72, 90; car- ción del cargo: 192; transmi-
gos, jerarquía y funciones: 71; sión de poderes: 2 10-211
derechos y obligaciones: 47-48; Conflictos: entre barrios o comu-
elección: 64, 74; funciones: 45- nidades: 96, 145, 238; por
46, 52, 54-55, 63, 68, 72; indí- homicidio: 330; por abuso de
genas, connposición: 7 1, 73; poder: 233-234; por capricho o
indígenas, funciones: 75; jerar- envidia: 238, 3 13, 325, 330;
quía: 49-50; mecanismos de por elecciones: 266, 270-27 1,
ascenso: 46; nombramientos: 282; por tierras: 327-329; por
46-47; organización territorial: venganza: 136, 139, 153, 154,
65-66 180, 200, 214, 234-235, 238,
~ u t o r i d a d e stradicionales: com- 250, 252, 266,313-314,330
posición: 97- 100, 105, 1 19- Delitos y sanciones: s u obser-
121, 165-166, 192, 208, 211- vancia por parte de autoridades
212, 243; elección: 163, 167, tradicionales: 43-44, 117, 133,
370 fndice analítico

181, 199-200, 213-214; cau- 303, 312; poderes sobrenatu-


sas: 333-334; tipos de: 59-60, rales de brujos, curanderos y
127, 135, 136, 139, 144, 181- naguales: 312, 3 18-319
186, 198, 204-205, 212-213, Mixe: 129-130, 133-134, 139,
213-214, 225 1 1 abigeato: 136, 142-143, 153, 154
143, 237-238, 260 1 1 abandono Mixteco: 129, 130, 133- 1 3 6 ,
d e hogar 198 1 1 adulterio: 185- 139, 144
188, 198 1 1 daños: 113, 125- Nahua: 129-130, 133-136
126, 198 1 1 daños por brujería: Organización territorial: comuni-
316-3 17, 339-340 1 1 despojo de dades indígenas, tipos de: 9 3
tierras: 135 1 1 destierro: 149 1 1 Otomi: 225,227
estupro: 127, 1 3 5 I l fraude: Procedimientos: e n c a s o s de
1 4 0 , 1 4 3 - 1 4 5 , 267, 2 8 7 1 I conflictos: civiles: 124- 125 1 1
homicidio: 117, 127, 136, 184, entre autoridades espafiolus y
198-199, 212-213, 225, 233- virreinates: 57, 58 11 por capri-
234, 253, 330 1 1 homicidio por cho s envidia: 326 1 1 por daños:
brujería: 227, 307, 318, 320, 113, 125-126 1 1 por herencia:
322, 336, 343, 345, 346-347 1 1 14-23), 124-125 1 1 matrimonia-
lesiones: 127, 225, 235 1 1 robo: les: 140--14l l i por tierra: 60,
128, 142-143, 182, 198, 204- 114, 135-136, 328, 329, 333
205, 2 12-213, 225, 250, 260 1 1 I I p o r contratos d e cornpra-
violación: 128, 135, 188, 225, venta: 125 1 1 por homicidio: 250
233-234 I I por homicidios a c a u s a d e
Derecho indígena: 117; durante brujería: 340-341, 343-344,
la Colonia: 49, 50-52, 79, 201; 347; juicios agrarios: 289; jui-
legislación colonial: 48-49; y cios orales: 126, 175-176, 252,
nacionalidad Étnica: 89 259-26 1; jurídicos de autorida-
Derechos y obligaciones comuni- des coloniales: 54, 55, 69-70;
tarias: 97-98, 118, 120, 256 jurídicos de autoridades tradi-
Huichol: 43-44, 175-177, 180- cionales: 40-41, 43-44, 176-
188 177, 194, 201, 204-206, 213-
Maya: 266, 267, 269-272, 278- 214, 244-245, 260. 339; tra-
279, 282, 287, 289-291 ductores: 136
Mecanismos de control social: Suicidio: 199
140, 290-29 1, 293-294, 299; T a r a h u m a r a : 1 9 2 , 1 9 3 , 195,
desprestigio: 270; hechicería: 196, 198-201, 343-345
314; papel de los brujos: 31 1, Tepehuano: 336, 339-34 1, 343
313; papel de los curanderos: Tlahuica: 119- 120, 122, 124-
Índice analitico 3 7 1

128 Tzotzil: 163-168, 170-171, 259,


Tlapaneco: 129-130, 133-136 259-261, 293-294, 299-301,
Triqui: 233-235, 237-240, 243- 303, 311-314, 316-320, 322
250,252,253,257,258 Yaqui: 203-214, 221
Tzeltal: 163-168, 170-171, 293- Zapoteco: 139-146, 148- 150,
294, 299-301, 303 153, 154, 325-334, 346-347
Índice general

Presentacion
#

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9
Nota de la editora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .1 í
>
Introduccion . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13
Teresa Valdivia Dounce

Panorama histórico
Derecho consuetudinario indígena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .39
Magdalena Górnez
I

Política indigenista de la Corona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .45


Silvio Zavala y José Miranda

Jerarquía del poder: universos distintos . . . . . . . . . . . . . . . . .85


Gonzalo Aguirre Beltrán

Formas de gobierno y administración de justicia


Administración de justicia e n el valle de Teotihuacán . . . . . .lo9
Manuel Garnio

Derecho civil y derecho penal entre tlahuicas . . . . . . . . . . . .119


Carlos Basauri

Autoridad y justicia nahua, mixteca y tlapaneca . . . . . . . . . .129


Maurilio Muñoz

Delitos y sanciones e n el sistema zapoteco de Yalálag . . . .139


Julio de la Fuente
374 índice general

Formas de gobierno tzeltal-tzotzil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .159


Gonzalo Aguirre Beltrán

Procedimiento judicial huichol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .175


Robert M. Zingg

Gobierno y administración de justicia tarahumara . . . . . . . .191


Francisco Plancarte

Sistema de gobierno y administración de justicia yaqui . . . . ,203


Carlos Basauri y Alfonso Fabila

Exposición de casos
Delincuencia e n u n pueblo otomí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..225
Carlos Basauri

Derechos indígenas y administración de justicia triqui . . . . .S33


César Huerta Ríos

Lenguaje de tribunal en Chamula, pueblo tzotzil . . . . . . . . . .259


Gary N.Gossen

Justicia y tácticas de protección entre los mayas


d e y u c a t á n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .S63
Carlos R. Kirk

Autoridad y control social: el espíritu tzeltal-tzotzil . . . . . . . .S93


Henri Faore

Hechicería, nagualismo y control social


e n Tenefapa, pueblo tzotzil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ,311
William R. Holland

Envidia, capricho y control social zapoteco . . . . . . . . . . . . . ,325


Philige Adams Dennis
indice general 375

Homicidio por brujería. Los casos tepehuano,


tarahumara y zapoteco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .335
Beatriz Escalante y Magdalena Górnez

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .349
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369
.
/

Indice analítico
Usos y costumbres de la población indígena
de México. Fuentes para el estudio d e la
normativiclad (antología)s e terminó de
imprimir el mes de diciembre de 1994 en los
talleres de Multidiseño Gráfico, S. A., Oaxaca
1, S a n Jerónimo Aculco, México, D. F. El
tiraje consta de tres mil ejemplares.

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