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Arriesgar en el amor

Alguna vez oí que no tiene nada de malo meterse en agua muy caliente siempre que uno salga
de ella más limpio. El riesgo hace que el esfuerzo valga la pena.

Una vez me dijeron que si dejaba un buen trabajo para viajar alrededor del mundo, me
arrepentiría pues sin duda nunca me iban a contratar como profesor. De todos modos me fui. Y
cuando regresé, encontré un trabajo mejor y ejercí como profesor a pesar de la decisión que
había tomado.

También me dijeron que si dirigía una Clase sobre el Amor en la universidad, que para mí era
algo muy necesario, me iban a considerar un loco, y de hecho me consideraron un loco, pero la
clase me cambió la vida por completo y para mejor.

Cuando era niño, me decían que si no avanzaba por el camino correcto los sueños no se
convertirían en realidad. También me decían que nunca llegaría a la universidad ni podría
mejorar si no me fijaba objetivos más realistas. Pero yo continué soñando y estableciendo mis
propios objetivos. No solo fui a la universidad, sino que también me gradué con un doctorado.

Nunca renuncié a ninguno de mis sueños.

Todo lo que vale la pena es un riesgo. Si sólo queremos lo seguro, perderemos el verdadero
sabor de la vida.

Sin duda, el riesgo trae consigo la posibilidad de sentir dolor, pero existe un dolor mucho más
profundo que es el que proviene del vacío de no habernos arriesgado nunca. Con toda seguridad,
todos los que tuvieron éxito en el amor debieron arriesgar.

Drácula

No estaba solo. Frente a mí, bañadas por la luz de la luna, había tres mujeres jóvenes, que al
juzgar por sus vestidos y modales parecían damas.

SE aproximaron a mí, y tras examinarme durante un rato, se pusieron a cuchichear entre ellas.
Dos de ellas eran morenas, tenían larga nariz aguileña como el conde, con grandes y penetrantes
ojos oscuros, que parecían casi rojos en contraste con la palidez amarillenta de la luna. La otra
mujer era de tez clara, extremadamente clara, con abundante y ondulado pelo rubio y sus ojos
como pálidos zafiros. Las tres tenían los dientes blancos, perfectos y relucientes, que brillaban
como perla sobre el rubí de sus labios voluptuosos.

Había algo en ellas que me inquietaba mucho, haciéndome sentir al mismo tiempo anhelante y
apasionadamente con esos labios rojos.

Yo las miraba, inmóvil y con los parpados entornados, presa de una angustia deleitosamente
expectante. La rubia se adelantó y se inclinó sobre mí, tanto que podía notar su agitada
respiración. En cierto sentido su aliento era dulce, tan dulce como la piel… y producía en mis
nervios el mismo estremecimiento que su voz.

Pero bajo aquella hipnotizable dulzura y romanticismo patético, notaba una amarga
repugnancia. Una exquisita repugnancia como la que produce el olor de la sangre.

1
Acto de amor

Se miró en el espejo, desnudo. Le dolió a la juventud que reflejaban sus diecisiete años: ella era
mucho mayor. Estaba decidido. Tomó los anteojos de su abuelo y se los puso. Al principio, vio
su imagen difusa pero, lentamente, fue graduando la vista hasta que pudo distinguirse con
precisión a través de los cristales. Ya había dado el primer paso. Con alegría y paciencia, convirtió
cada cabello en una cana. Después, se concentró en la cara: marcar algunos surcos en la frente,
lograr varias arrugas, desteñir un poco el color de los ojos para que fuesen como los de ella. La
piel comenzó a tensarse por el crecimiento de la barba, blanca y dura.

Entonces abrió la boca, eligió algunos dientes y los escupió. Estaba agotado. Se infundió nuevas
energías pensando apenas un instante en ella y se dispuso a seguir. Aflojó los músculos de los
brazos y de las piernas y, una vez modelada la curva de la espalda, se dedicó a redondear un
poco el vientre. Se impuso el fracaso de su sexo: estaba seguro de que con ella compartiría cosas
mejores. Respiró profundamente mientras recorría, conforme, su cuerpo con la vista. El aspecto
ya estaba logrado.

Ahora faltaba lo más difícil. ¿Cómo fabricar recuerdos de cosas que nunca habían vivido? Una
idea lo hizo sonreír: era viejo y muchos viejos no tenían memoria. Se apuró a concluir la tarea.
Poco a poco, su mente se fue poblando de lugares oscuros, impenetrables. De pronto, la mirada
de un viejo que sonreía, su propia mirada, lo distrajo. Examinó su reflejo como si lo descubriera
por primera vez, sin entender. Le pareció recordar que él mismo se había construido esa imagen.

Lástima que ya no supiera para qué lo había hecho.

El día de nuestra boda

Hoy se cumplen sueños de infancia, se culminan profecías juveniles, se retoman juramentos no


tan imperecederos; hoy es tu boda, y no atino a nada, sólo río. Tanto que planeamos este
momento y no encuentro palabras para decir: te amo, hoy más que nunca. Preciosa; perfecta
cual pétalo de rosa, aromática, seductora, provocativa. Podría morir en este preciso instante y
tan sólo recordaría este momento.

Ya llega la hora, las campanas redoblan, las aves cesan su canto, la ceremonia comienza, el
tiempo se detiene, yo no respiro; y apareces tú, yo en un extremo, tú en el otro; nuevamente
estás ahí, blanca, pálida, temblorosa; yo igual que tú (…) introduzco la mano en mi bolsillo
buscando motivos para despertar; encuentro dos superficies porosas, circulares, precisas,
pequeñas; nuestros anillos; esos que guardo como cómplice de una sorpresa oportuna; se siente
una multitud, los presentes se ponen de pie, reverencian a la joven; mi corazón se detiene y se
presentan ante mí todas las imágenes de días turbios, de días en los que la lluvia lo es todo; hoy
también llueve, en mi corazón, en mi memoria, en mis ojos (…); tú le tomas de la mano y le juras
amor eterno, el mismo amor que una vez me juraste a mí; yo respiro, mi corazón adopta su
ritmo cotidiano, mi cuerpo yace inerte en el tiempo.

Ya ves amor los dos nos casamos el mismo día, en el mismo lugar, a la misma hora; tú con él, yo
contigo; todo en el mismo instante, todo en el día de nuestra boda, todo en el día en que despedí
a mis sombras y dije adiós a tu sonrisa.

2
Y uno aprende

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un
alma, y uno aprende que el amor no significa acostarse y una compañía no significa seguridad,
y uno empieza aprender... Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas y uno
empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos. Y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes
y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un
alma, y uno aprende que el amor no significa acostarse y una compañía no significa seguridad,
y uno empieza aprender... Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas y uno
empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos. Y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes
y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad. Y después de un tiempo uno aprende que
si es demasiado, hasta el calorcito del sol quema. Y aprende a plantar su propio jardín y decorar
su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores. Y uno aprende que realmente
puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y
aprende... Y con cada adiós uno aprende.

Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro, significa que
tarde o temprano querrás volver a tu pasado.

Con el tiempo comprendes que solo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender
cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo te das cuenta de que si estas al lado de esa persona solo por acompañar tu
soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.

Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por
ellos tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.

Con el tiempo también aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir
lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas
grandes…

Elogio a la risotada bendita

Científicos de la universidad de california estudiaron las propiedades terapéuticas de la risa y


aportaron casos relevantes para una ciencia nueva llamada “Psiconeuroinmunologia” que
estudia como el conjunto de las emociones influye sobre las defensas de las personas.

El resultado sorprende: sentimientos como la ira, el miedo o la soledad, deprimen. Acciones


físicas como la risa dan energía, anulan el dolor y vigorizan la circulación y el corazón.

Algunos especialistas afirman que cien risotadas diarias equivalen a diez minutos de ejercicios
aeróbicos, como el remo o una caminata intensa.

3
Para ser francos, ¿Quién puede garantizar que hoy, en este valle de lágrimas, pueda llegar al
centenar de risas y sonrisas por día?

Como nadie puede asegurarlo, entonces comprometámonos con la risa. Y si no nos sale reírnos
absolutamente de nada, démonos el permiso de reírnos de todo. Riámonos de los demás, pero
empezando por nosotros mismos. Seamos cómicos, humoristas: divirtámonos para espantar los
divertículos. Ahoguémonos de risa para expulsar los infartos. Riámonos del poder a mas no
poder. Midamos las carcajadas en sangre y contabilicemos las risotadas en orina… así vamos a
curarnos. La fórmula salvadora es reventar, tirarse al suelo de la risa, doblarse, quebrarse hasta
hacerse encima. Pero de ninguna manera está permitido morirse de risa, sino… ¿Cuál es el
chiste?

La cosa es sencilla. Ante la mínima señal de malhumor, deberá sucederle, inapelablemente, un


momento de buen humor. Exageremos con la risa hasta el punto que desconfíen de nosotros.
La risa es un milagro, un derecho para todos que no figura en ninguna constitución del mundo.
La risa es nuestra, como el amor.

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