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Ficha de cátedra: tipos de discursos y propósitos del orador

Primera parte

Tipos de discursos

Ander Egg nos habla de los tipos de discurso según los procedimientos o formas
de presentar el tema. Estos son discurso leído, discurso de memoria, discurso con
ayuda- memoria (teniendo el texto completo, un esquema o utilizando notas) y
nada escrito a la vista. El uso de uno u otro procedimiento incide fuertemente en
las posibilidades de la comunicación.

Discurso leído

Todos los oradores reconocen que, en principio, no hay que leer nunca un
discurso si se quiere lograr una buena comunicación, ya se hable a unas pocas
personas o una multitud. La lectura hace que el discurso sea soso y aburrido.
Cuando se lee un texto, se interpone una especie de "muralla invisible" entre el
orador y el auditorio, se impide la comunicación directa y ese encuentro vital que
constituye la sustancia de la elocuencia. Máxime si el conferenciante lee como si
no entendiese. O, lo que es más frecuente, sin relacionarse con lo que lee.
Además, al usar este procedimiento, difícilmente el texto puede adecuarse a las
circunstancias concretas.
Sin embargo, en algunos casos la lectura del discurso puede ser necesaria.
Tratándose de personas que tienen responsabilidades públicas (jefe de gobierno,
ministros, dirigentes políticos y sindicales, etc.), en determinadas circunstancias,
deben sopesar las ideas y las palabras, decirlas con precisión y justeza, aún en
sus matices.

En estas circunstancias, cuando no queda otra alternativa que leer, para lograr
una mejor comunicación conviene tener en cuenta las siguientes sugerencias:

 Mirar lo más posible al público, de modo que se establezca una


comunicación a través de la mirada o, al menos, que la gente no se
desconecte por falta de contacto visual. Si los ojos se mantienen clavados
en el papel, sin levantarlos un sólo momento, falta la conexión de la mirada,
la comunicación resulta muy insuficiente y el discurso leído, que en sí es
muy pesado, se hace todavía más difícil de seguir. Un buen procedimiento
para poder mirar al público cuando se lee un discurso es aprender los
finales de párrafo, de modo que se pueda mirar al auditorio sin
"desconectarse del texto".

Cuando se lee un texto, se interpone una especie de "muralla invisible" entre


el orador y el auditorio, se impide la comunicación directa y ese encuentro
vital que constituye la sustancia de la elocuencia.

 Hay que leer bien. Esto significa leer fragmentando el texto en conjuntos
flexibles, modulados, con diferentes ritmos según lo que se dice, con carga

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afectiva y cuidando la velocidad de la lectura, de modo que la gente pueda


seguir tanto el contenido como los sentimientos que expresa.

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 En lo posible, que no se vean las notas o los folios que contienen el texto
de la conferencia (el uso del atril es óptimo para estos propósitos). Un
"montón" de hojas que han de ser leídas a la vista del público predispone
negativamente desde el primer momento.

 Lo más importante es aprender a leer como si no se leyese; para ello hay


que leer una frase y, apoyado en la memoria inmediata, repetirla en voz
alta. Con este procedimiento, uno queda más libre respecto del papel y se
facilita la comunicación. En algunos casos, en vez de repetir la frase, una
vez captada la idea, se procede a parafrasear o glosar lo que se ha leído.
 En suma, cuando se lee un discurso, es recomendable recordar que la
gente está oyendo, no leyendo y que oír una lectura monótona es una
invitación al sueño o al menos a la somnolencia. O lo que es lo mismo: a no
enterarse de lo que se está escuchando.

Discurso de memoria

Tampoco conviene pronunciar discursos aprendidos íntegramente de memoria. Y


esto por varias razones. En primer lugar, porque el discurso da la impresión de
artificialidad. Por otra parte, subsiste "algo" entre el orador y el público, más sutil
que en el texto leído, pero no menos real. No será una "muralla invisible", sino una
"cortina de humo" que dificulta el encuentro vivo entre el conferenciante y el
público.
Una conferencia aprendida de memoria adquiere un estilo "cantado" o "recitado"
que la vuelve insípida, falta de naturalidad y carente de calor humano. Además,
por la tensión que se tiene frente al público, se corre el riesgo de olvidarse de
algún pasaje del texto aprendido y, como consecuencia de ello, quedarse mudo en
medio de la disertación y esto... sería desastroso.

Una conferencia aprendida de memoria adquiere un estilo "cantado" o


"recitado" que la vuelve insípida, falta de naturalidad y carente de calor
humano.

Discursos con ayuda-memoria

Las "ayuda-memoria" pueden ser de tres formas principales: disponer de todo el


texto escrito, de un esquema o boceto o bien de sólo algunas notas.
Ayuda-memoria que dispone de todo el texto escrito. Consiste en escribir
enteramente el discurso y luego tenerlo a la vista como "ayuda-memoria", pero sin
atenerse rigurosamente al texto. Un cierto número de conferenciantes y oradores
prefiere este procedimiento, fundamentalmente porque el texto escrito otorga
seguridad intelectual y psicológica al que tiene que hablar en público. Al mismo
tiempo, éste puede mantener un aceptable contacto visual con el auditorio.
También en este procedimiento podemos aplicar lo que decíamos antes, leer
como si no se leyese, pero en este caso no se trata de repetir la frase que se ha

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leído, lo que hay que hacer es captar la idea y expresarla luego con las propias
palabras.

Discurso con esquema o boceto

Cuando ya se tiene experiencia, aún cuando se haya escrito todo o en parte el


discurso, el orador o conferenciante se puede limitar a preparar cuidadosamente
un esquema, boceto o guión que utilizará para la presentación. En otros casos,
sólo elaborará el guión, lo meditará y madurará largamente, buscando las fórmulas
más interesantes y originales, improvisando luego sobre los temas así creados y
enlazados.
Lo sustancial es elaborar un esquema que contenga los puntos esenciales del
discurso, de modo que cada palabra o frase del guión sugiera una serie de ideas y
cuestiones que el orador ya conoce. Éstas se irán revistiendo de palabras a
medida que se desarrolla el discurso. Lo fundamental de este proceso consiste en
utilizar palabras que susciten ideas, y luego expresar las ideas con las propias
palabras..., todo ello sin pasar por el texto escrito. Aquí vale aquello que decía el
poeta Horacio: "No busques palabras, busca hechos y pensamientos y
atropellándose vendrán palabras sin ser buscadas."
Este método da libertad y seguridad; al mismo tiempo, facilita todos los arranques
que lleva consigo el calor del discurso y asegura que el pensamiento y la
expresión no floten al azar. Sin duda, es el método más recomendable, pues une
al máximo de rigor al máximo de elasticidad. El itinerario del pensamiento está
jalonado hasta el punto que el orador no puede perderse, pero al mismo tiempo
hay un gran margen de espontaneidad y plasticidad, que es lo que da vida al
discurso.

Lo sustancial es elaborar un esquema que contenga los puntos esenciales


del discurso, de modo que cada palabra o frase del guión sugiera una serie
de ideas y cuestiones que el orador ya conoce.

Otra ventaja de este método es que se presta a los requerimientos de las


circunstancias y permite la adaptación a diferentes auditorios. Mientras el
esquema o guión es invariable, el contenido se puede ampliar o reducir de
acuerdo con las circunstancias. El método goza al mismo tiempo de la gran
ventaja de que una misma conferencia, pronunciada varias veces, nunca sea
idéntica y mantenga una cierta frescura, sin perder el rigor de un discurso bien
organizado. Por otra parte, ahorra al orador el sentimiento de ser un papagayo que
repite unas frases o ideas de manera más o menos automática.

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Discurso utilizando notas

No hay que confundir esta forma de presentación con la preparación de un


esquema o boceto; aquí de lo que se trata es de preparar notas, preferentemente
en tarjetas, que sirven de ayuda-memoria. A veces, en las notas se incluyen citas,
datos o información que es necesario citar con toda exactitud.

Discurso sin nada escrito a la vista

Esta forma de presentación (ningún texto visible) es la más adecuada para una
mayor y más profunda comunicación con el público. Es casi la única forma eficaz
para hablar a grandes masas (mítines, concentraciones, etc.). Para utilizar este
método, es necesario retener perfectamente en la memoria el esquema del
discurso y las ideas centrales que se quieren expresar.

La presentación sin ningún texto visible es la más adecuada para una mayor
y más profunda comunicación con el público.

Como bien se ha dicho, este procedimiento consiste en "decir, con palabras no


previstas, ideas ya previstas", siguiendo la secuencia que se establece en el
esquema. Si no hay una secuencia en la exposición de las ideas, se corre el
riesgo de divagar.

Segunda parte

Propósitos del orador

Un discurso siempre tiene un objetivo, aunque a veces sea inconsciente para


quien lo está emitiendo. Por ejemplo, cuando se juntan un grupo de chicas o de
chicos a hablar de lo que hicieron el día anterior cuando salieron, el objetivo es
contar hazañas y divertirse. Cuando una persona va a una entrevista de trabajo su
objetivo es convencer de qué su capacidad es la mejor para el puesto que se
postula; cuando un progenitor reprende a su hijo por alguna inconducta, tiene por
objetivo hacer saber al menor que eso no se hace y que está enojado. Cada
discurso tiene un objetivo aunque muchas veces seamos inconscientes de ello.

Sin embargo, cuando una persona habla profesionalmente tiene que tener claro
cuál es su objetivo al hablar y poner todos sus recursos para que se logre. Antes
de enfrentarse al público se debe tener claro cuál es la intención, existen una serie
de propósitos aunque los mismos no siempre se encuentran en estado puro,
siguiendo la descripción de Eugenio Luis Henry, en „Para aprender a hablar en
público se mencionarán los más aceptados‟:

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Convencer
No significa despojar a la gente de sus ideas o conocimientos, sino
complementarlos, reforzarlos o consolidarlos. El desafío es persuadir al auditorio
de que tome la decisión o emprenda la acción.

Informar
Presentar información para el esclarecimiento o instrucción del auditorio a fin de
que haga algo. Implica dar a conocer hechos o datos sin ser alterados por
prejuicios o sentimientos personales que le ayuden a incrementar su acervo
cultural y su calidad de vida.
Cuando una persona habla profesionalmente tiene que tener claro cuál es su
objetivo al hablar y poner todos sus recursos para que se logre.

Motivar
Cuando un auditorio necesita cambiar su opinión o realizar alguna acción a la que
no está predispuesto, el propósito de la presentación es motivarlo, va de la mano
con el de convencer. Es el más difícil de conseguir, ya que implica no sólo un
cambio de actitud ante una idea o concepto, sino además, su correspondiente
ejecución.

Entretener
Ya es absolutamente caduco el sistema de enseñanza basado exclusivamente en
el dictado de información sin estar acompañado de recursos para que el auditorio
"la pase bien". Es cierto que no todos los oradores tienen carisma de showman.
Pero también es cierto que si no se apela a algún efectismo (juegos, anécdotas,
adivinanzas, etc.), es muy probable que la atención y comprensión disminuyan.
Toda presentación debería ser entretenida. Para que el auditorio esté en un marco
favorable, de mente abierta para ser convencido, ilustrado o motivado, necesita
estar

Capacidad para entretener

A continuación presentamos las conclusiones de Ignacio Di Bartolo acerca de la


importancia de tratar de no deslumbrar al auditorio, de manifestar sin temor sus
sentimientos y de comunicarse con su auditorio.

No trate de deslumbrar

De enorme valor para que lo escuchen ciertos oradores. El auditorio advierte


inmediatamente cualquier velada intención de deslumbrar. Los devaneos de
superioridad e importancia, generan en el público un rechazo tal por la
personalidad del orador, que hacen insalvable la conferencia más valiosa.
La modestia inspira confianza, el exhibicionismo irritación. Únicamente es lícito
hablar de sí mismo si no hubo una adecuada presentación. En ese caso es
necesario hacerle saber a quienes escuchan, las credenciales de la persona que
habla. Sin exageración alguna y enunciando la estricta verdad, corresponde que el

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orador haga un breve currículo que justifique su presencia en la tribuna y sólo


refiriéndose a su preparación en el tema que corresponde exponer.

El auditorio advierte inmediatamente cualquier velada intención de


deslumbrar. Los devaneos de superioridad e importancia, generan en el
público un rechazo tal por la personalidad del orador.
Manifieste sin temor sus sentimientos

Una poderosa razón por la que un actor puede entretener está en la manera en
que es capaz de interpretar los sentimientos de su personaje. El verdadero orador
nunca actúa, transmite lo que siente y de esa forma llega al corazón de quien lo
escucha. Si tiene entusiasmo, transmite interés. Y si una emoción lo embarga, el
auditorio la comparte y lo acompaña. El escollo principal para esa comunión
espiritual es el natural pudor de manifestar nuestros sentimientos.
Es necesario saber que cuando usted hable en público transmitirá interés en
proporción al grado de su entusiasmo.
No reprima sus verdaderos sentimientos. Si domina el tema, si le entusiasma una
idea, muéstrela sin temor. Déle vida a sus palabras, transmita con ese fuego
sagrado que las hace valiosas, importantes, interesantes. El tiempo vuela para
quien escucha a un orador entusiasta.

No reprima sus verdaderos sentimientos. Si domina el tema, si le entusiasma


una idea, muéstrela sin temor.

Si el auditorio se duerme, es al orador a quien deberíamos despertar. Un orador


insensible genera públicos aburridos. Cuando hable no se alarme si su voz tiembla
o se entrecorta por la emoción. Nunca baje la vista para expresar ira o amor.

Comuníquese con su auditorio

No habrá fórmula más sencilla para quien escucha aburrido, que cortar
subrepticiamente la comunicación y dejar al orador hablando solo, mientras se
libera el pensamiento para que vuele por horizontes más divertidos o por lo menos
más importantes, ("zapping mental")
Es evidente que la comunicación entre los humanos se establece a dos niveles:
uno visible, el de las palabras pronunciadas; otro secreto, el de las intenciones
profundas. La intelectual y lo afectivo.
Afectividad es la palabra que emplean los especialistas para designar todos los
fenómenos no verbales de la comunicación. A esos extraños y complicados
procesos que acercan o rechazan a la dupla auditorio-orador, es que resulta
importante enfatizar en esta circunstancia.
Hay una experiencia clásica en psicología que demuestra que lo esencial de la
comunicación no está en las palabras que se dicen. Se registra un mismo texto de
saludo y bienvenida pronunciado por tres distintos oradores. El primero lo
pronuncia con entusiasmo y una amplia sonrisa. El segundo, de la manera más
neutra posible. El tercero, en tono seco y monótono.

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Es evidente que la comunicación entre los humanos se establece a dos


niveles: uno visible, el de las palabras pronunciadas; otro secreto, el de las
intenciones profundas. La intelectual y lo afectivo.

La experiencia demuestra que este último, aunque dice las mismas palabras
amables y corteses que los otros, suscita la antipatía del público encuestado. Y no
pocas veces su irritación.
¿Qué queremos decir con "simpático"? Pocas palabras hay de uso tan general
cuyo significado sea tan impreciso. Busqué la palabra en el Diccionario de la Real
Academia Española y dice: "Conformidad, inclinación o analogía de una persona,
respecto de los afectos o sentimientos de otra”.
Modo de ser y carácter de una persona, que la hacen atractiva o agradable a los
demás". Lograda definición. Interpreto que para que el orador sea simpático a su
público debería buscar que éste sienta inclinación o analogía por sus afectos y sus
sentimientos.

La Academia define también el vocablo "simpático": "Que inspira 'empatía. Dícese


de la cuerda que vibra por sí sola cuando se hace sonar a otra".

Volvamos a lo nuestro. Hemos analizado todas las condiciones que debe reunir un
orador y su conferencia para perfeccionar su elocuencia. En el lugar del público, le
pedimos también a ese orador que nos entretenga, que nos haga llevadera y
agradable nuestra a veces pesada responsabilidad de escuchar, entender y
aprender.

Del otro lado de la tribuna, formando parte del a veces sacrificado y anónimo
conglomerado de individuos que forman el auditorio, le aconsejaría al orador:

Trate de captar la expectativa del público.


Trate de ser simpático y de hacernos vibrar con su propia vibración. Piense en
quien lo está escuchando, en sus afectos, en sus sentimientos, en sus
necesidades. Muéstrele honesta y sincera apreciación.
Cuando quiera acordar en un ambiente así nadie se aburrirá. El orador y el
auditorio se sorprenderán de cómo volaron los minutos y llegó con pena la hora de
terminar.

Ron Hoff es uno de los formadores de conferencistas más importantes de los


Estados Unidos. Él llama a este sentimiento de aproximación entre el presentador
y el público un "momento perfecto", que se da en algunas circunstancias. Como si
ambos hubieran compartido una experiencia trascendente en sus vidas que
ocupará un lugar permanente en sus memorias.

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Estilo de la intervención

El estilo adoptado en una presentación va a depender de diversos factores como


el motivo de la intervención, el objetivo que se pretende conseguir, el público
asistente al evento, entre otros. Un mismo tema se puede presentar de maneras
muy diferente según el público y la situación. Es un hecho indiscutible que no se
puede hablar en público siempre de la misma manera: hay que ajustar el estilo de
la intervención a las características de cada ocasión, sino la presentación podría
ser un fracaso. Las características que definen el estilo de una intervención son
numerosas:

formal o informal
seria o desenfadado
sobria o entusiasta
cercana o distante
rigurosa o generalista
monólogo o participativa
con apoyo visual o sin apoyo visual

El orador debe buscar darle a su intervención aquella orientación adecuada y con


la que pueda lograr el mayor impacto en el público. En caso de duda, es preferible
elegir la iniciativa más moderada ya que resulta menos llamativo hablar de manera
formal en un acto informal, que hablar de manera informal en un acto formal. La
forma de vestir también debe adecuarse al tipo de acto.
Como última observación, se puede decir que un toque de humor, sabiamente
administrado, no se contrapone con la seriedad ni con el rigor y ayuda a romper el
hielo y empalizar con la audiencia.

El orador debe buscar darle a su intervención aquella orientación adecuada


y con la que pueda lograr el mayor impacto en el público.

Lenguaje

Lo primero que uno debe procurar cuando habla en público es ser entendido, es
necesario emplear un lenguaje apropiado, según el público al que se dirige. Por
ello, es importante saber con anticipación el tipo de público que se espera que
asista al acto.

Deben utilizarse términos y expresiones que todo el público pueda entender, los
términos técnicos se usarán sólo si la audiencia conoce su significado. Si se
manejan abreviaturas o acrónimos hay que estar seguro de que el público sabe lo
que significan, si no habrá que explicarlos.
Se debería utilizar un lenguaje simple y concreto huyendo de lo rebuscado o
frases complicadas, no hay que tratar de asombrar al público con un vasto dominio
del idioma, el objetivo del discurso es ganarse al público con las ideas.

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