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La motivación

José Antonio Marina

José Antonio Marina es catedrático de Instituto, filósofo y ensayista. Ha centrado su labor


investigadora en el estudio de la inteligencia. Es autor, entre otros muchos ensayos, de Elogio y
refutación del ingenio (Premio Anagrama de Ensayo y Premio Nacional de Ensayo), Teoría de la
inteligencia creadora, Ética para náufragos, La inteligencia fracasada y Por qué soy cristiano. Es
colaborador habitual en prensa, radio y televisión. Actualmente se encuentra comprometido con los
proyectos Movilización Educativa y la Universidad de Padres, que tienen por fin enfrentar los
retos educativos del presente.

Primera parte
En casi todos los coloquios que siguen a las conferencias que pronuncio, surge el tema de la
motivación. Nuestros alumnos no están motivados. ¿Qué podemos hacer? ¿Es culpa suya o culpa
nuestra o culpa de los padres o culpa del entorno? ¿O no es culpa de nadie? Acabo de escribir un
artículo sobre el abandono escolar, defendiendo que se enfoca mal el problema. Me parece que el no
querer ir a la escuela o no querer estudiar es el estado natural del niño, y que, por lo tanto, lo que hay
que averiguar es por qué estudian los niños o adolescentes que estudian. ¿Qué les mueve? ¿Podrían
contestarme a esta pregunta?

La motivación nos interesa tanto porque se refiere al origen de todo el dinamismo humano.
Educadores, padres, políticos, sacerdotes, comerciantes, todos queremos conocer sus secretos. “La
esencia del hombre es el deseo”, escribió Spinoza. Tenía razón. Nacemos con necesidades que se
experimentan como deseos, y con un sistema neuronal de premios y castigos que nos sirve para
orientar nuestra acción. Los sentimientos y las emociones forman parte de ese sistema de impulso y
orientación. El viejo Platón decía que el fin de la educación era enseñar a desear lo deseable, es
decir, educar la motivación. Y Rousseau tenía razón cuando en su Emilio afirmaba: “Despertad en el
niño el deseo de saber, y ya no tendréis que preocuparos de nada más”. El tema es tan importante
que voy a dedicarle unas cuantas entradas. ¿Se pueden enseñar los deseos? He tratado este asunto en
La educación del talento (Ariel) y solo voy a resumir lo que dije allí, pero quiero advertir que al
estudiar el tema de la motivación no debemos fijarnos en nuestros alumnos, sino en nosotros
mismos. ¿Qué nos sucede cuando queremos seguir una dieta de adelgazamiento o dejar de fumar o
hacer ejercicio? Pues lo mismo que a nuestros alumnos con el estudio o con la lectura; lo mismo que
a nuestros hijos con el orden. Que nos cuesta trabajo.

Nuestra energía brota de la necesidad de satisfacer tres grandes deseos: pasarlo bien, estar
afectivamente vinculados, ampliar nuestras posibilidades (sentir que progresamos, que somos
competentes, capaces, significativos). Cuando queremos dirigir nuestra energía hacia una actividad
que no está directamente relacionada con ninguna de esas tres grandes necesidades, o que lo está
pero mediante un nexo que no percibimos emocionalmente, tenemos que buscar el modo de
relacionarla con alguno de los deseos ya existentes. De la misma manera que si queremos instalar un
punto de luz en una habitación, tenemos que conectarlo a la red eléctrica. Esa es la tarea de la
pedagogía de la motivación.

Pero hay un hecho que pone en tela de juicio la mayor parte de nuestra pedagogía. Según algunos
investigadores –Nisan, Shamir, Harter, Ryan, Connell- las teorías actuales de la motivación son
incompletas, porque se fundan sólo en la satisfacción personal. Son pues hedonistas. Se ha olvidado
el “sentido de la obligación” como fuerza motivacional. Lipovetski habló con su perspicacia habitual
del “crepúsculo del deber”. Tienen toda la razón. Es evidente que conviene “motivar” al niño o al
adulto para que tenga ganas de hacer algo, pero también hay que enseñarle que hay cosas que se
tienen que hacer sin ganas, es decir, sin estar motivado. Después de poner en juego todos los
recursos del razonamiento o de la seducción, la última línea de resistencia es “y tienes que hacerlo
porque es tu obligación”. El sentido del deber es un mecanismo casi reflejo, decía Eysenck, un gran
psicólogo. Es un hábito que debemos inculcar, aunque, eso sí, acompañado del pensamiento crítico
necesario para no dejarse dirigir por “deberes indebidos”. Es llamativo que la enseñanza del deber no
se mencione en casi ningún texto de pedagogía. Por eso he cuidado de incluirla –junto al
pensamiento crítico- en los programas que he hecho para la Universidad de Padres, que considero mi

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mayor logro intelectual. Por cierto, los padres interesados pueden matricularse ya para el curso
próximo en www.universidaddepadres.es.

El lunes y el martes pasados estuve en Alicante dando unas conferencias sobre el tema “Aprender a
convivir”. Aproveché para hacer dos visitas muy interesantes. La primera, a la Escuela
medioambiental “Los Molinos”, patrocinada en Crevillente por la Caja del Mediterráneo e instalada
en una amplia finca donde quedan restos de antiguos molinos. Las escuelas llevan allí a sus alumnos
o bien en visitas de un día, o bien en estancias de una semana. Niños y niñas viven experiencias
científicas en contacto con la naturaleza. La visita reforzó mi convicción de que se están llevando a
cabo muchas experiencias educativas muy interesantes y que debemos darlas a conocer. La segunda
visita fue al Instituto de Neurociencia, un centro cada vez más reconocido en el mundo científico.
Me acompañó su fundador, Carlos Belmonte, un gran neurólogo que en este momento es Presidente
de IBRO (International Brain Research Organization). Pasé una estupenda tarde hablando con
algunos investigadores. Me alegró saber que también a ellos les interesa la relación entre
neurociencia y educación. Espero que podamos colaborar en alguna investigación.

Segunda parte
La palabra “motivación” es nueva y confusa. No me extraña que estuviera a punto de desaparecer
del léxico psicológico en los años sesenta. Es un “constructo hipotético” para explicar el
comportamiento. Sustituyó al concepto de “voluntad”. Aunque es un sustantivo, indica una función
dinámica. No es una “razón” explicativa, es una fuerza. Por eso, muchos estudiosos la definen como
“fuerza y dirección de una tendencia”.
En efecto, es un compuesto de energía impulsora y de objetivo a alcanzar. La energía impulsora
podemos llamarla “deseo” (apetito, drive, Trieb, pulsión, móvil). El objetivo (meta, incentivo,
reforzador) resulta atractivo porque implica algún premio o satisfacción para el sujeto. Es la
realización concreta de un “valor”. Deseamos un objeto porque nos parece valioso, dotado de valor
(hedónico, utilitario, estético, económico, moral, lo que sea). El concepto de “valor” no es
específicamente moral. Es en su origen biológico.
Así pues, la motivación es la tensión entre un deseo y un objetivo valioso. Si el deseo es muy fuerte
y el objetivo se percibe como muy valioso, el asunto marcha bien. Pero a veces, el deseo no existe, o
está desactivado. En ese último caso, el objetivo es la solución que tenemos para despertar el deseo,
o para intentar suscitarlo. Pero, ¿qué sucede cuando el deseo no existe?

Además del deseo y del valor del objetivo, hay un tercer componente de la motivación. Lo llamo
“variables cooperadoras”. Potencian o debilitan nuestro ánimo para obrar. La primera variable es la
facilidad o dificultad del objetivo. La segunda, el sentimiento de competencia del sujeto para
alcanzarlo. La tercera, el hábito de buscar ese objetivo. Cuarto, el interés del proceso, y no sólo del
fin. Estas “variables cooperadoras” intervienen no sólo en el arranque, sino en el mantenimiento de
la acción. Por ejemplo, el entrenamiento hace que el esfuerzo necesario para realizar una tarea
resulte menos agotador.

Con estos elementos podemos establecer una ecuación:


Motivación (fuerza de tendencia)= deseo + valor del objetivo + variables cooperadoras.
¿Cómo podemos aumentar la motivación? Incidiendo sobre alguno de los tres factores. Aumentamos
el deseo, aumentamos el valor del objetivo, o aumentamos las variables positivas. Ya sé que esta es
la teoría y que lo difícil es llevarla a la práctica. Pero tener un modelo facilita mucho las cosas. La
casuística podemos tratarla en el blog.

Educar es introducir valores culturales en el sistema de motivación que tiene el alumno. No se


pueden crear deseos nuevos. Sólo podemos ampliar, o hibridar los que ya se tienen. Esto no es nuevo
en educación. Todos repetimos que los conceptos nuevos se construyen a partir de conceptos ya
conocidos. Por razones que desconozco, no se dice lo mismo de los deseos y las motivaciones, lo
cual es una tremenda equivocación. No se puede desear un objetivo sino a partir de los deseos que ya
se tienen, y, como os dije, son fundamentalmente tres: disfrutar, vincularse socialmente, ampliar las
posibilidades de acción (autonomía, independencia, progreso, creatividad, logro, poder, etc.)

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El talento pedagógico consiste en relacionar los valores deseables (los que queremos que aprendan)
con los deseos reales de los alumnos. Descubrir esos caminos es un asunto apasionante desde el
punto de vista teórico y práctico. ¿Os animáis a elaborar trayectorias para casos concretos?

El sábado intervine en un Curso de verano, organizado por CCOO de la enseñanza. Cada vez que
hablo a docentes aprovecho para decirles que la nuestra es una profesión de élite, y que nosotros
debemos aspirar a la excelencia antes de exigirla a los alumnos. Insistí en que una de las
competencias necesarias para el docente actual es la capacidad de colaborar con los demás. Se ha
acabado la época del profesor aislado, encerrado en una burbuja mágica con sus alumnos. Educa el
Centro entero y eso significa que el claustro necesita más presencia, más implicación y más tiempo.
Encuentro en Mark Twain un buen ejemplo de lo que llamo “variables cooperadoras”. Cuenta que
Tom Sawyer tiene que pintar una larga valla. La tarea le parece muy aburrida, pero consigue
convencer a sus amigos de que es divertidísima, e incluso les obliga a pagarle para que les deje
pintar un rato. Twain saca la conclusión de que “el trabajo consiste en cualquier cosa que alguien se
encuentra obligado a hacer y que el juego consiste en cualquier cosa que alguien no está obligado a
hacer”.

“En Inglaterra hay señores muy ricos que conducen diligencias de cuatro caballos a distancias de
veinte o treinta millas en una línea regular, durante el verano, porque el hacerlo les cuesta mucho
dinero; pero si les ofrecieran un salario por prestar ese servicio, eso lo convertiría en un trabajo, y
entonces renunciarían”.

No sé si recordáis una espléndida escena de la película “La leyenda del indomable”, protagonizada
por Paul Newman. Un grupo de presos está trabajando a pleno sol limpiando las hierbas de las
cunetas, bajo la mirada implacable de unos guardianes salvajes. De repente, en un arrebato de
protesta o de autonomía comienzan a trabajar alocadamente, entre risas y gritos de ánimo. Es una
escena absurda y maravillosa, que da la razón a Twain. Aquellos presos estaban actuando libremente,
estaban cambiando el significado del trabajo, convirtiéndolo en una protesta, de la única manera que
podían hacerlo. Trabajando ofensivamente deprisa.

Tercera parte
El viernes intervine en el foro organizado por la Fundación Príncipe de Gerona. Fue una jornada
maratoniana de doce horas de duración, a la que asistieron, con interés de buenos alumnos, los
príncipes de Asturias (y también de Gerona). Me gustó su forma de demostrar explícitamente su
interés por la educación. Se trataba el tema del emprendimiento, que, como sabéis, es una de las
competencias básicas indicadas en la LOE y en las directivas educativas de la UE. Emprender es una
bella palabra que hemos dejado secuestrar. Significaba la capacidad de iniciar proyectos valiosos.
Era uno de los aspectos de la virtud de la fortaleza, es decir, de la valentía. El otro era la paciencia,
que es la capacidad de mantener el esfuerzo después de comenzarlo. Digo que es una palabra
secuestrada, porque ha terminado significando un único tipo de empresa: la económica. No se nos
ocurre decir que sean emprendedores un investigador, un artista, el colaborador de una ONG, o una
persona que intenta realizar dignamente su vida a pesar de las dificultades. Y, sin embargo, ese es el
sentido profundo de la palabra: iniciar y mantener proyectos valiosos.
Esto tiene que ver con lo que estaba explicando en este blog sobre la motivación. La psicología nos
indica que nacemos provistos de un repertorio de deseos. Deseo es la conciencia de una necesidad, la
experiencia del “echar en falta”, o la anticipación de un premio. Cada vez que queremos que
nuestros alumnos se interesen por algo, tendremos que enlazarlo con alguno de los “deseos de
fábrica” con los que nacen. Entre ellos no están las ecuaciones de segundo grado, el número de patas
que tienen los artrópodos, o el análisis de árboles sintácticos. Y, desde luego, no hay un deseo innato
de estar metidos en un aula seis horas diarias.

Todo parece indicar que no podemos crear deseos nuevos. Pero podemos ampliar los que hay, de tal
manera que integren en su dinamismo metas u objetivos que no estaban al principio. Tampoco
estaban incluidos en esos deseos básicos el móvil, el piercing del ombligo, el iPad, o el zapato de
tacón alto. La astucia pedagógica o publicitaria consiste en encontrar esos engarces entre objetos
modernos y anhelos antiguos.

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Cualquier cosa que queremos que interese a nuestros alumnos (o a nosotros) debemos relacionarlo
con los deseos básicos, que son tres: pasarlo bien, vincularse cordialmente con los demás, y ampliar
las posibilidades vitales. Es en este gran deseo donde se integra el “emprendimiento”. Los
psicólogos de la motivación lo llaman de distintas maneras: deseo de autonomía, de eficacia, de
logro, de poder, afán de explorar, crear, inventar. Es un inagotable deseo de progresar, de
superarse, de sentirse dueño de sí mismo y del entorno, de ser capaz de introducir variaciones
en el ambiente. Hace muchos años, Eric Fromm escribió un delicioso ensayo titulado. “¿Es
verdad que los seres humanos son perezosos por naturaleza?” Llegó a la conclusión de que no
era así, y que esa afirmación solía ser mantenida, sobre todo, por las ideologías dictatoriales, que
justificaban de esa manera las políticas de mano dura. Ni siquiera los animales buscan la comodidad
como principal objetivo. Glen Jensen mostró que muchos animales prefieren ganarse la comida a
comer lo mismo sin hacer ningún esfuerzo. Eso solo es propio de los “animales domésticos”, a los
que hemos intoxicado de comodidad. Como a nuestros alumnos. Hay una “vagancia aprendida”, de
la que os hablaré en otra ocasión.

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