opinión
E-ISSN 2014-0843
D.L.: B-8438-2012
¿MIGRANTES O REFUGIADOS?
355
OCTUBRE
Yolanda Onghena, Investigadora Sénior CIDOB
2015
D
esde el momento que el periodista del canal catarí Al Jazeera, Barry Ma-
lone, dejó de utilizar la palabra migrante para definir a las personas que
se juegan la vida en el Mediterráneo ha surgido un debate semántico y
político sobre qué palabra sería la más adecuada para nombrar a los cientos de
miles de personas que huyen de sus países. Para la redacción de Al Jazeera no
hay crisis migratoria en el Mediterráneo; hay un número muy grande de refugia-
dos huyendo de la guerra en sus países y un número de personas más reducido
que escapa de la pobreza. No es una crisis migratoria porque la mayoría de ellos
son refugiados que huyen de conflictos armados, guerras civiles y persecución
en Siria, Afganistán, Irak, Eritrea o Somalia, entre otros países. Más correcto sería
hablar de movimientos migratorios aunque este concepto pone el acento en lo
territorial del movimiento y lo deja como un acto voluntario, sin más. Para unos
el concepto de “migrante” ya no es válido para describir lo que está pasando en el
Mediterráneo porque se ha convertido en un concepto que deshumaniza y gene-
raliza. Para otros, llamar refugiados a todos los migrantes que buscan el camino
hacia Europa tampoco sería correcto, por más que compartan itinerarios y mafias,
y arriesguen sus vidas en busca de una vida mejor o de sociedades con un mayor
nivel de seguridad.
Suele pasar que cuando aparece un problema ‘nuevo’, surge también la necesidad
de desarrollar una retórica que permita hablar del problema y situar su ‘novedad’.
Con la exigencia de una comprensión rápida, ciertos conceptos se vuelven confu-
sos y ambiguos. Es ahí donde algunas palabras adquieren una acepción casi má-
gica para activar estructuras inexistentes que deberían actuar como tranquilizado-
ras ante la nueva incertidumbre. Se vuelven términos abstractos que convierten
los acontecimientos en eventos anónimos e indefinidos, ocultando, la mayoría de
las veces, arrogancias políticas y oposiciones reales. Su función es reducir la incer-
tidumbre, pero no ayudan a comprenderla o hacerla comprensible. Neutralizan
lo incierto dentro de lo que es un vocabulario habitual y permiten de esta manera
manejar fenómenos, situaciones o problemas para una comprensión efímera y casi
instantánea. Sin embargo, el debate que ha surgido muestra que no existe tal com-
prensión instantánea y el desafío de situar flujos mixtos de migrantes, refugiados
y solicitantes de asilo con operaciones de contrabando y tráfico de personas es sín-
toma de un desequilibrio entre la respuesta internacional a los desplazamientos
forzados y las necesidades de los desplazados.
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¿Qué hace la comprensión tan confusa?
Por más que el derecho a solicitar asilo es un derecho fundamental – y por ende no
existirían solicitantes de asilo ilegales-, la realidad es otra. Muchas medidas naciona-
les dificultan la circulación de las poblaciones sin hacer distinción entre migrantes y
refugiados. Cada vez son más numerosos los refugiados que se unen a movimientos
migratorios irregulares y utilizan los mismos itinerarios y los mismos servicios de
los mismos traficantes, procurándose además, los mismos documentos falsos. Una
primera realidad que, sin influir en la diferencia fundamental entre refugiados y mi-
grantes, sí contribuye a que esta distinción se vuelva confusa.
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La línea divisoria entre “forzado” y “voluntario” tampoco es muy clara, ya que
las motivaciones de las personas suelen ser diversas. El refugiado huye de algún
tipo de amenaza en su país de origen. ¿Huir de la hambruna, queda en una ca-
tegoría de migración voluntaria? ¿Aquel inmigrante que llegó a Libia confiando
en una mejora de sus condiciones de vida y de golpe tiene que huir de este país
por la violencia armada, sigue siendo inmigrante? Otros factores que motivan el
desplazamiento son la presión demográfica, la inestabilidad política, sin hablar de
los factores culturales e históricos y la influencia de los medios de comunicación.
¿Cómo llamamos a aquellos migrantes víctimas del tráfico ilegal de personas?
¿Conocemos la motivación de los niños que viajan solos? ¿En qué categoría se ha-
bla de las mujeres que huyen de sistemas socio-culturales o jerarquías patriarcales
que violan los derechos humanos? Aún hay otro factor: los problemas ecológicos
que obligan a personas o grupos a desplazarse -de manera temporal o permanen-
te- por causa de desastres naturales, la degradación del medio ambiente o la de-
sertización que no les permite vivir en seguridad y prever sus necesidades prima-
rias. ¿Son migrantes? ¿Son refugiados? Por más que existen intentos de hablar de
“refugiados medio-ambientales”, el concepto aún no tiene peso a nivel jurídico.
Una primera confusión viene dada por la complejidad de los móviles del despla-
zamiento y la falta de una gramática efectiva que va más allá de inserción, integra-
ción o asimilación. Otra confusión es la intencionalidad política en la elección de
las palabras. La distinción semántica entre “refugiados” y “migrantes” es un arma
política evidente que genera un discurso basado en dos polos bien diferenciados:
por un lado el desplazado que se acepta, el refugiado; por otro, el que se recha-
za: el in-migrante, el que in-vade. Este discurso puede apelar a los sentimientos,
hacernos sentir apenados, arrepentidos o víctimas, pero nunca responsables de lo
que se plantea como un problema, un conflicto o una crisis. Además, el estatuto
de refugiado lo otorga cada país y no una entidad única. Cada país tiene sus cri-
terios para decidir si alguien realmente puede ser considerado refugiado según la
definición jurídica. Si el país declina la solicitud, el solicitante de asilo no puede
obtener el estatuto de refugiado y será considerado un migrante en situación irre-
gular y víctima de duras políticas en materia de inmigración.
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En el terreno político y en el ámbito de la comunicación, como también en el de la
investigación, el concepto de “movilidad” está sustituyendo progresivamente al
de “migración”. Para algunos es un concepto aséptico, sin compromiso, pero, por
esa razón, exige pensar los desplazamientos en sus contextos, es decir, teniendo en
cuenta las circunstancias y condiciones específicas de cada desplazamiento. Po-
dría ser un punto de partida para pensar una nueva política de gestión de flujos,
sin clasificaciones o asignaciones previas. Una política, además, que cuestionase
la importancia del significado que las personas dan a su desplazamiento como un
fluir continúo entre intenciones, razones y motivaciones, todas ellas en interrela-
ción.