Platón nació en Atenas en año - 427 en el seno de una familia aristocrática. Su padre,
Aristón, pretendía descender de la antigua familia real ateniense. Su madre era hermana
de Cármides y prima de Critias, dos de los 30 tiranos.
Muchas familias ricas de Atenas habían aceptado de buen grado la democracia de Pericles,
en la que tomaban parte activa. Pero la necesidad de financiar la política de continuas
guerras del partido popular había conducido a un aumento considerable de la presión
fiscal sobre los ricos, que se sentían crecientemente expoliados y acabaron radicalizándose
en oposición a la democracia. En ese ambiente creció Platón, que desde el principio pensó
dedicarse a la política; y, en efecto, aunque no participase activamente en la política de
Atenas, la política fue una preocupación constante en su vida y, dentro de la política, la
consecución de un sistema más justo para todos los habitantes de la pólis.
Desde este punto de vista, se puede decir que la justicia es una preocupación importante
en la filosofía de Platón. A ella dedicó uno de sus más célebres diálogos, sino el más
célebre: La República, o de lo justo y, a lo largo de toda su obra, podremos ver diferentes
intentos de definir la justicia.
Durante los diez años posteriores a la muerte de Sócrates, su admirado maestro, Platón
escribió una serie de pequeñas obras en recuerdo de su maestro. Son los denominados
diálogos socráticos; en ellos, Platón se limita a exponer, en forma de diálogo, el
pensamiento de Sócrates. Sin embargo, poco a poco Platón se fue dando cuenta de las
limitaciones de la filosofía de su maestro. Poner en entredicho la sabiduría de políticos y
sofistas no bastaba. Había que buscar algo sólido y seguro sobre lo que construir una
filosofía más positiva.
A partir de aquí, Platón se verá envuelto el resto de su vida en la turbulenta vida política
de las ciudades italianas.
El objetivo de Platón es constituir en ciencia la moral y la política, las cuales coinciden en
su motor común, el Bien, que no es diferente de la Verdad; así como sustraer la política del
empirismo para vincularla a valores eternos que las fluctuaciones del devenir no
perturben. La tentativa de Platón está encaminada a salvar la moral y la política del
relativismo a que las reducía Protágoras. La ciencia política debe volver a encontrar las
leyes ideales. Por consiguiente, forma una unidad con la filosofía; la política no será ciencia
más que cuando los reyes sean filósofos.
Es muy posible que, así como Protágoras establecía el relativismo y la evolución para
justificar la democracia existente, Platón condenara la evolución para condenar mejor la
democracia. No se trata tanto de un retorno al pasado como de la definición de un
régimen que escape al devenir. No se trata de escoger el régimen que más plazca, sino de
definir las condiciones en las que un régimen es perfecto e indestructible. De esta forma,
el problema central de la República es el de la Justicia, individual o colectiva. La referencia
a la Justicia permite excluir los puntos de vista de la utilidad, el interés o la conveniencia.
La política se mide en relación con la idea misma de Justicia, que no es sino la Verdad o el
Bien aplicados al comportamiento social. Platón funda la política como ciencia
deduciéndola de la Justicia.
Ahora bien, la política va dirigida al hombre; por lo tanto, es necesaria una concepción del
hombre. El hombre, según Platón, es triple, compuesto de razón, de pasiones generosas y
de deseos inferiores, pero en proporción variable. En cada uno de los diferentes regímenes
(diferentes formas de gobierno) predominan una o dos de las últimas categorías, bajo el
control y la soberanía de la razón. A cada régimen corresponde, pues, un tipo de hombre:
de forma que construir la Ciudad ideal y realizar tipos de hombres acabados es un mismo y
único asunto: para obtener un hombre justo es preciso construir una ciudad justa.
El Gorgias es una obra que muestra con excepcional claridad el carácter normativo o
prescriptivo del pensamiento político platónico. Lleva como subtítulo Sobre la retórica,
pero “retórica” no está entendida como lo es actualmente, como una técnica de hablar
bien, sino que ahí la “retórica” es el discurso del gobernante (y del que quería llegar a
serlo) para obtener el poder. Por ello, “orador” y “político” significan prácticamente lo
mismo en esta obra.
La pregunta principal del Gorgias la formula Sócrates de la siguiente manera: “(…) quiero
saber de qué modo (…) se debe llevar la política entre nosotros” (515b). Esta pregunta
remite claramente al elemento prescriptivo, ya que se pregunta cómo debe ser la política;
por otro lado, el diálogo también describe en buena medida cómo es la política en
realidad, y de tal suerte están presentes continuamente dos pares de preguntas: ¿cómo es
la política (ateniense de la época platónica)? –¿cómo debería ser la política? y ¿cómo es el
político?– ¿cómo debería ser el (verdadero) político?
Platón, para responder a estas preguntas, establece una analogía entre 1) la salud y la
enfermedad del cuerpo y 2) la salud y la enfermedad del alma. De la salud del cuerpo se
encarga el médico, gracias al hecho de poseer una técnica especial, a saber, el “arte” de la
curación. Por “arte” se traduce el termino griego téjnè. En el Gorgias, a la vez que se
enumera una serie de características que cualquier téjnèdebe poseer, resalta el carácter
prescriptivo de esta noción misma, en tanto que cualquier arte:
3. debe tener determinada meta que consiste en dirigirse hacia algún bien;
Este aparato teórico es trasladado al alma. La salud del alma es concebida como la bondad
moral (posesión de las virtudes: moderación, piedad, valentía, justicia), y la política
debería encargarse de la salud del alma, siendo el ejecutante de la política el gobernante y
quien aspira a serlo. La función que debería desempeñar la política es vigilar por la bondad
moral de los hombres, debería servir, pues, para fines morales. Esta conexión indisoluble
entre moral y política es típica para Platón.
El estadista (orador), para poder cumplir con su tarea de preocuparse por el bienestar
moral del pueblo, requiere, igual que el médico, de una téjnè. Esta téjnè, llamada por
Platón “arte político”, debe, por su carácter de téjnè, tener las mismas propiedades que
cualquier otro arte: debe basarse en conocimientos para su ejecución, tener un campo
específico al que se refiere, que es, según el Gorgias, lo bueno y lo justo; debe tener la
meta de dirigirse hacia un bien, a saber, el de los gobernados y, finalmente, debe ser
enseñable y aprendible.
Pero lamentablemente la política real no es una téjnè, lo cual implica que tampoco tiene
las características inherentes a ella. El campo específico de la política, en vez de ser lo
bueno y lo justo, es la obtención del poder. El estadista no tiene conocimientos verdaderos
acerca de lo bueno y lo justo; tampoco le interesa; es un orador ávido de poder, el cual le
resulta agradable y placentero. El poder se consigue procurándole al pueblo ateniense
bienes exteriores “(…) barcos, muros, astilleros (…)”, pero a juicio de Platón, el político
debería preocuparse más de la salud del alma que de los bienes exteriores.
Los políticos tampoco han aprendido su oficio, contrariamente a otros expertos. Por lo
general, un maestro que no pudiera mostrar su competencia antes de empezar el ejercicio
de su profesión, no sería aceptado. Ahora bien, el entrenamiento previo de un (aspirante
a) político debería consistir, según Platón, en ser capaz de mejorar a alguien moralmente, y
resulta que los políticos no pueden indicar a nadie a quien hayan hecho moralmente
mejor.
Ningún político ateniense mejoró moralmente a sus ciudadanos por medio de los
discursos; al contrario, los hicieron peores de lo que eran antes, “ociosos, cobardes,
parlanchines y amantes del dinero”. Todo ello no habría sucedido su hubieran tenido un
aprendizaje que los hubiera capacitado para ser verdaderos políticos. En cuanto a su meta,
ésta no es el bien del pueblo, sino su propio poder.
Los políticos, en resumen, no tienen una educación previa, no saben en qué consiste lo
bueno y lo justos; si lo supieran, serían filósofos; por lo general, ellos mismos son injustos.
El juego de la política real es tratar de dar poder a quien lo busca.
No obstante, vivir de tal modo significa, para Platón, alejarse de la felicidad, al convertirse
en esclavo de los propios deseos, los cuales, además, suelen convertirse en un barril sin
fondo y se erigen finalmente en tiranos del hombre, lo cual dista mucho de hacerlo feliz.
Además, si las ideas de Calicles se hicieran generales, si todo el mundo hiciera
impunemente lo que se le antojara con tal de sentirse gratificado, sin respetar moral
alguna, sería imposible vivir ordenadamente en la pólis, el conjunto político organizado, lo
que, según Platón, es esencial al ser humano.
2. La República
La República es la más importante, rica y extensa (excepto Las Leyes) de todas las obras de
Platón. La Repúblicapresenta la más clara y sistemática exposición de la filosofía de la edad
madura de Platón, de su doctrina psicológica, escatológica, moral, política, pedagógica,
epistemológica y de su teoría de las formas.
El principio que constituye la directriz de toda la filosofía platónica es el siguiente: «Si los
filósofos no gobiernan la ciudad o si aquellos a quienes ahora llamamos reyes o
gobernantes no cultivan de verdad y seriamente la filosofía, si el poder político y la
filosofía no coinciden en las mismas personas y si la multitud de quienes ahora se aplican
exclusivamente a uno u otra no se ve con el máximo rigor privada de hacerlo, es imposible
que cesen los males de la ciudad e incluso los del género humano» (República, V, 473d).
¿Cuál es el objetivo y el fundamento de tal comunidad? La respuesta de Platón es: la
justicia.
Ninguna comunidad humana puede subsistir sin la justicia. A la instancia sofística que
querría reducirla al derecho del más fuerte, Platón opone que ni siquiera una cuadrilla de
bandidos o de ladones podría concluir nada, si sus componentes violasen las normas de la
justicia dañándose los unos a los otros. La justicia es condición fundamental del
nacimiento de la vida del Estado. El Estado debe estar constituido por tres clases: la de los
gobernantes, la de los guardianes o guerreros y la de los ciudadanos que ejercen cualquier
otra actividad. Las tres virtudes imperantes en la ciudad han de ser: la prudencia, que
pertenece a la clase de los gobernantes; la fortaleza, que pertenece a la clase de los
guerreros, y la templanza, que es el acuerdo entre gobernantes y gobernados sobre quien
debe regir el Estado, es una virtud común a todas las clases. La justicia comprende todas
estas virtudes y se realiza cuando cada ciudadano atiende a su tarea propia y a lo que le
corresponde. De hecho, las tareas en un Estado son tantas y todas necesarias a la vida de
la comunidad que cada cual debe escoger aquella para la que sea apto y dedicarse a ella.
Solamente así cada hombre será uno y no múltiple, y el mismo Estado será uno.
La justicia garantiza la unidad y con ella la fuerza del Estado. Pero garantiza igualmente la
unidad y la eficacia del individuo.
En cada alma individual hay tres partes, correspondientes a las tres clases sociales del
Estado ideal: la razón (situada en la cabeza), el carácter o parte vehemente (situada en el
corazón) y el apetito (situado en el vientre). La justicia en el individuo consiste en la
ordenada armonía entre las tres partes del alma, de tal modo que cada una cumpla con su
cometido y todas se subordinen a la razón. La justicia consiste en que cada uno de
nosotros se subordine a la parte más racional de su alma y que la sociedad entera sea
gobernada no por la violencia tiránica o la adulación democrática, sino por los que de
verdad saben gobernar racionalmente, por los técnicos del gobierno. El Estado justo es el
Estado tecnocrático. Y los verdaderos tecnócratas son los filósofos.
La palabra “justicia” es ambigua pues se puede tomar como la cualidad común de todos
los actos, instituciones, etc., justos, o se puede tomar por la cualidad común de todos los
hombres justos; puede ser un principio de conducta o un patrón de una cierta forma de
ser. Los amigos de Sócrates admiten que la pregunta “¿Qué es la justicia?” está dirigida a
un principio de conducta, pero al mismo tiempo, a veces, cuando Sócrates intenta
responder a su propia pregunta, da la impresión de que lo que busca es un patrón de
carácter. La pregunta socrática “¿qué es justicia?” es un intento de lograr una percepción
de la naturaleza interior de la manera de ser cuyo valor ha sido implícitamente reconocido
por la moralidad común al aplicar la expresión implícitamente reconocida por la moralidad
común al aplicar la expresión elogiadora “justo” a aquellos hombres que tienden a
comportarse de una forma característica; y la finalidad de hacer la pregunta es colocarse
en una posición en la que se pueda decidir hasta qué punto es preciso esta manera de ser
para que merezca ser valorado de esta forma.
Puesto que la justicia es algo bueno, no puede hacer nada malo, y no puede por lo tanto
implicar hacer daño o perjudicar a nadie. La justicia es buena por su propia causa, así
como a causa de sus consecuencias.
Sócrates propone investigar como el nacimiento de una ciudad puede mostrar al mismo
tiempo como surge la justicia. Hace esto porque una ciudad es una unidad mayor que un
hombre, y sus rasgos, por lo tanto, se pueden distinguir mejor. Cuando Sócrates habla de
una ciudad justa, se refiere a una en la que se mantengan relaciones apropiadas entre sus
ciudadanos, en vez de una ciudad que actúe con justicia con las otras ciudades. Es decir, la
justicia, como objetivo político de Platón, se refiere a la justicia dentro de la sociedad, no a
la justicia entre ciudades. Esencialmente, el hombre justo es un hombre internamente
moderado, de cuya moderación proviene su comportamiento.
La comunidad ideal de Platón está formada justo por las personas suficientes para que se
lleven a cabo los oficios necesarios, dedicando los días a su trabajo, y las tardes a las
diversiones sobrias propias de la primitiva simplicidad de la tradicional Edad de Oro.
La justicia se basa en el principio según el cual cada hombre debe hacer el trabajo para el
cual está naturalmente adaptado.
En todo Estado bien ordenado cada cual tiene su empleo propio, que ha de
desempeñar, y que nadie tiene tiempo para pasarse la vida enfermo y recibiendo
cuidados (ibid)
La justicia se basa en el principio según el cual cada hombre debe hacer el trabajo para el
cual está naturalmente adaptado. Para que este punto de vista sea aceptado, debe ser
puesto a prueba haciendo dos preguntas: a) si hay alguna forma análoga de que un
individuo sea justo; y b) si una ciudad (o un individuo) así ordenado sería capaz de
comportarse en la forma comúnmente considerada justa. A menos que ambas cosas sean
ciertas, no puede afirmarse que la esencia de la justifica haya sido descubierta.
Un individuo sólo puede ser justo si hay en el individuo, lo mismo que en la ciudad,
distintos elementos que tengan distintas funciones naturales. Es evidente, dice Sócrates,
que hay tres “vidas”, o tres tipos de temperamento – la vida de la sabiduría, la vida del
honor, y la vida adquisitiva. Estas tres vidas corresponden en cierta forma a las tres clases
sociales de la ciudad. Los gobernantes constituyen la inteligencia, los soldados el espíritu,
los productores atienden a las necesidades biológicas de la ciudad. Sócrates dice que es
obvio que existen estos tres tipos de hombres; lo que es difícil, dice, es saber si, cuando
realizamos una acción que pertenece a uno de estos tres tipos, la realizamos “con la
totalidad del alma” o si, por el contrario, una acción de un tipo es llevada a cabo con una
“parte” o una “especie” del alma, y una acción de otro tipo con otra. Las actividades,
deseos, y tendencias que constituyen el alma pueden ser agrupadas en tres tipos distintos,
cada uno de los cuales tiene un origen distinto, y normalmente tienden a una forma de
vida diferente. Hay unas actividades e impulsos que se derivan de la auténtica naturaleza
del alma como ser espiritual, y que nos incitan a la vida intelectual y a la ordenación
inteligente de nuestra vida sobre la tierra. Pero hay también algunas actividades e
impulsos, para los cuales un alma ha de estar capacitada cuando se encarna, y éstos
pueden ser divididos en dos tipos. Existen aquellos que se correlacionan con ciertas
emociones características; éstos nos incitan a la búsqueda del honor, sirven como ayuda
para el elemento gobernador de los apetitos, y también capacitan al hombre para actuar
agresivamente en contra de otros hombres. Finalmente, existen aquellas actividades e
impulsos que son necesarios por las necesidades biológicas del cuerpo, que nos incitan a
una vida adquisitiva, y cuya función es la misma que la de los productores en la
comunidad. Todos ellos son elementos distintos que existen por razones diferentes y que
por lo tanto tienden característicamente a diferentes direcciones. El problema moral es el
problema de elegir una forma de vida en la cual cada elemento pueda desarrollar su
contribución característica sin general conflicto.
Hay, pues, tres elementos en cada individuo. Si esto es así, es posible que el hombre justo
sea, análogamente a la ciudad justa, el hombre en el cual los tres elementos están en una
relación correcta, es decir, “relacionados de tal forma que cada elemento haga el trabajo
para el que está más capacitado”
3. El Político
En el Político, Platón nos dice que el papel del político es el de vigilar las comunidades
humanas. Hay tres tipos de vigilantes, los pastores de hombres, los tiranos que gobiernan
por la fuerza y los reyes que gobiernan con consentimiento.
Las leyes son inevitablemente toscas porque las condiciones humanas son variables y no
uniformes. Ningún doctor se permitiría estar limitado por sus anteriores decisiones en
circunstancias que han cambiado; pero no es una prueba de falta de competencia en la
medicina si el paciente se opone al nuevo régimen. Igualmente el auténtico político no
necesita para nada la ley ni el consentimiento de sus súbditos. Si se les hace hacer lo que
es correcto, no soportan ninguna cosa indigna.
Pero en defecto de un único gobernante que comprenda lo que es ser un político, la ley,
basada en la experiencia, es mejor que un gobierno arbitrario; y es posible intentar imitar,
por medio de las leyes, el tipo de sociedad que el autentico político crearía. Puesto que la
gente no cree en la existencia de hombres en quienes se puede confiar para gobiernen si
ley, hacen uso de la ley, y así crean muchos males. En otras comunidades la supremacía del
auténtico gobernante sobre la ley es imitada con consecuencias aun peores. Es una prueba
de la fuerza de la asociación humana el que las comunidades políticas hayan sobrevivido
tanto tiempo sin estar correctamente constituidas.
Dejando a un lado la constitución correcta, hay seis tipos de constituciones divergentes,
tres de las cuales intentan imitar la auténtica constitución mediante la ley, mientras que
las otras tres imitan erróneamente la ausencia de leyes del auténtico político. Son, en
orden de mérito, monarquía constitucional, aristocracia (o gobierno constitucional de la
clase alta), democracia constitucional, democracia no constitucional, oligarquía (o
gobierno no constitucional de la clase alta), tiranía.
El político debe saber el momento oportuno para la persuasión, para obligar a alguien a
algo, para hacer la guerra, etcétera. El objetivo del político es una comunidad unificada,
lograda mediante la unión de dos tipos de bienes (el valeroso y el apacible). Esta unión se
hace a dos niveles: a nivel intelectual, asegurando que todos acepten las creencias
correctas concernientes a la buena vida, y a nivel físico, con planes como matrimonios
entre personas con tipos que contraste, distribución equilibrada de oficios entre ellos, etc.
Cuando Platón dice que los gobiernos con leyes son inferiores, desde el punto de vista de
la política práctica, al gobierno sin leyes del auténtico político, lo que realmente quiere
decir es que lo que le interesa son los fines políticos, no su realización en la práctica. Lo
que importa en la sociedad humana es que la gente sea feliz, lo que significa que deben
vivir correctamente
Puesto que la naturaleza del hombre determina lo bueno para el hombre, y lo bueno para
el hombre determina como debemos convivir idealmente, y puesto que gobernar está
relacionado con cómo debemos convivir, la única cosa, por lo tanto, que el gobernante
necesita conocer, es la naturaleza del hombre. La función del político es entretejer una
comunidad unida haciendo dos tipos diferentes de equilibrio y completándolos entre sí. El
hombre que sabe todo lo que ha de saberse para saber como hacer esto, posee el arte de
gobernar, su legislación es correcta y por lo tanto, tú y yo debemos obedecerle tanto si
previamente ha obtenido nuestro consentimiento a sus leyes como si no.
El Estado es, a los ojos de Platón, la institución necesaria para el mejor y más completo
desarrollo del individuo. El hombre bueno es nada menos que el buen ciudadano; de ahí
que el Estado deba estar estructurado de manera tal que pueda realizar tan elevado
objetivo.
La ciudad debe ser gobernada por los mejores: aquellos que entiendan de justicia social y
perfección humana. Ahora bien, estas mentes son las mentes de los filósofos. Ellos han de
constituir la clase de los filósofos gobernantes, cuyo juicio de autoridad no debe ser
puesto en duda por otros grupos. Esta idea es señaladamente aristocrática. Queda
suavizada en Las Leyes, en donde se da cierta participación en el gobierno a todos los
ciudadanos.
La teoría del Estado tiene un fundamento ontológico. Existe un paralelismo entre individuo
y Estado, pues éste no es más que la imagen ampliada del alma humana; a las capacidades
individuales llamadas apetecer, energía volitiva y razón, corresponden tres vastas
funciones colectivas: la económica, la de defensa y la de legislación. El Estado tiene el fin
supremo de formar hombres virtuosos. A cada clase compete el cultivo preferente de una
virtud social; los gobernantes cuidarán ante todo de la sapiencia; los guerreros, de la
valentía; los artesanos, de lamoderación. La cabal armonía de estas tres virtudes es la
justicia. Sólo en la educación de los ciudadanos para cada función no debe decidir el
Estado o clase social, sino la aptitud de los individuos.
El Estado tiene un origen natural en sus mismos comienzos y en las líneas esenciales de su
ulterior desenvolvimiento. No es el capricho lo que ha congregado a los hombres, sino que
siguen en ello un instinto y una ley de la naturaleza. El Estado, pues, está formado por
hombres; ahora bien, se puede distinguir entre buenos y malos estados. Un buen estado
se diferencia de un mal estado en su organización. La organización de un buen estado
radica, como se ha dicho más arriba, en que cada uno de sus habitantes se dedique a
aquello para lo cual está mejor dotado, y sólo a eso.
Cada ciudadano no debe ser aplicado sino a una sola cosa, a aquella para que ha
nacido, a fin de que cada particular, desempeñando el empleo que le conviene, sea
uno; que, gracias a eso, sea también uno el Estado íntegro, y que no haya ni varios
ciudadanos en un solo ciudadano, ni varios Estados en un solo Estado (ibid., libro
IV)
Cuando cada orden del Estado, el de los mercenarios, el de los guerreros y el de los
magistrados, permanece dentro de los límites de su empleo, sin exceder de ellos,
eso debe ser lo contrario de la injusticia (es decir, la justicia), y lo que hace que una
república sea justa (ibid)
Esto implica una separación en clases sociales. Esta separación en clases sociales, en el
Estado ideal de Platón, se produce desde la niñez, pero no porque exista una inmovilidad
de clases que impide al que ha nacido en una clase baja subir escalones hasta llegar a la
clase alta – veremos más adelante que esto no es posible en el Estado ideal de Platón –,
sino porque cada uno será educado desde su nacimiento para aquel trabajo que se
encuentre mejor dotado, y será este trabajo el que determine la clase social a que cada
uno pertenece. En esto consiste, efectivamente, la justicia en el Estado ideal platónico: en
que cada uno haga aquello para lo que está mejor dotado, pues ello permitirá que la
sociedad sea una sociedad próspera y estable. Cualquier otra cosa conducirá a guerras e
inestabilidad social.
Las clases sociales, como ya se ha dicho, son tres: gobernantes, guerreros y trabajadores.
La clase alta, por supuesto, será la clase de los gobernantes. ¿Pero quienes deben
gobernar? Por supuesto, los mejores. Si al frente del estado hay uno solo entre los
mejores, entonces tenemos una monarquía. Este hombre será omnipotente, y no porque
tenga más fuerza que ninguno, sino porque por su sabiduría y su querer moral se ha
convertido en abogado de la justicia. No es él personalmente el que habla y decide, sino la
justicia por medio de él. No es un dictador, sino el intérprete del bien en sí, y su querer va
guiado únicamente por la inteligencia y la razón. Por ello no necesita su autoridad de
limitaciones, pues están ya implicadas en su rectitud.
Ahora bien, no es necesario que gobierne un sólo hombre en el Estado. Éste puede estar
regido por una asamblea de notables. ¿De dónde salen estos notables?. De entre los
guerreros se escogen los mejor dotados, y entre los 20 y 30 años se les somete a un
especial sistema de formación científica, alternada con los correspondientes ejercicios de
formación física. Los que sobresalen son introducidos en el grado de los “guardianes
perfectos”. Estos guardianes perfectos deben ser filósofos perfectos, para que puedan
poner como fundamento de todo el edificio estatal a la verdad y al ideal. Estudian cinco
años filosofía, matemáticas, astronomía, bellas artes y dialéctica, para tomar conocimiento
de todas las leyes, verdades y valores del mundo. Después se emplean durante 15 años en
servir al Estado en altos cargos públicos. A los 50 años este grupo selecto se retira, pero
vive entregado a la contemplación del bien en sí y presta el servicio superior de dar al
estado las grandes ideas según las cuales ha de regirse. «Pues no tendrán fin las
calamidades de los pueblos mientras los filósofos no sean reyes o los reyes no se hagan
filósofos».
De todos los ciudadanos son ellos [los guardianes], los únicos a quienes está
prohibido manejar ni aun tocar oro o plata, o guardarlo bajo su techo, o usarlo en
sus vestiduras, o beber en copas de oro o plata; y que esa es la única manera de
que ellos y el Estado se conserven (libro 3)
Quiero, en primer lugar, que ninguno de ellos [los guardianes] tenga cosa alguna
que a él sólo pertenezca, salvo en el caso en que sea absolutamente necesario; que
no haya, además, casa ni almacén en que no pueda entrar todo el mundo (ibid).
Aquí tienes otras dos cosas que deben procurar cuidadosamente nuestros
magistrados no pasen en nuestro Estado... La opulencia y la pobreza; porque la una
engendra la haraganería y el gusto excesivo de las novedades, y la otra ese mismo
gusto de las novedades, con más la bajeza y el deseo de hacer daño (ibid.)
Ahora bien, el mejor modo de que no haya ni riqueza ni pobreza excesivas, es que no las
haya en absoluto; antes bien, es mejor que los bienes del Estado sean propiedad de todos,
con ello se conseguirá que nadie ambicione los bienes del prójimo, acabándose de este
modo las rencillas:
Es, pues, cosa reconocida entre nosotros, mi querido Glaucón, que en un Estado
bien regido todo debe hallarse en común; las mujeres, los hijos, la educación, los
ejercicios que se refieren a la paz y a la guerra, así como que es preciso dar a ese
Estado por jefes a hombres consumados en la filosofía y en la ciencia militar... una
vez instituidos, los jefes irán, con los guerreros en quienes mandan, a morar en
casas (...) en las que nadie poseerá nada en propiedad (libro VIII)
Por ello es necesario someter a regla y orden el teatro, la música y el arte. Sólo deben
exhibirse los hechos de hombres valientes, prudentes, piadosos y libres. La suprema
norma del arte no es el agrado subjetivo, el delirio y el ensueño, sino lo objetivamente
bello y lo éticamente valioso.
Una especial importancia se concede a la educación física. Los guardianes deben ser
fuertes para la guerra. La juventud debe cultivar el deporte, no para ganar récords, sino
para hacerse con ello a la idea de que el cuerpo ha de someterse al señorío del espíritu.
Heridas y enfermedades contraídas en el curso de la vida se han de curar con todos los
remedios posibles, pero curar un cuerpo enclenque, no es un remedio para la vida, sino un
prolongado morir, y es cosa indigna de un hombre de verdad.
Una vez estudiada la organización del Estado ideal, Platón pasa a hacer un estudio de los
diferentes tipos de Estados, de las diferentes formas de gobierno. Ya vimos más arriba, que
la forma ideal de gobierno es, para Platón, la monarquía cuando se trata del gobierno de
uno solo u oligarquíacuando se trata del gobierno de varios. En ambos casos, el uno o los
varios que están al frente del gobierno son los mejores, el rey filósofo, o los filósofos
Digo, ante todo, que la forma de gobierno que hemos instituido es una, pero que
puede dársele dos nombres. Si gobierna solamente uno, se llamará al gobierno
monarquía, y si la autoridad está repartida entre varios, aristocracia (ibid)
Los filósofos son aquellos que han llegado al conocimiento de las puras formas, los que
han pasado del conocimiento puramente sensible y de apariencias al conocimiento ideal.
Esta forma de gobierno era la forma existente en el principio de los tiempos, la forma ideal
de gobierno. Y sería la forma de gobierno existente por siempre si no ocurriese que las
cosas tienden a corromperse. El movimiento da lugar a nuevas formas de gobierno, tanto
peores cuanto más alejadas están de la monarquía. Estas otras formas de gobierno son:
timocracia, oligarquía, democracia y tiranía.
El primero y más alabado es el de Creta y Lacedemonia [timocracia]. El segundo, a
que se da también el segundo lugar, es la oligarquía, gobierno sujeto a gran
número de males. El tercero, enteramente opuesto al segundo, y menos estimado
que él, es la democracia. Viene finalmente la tiranía, que no se parece a ninguno
de los otros tres gobiernos, y que es la mayor enfermedad de un Estado (libro VIII)
–¿Y no ocurriría lo mismo respecto de cualquier otro gobierno, fuese el que fuese?
– Tal creo...
Un descenso aún mayor del ideal político lo representa la democracia. Aquí impera la
plena libertad de acción; “así se dice al menos”, como nota algo sarcásticamente Platón.
Omnímoda libertad, especialmente en el hablar. Pero frente a ella nos quedamos ya sin
autoridad que la sujete y limite; ningún derecho inviolable; todos son iguales, cada cual es
libre de expresar sus deseos cualesquiera que sean, como le plazca, cual en la plaza del
mercado.
Forma ideal, en apariencia, de vida política, abigarrada, sin trabas coercitivas, sin
nadie que mande, y que dispensa de una cierta igualdad tanto a lo que es desigual
como a lo que es igual (ibid)
La perversión característica del demócrata está en que “no reconoce orden ni fuerza
alguna de deber mora, sino que vive al día según su gusto y su humor, y a esto llama él
vida amable, libre y feliz” (ibid)
Es evidente para todo hombre que no hay Estado más desventurado que aquel que
obedece a un tirano, ni le hay más venturoso que el que está regido por un rey
(libro 9)
5. El hombre filósofo
Más arriba se ha dicho que el verdadero gobernante ha de ser aquel que conozca las
formas eternas del bien, la belleza y la justicia; en una palabra, el filósofo. Ahora bien,
¿cómo llega uno a hacerse un filósofo, un hombre de conocimiento?. Platón los explica al
principio del libro VII de La República con el conocido mito de la caverna. En el pasaje de
la Caverna se describen seis estados sucesivos del hombre “respecto de la ciencia y de la
ignorancia” (514 a 2):
1. un grupo de hombres está prisionero en una caverna subterránea, con las cabezas
sujetas de tal modo que sólo pueden mirar a la pared del fondo de la cueva. A
espaldas de los prisioneros un muro cruza la cueva. Por detrás de este muro pasan
unos hombres transportando toda suerte de vasijas y estatuas que sobrepasan la
altura de la pared. Detrás de estos últimos hay un fuego. Como los prisioneros sólo
pueden ver sus propias sombras, las de sus compañeros y las de las cosas
transportadas por detrás de la pared, entenderán que estas son las únicas
realidades que hay.
2. Los prisioneros son liberados y obligados a volver sus cabezas hacia el fuego y los
objetos transportados, pero no los pueden ver con claridad por causa del
deslumbramiento (515 c 4 - c 5).
3. Son llevados a la fuerza al aire libre, pero no pueden soportar la luz del sol, ni ver
ninguno de los objetos naturales de su alrededor. Por eso, miran primero las
sombras y reflejos de estos objetos (515 e 6 - 516 a 7)
Interpretando este mito Platón concluye que “en el mundo inteligible, lo último que se
percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella
es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el
mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la
soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien
quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública” (517 a 8 - c 5).
En otra interpretación del mismo Platón (532 a 1 - d 1) dice que la segunda fase de la
cueva no representa la observación nítida de las cosas sensibles, sino el comienzo de la
vida científica, y la primera fase de la vida al aire libre simboliza los posteriores pasos de la
ciencia. La fase última de la vida exterior representa la investigación de la filosofía.
Sin embargo, hay, también, una interpretación política de esta alegoría. Según ella, la
caverna es la ciudad (el Estado), regida por sabios en sombras; la caverna es la ciudad real,
una ciudad sumida en la oscuridad del error y la injusticia; su salvación consiste en que
alguien rompa las cadenas que le ligan a las sombras para poder contemplarla iluminada
por la verdadera luz. De este modo, “la ciudad de las sombras” se podrá convertir en “la
ciudad de la luz”, la ciudad de la verdad y la justicia.
Una vez que el filósofo ha ascendido hasta la contemplación de las ideas mismas, Platón
nos dice que ha de volver a la caverna; la razón de ello es que el filósofo no ha recibido su
educación en provecho propio, sino en provecho de la ciudad; por ello, ahora debe volver
para regir los destinos de la ciudad. Sin embargo, una vez abajo, le espera un destino
trágico: aparecerá como un personaje inadaptado al mundo de las sombras, y su discurso
resultará increíble. Si insiste demasiado, molestará a todos y será llevado a la muerte
(alusión a la muerte de Sócrates). ¿No tiene, pues, salvación la humanidad? Solamente si
todos son liberados de las cadenas de la oscuridad y encaminados hacia la luz podrán
aceptar las enseñanzas y el gobierno de los filósofos. Todos deben ser educados si se
quiere que la ciudad de las sombras se convierta en la ciudad de la luz.
El punto más alto de la filosofía no es la contemplación del bien como causa suprema: es la
utilización de todos los conocimientos que el filósofo ha podido adquirir para la fundación
de una comunidad justa y feliz. Según Platón, forma parte de la educación del filósofo el
retornoa la caverna, que consiste en la reconsideración y revalorización del mundo
humano a la luz de lo que se ha visto fuera de este mundo. Para el hombre, volver a la
caverna significa poner lo que vio a disposición de la comunidad, para darse cuenta él
mismo de aquel mundo, que, a pesar de ser inferior, es el mundo humano, o sea su
mundo, y para obedecer el vínculo de justicia que le liga a la humanidad en su propia
persona y en la de los demás. Deberá pues, reacostumbrarse a la oscuridad de la caverna;
y entonces verá mejor que los compañeros que quedaron en ella y reconocerá la
naturaleza y los caracteres de cada imagen por haber visto el verdadero ejemplar de cada
una: la belleza, la justicia y el bien. Así el Estado podrá ser constituido y gobernado por
gente despierta y no, como ocurre ahora, por gente que sueña y que combate entre sí por
sombras y se disputa el poder como si fuese un gran bien.
En la República Platón mantiene una oposición entre el eterno, inmutable mundo de las
Formas, y el temporal, cambiante mundo de las cosas individuales. En el mundo de las
cosas individuales distingue entre aquellas que son copias directas de las Formas y las que
son copias de esas copias. En el mundo de las Formas, distingue entre aquellas que están,
por así decirlo, limítrofes con la tierra –estudiadas con ayuda de ejemplos sensibles- y las
que no necesitan de tales ejemplos para ser estudiadas.
Platón, en el libro VII de la República (514a-516d) utiliza una metáfora (el mito de la
caverna) para describir la actitud del hombre que busca, dentro de su alma, las ideas o
formas supremas del espíritu, los valores o ideales más altos y sublimes. Así, el espíritu, en
su existencia anterior a la encarnación, pudo contemplar las Ideas en el “cosmos noetós”.
Pero en el cosmos aisthetós se ha olvidado de las mismas, al ser “encarcelado” en un
cuerpo físico. Pero, por ejemplo, cuando contempla actos justos, recuerda (anamnesia) la
idea de la justicia. Por eso, estamos como encadenados en una cueva con la espalda dando
hacia la entrada. De lo que acontece afuera sólo vemos sombras. Todos los hechos del
mundo sensible no son otra cosa que sombras, de las que podemos obtener por reflexión
los modelos originarios, las Ideas, que los inspiran. El medio para elevarnos a las Ideas, las
Formas, a los ideales de la vida, es el camino enseñado por Sócrates, el diálogo, que lleva
al descubrimiento de los conceptos, que deben ser arrojados a la luz de la mente, del
mismo modo que una partera ayuda a alumbrar a un niño. Por eso la “anamnesia” puede
ser entendida como “evocación”. Cuando un hombre conoce verdaderamente la realidad,
es que evocando, trayendo a su mente, reconoce algo que estaba ya en su espíritu como
dormido y que ahora puede despertar gracias al diálogo entre el maestro y el discípulo.
Los auxiliares serán educados (en dos etapas: infancia-juventud y madurez) en dos
disciplinas que modelan el cuerpo y el alma (el carácter): la gimnasia y la música (que
abarca la formación humanística o artística y la música en sentido estricto).
Una vez completada la educación por la gimnasia y la música, la mayoría de los que han
superado esta etapa destinada a los auxiliares, los mejores de ellos, y que sobresalgan por
su amor a la polis y por su capacidad intelectual y perseverancia en el estudio serán
destinados a los estudios superiores. Ello dará lugar a los sabios, que serán los
gobernantes o clase superior. Ellos sin introducidos en la “filosofía” o “amor al saber”,
epistéme, contraponiéndola al “amor a las opiniones” (doxa). La filosofía es también
llamada “dialéctica”, que exige un gran entrenamiento intelectual: la mente debe
adiestrarse en el razonamiento alejándose de las apariencias de los sentidos.
Así pues, Platón establece que en la polis los gobernantes deben ser minuciosamente
educados. Según Platón, la educación matemática permite actuar como enlace entre el
mundo sensible y el mundo inteligible ya que, aunque el matemático se apoya en figuras y
símbolos dibujados, no piensa en ellos, sino solamente en su significado abstracto. El
primer escalón lo proporciona la aritmética, seguida por el estudio de la geometría que,
por englobar en sí misma el estudio de lo irracional permite superar el problema del
continuo matemático que tanto preocupó a los pitagóricos. La astronomía es el último
escalón antes de volver a la música, entendida, ahora, desde el punto de vista de la
proporción –la razón matemática– y la armonía, y de ahí llegar finalmente a la dialéctica o
filosofía que nos permite el conocimiento de la esencia de cada cosa.
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