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LA IZQUIERDA VISTA DESDE LA LUNA

La vulgaridad macartista del senador Miguel Ángel Pichetto —quien hasta un rato antes de ser
consagrado candidato a vicepresidente por el oficialismo era el jefe del bloque opositor en la Cámara
Alta—, no debería implicar ningún obstáculo para debatir con la izquierda sobre su papel en el
movimiento nacional en general, y en esta coyuntura electoral en particular; utilizando su gran aporte al
entendimiento humano que es el método de análisis conocido como materialismo histórico. En la
práctica política, desde la restauración de la democracia y atravesada la caída del Muro, el aporte de la
izquierda a la agenda pública rara vez ha dejado a un lado la cláusula hipótesis de máxima. Tal
trayectoria sugiere que una revisión del comportamiento que contemple mejoras inmediatas de los
trabajadores en negociaciones que consideren las relaciones de fuerza que operan en la situación que se
trate, sería de lo más apropiada. Por otra parte, en la coyuntura en la que el gatomacrismo amenaza y
presiona con la reforma laboral, todo suma en el balotaje con respecto a los intereses bien entendidos
de los trabajadores.

Para que este acuerdo —que al fin y al cabo, y en el mejor de los casos, nunca pasó de amagues o tibios
acercamientos— tenga lugar, habrá que vencer atavismos de ambas partes y larga data. Y hacerlo en
una atmósfera cultural y de opinión pública cuya morfología y funcionamiento reconoce coordenadas
globales que además condicionan en el plano nacional —tal parece que hasta la inhibición— al grueso
de los comportamientos políticos cuyo eje y razón de ser es o debería ser el bienestar de las mayorías.
Dichos puntos de referencia globales son recreados por el escritor Rich Cohen en The Paris Review
(18/07/ 2019) a propósito de los cincuenta años del alunizaje que se cumplieron el pasado 20 de julio.
La caminata de Neil Armstrong le sirve a Cohen para disparar un análisis sobre la opinión pública en
clave norteamericana pero que se extiende al resto de la geografía mundial. Además, por razones
obvias, El Cohete no puede quedar al margen de este tipo de asuntos.

Para Cohen el alunizaje “es una bisagra no reconocida en la historia humana, no reconocida porque
parecía no llevar a ninguna parte […] Pero sí condujo a algo: un nuevo tipo de pensamiento. No es el
nacimiento de la era espacial que deberíamos reconocer en este quincuagésimo aniversario, sino el
nacimiento de la paranoia que nos define. Debido a que un hombre en la luna era demasiado fantástico
para aceptarlo, algunas personas simplemente no lo aceptaron […] En su lugar, intentaron probar que
nunca sucedió, convencerse de que todo había sido falso. Habiendo aprendido el hábito de detectar
conspiraciones, estas mismas personas también cuestionaron todo lo demás”.

Para Cohen, desde esta fecha “la historia misma comenzó a leerse como un fraude, un libro lleno de
mentiras. Para entender a los Estados Unidos, puedes comenzar con el Apolo 11 y todo lo que es
contrafáctico que ha crecido a su alrededor; fue entonces cuando nació la cultura de la conspiración,
que es la cultura de Donald Trump y las noticias falsas”.

Aunque se dude de los fundamentos de Cohen o se considere su planteo un tour de forcealgo extremo,
no deja de ser un acicate para entender la conducta que desde entonces viene asumiendo la sociedad
civil no solo norteamericana sino de al menos todo Occidente.
Piero y Perry
En esta atmósfera ontológicamente enfermiza, las coincidencias en el seno del movimiento nacional
deben alcanzarse sobre la base de lo que indica el materialismo histórico, lo que implica pasar por la
economía a efectos de identificar las leyes de movimiento más fundamentales del sistema o modo de
producción. Entre ellas, volviendo a la tierra desde la luna vale recalar en una observación hecha por el
economista italiano Piero Sraffa sobre la formación de los precios. Anota Sraffa en unos papeles de
trabajo sobre el sistema de precios de los clásicos (del cual el economista italiano hizo una
recalibración, que lo volvió un todo coherente): “Si un hombre cayera de la luna sobre la Tierra y
anotara la cantidad de cosas consumidas en cada fábrica y la cantidad producida por cada fábrica
durante un año, podría deducir a qué valores debe venderse las mercancías, si la tasa de interés debe ser
uniforme y el proceso de producción debe repetirse. En resumen […] las condiciones del intercambio
están totalmente determinadas por las condiciones de la producción”. La ideología y la superestructura
también en cualquier modo de producción, incluido el actual capitalista.

Establecido así uno de los hechos clave del sistema, la cuestión del materialismo histórico provoca
remitirse a la pregunta que formula Perry Anderson en un ensayo que lo tiene como núcleo de
reflexión: “¿Cuál es la naturaleza de la relación entre marxismo y socialismo?”, para responder que
“existe una respuesta simple y clásica: el uno designa una teoría capaz de conducir a lo que el otro
designa como una sociedad. Dicha respuesta, sin embargo, pasa por alto las ambigüedades y
complejidades reales de las conexiones entre ambas”. Dichas “ambigüedades y complejidades”, para el
pensador inglés, las genera el hecho de que socialismo no es únicamente una meta a la que se arriba
luego de un recorrido histórico sino que además “es también un movimiento ideal de principios y
valores sostenido por la pasión y el debate, activo y abierto en el presente, y con casi dos siglos de
historia a sus espaldas”. En consecuencia, para Anderson “el socialismo representa un campo de fuerza
cultural y político que precede y trasciende al marxismo. La teoría, a este respecto, no es monopolio del
materialismo histórico”.

Sin embargo, los avatares en torno a las “ambigüedades y complejidades” fuerzan a Anderson a
interrogarse sobre “cuáles han sido las razones históricas del dominio absoluto del materialismo
histórico en el pensamiento y la cultura socialistas en su conjunto, o, más exactamente, en qué reside el
carácter único del marxismo como teoría para un socialista y hasta dónde llega”. (Cursivas del autor.)
Las razones de la preeminencia del materialismo histórico que encuentra se asientan:

•a) en su carácter de sistema intelectual;

•b) en su carácter de teoría del desarrollo histórico;

•c) en su carácter de instrumento de transformación de probada


eficacia.
Las alternativas han sido en el mejor de los casos fragmentarias, en el amplio sentido de la palabra.
Justamente el decaimiento o estancamiento del materialismo histórico lo diagnostica por efecto de la
falta de rivales serios que lo desafíen con algún grado de factibilidad en cuanto alternativa.

Para los ’80 del siglo pasado, esa temporada de tregua había cesado por los cambios acontecidos en el
sistema-mundo. Si bien el materialismo histórico sigue sin poder reclamar exclusividad, sí en cambio
centralidad, pues continúa siendo “el único paradigma intelectual lo bastante amplio como para
vincular en una teoría de la dinámica característica del desarrollo social el horizonte ideal del
socialismo con las contradicciones y movimientos prácticos del presente y su dependencia de las
estructuras del pasado”. De suerte tal que “el marxismo no tiene por qué abandonar su ventajoso punto
de Arquímedes: la búsqueda de agentes subjetivos capaces de estrategias efectivas para desalojar unas
estructuras objetivas”.

La historia
Ese “punto de Arquímedes” fue el que nunca encontró la izquierda argentina, en sus diversas variantes,
En el mejor de los casos esto determinó su esterilidad y en el peor, ser instrumentada por la reacción.
Historiando el origen y desarrollo de ese desangelado comportamiento, ese fino e importante intelectual
que fue Marcos Merchensky lo halla ya en los fundadores de la tradición socialista argentina,
particularmente en Juan B. Justo. En un ensayo sobre las corrientes ideológicas argentinas, Merchensky
recrea el debate entre Justo y el socialista germano-argentino German Ave Lallemant. Para la época de
la fundación del partido Socialista argentino, a fines del siglo XIX, Lallemant “trata de comprometer al
naciente movimiento en una posición nacional, es decir de comprensión hacia los grandes intereses
comunes a toda nacionalidad que, en una nación recién asomada al mundo capitalista, debían ponerse
por encima de los grupos o partidos”, consigna Merchensky.

Pero Lallemant perdió la partida a manos de Justo. “Esta colisión entre la aproximación a la realidad
profunda del país y la falacia del universalismo que no advertía el destiempo en que transcurrían los
fenómenos que se procura trasladar al ámbito nacional”, resultaron ser, actuando combinadas, “la
característica fundamental de la obra y aún del pensamiento de Juan B. Justo, en sus inicios”,
reflexiona Merchensky. Razón por la cual, “luego, él y su partido sucumbirán a la tentación oportunista
desechando todo fundamento doctrinario. Así se explican sus constantes frustraciones, como también la
desintegración final del movimiento que fundara”, dice Merchensky. En general, la izquierda no solo se
opuso tajantemente al peronismo desde su nacimiento en 1945, sino que además históricamente fue
marcadamente librecambista: no quería saber nada con la industrialización del país.

Es así como se puede decir que en “la búsqueda de agentes subjetivos capaces de estrategias efectivas
para desalojar unas estructuras objetivas”, al decir de Anderson, la izquierda argentina se equivocó de
paraíso perdido y, desde sus inicios, creyó que la estructura objetiva a desalojar era el capitalismo que
apenas había despuntado a manos de un socialismo completamente idealizado y los agentes subjetivos
capaces de comprometerse con la revolución mundial. En rigor de verdad, la estructura objetiva a
desalojar en un país en formación era la rémora en el ritmo de desarrollo y la negativa de las fuerzas
conservadoras a integrar a los trabajadores en la empresa del desarrollo nacional. Pero si alguna duda
cabía antes, después del fin de la Segunda Guerra, después de Yalta y Postdam, en el ámbito de la
Guerra Fría, la meta de bregar por el socialismo constituía un extravío histórico. Hoy la canción sigue
siendo la misma.
Aquí y ahora
La aplicación del materialismo histórico indica que la contradicción principal es desarrollo-
subdesarrollo, es decir naciones proletarias versus burguesas y la secundaria –entonces— pasa a ser la
definida por los proletarios de las naciones. En ese marco, el acuerdo político del que debe participar la
izquierda para desalojar al gatomacrismo, toma nota de que los trabajadores argentinos en esta
coyuntura se están jugando mucho y nadie sobra para definir una elección que deje atrás este verdadero
gobierno reaccionario.

Nadie puede ni debe exigirle a la izquierda argentina que renuncie al socialismo en aras del desarrollo
capitalista. Pero sí que su comportamiento político se haga cargo del formidable legado del
materialismo histórico. Confrontando las relaciones pre-mercantiles con las relaciones capitalistas
subdesarrolladas, un cierto pesimismo se equivoca de paraíso perdido y desprende de la crítica del
capitalismo en general la recusación del desarrollo dentro del capitalismo. Al respecto nos advierte el
economista greco-francés Arghiri Emmanuel que “esta tendencia olvida que si el capitalismo es el
infierno, existe un infierno peor aún, que es el capitalismo subdesarrollado”.

Se puede discutir largamente si el capitalismo tiene o no una meta histórica. Lo indudable es que tiene
un lugar en la historia humana en general y en las posibilidades que representa para la Argentina en
particular. Por su propia naturaleza, el capitalismo desarrolla las fuerzas productivas, y si este
desarrollo no conduce ipso facto a la satisfacción de necesidades sociales, constituye al menos, por
medio de las luchas políticas que permiten un cierto pluralismo inherente a la fase superior del avance
tecnológico, un cuadro mucho más favorable para una cierta satisfacción de esas necesidades que
aquellos de los regímenes de clase del pasado o el gatomacrismo de hoy. Con sus más y con sus menos
ese curso favorable de la satisfacción de necesidades sociales sucedió entre 2003 y 2015 siempre dentro
del marco de las relaciones capitalistas. Precisamente, la distancia que separa sobre el plano de la
satisfacción de las necesidades sociales el hoy del gatomacrismo de ese reciente ayer no deja lugar a
dudas cuál es la decisión política que interpreta adecuadamente los mejores intereses de los
trabajadores argentinos.

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