La comunicación lingüística se define como un proceso de
intercambio intencional de signos (orales y escritos) entre dos o más hablantes (intérpretes). Este intercambio es concreto, es decir, es propio de la realidad y se denomina situación comunicativa. Generalmente, en una situación comunicativa, además del emisor, el destinatario y el mensaje, intervienen los siguientes elementos:
Intención comunicativa: propósito o finalidad que motiva al
receptor (disculparse, rogar, contar, etc.). Código: sistema de signos que permite construir y transmitir un mensaje. Canal: medio a través del cual se transmite el mensaje (Internet, teléfono, libro, etc.). Contexto temático: contenido que engloba la información transmitida en el mensaje. Contexto situacional: tiempo y lugar en que ocurre la comunicación. Datos proxémicos: distancia física existente entre los interlocutores. Datos kinésicos: gestos, movimientos y posturas corporales de los interlocutores. Datos paraverbales o paralingüísticos: volumen, tono, ritmo, pausa y silencio.
La situación comunicativa y las
funciones del lenguaje Si te preguntas “¿para qué sirve el lenguaje?”, podrías, simplemente, contestar: “para comunicarse”. Esta respuesta es acertada, pero necesita ser complementada. La utilidad del lenguaje, es decir, sus funciones, son entendidas de acuerdo a un esquema elaborado por el lingüista Roman Jakobson. La lengua cumple distintas funciones según la intención que tiene el emisor al producir un enunciado.
Según este esquema, todo enunciado tiene, al menos, una