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Don Quijote de la Mancha

Capítulo I: Deseo de grandeza


Don Quijote, impulsado por las grandes vidas de los personajes que leía en los libros,
decide salir a la aventura, decide ser como ellos. Quería hacer iguales o aún mayores
hazañas que las de sus colegas que encontró en aquellos libros. Deseaba ser recordado,
aspiraba a una vida con mayúsculas. Por decirlo de otra manera, quería darle un sentido
grande a su vida. Quería hacer cosas grandes. No les teme a las dificultades, sino que son
ellas las que harán de sí un héroe, un verdadero caballero. Éste loco aspira a lo más alto,
a lo sublime. Decide dar rienda suelta a su sueño, sin calcular si es algo verdaderamente
factible realmente. Un sueño que parece que supera su vida, un deseo que es demasiado
grande para su vida. Sin embargo, el mismo correr hacia este sueño es lo que vitaliza su
vivir.
Es curioso, que éste sueño, que este deseo de grandeza el Quijote lo acompañe
necesariamente del amor a una persona. Para ello elige a la famosa Dulcinea del Toboso.
Para el Quijote al caballero le hace falta “una dama de quien enamorarse; porque el
caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma”. El Quijote
nos muestra que ese deseo de grandeza solo se puede hacer realidad cuando va unido a
un amor. El deseo de hacer grandes hazañas va unido a una persona a quien se ama y a
quien se ofrecen esas hazañas. El amor a una persona es el motor del caminar hacia la
grandeza. Al fin y al cabo, solo por amor una persona puede llegar a hacer grandes
locuras.

Capítulo II: La realidad


Don Quijote emprende su camino. Nada más comenzar busca esas grandes hazañas en su
ámbito real, pero no las encontraba. Esperaba grandes aventuras, pero para
lastimosamente, la realidad no le ofrecía ninguna.

Capítulo III: Cuando la fantasía se vuelve realidad para uno mismo e influye en
otros
El encuentro de Don Quijote con el ventero muestra cómo el hidalgo introduce en su
locura a otras personas. Él se cree un aventurero y un caballero de primera línea. Sin
embargo, Don Quijote no toma conciencia que esas aventuras y fantasías irreales, que
reflejan un verdadero deseo de plenitud del hombre, son irreales en la vida común y
corriente en la que vive el hidalgo, y que además influyen y comprometen a terceros. Me
venía a la mente esta pregunta: ¿qué le interesa al ventero lo que Don Quijote quisiera?
Al pobre ventero le cae un martes trece. El ventero, en los primeros instantes del
encuentro con Don Quijote se da cuenta de lo loco que está éste hombre, y a la vez sabe
que no puede hacer nada para que vuelva a un estado de cordura.
Es bueno tener el deseo de plenitud que mueve el corazón y la vida de Don Quijote. Sin
embargo, la concreción de dicho deseo puede empañar el deseo, haciendo cosas que no
se armonizan con la realidad. A veces uno puede buscar la realización como persona en
realidades, lugares, relaciones que no corresponden a su realidad propia. El ímpetu y el
deseo por alcanzar la plenitud es bueno y nunca hay que perderlo. Sin embargo, a veces,
podemos pretender que los demás, que las circunstancias sean como yo me las imagino y
no como lo que verdaderamente son. Don Quijote pensaba que el ventero era un gran
caballero, pero el ventero era un simple ventero. De hecho, al ventero le causa gracia ver
como Don Quijote lo considera. El ventero ve a Don Quijote como un loco. Es por eso
por lo que le sigue el juego, porque ve imposible mostrarse tal cual es frente a un loco y
entablar un diálogo normal y corriente. Podríamos decir casi que el mundo de Don Quijote
es otro mundo, que sus ojos ven lo que mueve su locura. Llega un momento que Don
Quijote no percibe la realidad que tiene delante.

Capítulo IV: primeros encuentros. Paciencia con los que no creen lo que yo creo
Después de salvar al muchacho del labrador (o por lo menos eso piensa Don Quijote), se
encuentra con los mercaderes toledanos que se dirigen a Murcia. Aquí ocurre algo
curioso. Al ver a este gentío, Don Quijote les obliga a confesar que Dulcinea era la más
bellas de las mujeres. Los mercaderes, además de sorprenderse del pedido de este
caballero le dicen a Don Quijote que se la presenten. Si no ven no podrán creer. Le piden
al menos una foto de tal belleza femenina. Es más, uno del grupo de los mercaderes, con
un tono burlón y con la intención de complacer al extraño caballero le dice que, aunque
le muestre la foto de una mujer fea, ellos dirán que es bella. Enfadado como podía
esperarse, Don Quijote, se dirige hacia ellos a toda velocidad con su caballo Rocinante,
con el fin de destrozarlos con su lanza. Pero, un desliz del caballo genera una caída
estrepitosa de Don Quijote. Los mercaderes, ante tal accidente, aprovechan para moler a
palos a Don Quijote. Sintiendo el sabor del propio fracaso, Don Quijote no tiene mejor
idea que culpar su caballo de lo que le había ocurrido. Al final Don Quijote no logra la
confesión que quería escuchar de parte de los mercaderes.
Leyendo esto me venía a la memoria cómo vivo mi fe y cómo la transmito. Es verdad que
hay una clara diferencia entre lo que cree un cristiano y lo que creía Don Quijote: Dulcinea
era un personaje inventado por la imaginación de Don Quijote, nosotros creemos en
alguien verdadero, en alguien que vive.
Sin embargo, salvando esta diferencia, podemos obtener una bonita reflexión acerca de
este episodio. Don Quijote, de buenas a primeras quiere que los mercaderes crean en lo
que él les cuenta. Les pide, por decirlo de alguna manera, una fe ciega e inmediata. Ni
siquiera hubo una presentación ni un previo diálogo entre Don Quijote y los mercaderes.
Sin preámbulo alguno, Don Quijote exige la fe de los mercaderes. Es lógico que los
mercaderes se sorprendan de tal pedido por parte del hidalgo, pero esto no lo entiende
Don Quijote. Los mercaderes le piden, aunque sea alguna foto para poder cumplir con el
pedido del caballero, pero esto, en lugar de posibilitar un diálogo, pone furioso a Don
Quijote. Él no puede creer que no puedan creer sin más. Don Quijote no deja lugar a una
fe libre y racional, Don Quijote no permite un encuentro entre los mercaderes y Dulcinea
para posibilitar la confesión de los mercaderes. Don Quijote quiere que los mercaderes
crean ya, sin obstáculos, en lo que él les dice. Don Quijote se niega presentarles a
Dulcinea. Ellos le dicen entonces que, si les muestra al menos una foto de Dulcinea y
encima, si ella es fea, ellos dirán que es bella por el solo hecho de complacer su deseo.
Esto enfurece más a Don Quijote, que cogiendo su lanza se dirige hacia ellos a cabalgando
a toda velocidad en su caballo Rocinante. Sin embargo, esto no podía terminar bien.
Rocinante se resbala y hace que el hidalgo se estampe contra el suelo. Y es aquí cuando
los mercaderes muelen a palos a Don Quijote.
Como vemos al principio de este relato, Don Quijote ni se presenta ante los mercaderes,
ni siquiera pretende conocerles. Sólo espera que crean en lo que él quiere que crean. Y es
más, que confiesen que es así (la belleza de Dulcinea). Uno no puede transmitir la fe sin
antes hacer un camino con el interlocutor. Porque la fe en Jesucristo no es simplemente
creer algo que me dice otro sin que yo lo conozca. Una persona solo puede confesar que
Jesús es el Salvador porque le conoce personalmente. Y para un conocimiento entre dos
personas se necesita tiempo. Es por eso que los mercaderes le piden a Don Quijote al
menos una foto de aquella mujer supuestamente bella. Si queremos que una persona crea,
no basta hacer lo que hizo Don Quijote: “cree esto que creo yo porque es así… y punto”.
Es más, esto es la anti-evangelización. Quizás en nuestra vida no vamos como Don
Quijote, pero sí nos puede ocurrir que nos falte paciencia con aquellos que comienzan a
creer pero que todavía les falta camino por recorrer. A veces podemos ver defectos,
actitudes, modos de vivir en otros que queremos que los cambien. Y eso está bien. Lo
malo está en que queramos que la otra persona cambie a la velocidad que nosotros
queremos que cambie. Esto no es así, cada uno tiene su tiempo. Y, más aún, habrá cosas
que la persona que tengamos al lado no cambiará. Es aquí donde tenemos que mirarnos a
nosotros mismos y preguntarnos: “¿será que el que tengo que cambiar sea yo? ¿será que
yo tenga que tener más paciencia con mi hermano?”. Esto es un ejemplo. Nos puede pasar
también con personas que no terminan de vivir radicalmente el Evangelio y muchas otras
cosas más.
Cuidado con ser como Don Quijote, porque podemos acabar en el suelo como él. Después
de negarle la foto Don Quijote se enfada con los mercaderes y éstos, responden primero
con ironía y después con violencia. Primero le dicen a Don Quijote que, si les muestra
una foto de Dulcinea, aunque sea fea le dirán que es guapa, solo para complacerle. A
veces nos puede ocurrir que por ser muy pesados con los demás, ellos crean en lo que
nosotros le estamos contando, pero no porque hayan llegado al significado más profundo
y verdadero de la fe, sino para complacernos, para satisfacernos. Yo tengo un amigo, que
en su infancia y adolescencia su madre le obligaba a ir a misa todos los domingos. Mi
amigo iba a misa sólo para complacer a su madre. Mi amigo cumplió los 18 años y no
solo dejó de ir a misa, sino que ahora defiende ideas en contra de la Iglesia. Lo que le
ocurrió a mi amigo es un reflejo de lo que le ocurre a los mercaderes. Ante tal ironía, Don
Quijote se sube a su caballo y arremete con su lanza ante los mercaderes, pero un resbalón
de Rocinante produce la caída del hidalgo. Y es ahí cuando los mercaderes aprovechan
para darle una buena paliza a Don Quijote. Y la verdad que la tenía bien merecida.
Pero esto no termina aquí. Todavía falta la frutilla del postre. Después de apalear a Don
Quijote los mercaderes abandonan al caballero. Lo sorprendente es que cuando Don
Quijote toma conciencia, se siente dichoso, porque esto es lo que les ocurre a los grandes
caballeros. El pobre hidalgo de la Mancha todavía piensa que había hecho bien las cosas.
Puede pasarnos lo mismo a nosotros: creemos que por arremeter sin piedad contra
aquellos que no creen lo que nosotros creemos y recibir afrentas por ello, somos casi
santos. No solo esto, sino que no aceptamos que la culpa es nuestra por arremeter
directamente, sin hacer un camino, con las personas que nos rodean. Y además le echamos
la culpa a terceros, sin asumir nuestra responsabilidad. Don Quijote culpa al caballo y su
resbalón de que haya recibido tal paliza. ¡No nos equivoquemos! Hay veces que recibimos
palizas por culpa nuestra. Siempre es más fácil culpar a otros de nuestros deslices.

Capítulo V:
Solamente destaco que el nuevo rumbo en la vida de Don Quijote se dio gracias a las
lecturas de los más grandes héroes caballerescos. La admiración de Don Quijote frente a
estas vidas valientes y aventureras era tan grande que le llevó a imitarles.
No cualquiera es digno de ser imitado, como también no cualquiera es digno de imitar.
Imitar a un héroe es bueno, en el sentido en que uno puede imitarlo no tanto por los hechos
que hizo – ya que son propios de quien los hizo, es imposible copiar al milímetro las
hazañas ajenas – sino por las actitudes y cualidades de los grandes caballeros. Se trata por
tanto de imitar el modo en que han vivido sus batallas y aventuras para así vivirlas
nuestras propias batallas. Serán distintas, pero las actitudes frente a ellas serán semejantes.
Se imitan a héroes solamente, porque se ve en ellos grandes virtudes y cualidades. Se
imitan a héroes porque ellos lograron alcanzar el éxito. Se imitan a héroes porque de
alguna manera es un ejemplo concreto de lo que un hombre está llamado a vivir.

Capítulo VI:

Capítulo VII: Sancho Panza se suma a la aventura. Segunda salida de Don Quijote
El cura, el barbero y la sobrina de Don Quijote, después de quemar los libros de caballería
tienen esperanza de que Don Quijote destierre de su corazón el deseo de ir por el mundo
a vivir grandes aventuras. Pero no lo consiguen. No se sabe el porqué de la postura del
cura, el barbero y la sobrina de Sancho Panza. De todos modos, esta actitud denota algo:
quizás, ante la determinada determinación de Don Quijote de salir a la aventura, se pone
de relieve la falta de sed de grandeza del cura, del barbero y de la sobrina de Don Quijote.
Ellos le invitan a quedarse en casa, cómodo, tranquilo. Vamos, le invitan a no meterse en
problemas. Pero el deseo de Don Quijote de ser un gran caballero no disminuye.
Y es más se lleva consigo un compañero. No es casualidad este aspecto. Las grandes
aventuras no se viven solos, sino en compañía de otro. Las grandes aventuras, los grandes
desafíos no se viven solos. Como la vida misma, no estamos solos. Todos, en cada
momento de nuestra vida, especialmente en las grandes aventuras y desafíos tenemos
amigos acompañándonos codo a codo. Y no son multitud, es solo una persona: Sancho
Panza. Para los momentos de comodidad y de tranquilidad uno tiene muchas personas a
su alrededor. Cuando Don Quijote estaba en su casa tranquilo estaba rodeado del barbero,
del cura, de su sobrina, de la ama. Cuando Don Quijote se decide volver a salir a las
aventuras y a los desafíos, sólo uno le sigue.
Pero no le sigue uno cualquiera. En este camino que recomienza Don Quijote (podríamos
compararlo al mismo camino de la vida) va acompañado de alguien que no es igual a Don
Quijote. Don Quijote es un lector de libros de caballería, sus manos están acostumbradas
a sostener libros y a pasar páginas. Las manos de Sancho Panza son manos de labrador,
acostumbradas al rastrillo cerca de la tierra. Dos personas diferentes en un mismo camino.

Capítulo VIII: Molinos de viento y religiosos de san Benito


Dos personas totalmente diferentes, o por lo menos hasta ahora se muestran así: Don
Quijote y Sancho Panza. Uno soñador, que parece que vive en otro mundo, menos en el
mundo real. Otro, con los pies bien en la tierra. Lo vemos en la manera de proceder de
cada uno de ellos. Don quijote confunde los molinos de viento con enemigos, Sancho
Panza ve en los molinos de viento lo que ven sus sentidos, ve la realidad.
Consiguientemente, el destino de uno es diferente al del otro. Don Quijote termina
malherido, Sancho Panza sigue igual. No ver la realidad tal y como es y hacerse películas
fantasiosas tiene un precio. La escena se repite con los religiosos de san Benito.
Otro apunte. Don Quijote no piensa quejarse del dolor, porque así lo hacen los caballeros
que de los libros que ha leído. Sancho Panza, todo lo contrario, piensa quejarse de todo
dolor. Quizás éste último sea un poco más humano que el primero.
Tercer y última observación. Don Quijote no se preocupa por el hambre, Sancho Panza,
en cambio, lo tiene muy en cuenta. Y no sólo el hambre, sino también el sueño. Resulta
demasiada alejada a la humanidad la figura de Don Quijote. Lo mejor sería una mezcla
armónica de estos dos hombres.

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