MÉXICO
V. INTERMEDIO
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que he llamado concepción negativa del Estado, cito a un autor que resume en sus
obras enciclopédicas el pensamiento cristiano de los primeros siglos, Isidoro de
Sevilla (550- 636), quien en sus Sentencias dice que por voluntad divina la pena de
la servidumbre fue declarada al género humano por el pecado del primer hombre.
Cuando Dios nota que a algunos hombres no les viene bien la libertad,
misericordiosamente les impone la esclavitud. Y aunque el pecado original es
absuelto a todos los fieles gracias al bautismo, sin embargo Dios, en su equidad, ha
diferenciado la vida de los hombres, estableciendo que algunos fuesen siervos y oíros
amos, de manera que el arbitrio de actuar mal de los siervos sea detenido y limitado
por la potestad de quien domina. ¿Si nadie tuviese temor, quién impediría el mal?
Por esto son elegidos príncipes y reyes, para que con el terror salven del mal a sus
pueblos y en virtud de las leyes los obliguen a vivir con rectitud.
Creo que es difícil encontrar una exposición más incisiva y sintética de la
concepción negativa del Estado: como la razón de ser del Estado es la maldad
humana, el poder de los gobernantes no puede regirse más que con el terror. Los
hombres no son naturalmente buenos, en consecuencia deben ser obligados a ser
buenos; el Estado es el instrumento de tal constricción. Quienes tienen un poder tan
terrible pertenecen por naturaleza a la raza de los amos, así como quienes están
destinados a obedecer forman la raza de los siervos. Vimos en el capítulo dedicado
a Aristóteles que el régimen en el que la relación entre gobernantes y gobernados se
compara con la que existe entre amos y esclavos es la monarquía despótica: ninguna
otra cosa más que monarquía despótica es el régimen descrito en el fragmento de
Isidoro. Se entiende que en una teoría del Estado como ésta no haya lugar para una
de las formas de gobierno, que presupone, como se ha visto en repetidas ocasiones,
la observación de que hay muchas formas de gobierno y de que entre ellas hay buenas
y malas. Donde todas las constituciones son malas (y son necesariamente así), donde
todas las constituciones son despóticas, donde el Estado, por el solo hecho de serlo,
no puede dejar de ser despótico, donde, en otras palabras, Estado y despotismo son
unum et idem, no hay lugar para distinciones sutiles de las formas de gobierno en
géneros, especies y subespecies.
Se podría objetar que Platón también tenía una concepción negativa de los
Estados existentes, pues sostenía que todos eran malos con respecto a la república
ideal, más precisamente Platón contraponía los Estados existentes al Estado óptimo,
y en consecuencia, aunque sea por deducción racional, tenía la idea del Estado bueno.
Un fragmento como el de Isidoro no contrapone el Estado malo al bueno. Aquí el
contraste es otro: no es entre Estados bueno y malo, sino entre Estado e Iglesia. El
gran tema de la política medieval es la dicotomía Estado-Iglesia, no el de la variedad
histórica de los Estados. La salvación de los hombres no era tarea del Estado, como
para los escritores griegos y como lo será para los escritores políticos que inauguran
la tradición del iusnaturalismo moderno, como Hobbes, sino de una institución
diferente del Estado, superior a éste y en ciertos aspectos incluso antitética del
Estado, una institución que tiene la tarea extraordinaria de llevar a los hombres hacia
el reino de Dios. No resisto la tentación, aunque me adelanto algunos siglos, pero
permanezco en la misma tradición de pensamiento, de citar un célebre fragmento en
el que la contraposición entre los dos reinos no podría ser definida con mayor fuerza.
Se trata del escrito Sobre la autoridad secular (1523), de Lutero:
Al reino de la tierra, es decir, bajo la ley, pertenecen todos aquellos que no son
cristianos. En efecto, siendo pocos los verdaderos cristianos y menos aún los
que se portan según el espíritu cristiano, Dios ha impuesto, por encima de la
condición de cristianos y del reino de Dios, otro régimen, y los ha puesto bajo
la espada, de manera que aunque lo harían con gusto, no puedan ejercer su
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5 Para la traducción de este fragmento me apoyo en: San Agustín, La ciudad de Dios, Porrúa,
México, 1984. [T.]
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