Dependiendo del tipo de relación o parentesco que exista entre los miembros de la familia se pueden
diferenciar cuatro tipos de conflictos familiares.
Es irremediable que surjan disputas o crisis en el contexto de pareja; sin embargo, si las personas son
capaces de manejarlos de manera adecuada estos conflictos pueden servir para favorecer el refuerzo
del vínculo de pareja.
Sensación de pérdida de libertad y autonomía por parte de uno de los miembros de la pareja.
Según la etapa del desarrollo en la que se encuentren cada uno de las partes implicadas en el conflicto
se pueden subdividir en tres categorías:
Conflictos durante la etapa infantil: los conflictos suelen girar en torno al desarrollo de la autonomía del
niño. En estos casos o bien los padres no tiene claro cómo conceder esa autonomía, o bien no creen que
el hijo se esté orientando hacia la dirección que ellos creen correcta.
Conflictos durante la adolescencia: es la etapa en la que mayor número de conflictos surgen. Estos
aparecen cuando los hijos tienen entre 12 y 18 años y vienen dados por las fluctuaciones o altibajos
emocionales propios de este período.
Conflictos con hijos adultos: cuando los hijos alcanzan la mayoría de edad supone el comienzo de la
convivencia entre personas ya adultas. Las cuales suelen tener diversas maneras de pensar y de
entender cómo vivir u organizar su vida, por lo que esta época también es susceptible de provocar
algunos conflictos familiares.
Este tipo de conflictos son de los más habituales y los que más perduran independientemente de la
etapa vital en la que se encuentren cada uno de ellos. Estos altercados suelen mantenerse durante muy
poco tiempo y la mayoría de las veces no es obligatoria la intromisión de los padres.
La cara positiva de este tipo de conflictos es que constituyen un preludio de los conflictos que pueden
aparecer en la edad adulta, y por lo tanto sirven de iniciación y aprendizaje para la vida adulta.
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Cuando una persona adulta ingresa en la etapa de la tercera edad los cambios que experimenta son
sumamente trascendentales. Tanto a nivel biológico, cuando la persona advierte el propio deterioro
corporal; como a nivel social, en el que aparecen acontecimientos como la jubilación, la pérdida de
amistades o seres amados, etc.
Este conjunto de cambios pueden ser experimentados de manera muy dramática por la persona, dando
lugar a conflictos con el resto de componentes del núcleo familiar.
Estos conflictos se categorizan según la fuente o foco del problema, y aunque se describen de forma
separada pueden darse más de un tipo al mismo tiempo.
Si estos conflictos intentan ser neutralizador o son gestionados de forma poco perspicaz, pueden llegar a
transformarse en auténticas crisis familiares.
Lo que suele caracterizar a estas crisis es la búsqueda de culpables por parte de la persona más
afectada, en vez de procurar acostumbrarse a las nuevas circunstancias.
En esta clase de dificultades se repiten y renuevan antiguas crisis o sucesos, haciendo que los conflictos
reaparezcan entre los miembros de la familia.
Estas crisis son propias de unidades familiares en las que residen personas dependientes o desvalidas.
En estos casos los conflictos aparecen cuando las personas encargadas de su cuidado ven limitadas o
restringidas sus actividades habituales o sus libertades.
Es necesario comprender que en una situación de conflicto familiar no todo es negativo. Un conflicto
puede suponer una ocasión perfecta para aprender nuevas formas de resolver problemas. Antes que
nada hay que identificar las causas concretas del conflicto para así poder trabajar los posibles cambios
sobre ellas.
Algunas tácticas o estrategias para manejar las disputas de forma eficaz son:
Atender plenamente a aquello que el otro está intentando trasladar, así como asegurarse de haber
entendido sus demandas y de que la otra persona sea consciente de que se le ha entendido.
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Utilizar un lenguaje cuidado y unas expresiones correctas son esenciales para mantener una buena
comunicación.
Una buena forma de expresar los sentimientos de una forma adecuada es reemplazando los reproches
por manifestaciones de lo que se está sintiendo o de aquello en que la persona se siente lastimada o
dolida. Asimismo, es necesario plantear o sugerir soluciones alternativas a los problemas que han
causado la crisis.
Es muy frecuente que en cualquier tipo de disputa las personas implicadas se quiten la palabra entre
ellas, o que no quieran que algunos de los otros implicados intervengan en la solución del problema.
No obstante, este es un grave error. Puesto que no se debe priorizar a ninguna de las partes implicadas
y todas ellas tienen el derecho y obligación de intervenir al mismo nivel.
4. Manifestar afecto
A pesar de estar experimentando una situación de conflicto que puede resultar estresante, es
importante continuar expresando muestras de cariño y afecto; ya que estas rebajan los niveles de
tensión en las relaciones.