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Los sueños y el autoconocimiento

Luis Enrique García


Profesor de Lógica, Historia de la Psicología y Sistemas Psicológicos
Universidad de Manizales

INTRODUCCIÓN

La mayoría de las pocas personas que me conocen me identifican como un abanderado del espíritu
positivista, cientificista, y crítico acérrimo de todo presunto conocimiento no fundamentado en hechos o en
buenas razones. Les extrañará entonces que escriba con sobrado entusiasmo sobre un tema un tanto
desacreditado en la psicología actual experimental, por cuanto evoca supersticiones, profecías y animismo:
el sentido de los sueños, asunto de naturaleza más hermenéutica que objetiva. Pero este mismo antecedente
-el espíritu escéptico y positivo del autor- podrá otorgarle más valor a las convicciones que quiero compartir
respecto a la importancia de los sueños como indicadores de la vida psíquica del durmiente, y se aventuren a
conocerse a sí mismos a través de los propios sueños, pues no existe mejor intérprete que uno mismo,
cuando lo hace con sinceridad y conocimiento.

1. Los sueños
Los sueños, esas imágenes, escenas atractivas o perturbadoras, universos extraños,
caóticos, apasionantes, que sobrevienen durante el dormir, han fascinado a todos los
hombres y sociedades. En algunas culturas se consideraban como viajes del alma, de tal
suerte que era tabú despertar a un durmiente, dada la posibilidad de que estuviera
soñando en ese momento y su alma no alcanzara a regresar de los distantes parajes
donde pudiera encontrarse; la Biblia narra sueños proféticos, como los del Faraón
interpretados por José (Gen. 41), y de Nabucodonosor (Dan. 2) donde el coloso de bronce
con pies de barro era nada menos que su imperio laboriosamente conquistado; también
los considera como portadores de mensajes de Dios (Mat. 1). Nuestra primera experiencia
infantil de un ensueño debió haber sido espeluznante y afortunadamente no la
recordamos; tal vez despertamos un día aterrados y dudando de la realidad del mundo
familiar, y debieron insistirnos, como hacemos hoy con nuestros hijos: «¡tranquilo...era
sólo un sueño!». La neurofisiología, con todos sus portentosos avances, está lejos de
explicar claramente este fenómeno, como tampoco hay manera absoluta de demostrar
que la realidad no sea un sueño, de ahí que los filósofos -desde Platón, Aristóteles,
Descartes, La Mettrie, hasta neopositivistas como Ayer- se hayan ocupado, con poco
éxito, de entender la naturaleza de los sueños.

El fenómeno onírico es una «misteriosa» actividad espontánea del psiquismo que nos
produce algún dejo de alegría, tristeza, angustia inquietud o satisfacción. Llega el
despertar, brusco o plácido, y a veces hemos vivido en la noche tan bellas ilusiones que
quisiéramos gritar con el poeta: «¡ Je t’appelle o nuit, rends moi tes mensonges!» (te
ruego noche: ¡devuélveme tus mentiras!).

En los sueños reina una asombrosa naturalidad, pues al soñador no le asombran ni los
más extravagantes sucesos, como encontrar un caballo en el último piso de un estrecho
edificio, de caminar entre llamas, de enfrentarse con el jefe, descubrir tesoros, o
contemplarse fallecido.

El dormir superficial empieza con un estado hipnagógico, semiconsciente, un confuso fluir


de imágenes, y luego viene el dormir profundo. Los sueños fluyen desde alguna parte del
cerebro mientras uno duerme; sólo así se logra divorciar el yo de la realidad y dejar que el
inconsciente se abra paso hacia un sector de la conciencia. Los sueños son la vida
psíquica durante el estado durmiente del cuerpo. Ahora bien, los sueños que recordamos
deben darse en algún momento superficial -en la etapa MOR de movimientos oculares
rápidos-, o cerca a la hora de despertarse, pues algún sector de la conciencia ha de estar
fisiológicamente preparado para grabar las imágenes. Al parecer, casi siempre los
olvidamos mientras nos vestimos, pero pueden aflorar en medio del trabajo matutino.

A veces creemos haber soñado toda la noche, cuando lo cierto es que en diversos
momentos de la noche despertamos ligeramente en medio de sueños -durante las etapas
MOR-, y encadenamos esos momentos conscientes como si fueran la noche entera.
Además, los sueños son un prodigio de velocidad psíquica; aunque algunos parecen
transcurrir en tiempo real, la mayoría ocurren en instantes y tardamos varios minutos
narrándolos, así, alguien nos despierta con un toque en el hombro y soñamos toda una
larga aventura que termina con ese toque; para no hablar del poder creativo de la
actividad onírica, bien documentado por individuos muy productivos.

Que la ciencia experimental haya propuesto que los sueños son una actividad fisiológica
aleatoria del cerebro (Foulkes, 1985; Hobson, 1988), que obedezcan a la actividad de
ciertas áreas del córtex durante las etapas de movimiento ocular rápido (Antrobus, 1991),
no descalifica en absoluto el trabajo de quienes han investigado, con un método clínico o
autobiográfico, la relación del sueño con la vida psíquica; el hecho de que no existan
reglas o leyes precisas de interpretación, en lugar de negar tal relación, debe propiciar
nuevas formas de investigación, pues los indicios son innegables.

2. La trama onírica
La trama de los sueños supera en ficción al escritor más audaz o más absurdo. Un
durmiente -que teme haber cometido un error en una licitación- sueña que pierde un
examen por no llevar zapatos adecuados al colegio...

Una ligera reflexión sobre las analogías entre nuestros sueños y estados mentales
presentes y pasados, nos mostrará que los sueños dicen más de lo que cuentan, que su
lectura no se agota en su narración, que la intimidad de nuestra psiquis -especialmente
la relacionada con deseos y temores- parece «colarse» en sus tramas, escenas y
personajes. Veamos: cuando deseamos o necesitamos independencia y libertad,
tenemos sueños de vuelo; perdemos oportunidades en la vida y durante el sueño nos deja
el bus; nos ocupamos de tareas superiores a nuestras capacidades, y en los sueños
vivimos situaciones de caída, que revelan el temor de perder la situación adquirida; un
colegial sufría mientras preparaba su primera interpretación pública de acordeón, y en sus
sueños -o pesadillas- repetidamente se veía colocándose el acordeón y sintiendo que el
instrumento pesaba tanto que lo tumbaba al suelo; cuando todo marcha bien, se tienen
sueños plácidos; si las pulsiones sexuales son insatisfechas, los sueños traen paliativos
imaginarios, irreales, pero menos problemáticos; en días de inseguridad, somos
perseguidos, y cuando hemos de arreglar maletas o tomar grandes decisiones, llegan los
sueños de ruta, o de imágenes que evocan un cambio en la existencia; y si la realidad se
vuelve tan dura que anhelamos volver a la infancia, el protagonista ya no es el soñador
adulto, sino su imagen infantil, incluso vistiendo pantalón corto. Aparecen monstruos en
épocas de angustia o de alteración nerviosa. Otras tramas se construyen con símbolos
mas complejos, como queriendo disfrazar la situación proveniente del inconsciente,
optativa o temida, que durante el día evitamos considerar y que, de visualizarla como es,
nos despertaría, dando al traste con la función recuperadora del dormir. Asociaciones
como éstas, que cada lector habrá podido comprobar, demuestran que los sueños no se
dan por mero azar sino que constituyen textos mentales con significado.

3. Los teóricos
Desde siempre los hombres pensantes han tratado de intuir el sentido de los sueños, a
menudo tomándolos al pie de la letra, como si soñar en viajes significara un viaje
inminente, en bodas, un matrimonio próximo, etc. pero sólo desde hace exactamente un
siglo la comprensión de su mensaje encontró un fundamento en la obra de Sigmund
Freud y de algunos seguidores.

Fue Freud el primer autor serio en vislumbrar el sentido y el alcance de los sueños, y su
obra fundamental, La Interpretación de los Sueños (1901) todavía debe ser estudiada por
toda persona interesada en el tema. Antes de Freud, según una elocuente expresión de
Jung, «reinaba la oscuridad propia de la noche» respecto a los sueños, aunque ya
existían obras interesantes pero de menor calado. En su práctica clínica descubrió que la
vida onírica de sus pacientes se relacionaba estrechamente con sus vivencias psíquicas y
patológicas; sin embargo, entender esa relación requería de un marco teórico que le
otorgara sentido a los elementos, sólo que el suyo resultó demasiado simple, acentuaba
desmesuradamente lo instintivo, y creía su autor que en los sueños sólo había escenarios
para representar la sexualidad omnipotente y reprimida en lo inconsciente.

Freud introdujo en psicología importantes conceptos para entender la conducta


observable, la vida psíquica de las personas, y la lectura de los sueños. Entre otros,
destacamos el de inconsciente, represión, censura; el contenido manifiesto del sueño y su
contenido latente, siendo el primero la fachada del sueño, su narración, el sucedáneo
deforme de las inconscientes tramas oníricas, que yacen detrás de la fachada, como
temerosas de la publicidad; la polarización, cuando el sueño se condensa en una imagen
y el resto queda a oscuras, como jerarquizando planos o figuras y así muestra la
importancia psíquica de unos elementos sobre otros; el desplazamiento, cuando las ideas
latentes se sustituyen por imágenes diferentes, el de condensación, mediante el cual el
sueño resume en pocas imágenes muchas vivencias latentes en el inconsciente. Además
aparecen situaciones u objetos con formas caprichosas o en contextos extraños, símbolos
que necesitamos descifrar pues su sentido no es evidente. Freud prestó un inestimable
servicio a la psicología, la antropología y la onirología, e incluso anticipó la idea de que el
sueño protege tanto el dormir como la estabilidad psíquica (a quien se le priva del
ensueño, no tarda en neurotizarse) pero desembocó tozudamente en una visión
demasiado unilateral y dogmática, empleando en negar el carácter holístico de la
existencia humana. Según él «la mayoría de los sueños de los adultos se revelan en el
análisis como dependientes de deseos eróticos» (p. 256 ) así en otro lugar de su obra
escribiera que «la afirmación de que todos los sueños reclaman una interpretación
sexual ....es ajena a mi» (p. 457). Su interpretación me ha parecido harto sesgada, como
si el lobo de los instintos humanos se la pasara aullando toda la noche.

Otro analista contemporáneo de Freud, Wilhelm Stekel, resulto más freudiano que Freud
en cuanto a la interpretación sexual de los sueños: escribió una voluminosa obra sobre el
tema, que hemos de mencionar, mas no recomendar, pues más bien parece literatura
pornográfica que onirología seria; según Stekel, todas las imágenes oníricas se reducen
a dos clases de objetos: alargados o ahuecados: los primeros simbolizaban el pene, los
segundos la vagina...y de ahí que cualquier sueño, por angelical que fuera, traía un
mensaje erótico-genital que, aunque entretenido, parece mas bien una novela de mal
gusto. Incluso la simbología de los números era sexual: uno, el pene, dos, los senos o los
testículos, tres, pene y testículos, cuatro, órganos propios y ajenos, etc.

Alfred Adler interpreta el desarrollo psíquico sobre la tesis de la necesidad de


autoafirmación del Yo, nacido indefenso y dependiente, por tanto los sueños reflejan no
traumas sexuales sino el sentimiento de desamparo e impotencia que nos angustia en la
vida adulta. Descubre los sueños de vigorización del espíritu, y los temores ocultos que
los sueños revelan.

En contraste con ellos, la psicología de C. G.Jung es totalizante, complementaria,


dialéctica, integradora sin perjuicios del psiquismo humano en su dimensión personal e
histórica, genética y cultural. No deja arbitrariamente por fuera ningún aspecto de la vida
psíquica o conductual de los individuos, ni de las sociedades humanas, que son causa y
producto del tipo de hombres que la constituyen. Su amplitud de visión lo aleja del método
estricto y restrictivo de la ciencia normal, y en esto radica tanto su debilidad como su
fuerza. En orden a la interpretación, aporta valiosísimos elementos imposibles de resumir;
analiza con la profundidad del sabio la peculiaridad del lenguaje onírico, su extraño texto,
sus imágenes y sus símbolos, y nos da sugerencias para traducir el curso de los sucesos
de los sueños, en apariencia ilógicos, al lenguaje lógico de la conciencia, a sus relaciones
causales (sus ideas se encuentran preciosamente resumidas en la obra de E. Aeppli).

El lenguaje de los sueños consiste mucho más de lo que nosotros entendemos por
lenguaje. Es más importante el intratexto, el supertexto, el metatexto y no el mero texto
simple. No descubrimos el mensaje en la narración, sino en la trama misma y en sus
símbolos. Todo lo que durante nuestra breve existencia nos ha acompañado, está en el
inconsciente listo para entrar en escena; lo que creíamos sepultado regresa para
indicarnos algo de nuestro presente. Los sueños sacan de esa biblioteca inconsciente
personal y colectiva lo relacionado con nuestro ahora, y lo reelabora de tal manera que
permite la descarga de tensiones internas en símbolos, que interpretados
adecuadamente, nos permiten comprender nuestro presente normal o patológico.
Entre los símbolos del psiquismo profundo laten los arquetipos o símbolos poderosos
anclados en la civilización, como la cruz con sus cuatro brazos, la madre, el hijo, el sol, el
pan, la luna, los dientes,...hasta en lo más íntimo del psiquismo echa raíces el símbolo,
que el lenguaje apenas roza; así como el lenguaje da aclaraciones, el símbolo despierta
conjeturas y nos invita a formular hipótesis de interpretación; hay que sentirlo y
acercarnos a partir de él, al lenguaje comprensible del sueño. Sentir el símbolo y si es
posible, trasladar su intuido sentido a un lenguaje comprensible para el consciente, es
aproximarse al misterio de la vida. Los sueños no aceptan mordazas, no se tapan ojos y
oídos con gestos pudibundos, no se dicen mentiras como hacemos nosotros; por eso en
los sueños afloran las tensiones que tratamos de ignorar, y los símbolos de lo sexual,
extrañamente reprimidos por las culturas, que olvidan que la tarea de la naturaleza es
vivir, y para cumplirla requiere de la sexualidad.
4. Categorías del sueño
Integrar los aportes de los autores mencionados nos permite clasificar los sueños en
varias clases. El primer paso para leer un sueño es determinar a cual de ellas pertenece:

1. Algunos sueños simplemente reviven las jornadas diurnas y, por ende, tienen escasa
importancia espiritual y reveladora, excepto destacar el interés o intensidad del suceso.

2. En otros sueños el inconsciente descubre lo que durante el día nos ha pasado


inadvertido pero que debimos atender o, por el contrario, reducen lo sobrestimado, o
nos avisan sobre aquello que evitamos conscientemente considerar.

3. Son frecuentes los sueños instintivos o sensoriales que obedecen a condiciones


fisiológicas del durmiente: soñamos que intentan cortarnos la mano, y al moverla para
evitar la herida, la cambiamos de posición real, y nos percatamos que la teníamos
encalambrada. O estamos en una helada montaña, y nos despertamos sin cobijas; o,
lo peor, no queremos levantarnos por la delicia del lecho y soñamos que estamos ya
despiertos y vistiéndonos responsablemente.

Los siguientes tipos de sueños están literalmente desconectados del diario vivir,
contienen personajes y escenas extrañas -al estilo de Goya, o surrealistas al estilo de
Dalí-, son sueños pletóricos de imágenes y de símbolos portadores de mensajes desde
nuestro interior. El problema consiste en leer su mensaje, en entender su misterioso y
muy codificado lenguaje.

4. Los sueños de deseos reprimidos exteriorizan pulsiones, intenciones o deseos,


mediante metáforas, analogías, alusiones, indirectas.

5. Sueños de complejos, angustias y temores, que traducen nuestros sentimientos -ya por
intensos o por reprimidos conscientemente- como ensueños de pesadillas. En ellos
perdemos los exámenes, nuestras gafas, a la persona que amamos, en épocas
difíciles revivimos en los sueños situaciones que fueron angustiosas.

6. Sueños de vigorización del espíritu: realizamos actos que en la vida diaria somos
incapaces de ejecutar, como entrar con paso firme a protestarle al temido profesor...

7. Y el problema de los sueños telepáticos. Según Freud, no son sino otra expresión del
sueño como realización de deseos reprimidos, del porvenir que nosotros deseamos, no
el real. O tal vez son intuitivos nada más: el sujeto relaciona hechos presentes y con
cierta lógica los proyecta en el tiempo futuro. Jung los acepta bajo la tesis de que el
psiquismo no está circunscrito a nuestro espacio y tiempo real. ¿Ustedes? Yo dudo de
sueños telepáticos pero creo en la capacidad intuitiva de muchas personas.

5. La interpretación
El intérprete -el soñador en nuestro caso- analiza la estructura del sueño, su dinámica,
los personajes, el carácter de protagonista o de espectador, los actos, busca los
elementos oníricos conocidos, los símbolos arquetípicos -como madre, jardín guerra,
puente, examen, fiera-, las escenas... todos darán indicios de lo que traen desde el
inconsciente, y con ellos se empieza a captar el sentido del sueño. La interpretación es
un entretejido de hipótesis, que se iluminan mutuamente, donde un pequeño detalle
puede convertirse en la piedra angular de la interpretación, o una situación cotidiana
aclararla por completo. Una mujer que trabajó intensamente en una campaña política, al
día siguiente de la pérdida electoral, soñó que se encontraba en un campo contemplando
una gran cantidad de ataúdes... los cadáveres políticos que dejó la derrota; con el símbolo
de ataúd el soñador se despide de algo que ya considera sin valor, como enterrando una
vieja ilusión.

El intérprete debe ser una persona versada en los dramas, las esperanzas, los deseos y
angustias de la naturaleza humana, en los mitos, y leyendas y costumbres; nada humano
le ha de ser ajeno o, por lo menos, extraño; ha de poseer un conocimiento claro de sí
mismo, para que no deforme con sus deseos la interpretación ni proyecte sus tensiones
en los sueños de otros; debe distinguir su realidad de su existencia deseada, su
personalidad propia de su personalidad ideal, y así sabrá si un elemento debe
interpretarse simbólicamente o conforme a su sentido literal. La interpretación es una
colaboración profunda entre el soñador y el intérprete para descubrir esa relación
misteriosa entre el contenido manifiesto del sueño y el contenido latente. Por eso, no hay
mejor intérprete que el propio soñador versado en el arte. El reflexivo analista de sus
propios sueños descubrirá paulatinamente cómo cada figura onírica posee una
significación.

Los sueños tejen una historia con un collage de imágenes extraídas de la propia historia
del soñador. En ellos no operan las leyes de la física, ni de la lógica diaria, sino tal vez la
lógica difusa, de «conjuntos borrosos», de ahí que su sentido hay que reconstruirlo a
partir de sus elementos manifiestos, en particular de sus símbolos: imágenes que
representan algo diferente de sí mismas. Para leer el sueño hay que preguntarse si la
imagen es algo que debe tomarse conforme a su verdadero sentido o debe interpretarse
simbólicamente, en cuyo caso debe averiguarse qué representa, qué me recuerda, qué
sentido específico tiene para el soñador, el único capaz de crear un diccionario de sus
símbolos.

6. Símbolos
El tema de la simbología onírica es sin duda el mas complejo, que exige mayor erudición
y capacidad hermenéutica por parte del intérprete; es el elemento cuasimágico y
extrarracional de la lectura onírica, y también el mas importante y popularizado; esas
obras callejeras, tipo diccionarios, que atribuyen a cada símbolo una única y simple
interpretación, no son sino entretenimientos sin fundamento alguno. Cada símbolo, así
posea un núcleo interpretativo, tiene sentido en la situación personal y cultural del
soñador y en la trama propia del sueño. Son una ayuda para otorgarle sentido a la trama
compleja del sueño. Veremos a guisa de ilustración algunos símbolos que les permitirán
comprender el misterioso lenguaje de los sueños.

La figura de la madre es una de las mas poderosas imágenes arquetípicas; tememos


perderla y soñamos cómo una foto suya se borra inexplicablemente; cuando la madre no
deja que el hijo viva libremente su vida, el inconsciente, le sustrae buena parte del
respeto y su imagen aparece en situaciones negativas. Si con demasiada frecuencia
asume en sueños su papel maternal, se puede inferir que el soñador no ha adquirido
todavía la suficiente independencia.

El padre desempeña en la familia y en los sueños la función de la conciencia activa y de


la voluntad; la lucha del joven contra la autoridad se trasluce en la lucha onírica con el
padre. También puede ser el guía, que nos muestra cosas desconocidas, o la imagen del
ser amado por parte de la niña. Donde las relaciones son sanas con los progenitores,
poco soñamos con ellos.

Cuando uno de los progenitores sueña obstinadamente con uno de sus hijos, hará bien en
poner en él su atención. Los sueños en que aparecen los hermanos suelen referirse a la
relación objetiva con ellos (amor, competencia, odio, etc). O el hermano aparece como la
sombra propia, lo que somos sin reconocernos. El niño representa tanto la indefensión,
como el comienzo que encierra la madurez. Las personas no familiares- médico, policía,
maestro, escolar, sacerdote...-todos sirven en su oficio como indicadores de nuestra
problemática interna.

Casi inequívocamente sexuales son los sueños de dientes: los amantes quisieran
comerse. Si aparecen sanos, expresan el vigor, si se caen, la impotencia o desconfianza
sexual. Los sueños de la mano se refieren a nuestros manejos, que pueden ser ilícitos y
aparecen manchadas. Las piernas y los pies tienen relación con la marcha de nuestras
vidas, son el signo de nuestro progreso o retroceso..

Si nos encontramos en un hospital rodeado de enfermos, sabremos que en nosotros


mismo hay algo de enfermo que no hemos reconocido, y si estamos dispuestos a sufrir
una operación, es que evidentemente hay en nuestra vida psíquica algo que extirpar.
Cuando no conseguimos digerir un rudo golpe de la suerte, una gran contrariedad en la
vida, hendrán sueños de enfermedad del estómago, algo que los oprime las vísceras, o
necesitamos devolver algo no digerido. Quien se sueña como paralítico, había creído que
podría reponerse y salir a delante, pero sufrió un nuevo revés. En general, las heridas en
los sueños no duelen, pero son signos reveladores de que nuestra vida tiene algún
destrozo, viejos resquemores, agravios o resentimientos que no acaban de cicatrizarse.
La ceguera nos revela que debemos hacer el esfuerzo de ver lo que no queremos en
nuestras vidas.

Las comidas son una expresión simbólica de que nuestro espíritu está necesitado de
alimento psíquico cualquiera (frecuentes en los sueños de «entusados»). La importancia
de los sueños de vestido se comprende al pensar en la función del traje: prescindiendo de
que nos protege y conserva el calor del cuerpo, el vestido secundariamente es la
expresión de nuestra posición social actual, temida o deseada, y de ah’ que nos vistamos
en sueños de una manera anticuada, de gala, de otro sexo, o que se encuentre
manchado. Está en relación con el concepto jungiano de persona (las apariencias según
el momento), en oposición al de sombra (la personalidad tal como es). Cuando nuestra
adaptación, vista desde la psiquis, resulta insuficiente, en sueños estamos mal vestidos y
nos esforzamos en cambiar. Llevamos en los sueños vestidos infantiles cuando queda en
nosotros algo de inmaduro.

En la casa onírica se encierran múltiples contenidos de nuestra vida psíquica; lo que


ocurre en la casa, sucede dentro de nosotros; se inunda cuando afrontamos un problema
que creemos insoluble; el sótano es nuestro inconsciente personal y debemos analizar
qué escondemos allí, al igual, pero con menor intensidad, en el dormitorio, lugar donde
nos encontramos con nosotros mismos, donde fluyen las lágrimas que escondemos
durante el día.

Las marchas de la vida se manifiestan en trenes, buses, aviones, motos, según el modo
usual de transporte del durmiente, vehículos que pueden detenerse, estrellarse, elevarse,
avanzar sin problemas, etc.

En algunos sueños se destacan claramente los colores, objeto de reflexión y de tentativas


de interpretación, y cargados de significados diferentes en todas las culturas; una bandera
roja puede representar tanto una nación, una carnicería, como una actitud revolucionaria,
una fiesta o un desastre. El rojo es el color del fuego y de la sangre, suavizado es el color
del amor y de la cordialidad; el verde recuerda la naturaleza o la primavera en países
estacionales; el azul, representa del cielo y lo asociado con él, se halla ligado a nuestras
vivencias espirituales; el negro, es de la oscuridad, el luto y las tinieblas.

El agua es vida, pero se torna peligrosa cuando rebasa sus linderos, y ahoga al soñador
cuando éste se halla en peligro de ser desbordado por algo, por un trabajo que no ha
concluido y que debe entregar, o por un problema que no sabe cómo resolver Su opuesto,
el fuego es un símbolo tremendamente rico que no alcanzaríamos a esbozar en pocos
párrafos.

El paisaje del sueño estará desierto cuando no hallamos solución a nuestros problemas o
nos sentimos solos e impotentes frente a las circunstancias adversas, o estará nutrido,
peligroso, conocido, desconocido según nuestra situación inconsciente. Soñar con
paisajes memorables del pasado dan indicios de regresión, de querer volver a esas
etapas del desarrollo, mientras que las pesadillas en esos paisajes significarían el temor
de repetir ciertas experiencias pasadas.

En épocas de extremo apuro, cuando ya desesperamos de no ver una salida, soñamos


con carreteras o caminos interminables; cuando el inconsciente no ha acabado de
trazarse un seguro camino, éste es construido en sueños y hasta el soñador trabaja en él;
cuando hay algo inconsciente qué aclarar, no es raro que el camino sea trazado en medio
del enmarañado bosque y al final se encuentre un acogedor lugar. O aparecen barreras
sugiriéndonos que falta solucionar problemas que no queremos considerar. Falta ver a
quiénes representan las figuras que nos acompañan en el camino.

Los sueños de peligro nos señalan dónde residen, aunque no pueden ser tomados al pie
de la letra, y menos aún entenderlos como pronósticos, sino como temores.
Los sueños de muerte son de una infinita variedad. Puede ocurrir que de pronto vayamos
vestidos de luto y debemos preguntarnos entonces a porqué nuestro interior está ahora
de duelo. O muere alguien de nuestro mundo circundante y vale preguntarnos si un amor
o una amistad ha muerto y tal vez no queremos darnos por enterados.

Y para concluir esta mínima visión sobre el arte de la interpretación onírica, los numerosos
sueños de muerte demuestran cuán profundamente viven dentro de nosotros las
vivencias del morir, de la despedida, de la pérdida. La muerte es un fenómeno primigenio,
arquetípico, frente al cual hay que conducirse dignamente. Cuando en los sueños se
respiran los vientos de la muerte, debe entonces el soñador preguntarse sobre su
conciencia de este evento a fin de adquirir una paz interior, y reconocer que la muerte es
parte de la vida y que, pese a su tenebrosidad, es quizás una puerta a lo desconocido...
como lo es el acto de dormir.

Bibliografía

Adler, A. El Conocimiento del Hombre. Madrid: Espasa-Calpe, 1960

Aeppli, E. El Lenguaje de los Sueños. Barcelona: Ed. Luis Miracle, 1965

Antrobus, J. Dreaming. Psychol. Rev., 98, 1991

Foulkes, D. Dreaming: a cognitive-psychological analysis. Hillsdale, New Jersey: 1985

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Matoon, M. El Análisis Junguiano de los Sueños. Bs. Aires: Piadós, 198

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