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UNDACIÓN SAN
NTA MARÍA –E
EDICIONES SM
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.NTA MARÍA – EDIC
SAN CIONES SM 2012 Autor:
A Facultad de Teología del Norte
e de España (sede
e Burgos)
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Índice
Tema 1. Introducción
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TEMA 1 Introducción
Existe un consenso generalizado entre los autores al señalar que vivimos en una
época de transformación de la religión, se han modificado las funciones de la
religión y eso conlleva un cambio de algunos de sus conceptos fundamentales. Esta
especie de purificación de la religión ha sido causada, en buena medida, por su
confrontación con el pensamiento crítico de la modernidad. “Más que al entierro de la
religión, estamos asistiendo a su desaparición como fenómeno sociológico, esto es a
su irrelevancia social y a su carencia de espacio funcional en el contexto cultural de
nuestro tiempo” (SAHAGUN DE LUCAS, J.: Fenomenología y filosofía de la religión.
Madrid, BAC, 1999, pág. 4). E. Durkheim apuntaba en la misma dirección al afirmar
que “las viejas religiones institucionalizadas agonizan y las nuevas todavía están
naciendo”. De ahí que la vuelta a la religión haya de cifrarse en su aspecto esencial y
en nuevas formas de religiosidad más personal y comunitaria, ajenas a la
institucionalización. La religión se hará privada e invisible, proclama Th. Luckmann en
su obra La religión invisible. Salamanca, 1973.
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En el año 2001, en su discurso de recepción del Premio de la Paz otorgado por los
libreros alemanes en la Pauluskirche de Frankfurt, Habermas retomó el tema de las
religiones bajo el título Glaube und Wissen (Fe y Saber). Si la caída del muro de Berlín
había sido un signo de esperanza, el derrumbe de las Torres gemelas (11 de
septiembre de 2001) once años más tarde había ensombrecido el futuro con negros
nubarrones.
Importante:
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premisa sería irracional dejar de lado aquellas tradiciones “fuertes”, como si fuesen en
cierta manera restos arcaicos, en lugar de aclarar la relación interna que las une con
las formas modernas del pensamiento. Las tradiciones religiosas consiguen hasta el
día de hoy la articulación de una conciencia de aquello que nos falta. Mantienen viva
una sensibilidad para lo que no logramos conseguir, para lo que se nos escapa.
Protegen del olvido aquellas dimensiones de nuestra convivencia social y personal en
las que los progresos de la racionalización cultural y social han causado todavía
abismales destrucciones. ¿Porqué no podrían encerrar esas tradiciones potenciales
semánticos todavía no descifrados que, si se transforman en un discurso
fundamentado y se extrajese su contenido de verdad profana, pueden desarrollar una
fuerza inspiradora?”.
No es difícil constatar, incluso con datos estadísticos fiables, el creciente interés por la
religión y todo lo referente al tema religioso. El 7 de abril de 1980, la revista Time
publicó un artículo bien documentado sobre el tema “Modernizing the case for God”.
Lo que más llama la atención es que el renovado interés por el tema de Dios no es
algo que acaece en el restringido mundo de los teólogos o de los creyentes, sino en
los círculos intelectuales de los filósofos académicos, y sobre todo entre las escuelas
de pensamiento anglo-americanas, donde hasta hoy predominaba el pensamiento
empiricista y positivista. “Solo podemos conocer aquello que nos dice la ciencia”,
decía Bertrand Russell. “Los únicos pronunciamientos válidos son aquellos que pueden
verificarse por los sentidos”, decían los modernos neo-positivistas. Estos principios
quizás puedan ser válidos en muchos campos de investigación pero se han mostrado
inadecuados cuando se trata de la experiencia humana.
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Atención:
Hay otra modalidad de increencia que permanece todavía más silenciosa ante Dios. Se
trata de la defendida por los pensadores neopositivistas del Círculo de Viena, que
tuvieron su gran apogeo en los años veinte del siglo pasado, para estos autores todo
aquello que no sea susceptible de verificación empírica carece de sentido. Con lo cual
la palabra Dios queda reducida a un simple conglomerado de letras y sonidos que no
significan nada, por tanto, no merece la pena hablar de Él. Esa misma mentalidad
positivista y empírica está muy presente en muchos de nuestros contemporáneos, que
consideran que la fe en Dios es algo irracional y por lo tanto lo consideran como un
insulto a la inteligencia humana.
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corriente”. Según este mismo autor, el léxico “políticamente correcto” exige excluir los
temas religiosos como si se tratara de un tabú: Lo religioso se ha convertido en lo
“propiamente obsceno”. Este es un síntoma muy grave de nuestra sociedad
postcristiana, puesto que lo que no se expresa en el discurrir cotidiano va dejando de
existir para los otros y también para mí, sobre todo si se tiene presente que el
lenguaje crea realidad.
Recuerda:
De ahí la necesidad de hablar de Dios hoy, no sólo con palabras sino sobre todo
con la coherencia de la propia vida y con el testimonio valiente de los propios
creyentes. Da la impresión que hablamos mucho de moral, de doctrina, pero no
se habla de Dios.
La crisis de la religión
A la hora de indagar sobre las posibles causas que configuran la llamada “crisis de la
religión”, hemos de remontarnos al siglo XVII con el nacimiento del racionalismo y de
la nueva ciencia ya que es allí donde están las raíces de las críticas posteriores a la
religión. Descartes, considerado el padre del racionalismo, aplicó el método
matemático a la filosofía, iniciando así un nuevo método de pensamiento: el
racionalismo. Esto supuso un giro copernicano en la filosofía. Este giro consistió en
que, frente al estilo medieval que partía de la certeza de Dios para llegar a la certeza
de sí mismo, instauró el estilo moderno que parte de la certeza de sí mismo para
llegar a la certeza de Dios. Por otra parte, su método le llevó a establecer una división
de la realidad en dos ámbitos: el pensamiento (res cogitans) y la materia (res
extensa).
Atención:
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En el posterior desarrollo de estas corrientes filosóficas hay que destacar dos autores
que han tenido una influencia decisiva sobre el pensamiento y la cultura de los
siglos XIX y XX: Kant y Hegel y posteriormente, los llamados “maestros de la
sospecha”: Feuerbach, Marx, Nietzsche y Freud. Ahí podemos encontrar los factores
ideológicos que han provocado la denominada “crisis de la religión”.
Importante:
Mircea Eliade, intelectual rumano y uno de los estudiosos más conocidos del
fenómeno religioso afirma que “lo sagrado es un elemento de la estructura última de
la conciencia”, no un momento de la historia de la conciencia. (ELIADE, M.: Diario
1945-1969, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 349). De ahí que la religión nunca muera,
sencillamente porque el hombre, en el fondo, nunca deja de ser religioso. Incluso en
los momentos en que la religión parece desaparecer entre las fauces de la
indiferencia, como parece suceder en el actual momento de la civilización occidental,
la realidad es que simplemente se halla enmascarada o camuflada en unos ropajes
que se identifican con lo profano. Esta tesis elidiana, J. M. Mardones la considera
“atrevida y digna de consideración”, sobre todo a la hora de afrontar momentos como
los actuales en los que los datos estadísticos revelan que el desierto de la increencia o
indiferencia avanza. ¿Será cierto que la religión no muere sino que se transmuta, se
reviste con nuevas imágenes, y adopta formas que se asemejan a su contrario? Estos
presupuestos nos obligan a prestar atención a los dioses vestidos de paisano y a los
aromas sacros trasmutados en pura inmanencia con los que podemos tropezar en
nuestra vida de la tardo-modernidad. (Cf. MARDONES, J. M.: ¿Indiferencia o
camuflaje? Mircea Eliade y la persistencia de lo sagrado. 6 de Diciembre de 2003, Vida
Nueva, 23 ss.).
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“A menudo la gente dice: “Soy espiritual pero sin adscripción religiosa”. En el mundo
occidental, la espiritualidad atrae y la religión repugna; la espiritualidad es algo íntimo
y personal, mientras que la religión es algo dogmático y organizado. Afectado por este
prejuicio, el individuo construye su cara interior a partir de materiales dispares que
están disponibles en el supermercado de lo espiritual y él los ensambla de manera
muy libre, ecléctica, doméstica, sin afiliación a una iglesia o a una confesión religiosa”
(ROY, L.: Experiencias humanas abiertas a la trascendencia, julio –sept. 2009, Iglesia
Viva, nº. 239, pág. 140).
Religión no, espiritualismo sí: con mucha frecuencia se ha ido creando un ambiente,
una verdadera matriz de opinión por la que se rechaza la religión, pero se acepta una
pseudo-religiosidad que más bien es una especie de “espiritualismo” a la carta
mediante la cual cada uno escoge lo que quiere de cualquier fuente, cristiana o
pagana, religiosa o atea, verdadera o falsa, para hacerse su propio sistema de
creencias.
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Importante:
En un interesante libro escrito por Jean Francois Revel y por su hijo Matthieu Ricard,
titulado El monje y el filósofo, se constata que Occidente ha triunfado en la ciencia,
pero ya no tiene una sabiduría ni una moral que resulten plausibles, de ahí el interés
creciente por el budismo y por otras formas de sabiduría oriental, debido sobre todo,
al hecho de que estas corrientes del pensamiento abordan los mecanismos
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Recuerda:
Estos extraños retornos de religiones exóticas nos plantean una pregunta importante:
¿A qué tipo de religión daría lugar la omisión de Dios? Como señala Manuel Fraijó
“nos encontraríamos ante lo que G. van der Leeuw ha llamado religión ‘de la huida’.
Huida de Dios y apelación a uno mismo. Estaríamos ante un concepto “débil” de
religión entendida como todo proceso de autoescucha, todo método de relajación para
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¿No será ésta la única religiosidad que admiten muchos de nuestros contemporáneos,
es decir, la estetización de la religión que aparece en los Discursos de
Schleiermacher?
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Aún cuando la religión posea su lado oscuro y pueda ser usada para justificar la
intolerancia, el fanatismo, el fundamentalismo y el nacionalismo desenfrenado, su
capacidad para inspirar actos de solidaridad y grandes obras de arte no tiene rival.
Manuscritos profusamente iluminados, música, pintura, estatuas, poesía, mezquitas,
catedrales y templos representan algunas de las cotas más altas de la civilización.
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El hecho religioso es múltiple y muy variado, incluso cambiante, por lo que todas las
religiones se desglosan en infinidad de ramas colaterales, iglesias, tendencias, sectas,
escuelas, grupos, etc. que hacen del hecho religioso un auténtico mosaico lleno de
vida. Podríamos perdernos en esa jungla de creencias, dioses, doctrinas, etc. Pero lo
cierto es que existe un hilo conductor común a todas ellas: es lo que denominamos “el
hecho religioso”. El hecho religioso lo podemos contemplar desde dos ángulos bien
distintos: el individual, entendido como búsqueda y relación personal del hombre con
lo santo, y el social si esa relación se exterioriza. En este segundo supuesto los
creyentes se reúnen para comunicarse entre sí y compartir esta manifestación pública
hacia lo santo, hacia la divinidad. Paulatinamente el hecho religioso va tomando unas
características especiales que desembocan en una determinada religiosidad que
perdura en el tiempo y que constituye, sin duda, un fenómeno social.
Dios, es por definición, la única instancia que posibilita que no nos sometamos a los
poderes, sean políticos o mediáticos, de este mundo. El hombre sólo puede superar
“los valores culturales establecidos”, si tiene su hogar verdadero “más allá”. La no
sumisión al “status quo” sólo es posible si buscamos el “verdadero estado social”, la
“ciudad ideal”. Por eso no sólo los grandes pensadores, sino también los reformadores
sociales de Occidente, han planteado necesariamente el problema de la religión.
En 2001, Jacques Lang, ministro de educación de Miterrand, envió una carta a Régis
Debray, conocido revolucionario social que había luchado junto al Che Guevara, para
encargarle que elaborara un informe riguroso y fundamentado sobre La enseñanza del
hecho religioso en la escuela laica. El informe, entregado en septiembre del 2002,
define la religión como un hecho, el “hecho religioso”: la religión es un hecho
universal, permanente a lo largo de la historia humana. No es, pues, una etapa
infantil superada por la modernización de la sociedad. Es un hecho social que reclama
ser estudiado con rigor y tomado absolutamente en serio; unos lo estudiaran como un
hecho objetivo que está en la sociedad; otros lo estudiarán para inspirar una forma de
vida. Lo que no se puede hacer es negar los hechos. La sociedad que desconoce el
universo simbólico descubierto, pensado y vivido por las religiones es una sociedad
incapaz de considerarse como intelectualmente adulta porque niega una dimensión
profunda de la realidad, rechaza la objetividad de la historia pasada, se imposibilita
para dar respuesta a los problemas del presente.
En 2003, el ministro de educación francés, Luc Ferry, en su Carta a todos los que
aman la escuela, tuvo el valor de romper uno de los prejuicios intelectuales que se
arrastran desde mayo del 68. De un lado y seducidos por el marxismo, los
intelectuales centraron todo el interés en lo económico y en lo político, ocultando los
terribles hechos de los campos de concentración. De otro lado, y seducidos por
Nietzsche, los intelectuales proclamaron el mundo utópico de la sociedad sin “límites
personales”, sin conciencia de responsabilidad; un hombre creador de todo desde la
nada. Ahora bien, en este contexto hay que preguntarse: ¿es posible la educación?,
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¿cómo transmitir una verdad si las creencias individuales definen la realidad, y los
medios de comunicación masivos son las fuentes de la ley? ¿Es posible una educación
para la justicia, la libertad, la solidaridad? ¿Es posible la democracia en una sociedad
que no tiene criterios comunes ni metas compartidas? ¿Cómo pasar del mero hábito
de estar juntos a una convivencia desde el encuentro personal, sin que nos dirijan los
poderes mediáticos, económicos y políticos de turno? La perdurabilidad de la
democracia exige ir más allá de la mera formalidad del derecho. El problema de fondo
de nuestra democracia es si seremos capaces de construir “proyectos sociales”, de
crear formas de convivencia y de colaborar. Y no afrontaremos este problema desde
sus raíces si no analizamos las “propuestas de sentido” (cultura, ética, religión) que
definen la identidad de los diversos grupos sociales.
Nicolás Sarkozy, presidente de uno de los países más secularizados de Europa, decide
afrontar, con un enfoque sorprendente, uno de los temas tabú de la sociedad
francesa: la religión. Reflexiona sobre los valores necesarios de la religión en la
República del laicismo, llegando a afirmar que “la religión ofrece un gran servicio a la
sociedad, dota a los hombres de la esperanza espiritual que el Estado no puede
darles”.
Es cierto que el hombre religioso no es mejor que el no religioso, pero no por ello
conviene olvidar las palabras de Platón al respecto: “nunca ningún hombre a quien las
leyes hayan persuadido de la existencia de los dioses ha cometido con plena
deliberación un acto impío, ni ha proferido ninguna palabra nefasta y criminal; el que
lo haya hecho solamente ha podido hacerlo inducido por una de las tres convicciones
siguientes: o bien no creía, como he dicho, en la existencia de los dioses, o bien, en
segundo lugar, fue porque creía que los dioses existían, pero que no sentían ninguna
preocupación por los humanos; o bien, en fin, porque los considerara blandos y fáciles
de aplacar por medio de plegarias y sacrificios” ( Las leyes, X, 885b).
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Como apunta Martín Velasco: “La gran contribución social de la religión en una cultura
fragmentada, contradictoria y ambigua como la nuestra radica en dar sentido último a
la propia existencia, al conjunto de la realidad y al curso de la historia” (MARTÍN
VELASCO, J.: Introducción a la fenomenología de la religión, Madrid, 1978, pág.
203). La religión no es simplemente ideología, ni teoría sobre la realidad o sobre el
hombre, ni sentimiento, emoción o estado de ánimo, ni es acción ética o expresión
cúltica, ni pura institución social. Es un hecho humano, que como tal, comprende
todos esos elementos sin reducirse a ninguno de ellos. El núcleo esencial de este
hecho humano lo constituye la actitud de reconocimiento de una realidad suprema
frente a las demás realidades naturales e incluso, y sobre todo, frente al propio
sujeto.
A pesar de que parece que la religión ha perdido su función social en nuestro mundo,
ni la sociedad se ha desacralizado por completo ni la religión se ha convertido en algo
marginal e irrelevante entre nosotros. Se cumple así el pronóstico de Durkheim de
que la religión está más llamada a transformarse que a desaparecer, ya que los
impactos externos que desfiguran las religiones institucionalizadas no consiguen
anular el fondo de sacralidad que las caracteriza (Cf. SAHAGUN DE LUCAS, J.: O.c.,
6).
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