El segmento superior o vestíbulo, que limita con la cara posterior de la epiglotis y comunica con la
faringe.
El segmento medio (la parte más estrecha), que comprende los pliegues: en el interior del pliegue
ventricular se encuentra la hendidura del vestíbulo, y dentro de los pliegues vocales está la
hendidura de la glotis. La amplitud y la forma de la hendidura de la glotis varían según el sexo del
individuo y las fases de respiración y fonación.
El segmento inferior, que se prolonga hacia abajo adoptando una forma cilíndrica.
De la longitud, el grosor la tensión de las cuerdas vocales (y, por tanto, de la hendidura de la glotis)
dependen la calidad y la altura de la voz; la intensidad está determinada por la presión de la
corriente de aire, y el timbre es debido casi exclusivamente a las vías aéreas supralaríngeas: la
lengua, el paladar blando y los labios son esenciales para articular el lenguaje, mientras que la
faringe constituye una auténtica caja de resonancia. Al cambiar la posición del cuello (alzándolo o
bajándolo), la laringe varía la amplitud de dicha caja, modificando la emisión sonora de forma
radical.
Uso de la lengua
Con el enunciado uso de la lengua se hace referencia al empleo de esta en tanto que práctica
social, destacando de este modo la que se concibe como su función fundamental, que es la
comunicación. La lengua, entendida de este modo, se convierte en el objeto de estudio del análisis
del discurso, de la lingüística del texto, de la etnografía de la comunicación, de la pragmática,
entre otras.
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Las funciones del lenguaje son los distintos cometidos con que el lenguaje se usa por parte del ser
humano. Estos propósitos han sido estudiados fundamentalmente por la Lingüística y la
Comunicación, de forma que, por lo común, se ha dado una función del lenguaje por cada factor
de la comunicación que interviene en el proceso, siendo lo más normal que una función domine o
prevalezca y las demás le estén subordinadas.1
Con función lingüística se entiende la relación que se establece, por una parte, entre el destinador
y el mensaje y que es originada por la intención del emisor al construir un enunciado orientándolo
hacia cualquiera de los elementos del proceso u objetivos posibles.
Es verdad que el acto de hablar es único, integral, en toda su complejidad. Pero para estudiarlo y
comprender esa complejidad es indispensable, como en toda ciencia (y la lingüística pretende
serlo), el separar en componentes, aditivos o no, lo que está mezclado íntimamente. Tenemos que
analizar el habla como si de una mezcla o combinación química se tratara.
Por ello consideremos al habla como un acto complejo con varias funciones simultáneas. Estas
funciones están ligadas al emisor, a la transmisión y al receptor o receptores:
piensa y construye
articula y pronuncia
entona y ritma
profiere y suena
dice y significa
informa y notifica
opina y siente
expresar y exhala
denota y connota
gesticula y se mueve
acciona y reacciona
quiere y requiere
pretende y manipula
sucede y repercute
finge y miente
delata procedencia
irradia e impacta
apunta y muestra
lanza y envía
diRige y focaliza
transmite y comunica
O sea, al hablar, el hablante construye frases con un significado, el de las palabras unidas en
frases; y lo hace mediante sonidos, moviendo boca, cara, ojos, incluso manos y cuerpo.
Además dota a esa frase de un contenido más rico: lamenta lo que dice o se alegra, añora, desea,
anuncia... muchos matices. Es la función expresiva, que apunta a lo que le sale al hablante sin
pretender nada: como un gemido, como un rugido.
asimismo, sin pretenderlo, dota de más o menos energía a lo que dice, potenciado por sus
emociones, sí, pero también por su naturaleza y complexión, su vigor natural. Esto también lo
vierte, se percibe, también inconscientemente por el oyente. hay gente que da energía y gente
que la roba, y así son recibidos por los demás.
Más aún, vierte en su decir todas las inflexiones y acentos regionales, nacionales locales, familiares
e individuales, todo ello muy inconsciente e espontáneamente, inevitablemente.
Por otra parte, el hablante puede variar su juicio ante lo que está diciendo: o está seguro (o lo
finge) en frase aseverativas o enunciativas. Si no lo sabe, lo pregunta, con igual contenido
sintáctico y semántico. Es la modalidad de frase. Esta importante aspecto del habla, tan
importante que tiene signos propios de puntuación, que da dentro del aspecto siguiente, el
impresivo.
También desea algo de su decir: ordena o ruega, quiere algo del o de los oyentes y requiere algo
de ellos, una acción por su parte que satisface un deseo del hablante. Es la función impresiva.
Es decir, el hablante pretende cosas: convencer, sacar dinero, seducir, infundir dudas, Y todo con
los contenidos anteriores. Hay lo que dice y hay por qué y para qué lo dice. Todo ello matiza y
modula su frase, todo o casi iodo mediante la entonación, esa música del decir con infinitas
gradaciones todas inconscientes en los hablantes espontáneos.
Los técnicos del habla, como actores, oradores, declamadores, cantantes (y por lo tanto no ya
hablantes naturales, es decir, inconscientes de su hablar, sino muy conscientes en cuanto a su
deseo de comunicar un texto e influir en sus oyentes), tendrán que estudiar cuidadosamente esas
modulaciones para realizarlas. No pueden dejarse a la espontaneidad del hablante natural. Deben
dominar la paleta sonora.
La situación es parecida a la música popular o folklore, versus la música llamada culta o artística.
Pues bien afirmamos que, en cuanto al dominio técnico de la entonación y ritmo se trata, en
cuanto a la prosodia consciente, la mayoría de los actores son actores folklóricos. y se trata de
convertirlos en hablantes cultos y sofisticados.
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