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Javier bajó la velocidad al llegar al tumulto de coches estacionados en la avenida.

Soltó una mano


del manubrio de la motocicleta para comprobar que el revólver que llevaba bajo su chamarra
estuviera accesible. Se encontraba empapado en sudor debido a que el sol, reflejado en los
capacetes de los vehículos, aumentaba dramáticamente la temperatura de la zona. A lo lejos, de
vez en cuando, se escuchaba la alarma de algún auto que aún contaba con carga de batería.

El velocímetro marcaba cinco kilómetros por hora, mientras el motociclista iba entre los vehículos,
evitando las pequeñas sendas que topaban con puertas abiertas de los coches (estas eran las más
peligrosas). De vez en cuando echaba un vistazo al tanque, ya entrando en reserva.

«Solo un mes y todo se fue a la mierda», pensó, mientras con recelo se detenía un momento para
decidir cuál brecha tomar dentro del laberinto de vehículos que quedaron varados en la ciudad. La
cosa no estaba tan mal hasta que el Presidente decidió ser transparente con el pueblo y, sin filtros,
expresó la situación real que vivíamos.

Fue uno de esos anuncios que transmiten en todos los canales de televisión y de radio. «El
presidente dará un comunicado el día de hoy a las siete de la tarde». Sin embargo, al finalizar el
anuncio comenzó la histeria colectiva. Si antes las personas estaban siendo un poco ordenadas por
el desabasto, en ese momento comenzaron las rencillas, los crímenes, los asesinatos. Las fuerzas
policíacas y el ejército intentaron frenar lo antes posible la situación, pero al poco tiempo y debido
a la falta de transporte no pudieron contener la situación.

Ni un solo día pasó para escuchar noticias de saqueos a las principales tiendas y supermercados.
Las personas ya no solo iban buscando combustible, ahora se dirigían directo por alimentos y
artículos para mantener a sus familias.

Paralelo a esta situación, los huachicoleros desaparecieron. Si bien aprovechaban la escasez para
llenarse los bolsillos de la venta de la gasolina robada (veinte veces más cara de lo habitual), en un
momento, su clientela se salió de control originando peleas, las cuales terminaron con explosiones
de las bodegas donde guardaban lo robado.

La motocicleta de Javier empezó a temblar. «Vamos, nena, un poco más y salimos de esta», le
decía mientras nervioso le daba unas palmadas al tanque de gasolina.
—Seguimos investigando lo que está ocurriendo en las refinerías del país—, dijo el presidente en
aquel garrafal comunicado. —Identificamos que el problema radica en un bichito, muy chiquito—,
(una bacteria). —Este animalito al parecer le gusta vivir en la gasolina y el diesel. El problema es
que la come y contamina, quitándole lo volátil al combustible y lo deja inservible para los
vehículos—.

Javier continuaba el trayecto, ya casi por salir del cementerio de coches varados, cuando visualizó
una niña en medio del camino. «Carajo», pensó mientras frenó de golpe la motocicleta. Apenas lo
hizo sintió una presión metálica en su nuca.

—Ni se te ocurra voltear o te mato—, señaló un hombre que apuntaba el arma. —Vamos, no
quiero problemas—, dijo Javier mientras soltaba poco a poco las manos del manillar. Bajó
lentamente de la motocicleta, mientras lo seguía el cañón del arma. —¡Rápido, niña!—, gritó el
hombre para que esta se acercara, mientras le ordenaba a Javier que se alejara de la moto.

—Lo siento, amigo, mi familia necesita la gasolina para salir de la ciudad—, señaló su atacante con
cara de desesperación mientras encendía el vehículo.

En el momento que el hombre se giró para arrancar la motocicleta, Javier aprovechó y sacó su
revólver. —¡Papá, trae una pistola!—, gritó la niña asustada. Su padre, de reflejos rápidos, lanzo
dos disparos en dirección a Javier antes de que este pudiera apuntar correctamente. Javier cayó al
suelo gimiendo de dolor.

Tirado en el pavimento empezó a sentir mucho frío, sus manos empezaron a empaparse con el
charco de su sangre, que se extendía bajo su cuerpo. Logró escuchar cómo la motocicleta se
quedaba sin combustible a escasos doscientos metros, lo que ocasionó que comenzara a reírse a
carcajadas siendo interrumpido por un ataque de dolor, tos y sangre.

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