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Fernanda Molina

Cuando amar era pecado


Sexualidad, poder e identidad
entre los sodomitas coloniales
_(Virreinato del Perú, siglos XVI-XVü)

M
EFEA
plural
Instituto Francés de Estudios Andinos, UMIFRE 17, MAEDI/CNRS-USR 3337
AMÉRICA LATINA
Jirón Batalla de Junín 314, Lima 04, Perú
Teléf,: (51 1)447 60 70
E-mail: lFEA.Direction@cnrs.fr
Pág. Web: http://www.ifea.org.pe

E ste volumen corresponde al tomo 338 de la Colección «Travaux de l’Institut Franjáis


d'Études Andinos» (ISSN 0768-424X)

© Fernanda Molina, 2017


O 1FF.A, Plural editores, 2017

Primera edición: enero, 2017

DLs 4 -1-4917-16
ISBN: V7B-9W54-1-742-0

Producción:
Plural edraorea
Av 1 * uador 2337 n<{ c. Rosendo Cíutiérrex
lrlé ü o v r 2411018 Le Pea, Bolrvia
«r rruil: pluralOOpiural.bo / www.prltinH.bo

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Indice

Agradecimientos........................ ...........................*......................................

Prólogo----------------- ---------- -------------------------------- --------------------

Abreviaturas ..vvv.....................................................................................' ...... *1

Introducción............................................... ................................................... *3

CAPÍTULO 1
Sodom ía...................... .......... .......... ...................... ............. ......................... 27
1. De placeres venéreos y lujurias........................... ..................... .............. 27
2. El pecado contra la naturaleza...................................... ........................... 33
3. El crimen de sodomía.............. .................................................................. 39
4. Sodomía: significados modernos y usos contemporáneos..................... 43

CAPÍTULO 2
Justicia....................... ............... ............ ........................... ............................. 49
1. Leyes y tribunales para sodomitas............ ........................................... ..... 49
2. De la triple jurisdicción a los límites en la documentación.................. . 57
2.1. Las tradiciones institucionales......................................................... 61
2.2 En defensa de las corporaciones................ ...................................... 63
2.3. Luchas y conflictos jurisdiccionales..... ...................................... 64
3. Entre la “doble vara” y la justicia del privilegio.......................... ............. 67
3.1. La doble vara........ 67
3.2. Derecho al privilegio......................................................................... 72
3.3. La mala justicia.............................. .................................. ..................... 76
4. La desigualdad como derecho................................................................. . 78
CAPÍTULO 3
P o d e r................... ........ ......... —— ....................... ................................................... 81
1. Roles sociales, roles sexuales........................................................................... 82
2. Alterando las posiciones sociales y étnicas................................................... 97

CAPÍTULO 4
R eligión............................................*..... ...........-.................................................... 109
1, La sexualidad al d eb ate...................................................................................... 109
2. La Inquisición: reform adora de las costum bres.......................................... 114
L La reforma moral en el V irreinato del P e r ú ................................................ 116
4. La sodomía y la praxis inquisitorial lim eña.................................................. 126

CAPÍTULO 5
Id en tid ad ................................................................... 141
1. La experiencia de los sodom itas virreinales................................................. 143
1.1. Besos, abrazos y “palabras de am or” .................................................. 143
1.2. Peligrosam ente am ancebados....................................... 147
1.3. Pacientes y enem igos de m ujeres ...................................................... 150
1.4. Pelilargos, afeminados y travestidos.................................................. 155
1.5. Putos, bujarrones y enredados............................................................. 158
2. Futre sujetos jurídicos y especie............................. ....................................... 161

Conclusiones..................................... 167

Bibliografía_______________ ............................................................................ 171


Agradecimientos

La investigación que aquí se presenta es el resultado de muchos años de esfuerzo


y trabajo personal y no hubiera sido posible sin el sostenimiento y la colaboración
de numerosas instituciones y personas que, directa o indirectamente, contribu­
yeron a su resultado final plasmado en este libro.
Quiero comenzar mencionando al Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET), la Universidad de Buenos Aires (UBA), la
Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANCyP) y la Escuela de
Estudios í lispanoamericanos de Sevilla (EEHS) que, a través de becas y subsidios
de investigación propios y otorgados a proyectos mayores en el cual se inserta
el mío, hicieron posible las distintas estancias de investigación en bibliotecas y
archivos del exterior. Asimismo, quiero agradecer especialmente a Plural Editores
y al Instituto Francés de Estudios Andinos, dos sellos editoriales prestigiosos,
por haber confiado en mi trabajo.
También quiero expresar mi gratitud a los funcionarios y funcionarías
que me facilitaron el acceso a la docum entación en los diferentes repositorios
visitados. Especialmente, quiero agradecer a todo el personal del Archivo y
Biblioteca Nacionales de Solivia (ABNB) que, desde el prim er día que traspasé
las puertas del archivo -p o r entonces ubicado en la calle España-, pusieron a
mi disposición todo su profesionalismo y generosidad. Sin el conocimiento y la
asistencia de esas personas claves, mi tarea de in\ esogadón hubiera resultado
m ucho más ardua y extensa.
A lo largo de mi formación y derrotero académicos encontré profesoras que
avadaron a construir mi propuesta e increm entaron con su propio entusiasmo el
mío, abonando con su experiencia a concretar mi producción intelectual.
Entre ellas, quiero mencionar a mi maestra, la Dra. Ana Alaria Presta. Alt
deuda con ella es invaluable. Desde hace más de una década, siendo mi profesora
8 CUANDO AMAR ERA P E C A D O

en el grado y el posgrado, y como directora de mis tesis de licenciatura y de doc­


torado compartimos el deseo, la ansiedad y las expectativas que ofrece la tarea de
investigación y docencia en una profesión fascinante. A su lado, no solo aprendí
el oficio de historiadora sino, fundamentalmente, la honestidad y la generosidad
que tanto suelen escasear en este medio. Espero que este trabajo refleje, aunque
sea un poquito, de todo lo aprendido a su lado.
Va un recuerdo sentido a la Dra. Mónica Quijada Mauriño (t) quien, como
directora de mi tesis de maestría, participó y se comprometió en las primeras
etapas de esta investigación. Si bien pude expresarle oportunamente mi profundo
agradecimiento, me hubiera gustado compartir con ella el final del proyecto que
sostuvo y apoyó. Este libro es también un pequeño homenaje a ella.
Mis compañeros y compañeras del Programa de Historia de América Latina
(PROHAL) del Instituto Ravignani, con quienes compartimos cotidianamente las
alegrías y las angustias de esta querida profesión que empezamos a recorrer con
paso firme desde la cursada del Seminario Anual de Tesis de licenciatura con
nuestra directora en el año 2002 y desde la docencia en Historia de América I
de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, fueron un sostén
cotidiano a la vez que un solaz donde recostarse para amortiguar los rigores
de las presentaciones y vencimientos, cuyos plazos y exigencias nos unió en la
preocupación y en la celebración de los logros obtenidos.
Fuera del ámbito profesional, quiero agradecer a Sergio, Adrián y Yarnna
por haberme acercado, a través de sus historias de vida y de su militancia, a otras
formas de pensar y vivir la sexualidad. Ellos estuvieron presentes a lo largo de
la escritura de este libro y. sin saberlo, vinieron a mi auxilio cuando, inmersa en
los procesos judiciales, trataba de acercarme y comprender las vivencias de los
sodomitas coloniales.
Por último, quiero agradecer, por su constante impulso y presencia, a mis
afectos más cercanos. En primer lugar a mis padres, Alba y Raúl (t), por haberme
enseñando que con estudio y esfuerzo se puede llegar a lugares impensables.
Me hubiera gustado mucho poder compartir este logro con los dos. Te extraño
gordo. A mi hermana Marcela le doy las gracias por su confianza y por estar
siempre a nu lado, incluso, a la distancia. Finalmente, va una mención especial
a mí compañero de vida, Adrián Piva, por haberme alentado en esta tarea y por
Haberme seguido, íncondicionalmente, en la búsqueda de documentos alrededor
de) mundo, mochas veces, postergando sus propios objetivos. Sin su paciencia,
conipsfterismo y amor este libro no hubiera sido posible.
Prólogo

Desde la década de 1980, los estudios de género pusieron de manifiesto otra


dimensión de las relaciones sociales entre los individuos. Apelando a la identi­
dad sexuada, los sujetos sociales (y sexuales) se recuperaban y develaban para la
historia como actores sociales a los que alcanzaban formas de estigmatización,
denostación, desautorización y discriminación, pero sobre todo el ocultamiento
y el silencio de su propia existencia y vigencia. El sujeto mujer apareció, enton­
ces, en su dimensión histórico cultural y, ya fuera desde el feminismo militante
o simplemente desde una aproximación a las desigualdades, cobraba vida en los
estudios sociales, La invisibilidad de las mujeres en la documentación histórica
no ayudaba a rescatar su protagonismo social y, menos aún, a revelar sus prácticas
sociales en el pasado más lejano al presente. Especulaciones, tratados morales, es­
critos filosóficos y religiosos ofrecían ejemplos normativos acerca de las prácticas
sociales y sexuales de los individuos, y de las mujeres en particular, consagrando
en el pasado y expandiendo al presente el modelo cristiano del vínculo hombre-
mujer como el único permitido y sustentado en la moral cultural occidental
mientras que la sexualidad como práctica obedecía a la necesaria reproducción
de los individuos. Más tarde, los estudios queer plasmaron la existencia y vigencia
de otras sexualidades cuya presencia en el pasado configura un desafío ho exento
de opacidades y silencios, que derivan en la frustración frente a la ausencia o
cortedad de registros que dan cuenta de los vínculos sexuales entre personas del
mismo sexo. Esos comportamientos y sexualidades se perciben en la vida contem­
poránea y, más aún, en la cotidianidad de las prácticas de los movimientos por
el respeto y vigencia de los derechos de los “otros” sexuados. Estos recorridos
fueron objeto de consideración de Fernanda Molina y constituyeron su acervo
historiográfico laboriosamente construido desde la redacción de su tesis de grado
CITANDO AMAR ERA PECADO

v las sucesivas de maestría y doctorado, dos de las cuales tuve el placer de dirigir.
Desde hace más de diez años, la carrera de investigadora de la autora de este
libro se asentó en los problemas de género y sexualidad, colocando en su norte
la premisa de que toda práctica sexual tiene raíces históricas, culturales, esto es,
que cuales fueran esas prácticas están marcadas, permitidas o prohibidas por la
sociedad que las crea y reproduce.
Al m editar sobre su tema de tesis doctoral, Fernanda Molina se comprometió
y resolvió, con notable tenacidad, el desafio de indagar en las sexualidades pro­
hibidas en el pasado colonial peruano. Abordar el pecado nefando y la sodomía
masculina en d período virreinal, y en su prim er siglo de vida, le impuso una
tarea de construcción, búsqueda e indagación que la obligó a resituar su tema de
investigación, afinar sus preguntas e interpretaciones y perfilarse, más allá de su
centro de interés, en el contexto de la expansión transatlántica de los castellanos
y caminar entre dos mundos, hasta llegar a la formación colonial donde obser­
vó a los actores sociales indígenas, mestizos, mulatos, negros y españoles en el
contexto de sus propias prácticas, cuando también en las adquiridas, obligadas
y hasta inventadas tras la construcción diferenciadora del “otro”.
El ejercido de otras sexualidades, prohibidas, discriminadas, estigmatizadas y
hasta punibles en las mazmorras inquisitoriales imponía adentrarse en los pliegues
de la intimidad, excavando en prácticas que se clausuraban en las paredes de la
vida privada y, asimismo, en confrontar v reinterpretar las acusadones de sodomía
tras las que podían ocultarse otros delitos, no necesariamente produddos por
kw criminalizados, detectarse otras vilezas atribuidas a quienes acusaban -con
oscuras m oovadonev- a alguien de ejercer el sexo prohibido con el solo objetivo
de desacreditarlo y castigarlo. La detección de delitos y delincuentes, pecados y
pecadores elevó la pendía de Molina a recorrer archivos y colecciones americanas
v europeas en los cuales su sensibilidad y destreza profesional se puso de mani­
fiesto para tortear los múltiples y riesgosos desafios heurísticos y hermenéuticos
que debe sobrellevar una historiadora ai abordar temas y problemas sujetos a
diferentes justicias, como lo es un tema tan escurridizo como el de la sodomía
masculina, tan proclive • la contención y concentración de otros significados.
Este libro no sólo o una investigación que da cuenta de la sodomía masculina
«s» Vn» afk w X\1 y XVII Es una contribución que ayuda a descubrir y mensurar
otra* forma* en que se manifiestan las relaciones de poder en la época colonial. I
E* «a trabajo que o m d e * develar lo* vínculos entre la religión y la justicia, entre
«Lprcsdri y el del»»*, y «a también una enorme reflexión que deriva en visualizar
laa • d q u n a w n «amadas eras las que se arriban las distinciones étnicas y de
m m p i m a mém la» c « p » ideológica» que t i t o las relaciones sociales.

Ana María Presta


Lntverüdsd de Baema Aircv-Ci )NK,E1
Abreviaturas

AAL Archivo Arzobispal de Lima


ABAS Archivo y Biblioteca Arquidiocesanos de Sucre “Monseñor Taborga”
ABNB Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia
AGI Archivo General de Indias
AGN Archivo General de la Nación de Perú
AHN Archivo Histórico Nacional de Madrid
AHP Archivo Histórico de Potosí
Introducción
a -v \.\ kmik i hfvaoo

s tW í'íSJTv ,1 trav és J e í»í p iv ju u Ji de Ij n hjjio ii, d e Lis in s u iu c io n e s c, incluso,


4 c I k e c n n o n iM .
l\x r o tra p a n e . la in\tstig*C M W ta m b ié n i n t r o d u c e u n p ro b le m a p o c o
ex p lorado cti el c a m p o ele lo-, e s tu d io s co lo n ia le s: el d e las p ra c tic a s sexuales
>o d o r'in c a s , i ,on la ex cep ció n del tra b a jo p io n e r o d e Sorgo C íru /tn sk y , iluten
a n a h ro el fe n ó m e n o d e la so d o m ía e n la s o c ie d a d nox o b tsp a n a , la m ay o ría d e los
tT»hín*s q u e a b o rd a ro n el te m a d e los d e lito s sexuales lo h ic ie ro n en el m arco
de i* h isto ria d e la fam ilia. F n ese s e n tid o , las tra n s g re s io n e s sexuales analizadas
se re d u je ro n a aq u ellas acaecid as en el s e n o d el m a trim o n io s a c ra m e n ta d o , m o -
n o g am ico e in d iso lu b le, c o m o el a m a n c e b a m ie n to , el a d u lte rio , la b ig am ia asi
co m o de m is d eriv a d o s tales c o m o la ile g itim id a d , el m estiz a je , el e s tu p ro , etc.l*4
Asim ism o, fu e ro n to c o de ín te re s los m e c a n ism o s d e n e g o c ia c ió n , a d a p ta c ió n y
a c o m o d a m ie n to s de las p a u ta s m a trim o n ia le s y fa m ilia re s in d íg e n a s a las nuevas
form as d e re g u la c ió n d e la sex u a lid a d im p u e sta s p o r los c o lo n iz a d o re s.
1 .t h isto ria de las m u je re s y d e la vida c o tid ia n a fu e o t r o d e los ám b ito s
que p ro p ició el e s tu d io d e te m a s a so c ia d o s c o n la sex u a lid a d . N o o b sta n te , p o r
la p ro p ia d e fin ic ió n d el c a m p o , d ic h o s e stu d io s te n d ie r o n a “in v isib iliz a r” las
p ro b lem á tica s aso ciad as c o n la m a sc u lin id a d . E sa m io p ía p ro c e d ió , e n u n caso,
de la reacció n hacia u n a h is to rio g ra fía y u n re la to d e la h isto ria q u e habían
neg ad o el p ro ta g o n is m o d e las m u je re s c o m o su je to s h is tó ric o s p e ro q u e, al
en fo carse e s tric ta m e n te en ellas, o b lite r ó las p ro b le m á tic a s sexuales asociadas
con la ex p erien cia d e se r h o m b re s. E n el o t r o ca so , la m io p ía fu e p ro d u c to de la
falsa d ico to m ía e n tre lo p ú b lic o y lo p riv a d o así c o m o d e la a trib u c ió n d e esos
ám b ito s a v aro n es y n iu jere s re s p e c tiv a m e n te . D e e ste m o d o , la h isto ria de la
vida de co tid ian a fue o tra d e las v e n ta n a s p o r d o n d e a so m a rse a la h isto ria de las
m u jeres y sus ex p e rien cia s. A lgo sim ila r o c u r r ió co n los d e n o m in a d o s estu d io s
ile g é n e ro aun c u a n d o te ó ric a y c o n c e p tu a l m e n te esta p e rsp e c tiv a te n ía co m o
p ro p ó sito in d ag ar en los p ro b le m a s d e riv a d o s d e la fe m in id a d y la m a sc u lin id a d

l Inu talmcnic, J<»an Xcori lm ñutió este tipo de acercam iento para el estudio del género aunque
también puede lun crx t stetisible al cam po de la sexualidad. Joan VV. Scott, “E l género, una
i alegoría útil para el análisis histórico". En FJ género: la construcción cultural de tu diferencia
m u*/, Marta {atinas (comp.), 265 102, México; K i t,. 1996 |1985J, 291-292.
4 Níurv» l’-spatia (ue el m r iu rto d<unte más tem pranam ente com enzó a desarrollarse este tipo
ck proliíemain a» í M*ra» colectivas com o Jas surgidas al calor del Sem inario de H istoria de
l*«. Mentalidades »onstituyeron el punto de partida para el desarrollo de un catnpo hasta
i mom et. poco explorado Sergio ( >rtega \ onega el a i, Familia y sexualidad en Nueva España,
<M**mo t.m du d e ( uliura I ,, mí ,n ,u a. 19«2}; Sergio ( >rtega N o n eg a et a i, De la santidad a
^ ley de D ita en la saciedad inri obisparía, (México; (írijalbo,
* 7 ' ' 0 ^ *1** dr petas y t! deseo 4» normar, ideologíasy comportamientos finni-
■ 9 V**l ' ¡ V , ' Z r mxJ' tNAH-Joaquín M orit/, J9HH); AAVV, Familia y
} N ;A ,
j |W | f~* ^ lr*i*r Nmpmta é t Ilutaría da las Mentalidades, (México:
- **T I a w ' o i X ' T * W immr r átunnor yn *ntt** de pareja$ en la saciedad
en tanto fenómenos históricamente constituidos. En lo hechos, y salvo algunas
excepciones, los estudios de genero se convirtieron en una variante de la historia
de las mujeres, en la medida en que estuvieron abocados a problemáticas asocia­
das con la experiencia femenina y prestaron escasa atención a temas vinculados
al proceso de constitución de los géneros, los vínculos entre lo masculino y lo
femenino y, lo más importante, la relación del los fenómenos derivados del gé­
nero con los ámbitos de la política, la economía y la sociedad.'
Kn ese escenario, el estudio de las prácticas sexuales más allá de las uniones
matrimoniales así como el análisis de la sexualidad por fuera de las experiencias
femeninas constituyen áreas escasamente desarrolladas en el campo de los estu­
dios coloniales. En lo que respecta al estudio específico del fenómeno de la sodo­
mía masculina, el panorama historiográfico no es más alentador, especialmente,
en lo que refiere a la sociedad colonial peruana. Los escasos trabajos sobre el
tema o bien se han presentado como investigaciones puntuales y acotadas tanto
espacial como tem poralm ente -incluso como “estudios de caso”- o bien se han
introducido como un capítulo más -e l de los actos “contra natura”- en estudios
más generales en torno a la sexualidad colonial.567En ese sentido, han servido
de inspiración a esta investigación algunos de los trabajos desarrollados para
otras jurisdicciones -tan to ibéricas como am ericanas- como la clásica obra de
Rafael Carrasco sobre los sodomitas valencianos o el ya citado trabajo de Serge
Gruzinsky sobre sodomía y travestismo en la sociedad novohispana.' Si bien
ambos trabajos tuvieron el m érito de introducir, desde una perspectiva histórica,
el estudio de las prácticas sodomíticas en cada una de sus áreas de investigación,
también es cierto que adolecieron de una mirada conceptual crítica al utilizar
nociones como “homosexualidad” o “cultura gay”, entre otras, a fin de analizar
dichas prácticas en un contexto histórico m uy diferente al contem poráneo.
No obstante, ese acercamiento conceptual alentó mi reflexión en torno a las

5 Joan W . Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En: El género: la
construcción cultural de la diferencia sexual, Marta Lamas (comp.), 265-302, (México: Porrúa/
PUEG, 1996), 270-271.
6 (ieoffirey Spurling, “1lonor, Sexuality, and the Colonial Church”. En: The Faces ofHonor: Sex,
Shunte and Vióleme in Colonial Latín America, Lyman L. Johnson and Sonya Lipsett-Rivera
(eds.), 45-67, (Albuquerque: University of New México Press, 1998); Geoffrey Spurling,
“Under Investigaron for the Abominable Sin: Damián de Morales Stands Accused of At-
tempting to Seduce Antón de Tierra de Congo (Charcas, 1611)”. En: Colonial Lives: Documents
on Latín American History, 1550-1850, Richard Boyer y Geoffrey Spurling (eds.), 112-129,
(New York: Oxford University Press, 2000); Ward Staving, Amor y violencia sexual. Valores
indígenas en la sociedad colonial. (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1996); Ward Staving,
“Political ‘Abomination’ and Prívate Reservation: The Nefarious Sin, Homosexuality and
Cultural Valúes in Colonial Perú”. En: Infam ous Desire, 134-151, (Chicago: University of
Chicago Press, 2003).
7 Rafael Carrasco, Inquisición y represión sexual en Valencia. Historia de los sodom itas (1565-1 ¡85),
(Barcelona: Laertes, 1986); Serge Gruzinski, “Las cenizas del deseo. Homosexuales novo-
hispanos a mediados del siglo XVII” . En: D e la santidad a la perversión, 255-283.
16 C V A NDO \ M \ R ERA P E C \1X>

categorías mas idóneas para in d ag ar en las prácticas sexuales entre personas del
mismo sexo d u ran te el p erío d o analizado, tam bién es m enester citar obras más
recientes com o la de C h ristia n B erco q u e indaga en el fenómeno de la sodomía
en la sociedad aragonesa moderna o como la de Federico Garza Carvajal cuyo
análisis de las prácticas so dom tticas se m o n ta a caballo entre la sociedad anda­
luza y la novohispana d u ra n te los siglos XVI y XVII.8 A diferencias de las obras
antes citadas, estas investigaciones p re s e n ta n un acercam iento conceptual e
historiográfico m ás crítico , esp ec ialm en te , a aquellos problemas vinculados con
la identidad sexual, la m asculinidad y la sociabilidad de los sodomitas. Por otra
parte, en la m edida en q u e muchos d e los resultados obtenidos en esos trabajos
son m uy sim ilares a los alcanzados p o r m i propia investigación, las obras citadas
sirvieron de fuente de info rm ació n allí d o n d e la documentación relativa al espado
colonial p eru an o se to m a b a e n un lím ite .

$ * 5*

El m apa histo rio g ráfico d elin ea d o , h ac e d e la p re s e n te in v e stig ació n u n aporte


im p o rtan te para el d e sa rro llo del ca m p o d e los fe n ó m e n o s asociados co n la
m asculinidad y las prácticas sexuales e n tre p e rso n a s d el m ism o sexo e n el con­
cierto de los estudios coloniales. A trav és d el e s tu d io d e la v ida co tid ia n a de los
sodom itas en el V irre in a to del P e rú d u ra n te los siglos XVI y XVII, p ro p o n g o
analizar el fen ó m e n o de la so d o m ía m ascu lin a a fin de p o n e r d e m an ifiesto no
sólo el co n te n id o específico q u e la so cied ad v irre in a l p e ru a n a o to rg ó a lo que
se supone una práctica “a n tiq u ísim a” sino, ta m b ié n , a d ev elar la diversidad de
form as, sentidos y usos q u e el fen ó m e n o asu m ió e n el se n o d e la p ro p ia sociedad
peruana. Kse carácter específico, al tie m p o q u e d iv erso d e la so d o m ía m asculina,
perm ite observar, p o r un lado, c ó m o el sign ificad o d o m in a n te d e u n a práctica
social (o sexual) n o sólo es el p ro d u c to d e su tie m p o sino, adem ás, el resultado
de las disputas p o r su se n tid o y, p o r o tr o lado, c ó m o ese sig n ificad o h eg em ó n ico
puede contradecirse o so m e te rse a desafíos, esp ec ialm en te , cu a n d o involucra
dim ensiones íntim as y subjetivas de la experiencia ind ividual. A u n cu an d o se
circunscribe a la jurisdicción virreinal p eru a n a, la in v estig ació n h a p ro cu rad o
dialogar tan to con otras realidades coloniales co m o co n la m ism a sociedad p e­
ninsular, en la m edida en que las relaciones tran sa tlá n tic as d u ra n te el p erío d o
estudiado dieron o rig en a lo que p odría d e n o m in a rse u n a “c u ltu ra h isp án ica”.
l*cro más allá de las concepciones co m p artid a s a lo larg o y a n c h o de esos
vastos territorios, al fundarse en la conquista y la colo n izació n d e u n co n ju n to de
poblaciones p retendidam ente “d escubiertas", la experiencia am erican a ad q u irió

'Mpww '¿«Mr* /fjr, ( luronto; Univenuty of loronto Press, 2007).


INTRODUCCIÓN

rasgos distintivos, especialmente, en la percepción y el tratamiento de la sodo­


mía. Las nuevas relaciones de dominación y de poder no sólo produjeron un
cambio radical en las formas de organización locales sino que su carácter inédito
también supuso un quiebre conceptual en el seno de la sociedad conquistadora.
La presencia de individuos hasta entonces ignorados posibilitó la proliferación
de las más variadas imágenes en torno a su fisonomía, temperamento, hábi­
tos y creencias que parecían confirmar las fantasías de innumerables viajeros.
Amazonas, gigantes, pigmeos, cíclopes y cinocéfalos fueron sólo algunas de las
representaciones que atestiguaban la monstruosidad de los habitantes del Nuevo
Mundo. Pero más allá de estas imágenes fantásticas existían otros indicios más
corrientes que también daban cuenta del carácter siniestro de estas sociedades,
siendo la sexualidad uno de ellos. Crónicas, relaciones, cartas y tratados jurídicos
sobre el Nuevo Mundo pretendieron dejar al descubierto la sexualidad infame
de los pobladores americanos, cuya quintaesencia se condensó en el indecible
atributo de la sodomía.9
Fue a partir de las reiterativas menciones en tom o a la existencia de “indios
sodomitas” en la literatura de la época que la presente investigación se inició
con la sospecha de que el régimen colonial habría arbitrado los medios necesa­
rios para perseguir y punir ese comportamiento, con total independencia de la
veracidad de los relatos. Lo mismo había acontecido durante las campañas de
Extirpación de Idolatrías cuando ritos, huacas, objetos y ciertos conocimientos
fueron considerados pruebas de la adoración al demonio.10 Además, era plau­
sible que la justicia colonial siguiera la tradición inaugurada por algunos de los
primeros conquistadores quienes habían oficiado, informalmente, de jueces
celosos frente á los indicios de sodomía. Pedro M ártir de Anglería plasmó en
su crónica el triste suceso protagonizado por Vasco N uñez de Balboa —también
ilustrado en el descamado grabado de T heodor de Bry- quien mandó a aperrear
a más de cuarenta indios “sospechados” de sodomitas en una región de Panamá.
Del mismo modo, Pedro Cieza de León relata el caso de los capitanes
Pacheco y Olmos quienes procedieron con un escarmiento ejemplar entre los
indios de Huancavelica en virtud de su pretendida afición al nefando vicio.11
Por otra parte, el disciplinamiento colonial que se había mostrado relativamente

9 Fernanda Molina, “Crónicas de la Sodomía. Representaciones de la sexualidad indígena a


través de la literatura colonial”, Bibliographica Americana. Revista Interdisciplinaria de Estudios
Coloniales, N* 6, (2010) 1-21.
10 Huaca es el término general para definir un lugar sagrado o una divinidad aunque también
designa a los antepasados. Irene Silverblatt, Luna, sol y brujas. Género y clases en los Andes
prebispánkosy coloniales, (Cusco: Centro de Estudios Regionales “Bartolomé de Las Casas”,
1995),
11 Pedro M ártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, (Buenos Aires: El Ateneo, 1944), 200;
Pedro Cieza de León, La crónica del Perú: con tres mapas, (Madrid: Espasa Calpe, 1922), C a­
pítulo XLIX.
18 C U A N D O AMAR ERA PECADO

efectivo en lo concerniente a las creencias religiosas, a las formas de ocupación


del espacio y a la organización del trabajo tam bién debía haber intervenido en
las conductas sexuales de los indígenas.
Sin em bargo, un prim er acercam iento a la docum entación judicial del pe­
ríodo reveló una realidad contrastante. L os casos seguidos p or los tribunales
civiles y eclesiásticos —los inquisitoriales no tenían jurisdicción sobre los neó­
fitos- raram ente registraron casos de sodom ía indígena. Los procesos vincula­
dos a la regulación de la sexualidad rem itían, en su mayoría, a delitos como la
bigamia, la poligam ia, el incesto, y el am ancebam iento pero nada dicen acerca
del pecado nefando en tre los indígenas.12 P o r el contrario, la evidencia docu­
m ental m uestra una serie de varones de origen peninsular, dfelosm ás diversos
rangos y posiciones, com pareciendo ante los tribunales judiciales peruanos por
el “nefando crim en ”.

Sodomitas aperreados por Vasco Núñez de Balboa. Theodor de Bry, Frankfurt, 1594.

12 El úm co proceso hallado por pecado nefando indígena en la jurisdicción del Virreinato del
Perú fue seguido por la Real Audiencia de C harcas contra el m enor Juan Teniente Guarnan
acusado de besaahsmo. Archivo y Biblioteca N acionales de Bolivia (AJBNB), M izque. 1628.4.
INTRODUCCION 19

Si bien ellos serán los principales protagonistas de esta investigación, las


causas incoadas en su contra permiten indagar, aunque de manera indirecta, en
las experiencias sodomíticas de negros, indígenas, mestizos y mulatos así como
en las formas en que las intrincadas relaciones interétnicas y los estereotipos
raciales, forjados al calor de la conquista y la colonización, se manifestaron en
el plano de la sexualidad.

En lo que refiere al marco metodológico, en la medida en que las fuentes relativas


a la vida cotidiana y, especialmente, a las prácticas sexuales transgresoras suelen
ser escasas o de difícil acceso, la investigación se nutrió de documentación muy
diversa y heterogénea. Por un lado, puede mencionarse un conjunto de fuentes
de carácter erudito. Dentro de ese corptis documental se destacan los tratados
teológicos, morales y políticos, la legislación vigente en el período, las orde­
nanzas reales, bulas papales, diccionarios, manuales de confesores, catecismos,
entre otros. Las denominadas “crónicas de Indias”, que abarcan a las crónicas
propiamente dichas pero también a todas las narraciones cuyo referente fue el
descubrimiento, la conquista y la colonización de América, también form an
parte de este cuerpo de documentos. Toda este conjunto de fuentes permitieron
reconstruir el significado temprano moderno que tuviéronlas prácticas sexuales
entre individuos del mismo sexo así como también las nociones dominantes de
masculinidad, los marcos regulatorios de la sexualidad y los estereotipos raciales
asociados al sexo en el contexto colonial, entre otros temas.
En conjunto, estos documentos constituyen relatos elaborados consciente­
mente y suelen aparecer de manera formalizada y sistemáticamente presentados,
lo que los convierte en excelentes puntos de partida para reconstruirlos discursos
hegemónicos de una época.13 Sin embargo, al ser testimonios de carácter vo­
luntario y, como tales, intencionalmente ideologizados cuando no prescriptivos,
difícilmente permiten un acercamiento a los modos en que los hombres y mujeres
del pasado experimentaban su sexualidad.
A fin de complementar esta documentación, incorporé fuentes adminis­
trativas, especialmente, aquellas producidas por la administración de justicia,
tanto en el territorio peruano como en el peninsular. La posibilidad de acceder
a algunos retazos de la vida de los sodomitas virreinales, aun cuando sea de
manera judicializada, estribó en el hecho de que durante el período estudiado
la sodomía fue considerada un delito de m ixtifori, es decir, que estuvo bajo la

13 Sobre el problema de la escasez documental ver Martin Nesvig, “The Complicated Terrain
o f Latín American Homosexuality”, The HíspanteAmerican Histórica! Review, Vol. 81, N° 3-4
(2001): 689-729,690.
C I A N D O AMAR ERA PECA DO

jurisdicción tanto de la justicia seglar com o de la eclesiástica y, en algunos casos,


de la justicia inquisitorial. Sin embargo, el carácter de estas fuentes es fragmen­
tario, en la medida en que n o las produjo una única institución ni tampoco de
manera regular o periódica. Aún los docum entos que guardan cierta similitud
administrativa -c o m o los procesos civiles, criminales, las visitas eclesiásticas o
las causas de fe—se encuentran dispersos en diferentes repositorios —en muchos
casos incom pletos o sin resolu ción - lo que im plicó una búsqueda documental
descentralizada. Pero además de constituir un problema “logístico”, la fragmen­
tación documental im pidió desarrollar series o aproximaciones cuantitativas, por
lo que la investigación abordó la docum entación administrativa en el marco de
un análisis sustancialm ente cualitativo. El uso del enfoque cuantitativo se utili­
zó marginalm ente para el estudio de los perfiles sociológicos de los sodomitas
registrados en la docum entación procesal. Su utilidad se ha reducido a marcar
o insinuar tendencias pero, en ningún caso, se han tomado los indicadores que
pudieron reconstruirse com o datos representativos y, menos aun, como conclu­
yentes. D e hecho, tanto el núm ero com o el origen social de las personas acu­
sadas de sodom ía por parte de la justicia colonial no dicen quiénes eran los que
com etían esos actos sino, m ás bien, a quiénes se podía conducir a los tribunales
y, por ende, a quiénes se buscaba condenar.14
En ese escenario, el cuerpo de docum entos administrativos que sustenta esta
investigación procedió, en prim er lugar, del Archivo H istórico Nacional de Ma­
drid (AHN) y del A rchivo G eneral de Indias de Sevilla (AGI). En el primer caso, se
trata de cartas, expedientes, m em oriales, visitas y, fundamentalmente, relaciones
de causas de fe que los inquisidores peruanos remitieron al Consejo de la Suprema
y G eneral Inquisición. En el segundo caso, se trata de documentación emanada
de los órganos judiciales y de gobierno pertenecientes a la administración civil
y eclesiástica virreinal, com o cartas, ordenanzas, visitas, juicios de residencia,
procesos civiles y crim inales, etc., dirigida al Real y Supremo Consejo de Indias.
T am o en uno com o en otro caso, al ser instancias de apelaciones superiores,
perm itieron acceder a una información más o m enos homogénea a partir de la
cual adquirir una mirada global al conjunto del virreinato. Otra serie de fondos
docum entales conciernen a los producidos localmente, com o los procedentes de
las Reales Audiencias de Charcas y Lima, conservados en el Archivo y Biblioteca
N j cu »nalcs de Boli via (ABVB) y ai Archivo General de la Nación de Perú (AGN), y
las escrituras notariales del Archivo Histórico de Potosí (AHP). En estos casos, se
trata, principalmente, de procesos criminales por sodomía seguidos por la justicia
seglar. En lo que respecta a la documentación de origen eclesiástico, apelé a la
generada por los tribunales arzobispales de Charcas y de Lima que actualmente

j4 W ílfiaío Mcmmct, Lm otra /ru/mstotár la htqvuktón española en la corona de Aragón, Navarra, el


Paé liorna, diaruefam: Crioca, 1992), 344.
INTRODUCCIÓN 21

albergan el Archivo y Biblioteca Arquidiocesanos “Monseñor Taborga” de Sucre


(ABAS) y el Archivo Arzobispal de Lima (AAL), respectivamente.15
Al aparecer bajo un carácter pretendidamente “neutral” —por su matriz
burocrática-, este tipo de documentación suele interpretarse como ventanas
a partir de las cuales visualizar, de manera directa, las prácticas sociales en
el pasado. Si bien es cierto que la indagación en estos documentos permitió
conocer otros aspectos del fenómeno de la sodomía, más allá de lo propuesto
por los textos normativos, eso no significa que se encuentren exentos de par­
cialidades. Tanto la documentación administrativa como el cuerpo burocrático
encargado de producirla estuvieron atravesados por preconceptos e ideologías
de género, sexuales y raciales a la hora de asentar testimonios, declaraciones,
pareceres y fallos.
Pero a estos problemas vinculados a la crítica documental, se suma otra serie
de dificultades relacionadas con el sesgo procedente de la propia lógica de la
administración de justicia. P or ejemplo, la superposición de competencias en el
conocimiento de la sodomía, lejos de redundar en un mancomunado esfuerzo
por “erradicar” una práctica que rayaba lo inimaginable -lo que supondría un
profuso cuerpo de documentos crim inales- resultó un obstáculo para la pro­
ducción y conservación de las causas.16 Com o se analiza en el segundo capítulo,
la triple jurisdicción de la sodomía concitó una serie de desavenencias entre
corregidores, obispos e inquisidores quienes, en pos de defender privilegios y/o
intereses tanto políticos como económicos o corporativos, interfirieron en el
desarrollo “norm al” de la justicia. C om o parte de esas luchas jurisdiccionales
cabe mencionar los intentos tanto de la justicia civil como de la eclesiástica por
resistir la expansión tentacular de las competencias del Santo Oficio, la defensa
de los fueros eclesiásticos o inquisitoriales, la apelación a la lógica corporativa de
la administración de justicia, la defensa de intereses privados o institucionales,
todo lo cual derivó, de manera indirecta, en una limitación documental para la
investigación contemporánea. Finalmente, la documentación disponible también
presenta serios problemas a la hora de indagar en las prácticas cotidianas y, más
específicamente, en la subjetividad de los individuos sindicados como sodomitas.
Tanto los testim onios de los testigos com o de los implicados aparecen media­
dos tanto por otras voces com o po r la plum a del escribano quien, como fuera

15 Otros fondos docum entales consultados fueron el Archivo de La Paz (ALP) y el Archivo
Departamental de Arequipa (ADA), correspondientes a la administración colonial civil, y
el Archivo de la Curia Arzobispal de La Paz y el Archivo Arzobispal de Arequipa (AAA),
relativo a la administración eclesiástica. N o obstante, en ninguno de ellos se pudo encontrar
información concerniente al fenómeno de la sodomía.
16 Cristian Berco observa la cooperación de los magistrados civiles, eclesiásticos e inquisitoriales
aragoneses en la persecusión de la sodomía aún cuando estaba monopolizada por el Santo
Oficio. Cristian Berco, Sexual Hierarcbies, Public Status. Men, Sodomy, and Society in Sapain’s
Golden Age, (Toronto: University of Toronto Press, 2007), 87.
n CU AN DO AMAR ERA PECADO

mencionado, también estaba atravesado por su propia ideología de género y sus


conceptos en torno a la sexualidad. N o obstante toda esta serie de obstáculos,
los procesos judiciales incoados contra los sodomitas virreinales constituyen
una fuente rica e ineludible a la hora estudiar los comportamientos sociales
vinculados con la sodomía.

A partir del análisis de este nutrido cuerpo de documentos -pero también de una
serie de reflexiones teóricas-, mi investigación pone de manifiesto que la sodomía
masculina durante el período analizado no puede reducirse a un simple y único
significado. Com o cualquier experiencia humana, en especial aquellas que, como
la sexualidad, tocan las fibras más íntimas de los individuos, la sodomía fue un
fenómeno múltiple, diverso y, fundam entalm ente, complejo.
N o obstante, a fin de dar cuenta de esa diversidad y complejidad, el libro se
inicia con un prim er capítulo denominado Sodomía en donde me propuse recons­
truir los significados eruditos y dominantes en tom o al pecado “innombrable”.
Allí se pone de manifiesto la dualidad del fenómeno en tanto fue considerado por
los teólogos y juristas del período como un pecado y un delito al mismo tiempo.
Respecto de su prim era acepción, indagué en las interpretaciones teológicas y
morales, según las cuales la sodomía formaba parte de los pecados de lujuria y
el protagonista de esa acción -e l sodom ita- era considerado un pecador. Esa
definición de origen escolástico reposaba en la idea de que el sodomita, al negar
su papel com o colaborador de Dios, no sólo contrariaba los planes divinos sino
que tam bién malversaba la denominada “economía de la creación”.17En cuanto
a su segunda acepción —asociada con la noción de crimen—, se problematizan
las form ulaciones jurídicas que interpretaban a los sodomitas como una clase
especial de delincuente. Asimismo, ahondé en los significados y las implicancias
jurídicas que tuvo esta práctica sexual, especialmente, en lo concerniente a la
consumación o propincuidad del acto, la noción de prueba, etc. Finalmente,
el capítulo problematiza la relación entre el significado moderno del término
“sodomía”, sus implicancias epistemológicas y políticas contemporáneas y la
viabilidad de su uso en la investigación histórica.
El capítulo segundo, denominado Justicia, continúa la indagación en el
entram ado jurídico del pecado y delito “contra natura”. Analiza y reconstruye
los diferentes marcos regulatorios que posibilitaron a los tribunales virreinales
peruanos -tan to seculares como eclesiásticos e inquisitoriales- intervenir en la
formación de procesos criminales contra la sodomía. Como se mencionara, la
importancia de conocer la lógica de la administración de justicia resulta nodal

17 Francisco Tomás y Valiente, “El crimen contra natura”. En: Sexo barrocoy otras transgresiones
(tremolemos, Francisco Tomas y Valiente et al., 33-55, (Madrid: Alianza Universidad, 1990).
INTRODUCCIÓN 23

no sólo para entender la formación de causas sino, también, para interpretar su


escasez. En ese sentido, a lo largo del capítulo se analizan algunas de las carac­
terísticas centrales del sistema judicial moderno y, particularmente, del sistema
judicial peruano, a fin de evaluar en qué medida el mismo sistema jurídico actuó
como límite de la disponibilidad de casos para encarar una investigación como
la que llevé a cabo.
Los capítulos siguientes se organizan bajo tres ejes problemáticos, a saber,
poder, religión e identidad. Poder, porque el fenómeno de la sodomía, como
cualquier relación social, estuvo atravesado por relaciones de poder, especial­
mente, en el contexto colonial donde articuló vínculos entre individuos social
y étnicamente desiguales. Religión, porque, en tanto pecado, la sodomía fue un
una categoría con un profundo contenido teológico cuya persecución y punición
estuvo íntimamente ligada a la defensa de la verdadera fe cristiana. Identidad,
porque la experiencia sexual sodomítica, aun sin llegar a constituir una identidad
en el sentido contemporáneo, tuvo la capacidad de generar formas particulares
de subjetividad sexual y de género entre sus protagonistas.
En ese escenario, el tercer capítulo analiza el proceso de reforzamiento -pero
también de desestructuración- de las jerarquías sociales y étnicas coloniales en
el marco de las relaciones sodomíticas. El capítulo se inicia con un acercamiento
cuantitativo a la documentación administrativa, a fin de establecer el origen social
pero, fundamentalmente, étnico de los individuos procesadlos por ese delito.
Esta preocupación por evaluar la proporción de varones de origen peninsular,
indígena o africano que participaron de los procesos por sodomía radica en el
hecho de que los discursos dominantes de la época tendieron a identificar a los
denominados comportamientos “contra natura” con los segmentos sociales y
raciales más bajos de la sociedad colonial. Dado que realicé esa aproximación
sobre la base de datos incompletos y fragmentarios, la complementé con un
análisis cualitativo de la documentación, especialmente, en aquellos casos en que
la relación sodomítica involucró a individuos pertenecientes a diferentes grupos
étnicos o que ostentaron un status o una posición social desigual y dependiente
entre sí. Si bien el capítulo revela la alta participación y el protagonismo de
varones peninsulares en las causas incoadas por sodomía -contrariamente a lo
sugerido por los discursos coloniales dominantes- también pone de manifiesto
como los estereotipos y los prejuicios raciales y étnicos continuaron operando en
diferentes contextos como, por ejemplo, la administración de justicia. Asimismo,
a lo largo del capítulo puede observarse cómo la experiencia sodomítica jugó un
rol ambivalente, especialmente, en el marco de relaciones sociales desiguales.
Mientras en algunos casos contribuyó a la reproducción de relaciones de domi­
nación -en tanto prolongación en el plano sexual de las dependencias sociales-
en otros casos tendió a erosionar las jerarquías sociales y étnicas. Esos diversos
efectos sobre las relaciones sociales deben interpretarse como el resultado de la
posición contradictoria y el carácter ambiguo de la sexualidad.
24 CUANDO AMAR ERA PECADO

El capítulo cuarto, denominado Religión, retoma algunos de los temas que


abordé en el primero, especialmente, aquellos asociados con la noción de pecado.
Sin embargo, focaliza en los contenidos teológicos que emparentaron a la sodomía
con el fenómeno de la herejía y qne posibilitaron, en ciertos contextos, asimilar la
practica sexual prohibida a un acto herético. De este modo, es posible interpretar
la lucha contra la sodomía durante el período en cuestión en el marco de un
proceso más amplio de defensa del dogma católico. En ese escenario, el capítulo
apuntó a analizar la persecución de la sodomía en el contexto colonial peruano
como parte de una política orientada hacia el control y el disciplinamiento de
ciertas costumbres extendidas en los nuevos territorios, en especial, aquellas de
naturaleza sexual. Para ello analicé la actuación de la Inquisición en ese campo -
principal custodia de la moral cristiana- pero también la actitud de las autoridades
seculares, quienes estuvieron igual o más comprometidas con el mismo proyecto,
en la medida en que la reformación de las costumbres constituía un requisito para
la consolidación del régimen colonial. Mientras en el capítulo anterior se poma
de manifiesto el marcado protagonismo de la población de origen peninsular
en los procesos seguidos por sodomía, en el presente se interpreta esa tendencia
como una decisión manifiesta de las autoridades virreinales por interpelar a los
llamados “cristianos viejos” quienes, después de todo, debían ser los espejos donde
los indios debían reflejarse así como pilares del “proyecto dvUizatorio” en Indias.
Finalmente, el capítulo indaga en las actitudes contradictorias de las distintas
instancias de administración de justicia en materia de sodomía, ya que si bien se
abocaron a la defensa de la moralidad cristiana, al mismo tiempo mostraron una
actitud de tolerancia e, incluso, complicidad en aquellos casos en que se ponía
en riesgo la honorabilidad de un personaje importante o de una institución.
El desafío del último capítulo -Identidad- consistió en indagar en el fenómeno
de las identidades sexuales y de género entre los sodomitas virreinales. Se trata,
sin dudas, de uno de los problemas de mayor dificultad de aprehensión para la
disciplina histórica, en la medida en que se pretende acceder a la subjetividad de
los individuos del pasado a través de las manifestaciones externas registradas en
las fuentes. A través del análisis de diferentes indicios vinculados con el m odvs
vhmdis de los acusados de sodomía, se problematiza la visión más generalizada
dentro de la historiografía, la cual tendió a enfatizar la naturaleza jurídica del
sodomita en virtud de las definiciones eruditas de la época. Por el contrario, el
capítulo no sólo buscó dar cuenta de las diversas formas que pudieron asumir
las identidades sexuales durante el período en cuestión sino que también se
interrogó sobre en qué medida las practicas sodomíticas pudieron modificar o
alterar la masculinidad dominante.
Finalmente, se presentan una serie de conclusiones que aspiran a poner en
diálogo y en movimiento las diferentes aristas del fenómeno de la sodomía que
se presentaron a lo largo del libro. Aun cuando los interrogantes, el método y el
aparato erudito utilizados definan a la investigación como un trabajo académico,
INTRODUCCIÓN 25

la obra aspira a interpelar a un público más amplio así como a reflexionar, des­
de una perspectiva histórica, cómo ciertos conceptos, estereotipos y prejuicios
actuales acerca de la sexualidad hunden sus raíces en el período colonial. Las
páginas que siguen esperan contribuir a cuestionar esas visiones discriminato­
rias, aportar herramientas para el debate y promover el reconocimiento de los
derechos civiles de las denominadas “minorías sexuales”.
C A PIT U L O 1
Sodomía

1. D e p la ce re s v e n é re o s y lu ju ria s

Sin duda, las definiciones sobre la sexualidad realizadas por los intelectuales de
una época resultan más accesibles para el conocimiento en la medida en que
llegan a nosotros a través de relatos sistematizados y coherentes aunque, como
se mencionara en la introducción, fuertemente ideologizados. En este sentido,
¿cómo entendieron los juristas, teólogos y moralistas de los siglos XVI y XVH
estas prácticas sexuales?
Según la escolástica de raigambre tomista -partícipes de la corriente conocida
como Segunda Escolástica—,la sodomía era una de las especies que configuraba el
denominado pecado de lujuria. Si bien originalmente la noción de lujuria aludía a
cualquier acto vinculado con la deleitación de la carne de manera excesiva, Santo
Tomás precisó su significado al reducirla a los placeres venéreos, en la medida en
que al ser “los que más degradan la mente del hombre” se convertían en la materia
más apropiada para la lujuria.18Conforme a su definición general de pecado, Santo
Tomás entendía la lujuria como el uso del placer venéreo en contra de la razón,
teniendo su origen en dos principios fundamentales: por un lado, en la negación
de orientarse a su fin, es decir, a la generación de la prole y, por otro, en la inde­
bida elección de la materia en la cual se busca el acto venéreo.19 Eso significaba

18 Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología. Tomo IV, (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
1994), Cuestión 153, Artículo 1,464.
19 Santo Tomás definía al pecado como toda acción voluntaria que se oponía a la razón divina
y humana e impedía que las cosas se orientaran hacia su fin según convenía a la naturaleza.
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología. Tomo II, (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
1989), Cuestión 72, Artículo 5, 564.
28 C U A N D O AMAR ERA PECAD O

que no todos los actos venéreos debían considerarse pecados. Más aun, como
se mencionara, esos placeres de la carne constituían la condición sine qua non
para la conservación de la naturaleza humana en tanto especie. En ese sentido
siguiendo la pedagogía agustiniana, Santo Tomás sostenía que los placeres vené­
reos eran a la conservación del género humano, lo que el uso de los alimentos a la
conservación de la naturaleza corpórea del individuo. Así como no había pecado
en el consumo adecuado y medido de los alimentos, tampoco debía haberlo
en el uso del sexo siempre y cuando se siguieran el modo y el orden debidos.2021
C om o es sabido, la licitud de los placeres venéreos se redujo, básicamente, a los
intercambios sexuales orientados hacia la procreación y establecidos entre los
cónyuges felizm ente casados, lo que dejó al resto de las prácticas sexuales en el
amplio campo de las transgresiones.
Toda esa serie de restricciones constituyeron un escenario propicio para que
corrieran ríos de tinta que, finalmente, desembocarían en una detallada aunque
contradictoria taxonomía acerca de los actos venéreos. Si bien puede atribuirse
a Santo Tomás el m érito de distinguir y organizar las diferentes “especies” de
lujuria - lo que lo convertiría en una referencia ineludible e indiscutible para
todos aquellos que, en adelante, quisieran versar soíjÉb W ^lüá-, hinchas fPisás
cuestiones ya estaban presentes en otros escritos como el Decretum Gratianus.n
Sin dudas, el texto m encionado sirvió de inspiración al Doctor Angélico cómo
puede observarse en Cuestiones disputadas sobre el mal, en donde identifica las
mismas especies de lujuria que Graciano -fornicación, estupro, adulterio, incesto
y rapto- aunque cambia ligeramente su orden y agrega una “sexta especie” a la
que llama vitium contra naturaP
C om o se mencionara, para Santo Tomás, la diversidad de formas que podía
asumir la lujuria estaba determinada por la materia u objeto del placer venéreo,
es decir, por el estatus o la condición de la mujer. -Este principio clasifícatorio
condensaba el pensamiento de la época acerca del papel de varones y mujeres
en la cópula camal: mientras el varón era el sujeto del placer, la mujer apenas
si constituía la materia sobre la que éste se desplegaba. N o obstante, era ese
objeto pasivo el que determinaba que la acción masculina se inclinara hacia una
u otra especie de lujuria. Así, la cópula con una mujer soltera era considerada
fornicación, con una mujer casada era definida como adulterio, con una doncella
constituía estupro y con una paríenta cercana era considerada incesto.
Atendiendo a la “materia” pero, fundamentalmente, al grado de transgresión,
Santo Tomás nos permite ver en su Sum a Teológica un exhaustivo ranking entre

20 Santo Tomás, Sum a de Teología //, Cuestión 153, Artículo 2,465.


21 S anto Tomás. 471
22 G raciano, Deeretum ( iratianí, (Leipzig: por Emil Friedberg, 1879), Causa XXXVI, Cuestión
1. C. U. 1289; Sam o Tomás de Atjuino, Quaestiones Disputante, (Parisis: por Societarpm
Bibliopola ruin. 1660), De M alo, Cuestión 15, Artículo 3, 339,
SODOMIA 29

las especies de lujuria.23 La fornicación simple, que consistía en el coito entre un


varón y una mujer solteros, era la menos grave de todas las especies. De hecho,
durante el período estudiado, estaba muy extendida la creencia de que la forni­
cación simple “no era pecado”, en la medida en que se daba entre personas libres
que, eventualmente, hasta podían contraer matrimonio. Para Santo Tomás la
gravedad del acto residía en el hecho de que el comercio sexual indiscriminado
entre varones y mujeres era perjudicial a la criatura por nacer quien, a diferencia
délos animales, no sólo requería de la alimentación y del cuidado materno sino
también de la educación del padre. Más tarde, cuando se consolide el modelo de
matrimonio único, monógamo e indisoluble se añadirá a la simple fornicación
el cargo de no ser una unión sacramentada.
E l segundo y tercer puesto de las transgresiones tomistas lo compartían, el
estupro y el rapto que, aunque de diferente especie, tenían ciertos principios en
común. El estupro era el acto venéreo que se tenía con una virgen y la torpeza
del acto no residía tanto en la desfloración de la joven como en el agravio que se
cometía contra la tutela paterna. Santo 'lomas entendía que, en la medida en que
la joven quedaba manchada, peligraba su posibilidad de contraer matrimonio, 1©
que significaba una carga para el padre, al tiempo que se exponía a la prostitución
que, en opinión del teólogo, era un estado que la mujer rechazaba sólo por temor
a perder su virginidad. El rapto, por su parte, consistía en la cópula mediante el
uso de la violencia aunque, más tarde, algunos escolásticos van a sostener que
para que existiera rapto debía haber, además, “abducción”, esto es, que la mujer
sea llevada de un lugar a otro.24 La posición intercambiable del estupro y el
rapto residía en el hecho de que si bien podían darse conjuntamente, también
podía haber rapto sin estupro -cuando la raptada era una viuda o una niña ya
corrompida- del mismo modo que el estupro podía tener lugar sin necesidad de
violencia, por lo cual no había rapto. En cualquier caso, para Santo Tomás, la
gravedad de una u otra especie de lujuria dependía de los contextos en los que
se desarrollaran, es decir, de la existencia o no de violencia y de la “materia” en
la que se buscara el acto venéreo. Así, el rapto de una virgen era más grave que
su sola desfloración, mientras que el rapto de una viuda era menos grave que el
estupro consentido. La idea del consentimiento en el estupro, fue materia de
interminables debates durante el período analizado. Mientras algunos teólogos
seguían al Doctor Angélico en este punto, es decir, calificar de estupro toda
desfloración, otros sostenían que en ausencia de violencia y con la aquiescencia
femenina no podía hablarse de estupro. Juan Enríquez, uno de los referentes
de la segunda posición, afirmaba que cuando la doncella accedía libremente a
tener acceso camal con un hombre, no se trataba de estupro sino sólo de sim-

23 Santo lom as, Suma de teología II, Cuestión 154,470-485.


24 Enrique Villalobos, Suma de la teología moraly canónica, (Alcalá: por María Fernández, 1668),
664. Juan Machado de Chaves, Machado de Cháves, Juan. Perfeto confesor y cura de almas,
(Barcelona: por Pedro Lacavaltería, 1641), 411.
30 C U A N D O AMAR ERA PECAD O

pie fornicación.25 P o r el contrario, M anuel Rodríguez, en abierta oposición a


E nríquez, argum entaba que por el sólo hecho de quebrantar el sello virginal
había estupro, aun cuando la m ujer haya consentido tanto exterior como inte­
rio rm en te.26 P ero sostener una u otra postura no se reducía sólo a un problema
de índole teologal sino que tenía consecuencias m ateriales inmediatas. Mientras
que para le» prim eros, el perp etrad o r del coito no terna obligación de reparar
ni de restitu ir n ingún daño - e n ta n to no había habido d o lo - para los segundos,
aun cuando hubiera consentim iento de la mujer, persistía el agravio hacia los
padres, debiendo el estuprador dotarla o casarse con ella. Además, el “claustro
virginal”, com o gustaban llam arle, n o había sido entregado a la mujer para que
lo p erd iera voluntariam ente, sino para custodiarlo hasta que fuera apta para el
m atrim o n io .27
E n cu arto g rado de im portancia, Santo Tom ás posicionó al adulterio, el cual,
en térm inos generales, era definido com o el acceso al “tálam o ajeno”. Para Santo
Tom ás, en el ad u lterio se pecaba de dos m odos: p o r un lado, contra del bien
de la g en eració n hum ana, e n la m edida en que al igual que en la fornicación
sim ple, se aten tab a co n tra la seguridad de la prole propia aunque, en este caso,
se añadía, adem ás, el perjuicio co n tra la p role ajena. P ero los adúlteros pecaban
tam b ién co n tra la castidad al te n e r cópula con u na persona con la que no se es­
taba d eb id am e n te casado. E so agravaba aún m ás la situación ya que, a diferencia
d e la fo rn icación sim ple, se com etía, adem ás, u n a injusticia contra un tercero.
D ecía S an to T om ás: “es m ayor injusticia abusar de una m ujer sujeta a otro en
lo q u e refiere al u so d e la facultad generativa que si lo está sólo en cuanto a su
cu sto d ia”, co m o sucedía en el caso del estupro.28 E s interesante observar, como
bien ha señ alado F ran cisco T om ás y V aliente, que en el caso del adulterio -pero,
co m o vim os, ta m b ié n e n el e s tu p ro - se presuponía que el agraviado siempre era
el v aró n bajo cuya p o testad se encontraba la m ujer.29Así lo sostenía el escolástico
J u a n M a ch a d o de C hávez para quien el adulterio era u n agravio u ofensa que la
m u je r hacía al m a rid o .30 E n ese caso, se consideraba que el varón que sufría el
ad u lterio de su esposa, n o podía ser recom pensando ni restituido materialmente,
co m o sí sucedía en situaciones de estupro o rapto, p o r lo cual le era lícito solicitar
el divorcio p ero tam bién disponer de los adulterinos com o más le placiere, esto
es, ap ro p iarse de sus bienes, inferirles cualquier ofensa, m utilarlos e, incluso,

2 5 Ju an E nríquez, Questiones prácticas de casos morales, (Valencia: por Bernardo Nogués, 1647),
41.
26 M anuel R odríguez, Sum a de casos de conciencia, (Barcelona: en casa de Sebastián de Cormella,
1596), 505.
27 Villalobos, Sum a de la teología, 663,
28 Sanco 'lo m as, Sum a de teología U, C uestión 154, A rtículo 12,484.
29 T om as y V aliente, “El crim en y pecado contra natura”, 37.
30 J u a n M achado de Chaves, Perfeto confesory cura de almas, (Barcelona: p o r Pedro Lacavallería
I641),413. ’
SODOMIA 31

darles muerte,31Del mismo modo, aun cuando el adulterio podía darse entre un
casado y una mujer soltera, una casada y un varón soltero o entre dos casados, el
adulterio cometido por una mujer redundaba en mayor pecado que los otros, ya
que “repugna al derecho natural que una muger tenga dos varones que no que
un varón tenga dos mugeres”.32 m
En la escalada de transgresiones, el quinto lugar lo ocupaba el incesto que
era el acceso camal con parientes, tanto por consanguinidad como por afinidad.
Para Santo lom as, el placer venéreo entre parientes estaba vedado en virtud
del respeto y la veneración que se les debía a los padres y, en consecuencia, a
los demás consanguíneos que de ellos descendían. Por otra parte, dado que las
personas unidas por sangre suelen tener un trato más frecuente, se encontrarían
más expuestos a caer en la concupiscencia y la lujuria. Además, la unión entre
consanguíneos impediría la multiplicación de amigos y la formación de vínculos
sociales. Finalmente, como señalara Aristóteles, si a la inclinación natural que
sienten los hombres por sus consanguíneos se le sumara el afecto que surge de
la unión camal, resultaría un amor demasiado ardiente que fácilmente caería en
la lujuria. Aun cuando Santo Tomás sostenía que el incesto alcanza tanto a los
parientes de sangre como a los afines, sus argumentos y ejemplos se restringieron
a los consanguíneos. Eso va a alentar a que algunos teólogos sostuvieran que la
cópula camal entre afines no debía interpretarse como incesto, en tanto que ese
tipo de parentesco no nacía de la naturaleza, del mismo modo que los grados de
prohibición matrimonial tenían su origen en el Derecho.33 Otras opiniones más
moderadas planteaban que aunque ese tipo de coito no fuera incesto en sentido
estricto, igualmente, debía sancionarse y juzgarse con las mismas leyes con que
trataba el incesto. E n lo que todos coincidían era que la cópula carnal entre pa­
rientes consanguíneos era más grave que la que se daba entre afines, más aún, si
había entre los amantes un vínculo de primer grado.34 Otra fuente de dudas fue
si era incesto la cópula entre individuos unidos por cognación legal -como en
el caso de la adopción- o por parentesco espiritual -como los generados a partir
del bautismo o la confirmación. Al respecto, la mayoría entendía que no debía
considerarse como incesto ex natura aunque juzgaban que se trataba de un pecado
con especial deformidad.35 Más controversia! era definir la cópula que nacía de

31 Pedro Nolasco de Llano, Compendio de los comentarios extendidos por el Maestro Antonio Gómez
a las ochenta y tres Leyes de Toro [1598] (Madrid: en la Imprenta Real, 1795), 338. Rodríguez,
Suma de casos de conciencia, 503.
32 Villalobos, Suma de la teología moral, 664-665.
33 Machado de Chaves, Perfeto confesor, 415. El Concibo tridentmo estableció que el incesto se
definiera por los grados en los que estaba prohibido contraer matrimonio, esto es, hasta el
cuarto grado en el caso de los consanguíneos y hasta el segundo grado entre los afines.
34 Villalobos, Tratado de la teología, 665.
35 Machado de Cháves, Perfeto confesor, 415 y Villalobos, Tratado de la teología, 665.
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T n i ^ ^ A a . j y iic c w n ttiic > g ia a ia á B iá B H B a g y !ra p p f lr n f ^ T- 3t Jtmr->'
M a ^ g M ^ t l i U i r J M t o a i ^ g y r i ^ q iB rB fin n if l^ rb tL M y i p ^ Dferm
a ^ a g n á a T T « » a » i a H iB nna 4g m B « A n ¿ « a á ritn fv ,
de é a i fBifaa desposada coa» I ü b e : « m / m ahmaha s? huiI um^ ^ ^
a v t n n fa í tan sn cm áaáo sspmmal. ™ rartá estupro « y ín i»» !- ^ rTWp^r
Ja v n io E O , d acto ic b ó i » Trnitidia ea rapto. o c .r Sagnie&do d á f n ^ a ^
jB M rrddeaatT flq g áp -eata—p p ro fanaiñfíi ¿ jg in s^ y ra d ft-
■ d a n - m ira ré d e la cá p a la c o a ruabpiárr p e r a w a q n r b h á w a lh ^ A i jg
o a id a á , !■» acK» rarn ad rt q n c ac rwmrriám d e a tro la ^ e á a a a com o k » pen-
t a , ; i ‘’1 ']M*>" * Qpwar» jfap ra d d m rím n o y ra d n p rm m n ^ licy ^
de a a a a Ííd o ( d ra rro d e d .*
n M. i » <nÉP| S a t o Tomás introducá el vicio contra motora que constituía
h a u f execrable de las especies de k ^ o ia . Si bien, com o se m encionara, este
tem a ya ce estaba presente en Cuestiones disputadas, es en la Sum a Teológica donde
Santo Tom ás 21upBó « significado y especificó cuatro tipos de “subespecies”
dentro de este vicio: d bestúJismo, la sodom ía, las m olicies y el m odo indebido
de realizar el coito . 3678

36 EJ pecado de solicitación conestía en palabra», actos o gestos que el confesor propinaba al


p<-pMí<>nrf a fin de provocarlo, incitarlo o seducirlo sexualmente en el marco de la confesión.
Si bies afectó, fundamentalmente, a mujeres, como se verá a lo largo del libro, los varones
también fueron victimas de sus confesores aunque en menor medida. Dado que el delito
suponía un mancíüamiento del celibato y, además, una afrenta al sacramento de la peni­
tencia, hada el siglo XVI, la solicitación pasó a formar parte de las competencias del Santo
( )f>cjo, hecho que pone de manifiesto Manuel Rodríguez. Adelina Sarríón Mora, Sexualidad
y confesión. La solicitación ante el Tribunal del Santo Oficio (siglos XVI-X1X) (Madrid: Alianza
Universidad, 1994), 11.
37 Francisco lomas y Valiente ubica el sacrilegio como una especie de lujuria aun cuando Santo
Tomás es explícito al respecto. Esto queda confirmado, además, a través de la lectura de
Quemones prácticas de Knriquez o de Suma de la teología de Villalobos, quienes retomando la
clasificación tomista, excluyen al sacrilegio como una espede de lujuria, lomas y Valiente,
“El i rimen nefando contra natura”, 37. Enriquez, Questionesprácticas, 41; Villalobos, Suma
de la teología, 660.
38 Rodríguez, Suma de casos de conciencia, 504.
1 0 p c c r i » r — » > h mmmm ¡fc n

t a n «I fieasaaMK«K’>m é o . « e o t m m edU h. mAos k* Turrahm


.■AtTT'ai q o — ft p o c n á o s m m a n m om l o í o m p ceee**e*i
tfm — 1 i la s t e t t i c i s é c l t m a m . e ^ e v i W r a e n u l n m r ¿
i d n k n i i * ¿ e s f r a A i i de b prop u c o a c e p o o i i e ir* amar *t secur fa c««L
q 3 m » m o c w p S |w m r q a w o g a c o q i*u sqaeae<agm ir.«haB < m io n e c s lc e * » ^ c
imlÍM *m»c&alasqacla&liomfaf<iyticpAa«inaparaÉroemeYqarla rtw í^q p j ^ .
casi á e a o B c n i n a m a , o t a n i ^ o b a ñ o coe é tfa u pr ocar ai ve. Si báea
p < x e p o r' p o d ían resu m irse e a « a o sólo - * d ta e a l a de hacerse y básem e; «I
w l l a d e d a ta r s e ’"—q u e d ab a enem a d e la m d o u cK ~ m o r a l de kis i— «*in
kacia d b ien . S a a o Tom ás precisaba tres pnraopaos especAcos qae. a sa rea.
iiabaa iiian ai ilr n t r u laniar iar l j u a wm 1 n mírale?
£ a p r r a e r la gar, se en c o n trab a la tendencia natarml del hoaabre a conser­
v ar sa propao se r —in tim ac ió n c o m a n a rodas las sustancias vivas-, por lo qae
lo m a b a p o n e d e la ley na tura! to d o aquello que se ementara a conservar la vida
e E sp e d ir s a destrucción. E n segundo orden de importancia, estaba k
m d m a o a n que los h o m b re s se n tía s h a d a aquellas cosas que b naturaleza había
para ellos e n ta n to anim ales, com o la conjunción de los seseos o
la ed neadón d e los hijos. F in alm en te, se encontraba b inclinación a bascar la
verdad acerca de D ios y a vivir e n sociedad, según lo cual, pertenecía a la ley
natural todas aquellas cosas q u e evitaran la ignorancia o respetaran a los coo-
dodadanos. E n este sen tid o , cu a lq u ie r vulneración a esos principios -es decir,
cualquier p e cad o - podía con sid erarse u n a afrenta a la ley natural y, por lo tanto,
un acto co n tra la naturaleza.
P ero m ás allá de estas prescripciones, la contundencia de la ley natural
radicaba en su capacidad para p resen tarse com o ley universal: por un lado, al
nacer con la c ria tu ra racional n o cam biaba co n el tiem po sino que permanecía
inm utable y, p o r o tro lado, e n la m edida en que la criatura racional era una,
la ley n atu ral debía ser com ún a to d o s los pueblos y naciones. E n el marco de
la expansión eu ro p ea, esta pretenciosidad de universalización de la ley natural
com pelió a to d as las poblaciones del m u n d o a observar su cumplimento, con
to tal independencia del conocim iento o de la valoración que de sus preceptos
pudieran te n e r las sociedades en cu estió n .39
P ero al lado de ese significado am plio de contra natura , Santo Tomás anotaba
una serie de pecados que podían definirse, de m anera específica, como contra­
rios a la n atu raleza, es decir, co n trario s a lo que ésta había enseñado por igual

39 En el caso de las poblaciones americanas, su inobservancia constituyó uno de los principales


argumentos que los partidarios de la llamada “guerra justa” esgrimieron a su favor. Fernanda
Molina, “Crónicas de la Sodomía. Representaciones de la sexualidad indígena a través de la
literatura colonial”, Bibliographiea Americana. Revista Interdisciplinaria de Estudios Cobniales,
N° 6, (2010)1-21.
34 C U A N D O AMAR ERA PECADO

a todos los animales. Entre ellas se encontraba la cópula que no respetaba el


intercambio natural entre machos y hembras. D e este m o d o , la sodomía, pero
también el bes tialism o y las molicies, se convirtieron en el pecado contra natura
por antonomasia.
En el concierto de las especies de lujuria, estas prácticas sexuales fueron las
más transgresoras, en la medida en no sólo se procuraba te n e r acceso carnal con
la mujer o el hom bre equivocados - y a sea porque aquella era virgen o soltera o
éste casado o consagrado- sino que la “m ateria” escogida para el acto venéreo
resultaba inadmisible para la misma especie humana. E n ese sentido, Santo
Tomás distinguió cuatro formas que podía asumir el vicio: la molicie, esto es,
la polución sin coito camal donde el propio individuo constituía la m ateria del
placer, la bestialidad que era el coito con una materia distinta a la especie humana;
la sodomía que era el intercam bio con la materia indebida en v irtu d de su sexo y,
finalmente, una cuarta forma que no se definía tanto por la m ateria del placer
como por no observar la forma natural que debía realizarse el coito, acudiendo
al uso de elementos indebidos o adoptando posiciones bestiales.
Más allá de la especificidad de cada una de estas formas, todas ellas compar­
tían e! mismo principio: im pedir el fin natural al que estaba destinado el placer
venéreo, es decir, la procreación. Para los escolásticos de ascendencia tomista, si
bien la creación había sido total y perfecta, era una obra en constante movimiento
en virtud de la conocida máxima del “creced y multiplicaos”. El varón, creado
a imagen y semejanza divina y, sobretodo, portador de la simiente procreadora,
se convertía en el colaborador directo en esa “creación permanente”. En este
sentido, cualquier desviación en la labor encomendada por Dios era entendida no
sólo como una alteración del orden creado por él -la ley natural procedía de la
lev divina- sino también como una ofensa directa hacia su persona. La sodomía,
la bestialidad y las poluciones auto provocadas implicaban un derroche seminal
q u e no hacía más que perjudicar la “economía de la creación”.40 Pero más allá
de su naturaleza com ún, los vicios contra natura también guardaban un orden
de precedencia interna en virtud del uso, abuso u omisión que se hiciera de la
materia del placer. En ese sentido, la molicie era la forma más moderada de los
placeres contra natura, en la medida en que consistía en la omisión del coito
con otra persona. L u e g o venía el pecado de no guardar las formas o las posturas
debidas para realizar el coito, allí había un abuso de la materia correcta. Mayor
gravedad revestía la sodomía, ya que, en este caso, se hacía uso del sexo indebido.
Finalmente, estaba la bestialidad, en la cual el abuso de la materia era tal que ni
siquiera se guardaba el modo ajustado a la especie humana.
Si bien la mayoría de los teólogos, moralistas y juristas posteriores van a
retomar, a grandes ti azos, las definiciones tomistas acerca del vicio contra natura,
también van a abrir una serie de debates orientados a especificar la naturaleza

sO tennis y Valiente, “El crimen contra natura*', }}-5$,


SODOMIA 35

de cada “subespecie”. En los que respecta a la sodomía, que es el tema que aquí
nos ocupa, la mayoría de los tratadistas del período coincidían en que se trataba
del concubitum masculum cum masculum autfemina cum femina, según la defini­
ción legada por Santo Tomás. No obstante, esta amplia definición abrigaba en
su seno un sinnúmero de dudas a la hora de establecer bajo qué circunstancias
podía hablarse o no de sodomía.
Uno de los ejes del debate lo trazó la propia definición de sodomía. Para
algunos teólogos, como Martín Torrecilla, la sodomía, en términos estrictos,
era el coito que se tenía con el sexo y por el vaso indebidos. Ambas condiciones
-usarse la materia equivocada así como el vaso equivocado- eran imprescindibles
para su definición. Más aun, para que la sodomía sea “perfecta” o “completa”
debía consumarse, es decir, debía haber “seminación”, esto, emisión seminal,
intra vas.*1Una definición semejante ya estaba presente en la constitución Cum
Primum de Pió V que el pontífice emitió en 1568 a propósito de los clérigos
sodomitas.4 142 La sodomía definida en esos términos abría paso a otra definición
que, en contraposición, abrigaba a una sodomía de carácter “imperfecto” o
“incompleto”. Dentro de esta categoría caían las cópulas entre varones o entre
mujeres cuyas poluciones no se consumaban sino que sólo se “tentaban”. Tam­
bién aquellos casos en que el acceso camal, aun cuando se hiciera por el vaso
postrero, culminaba con una seminación extra vas. Los intercambios sexuales
entre mujeres, también entraban en esta categoría, siempre y cuando se hicieran
por el vaso incorrecto.434
Otros autores, sin embargo, prestaron muy poca atención a la distinción
entre una sodomía perfecta y otra imperfecta. Incluso, van a considera? suficiente
para definir al fenómeno de la sodomía el derramamiento “extraordinario” de
polución, con total independencia de que la cópula se realizara entre personas
del mismo sexo o entre varón y mujer o que la seminación se hiciera intra o
extra vas,**
Pero entre estas dos definiciones se abría una multiplicidad de opiniones
sobre las mismas cuestiones como, por ejemplo, la cópula trasera entre varón
y mujer. Enrique de Villalobos y Jaime de Corella, entendían que este tipo de
intercambio sexual, en tanto se realizaba por el sieso trasero, debía considerarse
sodomía al igual que la cópula entre varones.45 Otros autores, sin embargo, lo

41 Martín de Torrecillas, Suma de todas las materias morales (Madrid, por Antonio Román, 1696),
594.
42 Conferencias Eclesiásticas de la Dioscesis de Angers (Madrid: en la oficina de Fermín Villapando,
1805), 308,
43 Torrecillas, Suma de todas las materias morales, 593.
44 Rodríguez, Suma de casos de conciencia, 113.
45 Villalobos, Tratado de la teología, 666; Jaime de Corella, Suma de la teología moral (Barcelona:
en la Imprenta de Joseph Llopis, 1702 [1687]), 415.
36 C U A N D O AMAR ERA PE C A D O

incluían como parte de la denominada sodomía imperfecta, ya que, al igual que


en el caso de la cópula entre mujeres, no cumplía con el doble requisito; sexo
y vaso indebidos.46 Otros teólogos, sin embargo, desestimaban por completo
esa calificación, ya que entendían que la esencia de la sodomía consistía en el
intercambio sexual entre persona del mismo sexo. En este sentido, Torrecilla,
quien, como se mencionara, tenía una visión muy restrictiva del fenómeno, no
consideraba que la cópula trasera entre varón y mujer pudiera definirse como
sodomía, ni siquiera, como sodomía imperfecta, ya que se guardaba el debitum
sexus. De la misma opinión era Machado de Chaves quien, basándose en la cla­
sificación realizada por el Doctor Angélico, afirmaba que este tipo de coito no
era sodomía sino otra de las formas que podía asumir del vicio contra natura.
En ese escenario, el debitus modus en que se debía realizar el intercambio
sexual entre varones y mujeres también constituyó otro de los ejes del debate
a propósito de la sodomía. Para Santo Tomás, conocer a una mujer por el vaso
trasero, si bien formaba parte del vicio contra natura, constituía una categoría
específica, diferente a la sodomía, que consistía en no guardar el debido modo a
la hora de realizar el coito.47 En términos tomistas, el “debitus modus” no sólo
se reducía al intercambio sexual entre varón y mujer por el vaso debido sino
que requería, como parte de su definición, que el primero tomara parte activa
en el acto, colocándose por encima de la mujer. En ese sentido, que se invir­
tieran los roles, que se emulara el coito animal o que se utilizara cualquier tipo
de instrumento durante la cópula, convertía a la práctica sexual en un pecado
contra natura. N o obstante, en tanto se guardaba la materia debida, la cópula
heterosexual por el vaso trasero revistió de menor gravedad que sus hermanas
de vicio pero, en tanto impedía la reproducción, fue más grave que el simple
coito que no se ajustaba, “en cuanto a detalles”, a las posiciones recomendadas
por la naturaleza.
A d iferencia d e lo que aconteció con otros tópicos relativos a la lujuria,
los teó lo g os posteriores, muy raramente retomaron la caracterización tomista
a cerca del co ito anal e n tre varones y mujeres. De hecho, en sus listados de las
tran sg re sio n es sexuales, se eliminaron las “posiciones indebidas” como uno
de los m odos que podía asumir el vicio contra natura que, en adelante, sólo
co m p re n d ería a las m olicies, la sodom ía y la bestialidad. Esta simplificación del
pecado contra n atura puede explicar, por un lado, que muchos teólogos inclu­
yeran el intercam b io heterosexual por el vaso indebido dentro de la categoría de
sodom ía, aun cu an d o le cupiera el apelativo de “imperfecta”. Más aun, autores
de la talla de Jaim e de ( lord la o E nrique de Villalobos, entendían que la cópula
trasera en el seno de m a trim o n io n o sólo constituía sodomía sino que, a través

46 I U rm tn n w Butcrdwitn, Sitdulm de ta teología moral (M adrid: Bernardo de Villadiego, 1667),


(4 ),
4 Santo low á*. Sum o 4r teológica, (. M eritión 154, A rtículo 1 2 ,185.
SODOMÍA. 37

de esa práctica, los esposos también incurrían en adulterio, ya que en este tipo
de cópula “es como si fuera con m uger agena ” .48
Por otra parte, la reducción del vicio contra natura en cuanto a sus modos
también puede explicar por qué el indebitus modus dejaría de considerarse una
transgresión contra la naturaleza, máxime, cuando no impedía la reproducción
humana. Juan Enríquez, por ejemplo, sostenía que si bien era repudiable que el
hombre y la mujer intercam biaran sus posiciones durante el coito, en la medida
en que la generación no se viera afectada, no podía considerarse, en rigor de
teología, un pecado m ortal .49 D el mismo modo, para Enrique de Villalobos,
si la cópula que se tenía “del m odo posterior como los animales” se hacía por
el vaso debido y sin im pedir la procreación, no sólo no era sodomía, sino que
apenas podía clasificarse como un pecado venial, ya que en muchos casos sólo
se hacía por deleite o, en caso de que la m ujer estuviera preñada, a fin de no
ahogar a la criatura .50 M artín de Torrecilla iba u n poco más allá, al plantear que
la estimulación sexual previa qué el varón hacía en el vaso trasero de la m ujer a
fin de incentivar la seminación, no constituía un pecado m ortal, en tanto se hacía
para ayudar a la naturaleza. P ara el teólogo, si bien esa posición podía resultar
alegórica en su forma a la cópula sodomítica, no lo era de “facto ” .51
O tro de los dilemas lo suscitó la sodomía femenina o, m ejor dicho, la posibi­
lidad de que las mujeres pudieran com eter ese pecado .52 D entro de la perspectiva
formalistas que com partían algunos juristas y teólogos, según la cual, sólo los
varones tenían un rol activo en la reproducción, hablar de sodomía femenina
constituía un oxímoron en sus propios térm inos. Según el pensam iento dom i­
nante, las mujeres no sólo carecían de la sim iente procreadora -recordem os
que su derroche era central para la definición de la transgresión— sino que,
además, el acceso cam al en el cuerpo de otra m ujer resultaba anatómicamente
impracticable en ausencia de u n m iem bro venéreo. E n ese sentido, muchos
preferían hablar de deleitaciones venéreas, molicies o tocam ientos impúdicos
para referirse a los encuentros sexuales entre mujeres pero, bajo ningún punto
de vista, se consideraba sodom ía .53 O tros, sin em bargo, entendían que las m u­
jeres sí podían com eter sodom ía perfecta y acabada. D e hecho, Santo Tomás
incluía el concúbito de fem ina cum fem ina en su definición inicial de sodomía.
Pero para que el intercam bio sexual entre m ujeres fuera sodomía era necesario

48 Villalobos, Sum a de la teóloga, 665; Corella, Suma de la teología moral, 336. Martín de Torrecilla
discutirá la tesis de que la cópula sodomítica entre casados sea, además, adulterio, ya que en
este caso, no “se comparte la carne con otro”. Torrecilla, Suma de todas las materias, 445.
49 Enríquez, Questiones prácticas, 44.
50 Villalobos, Sum a de la teología,666 .
51 Torrecilla, Sum a de todas las m aterias, 556.
52 Fernanda Molina, “Femina cum femina. Controversias teológicas, jurídicas y médicas en
tomo a la sodomía femenina en el mundo hispano (Siglos XVl-XVll)”,, Arenal. Revista de
historia de las mujeres 21, N°. 1 (2014): 153-176.
53 Machado de Chaves, Perfcto confesor, 416.
38 C U A N D O AMAR ERA PECADO

que se desarrollara bajo determinadas circunstancias. En ese sentido, Manuel


Rodríguez consideraba que las mujeres cometían sodomía cuando durante la
cópula introducían un artificio de madera o de vidrio emulando el miembro
masculino. Aun cuando Rodríguez reconocía la posibilidad de que dos mujeres
pudieran cometer el pecado nefando, no escapaba al pensamiento “formalista”
de su época: para que la sodomía femenina fuera posible era necesario la pre­
sencia de un “falo”. Una visión similar compartía el jurista y glosador Antonio
Gómez para quien si la cópula camal entre mujeres se verificaba sin la presencia
de dicho artificio, no podía considerarse sodomía en sentido estricto y, por lo
tanto, no incurrían en la pena capital sino que sólo se les debía aplicar penas
arbitrarias.54Una visión diferente del problema tenía Martín de Torrecilla que,
como se señalara, definía a la sodomía como el coito tanto con el sexo como por
el vaso indebidos. En el marco de esa interpretación, los intercambios sexuales
entre mujeres que se encontraban “por delante”, no eran sodomía en sentido
estricto ya que, en ese caso, se respeta el vaso natural. No obstante, la cópula
femenina podía mudar en sodomía perfecta cuando una de las mujeres “semina­
ba” en el vaso postrero de otra, aludiendo a la existencia de un posible esperma
femenino.55 Como se mencionara, esta conceptualización difería de las teorías
dominantes de la época, especialmente, las de origen tomista, según las cuales
las mujeres no sólo tenían un papel pasivo en la cópula camal sino también en
el proceso biológico de la generación de la especie. Años más tarde, el padre
Luigi María Sinistrati D'Ameno, presentaría una teoría más radical al respecto,
al a firm a r que la sodomía femenina -entendida como acceso camal por el sieso
trasero- también era posible en términos anatómicos y sin la apelación a nin­
gún artificio, por lo menos, para algunas mujeres. Al respecto, señalaba que la
naturaleza había dotado a ciertas féminas de un clítoris semejante al miembro
viril que, bajo condiciones de excitación venérea, se tomaba tan pronunciado
que permitía “conocer” a otra mujer por el vaso indebido.56
Como puede observarse, el fenómeno de la sodomía fue una materia muy
debatida entre los teólogos y juristas del periodo. No obstante, progresivamente,
toda esta diversidad de opiniones será subsumida por una noción más general
y simple de sodomía. Hacia mediados del siglo XVIli, el concepto de sodomía
perfecta se cristalizaría en la cópula camal que realizaban personas del mismo
sexo mientras que su variante “imperfecta” lo haría en los intercambios sexuales

54 Los magistrados inquisitoriales tam bién requerían la presencia de un “instrumentum” para


definir la existencia de sodomía entre mujeres. AHN, Inquisición, Legajo 1257, f.26-27v.
55 Torrecilla, Suma de todas leu materias, 593-594.
56 Miguel Angel C ham ocho C antado, “El delito de sodomía femenina en la obra del Padre
franciscano Sinistrati D'Ameno, ‘De Sodomía Tractatus’”, Revista de estudios histéricos-jurídicos
N* 30, (2008): 408-409. *> «t \> .. .. ,;
entre varones y mujeres por el vaso indebido.' Además, de manera paulatina,
la sodomía perfecta también iría estrechando su campo de significación hasta
convertirse en la cópula m asculum cum masculum casi de manera exclusiva. Esta
reducción del concepto desdibujó aún más las relaciones sodomitacas femeninas,
ya de por si imperceptibles en una cultura donde las mujeres poco tenían que
ver con la “economía de la creación”.

3. El crimen de sodomía

Al mismo tiempo que la teología definió estas prácticas sexuales como un peca­
do de lujuria -el más grave, por cierto- desde el punto de vista jurídico fueron
clasificadas como delito. Esta dualidad estuvo ligada a la cultura jurídica de la
época, nutrida tanto por el derecho canónico como por el derecho romano.**
De hecho, un recorrido por los diccionarios de la época muestra el carácter
intercambiable de los términos. El Universal Vocabulario en Latín y en Romance
(1490) de Alfonso de Palenda, señala que “delicto es quando no se cumple el
mandamiento de Dios y el pecado que se faze lo ve dado por ponerse uno por
otro sin differengia” al tiempo que define peccatu como “fazer delicto y quebrar
los mandamientos”. El Vocabulario Español Latino (1495) de Antonio de Nebrija
no posee una entrada para el término “delito” que parece reemplazarse por el de
“crimen” cuya definición está asociada a “gran pecado”. Sin embargo, es entre las
diversas definiciones de peceado que aparece el término delictum como sinónimo
junto al de crimen. Por último, el Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611)
de Sebastián de Covarrubias anota, en la entrada correspondiente a “delito”, que
“delictum y peccatum, todo significa una cosa”. Asimismo, las leyes referidas a
los actos sexuales contra natura también sintetizaban las tradiciones religiosas y
jurídicas. Las dificultades para trazar fronteras claras entre las nociones de pecado
y delito radicaban, además, en el hecho de que sus significados no procedían de
valores u órdenes religiosos, en el primer caso, ni de valores u órdenes jurídicos
en el segundo, sino ambas de ambos.575859
Si nos remitimos a los textos jurídicos, específicamente a las leyes castellanas
cuyos ordenamientos van a regir el tratamiento de la sodomía en los territorios
americanos, puede observarse como los legisladores, corporizados en la persona
del monarca, retomaban la idea de ultraje y de atentado contra el orden natural

57 Francisco Echarri, Directorio Moral, (Madrid: Imprenta Real, 1778), 139; Tomas ex Charmes,
Compendium tbeologiae Universae, (Venecia: Típorgrafia Balleoniana, 1799), 136; Josef Faustino
Cliquet, La flo r de la moral, (Madrid: por la viuda de Marín, 1791 [1733]), 167.
58 Bartolomé Clavero, “Delito y pecado. N oción y escala de trasgresiones”. En: Sexo barroco y
otras transgresiones premodemas, Francisco Tomas y Valiente et al., 34-89, (Madrid: Alianza
Universidad, 1990), 59.
59 Bartolomé Clavero, 61.
40 CUANDO AMAR ERA PECADO

y divino ya analizados. En ese escenario, Las Siete Partidas de Alfonso el Sabio


interpretaban como delito de sodomía al pecado que cometían los hombres “ya-
ziendo unos con otros, contra natura, e costumbre natural”.60Más aun, al reco­
mendar a los hombres librarse de ese error, ya que de él procedían otros males,
puede observarse cierta influencia tomista relacionada con la propia noción de
lujuria de la que la sodomía constituía la peor de sus especies. En tanto parte de
los pecados “capitales”, la gravedad de la lujuria no sólo residía en su consecu­
ción sino -y fundamentalmente- en su condición de “cabeza” y madre de otros
pecados. Asimismo, tanto la Pragmática de los Reyes Católicos promulgada en
Medina del Campo (1497) como en la Pragmática de Felipe II dictada en 1598
en Madrid, la sodomía era interpretada como delito y pecado, simultáneamente:
“Porque entre los otros pecados y delitos que ofenden a Dios nuestro Señor, é
infaman la tierra, especialmente es el crimen contra orden natural”.61 En cierta
medida, el carácter pecaminoso del delito de sodomía que se observa en esos orde­
namientos, derivaba de la primacía que para la cultura moderna el pecado tema
sobre el delito, en la medida en que el primero se cometía conscientemente, con
deliberación, mientras que el delito se realizaba de manera involuntaria y estaba
determinado más por los resultados que por las intenciones.62
Esta contraposición entre actos e intenciones constituye un problema
nodal a la hora de definir la condición legal del sujeto de la sodomía. Para
Michel Foucault, el sodomita de los siglos XVI y XVII era un sujeto de lujuria,
cuya incapacidad para doblegar los designios de la carne lo hacían incurrir en
actos torpes y desordenados. A diferencia del homosexual decimonónico -cuya
perversidad se inscribía en lo más íntimo de su ser-, el sodomita moderno era
apenas un sujeto jurídico, cuya condición sólo estaba determinada por la eje­
cución de una serie de actos que, en cierta medida, hasta podían considerarse
externos a él.63 Si bien el mérito de este planteo ha sido poner en perspectiva
histórica las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo -a fin de con­
trarrestar las perspectivas esencialistas, ahistóricas y anacrónicas relativas a su
estudio-, también es cierto que contribuyó a cristalizar una imagen demasiado
estre c h a del sodomita.
Bajo este planteo, si el sodomita era un sujeto jurídico, es decir, un delin­
cu e n te , la n o ció n de “prueba” debería haber jugado un papel importante a la
h o ra de d e te rm in a r la ejecución del delito. Si bien la preocupación de los juristas
p o r d e te rm in a r si el acto había sido “acabado” o solamente “intentado”, si había
existido o n o em isión sem inal, si ésta se había realizado intra o extra vas, podría
in te rp re tarse com o u n in te n to por descubrir la materialidad del delito -el caso

60 Alfonso el Sabio, Las Siete Partidas del Sabio Rey Don Alfonso. Tomo III (Madrid: Oficina de
Benito Cano, 1789), 457.
61 Novísima Recopilación de Leyes de España, T ítulo XXX, Ley X.
62 Clavero, “Pecado y delito”, 61.
63 M ichael Foucault, Histeria de la Sexualidad, 77.
S O D O M ÍA 41

más extremo sería la verificación de instrumentos durante la cópula femenina-


también es cierto que la noción de prueba tenía un significado mucho más amplio
y volátil que no se circunscribía a su naturaleza material.
En sus glosas a las Leyes de Toro, Antonio Gómez señalaba que el crimen de
sodomía se castigaba con la pena capital de quema y la confiscación total de bienes
en aquellos casos que se verificase la existencia de actos intra vas contra natura,
per extra vas o con la ayuda de algún instrumento. Sin embargo, una glosa más
abajo, sostenía que la pena ordinaria también debía aplicarse “aunque [el acto]
no sea perfecto y consumado, sino solo intentado y preparado, por razón de su
gravedad” .64 El comentario de Gómez se inspiraba en la real pragmática que los
Reyes Católicos habían emitido en 1497 a propósito de la sodomía:

Y por evitar el dicho crimen, mandamos, que si acaeciere que no se pudiere probar
el dicho delito en acto perfecto y acabado, y se probaren y averiguaren actos muy
propinquos y cercanos a la conclusión dél [...] sea habido por verdadero hechor del
dicho delito, y que sea juzgado y sentenciado, y padezca aquella misma pena, como
y en aquella manera que padeciera el que fuese convencido en toda perfección del
dicho delito [...]65

Según la pragmática real, la gravedad del delito habilitaba la flexibilización


de los mecanismos probatorios, dando por cierto actos cercanos al delito. Casi
cien años más tarde, otra pragmática real, en este caso, emitida por Felipe n,
volvía sobre el problema de las pruebas acusatorias. “Por ser (...) de su naturaleza
de muy dificultosa probanza”, el ordenamiento filipino de 1598 establecía que
los reos sean condignamente castigados aunque el delito no pudiese probarse
mediante la declaración de testigos contestes .66 Para ello, se establecía como
prueba suficiente la declaración de tres testigos, aunque cada uno deponga de
manera diferente, o de cuatro, aunque entre ellos estuvieran otros partícipes del
crimen. Las posibilidades acusatorias también se ampliaban, en la medida en que
se tenían por ciertas todas las declaraciones en las que concurrieran indicios o
presunciones que hicieran creíbles sus deposiciones, sobreestimando la verosi­
militud de los relatos a la prueba material. Antonio Gómez, en su quinta glosa
a la Ley LXXXII de Toro, sostenía que era suficiente y bastante para acreditar el
delito contra natura “de varón con varón” que ambos estuvieran desnudos en una
misma cama, que uno estuviera encima de otro -aun cuando no fuera desnudos-
o que se aproximaran entre sí con movimientos lujuriosos que aludieran al coito
contra natura. E n este sentido, no existía demasiado margen para demostrar
que el delito no había sido perpetrado, ya que cualquier relato verosímil o acto
cercano a la sodomía era un pasaporte seguro para la condenación.

64 Nolasco de Llano, Compendio de los comentarios, 336.


65 Novísima Recopilación de Leyes de España, T ítulo XXX, Ley I.
66 Novísima recopilación de las Leyes de Indias, T ítulo XXX, Ley n.
42 C U A N D O AMAR ERA PECADO

Pero ¿Qué implicaba la noción de “dificultosa probanza”? ¿Qué significaba


la idea de indicio o “presunción”? ¿Qué la de propincuidad del acto? En suma,
¿Qué había detrás todas estas flexibilidades acusatorias? Sin dudas, lo que sub­
yacía a todas esta cuestiones era la convicción de que la conducta del sodomita
no podía reducirse a un problem a m eram ente factual, más aun, que el sodomita
no podía conceptualizarse únicam ente bajo los principio de la lógica procesal.
La sodomía era más que una prueba, más que un acto. El sodomita era alguien
propenso a una serie de prácticas sexuales que aunque no se consumaran, por
diversos im pedim entos, igualm ente revelaban la naturaleza y la intencionalidad
del autor. E n este punto, volvemos sobre la noción de la sodomía en tanto pe-
cado y, p o r extensión, sobre la del sodom ita com o u n individuo inclinado hacia
el mal, con deseos de desafiar el orden creado p o r Dios. E n ese escenario, ya no
eran necesarios la prueba o el acto, bastaba con la intención. Eso implicó que
el sodom ita, en su calidad de delincuente, pudiera ser juzgado por la justicia de
los hom bres pero que, tam bién, en tan to pecador, pudiera expiar sus culpas en
el fuero íntim o, esto es, en el espacio de ía confesión. D e hecho, durante este
período, la adm inistración de la religión más que de la justicia constituía el me­
canism o a través del cual se realizaba el control social .67 Los autos de fe organi­
zados p o r el Santo O ficio podrían interpretarse com o un escenario intermedio
en tre los tribunales y el confesionario, ya que aun cuando perseguían el mismo
objetivo que el sacram ento de la confesión —reconciliar al reo con la comunidad
cristian a- no apelaba al fuero íntim o com o m ecanism o para lograrlo sino que
exponían la falta del reo públicam ente.
L a caracterización del sodom ita com o pertinaz y relapso también daba
cuenta de u n a naturaleza m ás profunda que la de u n sim ple infractor. Estos tér­
m inos eran h abitualm ente utilizados en contextos inquisitoriales para referirse
a aquellos herejes que luego de haber abjurado reincidían en las proposiciones
heréticas. L a constitución que P ío V em itió a proposito de las penas a los cléri­
gos sodom itas generó u na serie de debates y diversas interpretaciones asociadas
con la periodicidad con la que se com etía el nefando crim en. Así, autores como
M anuel R odríguez entendían que la privación de privilegios, oficio, dignidad,
beneficio eclesiásticos y la degradación del clérigo para ser juzgado p o r la justicia
ordinaria que establecía la constitución papal, sólo debía aplicarse a aquellos que
com etieran el vicio de m anera reiterada y no a los que incurrieran una o dos veces
en él. En un sentido similar, el franciscano Luigi M aría Sinistrati entendía que
la perfección de la sodomía estribaba en la repetición del acto . 68 O tros autores,
p o r el contrario, entendían que era suficiente haber incurrido una sola vez en
tam año delito para recibir la pena ordinaria. E n cualquier caso, nadie ponía en

67 Clavero, “Pecado y delito”, 61.


68 Chamocbo Cantado, “El delito de sodomía”, 387-424.
SODOMÍA 43

duda que a los seglares se les debía aplicar la pena capital aun cuando el delito
sólo hubiera sido intentado.6*'
Las nociones de “paciente” y “agente” también marcaban una ruptura con la
idea de sujeto jurídico. Aun cuando en el plano legislativo ambos partícipes del
delito compartían las mismas consecuencias penales -como rezaban las partidas
alfonsíes, era responsable “también el que lo faze, como el que lo consiente”-
existía, sin embargo, una valoración diferente del sodomita en virtud del rol
que desempeñara en el acto sexual.6970 En ese sentido, Juan Machado de Chavés
y Martín de Torrecilla consideraban que aun cuando ambos cometían propia­
mente sodomía, el crimen del “agente” era más grave que el de su cómplice, en
tanto era el responsable directo de desperdiciar la semilla procreadora .71 Si bien
pareciera que los juristas y teólogos observaran a los “pacientes” con menos rigor
-incluso, si acreditaban ser menores de edad o haber sido forzados con violencias
podían darse por inocentes- socialmente eran tenidos por más nefandos que los
“agentes”. Esta conceptualización radicaba en las clásicas nociones de actividad
masculina y pasividad femenina. Después de todo, la sodomía no implicaba una
forma particular de vivir la sexualidad sino una parodia -aberrante y degenerada-
de las relaciones que establecían varones y mujeres. De este modo, la ignominia
del “paciente” radicaba en el hecho de que, al igual que las mujeres, se convertía
en mero “receptáculo”, en mera “materia”. En ese sentido, es entendible que el
repudio fuera mayor, en la medida en que no sólo cometía un acto “atrocísimo”
sino que, al emular el rol femenino, desprestigiaba al “buen género”. De este
modo, aunque en términos jurídicos poco importaba el rol sexual del sodomita,
la sociedad moderna supo sancionar la alteración o “desviación” de los valores
de género dominantes. En este sentido, más allá de las definiciones formales que
juristas y teólogos acuñaron para proceder teológica o jurídicamente contra la
sodomía, es necesario dilucidar los distintos significados que esa práctica sexual
pudo tener para los hombres y mujeres del período estudiado. Ese es el desafío
de los siguientes capítulos.

4. Sodomía: significados modernos y usos contemporáneos

Pero antes de pasar a analizar la variedad de sentidos que la experiencia sodomí-


tica tuvo tanto para la sociedad virreinal como para sus protagonistas, es preciso
reflexionar acerca del uso del térm ino sodomía.
A diferencia de lo que aconteció con las categorías de “homosexualidad”
u “homosexual” elaboradas por la scientia sexualis en el siglo XIX -cuyo sentido

69 Rodríguez, Suma de casos de conciencia, 512.


70 Alfonso X, el Sabio, Siete Partidas, Setenta Partida, T ítulo XXI, Ley n.
71 Machado de Cháves, Perfecto confessor, 416; Torrecilla, Suma de todas ¡as materias moraks, 595.
44 CU A N D O AMAR ERA PECADO

fue disputado p o r el activism o gay hasta convertirlas en categorías políticas y


de au to -reco n o cim ien to identitario—la noción de sodom ía difícilmente pueda
ser rein terp retad a a p artir de la percepción de sus protagonistas. En ese sentido,
dado que la categoría de sodom ía constituyó una form ulación erudita tendiente
a encorsetar bajo u n solo significado las prácticas sexuales entre personas del
mismo sexo, cabe interro g arse acerca de la pertinencia de su uso, ya que muchas
de esas conductas, excedieron, en la práctica, los lím ites de su definición.
En este contexto, autores com o J o h n Boswell han desestimado directamente
su uso para estudiar las prácticas sexuales en tre personas del mismo sexo en el
pasado, ya que la categoría de sodom ía, según la form ularon los teólogos y los
juristas de la época, se restringía a u n contenido estrictam ente sexual -la cópula
por el vaso trasero-, excluyendo sus im plicancias em ocionales e, incluso, su es­
pecificidad “homosexual”; después de todo, los esposos en el lecho sacramentado
también podían cometer actos sodom íticos .72 P o r otra parte, Boswell también
restringe el uso de la noción de “hom osexualidad”, n o tanto por su contenido
ahistórico como por su origen “bastardo” asociado con la medicalización de la
sexualidad y por sus connotaciones difusas. P ara el autor, la utilidad del término
reside en su carácter adjetival y no así en su capacidad para com prender e inter­
pretar este tipo de prácticas sexuales. En su lugar, propone el uso de la categoría
“gay” que daría cuenta del carácter auto-consiente de los individuos sobre su
inclinación hacia personas de su mismo género y, a su vez, perm itiría dar cuenta
del aspecto emocional y erótico ausente en las categorías de sodomía y de ho­
mosexualidad. Una “sexualidad gay” referiría a un tipo de erotismo asociado con
una preferencia consiente que es lo que, en última instancia, constituye la materia
de interés para Boswell.71 Por su parte, autores como Jonathan G oldberg sostie­
nen que la sodomía constituye un término problemático, en la medida en que
representó una “categoría completamente confusa”.74D urante el Renacimiento
-y posteriorm ente- se la utilizó para definir los actos sexuales entre personas del
mismo sexo, el coito anal entre varones y mujeres, las posiciones (hetero) sexuales
incorrectas pero, además, para identificar a los herejes y a los traidores. En este
sen tid o , lejos de lo que esperaban sus artífices, la noción de sodomía no sólo no
fue una categoría evidente sino que tuvo un significado amplio e “inestable” .75
Si bien f íoldberg no desecha el uso del concepto -aunque lo reemplaza por el
de m d m m írm - sí sostiene la necesidad de romper con su significado formal, a fin
de explotar las potencialidades que ofrece una categoría que puede remitir a los

2 John Bo*wtü, Lrmumwm, Ihtenmtia Sma/y ¡lomosexmltdad, (Barcelona: Muchnik Editores,


1492), 41,
) Boswell, llnmmmtmm, TMrrwm Secisi, 43-44.
4 Jonathan CnuklWr#. Sodametrtes Rrmiimnce Texis, Módem Sexu«l¡ties (Stanford: Stanford
I nww w y Press, 1992), 6,
15 CJflMbwy, ¿MdMMVTMf: mnv ’lexts, 18.
SODOMIA 45

actos sexuales entre personas del mismo sexo al tiempo que tiene la capacidad
para describir otros fenómenos en un contexto social diferente.76 Por lo tanto,
la categoría de sodomía no remitía estrictamente a aspectos vinculados con
la sexualidad sino que, por el contrario, se invocó el lenguaje sexual como un
vehículo eficaz para disertar sobre temas que nada tenían que ver con el sexo.77
Ese carácter precario de la sodomía ha sido retomado por múltiples autores que,
desde los denominados estudios queer, consideran que se trata de una categoría
fallida, ubicua e incoherente .78
Otro aspecto problemático del término reside en su carga peyorativa y
descalificadora. Como sostiene Mark Jordán, la sodomía -o sodomía—no cons­
tituyó una categoría neutral o inocente sino que representó un término moral
cristiano que condensó las competencias entre programas opuestos por imponer
un sentido a las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo.79 Dado que
no existen evidencias del término hasta el siglo XI -cuando Pedro Damián lo
acuñó en abierta analogía con el término de blasphemia- puede decirse que la
sodomía constituyó una “invención” de la teología cristiana medieval.80 Para
Jordán, en tanto artefacto medieval, la sodomía fue una categoría útil para
clasificar deseos y actos que otrora se habían clasificado de manera diferente y
por separado pero, fundamentalmente, constituyó un juicio sobre esos mismo
deseos y actos. En este sentido, la sodomía no puede operar en la investigación
de la sexualidad como una simple categoría descriptiva -la cópula por el vaso
trasero- ya que representa un término viciado desde su invención por confu­
siones y contradicciones fundamentales .81 U na de esas confusiones reside en
la misma metáfora geográfica que le dio nombre al fenómeno. Si bien hacia el
final del período patrístico la historia ejemplar de Sodoma se había convertido
en la historia de un solo pecado -e l de la “sodomía” tal y como la entendían los
teólogos y juristas de los siglos XVI y XVH- durante muchos siglos de teología
cristiana esa idea estuvo totalmente ausente. N o existía ningún pasaje bíblico
que acreditara la existencia de ese tipo de prácticas sexuales, ni siquiera de que
el crimen de los sodomitas tuviera una naturaleza sexual.82 Más bien, el pecado
que habían cometido los habitantes de Sodoma parecía estar vinculado con el

76 Un ejemplo de ello es su uso para identificar a la herejía, la traición, la lesa majestad, la usura
y la blasfemia, entre otros. Goldberg, 19 y Helm ut Puff, Sodomy in Reformation Germany and
Switzerland, 1400-1600, (Chicago: University Chicago Press, 2003), 7.
77 Puff, Sodomy in Reformation, 7.
78 Alien J. Frantzen, “T h e Disclosure of Sodomy in Cleanness”, PMLA, 111 (1996): 451-464;
Garrieron McFarlane, The Sodomite in Fiction and Satire 1660-1750, (Nueva York: Columbia
University Press,1997).
79 Mark Jordán, La invención de la sodomía en la teología cristiana, (Barcelona: Editorial Laertes,
2002), 15
80 Jordán, La invención de la sodomía, 11.
81 Jordán, 22.
82 lbídem, 56.
46 CUANDO AMAR ERA PECADO

orgullo, la inhospitalidad y la inobediencia a Dios y su historia constituía, en


realidad, un tropo para referirse a la ira y al castigo divino. Fue recién con los
prim eros padres de la Iglesia cuando la transgresión de los sodomitas comenzó
a asociarse con la cópula carnal entre individuos del mismo sexo. Pero mien­
tras Jerónim o de E stridón (c. 380) hacía alguna vaga referencia a algún tipo de
irregularidad sexual, su contem poráneo, Ambrosio de M ilán (c. 370) era más
específico al vincular la actividad de los habitantes de Sodoma con la indulgencia
carnal y con la lascivia.83 N o obstante, fue Agustín de H ipona (c. 400) quien
plantó las bases para una reinterpretación “sexuada” de los acontecimientos
de Sodoma. Si bien a lo largo de su obra aparecen imágenes contradictorias
asomadas con los pecados de los sodomitas —como el orgullo, la blasfemia y la
corrupción m oral-, el santo fue muy explícito al señalar que la intención de
los sodomitas consistió en violar a los ángeles masculinos enviados por Dios. A
partir de allí, la teología medieval asumió que la destrucción de Sodoma no sólo
estuvo vinculada a las prácticas sexuales contra natura sino que éstas eran la causa
exclusiva de la ira divina. E n esta línea, el prim er pensamiento sobre Sodoma
de G regorio M agno (c. 580) se asoció con ese tipo de comportamiento que, a
su vez, fue incorporado a un com plejo sistema de ideas, que luego retomaría la
escolástica tom ista, vinculado a la noción de lujuria que hemos analizado. En
este escenario, P ed ro de D am ián sólo tuvo que recoger esas asociaciones entre
Sodom a y un tipo específico de práctica sexual para coronar ese proceso con
la categoría abstracta de sodomía. C om o críticam ente señala Mark Jordán, esa
form a gram atical que asum e el térm ino perm ite no sólo reducir a las personas
a una sola esencia sino tam bién extenderlo allende las fronteras que le diera
origen .*4 E n este sentido, se trata de una categoría profundamente esencialista
y, com o tal, ahistórica. P o r o tra parte, desde su invención, el término sodomía
estuvo investido de nociones específicas de pecado y delito pero también de
responsabilidad y culpa. E n la medida en que desde sus orígenes nunca pretendió
ser una categoría neutralm ente descriptiva, la intención de los historiadores
d e la sexualidad de utilizarla de forma objetiva y sin su contenido teológico
constituye, para Jordán, una tarea infructuosa .85
En este contexto, el interrogante inicial parecería resolverse de forma ne­
gativa, es decir, rechazando la pertinencia del uso de una categoría que, como
señalaran diferentes autores, resulta sumamente problemática. Sin embargo, los
efectos negativos del concepto de sodomía pueden morigerarse. En primer lugar,
al contenido cuasi genital que le asignaron los teólogos y los juristas puede opo­
nérsele un significado más amplio del término, esto es, que incluya los deseos y las
experiencias que, en principio, vivieron aquellos individuos que, según las leyes

t) Jo rd á n . Lm mzencián de kt sodomía, 58.


84 Jordán, 69
85 íífídrm. 51.
SODOMÍA 47

y la teología, entraban dentro de la categoría de sodomitas. En segundo lugar,


el hecho de que se trate de un concepto con una profusa polisemia, no impide
que pueda establecerse, en cada uno de los contextos, a qué tipo de “sodomía”
se está aludiendo.86 De hecho, como sostiene John Goldberg, si la sodomía fue
apenas una entelequia discursiva que no tuvo ningún efecto “mundano”, no podría
explicarse los centenares de individuos que fueron relajados por el brazo secular,
so pretexto de sodomitas, durante el período estudiado.87 Por último, frente a
las implicancias ideológicas del concepto de sodomía habría que interrogarse si
existe algún término que se encuentre libre de ideologías o, por lo menos, de
intencionalidad. Efectivamente, si la sodomía sólo constituía una sene de actos
prohibidos o si sus protagonistas no eran más que sujetos jurídicos, difícilmente
alguien se hubiera reconocido como sodomita.88N o obstante, si se piensa que ese
contenido de la sodomía sólo fue utilizado en ciertos contextos estigmatdzadores,
las experiencias sodomíticas —en el sentido amplio antes mencionado—pudieron
ser reconocidas y denominadas con otros términos o, incluso, con el mismo
aunque con un significado diferente.
Una alternativa a su uso sería apelar a la noción de “prácticas sexuales entre
personas del mismo sexo” como, ciertamente, se utiliza en varios pasajes de este
libro. Pero aun cuando esa construcción conceptual pueda caracterizarse como
meramente descriptiva y, en el extremo, hasta objetiva, adolece de los sabores,
colores y olores específicos que cada época le imprimió a ese tipo de compor­
tamientos sexuales. Su adopción implicaría una nueva versión —“objetivista”, si
se quiere- del mismo esencialismo. E n este sentido, la presente investigación
recupera la categoría de sodomía pero lo hace de manera crítica, teniendo en
cuenta las objeciones antes mencionadas y otorgándole un contenido más amplio
capaz de rebasar su sentido formal, aleatorio y hasta peyorativo. A través de su
uso, no se pretende volver a moralizar y mucho menos a “judidalizar” a quienes
fueron identificados como sodomitas sino que se aspira a dar cuenta de una serie
de experiencias que fueron más amplias de lo que los juristas, teólogos, moralistas
y jueces pudieron ver o interpretar. Con esa perspectiva, la presente investigación
pretende mostrar ese carácter pródigo del significado de la sodomía ya sea como
sodometries, es decir, como una representación discursiva capaz de dar sentido a
fenómenos que nada tienen que ver con la sexualidad pero también como una
experiencia cotidiana y placentera de sus protagonistas de la que difícilmente
pueda hallarse rastros a través de las formulaciones eruditas.

86 Puff, Sodoiny m Refbrmation, 8.


87 Goldberg, Sodometries: Renaissance Texis, 20.
88 Goldberg, 19.
CAPÍTULO 2
Justicia

1. L eyes y trib u n a le s p ara sodom itas

La dualidad de la sodomía analizada en el capítulo anterior se tradujo jurídicamen­


te en la superposición de jurisdicciones lo que permitió que diferentes instancias
encargadas de administrar justicia pudieran intervenir en su tratamiento. De este
modo, los tribunales civiles, eclesiásticos y, en algunas jurisdicciones, también
los inquisitoriales, tuvieron la potestad de “conocer” en asuntos relativos a la
sodomía. Ese carácter m ixti fo n sólo puede comprenderse en el marco de una
cultura jurídica cuya formación -iniciada hada el siglo XII- fue el resultado de
un largo proceso de integradón de diversas fuentes del derecho, en espedal, de
las provenientes del derecho romano y del derecho canónico. Consustanciadas,
ambas tradidones llegarían a constituir lo que se conoció como el tus amune o
derecho común. Según Antonio Manuel Hespanha, esta unifícadón del ordena­
miento jurídico fue posible gradas a dos condidones históricas fundamentales:
por un lado, la unidad política alcanzada a través del Imperio Carolingio, primero,
y del Sacro Imperio Romano Germánico, después y, por otro lado, a la existen­
cia de una Iglesia ecuménica capaz de congregar al conjunto de la Cristiandad.
La idea de “una religión, un imperio, un derecho” presagiaba, de manera cuasi
teleológica, la constitudón de una comunidad de gobierno (república cbristíam)
sustentada por una unidad del derecho (ius comuru).99
En lo que refiere al derecho canónico, la Iglesia tenía una larga tradición
de intervenir en asuntos relativos a la comunidad de creyentes. No obstante, su

89 Antonio Manuel Hespanha, CulturaptrídtcMnropeá. Síntesisdeán méitmm, (Madrid; Icenos,


2002X 73._________ __________ __________ ___________________________________
50 rJM

c\fv»nvH*n jm tm icioual obligó * co n su m ir un m f w norm ativo mus com pbju ,j,u.


d que e m a n th i de los libros revelados, los cuales se m ostraba insúlteteme prtr.,
re fa la r una « x te d a d im u distinta a la hebrea o a la de los prim eros eristiatn»s
1 n teroum** lurtMbcvionales, esa evpatvston significo sobrepasar las infracciones
esttintam ente rrh g to sas |\» r ejemplo» hacia el siglo V* el Im perto otorgo a b
lgk>ia fue rxiv \ um sdis'cíon privativa sobre los clérigos; asim ism o, en el sig(u
V Li inarm irirtn se a m ig ó la jurisdicción sobre todos los derechos vinculados
k » sacram entos, en especial» al del m atrim o n io /'' El d erech o canónico escrito
se ahm ettro ta n to de lo* d e c re to s, co n stitu c io n es v estatutos que los obispes
p ro m u lg a ro n en cus asam bleas regionales, provinciales o diocesanas com o de
las dtspowcHVK's papales form uladas a través de encíclicas, bulas y breves. Si
ham c a rm en a n v a n o s in te n t o s |H>r s is te m a n /a r y co n ciliar urdo este conjunto de
n o rm as c s m t j s --Jado el " J u m e n alcanzad»>- fue recién en el siglo XU cuando
se d o a m d k * el c o m p e n d io m ás c o m p le to y acab ad o co n o cid o com o el Dcarto
ée ( j »a» *.#»« u 1 140). St bien en el te x to aparecía la condenación al "netandis
cnm M ubus*. sai o ic n c x m e ra m ín im a y p o r d em ás críptica. Se rete n a a él como
ct «.Timen que se hacen en se c re to , q u e es to rp ís im o de d ecir y que contam ina la
boca «Je q u ie n k» n o m b ra \ los Oídos d e q u ie n lo e s c u c h a ./1 E sta referencia hacia
d p a o A i n r É tu i n fu e re to m a d a p o r A lfonso el Sabio e integrada en el corpus
n m ék cu e n tí c o n o c id o a n u o las W rr Panadas; se g ú n el cual ta n to la sodomía
enano el h t a n ln iin i c ta a & tu u ii n t i » *n o d ig n o s d e n o m b ra r'’. Es probable que
a i O H icn er a n e a n » i d anea» es tr íb a la en el h e d i ó d e q u e u n a p a rte considerable
d g a n lq p n ia e a á n c a B d d iíÉ n g M ia al cieno. En este senado, los turistas eclesiásticos
M a s a n p a c á m A a la mesura o* m eloso* la o m isió n d e la trasg resió n antes que
éa a a én r wmalcance caí d sem> de la propia tmotuaon.
Pens además de rtw m r la» tradaeuoes rumamsos y canónicas, el derecho
nanaÉ» Mariana alnapó a im<écmmMmdb»*lác>ecifcu$prupso*'que eran Ex»orde-
flM M aam fm iirim pnaM nlM ariat ancana larga tradición del derecho romano
uaÉpKcamiaaaatpEnnaascnpefo tambaen en normas y resolifidoties de con&ctos
¿íXííes. £áe esase >, aai la pcfMSaiiia ibérica, d derecho común coexistió con
la» ÉapriMmnaa inatferia» par lat drmnas tribos- gcraaénacas -que invadieron y
«cafaaaai Entupa «nanrkusigk* fR y Vüi- y enya aataraleia era héticamente de
m é v masaaaandtanaa».*“ En-anana cnacmancaae* a la yoémnia, dichas legis-
aaemna»«amblada* d dala» lama saacaaanrincon la tMncnSai i d miembro
anri, Ü* osar amóte at pasmad* oaaaapmr pmthciancacr aaMi practica común v
an g «naaaAOk pnpaurnMMc m C^aa cmc n a n o espinen, d Concilio de (bledo

o» HM*a«éa c-4*bw!■*** aospi* a»


Ü 4¡anana^Aa«anwlknnanXrCjHft M»Caaaain \ t. ML IIÜ
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M> Jopaum» an*nhr gaAr ptámm f mmmt m m C ifeanalM n Cano»
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I I " . 1l( I \

«invocado por el rey visigodo Kgicii y celebrado en 6Ú3, no sólo ratificaba la


penti de l«i ensuneion sino que* en el en non 111, agregaba;

si alguno fuera obispo, p resbítero o diácono, sera co ndenado a destierro perpetuo;


por si a otras personas de cualquier o rd en o grado se las Ivallara com plicadas en
crím enes tan afrentosos, sufrirán (...) corregidos con cien a/,otes y vergonzosam ente
rasurados, el destierro p e rp e tu o . ’ 1

Asimismo, aun cuando no iba más allá del castigo extraterrenal, al sentenciar
que “el fuego de la eterna condenación consumirá a los hombres que se entreguen
a semejantes inmundicias", los obispos reunidos en 1bledo presagiaban lo que,
posteriormente, seria establecido por la legislación castellana.'*'
Una parte considerable de las disposiciones emanadas por los derechos
germánicos fueron, posteriorm ente, incorporadas a los denominados “fueros
locales1" que, al igual que los bárbaros, se regían por el derecho consuetudi­
nario. Se trataban de corpas jurídicos que ordenaban y regulaba la vida de una
determinada localidad y cuya potestad para administrar justicia provenía de la
autoridad máxima del reino. En lo que respecta al tratamiento de la sodom ía,
estos derechos locales introdujeron un cam bio tan sustancial com o drástico;
la práctica de la ablación de m iem bro genital fue remplazada por la muerte en
el fuego anteriorm ente augurada. P o r ejem plo, un texto municipal tardío del
fuero de Béjar establecía que “quir fuer preso en sodom ítieo pecado, quemarlo";
lo mismo sentenciaba el fuero de Baeza según el cual “quien en pecado contra
natura fuere preso sea quem ado"; o el F u ero de Üheda para quien “todo aquel
que en pecado contra natura fuere preso, sea quemado'*.'** Estos derechos para
administrar justicia fueron otorgados hasta el siglo M il, cuando el rev Alfonso
el Sabio em prendió su p rim er in te n to p o r recoger y com pendiar las diferentes
legislaciones locales a través de lo que se con oció com o el Fuero Real fe. 1254b
El resultado final del texto, daba cuenta de la intrincada coexistencia de legis­
laciones de diferente origen, ya que si b ien, p o r u n lado, retom aba a la prác­
tica germánica de la castración, p o r o tro , solicitaba la m uerte de los culpados
aunque no a través de la hoguera com o sostenían varios, fueros locales. En su
lugar, establecía que “ambos dos sean castrados ante todo el pueblo e después
a tercer día sean colgados por las piernas fasta que m ueran".1*' Si bien el obje-
tra» consistía en erigirse en la legislación superadora de los derechos locales,
d Fuero Real fue un tuero más que el rey concedió a algunas de las localidades

di fipuia. pm tí igngzi dacmr.-timm D¿tz ét Mmmttn ?Aladral: Oficina de Pantakon


Amar, P u lí, U b r e í\. TítuloLX, Ley II.
^ Otada m fpucio OUfue, la n u i n a M ia u m O taém . (TUrctlo— Fiakkna Juan
MawHá. tú?4j, cáptelo ?.
tJfeye. L* h h é ^w capítulo 7.
^1 ím w | ViácMt. *Q c n a c a v pecado c o e in am rs* , 1^.
** á iu n I d lA H v f i/b « M lir f ip d f ,U b M W ,T y » iX .
52 CUANDO AMAR ERA PECADO

castellanas. N o obstante, su promulgación sentó las bases para las legislaciones


reales posteriores.
Otros intentos por crear un ordenamiento jurídico por encima de las le­
gislaciones locales fueron las Siete Partidas, también obra del sabio monarca.
C on ellas, se perseguía la unidad legislativa de todo el reino castellano y su
singularidad radicó no sólo en la incorporación de las tradiciones locales sino,
también, de las fuentes canónicas y romanas. En lo que respecta al tratamiento
de la sodomía, el texto no sólo se limitaba a sentenciar el delito, como acontecía
en las legislaciones anteriores, sino que pretendía no dejar flancos descubiertos
para la persecución y el castigo del fenómeno. Con este objetivo, se ocupaba de
definir el fenómeno —“el pecado en que caen los ornes yaciendo irnos con otros
contra natura—, el origen de su nombre, quiénes podían acusar y ante quién y
cuáles eran los “atenuantes” del caso.98 Si bien las Partidas alfonsí establecían
la pena capital, a diferencia del Fuero Real, no especificaba la forma en que se
debía seguir la muerte.
Si bien el ius comune y, particularmente, el modelo judicial castellano fueron
formándose a partir de la Baja Edad Media, este último sólo se articuló como
tal con los Reyes Católicos." Es importante destacar que tanto las nociones de
justicia como su realización, que inspiraron a los poderes reales, procedieron de
los mismos canonistas. En el tratamiento de la sodomía, por ejemplo, la prag­
mática emitida en 1493 por Femando e Isabel restablecía el fuego como forma
de castigo —apelando al pasaje de bíblico de Sodoma y Gomorra- aunque, en
este caso, no se trataba de un fuego sagrado sino de otro de carácter secular. No
obstante, lo más importante de esta innovación judicial fue su capacidad para
yim ilar a la sodomía con la traición y, fundamentalmente, con la herejía en
medida en que establecía;

(...) que persona (...) que cometiere el delito nefando contra naturam,
seycndo en él convencido por aquella manera de prueba, que según Derecho es
para probar d delito de beregía o crimen UesseMajestatis, que sea quemado
en fiamas de fuego en el lugar (...) y que asimismo hayaperdido por ese mismo hecho
v derecho, y aín otra declaración alguna, todos sus bienes asi muebles como raíces.180

Es importante destacar que tanto el establecim iento de la pena capital como


la confiscación de bienes constituían m ecanism os judiciales que se aplicaban
a loa inculpados de herejía. En cierta m edida, el texto inauguraba un largo
proceso d e aaandacáón teológico- ideológica entre am bos fenómenos que per-
msctri que, hacia 1524, el Santo Oficio tuviera jurisdicción en asuntos relativos
a la «adunia. No obstante, etc desenlace no estuvo exento de problemas ni de

as íU( m m X «I SO mk S m t Pmrodsi, T u i o XXI. Ley I * L


a» €¡anapi.*SslMS4lpriÑMM^,04.
tm Mmftátaémét b/p&étBefum*,Tísadb XXX, Ley t
JUSTICIA 53

contradicciones, al punto que terminó siendo una prerrogativa restringida a la


Secretaría de Aragón del Consejo de la Suprema y General Inquisición y, por
extensión, a sus tribunales dependientes. Las disposiciones legales que habi­
litaron o prohibieron la intervención inquisitorial sobre la sodomía permiten
apreciar cómo las distintas fuentes de derecho competían o cooperaban en la
conformación del orden jurídico. Siguiendo el espíritu de la disposición de los
Reyes Católicos, en 1505, Femando de Aragón emitió una segunda pragmática a
través de la cual buscaba mitigar las ambigüedades de la primera y otorgar, Usa y
llanamente, jurisdicción sobre la sodomía a la Inquisición. Sin embargo, en 1509,
la Suprema prohibía a los tribunales intervenir en casos de sodomía “si otras mas
no hay con ello que abiertamente sepan beregia”, dejando la punición del delito a los
tribunales civiles y eclesiásticos que, como se señalara, compartían jurisdicción
sobre este asunto .101 N o obstante, en 1524, Clemente VII corregía aquel decreto
y mediante un breve habilitaba a la inquisición aragonesa a intervenir en los casos
de sodomía, involucraran o no el delito de herejía .102 A pesar de que existieron
varias condiciones teológicas que permitieron la asimilación entre el fenómeno
de la sodomía y la herejía, fue un hecho fortuito y contingente el que terminó
otorgando al Santo Oficio jurisdicción sobre el denominado pecado nefando .103
La disposición papal fue una respuesta a la petición que Sancho de la Caballería,
una personalidad destacada de la ciudad de Zaragoza, realizara ante la Supre­
ma. Allí, el declarante denunciaba a los inquisidores por haberlo procesado por
“sodomía”, no sólo porque se encontraba libre de cargo y culpa sino porque,
además, los magistrados no tenían jurisdicción sobre el delito. Pero mientras la
Suprema ordenaba detener el proceso hasta nueva orden, se inició una batalla
judicial entre los inquisidores zaragozanos y el propio Sancho de la Caballería
que terminó con la apelación de ambos al papado. El resultado fue el breve papal
emitido en 1524 en el que se otorgaba competencia sobre el delito de sodomía
a todos los tribunales inquisitoriales aragoneses. Como dice Monter, “se había
dado, en cierta medida accidentalmente, un paso fatal, y sus consecuencias se
habían extendido más allá del reino de Aragón ” .104N o obstante, el procedimiento
judicial del Santo Oficio seguía los mismos mecanismos que la justicia secular
en los casos de sodomía: actuación del juez inquisidor por denuncia u oficio,
prendimiento del sospechoso y confiscación de sus bienes, citación de los testigos,
búsqueda de la confesión bajo tortura, etc. Incluso, una vez hallado culpable, la
Inquisición entregaba al reo al brazo secular para su relajación. Con todo, los
restantes tribunales inquisitoriales -incluido Castilla- estuvieron exentos de

101 Garda Cárcel, Herejía y sociedad, 290.


102 Archivo Histórico Nacional (AHN), Inquisición, 2347, Exp. 3.
103 <>nhrir lat n w A irúm r* tm ló»ífyi qiir tnm fef ifron la asimilación entre ambos fenómenos w r
Fernanda Molina, "Xa bertjizaaón de la sodomía en la sociedad moderna. Consideraciones
teológicas y praxis inquisitorial”, Hispm ia Sania, Vol. 62,125 (2010): 539-562.
104 Monter, La Mr» btfmtncím, 328.
a*M x> v u a

a l p a r a a a o . ^ A lí, la p a s o c a d ó n d d drHto c o n tin u ó a c a rg o de la justicia


cotí jr cdcmásthcM. c o n faaa entonces. En esce sentido, si b ien la InqaáskáÓQ
* «i>»i» ..mt. Mryái la m ira insaininión ram ón a tn tW lmc
c ^ n z de dar *aadad*’a la frjgmpmariñn poli sica y jurisdiccional. las dísposi-
o o k fdaiiias a la sodunáa ponían al descubierto, ana vez, la heterogeneidad
pnlaaa y peidécau
En el caso de las dapnariones de carácter civíL, aimqup Hiie»wníi»t <par^
— a i— en capas sw csñas y podían ser utilizadas cncijnnframenrp para rpsoher
nn dearxaanado CMn.}fr Esa tendencia de no suprimir e integrar disposiciones
anamoEesse ohsmra en la Pragmática Real que en H98fmitinFpHppiitpnAw4f
JwwlDeiaaldtt ido por los Reyes Católicos al tiempo qne se Innovábaos
fe jylnrW>a las praebas y los testigos para la acusación- Asimismo, todos estos
áfw r k s córame uses serrón de rnsumos a las necesidades de los magistrados
pmet,CBfaacÍOBCé lasegarnsem nas podón recurrir tantn a rpglamrarario-
me%de fa á irt local o regio- Las idas y vueltas en tom o al conocimiento de la
laqDiskaan tambaen evidencian el pluralismo jurídico, ya que en la delimitación
de la pnadiocaan mqmsñonad intervinieron diferentes “titulares7*con potestad
■nrmativa: el Rey, d Inquisidor General y el m ism ísim o Papa. Fueron estas tres
instancias las qne, srnmhánranirnte, ostentaron competencia sobre la sodomía
J qot, a través de los tribunales civiles, inquisitoriales y eclesiásticos, respec-
tn amente, pesquisaros, procesaron y dictaron sentencias, aunque no siempre
exento de conflictos.
En d ca so de los virreinatos americanos, d hecho de que se suscitaran una
serie de problemas h asta entonces sin precedentes, impulsó la elaboración in­
m ediata d e resp u estas con la legitimidad suficiente para su aplicación y con la
capacidad para sen tar jurisprudencia. D e este modo, se em itieron reales cédulas,
órd en es, pragmáticas, provisiones, autos, resoluciones, sentencias y cartas, mu­
ch o s d e ellos d e carácter casuístico, que constituyeron intentos por responder
a la nueva realidad y, fundamentalmente, por establecer un orden por entonces
d ifu so. T od o e ste con ju n to d e disposiciones no hacía más que poner de manifiesto
el ordenamiento jurídico pluralista que llevaba ya varios siglos de aplicación en
la península, e l cu al, m ás allá d e su dispersión y/o contradicciones, constituyó
la base sobre la que lo s magistrados indianos establecieron sus fallos.108 No1 0567

105 El ím e n to de Felipe U por extender la ju risd ic c ió n inquisitorial castellana sobre la sodomía


-que acompasaría n i p rag m ática de 1592- fue denegado por el p ap a. Clemente VIH. Ricardo
G a rró G i s ^ , “l^ In q u isk á ó n en b G x o t u de Aragón", f e r io * d r^ /jq iu n riort.N * 7, (1987):
1 5 1 -1 6 3 ,1S5.
106 John FiUot, Ls Fspmá* tm ptrrnlj469-1716 (Barcelona: Viesas Vives, 1998), 111.
107 H cspmhs. Cultura jm ié t* europea, 1 0 4 .
10K Durante los siglos XVI y XVU existieron muchos intentos por compendiar todas estas dispo-
nexme* reales. Entre ellos: “Cedulano de Fuga” (1 5 6 3 ); “Código Ovandino" (1567-1568);
“Cedulano de Entinas- (1596); “Libro de cédulas y provisiones" de Alonso Maldonado dé
obstante, en la m e d id a en que se e s ta b le c ió “que se guarden las leyes de Casülb
en lo que no estuviere d e c id id o por las de las Indias", los a s u n to s re la tiv o s a la
sodomía -sobre los que no versaron las disposiciones indianas- estuvieron orien­
tados directamente p o r la legislación proveniente tanto de la s Siete Partidas de
Alfonso X como de las pragmáticas emitidas por lo s Rey es Católico y por Felipe
ü .1**Asimismo, ante la “ausencia" de derechos previos —o al menos de derechos
reconocidos por la autoridad real—las leyes regias se im p u s ie r o n como la única
normativa en el denominado “pecado nefando " . *109110 Finalmente, la aspiración a
m u unidad jurídica y el interés p o r la precedencia real, t a n a n s ia d a por ios reyes
castellanos, parecía cobrar realidad en los territorios conquistados, al menos, en
materia sodomítica.
A partir de esa legislación, los diferentes tribunales civiles americanos
procedieron contra la sodomía en cada una de sus jurisdicciones. Si bien la
jurisdicción principal estuvo a cargo de las Audiencias, que eran, ante todo,
órganos de administración de justicia, existieron otras instancias de alcance más
restringido a cargo de los corregidores, los alcaldes ordinarios de los cabildos
y una serie de autoridades locales que oficiaban de jueces en zonas apartadas y
de dífird comunicad ón. Todo este sistema estaba organizado bajo un orden de
precedencias que, a su vez, definía los diferentes niveles de apelación. En primera
instancia, las causas se iniciaban ante los corregidores, los alcaldes ordinarios
o las autoridades delegadas cuyas sentencias podían apelarse a las Audiencias
correspondientes, en tanto órgano superior de justicia. N o obstante, la maqui­
naria de apelaciones no se restringía a las diversas instancias emplazadas en los
territorios americanos. El Consejo de Indias era el más alto tribunal de justicia
a través del cual el rey se reservaba la jurisdicción suprema. N o obstante, dado
que se procuraba que los procesos se iniciaran, desarrollaran y finiquitaran en
territorio americano, sólo podían apelarse algunos asuntos como, por ejemplo,
los vinculados con la sodomía. Sin dudas, la apelación a este nivel representaba
un gasto oneroso que sólo podían llevara a cabo ciertas capas de la sociedad co­
lonial. Los procesos también podían remitirse al Consejo de Indias en aquellos
casos de difícil resolución o en los que los jueces de las instancias inferiores se
declaraban incompetentes.
Al igual qne en la península, los tribunales eclesiásticos americanos fueron
otro de los órganos que intervinieron en la persecución de la sodomía. Si bien

Torres (1604); “Sumario de la Recopilación” de Diego de Zorrilla (1628) y “Recopilación


de las Leyes de Indias” (1680). Abelardo Levaggi, Manual de historia del derecho argentino,
(Buenos Aires: Depalma, 1987) Tomo 1,157-162.
109 Recopilación de Leyes de Indias, Libro Segundo, Título I, Ley EL
110 Si bien es importante destacar que, en muchas oportunidades, lo que podría denominarse el
derecho consuetudinario indígena fue recomendado y retomado por las autoridades virrei­
nales, en lo que respecta al crimen de la sodomía, en la medida en que la moralidad indígena
era sumamente cuestionable en materia sexual, se conservaron las tradiciones castellanas.
la justicia civil definía a la sodomía com o un delito tem poral, en tanto pecado, la
justicia episcopal entendía que involucraba algún com ponente espiritual, motivo
por el cual constituyó un asunto de fuero com partido. A unque teóricamente la
Iglesia gozaba de jurisdicción sobre el conjunto de la cristiandad - e n lo relativo
a los pecados contra la religión—la intervención de sus tribunales se concentró,
de m anera especial, en sus m iem bros en u n sentido estricto, es decir, los ecle­
siásticos. Esta propensión fue producto de u n largo proceso de desavenencias
entre la justicia ordinaria y la eclesial, originado en las denuncias que la primera
realizaba a la segunda p o r intervenir en pleitos de jurisdicción real o en asuntos
estrictam ente tem porales . 111 E l gobierno de la diócesis estaba a cargo del obispo
quien, a través del P rovisor o Ju e z Eclesiástico, constituía la máxima autoridad
para la adm inistración de justicia en esa jurisdicción. Siguiendo la lógica de
“apelación” de la cultura jurídica del período, las causas fulminadas en este nivel
podían ser apeladas a los T ribunales A rzobispales y, en una instancia suprema, al
m ism o Papado. P ero m ás allá de esta estructura eclesial interna, los tribunales
episcopales estuvieron ín tim am en te vinculados con la justicia ordinaria. Por
ejem plo, dado que la Iglesia n o poseía p o d er tem poral, debía apelar a la cola­
boración del brazo secular p ara la ap reh en sió n de personas, em bargo de bienes
y ejecución de penas m ateriales en todas y cada u n a de las causas seguidas por
sus tribunales.112 E n este contexto, la p ersecución y el castigo de determinados
delitos se convertía en u n espacio difuso y am biguo que daba lugar conflictos
jurisdiccionales y de competencias e n tre la justicia ordinaria y la eclesial. Esta
situación estuvo agravada en los casos de fuero m ixto, dado que no sólo podían
intervenir, de manera simultánea, tanto los jueces civiles com o los eclesiásticos
sino que el reo podía recurrir a unos u otros si estim aba que alguno de ellos
había procedido de manera dudosa. De este m odo, o b ien podía explotar a su
favor las contradicciones existentes entre las diferentes justicias o bien podía
oficiar de “chivo expiatorio” para que los magistrados dirim ieran sus conflictos
personales, institucionales o políticos.
Finalmente, en el caso de los tribunales inquisitoriales, la actitud de los
m agistrados Érente a la sodomía fue, si no vacilante, por lo m enos ambigua. Pro­
b ab lem en te, esa situación fuera el resultado de la posición adm inistrativamente
incóm oda del S anto Oficio americano, ya que si bien, por un lado, se creó bajo
el o rd en am ien to del Consejo de Aragón -en donde, como se señalara, la sodomía
form aba p arte d e sus competencias-, por otra parte, estuvo influenciado por
trad icio n es adm inistrativas de origen castellano.113 En lo que respecta al sistema

111 LevaggL M anual de historia, 'lo m o U, 34,


1 12 L evaggi. 34.
113 L a Inquisición española se organizó bajo dos secretarías: la del C onsejo de Castilla; esta­
b le a d a por una bula papal em itida p o r Sixto IV e n 1478 y la del C onsejo de Aragón, creada
r is c o años después A dm inistrativam ente, la S ecretaría de Castilla gestionaba los asuntos de
lea tribunales d e Canarias, C ó rdoba, C o rte , C uenca, G ranada, L lerena, Murcia, Santiago,
JUSTICIA 57

de apelación, en virtud de la condición de herejes de los que eran procesados por


el Santo Oficio, existían controversias a cerca de la legitimidad de los reos para
suplicar a instancias superiores. No obstante, esas vacilaciones se resolvieron en
la práctica, ya que los tribunales del Santo Oficio se mostraron menos rigurosos
que los tratadistas inquisitoriales a la hora de recoger los reclamos.114 Si bien en
un principio abundaron las apelaciones a la Santa Sede -dado que la Inquisición
era, en última instancia, un tribunal eclesiástico-, progresivamente, la corona fue
intentando poner límites a esos recursos como medio para restringir, a su vez,
la injerencia de Roma sobre los tribunales recién creados. Con ese objetivo, los
monarcas consiguieron una serie de breves y bulas papales en la que se prohibía
la apelación romana salvo en aquellas causas que gozaran del aval regio. De este
modo, el Consejo de la Suprema y General Inquisición, con sede en Madrid, se
tr ansfo rm ó en la única y superior instancia de apelación en las causas incoadas
por el Santo Oficio limeño.

2. De la triple jurisdicción a los límites en la documentación

Pero aun cuando toda esta maquinaria judicial se puso al servicio de la persecu­
ción de la sodomía, los testimonios del pasado basados en procesos judiciales, no
abundan en comparación a los producidos por otras jurisdicciones del mundo
hispánico. A pesar de los serios límites metodológicos para establecer un impacto
cuantitativo de los procesos civiles, episcopales e inquisitoriales en el virreinato
peruano, por la propia naturaleza de la documentación, en el presente aparta­
do se intenta tanto una aproximación al número global de procesos como una
comparativa con los datos procedentes de otras jurisdicciones.
Como se mencionara, un número considerable de procesos proceden del
AGI y del AHN donde se conservan una gran cantidad de documentación que,
periódicamente, los funcionarios virreinales enviaban al Real y Supremo Con­
sejo de Indias y al Consejo de la Suprema y General Inquisición. Respecto a las
causas seguidas por el Santo Oficio limeño -informadas a través de las relaciones
de causa de fe-, entre los años 1570 y 1700, sólo se registraron 12 casos que
involucraron alguna forma de práctica sodomírica. Es cierto que los tribunales
americanos contaron con una gran restricción demográfica en lo jurisdiccional:
la inhabilitación para intervenir sobre la población indígena. Esto va a redundar
en una baja densidad de poblacional que, en el caso de la actuación del Santo

Sevilla, Toledo y Valladolid, mientras que la Secretaría de Aragón trataba los asuntos de los
distritos de Barcelona, Valencia, Zaragoza, Mallorca, Logroño, Cerdeña, Sicilia y, cuando se
establecieron los tribunales de ultramar, los de México, Lima (ambos en 1569) y Cartagena
de Indias (1610). García Cárcel, “La Inquisición en la corona de Aragón”, 151-163.
114 Rene Millar Carvacho, Inquisición y sociedad en el virreinato peruano, (Lima: PUCP/PUCC,
1997), 65.
lífcctKv resdhahi nxxhdar }v*r* su etica* hmcionamientxv De hecho, un tactor
frmd^ucntai en di dinamismo de este tribunal residió en la lectura publica d *
los edictos ai tiempo que la comivcncia aseguro la mutua vigilancia y el desen
cadcnanu'cnto de delaciones.” Rn este sentido, la competencia jurisdiccional
de la Inquisición estuvo restringida a los cristianos viejos y a las denominadas
c a s ta s que, en el contexto peruano, apenas constituían bolsones de población en
un extenso territorio habitados por indígenas. La decisión real de inhabilitar a
la Inquisición sobre la población nativa, se fundamentó en la concepción de que
los indígenas, por su “simplicidad y cortedad de entendim iento”, no estaban en
condiciones de com prender, cabalmente, los dogmas religiosos ni de distinguir­
los de tas herejías . ” 6 Aunque desde su implantación Felipe II los excluyó de las
competencias del Santo Oficio, fue recién en 1575 que, a través de un decreto
real, se estableció que todos los casos de idolatría que no fueran de carácter cri­
minal, sean juzgados por tas autoridades eclesiásticas, en tanto que aquellos que
conllevaran la pena de m uerte -com o los de sodom ía- formen parte de la justicia
civil. Esta decisión respondió, además, a una de las motivaciones principales que
llevaron a la im plantación de la Inquisición en América, a saber, la necesidad de
orden y control sobre los peninsulares que, com o se mencionara, constituían el
ejemplo que los neófitos debían seguir.
Por otra parte, la Inquisición americana tuvo una actitud jurisdiccionalmente
vacilante en la intervención de los casos de sodomía, lo que seguramente también
afectó el impacto cuantitativo en la form ación de causas. Com o se mencionara,
esa ambigüedad se originaba en el hecho de que no estaba bien claro para los
inquisidores peruanos cuál era el alcance de sus competencias en este asunto,
ya que si bien estaban bajo el ordenamiento adm inistrativo de Aragón -donde
la Inquisición monopolizó tas causas p o r sodom ía- no hubo órdenes expresas
para el tratamiento del delito. Esta situación queda de manifiesto en el parecer
que el padre José de Acosta enviara en 1583 a los inquisidores limeños acerca
de cóm o proceder en casos de solicitación de varones.1 15617 El parecer de Acosta
era una respuesta a la actuación de los inquisidores quienes, so pretexto de
conocer en una causa de solicitación, habían intervenido para reparar el delito
de sodomía. La conclusión a la que arribaba Acosta era que en estos casos de
aparente solicitación masculina, los inquisidores no tenían jurisdicción y, por lo
tanto, su procesam iento quedaba en manos de la justicia secular. Esa situación
de confusión abonó aun más la am bigüedad inquisitorial peruana frente a la
sodom ía, máxime, en un contexto donde los inquisidores procuraron expandir
sus com petencias lo más que pudieron. D e hecho, la intervención de Acosta

115 A » íle 7 ab alla B fiio o cch ti. “Inquisición y sociedad enel Perú Virreinal" Rn; Tjí construcción
ár Í0t$k.m en Im A nda, F em ando Armas Asín (comp.), 107-142, (Lima: PUCP 1999), 124.
116 Xich*.Ȓas G n rtk h i, cruz y la serpiente, (Lima: PUCP, 1998), 50.
11? Sobre d pecado de solicitación v er nota 18 del C apítulo 1.
II M U IA

debe interpretarse como un Iroño a las aspiraciones jurisdiccionales del Santo


Oficio. Por otea parte, como se analizará en el siguiente capítulo, la creciente
asimilación del fenómeno de la sodomía con la herejía en términos teológicos y
prácticos, tendió a generar situaciones poco clara en la praxis inquisitorial de los
jueces quienes pudieron interpretar a la sodomía como una competencia lógica
y natural de sus funciones.
Con todo, si se compara los datos peruanos con los procesos seguidos por
sodomía en los tribunales inquisitoriales de Zaragoza y Valencia entre los años
1571 y 1600, los casos zaragozanos ascienden a 44, en tanto que los valencianos
a 107 y los peruanos tan sólo a 8,I1HPero si se toma todo el período que va desde
1540 a 1700, los procesos seguidos por los tribunales de Zaragoza alcanzaron
los 791 casos, mientras que los de Valencia, aunque inferiores, treparon a los
379. Por su parte, los procesos relativos a los tribunales limeños representaron
-entre 1569 y 1700- apenas, 12 casos como se mencionara. Si bien esta escasa
proporción de casos podría responder a la falta de conservación de los docu­
mentos inquisitoriales virreinales, un ejercicio comparativo al interior del mismo
tribunal, también deja colegir que la sodomía fue débilmente perseguida, incluso,
en el marco de los delitos sexuales.11819Tomando como base las Relaciones de Causa
de Fe y las Cartas del Tribunal de la Inquisición de Lima del Virreinato del Perú,
entre 1570 y 1614, los casos por sodomía ascendieron a 10, en tanto que los de
bigamia y los de solicitación constituyeron 100 y 66 casos, respectivamente.120Si
se toma el conjunto de las causas durante el mismo período, la sodomía apenas
representó el 1,29%, en tanto que la solicitación constituyó el 8,6% y la biga­
mia el 13% del total de 770 causas.121 Esa baja actividad en la persecución de la
sodomía así como la escasa formación de causas fue el resultado de esa situación
jurisdiccionalmente ambigua que tuvieron los tribunales americanos.

118 Los datos de los procesos seguidos en Zaragoza y Valencia fueron extraídos de las obras
de Miguel Angel Motis Dolader y de Rafael Carrasco, respectivamente, en tanto que ios
relativos al Virreinato de Perú corresponden a las Relaciones de Causa de Fe del Archivo
Histórico Nacional de Madrid (AHN), Libros 1037 a 1036. Miguel Ángel Motis Dolader,
“Imago dei deturptur. el pecado “nefando” o “contra natura” en de Arzobispado de Zaragoza
(siglos XV-XVI). En Hispania Sacra, Vol. LH, N ° 105, (2000): 343-365, referencia p. 355 y
Rafael Carrasco, Inquisicióny represión sexual en Valencia. Historia de lossodomitas (1565-1185),
(Barcelona, 1986), 69.
119 De los docum entos generados por la Inquisición peruana, sólo se conservan las llamadas
“relaciones de causa de fe” en el AHN. Sobre las diversas circunstancias que llevaron a la
destrucción o dispersión de la documentación ver Rene Millar Carvacho, “El archivo del
Santo Oficio de Lim a y la documentación inquisitorial existente en Chile", Revista de ¡a
Inquisición, 6, (1997): 101-116.
120 Los procesos p or sodom ía contenidos en las “Relaciones” son 15 para los siglos XVI y XVII.
121 La cantidad total de relaciones de causa de fe entre 1570 y 1614 y la proporción de casos por
bigamia y p or solicitación fueron extraídas de M illar Carvacho, Rene M illar Carvacho, “I i
inquisición de Lima y el delito de solicitación". En: La Inquisición en Hispanoamérica, Abelardo
Levaggi (comp.), 105-208, (Buenos Aires: Ediciones Ciudad Argentina, 1997), 158-159.
otsaas

Donde no taigán ambigüedades para la persecución de la sodomía fue en


los tribunales seculares. La mayoría de los procesos criminales recogidos en la
investigación proceden de las apelaciones remitidas al Consejo de Indias. De los
bandos consultados -Contratación, Justicia, Escribanía, Gobierno de Charcas,
O™® y Lima- se desprenden casi una treintena de procesos seguidos entre los
arios 1551 y 1698 que representan los años extremos. Si bien este nivel de la
administración de justicia proporciona una visión global de las causas incoadas
en todo el virreinato, también es cierto que sólo una pequeña proporción pu­
dieron llegar a esta instancia debido a los costos. Como se mencionara, para
contrabalancear ese sesgo documental también se apeló a los procesos seguidos
y concluidos —o no—localmente. Entre los repositorios visitados, se privilegiaron
los referentes a las jurisdicciones de la Audiencia de Charcas, el Cabildo de Potosí
y los Corregimientos de La Paz y de Arequipa, en suma, a la región surandina
del virreinato. Asimismo, se apeló a los procesos seguidos por la Audiencia de
Lima, en tanto audiencia real y, fundamentalmente, en tanto audiencia virrei­
nal con jurisdicción sobre todo el territorio.122 Los resultados obtenidos de la
exploración archivística arrojaron 4 procesos en el ABNB, correspondientes a
la Audiencia de Charcas, un proceso en el AHP y ningún proceso en el ALP ni
para ADA En lo que respecta al AGN de Perú, no se registraron apelaciones a la
instancia virreinal, hallándose sólo un proceso relativo a Arequipa.
Si se compara c o n ju n ta m e n te el n ú m e ro de procesos peruanos con los
llevados a cabo en otras jurisdicciones peninsulares sobre las que se dispone de
información, también se observa un bajo im p acto cuantitativo. En la región de
Andalucía, los Tribunales Supremos de Sevilla y G ranada y el Tribunal de la Casa
de la Contratación intervinieron en 175 casos e n tre 1560 y 1579.123
Pero si los procesos iniciados por la justicia ordinaria fueron limitados, los
seguidos por los tribunales eclesiásticos fueron casi inexistentes, según se deduce
de los repositorios consultados. Tanto en el AAL, el ABAS -que conservan las can­
sas seguidas en las arquidiócesis de Los Reyes y Charcas, respectivamente—como
en el AAA de Arequipa y en el Archivo de la Curia Arzobispal de La Paz que se
corresponden con los obispados de esas ciudades, no se registró ningún caso de
sodomía ni contra personas eclesiásticas ni contra personas legas. La única mención
al pecado y delito de sodomía, se halló en la jurisdicción de Charcas aunque de
m anera indirecta y vinculada al reclamo de una restitución de bienes que la justicia

122 La Audiencia Virreinal de Lima tenía la potestad para oficiar com o instancia de apelación
por encima de las audiencias reales.
12} Garza Carvajal, Quemando M ariposas. Sodomía e imperio en Andalucía y México, siglos XVI-
xy¡l, (Barcelona: Lacrtca, 2002), 118. Lamentablemente, no contamos con investigaciones
semejantes para otras jurisdicciones americanas que nos permitan colegir si la baja actividad
judicial fue un fenómeno generalizado en las colonial o estuvo restringido al Virreinato del
Pañi El trabajo de Garza Carvajal relativo a Nueva España se basa, únicamente, en la famosa
redada que tuviera lugar en la Ciudad de México entre 1657 y 1658.
civil había confiscado a un prelado indiciado como sodomita.1:4 Aun cuando no se
cuenta con abundante información relativa a la actuación de la justicia eclesiástica
en los casos de sodomía, lo que dificulta el análisis comparativo, parece existir una
tendencia hacia la baja intervención. Por ejemplo, la información proporcionada
por el Arzobispado de Zaragoza registra un número de 13 procesos entre los años
1541 y 1600.1-5Si se compara ese número con los proporcionados por la actuación
inquisitorial durante esos mismos años en la misma jurisdicción, se confirma la
tendencia, ya que el Santo Oficio instruyó en 100 procesos por sodomía, es decir,
en el 85.5% de la totalidad de los casos zaragozanos.
¿Pero a qué se debió la magra actuación de la justicia virreinal y, por ende,
la escasa disponibilidad de docum entación judicial para analizar el fenómeno de
la sodomía? ¿Se trata de las dificultades intrínsecas al estudio de cualquier fenó­
meno asociado con la vida privada? ¿Puede interpretarse, acaso, como un reflejo
de la ausencia del fenómeno durante el período estudiado? Sin desestimar estas
cuestiones, en las secciones siguientes se sugieren una serie de problemas aso­
ciadas con la propia adm inistración de la justicia virreinal -com o las tradiciones
institucionales castellanas, el corporatávismo, la existencia de fueros y las luchas
jurisdiccionales—que pudieron afectar el proceso de formación y conservación
de causas judiciales.

2.1. Las tradiciones institucionales

Si bien los problemas suscitados en los territorios americanos supusieron la


elaboración de respuestas nuevas y creativas, gran parte de su andamiaje jurí­
dico y burocrático procedió de los reinos castellanos. En lo que respecta a la
organización del sistema judicial, esa tendencia puede observarse en el hecho
de que durante los primeros tiempos de la colonización las disposiciones caste­
llanas oficiaron como corpus jurídico para el ejercicio de la justicia en los nuevos
territorios. Esta orientación se mantuvo, incluso, cuando se sistematizó toda
la serie de reglamentaciones indianas, ya que, como se mencionara, se reco­
mendaba que en los asuntos en que no existieran disposiciones, “se guarden las
de Castilla” como aconteció con la sodomía.116 Este estrecho vínculo entre los
reinos de ambos lado del Atlántico o, dicho de otro modo, la jurisdicción de
Castilla sobre América, daba cuenta de la fuerza del concepto patrimonial de la
monarquía hispánica.117 Si bien la “empresa americana” debería haber sido un
asunto del conjunto de la monarquía -incluida Aragón-, en la práctica, se trató124567

124 ABAS, Tribunal eclesiástico, Legajo 1 (1593-1659), La Plata, 1630. Información sobre una
provisión presentada p o r el Dr. G aspar González de Sosa para que se ejecute el levantamiento
del embargo por la causa seguida en su contra por el pecado nefando.
125 Motis Dolader, “Imago dei deturptur”, 355.
126 Ver nota 37.
127 Elliot, La España Imperial, 78-79.
62 CUANDO AMAR ERA PECADO

prim o rd ialm ente de un problema castellano.128En ese co n tex to , p u ed e interpre­


tarse que la baja intensidad en la persecución de la so d o m ía en el P erú estuvo
asociada con una práctica arraigada en los tribunales castellanos. P o r ejemplo,
entre los años 1428 y 1626, la Chancillería de Valladolid in stru y ó apenas 12 ca­
sos, muy por debajo de los procesos peruanos relevados e n tre 1550 y 1700, más
aún si se prorratea por la cantidad de a ñ o s . 129 A sim ism o, el In v en ta rio General
de Causas Criminales de la Sala de Alcaldes de Casa y C o r te -ú ltim a instancia
judicial castellana—registró un número de apenas 35 so d o m itas procesados
durante los años 1580-1630, lo que equivalía a un 1,5% de los encausados por
transgresiones a la moral y un porcentaje inconmensurable e n el concierto del
conjunto de las causas criminales.130
En este sentido, es probable que el cuerpo de magistrados q u e tuvieron a su
cargo la administración de justicia en los territorios americanos, e n su mayoría
de origen castellano, hayan seguido esa tradición. Después de todo, se form aron
bajo ese paradigma y, en muchos casos, habían iniciado y desarrollado sus carreras
en aquella jurisdicción. Incluso, los datos procedentes de Nueva España -que
registran 125 casos entre los años 1657 y 1658—no contradecirían esta tenden­
cia, ya que la masividad de la persecución respondió a una coyuntura específica
cuya continuidad no se o b se rv a ni antes ni después de la afamada “red ad a ” . 131*Lo
mismo puede decirse en relación a la práctica inquisitorial. La ambigüedad que
caracterizó a los tribunales peruanos fue, como se mencionara, el resultado de la
dependencia administrativa a un consejo -e l de Aragón—pero cuyos inquisido­
res estaban más influenciados por las tradiciones inquisitoriales procedentes de
Castilla, donde la sodomía no formaba parte de sus competencias. De hecho, los
nombramientos de los funcionarios del Santo Oficio dependían de la autoridad
real castellana.1,2 Por otra parte, como señala William Monter, el hecho de que
los tribunales inquisitoriales americanos funcionaran en colonias castellanas, hizo
que b Inquisición de Aragón les prestara muy escasa atención y casi no tuviera
injerencias sobre ellos.133

129 E sta te n d e n c ia te su ste n ta b a además, en el breve Inter cartera (14 9 3 ) p o r el cual el papa
Alejandro VI d o n a b a a lo s Reyes Católicos y a sus sucesores d e Castilla y de L eó n los terri­
torios d escu b ierto s, lo que reforzó, aún más, la tendencia p a trim o n ia lista . E llio t, 79.
129 Gana C arvajal, 190.
1 )0 Enrique V'tllalba Pérez, ¿Pecadoras o delincuentes': delito y género en la C orte (1380-1630),
(Madnd: Calambur, 2004), 251.
121 L os aacaaoa acontecidos en Nueva España fueron el resultado de la actuación “de oficio”
d e k * fu n cio n ar* * coloniales quienes, a partir de una serie de ru m o re s y d e posteriores
tem ficaaouca, emprendieran una verdadera “caza de b ru ja s” durante d o s años. Ver Gana
Carvajal y Serpa (iruuniki, “Las cenizas del deseo. H o m o se x u ales n o v o h isp a n o s a mediados
fot apto XVI!” En; He la umtidad a la pervtrutm o de por qué no te cumplía la ley de Dios en la
amulad amatapuN, Sergio Onega (ed.), 2 5 5-283,(M éxico: G rija lb o , 1986), 255-283.
1)2 Sobre las dr*«nas circunstancia* que impulsaron la intervención de LaInquisición aragonesa
en los asuntos de sodomía, ver Bcnnaasar, Inquisición española, 301-302.
I ) ) W illiam M o n ter, l a otro fay aim rm . 49.
63

2.2 E n d efensa d e las co rp o rac io n es

En segundo lugar, puede mencionarse el corporatívismo como otro de los limi­


tantes a la formación de causas, en la medida en que los principios corporativos
que organizaron a las sociedades de Antiguo Régimen, tendieron a expresarse,
en el plano jurídico, en la instauración de fueros especiales que, en muchos ca­
sos, sirvieron de refugio a quienes gozaban de ese privilegio. Entre ellos, puede
mencionarse el fuero eclesiástico que, en cierta medida, imponía serios límites a
la intervención de los jueces ordinarios, dado que eran los obispos quienes tenían
la potestad para versar en todas las causas civiles y criminales que involucrara
a los clérigos de su diócesis. N o obstante, los clérigos podían ser desaforados
cuando los delitos que se les sindicaba constituían materias privativas de la co­
rona o cuando sus com portam ientos eran entendidos como “perjudiciales” para
los súbditos. P o r ejemplo, en los casos de eclesiásticos acusados por sodomía, se
erigía que luego de que se los degradara fueran entregados al brazo secular sino
para su juzgamiento, al m enos, para su castigo .154 N o obstante, no conocemos
en qué medida el fuero eclesiástico respetó esas disposiciones aunque un par
de procesos seguidos en la jurisdicción de la Audiencia de La Plata —los cuales
serán analizados más adelante—sugieren que la apelación a los fueros fue una
herramienta efectiva, al m enos para algunos eclesiásticos sodomitas, a la hora
de eludir la justicia secular. U na situación similar pudo haber acontecido en el
marco de la justicia inquisitorial, ya que sus m inistros y funcionarios también
gozaron de fueros especiales. E n este caso, el fuero inquisitorial significó un
límite a la actuación de la justicia civil p ero tam bién de la justicia episcopal. Por
ejemplo, aun cuando form alm ente los obispos podían reclamar jurisdicción
sobre los funcionarios del Santo O ficio —después de todo, muchos de ellos eran
personas eclesiásticas-, lo cierto es que se generaron situaciones ambiguas y
contradictorias que enfrentaron a los prelados con los inquisidores. A fin de
mitigar esos conflictos jurisdiccionales, la C oncordia de 1610 estableció que los
tribunales episcopales conservaran la jurisdicción sobre las personas eclesiásti­
cas en todos los asuntos judiciales, excepto, en aquellos casos vinculados con su
ejercicio inquisitorial . 155 E n la m ism a línea, en 1612, la Suprema instruyó para
que fueran asunto episcopal los casos vinculados con el ejercicio eclesiástico
de oficiales n o asalariados, en tan to que reservó a la Inquisición la jurisdicción
sobre los oficiales ordinarios involucrados en diferentes delitos .156 Asimismo,
la justicia civil dem andaba el derecho de intervención en aquellos delitos que
formaban parte de su com petencia y que involucraban a miembros del Santo
Oficio. El nivel de conflictividad entre m agistrados reales e inquisitoriales obligó 13456

134 Levaggi, 31.


135 Millar Carvacho, Inquisición y sociedad, 180.
136 Millar Carvacho, 180
64 CUANDO AMAR ERA PECADO

a q u e la corona em itiera dos cédulas reales, u n a e n 1 5 6 9 y o tra e n 1 5 7 0 , donde


se establecía que los fa m ilia res g o zaran d e fu ero s sólo e n las causas crim inales
en las q u e eran dem andados, au n q u e ex cep tu ab a aquellas cuya gravedad exigía
la in terv en ción d e la justicia re a l . 137 T al e ra el caso d e la so d o m ía p ero tam bién
de la lesa m ajestad, el c rim e n d e le v an ta m ie n to o c o n m o c ió n del pu eb lo , el que­
b ran ta m ie n to d e cartas de se g u ro del rey, la in o b e d ie n c ia d e los m andam ientos
reales, el fo rzam ien to d e m ujer, e tc . 138
N o o b sta n te , a p esar d e to d a esta serie d e d isp o sicio n es p ara p recisar el al­
cance de los fueros, p a re c e q u e e n la p rá c tic a n o s u rtie ro n los efecto s esperados,
p ro lo n g an d o los co n flicto s ju risd ic cio n ale s e n tre lo s d ife re n te s tribunales. De
este m o d o , la existencia ta n to d e fu ero s eclesiástico s c o m o in q u isito riales pudo
h ab e r c o n trib u id o a la p rese rv a ció n , e n u n s e n tid o p a rtic u la r e inm ediato, de
la in te g rid ad d e sus m ie m b ro s, m ie n tra s q u e, e n u n s e n tid o m ás general, pudo
re p re s e n ta r u n a e s tra te g ia p a ra d e f e n d e r la h o n o r a b ilid a d d e la institución
co m o tal. E n este m a rc o p u e d e in te r p re ta r s e la b aja a c tu a c ió n d e los tribunales
eclesiásticos e n los a su n to s d e so d o m ía , e s p e c ia lm e n te , cu a n d o involucraba a
sus p ro p io s m ie m b ro s.

2.3. Luchas y conflictos jurisdiccionales

L a c u ltu ra ju ríd ic a d u r a n te el p e río d o an a liz ad o , b asad a ta n to e n ordenam iento


ju ríd ico p lu ralista c o m o e n la p re m in e n c ia d e lo s fu e ro s, co n stitu y ó u n terreno
p ro p ic io p ara la p ro life ra c ió n d e c o n flic to s d e ju risd ic c ió n . L as contradicciones
se ex acerb ab an e n aq u e llo s caso s d e m ix ti fa ri, e n la m e d id a e n q u e u n a o mas
in stan cias ju d iciales p o d ía n in te r v e n ir o re c la m a r su d e re c h o d e intervención
en u n m ism o a s u n to , c o m o a c o n te c ió c o n la so d o m ía . 139 P e ro e n el caso de los

137 U * fa m ilia res de la inquisición eran auxiliares laicos que, movidos por el celo religioso, ofi­
ciaban de acom pañantes de lo s inquisidores, realizaban detenciones, custodiaban a los reos,
participaban de los autos de fe, etc. sin percibir salario alguno. Antonio Domínguez Ortiz,
“D » ‘familiares’ del tribunal de la Inq u isición de Sevilla”. En: Judaismo hispano: estudios en
m o n o n a dejóse L u is Lacave R im o , E lena R om ero Castelló (coord.), 7 7 9 -7 8 9 , (Madrid: CSIC,
2005).
1 3B Rene Millar Carvacho, inquisición y sociedad, 188-189; Consuelo Maqueda Abreu, Estado,
¡¿Una e inquisición en indias. Un permanente conflicto, (M adrid: Centro de Estudios Políticos
y (iomttfucM malea, 2000 ), 10 2 .
i En este sentido, vario» tribunales in quisitoriales aragoneses se enfrentaron con las instan­
cia» ordinarias y episcopales que, hasta el m o m en to , ten ían a su cargo, n o sin conflictos, la
persecución de la sodom ía. L os sigu ien tes p rocesos del AHN ilustran esas desavenencias:
INqu'IKK ION.1591, KXP. 3, “P leito de com p eten cias entre el TH bunal de la Inquisición de
Han clona y la Real Audiencia de Cataluña”; INQUISICIÓN, 17 50, EXP. 1, “Pleito de com­
petencia» entre el Inbunal de la Inquisición y la Justicia Real”, IN Q U ISIC IÓ N ,1 5 9 1, EXP.
IR. de com petencia entre el Tribunal de la Inquisición de Barcelona y Fadrique de Cabrera,
fobeinadur de W j» v u cu n d td u i de Baa y Cabrera”, INQUISICIÓN, 2 0 5 8 , EXP. 7, “Pleito de
cimiprumcia entre el ( a h í d o y el Tribunal de la Inquisición de Sevilla”, INQUISICIÓN,1751,
JUSTICIA 65

tribunales inquisitoriales am ericanos, su instauración implicó, además de un


escenario jurisdiccional m ás com plejo, una redefinición del intrincado equilibro
político alcanzo hasta entonces en tre las diversas instancias de poder. En este
sentido, las autoridades eclesiásticas se m ostraron muy renuentes a la actividad
del Santo Oficio. E n cierta m edida, esa mala predisposición estaba vinculada
al hecho de que los nuevos tribunales venían a “conocer” en asuntos que, hasta
entonces, eran patrim onio de los tribunales episcopales. P or ejemplo, en ocasión
de realizarse el A uto de F e del 29 de octubre de 1581, el arzobispo de la ciudad
de Lim a desairó abiertam ente al Inquisidor G eneral, desestimando su invitación
y ausentándose de la ciudad sin m otivos aparentes. Tam poco asistió al evento el
arzobispo de L a P lata quien, a la sazón, estaba de visita en la capital virreinal.
Los inquisidores sup iero n in te rp re ta r ese com portam iento “antiprotocolar”
de los eclesiásticos com o p arte de u n a lucha de poderes, en la medida que “no
parece que tien en estos perlados (sic) afficion a las cosas de la inquisición ” .140
E n este contexto, los funcionarios del Santo O ficio entendieron que una de las
estrategias para hacer efectivo sus intereses iniciales consistía en “negociar” con
las autoridades ya establecidas. E n u n a carta dirigida a la Suprema (c. 1575), los
inquisidores expresaban sus intenciones y las concesiones que debieron realizar
para el ejercicio eficaz de sus funciones:

Siempre hemos procurado tener buena correspondencia con los prelados de esta
tierra y por conservar su amistad pasado por algunas cosas que en la Inquisición no
se acostumbran para que el asiento de este Santo Oficio en esta tierra que Vuestra
Merced nos encomendó fuese rescebido con mas aceptación de todos.141

N o obstante, esas estrategias n o in h ib ie ro n y, m uchos m enos, elim inaron


las fuentes de conflictividad jurisdiccional. Incluso, aun cuando se procurara el
“consenso” sobre la “im p o sició n ”, las p reten sio n es de control de las diferentes
instancias judiciales n o cesaron. E sto p u ed e observarse durante la elección del
Com isario In q u isid o r del ob isp ad o d e P opayán. Si bien la Inquisición accedió
a aceptar al can d id ato p ro p u e sto p o r el obispo, fue im placable con la autoridad
episcopal en aquellos asu n to s q u e co n sid erab a de su com petencia. E n esa tarea,
G onzalo de T orres, el flam an te co m isario en funciones, no dudó en exigirle
a su antiguo p ro te c to r u n a serie de juicios que estaban en m anos del tribunal
eclesiástico p ero q u e e ra n a trib u cio n e s del S anto O ficio. P o r su parte, el obispo
alegó la p érd id a accid en tal d e los procesos, aun cuando era “público y n o torio”
que el p relado los había esco n d id o “p o rq u e to can a sus amigos, herm anos y

EXP. 6, “Pleito de competencias entre el Tribunal de la Inquisición de Sicilia y laJurisdicción


ordinaria”, INQUISICIÓN, 1830, EXP. 18, “Pleito de competencias entre el Tribunal de la
Inquisición de Canarias y la jurisdicción eclesiástica”.
140 AHN, Inquisición 1034, £.252.
141 AíIN, Inquisición 1034, f.247v.
66 CUANDO AMAR ERA PECADO

h o m b res que an p ro cu rad o se q u em en los procesos y se en tien d e que algunos


se a h e c h o ” , 142 P ero no sólo las au to rid ad es eclesiásticas pon ían frenos al ejer­
cicio de la justicia de o tro s trib u n ales. E n la diócesis de N u ev a G ranada, por
en to n ces sufragánea de L im a, los jueces in q u isid o res solicitaro n al obispo de
esa jurisdicción una serie de causas incoadas p o r la justicia eclesiástica que in­
v olucraban a funcionarios reales y q u e co n sid erab a n to can tes a la Inquisición.
L a reacció n in m e d ia ta de la A u diencia co n sistió e n u n h o stig am ien to al obispo
p ara q u e n o revelara las causas al S an to O ficio. S eg ú n los inquisidores, la acu­
cian te p reo c u p ació n d e los o id o res estrib ab a , e n tre o tras cosas, en el hecho de
que alg u n os fu n cio n a rio s ap a recían in d ic ia d o s co m o sod o m itas, hipótesis que
m ás ta rd e se c o m p ro b a ría c u a n d o a alg u n o s d e ellos les “co rta ro n la cabera por
sus d elicto s ” . 143 E s to p o n e d e m a n ifie sto c o m o el o c u lta m ie n to y /o destrucción
d e causas p o m a serio s lím ite s al ejercic io d e la justicia, e n especial, cuando se
d irim ían conflictos in stitu c io n ale s. E l co m p o rta m ie n to faccioso de las diferentes
in stan cias d e a u to rid a d c o n p o te sta d ju d ic ia l c o n s titu y ó u n o de los rasgos más
so b resa lie n tes d e la c u ltu ra ju ríd ic a m o d e rn a , e n la m e d id a que cada una de
ellas p o d ía a p e la r a d ife re n te s estra te g ia s, a fin de lim ita r la in tervención de las
o tras. E n el caso d e la so d o m ía , es p ro b a b le q u e el u so d e esas prácticas estuviera
aso ciad o , ad em ás, a la g ra v e d a d d e l d e lito y a las co n secu en cias inm ediatas que
su c o m p ro b a c ió n p o d ía a c a rre a r: la m u e rte . E s ta p re o c u p a c ió n fue más vivida
e n aq u e llo s casos q u e in v o lu c ra b a a in d iv id u o s c o n d e re c h o s forales -com o los
eclesiástico s o lo s fu n c io n a rio s d e la In q u is ic ió n —o a p erso n alid ad es destacadas
d e la so c ied a d c o lo n ia l. A llí, se p o n ía e n m o v im ie n to las d iferen tes maquinarias
jud iciales, c o n sus fu e ro s y ju risd ic c io n e s, a fin d e salv ag u ard ar la honra de
in d iv id u o s aso cia d o s c o n a lg u n a d e las in sta n c ia s d e p o d e r o p ara proteger la
in te g rid a d d e las in s titu c io n e s c o m o c u e r p o . 144
L ejo s d e lo q u e p o d ría e sp e ra rse , la tr ip le ju risd ic c ió n so b re la sodomía no
re d u n d ó e n la p ro life ra c ió n d e causas, p o r el c o n tra rio , la lu c h a jurisdiccional
im puso serios lim ites a la in stru c c ió n d e p ro ce so s p o r ese m otivo. D e este modo, la
a d m in istra c ió n d e la ju sticia d ev ien e , e n fu n c ió n d e su n a tu ra le z a y de sus lógicas
de fu n cio n a m ie n to , e n u n a m a te ria in e lu d ib le p a ra la reflexió n m etodológica que,
e n g ran m ed id a, d e te rm in a el p ro c e so d e p ro d u c c ió n d el co n o c im ien to histórico.

142 AHN, Inquisición 1034, £ 2 4 8 .


143 AHN, Inquisición 1034, f.248v.
144 U n caso notable es el acon tecid o en la jurisdicción de Valencia. Allí la Orden de la Merced
sugirió a la Inquisición que “atendiendo a conservar el crédito de la orden convenía persua­
dir al acusador que n o delatase” a Fray José Nolasco Rison quien no sólo era convicto sino
reincidentc. C o m o sostienen Francisco Tom ás y Valiente se anteponía el buen nombre de la
orden religiosa al interés teológicam en te suprem o de vengar un crimen contra Dios. Tomás
y Valiente, “El crim en contra natura”, 53. Ver tam bién Rafael Carrasco, Carrasco, Rafael.
“ Herejía y Sexualidad en el Siglo de O ro ”, Los cuadernos del Norte, 6 (34), (1985), 62-72,
referencia p. 64.
JUSTICIA 6

3. E ntre la “doble v a r a ” y la justicia del privilegio

Uno de los aspectos más significativos del carpas jurídico relativo a la persecu­
ción de la sodomía fue lo que podría identificarse con una suerte de pretensión
“universalista” en cuanto al tratam iento de los inculpados. Según rezaba la
pragmática de los Reyes Católicos de 1493:

“qualquier persona de qualquier estado, condición, preeminencia, o dignidad que


sean, que cometiere el delito nefando contra naturam (...) que sea quemado en las
llamas del fuego, en el lugar, i por la justicia a quien pertenesciere el conoscimiento,
i punición del tal delito”.145

Incluso, la gravedad y el carácter nefando de la sodomía posibilitaban la pér­


dida del status nobiliario de todo aquel noble que fuera hallado culpable, con la
concomitante aplicación de castigos físicos y torm entos de los que la nobleza se
encontraba exenta. Sin embargo, más allá de la letra, esa aspiración universalista
encontraba serios límites en una sociedad que hacia de la desigualdad un modo
de ordenamiento. E n muchas oportunidades, los magistrados que intervinieron
en las causas procedieron contra los inculpados en virtud de la calidad y el estado
que estos ostentaban, poniendo de manifiesto los prejuicios sociales y étnicos de
los que se nutría su práctica judicial pero también la administración de justicia en
su conjunto. Por otra parte, la intervención y manipulación que ciertas ficcio­
nes políticas o individuos encumbrados hicieron sobre el correcto seguimiento
de las causas, también com portó un ejercicio parcial de la justicia que, de este
modo, ponía de manifiesto el vínculo entre su administración y los grupos de
poder. Pero si bien estas conductas tendientes a favorecer o proteger a ciertos
individuos comportaban cierto carácter exógeno al sistema judicial, también
existieron mecanismos formales, como la apelación a los fueros, que persiguieron
objetivos semejantes aunque en el marco del sistema. En las siguientes secciones
analizaremos diferentes casos en los que se acudió a estas diferentes estrategias
a fin de eludir o morigerar las penas correspondientes.

3.1. La doble vara

La sociedad colonial peruana ofreció un espacio de fluidez social hasta entonces


desconocido. Esa fluidez estuvo determinada tanto por las oportunidades de
promoción social que el proceso de conquista y colonización otorgó a individuos
de dudosa procedencia como por el creciente proceso de mestizaje cultural y
biológico que favoreció la conformación de identidades móviles y la oportunidad

14S N ovísim a recopilación de leyes de E spaña . M adrid, 1805. Libro XII, Título XXX.
c a \ » <v VK I R V p t \ ' \ u v >

k ..zupcnc- c tn K w K« ese escenario» raía» e tn icid ad , procedencia


>\vioccx>m>w«ca v cultural fo ero n algunas de las
virubics qnc se conjugaron p ara definir la p o sic ió n de lo s in d ividuos en la so­
ciedad txdomai. Afanaos hombres y m u je re s virreinales lo g ra ro n explotar, según
k» contextos» las ventajas que cada una de esas variables ofrecía au n q u e siempre
two c o n d ic io n e s bien precisas y determinadas. No obstante, co n fo rm e se con­
solidaba el orden colonial, la m o v ilid ad “vertical’*y “é tn ic a ” te n d ió a disminuir,
fosilizándose las p o sic io n e s de aquellos individuos ahora d ev en id o s en grupo
d o m in a n te . Este complejo mapa de relaciones sociales sirvió d e m arco para el
desarrollo de las experiencias sexuales de los sodomitas v irre in a les -la s cuales
serán analizadas en el capítulo siguiente- pero también para el funcionam iento
de la administración de justicia.
Como se mencionara, la mayoría de los procesos criminales seguidos por
sodomía revelan una actuación p arc ial de los magistrados en virtud de la “calidad”
del acusado. Vamos a encontrar una justicia menos benévola y complaciente -es­
pecialmente en el fuero secular- a medida en que el indiciado como sodomita se
alejaba social y étnicamente del grupo dominante. Esto afectó, particularmente,
a negros, mulatos y mestizos -aun cuando fueran un grupo minoritario en un
concierto de sodomitas dominado por varones peninsulares- así como a indivi­
duos que aunque de origen peninsular pertenecían a los estamentos mas bajos
de la sociedad colonial. Por el contrario, peninsulares acomodados y figuras
relevantes de la vida política colonial gozaron de mayores ventajas si no para
expiar completamente sus culpas, por lo menos, para hacer menos deshonrosa
su condenación. Veamos algunos ejemplos.
En 1578, el Doctor Barros de San Millan, por entonces, oidor de la Real
Audiencia de La Plata, debió enfrentar un primer juicio por sodomía iniciado
por su colega y rival Juan de Matienzo. La acusación se fundamentaba en los
d ic h o s del alcalde mayor de minas de Potosí, Juan de Bengoechea, quien había
ac u sa d o a) Doctor Barros por “los defectos en el cumplimiento de su em p leo ” .146
E s im p o r ta n te remarcar que la denuncia “por sodomía” se insertaba en una
ac u sació n mis amplia que sindicaba al Doctor Barros como enemigo y opositor
d e la p o lítica q u e el virrey Francisco de Toledo llevada adelante en lo tocante a
los d e re c h o s d e los llamados señores naturales.147 Sin embargo, en medio de las
inform ac io n es del caso, falleció su principal impulsor, el oidorjuan de Matienzo,
d e m a n era q u e los ju e ce s d e la causa, conocedores del enfrentamiento que traían
ambos o id o re s, d e c id ie ro n remitir el “negocio” al mismísimo virrey. Toledo,
en una c a rta d irig id a al re y e n abril d e 1580, manifestaba que “no e querido

146 Escribanía M4A.


Barros de San MiJIán: D efensor de loa ‘señores naturales* de los
(Urna: r j0 h n V- M urr*'
JUSTICIA 69

hasta agora proueer nada hasta que vuestra magestad lo mande d e te r m in a r ” .14S
Sorpresivamente* el parecer del rey, a través del Consejo de Indias, era muy di­
ferente al que sostenían los agentes coloniales en Charcas. N o sólo desestimaba
la acusación por sodomía sino que hacia 1585 lo promovía a Presidente de la
Audiencia de Q uito. C on esta decisión, anclada en el consejo, el rey pretendía
mitigar, socialmente, los estigmas de la acusación y ofrecerle al D octor Barros
un nuevo contexto donde desem peñar sus funciones libre de las sospechas de
sodomía. N o obstante, en 1590 y ya com o flam ante presidente de la Audiencia
de Quito, el D octor Barros debió trasladarse a la Real Audiencia de Lim a para
enfrentar un segundo proceso p o r sodomía. E n esta oportunidad, no sólo se lo
sindicaba de haber tenido acceso cam al con Andrés Cupín y Pedro, dos antiguos
esclavos, sino tam bién de haber favorecido varias causas seguidas p o r sodomía
en el tiempo en que se desem peñaba com o oidor en L a Plata. N o se sabe qué
tipo de protección gozaba en la Real A udiencia de Lim a, com o otrora la había
gozado en el Consejo de Indias, p ero lo cierto es que esos contactos le perm i­
tieron escapar, po r segunda vez, del fuego redentor. C upín, p o r su parte, fue
hallado culpable de haber com etido el delito de sodom ía con otros negros en la
Cárcel de la ciudad de Los Reyes. T ras largas sesiones de tortura, finalmente,
murió relajado por el brazo secular, n o sin antes retirar la acusación que había
lanzado contra su antiguo amo.
Otro caso afamado fue el protagonizado por el canónigo de La Plata, el
Doctor Gaspar González de Sosa quien, al igual que el Doctor Barros, tuvo
que enfrentar en dos oportunidades -u n a en 1595 y otra en 1608- la nefanda
acusación. Si bien a lo largo de ambos procesos el canónigo fue hallado culpa­
ble del crimen de sodomía —los testimonios, indicios y pruebas eran por demás
elocuentes- la justicia eclesiástica aplicó, en esa primera oportunidad, una pena
ordinaria, “recomendándole” que cuidara su comportamiento en virtud del estado
que ostentaba. Por el contrario, sus principales “cómplices”, el boticario Juan
González y el barchilón Alonso López del Valle, fueron remitidos a la justicia
civil que los condenó a la pena capital en la forma legalmente establecida.148149 N o
obstante las amonestaciones realizadas por el Cabildo Eclesiástico, años más
tarde, el canónigo debió comparecer nuevamente ante la justicia eclesiástica, en
esta oportunidad, acusado de m antener una relación ilícita con Diego Mejía, su
criado. La “amistad” entre los inculpados causaba tal revuelo en la jurisdicción que
los capellanes de la iglesia de La Plata le habían solicitado en reiteradas ocasiones
que despidiera a Mejía de su servicio. A diferencia de lo acontecido durante el
primer proceso, los jueces del Cabildo se mostraron menos condescendientes

148 Levillier, Roberto (ed.). Gobernantes del Perú. Cartasy papeles siglo XVI. Documentos delArchivo
de Indias. Timo VI. E l Virrey Francisco de Toledo, 1511-1580. (Madrid: Imprenta de Juan Pueyo,
1924), 247.
149 AGI, Charcas 140.
70 CUANDO AMAR ERA PECADO

v, “por averio cometido con continuación”, lo condenaron al perdim iento de


sus beneficios y prebendas, la confiscación de todos sus bienes y la degradación
hasta dejarlo en rango de lego para rem itirlo a la justicia seglar.150 Si bien parecía
el final del periplo sodomita del D octor González, los m iem bros del Cabildo
no contaban con el último recurso a disposición del canónigo: la apelación a la
justicia arzobispal metropolitana con sede en la ciudad de Los Reyes. A pesar
de los alegatos que opusieron sus pares del Cabildo Eclesiástico -co m o que no
“seria justo ni dezente que V.M. perm ita que u n cavildo tan principal y honrado
tenga p o r su colega y com pañero un hom bre tan infamado”- finalmente, en
1612, el arzobispo límense revocó la sentencia dictada en prim era instancia y
“m andó que le sean devueltos y restituidos los bienes (...) y su prebenda y su
canonicato ” . 151152Además, en virtud de la “infamia” con la que se había querido
m anchar su persona, el rey em itió una cédula en donde se encargaba el traslado
del canónigo a o tra Iglesia del obispado para que estuviera libre del estigma
del proceso. La suerte de su criado fue menos promisoria. Procesado por la
justicia civil y sin capacidad de apelación, M ejía fue condenado a destierro por
diez años, seis de ellos en galera y sin sueldo, so pena de muerte. Asimismo, se
le prohibió usar el oficio real que generosam ente le h abía obsequiado su amo y
se procedió a vender el cargo de regidor que ostentaba, adem ás de secuestrarle
todos sus bienes . 153
N o obstante, la doble vara d e la ju sticia no, sólo o p eró en aquellos casos
que involucraban a figuras encum bradas de la vida virreinal. E l proceso seguido
contra C ristóbal Z am orano en 1620 por haber te n id o tocam ientos deshonestos,
próxim os al pecado nefando, con Ju a n M oreno, su criado, tam bién revela cómo
los estereotipos y los prejuicios étnicos estaban a la o rd e n del día a la hora de
im p artir justicia. G racias al testim onio de una serie de testigos, así como al
careo en tre los im plicados, los jueces de la causa d eterm in a ro n la existencia
de actos propincuos a la sodomía. A u n cu an d o am bos fu ero n hallados culpa­
bles, Juan M o ren o recibió la pena de 200 azotes públicos y cuatro años en las
galeras, los cuales debía cum plir so pena de m uerte m ie n tras que a su amo le
im pusieron vergüenzas públicas, la pena pecuniaria de cuatro m il ducados y seis
años de destierro. N o satisfecho con este fallo, Z am orano apeló en situación
de revista, consiguiendo la revocación de la vergüenza pública . 153 Si bien debió
cum plir con la pena del destierro, logró sortear el reconocim iento público de
su delito y, de este m odo, guardar parte de su honra mancillada. Ju a n Moreno
n o tuvo ninguna posibilidad de apelación y debió cum plir con una de las penas
más cruentas luego de la relajación: las galeras, además de la degradación que

150 A d ,C h a rc a s 1 4 0 ,fe.26v-27, f/p .


151 Atil, Charcas 140. fe.3vy 2#r, f/p
152 AGI. Charca» 140, fc.lv y 26, f/p.
153 AGI, EacrtfMMfc 451 A, f.230v«
JUSTICIA 71

representaban los castigos corporales. P ero la inequidad de la justicia no sólo


se había revelado en su fallo. A lo largo del proceso, los jueces recurrieron a la
aplicación de torm entos físicos sobre Ju an M oreno a fin de obtener una confe­
sión. Este uso selectivo de prácticas procesales ponía de manifiesto una serie de
creencias muy extendidas en el período, según las cuales, la to rtu ra constituía el
único medio eficaz para doblegar a “em busteros pertinaces”, com o los negros,
los mulatos o íos indios.
Si bien casos citados pueden co n stitu ir u n escenario propicio para el ejer­
cido sesgado de la justicia - e n la m edida e n que involucraban a individuos
socialmente desiguales cuando n o vinculados p o r rela d o n es de d o m in a d ó n y
dependencia—no obstante, la adm inistración de ju stid a tam bién dejaba n o tar
sus prejuicios raciales y étnicos en aquellas causas en las que los im plicados
eran individuos de baja laya. E l juicio p o r sodom ía iniciado el 2 de septiem ­
bre de 1603 contra el m ulato Je ró n im o P o n ce y el esclavo m orisco D om ingo
López, presos en las cárceles de la C asa de la C o n tratació n , da cuenta de ello.
A diferencia de las causas anteriores, cuyas averiguaciones podían dem orarse
entre uno y hasta diez años antes de la em itir la se n te n d a final, en este caso,
la justida fue sum am ente expeditiva. E l 30 de septiem bre de 1603, es decir, a
28 días de iniciada la causa, los jueces in terv in ien tes dictam inaron que am bos
acusados

“sean sacados en forma de justida acostumbradas y con bos de pregoneros que


manifiesten sus delitos e sean traydos por las calles publicas y acostumbradas de esta
dudad (...) y en el sitio y parte de esta dudad acostumbrado sean puestos dos palos
en los quales sean arrimados y se les de garrote hasta que naturalmente mueran y
después sus cuerpos sean quemados en llamas de fuego hasta que se conbiertan en
polbo y zeniga para que perezca su memoria”.154

Sin dudas, la celeridad de la sen ten cia se fundaba en una serie de este­
reotipos en torno a la sexualidad de neg ro s y m usulm anes, a quienes se los
asociaba con los vicios de la carn e.155 A dem ás, com o híbridos raciales, en su

154 AGI, Escribanía 1Q75C, f.98v.


155 Sobre los discursos relativos a la sexualidad lasciva y desordenada de la población de origen
africano puede consultarse: Luiz M ott, “Esravidao e homossexualidade”. En: Historia e
sexwlidade no Brasil, Ronaldo Vainfas (org), 19-40. (Rio de Janeiro: Graal, 1986), 22-23;
Jaime Humberto Borja Gómez, “E l control de la sexualidad: indios y negros (1550-1650)"
En: Inquisición, muertey sexualidad en Hueva Granada, Jaime Borja (comp.), 171-198, (Bogotá:
Ariel, 1996); Carolina Giraldo Botero, “Esclavos sodomitas en Cartagena colonial. Hablan­
do del pecado nefando", Revista Historia Crítica, N.° 20, (2000): 171-178. Respecto de las
conductas sodomíticas de los musulmanes y, particularmente, de los moriscos ver María del
Carmen Calero Palacios, y Francisco Javier Crespo Muñoz, “U n proceso de sodomía entre
los moriscos del Reino de Granada, a través de la documentación del Archivo de la Real
Chancillería de Granada”, Cbrmica Nova 31, (2005): 501-530; Monter, La otra Inquisición,
326; 343-344; Berco, Sexual Hierarcbies, 118-120.
CUANDO AMAR ERA PECADO

calidad de mulato y morisco, representaban individuos inclinados a desafiar


el orden natural . 156
A pesar de la ffagmentariedad de los datos, un acercamiento de tipo cuan­
titativo al problema confirma la tendencia hacia la aplicación selectiva de las
condenas, en función de la pertenencia étnica y social. Entre los sodomitas virrei­
nales que fueron hallados culpables de cometer el pecado nefando, los de origen
hispano constituían una abrumadora mayoría respecto de los negros, mulatos,
mestizos y moriscos. 157 Sin embargo, la severidad de las penas fueron mayores
para aquellos individuos procedentes de los estamentos más bajos de la sociedad
virreinal. De los 45 españoles hallados culpables, sólo 6 recibieron como castigo
la pena capital, 3 fueron enviados a galeras y el resto recibió penas menores
como el destierro, la vergüenza pública o la abjuración de levi en aquellos casos
competentes al Santo Oficio. P or su parte, de los 10 individuos pertenecientes
a los oíros grupos étnicos, la mitad tuvieron como destino el fuego expiatorio,
dos fueron enviados a galera y el resto fue desterrado, azotado o recibieron
una combinación de penas. Los españoles que recibieron como castigo tanto
la hoguera com o las galeras -q u e tam bién representaba una de las penalidades
más graves- pertenecían a los segmentos más bajos de la sociedad peninsular
como marineros, grumetes, enferm eros o boticarios. Asimismo, cabe destocar
que aun cuando los procesos revelan una participación y responsabilidad activa
en la causa incoada, algunos peninsulares fueron absueltos de culpa y cargo. En
esos casos, se trató de personalidades destacadas de la vida política o eclesiástica
local como fueron los casos del D octor Barros de San M illán y el D octor Gaspar
González de Sosa, entre otros.

Derecho al privilegio

Sin dudas, los preconceptos sociales y étnicos con los cuales los magistrados
guiaban su práctica judicial ten d iero n a favorecer a aquellos peninsulares perte­
necientes a los estam entos privilegiados de la sociedad colonial. Estos elementos,
sin em bargo, deberían considerarse constitutivos de Ja propia administración de
lüMicia y no sim ples atributos de algunos funcionarios particulares. Después de

l i é Sobre la idea de las “mezclas” como factor de desorden ver Berta Ares Queija, “A los hijos
de espstfttf! v de india, o de indio y española, nos llaman m estizos.., Construcciones identi-
ta n » en la América colunia! española ”, Publicando Eletrónica do Instituto de Batudas Avanzados
Irmudmtplmmrs ó (2010): 1-20,6-7, Manso! De la Cadena, “¿Son los mestizos híbridos? Las
pon oca* conceptuales de las identidades andinas”. En: Formacionesde mdianidad. Articulaciones
WMfo. nmeruaft y noaén en A m en a Launa, Marisol de la Cadena (ed.), 83-116, (Popayán:
jm ó n edittwev .(KiH). 90-91. Sobre la noción de “raza" durante el período analizado ver
•W “tus, Dcwstabdoando la raza”. En Formaciones de indignidad, 41.
117
* 1*' ’ aCÍÍ*n mdiyma estuvo ausente dentro de «ata categoría. Los indígenas que participaron
w i p r o c e e w padioelei !<>hicieron, un excepción, en calidad de “sodom izados” por otros
* a j* que, por lo general, los unía una relación de dependencia social.
JUSTICIA 73

todo, una legislación que se basaba en la existencia de dos repúblicas separadas,


que consideraba a los indígenas como menores de edad o que eximía a la pobla­
ción de origen peninsular del pago del tributo por el solo hecho de haber nacido
en la península, constituyen muestras claras de una justicia atenta al género, al
status y al origen social y étnico de los procesados.
No obstante, se trataban de mecanismos que operaban de manera informal
en el ejercicio cotidiano de la justicia y que, por esa misma informalidad, podía
tener resultados diversos. En esos contextos, algunos individuos contaron con
mecanismos adicionales, formalmente establecidos, que hacían de la justicia el
privilegio de unos pocos. De particular importancia, fue la existencia de fueros
especiales que, entre otros, gozaron las personas eclesiásticas, miembros de las
Órdenes religiosas y algunos funcionarios del Santo Oficio. E n cierta medida,
ya nos hemos referido a este tema cuando analizamos el carácter corporativo de
la cultura jurídica del período como un factor determ inante en la producción
y conservación de procesos criminales relativos al fenómeno de la sodomía.
No obstante, en este apartado, nos referiremos a casos puntuales que perm iten
ilustrar cómo el uso del fuero representó para algunos sodomitas una estrategia
de defensa.
El caso protagonizado por el D octor Gaspar G onzález de Sosa puede brin­
damos algunas pistas al respecto. Ya hemos visto cómo el canónigo, a diferencia
de sus compañeros de aventura, logró salir indemne en dos oportunidades de
la acusación de sodomía. Eso se debió no sólo a la gravedad de su persona y al
estado que investía sino, y fundamentalmente, a la posibilidad de ampararse en
el fuero eclesiástico. Si bien, como se mencionara, las causas criminales seguidas
contra las personas eclesiásticas podían juzgarse al interior del propio fuero, el
tratamiento de ciertos delitos -com o el crimen nefando contra n atu ra- excedían
las competencias de la justicia episcopal. E n esos casos, se recomendaba degradar
a los clérigos hasta dejarlos en estado de lego, entregarlos a la justicia secular
que, a partir de allí, continuaría con el desarrollo de la causa. Sin embargo, esto
no aconteció en el caso del D octor González quien, en ambas oportunidades,
fue juzgado por el Cabildo Eclesiástico. A decir verdad, la apelación a los fueros
siempre había sido una materia de debate, especialmente, en temas de m ixti
fori que solían enfrentar a la justicia secular, de un lado y a la eclesiástica, del
otro. A lo largo del proceso seguido contra el D octor González pueden vislum­
brarse retazos de esas luchas jurisdiccionales que llegan a nosotros a través de
un nutrido intercam bio epistolar entre el Cabildo Eclesiástico de La Plata y el
Consejo de Indias. E n una de las misivas, el vicario de la catedral, preocupado
por “restaurar” el honor de los eclesiásticos solicitó al Rey limitar la actuación
de la Audiencia en el caso del canónigo, por tratarse de un asunto tocante a
la justicia episcopal. Respondiendo satisfactoriamente a sus reclamos, en otra
carta, el Rey ordenaba:
74 CUANDO AMAR ERA PECADO

“mando que se borren del pliego donde caen las dichas palabras sacándolas a la letra
donde están y com o están escripias [en la Audiencia] para que se den y entreguen
ai dicho vicario para que proceda en la causa contra los culpados”.158

Sabemos que, de todos modos, los jueces eclesiásticos hallaron culpable al


Doctor González del delito de sodomía; pero también sabemos que, finalmen­
te y tras haber apelado a la justicia episcopal metropolitana, el canónigo fue
dado por libre de culpa y cargo gracias a la disposición última emitida por del
arzobispo límense. Sin embargo, aun cuando los miembros del Cabildo Ecle­
siástico de La Plata y el arzobispo de la ciudad de Los Reyes tuvieran pareceres
encontrados respecto a la culpabilidad del canónigo, ambos actuaron motivados
por la necesidad de preservar la honorabilidad de la institución que dirigían y
por mantener en secreto las transgresiones cometidas por sus miembros: en un
caso, sustrayendo la causa de la justicia civil y, en el otro, borrando, mediante la
absolución, cualquier mácula contra el inculpado. Sugestivamente, ni la causa
incoada en la jurisdicción de La Plata ni la apelación remitida a la justicia ar­
zobispal se encuentran hoy en los repositorios correspondientes, lo que puede
sugerirnos la existencia de prácticas basadas en el ocultamiento cuando no en la
“desaparición” definitiva del caso.
En 1634, cuando el affaire González comenzaba a quedar en el olvido, el
obispado de La Plata fue testigo de una nueva causa, en esta oportunidad, iniciada
contra el arcediano Pedro de Arandia por haber intentado cometer el delito de
sodomía con Antón, su esclavo. En la causa seguida contra el arcediano, según el
Cabildo Eclesiástico, “por difamación publica que corría en esa ciudad con mucha
nota de que el canónigo don Pedro de Arandia tenía mala amistad con un negro su
esclavo”, la justicia civil pretendió intervenir a fin de encarcelar a los sospechosos
pues entendía que se trataba de un delito tocante a su jurisdicción .159 Sin embar­
go, tuvo que contentarse con el apresamiento del negro, ya que Arandia, gracias
al fuero eclesiástico, logró eludir la cárcel pública. La intromisión de la justicia
secular en un asunto que consideraban propio, provocó un profundo recelo entre
los miembros del Cabildo Eclesiástico quienes no sólo se declaraban adictos a la
causa de Arandia sino que incitaban a que “algunos predicadores mo^os y de poca
experiencia ayan dicho en los pulpitos que se les hace injusticia a los reos ” .160 Esto
generó un gran escándalo en la ciudad de La Plata, ya que a través de sus clérigos
la Iglesia hada público su rechazo a la intromisión de la Real Audienda en un
asumí# que juzgaban propio. Sin embargo, el Cabildo Eclesiástico no se conformó
sólo con vituperar durante las homilías a los oidores reales sino que el mismo
arzobispo, frente al deshonor sufrido por la persona de Arandia, fue el encargado
de peticionar ai rey de “desterrarle (la causa] de la memoria de los hombres y

1 Ü 4QI, Ckmm 146, t/f.


*5 sea. í W » 20, U 2, x,j 2 it ¿j.
JUSTICIA 75

que con no verlo en el cuerpo del cabildo se borre lo que ay de incontinencia ” .161
El pedido del arzobispo se sustentaba en el procedimiento que se había seguido
previamente con el Doctor Gaspar González de Sosa, por lo que la causa del
canónigo no sólo había sentado un precedente sino que volvía a actualizarse mas
de treinta años después. Por esas paradojas de la historia, Pedro de Arandia había
sucedido al Doctor González en el cargo de asesor jurídico del cabildo de La Plata,
revelándose como su fiel discípulo no sólo en las tareas pastorales.
Las órdenes religiosas también constituyeron ámbitos judicialmente protegi­
dos, en la medida en tanto las autoridades episcopales como civiles tenían serias
restricciones para intervenir en sus asuntos internos aun cuando se encontrara
dentro de su diócesis o jurisdicción. Esa situación contribuyó a m antener bajo
un halo de silencio aquellas conductas alejadas de la regla -especialmente las de
índole sexual—que pudieran representar una mácula al conjunto de la orden. En
ese escenario, los casos de sodomía intramuros salían a la luz cuando tomaban
estado público, cuando uno de sus miembros podía utilizar la acusación para
perjudicar a otro o cuando intervenía una institución externa como la Inquisi­
ción o la justicia real.162 El proceso seguido contra el provincial Fray D omingo
de Valderrama por cometer el pecado nefando con el novicio Juan de Silva en
el convento de Nuestra Señora del Rosario de Lim a es un claro ejemplo del
primer caso. En un comienzo, las autoridades dominicas prefirieron m antener
en secreto las irregularidades cometidas por el provincial. Incluso, ante el pe­
dido explícito del novicio para abandonar el hábito, en virtud de la incómoda
situación a la que Valderrama lo sometía en calidad de superior, decidieron
denegarle la salida de la orden por tem or a que denunciara la situación que se
vivía en el convento. El tem or no era infundado: la orden había estado en el
ojo de la tormenta cuando otro de sus miembros, preso también por el pecado
nefando, exigía que se sancionara “a Fray Domingo de Valderrama que es un
puto y si uviera justicia para todos también castigaran al dicho Fray Domingo
de Valderrama como le castigavan a el” .163 Este ejercicio parcial de la justicia
no sólo reproducía la estructura jerárquica de la organización monacal sino que
alentaba la función del convento como un refugio seguro de los sodomitas. D e
hecho, las autoridades dominicas tom aron cartas en el asunto sólo cuando el
provincial, viéndose cercado por la notoriedad y la publicidad de sus actos, de­
cidió apostatar y huir del convento. Los principios de organización corporativa
que tuvieron su correlato en el plano judicial y, particularmente, la instauración
de fueros especiales operaron, en muchos casos, como un refugio seguro para
los sodomitas que pudieron gozar de ese privilegio.

161 AGI, Charcas 140, s/f.


162 Fernanda Molina, “L a sexualidad enclaustrada. Clero y sodomía en el Virreinato del Perú
(Siglos XVI-XVU)”. Com unicación presentada en el VIII Congreso Internacional de Etno-
historía, Sucre, del 26 al 29 de Junio de 2 0 11 .
163 Archivo Histórico Nacional de Madrid (en adelante AHN), Colección-Diversos, 45, N*. 2, f.2v.
76 C U A N D O AMAR ERA PECADO

33. La mala justicia


Pero aun cuando la administración de justicia se caracterizó por la existencia de
privilegios y reposó en la persona del juez, la sociedad colonial también experi­
mentó la percepción de una “mala justicia”, justamente, allí donde el privilegio
y la actuación ecuánime del juez encontraban su límite. En estos casos, el uso
de las influencias políticas, las presiones o la connivencia con los magistrados e,
incluso, la intromisión directa sobre el desarrollo normal de las causas, también
constituyeron mecanismos eficaces que permitieron a algunos sodomitas eludir
el castigo judicial.
Obviamente, esta serie de estrategias constituyó una prerrogativa que sólo
estuvieron al alcance de aquellos individuos pertenecientes grupos o facciones
con cierta ascendencia dentro de la política local o virreinal. Como se mencio­
nara, debido al carácter infamante del delito, muchos de los procesos fueron
manipulados, destruidos o ni siquiera llegaron a instancias judiciales. El proceso
seguido por la Real Audiencia de La Plata en 1613 contra Diego Díaz de Talavera
y Luis de Herrera, su criado, revela indicios al respecto. Según Juan de Villegas,
el denunciante, dos años antes de iniciarse el proceso civil, él mismo en persona
había presentado una petición ante juez eclesiástico en donde denunciaba a
Diego Díaz de Talavera y a su criado de cometer el pecado nefando. Si bien en
un comienzo el juez eclesiástico excomulgó a los acusados -reconociendo la exis­
tencia del delito-, más tarde, los absolvió gracias a la intermediación de algunos
vednos influyentes y del ruego de los p r o p io s excomulgados. No obstante, lo más
significativo del caso fue que la petición nunca siguió su curso sino que, como
manifestaba Villegas, “entiende este testigo que borraron todo lo sustancial de la
dicha petidón o lo quitaron de la causa, no sabe cual de las dos cosas” por lo que
dos años después el caso continuaba impune.164165Asimismo, según el traslado, era
tan pública y notoria la reladón entre amo y criado que quienes abandonaban el
Valle de Pitantora, donde moraban, “murmuran de c ó m o las justicias disimulan
semejantes delitos poniéndoles culpa de remisión”.16*
Pero esta práctica no fue privativa de la justicia episcopal. En 1636, en
la ciudad de Arequipa, el promotor fiscal inició una causa contra el pulpero
Lorenzo Miguel y el adolescente José de Retamozo por haberlos sorprendido
desnudos teniendo acceso carnal. El proceso desencadenó en una serie de
vituperios públicos, amenazas físicas, heridas y hasta muertes, luego de que
el juez de la Real Audiencia de Lima condenara a ambos, en ausencia, a la
relajación por el brazo secular. El origen de esos excesos respondía al hecho
de que José de Retamozo era “un muchacho hijo de xente muy valida”, por lo
que, rápidam ente, su clan procuró, por todos los medios, alterar el resultado

164 Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (en adelante ABNB), EC.1603 14 f 12


165 ABNB, EC.1603.14, f.2v.
JUSTICIA

del fallo judicial. 166 Tras amedrentar con denuncias públicas y amenazas de
muerte tanto al alcalde como al escribano que había iniciado la causa, el alcalde

“no solo no le castigo como tenia obligación sino que dio por libres a los dichos
reos de temor y miedo ynjusto porque Don Femando de Carderías, primo del dicho
Don Joseph, avisado que de que avia comenzado a fulminar la dicha causa suya y
afrenta de su linaje (...) le avia dicho algunas palabras de ynjuria y le atemorizo y
temió tanto con ellas”.167

N o contento con eso, el “d an Retamozo” redobló su apuesta y, a fin de


borrar cualquier mácula,

“quito de la causa las confesiones de los reos y el auto en que aceto ser aeesor de
ella el licendado Matheo Ruiz de Sosa (...) y asimismo le quito la causa a Luis Ortiz
de Uñarte escribano que avia comenzado a escribir en ella y conoserlo (...) quito
de ellas las dichas confesiones a los reos y les admitió sus cargos sin averies hecho
las devidas preguntas que resultavan de las información sumaria y se hizo la causa
entre compadres en menor predo de la Real Justida”.168

La práctica de remover y poner jueces adictos a una causa no sólo ponía de


manifiesto la autoridad que gozaban dertos grupos de poder en el conderto de
la política local sino, fundamentalmente, la falta de idoneidad de algunos ma­
gistrados quienes actuaban más como “compadres” que como administradores.
Este tipo de conducta constituía una práctica inaceptable para la administración
de justida, en la medida en que los jueces debían actuar en nombre del monar­
ca -legislador por antonom asia- desarrollando tareas de justida y de gobierno.
En ese sentido, debían infundirse de las mismas virtudes que emanaban de la
persona del rey, entre ellas, la rectitud, la templanza, la modestia y la vigilancia.169
Particularmente, se estimaba que el juez fuera recto en sus fundones a fin de
poder proceder, incluso, contra amigos y parientes. Asimismo, se valoraba la
templanza que le perm itiría evitar cualquier afecdón hada las partes y mantener
una actitud equidistante respecto a los “administrados”. N o obstante, ambas
cualidades parecerían estar ausentes en los magistrados que intervinieron en
los procesos citados quienes favorecieron -co n mayor o menor escándalo- a los
sodomitas acusados.

166 Archivo General de la Nación de Perú (en adelante AGN), Real Audiencia, Causas Criminales,
Cl. Leg. 1, £,101 lv.
167 AGN, Real Audiencia, Causas Criminales, Cl. Leg. 1, £1121.
168 AGN, Real Audiencia, Causas Criminales, Cl. Leg. 1, £1221v.
169 Tomás A . Mantecón, “El mal uso de la justicia en la Castilla del siglo XVII”. En: Furor et
Rabies. Violencia, conflicto y marginación en la Edad Media, José I. Fortea et al. (eds.), 69-
98, (Santander: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria: 2002), 71-72.
78 C U AN DO AMAR ERA PECADO

4. La desigualdad como derecho

Como puede observarse, la administración de la justicia colonial no siempre


corrió por los carriles esperados. En el caso del tratamiento de la sodomía, esa
tendencia pareció profundizarse, ya que al tratarse de un delito tan infamante -en
el “que hasta la nobleza se pierde”- puso en movimiento una serie de estrategias
tendientes a neutralizar o, por lo menos, minimizar los efectos de las sanciones
judiciales que, en el extremo, suponía la muerte en la hoguera.
El éxito en esa tarea dependió del status así como de la influencia social y
política de los individuos sindicados como sodomitas. De este modo, aquellos
individuos pertenecientes a familias destacadas o integrantes de redes o grupos
de poder tanto locales como de alcance virreinal, tuvieron la capacidad para
influir sobre las decisiones de los magistrados cuando no violar los mecanismos
y los procedimientos de la justicia, manipulando e, incluso, destruyendo las
causas incoadas.
La apelación al privilegio de los fueros fue otro de las estrategias que permitió
aalgunos sodomitas evitar el procesamiento o la aplicación de penas graves. Como
se mencionara, las personas eclesiásticas hicieron uso de esta prerrogativa a fin
de escapar del brazo secular, poniendo de manifiesto, además, las competencias
y las rivalidades jurisdiccionales entre dos instancias encargadas de administrar
justicia. Si bien la justicia fbral contribuyó, en un sentido particular e inmediato,
a preservar la integridad de sus miembros, también representó, en un sentido
más amplio, un claro mecanismo para resguardar la honorabilidad de las insti­
tuciones y corporaciones que defendían. A diferencia de las presiones políticas
que se ejercía “desde afuera” sobre el sistema judicial o del ejercicio corrupto
de los magistrados, la apelación a la lógica fbral para eludir a la justicia quedaba
inscripta en los mecanismos formales y legales del sistema.
Como contracara, los sodomitas procedentes de los sectores subalternos
de la sociedad colonial, ya sean peninsulares o criollos de baja laya así como
negros, mulatos, mestizos e indios, tuvieron menos capacidad de negociación
en el marco de la justicia. Esas limitaciones que procedían de su posición en la
estructura social fueron reforzadas por los prejuicios y los estereotipos raciales
y étnicos -tales como la inclinación de estos grupos hacia las conductas sexuales
desordenadas- de los que se nutrieron los agentes encargados de administrar
justicia y que fueron muy efectivos a la hora de juzgar y castigar a estos individuos.
En este escenario, cabe preguntarse, entonces, cuáles fueron los alcances
y los limites de aquella disposición que aspiraba abarcar a “qualquier persona
de qualquier estado, condición, preeminencia, o dignidad” que cometiera el
crimen de sodomía. Si bien una primera respuesta pareciera sugerir un acen­
tuado destasaje entre la letra y la práctica judicial, lo cierto es que este tipo de
concepción estaba ausente en la cultura jurídica colonial. Como señala Carlos
«arriga, h justicia durante el período analizado, tenía una concepción del derecho
JUSTICIA 79

que podría considerarse como “antilegalista”, en la medida en que anteponía el


derecho a la ley. A diferencia del orden jurídico legalista, representado como
un jardín exquisitamente diseñado y cuidado por expertos jardineros (el jurista
como legislador), la justicia del Antiguo Régimen se presenta como un espacio
salvaje en el que el jurista actúa como un guardabosque a fin de mantener un
orden dado que se vivía como natural y se concebía invariable.170
Por otra parte, en la medida en que en la sociedad colonial peruana ese
“orden dado” se fundaba en la desigualdad tanto real como formal de los in­
dividuos —más allá de la fluidez y la movilidad social que mostró durante su
temprana conformación- la pretendida universalidad con la que los códigos
civiles buscaron sancionar a la sodomía —lo que pone de relieve la gravedad del
acto- resultaba inviable en una sociedad donde la desigualdad tenía su correlato
en el plano judicial.
A diferencia de las sociedades contemporáneas donde existe una contradic­
ción entre las desigualdades reales y la noción de igualdad ante la ley, la sociedad
colonial peruana hizo de la desigualdad un derecho que, al igual que la nobleza,
no estaba dispuesta a perder.

Carlos Garriga, “O rden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen", ¡stor. Revista d t
Historia Internacional, Año IV, N° 16 (2004): 13-44,15.
CAPÍTULO 3
Poder

Si en del im aginario de las sociedades occidentales existe una relación social que
condensa de m anera explícita y hasta corporal las relaciones de poder es, sin
lugar a dudas, la relación sexual. E ntendida como un acto de dominación en la
que la potencia masculina se yergue sobre la impávida anatomía de las mujeres
no sólo actúa com o condensación de las relaciones desiguales entre los géneros
sino, tam bién, com o una m etáfora de la dominación entendida en un sentido
más general. La sociedad colonial peruana se fundó sobre esa metáfora, en la
medida en que la superioridad de las huestes conquistadoras se expresó a través
de la violación y la apropiación de las mujeres indígenas a manera de botín de
guerra. A simism o, una vez pasada la guerra de conquista, esa misma sociedad se
consolidó, ahora, bajo la form a de relaciones domésticas a través de las cuales
los jefes fam iliares y sus hijos podían reclam ar y acceder a los favores sexuales
de indias, esclavas y am as de leche que tenían bajo su servicio.
N o o b stante, la correspondencia entre dominación social y sexual no sólo
se restrin g ió a lo que hoy consideraríam os relaciones “heterosexuales”. Las ex­
periencias sexuales e n tre varones tam bién fueron interpretadas bajo los mismos
parám etros, en la m edida en que no constituían formas particulares de vivir la
sexualidad sino que eran em ulaciones -repudiables, por cierto- de las prácticas
sexuales establecidas e n tre varones y mujeres. En los siguientes apartados se
analizan una serie de experiencias sexuales entre sodomitas virreinales, a fin de
observar có m o las prácticas sodom íticas podían reproducir y reforzar las relacio­
nes de d o m in a c ió n p ero , tam bién, cóm o podían subvertir y hasta hacer estallar
las jerarquías sociales y étnicas.
82 C U AN DO AMAR ERA PECADO

1. Roles sociales, roles sexuales

Al igual que en otras jurisdicciones, en el V irreinato del Perú, los vínculos


sodomíricos entre varones se desarrollaron en el marco de relaciones sociales
culturales y étnicas desiguales. Varias de las investigaciones abocadas al estudio
de la sodomía en la España moderna han revelado cómo las dependencias labo­
rales, etarias y de status tendieron a generar vínculos sodomíticos de sujeción
y subordinación. E n estos casos, las relaciones de poder se tradujeron en vín­
culos sexuales no consensuados, en donde el individuo socialmente dominante
reducía o “sodomizaba” al dependiente. Esta situación se interpretó bajo el
paradigma actividad/pasividad sexual, según el cual quien desarrollaba el rol de
agente era identificado com o el “perpetrador” del acto sexual y, por lo tanto,
com o el sujeto de la relación. En contraposición, aquel que desempeñaba el rol
de paciente se asociaba con el “penetrado”, convirtiéndose en el objeto del acto
sexual. O bviam ente, esta conceptualización reflejó los estereotipos sexuales
de género de la época que, por un lado, atribuían a los varones la capacidad
y la potencia sexual y procreadora m ientras que, por otro lado, identificaban
a las mujeres como seres sexualmente pasivos. 171 N o en vano Santo Tomás
a tas mujeres com o la “m ateria” de la lujuria. E n este sentido, aquellos
que actuaban com o “pacientes” en el marco de la relación sodomítica eran
feaMMados y considerados dependientes respecto de quienes desempeñaban
d rol de “agentes” en la relación. Además, com o señala Cristian Bereo, uno
de loa tfrilwnti de la masculinidad dom inante moderna no sólo se reducía a
demostrar la pntw irw y la dominancia sexual sobre las mujeres sino que “ser
bonébre* también implicaba afirmar esa sexualidad sobre jóvenes e, incluso,
•daré euros varones.r : De este modo, al tiempo que se sodomizaba y feminizaba
a nn congénere, también se id jpmla la propia hipermasailinidad. N o obstante,
n in yam att señalar que, aun cuando penetrar otro cuerpo masculino podía
uatiiirmr un demento importante de la sociabilidad masculina, la sodomía
fae altamente repudiada y castigada, sin importar el rol que sus
■ o o f o n m asumieran en d acto sexual.
U no de los campos en donde b correspondencia entre relaciones de poder
j wtbátfmts, $c bada efectiva era la edad. La dependencia de los
jévgnesa k& adultos respondía al modelo patriarcal de familia, según el cual, el
m m m » no sólo b capacidad de someter a su esposa sino también a sus
||j l M b Í 'n ñ n o an d o que un amo poseía a su esclavo.17' Bajo b lógica patriarcal,
«■na wtarírmci prusianas se extendían al conjunto de la familia ampliada, que

*^ "1 '“TiwCarasol» »iutTrrrm*. fl?l, Boro, Tnw/ffiriiiiftin. 30: II


1?2
1*— »o Éwnm m m * é é gémttm: wipm, kmmkn j y poder m M ixta en U t psimnrm» del
iiriWMf, iM tetx r tCE, 1W ) , 28.
PODER s i

incluía al cuerpo de dependientes, criados y esclavos de la casa, los cuales eran,


al igual que sus esposas e hijos, “menores de edad”. De hecho, el éxito del jefe
de familia dependía de su capacidad para desarrollar las funciones de proveedor,
protector y autoridad máxima de ese conglomerado social, atributos que sólo
podían ostentar aquellos que gozaban de ventajas materiales que les permitieran
controlar el trabajo, los servicios sexuales y la propiedad de sus subordinados .1741756
En su estudio sobre la sodomía en Zaragoza, Ricardo García Cárcel observó
que el fenómeno se caracterizó por vincular a adolescentes con individuos adultos.
El mismo patrón registraron William M onter y Rafael Carrasco en sus estudios
sobre los sodomitas aragoneses y valencianos, respectivamente. Según los autores,
este tipo de comportamiento sodomítico estuvo mediado por el interés y supuso
la sumisión de los más jóvenes hada los adultos, quienes estaban en condidones
de asistirlos materialmente. Más aun, Carrasco considera que la persecución de
reladones sodomíticas por parte de los jóvenes o adolescentes -especialmente
aquellos pertenecientes a las clases populares- constituía uno de los medios
principales para afrontar las carencias materias más básicas.1' 5
Si bien estos patrones de comportamiento también pueden observarse en
el contexto colonial peruano, allí resulta menos evidente que la procuradón de
reladones sodomíticas friera impulsada por adolescentes que las perdbían como
medio para obtener benefidos materiales. Más bien, la ayuda económica constituía
la consecuencia de un vínculo sodomítico que, sin embargo, se forjaba al calor
de la sujedón social. Esto puede observarse en la resistencia que muchos de los
jóvenes, según sus propios testimonios, oponían a los encuentros sodonnticos a
los que los adultos los compelían a participar. Parece más plausible pensar que la
capaddad de los adultos para sodomizar niños, adolescentes y jóvenes derivaba de
esa lógica patriarcal o, como señala Cristian Bereo, de la correspondenda entre
las jerarquías sexuales entre las nodones de agente y padente y su corresponden­
da con una jerarquía basada en la edad, donde los adultos, identificados con los
atributivos de la masculinidad dominante podían sodomizar, esto es, femenizar a
los más jóvenes. Después de todo, las representadones estéticas de la época de los
adolescentes no diferían demasiado de las imágenes femeninas en tanto cuerpos
castrados o poco desarrollados genitalmente. De hecho, del mismo modo que
se ponía en duda si las mujeres podían cometer sodomía, Martín de Torrecillas
entendía que los adolescentes no podían cometer el crimen “y la razón es por­
que los tales no pueden consumar con la obra dichos pecados, pues no pueden
seminar, y por esa causa no se les atribuyen en de echo los pecados camales” . 1 6

174 Stem, La historia secreta, 32.


175 Carrasco, Inquisidóny represión sexual, 161.
176 Torrecilla, Suma de todas las materias morales, 395. Recordemos que las leyes castellanas eran
indulgentes con los menores de 14 años, en este caso, por tratarse de personas que, al igual
que las mujeres, tenían escasa capacidad de entendimiento. Alfonso Xel Sabio, Siete Paradas,
Título XXI, Ley n .
CVVOX» V CM K

L es esM O i» e m sbtucioaes o n ^ n izad o s jerárquicam ente -tales como los


muettetefKXs o bes m u s - eran los lugares más propicios para m ultiplicar este tipo
de rrlw inair t coercitivas en tre varones. E n prim er lugar, porque eran espacios
r — írn rr m r in r m asculinos, pero, m ás im portante aún. porque se trataba de
ám bitos organizados según una férrea cadena de m ando, en donde convivían
varones de diferentes edades p ero tam bién de diferentes rangos sociales. Por lo
general, babea m correspondencia en tre la edad y el lugar que se ocupaba en el
srscaiakm. lo q u e se tradujo e n que los adultos n o sólo gozaran de la prerrogativa
eraría que le otorgaba el sistem a patriarcal sino que. en virtud de la carrera militar
0 religiosa, tuvieran fta posibilidad de ocupar las posiciones más destacadas dentro
d e la organización. E sto dejaba a los adolescentes doblem ente desamparados, en
ta n to jóvenes p ero tam bién en ta n to subordinados.
L os superiores que regenteaban los m onasterios supieron explotar muy bien
b s ventajas q u e les otorgaba ta n to la adultez com o el estar a la cabeza de esas
instituciones. P ero, adem ás, al co n stitu ir una voz autorizada en materia de fe v
de religión, su autoridad era prácticam ente incuestionable. D e hecho, uno de los
alegatos q u e los curas esgrim ían para calm ar las conciencias propias y ajenas era
afirm ar que. teológicam ente, “aquello n o era pecado”, dejando sin argumentos a
quienes se resistían a sus deseos cam ales convencidos de que estaban ofendiendo
k D io s.ÍTT U n o de los p rim e ro s casos registrados judicialm ente en el virreinato
i d P erú fue la acusación que el fiscal de la Audiencia de Santa Fe siguió contra el
Jom inico B em ardino de M inaya en 15 51. Si bien, finalm ente, el juicio se fulminó
lan d o p o r lib re de culpa y cargo al d é rig o , los testim onios y los indicios que se
revelaron a lo largo del proceso hacen del caso M inaya una realidad verosímil.
La m ayoría de sus víctim as eran niños de en tre 9 y 1 2 años de edad que vivían
1 se instruían en el m onasterio de N u estra Señora de la G ra d a de la ciudad de
Santa Fe, bajo la dirección del padre M inaya. Según el testim onio de los meno­
res, el “padre viejo”, com o llam aban al sexagenario clérigo, los había acometido
en el pecado nefando con tra natura en reiteradas oportunidades, “atrayéndoles
ha ello con alagos fuerzas e tem ores que les ponía ” . 17178179La estrategia de Minaya
consistía en llam ar a los pequeños a su habitación y so pretexto de asistirlo en los
cuidados personales, los forzaba a te n er acceso cam al con el. Andresillo, uno de
sus indios acólitos, denunció que, una noche, el padre viejo lo m andó a llamar a
su recám ara pero, una vez adentro, “le tom o por un brazo y lo quizo echar en la
cama diriendole que se echase con el porque le quería m ucho y este testigo lloro
m ucho, rerio dando gritos”.17v P or sti parte, D ieguito, un mestizo com pañero de
Atul resillo, “dixo que 1c subió el dicho padre encima de las espaldas por detrás
a este testigo e le cavalgo m etiéndole lo suyo por el culo y este testigo quería

177 AUN, Inquisición, i .tbm 1(1.16, f.314,


179 I117A. f I
179 Atil. juatta» 11 17a, f.ü.
florar y el padre le dava de bofetones ” . 1*0 Lo mismo aconteció con los menores
Perico y Caraza a quienes Minaya, luego de cometer el pecado nefando, los
amenazaba didéndoles que los “avía de acotar” o de matar si revelaban a alguna
persona lo acontecido .1*1 Una vez que los supuestos acontecimientos tomaron
estado público, el escándalo entre los vecinos de la ciudad de Santa Fe fue en
aumento, no sólo por la atrocidad del delito cometido sino porque la mayoría
de ellos había colaborado con el padre Minaya en lo que habían considerado
una obra piadosa: la construcción de un monasterio para jóvenes mestizos, in­
dios e hijos de caciques entre quienes el cura se hallaba abocado a impartir la
verdadera religión.
O tro caso paradigmático fue el de Ambrosio de Rentería, fraile de la orden
de San Francisco, quien en 1597 y con apenas 31 años confesaba a los jueces
inquisidores de la ciudad de Los Reyes su larga carrera sodomítica. Si bien desde
muy temprana edad los conventos habían constituido el espacio donde desarrolló
sus comportamientos sodomíticos, tanto con compañeros de celdas como con
sus superiores, fue recién cuando tomó los hábitos y ocupó ciertas posiciones de
autoridad en la estructura monacal cuando desplegó esas prácticas con mayor
arbitrariedad. En su confesión, declaraba que solicitó “a muchos fraylecitos
yno^entes (...) con regalos o amenazas (...) porque como su maestro tenia
mano para ello ” .1801182 Asimismo, confesaba que todavía estando en Nueva España
había cometido el pecado nefando con cuatro indios del servido del Convento
de Tarímbaro, en M ichoacán, “porque eran moyuelos y como yndios gente
fácil” .183 D e este modo, Rentería ponía de relieve como la supremacía patriarcal
basada en la edad, la posidón de poder dentro de las institudones religiosas y
las precedencias y los estereotipos étnicos se conjugaban para dar lugar a formas
espetíficas de dominación en el contexto colonial.
Juan de Maldonado de la orden Santo Domingo, también confesaba ante
el Santo O fido límense sus apetendas contra natura. Según el mismo declaran­
te, estando en su celda con un novicio lo solicitó para tener “poludón en sus
propias manos ” .184 Desafiando la autoridad de Maldonado, el joven novicio le
contestó “que no quería hazer lo que le pedia porque era pecado mortal y este
reo le respondió que no era aquel pecado mortal sino venial según a el le avian
dicho” .185 C on este tipo de alegatos, los clérigos pretendían disuadir, a través
de pretendidas formulaciones teológicas, la resistencia que les oponían quie­
nes constituían sus objetos de deseo. N o obstante, si bien los clérigos podían
persuadir con su pretendida sapiencia a mozuelos, indios u hombres rústicos,

180 AGI, Justicia 1117A, f.6v.


181 AGIJu sticia 1117A, f.7, 8.
182 AGI, Inquisición, Libro 1036, f.313.
183 AGI, Inquisición, Libro 1036, f.313.
184 AGI, Inquisición, Libro 1028, f.273v.
IHs AGI, Inquisición, Libro 1028, f.273v.
( 'C A N D O AMAR ERA PECADO

tem an pocas oportunidades de convencer a los consultores o calificadores del


S an to O ficio. A lonso G onzález H olgado, clérigo del obispado del Cuzco y un
co m p ro m etid o ‘'p red icad o r d e la sodom ía”, debió responder, en 1580, ante las
autoridades inquisitoriales p o r las palabras altisonantes que propagaba lo largo del
C ollao. Según algunos testigos, G onzález H olg ad o aseveraba que el acto camal
co n stitu ía una necesidad del h om bre y, p o r lo tan to , si no podía hacerse con una
m u jer “abia de se r en el p u ñ o o en el culo ” . 186 N o se sabe si estas enseñanzas
co n stitu ían una estrategia para acceder a los servicios sexuales de sus feligreses
m asculinos, para cu b rir la h onorabilidad de algún superior o compañero de or­
d en o, sim plem ente, form aban p arte d e su creencia m ás íntim a. Lo cierto es que
esas palabras, seguram ente, le co staro n com o m ínim o una abjuración de levi.w
E n el caso d e los sodom itas religiosos, o tro espacio jerárquico en donde
p o d ían d a r rien d a suelta a sus apetencias sexuales fue el confesionario. En ese
m arco , los sacerdotes p ro p in ab a n palabras deshonestas, hacían tocamientos y
hasta consumaban actos cam ales, am parándose en el secreto y en el silencio
q u e b rin d ab a el sa cram e n to . 188 Si b ie n el m ayor número de “solicitaciones”,
n o m b re q u e se le d io a este tip o d e req u e rim ien to s sexuales, tuvo como objeto a
la feii gresía fem enina, ta m b ié n ex istieron clérigos que solicitaron a confesantes
varones, en su m ayoría, jóvenes. E se fue el caso de Pedro de Peñalosa, fraile
ag u stin o d e 4 0 añ o s d e edad, q u ie n valiéndose de su investidura sacerdotal, ace­
chaba sexualm ente ta n to a m u jeres co m o a hom b res en el acto de la confesión.
P o r los te stim o n io s d e los solicitados y la confesión del propio reo, se colige que
este tip o d e cond u ctas d e n tro del confesionario eran cotidianas para Peñalosa.
Su m odus operandi consistía en escuchar las confesiones de naturaleza sexual y
solicitar q ue los p e n ite n te s varones hicieran demostración, en su persona, de
los actos q u e com etían. So p rete x to de e n te n d e r m ejor qué tipo de comporta­
m ien to s d esh o n esto s realizaban, el agustino accedía a los servicios sexuales de
sus confesantes; luego, in c o n tin e n te, procedía a adm inistrar la absolución. En
la m edida q ue eran considerados m ediadores en tre D ios y la hum anidad y que,
com o tales, ten ían la p o testad de o to rg ar o negar la absolución de los pecados,
los sacerdotes hicieron uso de ese p oder para llevar a cabo sus cometidos sexuales
con el m en o r costo posible. P o r o tro lado, al elegir a m ujeres, jóvenes o niños
com o el objeto de sus deseos, se aseguraban de gozar de m ayor despotismo en
virtud del o rden patriarcal im perante. U n com portam iento similar asumieron
los curas doctrineros quienes solían som eter sexualm ente tan to a las indígenas
com o a los niños de sus doctrinas, com binando, en este caso, las subordinaciones
de género, edad y etnícidad.

186 AGI, Inquisición, U1 1028, f.10.


187 ILa a b ju raro n m im ponía a los reos que resultaban sospechosos de herejía. Si la sospecha
e r a k v e , atojurah» d* Uvi m ientras que si la sospecha era m ayor o reincidía en la falta, debía
afe * dr v th rm m u Rene Miliar Garvacho, hujuisición y sociedad, 61.
188 H uí t, txvgiidm d m t i c m fem n a m : Un sanam ento profano, (M adrid: Siglo XXI, 1998), X-XI.
PODER 8

O tro de los espacios jerárquicos que favorecieron los encuentros sexuales


entre varones fue la denominada carrera de Indias, a través de la cual se llevaba a
cabo la comunicación ultramarina entre la península y los territorios americanos.
Los largos y abrumadores meses que llevaban atravesar el Adántico propiciaron
una serie de encuentros de todo tipo entre los pasajeros de las naos, entre los
que, por supuesto, se encontraban los sexuales. Si bien este tipo de comporta­
mientos respondió, en muchos casos, a la escasez del elemento femenino entre la
tripulación, en otros, fue el producto de encuentros concertados por individuos
que disfrutaban de este tipo de sexualidad. El sistema de flotas estaba organi­
zado bajo una férrea cadena de mando: a la cabeza, se encontraba el Capitán
General que, entre otras prerrogativas, tenía la facultad de administrar justicia
en la jurisdicción de la flota; lo seguía el piloto que, gracias a sus conocimientos
especiales, era el responsable de señalar la ruta desde el puerto de salida hasta
el destino final y, finalmente, estaba el maestre que se ocupaban de administrar
los bienes materiales a bordo de la tripulación. Estos personajes constituían la
máxima autoridad de la embarcación y, como tales, gozaban de mejores sueldos,
alojamientos y comida y hasta podían llevar consigo sirvientes que hacían más
apacibles la travesía atlántica .189 P o r debajo de ellos, se encontraba toda una
serie de oficiales que cumplían diversas tareas como los despenseros, carpin­
teros, barberos-cirujanos, escribanos y capellanes, entre otros. En ese mismo
rango se encontraban los contramaestres, quienes tenían la responsabilidad de
cuidar y observar la disciplina del escalafón inferior de las embarcaciones: los
grumetes y los pajes. Los grum etes eran marineros jóvenes que, en virtud de su
corta edad, aún no habían desarrollado una experiencia profesional considerable.
Esta situación los ubicaba en un rango inferior respecto del resto de la marine­
ría que, por su parte, tam bién estaba subvaluada en la organización de la flota.
Los pajes eran niños de entre los 8 y 1 0 años de edad que se embarcaban en la
travesía transatlántica, en muchos casos, huyendo de la pobreza o del estado de
completa orfandad en el que se encontraban .190 Por su edad y nula experiencia
profesional, constituían el grupo más vulnerable abordo y si bien podían contar
con la protección de algún tripulante particular, por lo general, estaban al servicio
de toda la tripulación. Estas dos últimas categorías, grumetes y pajes, fueron los
protagonistas involuntarios de la mayoría de los encuentros sodomíticos abordo.
Los contramaestres fueron quienes gozaron de una mayor libertad para
acometer sexualmente a los jóvenes en las naos. En este caso, la dependencia no
sólo se reducía a la lógica que subordinaba a los menores a la autoridad de los
adultos sino que, com o se mencionara, se fundamentaba en la propia cadena de

189 María Magdalena Guerrero Cano, “Reglamento de las soldadas que han de ganar los capitanes,
oficiales y tripulación de los navios marchantes que navegan a America”. En: Estudios de la
Universidad de Cádiz ofrecidos a la memoria profesor Braulio Justel Calabozo, 541-546, (Cádiz:
Universidad de Cádiz, 1998), 542.
190 Guerrero Cano, “Reglamento de las soldadas”, 543.
1 8 C U A N D O AMAR ERA P E C A D O

m ando. Es probable que esta figura haya sido una de las más despóticas dentro
de la organización de las naos, en la m edida en que constituía la autoridad más
próxim a a los grupos m enos acom odados. Así parece confirm arlo un proceso
llevado a cabo por los jueces de la Casa de la C ontratación quienes, en 1566,
procesaron a Ju an Fernández, contram aestre de la nao capitana llamada San
Ju an Bautista, por haber com etido el pecado de sodom ía con Petlro 1Hernández,
g ru m ete de 20 años de edad, y con otros grum etes y pajes de la nao. Si bien a lo
largo del proceso Pedro 1lernández se reveló com o cóm plice de su contramaes­
tre, p o r haber consentido el acceso canal en una trein ten a de oportunidades, no
es m enos c ie rto que esa relación se inició de m anera coercitiva, dado que “Juan
F ern an d ez era contram aestre que castiga a los pajes y grum etes e después de
d e n tro de la nao h a /c m ucho m al”.191 Así lo atestiguaban los pajes, grumetes y
m arineros que habían sido requeridos sexualm ente por el lascivo contramaestre.
M iguel M artín, g ru m ete de la nao, denunciaba com o en varias oportunidades
Ju an F ernández había q u erido te n e r con el acceso carnal y, ante su negativa, "le
d e /ia que estuviese q u edo dándolo bo teto n es com o burlando porque se quería
Vi Situaciones sem ejantes atravesaron los pajes Ju an de Saucedo, Pedro Díaz,
l a/ aro H ern án d ez y Alonso de Salas > l o s grum etes G onzalo Fernández, Juan
Moreno VA lonso Sitare/, re\ ciando com o las precedencias de rango tavoreeieron
U suinirdm acion sevual a la a u to rid ad del mas poderoso,
caso significativo hic el del altere* Ju a n (u n e s del Castillo quien, en
Ui06, fue acusado de h a b e r c o m etid o el pecado nefando con varios máncelos
c-n el galeón San B artolom é Según las prim eras testificaciones de sus víctimas,
i *Itere/ se valia de su ran g o para solicitar los cuidados personales de los pajes
^ criados a b o rd o de ¡a nave. F u tre esos servicios se destacaban hacerle la
' ' u de-atacarle U to p a v lo que paterna el principal deleite de la mayoría de los
r >l|1, i m e n vlC*o sódottutKO. "rascarle y traerle las Ruernas", Fu este sentido,
t de M aiiulntf paje de m u , declaraba que ( Ünés del ( 'astillo lo
* 4 este testigo al co m ed o r de la p ap a del dicho galeón v le mando que los
v este testudo lo descalce* .*** V agugalvi

. (Itr qur le rassavr tas picotas v * v estaudoseUis el dicho atH'iví


l ¡ i lxhiL, n-ivH» i , uv U'ttvS' vu ktwuK> vwt b suva v >v la llevo a su natura
, , j Í mhmí v k a ttp d iK lu altere/, tuerto la mano a este testigo eituv
lim.thx- \ fcss v eotvo puz sus veqpicAsas 1**

8MCVI p É l Icrsumno la situación iw era nnev a, ya que había i«\k» a ouo>


u ' i t i p *» im e n tu del altere a» haber Mik> ruta do

w ,a a*.
É |
-

i
PODER 89

víctimas lo im pulsó a ab a n d o n ar el galeón, según algunos testigos, “por m iedo


M IOS
del dicho alfér ;re z El m ism o te m o r m anifestaba M artín de Licarza, criado del
Capitán G en eral de la nao, quien viniendo en la carrera de Indias a cargo de
(¿inés del C astillo d en u n ció que el alférez “le m ando que le rescase los muslos
y le to m ó su m an o a este testigo y se la m etió po r la bragueta (...) y empego a
llorar este testigo y con esto lo dexo”.l% Sin em bargo, quienes se encontraban más
expuestos a los caprichos sexuales del alférez eran sus criados personales quienes
difícilm ente podían desafiar o d en u n ciar la autoridad de su amo. Francisco, un
m ozuelo de poca edad, sostenía que “su am o lo traya perseguido porque le rascase
las piernas y sus berguengas y natura y porque le dexase traer y tom ar su natura
el dicho alférez y tam bién se quexo D om ingo de L a n n e n d i”.lv7 En el caso de
estos m ancebos, al so m etim ien to dictado p o r el o rd en patriarcal se le sumaban
las dependencias de ín dole social a la que estaban sujetos en tan to criados.
E n este sentido, las relaciones socio labores tam bién constituyeron otro
de los canales que p ro p iciaro n y favorecieron la sujeción sexual de algunos
varones sobre otros. En cierta m edida, eso puede observarse en los casos ante
n órm ente analizados ya que, po r lo general, en el m undo del trabajo existía una
correspondencia e n tre la sum isión a la autoridad del adulto y la subordinación
e n térm inos laborales. I as relaciones en tre criarlos y señores o entre esclavos \
a m o s ofrecieron un m arco inm ejorable para desplegar relaciones o indicios de
relaciones sodonuticas basarlas en la coerción, \rlem as, com o se m encionara,
muchas de las p restaciones dom esticas consistían en asistir al am o en el se n icio
Y el cuidado personal que, en la m ayoría de los casos, im plicaban un nivel un
p o r ta n t e ríe in tim idad física.
Uno de los casos m a s afa m ad o s cu el Virreinato del Perú fue el que involucro
al o i d o r d e la R e a l \ u d i e n c i a de 1 a P la ta \ más tarde presidente de la \vulien
eia d e Quito, e l Doctor M a n u e l Burros ríe Sannullan. Como se mencionara c u
el c a p itu l o a n t e r i o r , e l D o c t o r Barros fue indiciado en el vicio sodonutieo en
v a ria s oportunidades, s a l i e n d o l i b r e do culpa \ cargo en caria una de ellas No
o b s ta n te , los p r i n c i p a l e s a l e g a t o s e n s u c o n t r a que luego o r ig in a l ra la va u sa ríe
s u r g i e r o n c u e l m a t v o rie l proceso q u e \ i u h e s v 'upe su a n t ig u o e sc la v o ,
enfrentaba poi e l m i s m o d e l i t o e n la c i u d a d de l os Reyes El nombre riel I W
m i B a r m s a j v u e e e e n la c a u s a e n p l e n a sesión d e t o r t u r a , m ie n tr a s los \e i\h ig w s
ptwuraban s a b e r , m e d i a n t e esos m é t o d o s , si C o p i o había cometido el (V rarlo
nefando en otras o p o r t u n i d a d e s S e g ú n e l testimonio del aeusarhe su o wa
con el D o c t o r B a r r o s s e h a b í a i n i c i a d o u n o s q u u i r v a lto s a n te s , óoaurH b
un mtN to d $ 1 2 o H h a b í a s i d o adquirirlo por s u a n t i g u o amo e n la ciudad rk
«ama, a f m ríe s e n t r i o e n la W hcncta ríe ( 'h a iv a s donde se d e s e m p e ñ a n * o ^ u r»

xr a . y
w a, c
V£it c %í . K 4
90 CUANDO AMAR ERA PECADO

oidor. Si bien el Doctor Barros gozaba de varios esclavos, C u pín pertenecía a


su servicio personal, ocupado, principalmente, en las tareas concernientes a su
acicalamiento y cuidado. Como se mencionara, ese tip o de contacto generaba
situaciones de proximidad física difíciles de precisar. D e hecho, muchos amos
aprovechaban esa ambigüedad para procurar tener algún tipo de contacto camal
con sus servidores. Cada noche, luego de desacatarse la ropa, el D octor Barros
invitaba a su esclavo a acostarse en su misma cama “hechandosc cam alm ente con
este confesante metiéndole su miembro por el culo ” .198 Esta im agen descripta
por Cupín pone de manifiesto uno de los elementos significativos que abonan
la idea de coerción sexual: en todas las ocasiones el amo había hecho-gala de su
rol de “agente”. Pensando en las conceptualizaciones ligadas a las nociones de
actividad y pasividad sexual así como a su correspondencia con las relaciones
de poder, este dato confirma la tendencia a la feminización de los individuos
socialmente subordinados, más aun si se tiene en cuenta que C upín había fungi­
do de agente en las restantes relaciones sodomíticas que se le atribuían. Si bien
durante largo tiempo Cupín accedió sin reparos a los requerim ientos sexuales
del Doctor Barros, las cosas cambiaron cuando, sin el permiso y el conocimiento
de su amo, contrajo matrimonio con una negra. A partir de entonces, el Doctor
Barros nunca más volvió a intim ar con su esclavo, por el contrario, ante tan in­
esperada e inconsulta decisión “se enojo con este confesante e lo a§oto porque
se avia casado y luego metió en su lugar de este confesante porque le sirva de
paje a otro negro”, según testificaba C upín Érente a los magistrados .199
O tro de los casos acontecidos en la Audiencia de L a Plata fue el que involucró
al protector de naturales Damián de Morales y a A ntón “esclavo de la tierra del
Congo”. El proceso se inició de oficio en 1610, a partir de una serie de rumores
que circulaban en el asiento de minas de Aporoma en la provincia de Carabaya,
según los cuales, Damián de Morales había intentado com eter el pecado nefando
con el esclavo de un amigo en varias oportunidades. Aunque el testimonio de
Antón nunca confirmó la consumación del hecho, sí existieron actos m uy propin­
cuos que, en cualquier caso, no eximían a Morales de sus deshonestas intenciones.
El caso es significativo porque aun cuando Antón no era su esclavo personal, el
status y el rango social operaban de modo tal que restringían las posibilidades de
realizar cualquier tipo denuncia. De hecho, aun cuando Antón había comentado
a otros esclavos y sirvientes los intentos que Morales había realizado para forni­
cario, nunca se atrevió a realizar una denuncia formal, entre otras cosas, “porque
era amigo de su am oV *1Más aún, según algunos testigos, Antón afirmaba que
“que si no fuera amigo de su amo Diego Ortiz de Bolumbiscar, le mataría”.201Sin

W At¿l, Kscril.wnía 9171, (.226


199 Aft*t, Escríbanla 9178, (.227
2(>Q ABNIJ, I C.1612 V, fjv.
PODER 91

embargo, la relación social ponía límites a cualquier tipo de delación y Antón


debió padecer una serie interminable de afrentas con el objetivo de doblegarlo
sexualmente. Incluso, en los momentos en que enfrentaba los acometimientos de
Morales, este lo disuadía diciéndole: “no te espantes que también lo save hazer
tu amo”l f Sin embargo, no era necesario este tipo de amenazas para disuadir
o contar con el silencio de Antón. Después de todo, era un simple esclavo cuya
palabra, más allá de las competencias jurídicas para oficiar como testigo, estaba
soeialmente subvaluada, enespecial, respecto de las testificaciones de individuos
que formaban parte del estamento de su amo. El proceso permite observar las
estrechas relaciones al interior del grupo de los propietarios de esclavos, ya que
si bien Antón había cambiado de dueño, por lo menos, en dos oportunidades,
eso no impidió a Morales perder las huellas de quien era su objeto de deseo.
Del mismo modo en que se compraban y transferían propiedades, también se
compraban y transferían cuerpos.
r En 1634, los jueces del Cabildo Eclesiástico de La Plata debieron intervenir
en otro caso en donde amo y esclavo eran sospechados de ser aficionados al vicio
sodomítico. La intervención no sólo respondió al compromiso de la institución
con Inmoralidad sexual sino, y fundamentalmente, al hecho deque involucraba a
uno desús miembros: el ya mencionado Pedro de Arandía. Si bien el proceso no
se conserva, algunos testimonios indirectos, permiten colegir que la relación entre
el arcediano y su esclavo también de nombre Antón siguió los mismos patrones
de coerción sexual que caracterizó a muchas de las relaciones que involucraron
a individuos pertenecientes a diferentes estamentos de la sociedad colonial.
Más allá de las diferencias de carácter jurídico o estatutario, la situación
de los criados no distaba demasiado de la de los esclavos, especialmente, para
aquellos que se desempeñaban en el servicio personal. Además, tanto en el caso
de los criados como de los esclavos domésticos, la relación con sus amos tenía
un contenido cercano, casi familiar ya que, en muchos casos, habían nacido y se
habían criado en la casa en la que servían, incluso, algunos procedían de los vín­
culos adulterinos de los amos con alguna dependiente doméstica.202203 Eso reforzaba
aún más las escasas posibilidades de resistencia de los criados ante las demandas
sexuales del patriarca. Aun cuando en la mayoría de los casos esas prestaciones
corrían a cuenta de las servidoras domésticas, tes jefes familiares tenían la au­
toridad de reclamar, aunque de manera menos explícita y abierta, los favores de
sus subordinados masculinos. Esta situación quedó de manifiesto en la relación
entre Cristóbal Zamorano y Juan Moreno, su criado. En principio, aun cuando
entre ambos existía una relación de dependencia social, su vínculo sexual parecía
no estar atravesado por relaciones coercitivas, ya que según los testimonios

202 ABNB, EC.1612.9, f.6v. t ^


203 Ana María Presta, “Genealogías perdidas de los Zárate Mendieta y Torres de Vera, Genealogía-,
N° 32(2006): 133-159
04 C I ANDO AMAR E*A PECADO

quc eierrieron mavor despotismo sobre sus víctimas sexuales aunque, de todos
modos, también debieron apelar a la persuasión de quienes buscaban atraer. Por
ejemplo, si bien el llamado padre viejo, tenía una ascendencia incuestionable sobre
los mestkillos y niños indígenas que se instruían en su convento, debía apelar
a estrategias de convencimiento para reducirlos sexualmente. Según Perico, de
tan sólo 9 años de edad, luego de am edrentarlo con amenazas “que lo avia de
matar (...) le dezia el dicho padre Minaya que lo quería mucho e que le avia de
dar unos zaragüelles de terciopelo negro e que le besava e a b r a g a v a ”.214
Por o tro lado, com o se m encionara, los niños y adolescentes que se embar­
caban en la C arrera de Indias constituían el eslabón más débil de la sociedad
peninsular m oderna. A pesar de su corta edad, muchos cargaban con una larga
historia de padecim ientos que pretendían m itigar con la esperanza de un futuro
más prom isorio en el N uevo Alundo. E n este sentido, una plaza en la carrera de
Indias podía constituir una puerta para alcanzar ese anhelado objetivo. Pero aun
cuando estos jóvenes se encontraban en una situación de desamparo absoluto y,
por lo tanto, estaban más expuestos a los abusos de los adultos, el sometimiento
sexual no era absoluto ni mecánico. P o r ejemplo, en 1698, los marineros Bar­
tolom é Barres, Felipe de Esm eralda y Ju an Bautista Pino, de los galeones de
N uestra Señora del C arm en y las Animas, introdujeron aJuanM olle, de 13 años
de edad, a una de las em barcaciones próximas a zarpar hacia las Indias. Implícita
o explícitam ente, el trato consistía en otorgarle, de manera ilícita, asiento en la
nave y a cam bio le exigían la prestación de servicios. Sorpresivamente, no era la
prim era vez que Ju a n M olle com etía el pecado nefando para paliar su situación
de pobreza, ya que, según confesó a los cirujanos que examinaron su natura,
"en una plaza del L evante un alférez le havia cavalgado por detrás los mas de
los días que allí cstubo’V 1' Asimismo, m anifestó “que era verdad lo havia caval­
gado tam bién algunas noches el cosinero Phelipe Esmeralda en cuyo coy havia
dorm ido con e í V lft En cualquier caso, este tipo de com portamiento, lejos de
constituir un m odo de “ganarse la vida", representó, más bien, la cristalización
de las dependencias sociales y de las necesidades materiales.
L na situación similar vivió el m encionado Pedro H ernández, grumete de la
nave ¡apnanú San Juan Bautista, quien durante los 5 meses que estuvo al servicio
de la nao había cometido el “vicio" nefando con Juan Fernández, su contra­
m aestre. Según el grumete, Juan Fernández había sentido afición por él desde la
ciudad de C ádiz cuando lo había invitado a dorm ir en su cama “pues este testigo
no tenva ropa con que se cubrir".*1 Estas carencias materiales posibilitaron que
el contram aestre pudiera avanzar en la prosecución de sus objetivos “y en esas

«OI,Jimia*, Ut/Affr?,
fifrilli—a H85B, 14*
« U , I n i n í i HOSB, l * i
NX (.)*
PODER 95

noches le dezia le llevaría a su tierra y le honrraria y casaría y este testigo le dezia


aasy lo haría y que se lo agardeda ” .218 Promesas similares le había hecho a otros
pajes y grumetes de la nao a quienes seducía prometiéndoles llevarlos de regreso
a Puerto de Palos en donde les daría “buen partido ” .219 N o obstante, cuando la
persuasión no lograba los resultados esperados, contaba con el uso de la violencia
que le otorgaba su posición de autoridad como contramaestre.
Esa estrategia resultaba menos efectiva en los casos en donde no existía
una relación de subordinación formal. Aunque las jerarquías estamentales eran
efectivas, el hecho de que el protector de naturales Damián de Morales no tu­
viera un vínculo jurídico de propiedad con Antón de la tierra del Congo hacía
menos factible subordinarlo sexualmente por la fuerza de la autoridad. En este
sentido, más allá de las amenazas que le oponía en virtud de su calidad de español
y hombre libre, debió inducirlo a través del ofrecimiento de dinero y de lo que
representaba el mayor deseo para un esclavo: la libertad. De este modo, ante la
rotunda negativa del esclavo para acceder a sus requerimientos sexuales, Morales
le prometía: “Antón no digáis nada, toma plata que nos yremos a Ayapata y este
testigo le dijo, yo no quiero plata ni ir a Ayapata que buen amo tengo ” .220 Por otra
parte, a diferencia del caso del D octor Barros o de otros propietarios de esclavos,
el límite a la coerción sexual sobre Antón estaba impuesto por lo que podríamos
denominar el derecho de propiedad. Aun cuando existieran solidaridades esta­
mentales, la afrenta sexual de Morales sobre Antón podría percibirse, por parte
dé los sucesivos amos del esclavo, como una violación a la sagrada propiedad.
Otro caso en donde el beneficio material o económico apareció subsanando
los límites de la coerción fue el que involucró al Doctor Gaspar González de
Sosa, canónigo de la Iglesia Catedral de La Plata con algunos estudiantes de la
Villa de Potosí. El affaire del D octor González con los estudiantes formó parte
de los indicios contenidos en el primer proceso llevado a cabo en la Villa Impe­
rial de Potosí en 1595. Según algunos testigos, el estudiante Juan Ruiz pasaba
una vida de penurias y privaciones materiales, especialmente, en lo tocante a su
alimentación “porque los padres del Compania e Jesús (..») le davan una comida
al mediodía era tan afrentosa que le hacian comerla en la portería en un poyo
como si fuera un yndio ” .221 P or este motivo, el joven Ruiz vagaba de casa en casa
en busca de un lugar en la mesa. Su poca fortuna lo llevó a la casa del Doctor
González quien, rápidamente, se mostró solícito y servicial con el estudiante,
ofreciéndole no sólo un plato de comida sino, también, un lugar donde dormir.
Amparado en la nocturnidad y la privacidad de la retámara que compartían, el
Doctor González rogó acceso carnal al joven “haziendole muchas promesas y

218 AGI, Justicia 882, N.2, £33.


219 AGI, Justicia 882, N.2, £31.
220 ABN’B, EC.16I2.9, £3.
221 AGI, Charcas 140, £13, %
f u lir r r " ::: Ptero esas promesas v oíros ardid que utilizaba -c o m o decirle “que
muchr r hombres honrados lo hacían especialmente los estudiantes"-, no do-
faéenran b voluntad de Juan Ruiz quien lo amenazó con d ar v o ces.- ' Viéndose
en semejante aprieto, el D octor González optó por com binar las estrategias de
amenaza y persuasión, diciéndole: “calle señor Juan Ruiz m ire que lo quiero
mucho y tengo de tavorezele quando venga el obispo, yo le daré de bestir y plata,
sea callado" . - 4 O tro de los estudiantes involucrados con el D o c to r González fue
Juan Nicolás del C orro cuyo caso, según la información proporcionada por uno
de los testigos, revela aspectos muy similares a los contenidos en el caso anterior.
El ofrecimiento de comida y posada constituía el anzuelo para llevar a cabo los
deseos más últimos y prohibidos del canónigo quien, como era su costumbre, en
la intimidad de su cuarto procuraba tener acceso camal con sus paniaguados. En
el caso de Nicolás del C orro, la suerte del D o c to r G onzález fue más adversa ya
que, a pesar de las promesas y los favores prom etidos, “el dicho mogo se defendió
y alboroto de tal manera que se quiso salir d e la dicha casa a medianoche”.22*425
Muchas veces, casa y comida no constituían lazos de dependencia suficientes
para doblegar sexualmente a un estudiante necesitado.
A partir estos casos puede sugerirse que las relaciones sodomíticas entre
individuos socialmente desiguales se fundaron en vínculos de dominación que
posibilitaron, a quienes ocupaban posiciones de poder, exigir los servicios sexuales
de los subordinados. Sin embargo, en muchos casos, la simple imposición de la
autoridad o de la voluntad de quienes dominaban en la relación no fue suficiente
para hacer efectiva la “sodomización” de los dependientes^ E n ese contexto, se
apeló a mecanismos de generación de consenso com o, por ejemplo, una serie de
beneficios materiales o simbólicos que redundaban a favor de los dependientes.
E n cualquier caso, tanto la coerción como el consenso constituyeron estrategias
que sólo pudieron im plem entar aquellos individuos que gozaban de un status
reconocido o de la capacidad económica necesaria como para hacerlo. E n este
sentido, como señala Cristian Berco, los visos de una supuesta “prostitución
informal” de los encuentros sodomíticos sólo pueden entenderse en el marco
de relaciones de dependencia socio-económica y violencia sexual.226

2. Alterando las posiciones sociales y étnicas

N o obstante, no todas las relaciones sodomíticas constituyeron un reflejo in­


mediato de las relaciones coloniales de poder. De hecho, aun cuando los casos

222 AGÍ, Charcas 140, f.14, f/p.


221 AGI, Charcas 140, f.llv , f/p.
224 AGÍ, Charcas 140, f.llv , típ.
225 AGÍ, Charcas 140, f.!5v, f/p,
226 Berco, Stxutil Httrgrchitt, Public, 67,
analizados permiten observar la forma en que la sujeción sexual se desarrolló pan
passu la dominación social, también revelan aspectos menos lineales o directos que
complejizan el panorama de las relaciones sodomíticas en la sociedad colonial.
La documentación disponible permite aproximamos a un conjunto de relaciones
sodomíticas que, de manera diferente, parecen ir a contrapelo de la aparente
correspondencia entre dominación social y sujeción sexual. Algunos de los casos
que se analizan en esta sección revelan que no siempre las relaciones sexuales entre
varones pertenecientes a diferentes segmentos sociales de la sociedad colonial
se fundaron en relaciones coercitivas sino que, en algunos de ellos, tuvieron un
carácter decididamente consensuado. En este sentido, la “prostitución informal”,
las relaciones de dependencia socio-económica y la violencia sexual dieron paso a
formas menos forzadas de interacción sexual.227Asimismo, lejos de lo establecido
por el paradigma de actividad/pasividad sexual, esto es, la “sodomización” de
los subordinados, los sodomitas social o étnicamente dominantes no siempre
procuraron expresar o reafirmar su posición a través del rol de “agentes”. Am­
bas cuestiones revelan la potencialidad que las relaciones sodomíticas tuvieron
para moldear, y hasta alterar, las posiciones sociales y étnicas en el marco del
encuentro sexual. Aun cuando la sexualidad no pueda entenderse por fuera de
sus determinaciones históricas y sociales, la labilidad de las relaciones sociales
en el marco de los encuentros sodomíticos sólo cobra sentido en relación a la
preponderancia y a la autonomía relativa que el deseo y el placer gozaron en la
intimidad de los cuerpos.
Sin dudas, la pertenencia al mismo estrato o grupo social hacía que los
vínculos sodomíticos tendieran a asumir un carácter más consensuado. Una
muestra de ello puede observarse en el expeditivo proceso que en apenas 28
días se fulminó contra Jerónim o Ponce y Domingo López en la Casa de la
Contratación. A pesar de que sus procedencias étnicas eran diferentes, mulato
uno y morisco el otro, ambos pertenecían a los estamentos más bajos de la
sociedad tanto peninsular como americana. De hecho, el encuentro entre ellos
había tenido lugar en las cárceles de la Casa de la Contratación, un espacio
intermedio que oficiaba de puente entre el viejo y el nuevo mundo. Mientras
Jerónimo purgaba su condena por haber cometido el pecado nefando en la
Carrera de Indias, Domingo llegó a la prisión de la mano de su amo, acusado
de ser ladrón y somático. La noticia de que había llegado un “sodomita” a la
cárcel corrió como reguero de pólvora entre los calabozos hasta llegar a los
oídos de Jerónimo, quien no tardó en ir a buscarlo “diziendole que avia quinze
dias que no se lo avia hecho a nadie y que estava arrecho” .228A diferencia de los
otros presos que denunciaron a Jerónimo por andar “tentando y palpando las
partes de su cuerpo”, motivo por el cual mantenían una considerable distancia

227 Berco, 67.


228 AGI, Escribanía IÓ75C, f.2v.
98 CU A N D O AMAR ERA PECADO

con el sodomita, D om ingo no tuvo n in g ú n re p a ro en acercarse a él y en su


calidad de recién llegado a la p risió n b uscó asilo ju n to a la cam a del mulato.
Amparados en la oscuridad y crey én d o se ajenos a la vista de sus compañeros
de celda, dieron rienda suelta a sus deseos m ás p ro h ib id o s que, finalmente,
purgaron en la hoguera.
El proceso seguido en 1560 contra el g ru m e te G aspar P ortugués y el paje
Cristóbal Gris, tripulantes de la nao Capitana N u e stra S eñora de Clarines,
también pone al descubierto relaciones sodom íticas consentidas. En este caso,
no sólo se trataba de dos individuos p erte n ec ien tes al m ism o estrato social que
seguramente com partían trayectorias sim ilares sino, adem ás, de dos jovenes de
muy corta edad en pleno despertar de su sexualidad. E n ese sentido, el caso puede
situarse en el m arco de la experim entación o iniciación sexual, aun cuando los
implicados se propinaran acusaciones cruzadas. E sto q uedó develado a través del
careo en el que, finalm ente, am bos term inaron adm itien d o h ab er consentido el
acceso carnal, en algunas ocasiones, co m o pacientes y, en otras oportunidades,
com o agentes. Al igual que en el caso anterior, d eb iero n pagar sus deslices con
el garrote y la h o g u era .229
N o obstante, lo más im portante fue que este tip o de relaciones concertadas
tam bién se establecieron en tre personas que gozaban de status diferentes e,
incluso, que estaban unidas p o r lazos de dependencia social, laboral o étnica.
.Asimismo, individuos que no dudaron en utilizar su posición de poder para
acceder a los favores sexuales de sus dependientes, ya sea a través de la coacción
física, la persuasión m aterial o su propia autoridad, también podían establecer,
con otros subordinados, relaciones en donde los vínculos de sujeción se hadan
más fluidos. M ientras el D octo r Barros apeló a su condición de amo para so­
m eter sexualm ente a .Andrés C upín, había tenido una actitud más complaciente
con Pedro N eg ro , otros de sus esclavos. La relación entre ambos se remontaba
al tiempo en que el D o cto r Barros se había desempeñado como oidor de la
Audiencia de Panam á hacia 1560. Allí, el com portam iento licencioso del oidor
había levantado sospechas «obre la supuesta relación ilícita que mantenía con
Pedro, Finalmente, el caso cobró estado público cuando algunos vecinos de la
ciudad, escandalizados por el com portam iento del oidor, colocaron libelos en
ta i cantonea de la plaza acusándolo de sodomita. El D octor Barros alegó que se
trataban de infamaciones debido al buen gobierno que quería imponer en esa
jurisdicción pero, no obstante, los testigos aseveraban que “siem pre se tubo por
verdad que había cometido el dicho delicio de pecado nefando el dicho doctor

2¿9 St h m ambiift recrinenin la pena capital, el castigo se aplicó, primero, en la persona de Gaspar
Portugués lo que le perm itió ai curador de Cristóbal G ris presentar m ü pruebas acerca de
la MQMHMBM tk « menor. Finalmente, loa jueces morigeraron el castigo del paje y, luego de
las apelaaones W M p o a d n n i u , sólo b condenaron ai destierro perpetuo de los reinos de
S mmAí v de la» Indias \t»J, Fsc nbaoía 1181, N.2, R.$, f.65v.
PODER 99

Barros con el dicho Pedro su negro y se entendía por el tratamiento que le hazia
y palabras de amor ” .230 Ante las sospechas, que nunca llegaron a formalizarse
judicialmente, el D octor Barros utilizó una estrategia que implemento a lo largo
de toda su carrera cuando su honorabilidad se ponía en entredicho: trasladarse
a otra jurisdicción. De este modo, fue promocionado como oidor de la Audien­
cia de La Plata, en donde desempeñó sus funciones hasta una nueva denuncia
por sodomía. A fin de disipar cualquier tipo de suspicacias, en un comienzo, el
■Doctor Barros optó por dejar a Pedro en la jurisdicción de Panamá pero una
vez instalado en su flamante Cargo, '‘después de algunos dias que estaba en
esta ciudad hizo que se lo enviasen (...) y tom o a reincidir y cometer el dicho
delicio” .231 Si bien la voz del esclavo se encuentra ausente, como para corroborar
si la relación era o no conformada, algunos indicios permiten sugerir el carácter
amistoso del vínculo. Según algunos testimonios “era tan su querido el dicho
negro que lo vieron una vez al dicho doctor Barros que estava en la cavalleriga
sentado sobre una pesebrera y tenia echado un bra?o sobre el pezcue^o del dicho
negro y asida de el la otra mano ” .232 Asimismo, otro testigo que había entrado
al aposento del Monasterio de San Francisco, donde estaba recluido por temor
al proceso llevado adelante por el oidor Juan de Matienzo, “le hallo desnudo
en cueros de la cintura arriba y asentado dentro de la cama y el dicho negro
asentado en la delantera de la cama y ante que entrase oyo dende la puerta dar
palm arlas como que daban en la carne y se reían ” .233 Debido a estas conductas
y a los rumores que circulaban por la ciudad de La Plata, el visitador Diego de
Zuñiga compulsó al D octor Barros a deshacerse de su esclavo. Muy a su pesar,
vendió a Pedro al licenciado Torres de Vera, también oidor de la audiencia.
Pero al enterarse que Pedro no estaba a gusto con su nuevo amo, persuadió a
un clérigo para que lo comprase y aunque no había condiciones en la venta, el
Doctor Barros le rogó que pasados dos años le concediera su libertad.234 Todos
estos indicios, que acrecentaron las dudas acerca del tipo de amistad entre el
Doctor Barros y Pedro, permiten colegir la existencia un vínculo sexual -y
afectivo- que trascendió a la simple relación entre amo y esclavo.
Otro de los casos que permite observar la existencia de lazos sodomíticos
no mediados por la coerción fue el de Diego Días de Talavera y Luis de Herrera
también ya mencionado. Si bien la relación entre ambos se había originado
como un vínculo laboral, rápidamente, mudó de contenido hasta transformarse
en una verdadera relación de “amigos” aun cuando formalmente conservara
la apariencia de una relación entre amo y criado. Tanto los familiares como

230 AGI, Escribanía 917B, f.312


231 AGI, Escribanía 9171, 0 1 2 .
232 AGI, Escribanía 9 1 7 8 ,0 1 2 .
233 AGI, Escribanía 9 1 7 8 ,0 1 2 .
234 AGI, Escribanía 9 1 7 1 ,0 1 2 v .
100 C U A N D O AMAR ERA PEC A D O

allegados de Diego Días de Talavera veían con recelo el estrecho vínculo que
éste tenía con su criado, especialmente, debido al grado de intimidad que no
sólo era inusual para el tipo de relación laboral que los unía sino, incluso, para
dos amigos. Pero aun cuando su hermano y el mismísimo vicario de la juris­
dicción le rogaron “de rodillas” que expulsara de su servicio a Luis de Herrera,
Diego permaneció incólume ante esos ruegos así como antes las crecientes
murmuraciones que presagiaban el escándalo final.235 N o obstante su pertina­
cia, sus familiares más cercanos no se dieron por vencidos. A fin de poner fin
a la intimidad que traía con el criado, su sobrino, Juan López de Vallejo, se
instaló en la casa de su tío con el pretexto de desempeñarse como carnerero.
Inmediatamente, Luis de Herrera entendió que no era bien recibido por la
familia de su amo y, a pesar de las súplicas que éste le hizo, decidió salir de su
servicio y radicarse en Potosí en busca de un nuevo amo. Lejos de aplacar el
escándalo, la decisión de Luis de Herrera causó más revuelo y el affaire entre
ambos “fue público y notorio en este valle”.236 El tiempo que transcurrió a
partir de la separación significaron los días más tristes para Diego quien le
escribía innumerables misivas contándole su pesadumbre y rogándole que
volviera. Finalmente, fue a la Villa Imperial en busca de su antiguo criado, aun
cuando su hermano le advirtió que si lo traía de nuevo al valle de Pitantora,
“hemos de salir tres o quatro amigos y hemos de matar [a Luis de Herrera] en
el camino”.237 N o obstante, la afición entre ambos era tal que, desafiando las
amenazas, volvieron a su antigua morada en donde Herrera volvió a trabajar
para el servicio de su antiguo amo. En cierta medida, el vínculo laboral funcio­
naba como una pantalla que otorgaba protección a una relación que, bajo otras
condiciones, hubiera hecho inviable el vínculo sexual y afectivo. De hecho,
tanto amo como criado apelaban a la relación social como medio para dirimir
sus desavenencias personales y amorosas. Juan de Salas, uno de los testigos,
se ñ ala b a que “por la mañana vio este declarante que estaban riniendo como a
m a n e ra d e p e d ir celos y que la segunda vez de las dos referidas el dicho Diego
D ia s h iz o como que despedía al dicho Luis de Herrera”.238Asimismo, escuchó
c o m o e n la pelea Luis de Herrera “le respondió con muy gran soberbia que le
p agase lu e g o y n c o n d n e n te lo que le debía”.259 El poco temor con el que criado
se d irig ía a su s e ñ o r rev e la, en cierta medida, no sólo el grado de confianza que
ex istía e n tre ellos sin o , fundamentalmente, el lugar preponderante que Luis
de H e r re r a o cu p a b a e n la re la c ió n . El testimonio de Luis Sánchez Romero era
m ás q u e re v e la d o r ya q u e sostenía que:2 15678

215 A SN t, EC.1601.14, t $ v
216 ABXB, EC.1603.14, f.l2 v .
217 ABNB. EC.1603.14, f.14.
2 1 8 ABNB. FX .1603.14. f. 30.
2 1 ? ABNB, FC.1603.14, f.3ü-f,30v.
PODER 101

(...) los dichos diego dias e luis de herrera no son amo y criado sino personas tan
conformes e yguaies que nunca se apartael uno del otro un punto ni se hace mas de
lo que quiere el dicho luis de herrera y donde quiera que vael uno ade yrel otro y
entre ellos yendo fuera no ay mas que tan solamente una cama.240

En este sentido, el proceso seguido contra Diego Días de Talayera y su cria­


do pone de manifiesto cómo, a pesar de la relación de dependencia que existía
entre ambos, el vínculo sodomítico podía adquirir un significado diferente al de
la sujeción y la violencia sexual. Pero no sólo eso, ya que el caso revela, además,
como el vínculo sexual o afectivo podía alterar las posiciones de poder estable­
cidas por la relación social. Lejos de lo que podría esperarse, no es el amo el que
mandaba y subordinaba la voluntad de su dependiente sino que, desafiando las
jerarquías y el propio ordenamiento social, era el criado quien parecía llevar la
voz cantante en la relación.
No obstante, donde mejor se expresó este último aspecto fue en el caso del
conocido Gaspar González de Sosa. Si bien el canónigo había mantenido, a lo
largo de su vida, encuentros sodomíticos de los más diversos -algunos consensua­
dos y otros forzados- lo cierto es que la relación con Diego Mejía, inicialmente
su criado, constituyó un punto de inflexión. Como se mencionara, ambos se
conocieron mientras el Doctor González realizaba una visita eclesiástica por el
obispado de los Charcas. Según recuerda un testigo:

aviendo llegado a la villa imperial de Potosí hallo preso en la carzel publica de ella
un hombre que en aquella ocasión se llamava Diego Poblete y no sabe porque
estava preso mas que era un pobre 111090bestido de un paño de quito viejo y raydo
y saliendo de la carzel fue a ver al doctor Gaspar González de Sosa que posava en
los carangas y de la primera visita se fueron recreciendo otras.241

Inmediatamente, el Doctor González lo tomó a su servicio y lo puso bajo


su protección personal. La mayoría de quienes formaban parte de la comitiva
visitadora estaban espantados “de ver una amistad de tan poco dias y tan trabada
y a todos (...) les pareció mal que los susodichos estuviesen en comunicación a
oras esquisitas”.242La inclinación del Doctor González hacia su flamante criado
eratan grande que resolvió echar de su casa y de su servicio aFrancisco Redondo,
su anterior servidor personal. A pesar del poco tiempo transcurrido, la relación
entre el Doctor González y el nuevo criado había alcanzado un grado de confianza
inusitado y el canónigo se mostraba presto a las necesidades materiales de Diego.
Pero la muestra de mayor gratitud llegó cuando, arribando al asiento de Porco,
el Doctor González anunció que en adelante Diego Poblete pasaría a llamarse

240 ABNB, EC.1603.14, £16.


241 AGI, Charcas 140, f.20v, f/p.
242 AGI, Charcas 140, £18. tfp.
102 CUANDO AMAR ERA PECADO

Don Diego Mejía, lo que provocó el desconcierto y la burla de los presentes


que había conocido el hábito que lucía Diego Poblete en la cárcel de Potosí.243
A partir de ese cambio de status, Diego Mejía comenzó a gozar de los privilegios
que le otorgaba ser, no ya el criado, sino la mano derecha del Doctor González
quien, además, “le regalava y dava mucha cantidad de plata un mil pesos para
bestírse y para que gastase” .244 Si bien Diego Mejía había visto mudar favora­
blemente su status social y su situación económica, su relación con el canónigo
no se reducía sólo a un interés material. Cuando las autoridades eclesiásticas
amonestaron al D octor González por la relación escandalosa que mantenía con
Mejía y lo obligaron a morar en habitaciones separadas, era sabido que “a ocultas
y escondidamente el dicho Diego Mexia a venido muchas noches a dormir con
el dicho doctor ” .245 Asimismo, estando de visita en O ruro y disponiendo de un
cuarto muy pequeño donde aposentarse “no quería don Diego dormir sin el
dicho doctor ” .246 E n este sentido, la relación entre el canónigo y Diego Mejía
permite visualizar, por un lado, como las relaciones socialmente desiguales no
siempre constituyeron relación de opresión sexual y, por otra parte, la capacidad
del vínculo sodomítico para mejorar el status y la posición de los sodomitas de
baja laya, no ya como una forma de prostitución encubierta sino como un intento
compartido de alcanzar un equilibrio social.
El segundo aspecto que tam bién puso en entredicho las representaciones
dominantes en tom o a la sodomía fue la existencia de individuos socialmente
superiores que procuraron asumir el rol de pacientes en el marco de la relación
sexual. Com o se mencionara, bajo el paradigma de la actividad/pasividad sexual,
el individuo que era “penetrado” aparecía como el prototipo de la feminiza­
ción y, por lo tanto, com o un subordinado. Sí bien, como rezaban las Partidas,
eran responsables del delito de sodomía tanto “el que lo faze, como el que lo
consiente”, hem os visto que para la sociedad moderna y colonial la alteración
o "desviación” de los valores de género dominantes poseía un plus de condena
moral.24' Por lo tanto, el individuo que asumía el rol de “paciente” en la relación
.vridomíáca gozaba de un repudio social mayor que aquel que, aunque también
ofendía a Dios, no mandilaba la naturaleza sexual de su género. En este sentido,
ci individuo pasivo era considerado inferior respecto del activo yf en muchos
caaoa» loa individuos que ostentaban una posición social superior confirmaron
m status a través de la reducción sexual de sus subordinados. Después de todo,
duMSD de ceta conceptual!radón de la sexualidad, d individuo penetrado era
apena* un ofafeto del sujeto de b relación.

Mr rsrttmm n ñu IV méi I Mulo XXI. Ley U


PO DER 103

Cristian Berco, en su estudio sobre la sodomía en la corona de Aragón,


advierte aspectos interesantes respecto a las situaciones contradictorias que ge­
neraba la intersección entre las jerarquías sexuales, por un lado, y lo que el autor
denomina jerarquías públicas, por otro. Según Berco, el hecho de que individuos
socialmente dominantes procuraran oficiar como “pacientes” en el marco de
una relación sodomítica, o, por el contrario, que individuos proveniente de los
estratos más bajo de la sociedad tuvieran la capacidad para sodomizar a quienes
gozaban de un status superior, ponían seriamente en crisis las jerarquías sociales,
étnicas y religiosas estandarizadas.248 Para el autor, eso fue posible porque la
sodomía era percibida como una fuente de desestabilización social. No en vano
fueron prolíficos los discursos y las imágenes durante el período que explicaban
las pestes, hambrunas, sequías y cualquier tipo de calamidades por la presencia
de sodomitas en la comarca. Asimismo, la sodomía aparecía como una arena
en la que, a través del uso de la violencia, cualquier individuo, sin importar su
condición social o procedencia, podía desarrollar actos sexuales penetrativos.
Berco analiza esta variable en relación a una serie de casos que involucraron a
esclavos moriscos o de origen africano que al sodomizar por la fuerza a jóvenes
cristianos no sólo invertían las metáforas de las jerarquías sino que ganaban en
tnasculinidad sobre éstos últimos. No obstante, lo que el autor no observa es
que allí, justamente, se conjugaban otras variables de jerarquía y poder: aun
cuando estos esclavos ocuparan socialmente la escala mas baja de la sociedad
peninsular -tanto por su condición social como por su origen étnico y su impu­
reza religiosa- en el marco del orden patriarcal ostentaban la superioridad que
les daba el ser adultos. Quizás la adultez y el uso de la violencia en el marco de
las experiencias sexuales constituían atributos de la masculinidad más relevante
que el ser cristiano.
En cualquier caso, los ejemplos que aquí se analizany que también dan cuenta
de la capacidad de la sodomía para invertir las jerarquías sociales y étnicas no
encuentran su origen en la naturaleza amenazante de la sodomía ni en el uso de
laviolencia física por parte de individuos de origen bajo. La potencialidad de la
sodomía para trastocar las jerarquías sociales residió, más bien, en el hecho de
constituir una experiencia personal que involucraba aspectos asociados con la
erótica, el placer e, incluso, la afectividad. Sólo así podemos entender cómo una
serie de individuos que públicamente hacían gala de su autoridad sobre otras
personas, en la intimidad del lecho se descubrían de una manera muy diferente.
Esas situaciones marcaron de manera muy clara los límites de la sodomía como
metáfora del poder.
Como vimos, Juan Ponce de León gozaba del prestigio que le otorgaba ser
descendiente de uno de los vecinos fundadores de la ciudad de Huamanga. Sin
embargo, en la prosecución de los contactos sodomíticos, no se afamaba por

248 Berta, Sexual Hierarchies, 35 y 65.


m «X.lfcNlV' KMVR KR»i P»-X'MV>

<iemostT*r su fuer*» viril Por el contrario, según la testificación de la mayoría


de sus víctimas, por lo general indígenas o esclavos, Juan Ponce de I ,eón disfru*
taha de ser di “penetrado". Según el esclavo Francisco de Tina jo, el vecino de
Huatmnga lo había acometido sexualmente con las siguientes palabras: “queréis
que vamos a la caballeriza y cavalgarme por el culo y que yo te comprare de tu
amo y te haré libre" .249 Del mismo modo se había dirigido a otros indígenas a
quienes, a cambio de “hacérselo”, les prometía recompensas monetarias o favores
materiales. Otro tanto había acontecido con Jerónim o de Rojas, un forastero
de origen peninsular, a quien como contraparte de los víveres que hospitalaria­
mente le había ofrecido le rogaba que se lo hiciera “por el culo ” .250 A diferencia
de quienes cometían por la fuerza el acto camal, aquellos que preferían el rol
de pacientes no tenían más alternativa que, frente a la resistencia de su partenai-
re, persuadirlos mediante sobornos. En este sentido, existía una contradicción
entre el rol masculino de proveedor de beneficios materiales y, por otro lado,
la búsqueda de la pasividad sexual que, abiertamente, contradecía su identidad
masculina. N o obstante, el testimonio más significativo fue el del indígena Juan
Yanque a quien Ponce de León no sólo solicitó con promesas materiales sino
que intentó “engañar” fingiendo un género que no era:

{Juan Ponce de León] llamo a este testigo diciéndole b e n aca ben aca en la lengua
y este testigo se allego y le dixo toma un patacón aunque este testigo no vio la
plata que yo soy señora vestida en avito de hombre hagámoslo házmelo vamos a la
canúzería que esta allí serca y házmelo y este testigo se espanto” .251

Este mismo comportamiento se observa en el caso del protector de natura­


les Damián de Morales quien había solicitado sexualmente a Antón de la tierra
d d Congo en varías oportunidades. Aun cuando Morales gozaba de un status
superior al del esclavo, nunca pudo someterlo por la fuerza. Esto se debió, en
cierta medida, ai hecho de no fuera su propietario directo pero, también, debido
a q r Morales buscaba desempeñarse como paciente. En este sentido, al igual que
Ponce de León, debió apelar a las promesas de libertad, a los sobornos monetarios
e. ñH"—y al t n v e s ú n a Según algunos testigos, dada la negativa de Antón por
aaodfer a ios capricho» fam ales del protector de naturales, “Damian de Morales
se asmo necio irrtnr* y rostro y se puso un bestido de india azo y lliquilla y se
M M é m ia iM M * 20 Una vez en ese hábito, “llamo al dicho negro y el dixo que
fÉcáne «a oficio y que d dicho negro le dixo se avía escandalizado".255Sí bien

MP (JOr.
JS9 5©4C,£17,.
Mat, EmpAmMI PPiC CPv.
* * —H M *- £ 7* Asm y A ffir. j a r i f a dd indígena, túnica
f JNMftr
2Ü ftT Ifcf? tT iém
d fenómeno del travestismo se analizará en el siguiente capítulo, no obstante,
resulta pertinente mencionar algunas de sus implicancias en relación a las jerar­
quías sociales y étnicas. Si los sodomitas que procuraban actuar de pacientes eran
más denostados que los que asumían un rol activo en el acto sexual, aquellos que
mudaban su apariencia hacia el género opuesto, sufrían de un desprecio mayor.
Por lo tanto, el hecho de que un individuo socialmente prestigioso emulara al
género femenino en todas sus dimensiones y que, como si fuera poco, buscara
ser penetrado por otro social o étnicamente inferior, representó una alteración
radical de las jerarquías sociales.
En el caso del Doctor González, si bien la mayoría de los testigos aseguraban
que él y Diego Mejía se comportaban “como si fuesen hombre y muger”, no
existen testimonios explícitos que nos permitan inferir qué rol sexual jugó cada
uno de ellos en la prolongada relación que mantuvieron. En principio, la función
de benefactor del Doctor González parecería ubicarlo en el lugar del “agente”, en
la medida en que el abastecimiento material era considerado uno de los atributos
déla masculinidad dominante. Este fue uno de los rasgos centrales que atravesó
toda la relación con Diego Mejía, ya que, como señalaban los testigos, el Doctor
Barros “le compro un regimiento de esta ciudad y le a echo donación de gran
suma de hazienda con que a crecido el escándalo” .254 Asimismo, atestiguaban
que una chacra que el Doctor González había adquirido de un tal Romero era
propiedad de Diego Mejía y que “es publico que el dicho don diego posee y go^a
toda la hacienda del dicho doctor ” .255 Sin embargo, la capacidad para suministrar
beneficios económicos no siempre estuvo ligada al individuo socialmente superior
como así tampoco representó la prueba cabal de la capacidad sexual de un indi­
viduo. De hecho, muchas veces, los beneficios materiales o la promesa de ellos
podían constituir un mecanismo de persuasión para inducir al individuo depen­
diente a que asumiera el rol de agente. Por otra parte, una lectura más detenida
del proceso sitúa al D octor González en las antípodas de la masculinidad. Allí,
lejos de presentarse como el proveedor o el jefe del hogar, aparece asumiendo
un rol asociado al mundo de las mujeres. Por ejemplo, una noche que Diego
Mejía regresó tarde de la comedia, tras acompañar a una dama hasta su casa, el
Doctor González se mostró muy ofuscado con él “y no quiso que le abriesen la
puerta” .256 Al día siguiente, lo regañó reprochándole la liberalidad que siempre
había tenido hacia su persona y que, no obstante, “andais con mugeres y venis a
medianoche” .257 E n este caso, la actitud del Doctor González se distanciaba del
rol dd patriarca para devenir en una suerte de esposa engañada que, recogida

254 ACa, Charcas 140, £.17, f/p . El Doctor González obsequió a Diego Mejía la suma de 3000
pesos con la que pagó, en parte, el oficio de regidor del Cabildo de La Plata. Spurbag,
“Honor, sexuaiity, and Colonial”, 51-52.
255 AGI, Charcas 140, s/f.
2 íé AGI, Charcas 140, £5, f/p .
257 AGI, Charcas 140, £5, f/p .
106 CUANDO AMAR ERA PECADO

en el seno de su hogar, esperaba la llegada de un marido adulterino. Si bien no


se sabe qué traducción pudo tener este tipo de comportamientos en el lecho
amoroso, lo cierto es que, socialmente, el Doctor Barros aparecía asumiendo
una actitud femenina respecto de quien era su dependiente.
El proceso seguido contra Diego Días de Talayera y Luis de Herrera también
permite observar algunos aspectos vinculados con la alteración de la sexualidad
masculina. En este caso, como en el del Doctor González, tampoco se revelaron
las preferencias sexuales que los implicados tenían en la intimidad; los testigos
se dirigían hacia ambos, indistintamente, como “putos” o “somáticos”. No obs­
tante, hay algunos indicios que permiten sugerir que Diego Días de Talavera
asumió, si no sexualmente, al menos socialmente el rol femenino. En primer
lugar, a pesar de la relación de dependencia que mediaba el vínculo entre ambos,
el criado señoreaba la casa de Días de Talavera como si fuera el patriarca, ya que,
según uno de los testigos, en la casa “ni se hace mas de lo que quiere el dicho
luis de herrera”.258Por otra parte, la nostalgia y la melancolía en la que se sumió
Diego luego de que Luis de Herrera se fuera para Potosí, ponía en entredicho
no sólo su capacidad de mando sino también su masculinidad, ya que más que
un amo con potestad para exigir a su criado que regresara a su servicio, actuaba,
a los ojos de los testigos, como una esposa que había sido abandonada por su
marida. Sin embargo, el indicio más revelador acerca de la “feminización” de
Días de Talavera quedó expresado en las amonestaciones de su hermano quien
le suplicaba que, por lo menos, “tenga vergüenza y honra que es un hombre de
burla porque esta triste porque no lleva hese moyuelo”.259 Claramente, dentro
de la conceptual ización del hermano ser un “hombre de burla” significaba no
representar el modelo de masculinidad dominante de manera adecuada.
A partir de todos los procesos analizados, pueden extraerse algunas conclu­
siones preliminares. En prim er lugar, los casos citados permiten observar la com­
plejidad y la diversidad de formas que pudo asumir el fenómeno de la sodomía.
En este sentido, los vínculos sodomíticos no siempre entrañaron relaciones de
dominación o formas rui generis de prostitución. En muchos casos, las relaciones
sexuales entre varones fueron vínculos consentidos por ambas partes, incluso, en
aquellos casos que involucraban a individuos de origen social o étnico diferentes.
Más aún, asi como los lazos de dependencia social podían inducir a relaciones de
subordinación sexual, también es cierto que los vínculos sodomíticos pudieron
t om ittuir un elemento con capacidad de subvertir las relaciones de poder. En
mucha* ncs«tonc*, la* relacione* sodomíticas, especialmente las mediadas por la
«(ettividad. constituyeron un escenario propicio a partir del cual promocional*,
degradar o equilibrar la posición social de alguno de los involucrados. Asimismo,
a e rto s comportamientos sexuales o culturales asociados con la feminidad, como

a UHI. M.IMIJ.I4, f té.


I «MStCC !40t.!4. U7» u *
PODER 107

asumir el rol de “paciente” o emular la conducta de las mujeres en el marco de


la relación, también pudieron trastocar las relaciones de poder, especialmente,
cuando eran encamados por individuos que gozaban de status o un prestigio
social importante.
Toda esta serie de situaciones paradójicas sólo pueden entenderse a partir de
la potencialidad que la sexualidad tuvo para hacer estallar las jerarquías sociales,
en la medida en que la experiencia del deseo y de la afectividad trascendió las
fronteras de las determinaciones sociales. Además, la maleabilidad de las posi­
ciones sociales también fue favorecida por la propia naturaleza de la sociedad
colonial que, aunque deseosa de seguir los parámetros de una sociedad estamental,
exclusiva y restrictiva, se había fundado en la movilidad y en la permeabilidad
social que había favorecido el contexto de conquista y colonización.
C A PÍTU LO 4
Religión

Del mismo modo que el poder fue constitutivo a las experiencias sodomíticas,
también lo fue la religión, no sólo porque la sodomía fue una categoría con
contenido teológico -aunque con consecuencias socioculturales- sino, funda­
mentalmente, porque durante el período estudiado las instituciones religiosas
tuvieron el desafío de crear una doctrina cristiana de la sexualidad en donde la
sodomía ocupó un lugar importante en los debates. Hasta entonces, con mayor
o menor aquiescencia, las comunidades cristianas, incluidas sus cabezas, habían
discurrido en un clima de cierta relajación sexual. Según Henry Kamen, la “re­
forma sexual” que la Iglesia introdujo a partir de la Contrarreforma no significó
un intento de rencausar a la población creyente hada unas tradiriones cristianas
inexistentes sino, más bien, de introducir nuevos ideales.260Los prinripales puntos
a reformar fueron, por un lado, los vinculados con las relariones conyugales y,
por otro, los asociados con las conductas de la pobladón eclesiástica. Esta última
había mostrado poca observancia respecto de riertas normas que devendrían
en el modelo de moralidad católica. Su activa partiriparión en los procesos por
sodomía, entre otros, es una muestra de dio.

1. La sexualidad al debate

Como se mendonara, uno de los prinripales objetivos de este proceso de reforma


fueron las uniones conyugales, en la medida en que comunmente asumían k

2^0 H e w ylL m a e n , ,Q imih ccu k*r*Ícm l* mneé*á d eiS t¿ » á e Orr.Csi¿**iJ £****-$*& "
(Madrid: S iglo XXI, 1998), 259.
,1 o O S ÍS p tík T V Ift p O h i a c i o

m p ic t<^mjo«OK pecad n.>


* sabe*,
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norm a?
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m o f t i l asi c o rn o Inquisidores ab o c aro n
¡ .v e r e c a b s f o r m x ii^ io T íe s h e ; ■eneas
que sosíenw u^o c o ra n ru v
O tra M 1M poco oonx’canwj iré y tam bién m uy extendida de unión conyugal
W d i w w w d o m sm m cw w »clandestino as* llam ado p o r celebrarse en au-
^¿•rwna oc icsn£o>. Aun cuando, a di tenencia de los ccmcubinatos, estas uniones
^ Us considera ha validas, bacía com ienzos del siglo XVI. tanto las autoridades
civiles como eclesiásticas co m en taro n a considerarlas indeseables, hasta ser.
Jcfinim imcntr invalidadas por el C oncilio de Iren to c^1 F ste tipo de m atri­
monios suponía la presa ndena* del notario secular y del sacerdote, quienes
j¡e convenían en meros espectadores de la voluntad de los contrayentes. E n el
piano rcügKwo. los matrimonios clandestinos atentaban contra la ritualidad y la
secram em alid sd d e la institución matrimonial que las autoridades eclesiásticas
habían p ro c u ra d o imponer desde el C oncilio de L etra n de 1215. Además, este
npo de u n io n e s e n tra ñ a b a n u n a s e rie d e desavenencias. Por ejem plo, al cele­
brarse sin el consentim iento de los padres, podían dar lugar a m atrim onios entre
personas de d ife re n te s “calidades”. Asimismo, al fundarse sólo en la palabra de
los contrayentes, podía desencadenar e n su nulidad cuando uno de los miem­
bros de la pareja —generalmente el hombre tras acceder a los servicios sexuales
de su prometida- alegaba que tales palabras o promesas de esponsales nunca
habían existido.-'*-’ Finalmente, la bigamia también constituía una consecuencia
secundaria de la “informalidad” de ese tipo de uniones p o r lo que resultaban
doblemente inconvenientes.
L a p o b la ció n re lig io sa también estaba inmersa en un universo de conductas
sex u alin en te relajadas. Las mujeres consagradas, por ejem plo, al ingresar a la
vida relig iosa p o r voluntad de los padres y sin vocación alguna, solían aprove­
char los intersticios d e la vida conventual para desplegar su sexualidad. D e este
modo, utilizaban las fre c u e n te s salidas para visitar a sus familiares para perpe­
tra r e n c u e n tro s furtivos con algún amante e, incluso, dentro del convento, se
refu g iab an e n sus c o n fe so re s personales con quienes podían establecer vínculos
sexuales ocasionales o continuos.26*N o obstante, el control y el disciplinamien-
to h istó ric o s so b re la sexualidad de las mujeres, impuso m ayores límites a las

2 6 1 K an ien , Cambio cultural, 260.


262 líLÍv l cí:0l,r' Hu1ons * U pareja en la FJad Media: placer y amor, (Madrid: Siglo XXI,
•AjWv )>C!l,
1 Ii

j » y'*' * ^ y sexualidad en la edad moderna: la regulación del deseo, la reforma


fif la practica, (M ad rid : S iglo XXI, 2001), 129.
ivhaífcVSAs. tiMuiamcnrahiicvut'. sí se lás OMnfMife co n ’u libertad que Jpottron k*s
cfcngive t\x \x > se mcncnvi\arsu much-oa de e lW vivían en ahícmxs o^ncubina ttvs,

fwéft extraño ei\ que un sacerdote vinera del mismo modo que lo hacia cualquier
bombee. Sin emhanyo. lo que si ocasionaba un protundo resentimiento en la <xv
munulad eran ciertas conductas sexuales com o las violaciones, las solicitaciones
y los actos sodoonticos, en especial, cuando se realizaban contra algún miembro
indetenso de la comunidad.
Dentro de este universo de relajación sexual, las autoridades civiles y
eclesiásticas vieron la necesidad de implantar un nuevo modelo de moralidad.
Aun cuando su principal preocupación tuera reestablecer y precisar el dogma
católico, el Concilio de Tremo, celebrado entre los años 1545 y 1563, consti­
tuyó un punto de inflexión en el ordenamiento sexual de la población secular y
eclesiástica, como se evidencia a través de los decretos disciplinarios emitidos.'*4
Pero a los intereses naturales del episcopado, en el caso de España, se sumaron
los esfuerzos de Carlos V y Felipe 11, quienes se mostraron sumamente entu­
siastas en la celebración del concilio, siguiendo la tradición de celo religioso
inaugurado por sus predecesores.*'0' El 12 de julio de 1564, unos meses luego
de Analizado el concilio, Felipe II dio por aceptadas las disposiciones votadas
en Trento y mandó que, de manera inmediata, fueran aplicadas a lo largo y a
lo ancho de sus reinos.
En lo relativo al matrimonio clandestino, si bien Trento aceptaba su lega­
lidad, también manifestaba su repulsión a este tipo de uniones debido “a los
graves pecados que se originan (...) mientras abandonada la primera muger,
con quien de secreto contrajeron matrimonio, contraen con otra en público
y viven con ella en perpetuo adulterio”.260En este sentido, el concilio resolvió
que las uniones, si bien seguían siendo por libre intercambio de votos, debían
celebrarse públicamente y ante la presencia del sacerdote. Más aún, la reforma
del matrimonio indicaba a los sacerdotes de qué modo debían proceder:

proclame el cura propio de los contrayentes públicamente por tres veces, en tres días
de fiesta seguidos, en la iglesia, mientras celebra la misa mayor, quiénes son los que
han de contraer Matrimonio: y hechas estas amonestaciones se pase a celebrarlo a
la faz de la Iglesia, si no se opusiere ningún impedimento legítimo.2 6
4
2
567

264 Aún cuando el principal ob jetivo conciliar fue reafirmar los dogmas amenazados por la
Reforma, los obispos reunidos en Trento procuraron, además, realizar una reforma moral,
especialmente, en lo tocante a La población eclesiástica. Wiesner-Hanks, 106.
265 Primitivo Tineo, Los concilios lim enses en la evangelización de Latinoamérica (Pamplona, Navarra:
1990), 143.
266 El sacrosantoy ecuménico Concilio de Trento, traducido a l idioma castellano por d. Ignacio López de
Ayala, (París: Librería de A. B o u re t y More!, 1847), 278-279.
267 E l sacrosantoy ecuménico Concilio de Trento, 279.
CUASIjo vhar h a n cu x )

Además de la s a c ra m e n ta liz a d ó n del vínculo, también se establecieron una


sene de reglamentaciones vinculadas con la consanguinidad y la afinidad en la
elección de la pareja conyugal, la santidad del matrimonio, la prohibición de las
relaciones premaritales y la exaltación de la procreación en detrimento del pla­
cer Asimismo, en lo relativo al divorcio, se decretó que el adulterio no era una
causa suficiente para disolver el matrimonio, mientras que la anulación continuó
restringida a casos de impotencia o esterilidad. Más allá de toda reglamentación,
siempre hubo excepciones a las normas.
En lo que respecta a la población religiosa, Trente se mostró partidario
de que las mujeres consagradas a la devoción permanecieran estrictamente
enclaustradas en los conventos, bajo amenaza de excomunión o castigo secular.
Este tipo de disposiciones combinaban la alabanza a la virginidad de las muje­
res con los temores asociados con la lujuria femenina.268 N o obstante, fue en el
ámbito disciplinar de los clérigos en donde se introdujeron las mayores refor­
mas morales. Según Stephen Haliczer, los padres que participaron del concilio
dieron forma a un nuevo perfil de clérigo, cuyo comportamiento debía aspirar
a ser moralmente distintivo y superior al de la sociedad seglar.269 E n este esce­
nario, el celibato derical constituyó la piedra angular a partir de la cual erigir
ese arquetipo, no tanto en virtud de la laxitud sexual con la que hasta entonces
habían vivido muchos dérigos como en relación a la polémica entablada con
los reformadores protestantes. Según el argumento de estos últimos, existía una
reladón cuasi indisoluble entre pecado original y deseo sexual, motivo por el
cual, muy pocos individuos podían llevar una vida verdaderamente casta. En este
sentidlo, recomendaban el matrimonio tanto para seglares como para religiosos
antes que el celibato mancillado. A pesar de su origen protestante, algunos de
lm participantes del concilio pusieron a consideración esos argumentos, espe-
i talmente, debido a que las diócesis estaban plagadas de sacerdotes viviendo en
abiertos concubinatos y al hecho de que, en ese contexto, las acusaciones de
hipocresía formuladas por los protestantes eran, por lo menos, justificadas.270
N o obstante, el concilio resolvió el reforzamiento del celibato obligatorio, a
través deí cual cumplía con dos de sus principales objetivos: distanciarse de las
herejías protestantes y elevar el status de los clérigos. Pero además de establecer
la obligatoriedad de la castidad sacerdotal, los padres conciliares prohibieron
a los sacerdotes mantener contacto o comunicación con mujeres sospechosas,
amonestándolos con la excomunión o la pérdida de beneficios. 1
Pero el problema del celibato clerical estaba enraizado en una serie de
preocupaciones más generales en torno a la conducta moral de los clérigos. En

¿se O wmmmmw v srm ah áad, 110.


UÑ H r t r —r. Tiotmb é* 4 ,1T
W *csiwT-l laitkfc. l.riíUrfsw»)) y trxusJübui, 109.
f? t H a U w f .lt
RELIG IÓ N 113

su sesión del 17 de septiembre de 1562, el Concilio de Trento establecía que “los


que se han dedicado á los sagrados ministerios (...) considerándolos los demas
como situados en lugar superior á todas las cosas de este siglo, ponen ios ojos en
ellos como en un espejo donde toman ejemplos que im itar ” .272 E n este sentido,
se les exigía observancia en todo lo relativo a su modo de vida, las costumbres,
las vestimentas, el porte, el andar y las conversaciones, los cuales debían seguir
la gravedad, la modestia y la religiosidad propias de su estado .273 P ero además de
reglam en tar estas conductas generales, el Concibo de T rento tam bién procuró
intervenir en el ejercicio de las funciones sacerdotales, especialmente, en lo relati­
vo al oficio de confesor. Como se mencionara, el confesionario había constituido
un espacio en donde los sacerdotes, en virtud de la autoridad que ostentaban,
podían hacer efectivos sus más “inconfesables” deseos sexuales. P o r lo tanto, en
el marco de la reforma moral del clero, los padres conciliares establecieron que
las palabras impropias y los tocamientos deshonestos desarrollados mi el acto de
la confesión —la denominada solicitación- debían considerarse delitos graves ya
que atentaban contra uno de los siete sacramentos establecidos por el Concilio
de Trento .274 Además, en la medida en que los clérigos eran los encargados de
administrar la absolución de los pecados, debían atenerse a las norm as morales
de la Iglesia ya que, como establecía el concilio, “con que libertad podrán tam ­
poco reprender los sacerdotes a los legos, cuando interiorm ente le está diciendo
sus conciencia que han cometido lo mismo que reprenden ” .275 E n este sentido,
el concilio se los exhortaba a que no dieran escándalos, a fin de no vituperar su
ministerio.
Afortunadamente para los padres concüiares, los obispos n o sólo contaron
con el auxilio de la justicia secular para implantar el nuevo modelo católico de
sexualidad sino, también, con la colaboración de una de las instituciones con
mayor grado de popularidad y con la estructura judicial necesaria para llevar a
cabo ese proceso: la Inquisición que, a partir de Trento, recobraría un nuevo
impulso ,276 Fue en este escenario de reforma moral en el que se insertó la per­
secución de la sodomía que, si bien fue una práctica marginal en comparación

272 E l sacrosanto y ecuménico, Sesión XXII, Decreto sobre la Reforma, Capitulo 1, 232.
273 En este sentido, el concilio amonestaba a los sacerdotes acerca de los faustos, convites, bailes,
dados, juegos, conversaciones y cualquier tipo de impostura contraria a su hábito. E l sacrosanto
y ecuménico, Sesión XXII, Decreto sobre la Reforma, Capítulo 1,232.
2 74 El Concilio de Trento reafirmó la sacramentalidad de la confesión y ordenó una periodicidad
mínima de un año para la comunidad cristiana. Asimismo, destacó el papel del sacerdote
como intermediador entre Dios y los penitentes para la absolución de los pecados ya que “aun
los sacerdotes que están en pecado mortal, ejercen como ministros de Cristo la autoridad
de perdonar los pecados, que se les confirió, cuando los ordenaron, por virtud del Espíritu
Santo”. El sacrosanto y, Sesión XIV, Doctrina del Santísimo Sacramento de la Penitencia,
Capítulo VI, 147.
275 El sacrosanto y ecuménico, Sesión XIV, Decreto sobre la Reforma, 164.
276 Haliczer, Sexualidad, 61.
. ^ sámale fo r n ica c ió n o la solicitación, constituyó u n a d e las
r***- por h sociedad moderna. Al igual que la s tra n sg resio n es
mencionadas, la sodomía también fue perseguida p o r a lg u n o s trib unales
o m m b sitonales, ja que aun cuando no constituía una herejía en se n tid o p len o,

k» inquisidores supieron reconocer en ella ciertas connotaciones o sosp ech as


h eréticas.Después de todo, la consumación de semejante a c to n o p o d ía sig ­
nificar más que el error de algún dogma.

2. La Inquisición: refo rm ad o ra d e las c o stu m b re s

Si bien en sus orígenes la Inquisición española tuvo como objetivo la lucha


contra la herejía, en especial, en su forma derivada del criptojudaísmo y, más
tarde, del hiteramsmo, hada mediados del siglo XVI, sus ámbitos de competenda
se habían expandido considerablemente.2 7
278A partir de entonces, los tribunales
del Santo Ofido se dedicaron a juzgar otras causas que, en aparienda, no po­
seían contenidos heréticos, como las blasfemias, las palabras malsonantes, las
proposidones escandalosas, la hechicería, la bigamia y la solicitación.279Asimis­
mo, su blanco se desplazó de la pobladón de origen judío o morisco hacia los
denominados cristianos viejos que, según las estimaciones de Henry Kamen,
durante el período de la Contrarreforma, llegaron a representar el 90% de los
casos juzgados en toda España.280E n cierta medida, esa estadística no hacía más
que revelar la débil o superflua “cristianización” de la península, por lo que los
esfuerzos de la Inquisidón se concentraron, además de en reprimir los delitos
mendonados, en instruir a la pobladón en las costumbres y la moral cristianas
tan pobremente aprendidas.281
Los pecados vinculados con las conductas sexuales constituyeron uno de los
terrenos donde los agentes inquisitoriales desarrollaron su labor pedagógica. La

277 Sobre lo q u e denomino el proceso de herejizadón de la sodomía ver Fernanda Molina “La
herejizadón d e la sodomía", 539-562.
278 Si bien la Inquisición española fue creada por los Reyes Católicos, gradas a una bula papal
em itida p o r Sixto IV el 1 de noviembre de 1478, no se trató de una invendón ex nihilo.
D e hecho, m onarcas y pontífices anteriores habían abogado, sin demasiado éxito, por la
introduc c ión de la In q u isid ó n medieval en los territorios castellanos, en espedal, debido al
peligro q u e representaba una m asa crítica de conversos que, con mayor o menor secreto,
retornaban a sus prácticas religiosas anteriores. No obstante, la singularidad de la inidativa
de F em an d o e Isabel residió en el h ech o de que la flamante institudón fue independiente
del papado y estuvo bajo la égida exclusiva del poder real. José Antonio Escudero, Estudios
sobre la In q u isid ó n (M adrid: M arcial Pons, 2005), 78. Esta intervención de la autoridad
regia pone de m anifiesto el papel d e los g o b ern an tes seculares como reformadores religiosos
y defensores de la fe. Meny E, W iesn er-H an k s, Cristianismo y sexualidad, 106-107,
279 M illar C arvacho, in q u isición y sociedad, 268.
280 Henry Kamen, Cambia cultural m la sociedad del Siglo de Oro, 205.
281 Bcnnassar, Inquisición española, 302; M illar C arvacho, 268.
RELIGIÓN lis

simple fornicación, la bigamia, la solicitación y, en ciertas jurisdicciones, también


el bestialismo y la sodomía pasaron a constituir una parte importante de los delitos
perseguidos. P or ejemplo, entre 1540 y 1700, el 15% de las causas incoadas por
el Santo oficio aragonés correspondieron a asuntos sexuales, m ientras que, en el
caso específico de los tribunales catalanes, los casos asociados con la disciplina
sexual representaron el 20% durante el período de la C ontrarreform a .2822834Para el
caso novohispano, Solange Alberro reveló que las faltas asociadas con la moral
sexual representaron el 2 0 ,6 % de las causas y, luego de la herejía y de las faltas
religiosas m enores, constituyeron el tercer delito más perseguido.2®* E n el caso
del V irreinato del Perú, las causas incoadas por bigamia y solicitación represen­
taron, en conjunto, u n 21,42 % aproximadamente para el período 1570-1699.2®4
Pero en la medida en que no constituían herejías en sentido estricto, el Santo
Oficio se preocupó po r d io s en tanto significaban una falta de respeto a algún
sacramento -com o el m atrim onio o la confesión- o si contenían sospechas de
herejía .285 E n d caso de la simple fornicación,, el tribunal no condenaba el acto
en si mismo sino la creencia o la opinión de quienes aseveraban que aquello no
era pecado. N o obstante, su ejecución podía ser la expresión de esa creencia
errónea y, como tal, constituir una herejía. P o r ejemplo, ante la p roliferadón
de casos, d Consejo de la Suprem a y G eneral In q u isid ó n escribió una carta el
2 de diciembre de 1574 en la que aconsejaba a los inquisidores d e d a ra r “com o
este delito es herejía condenada po r la iglesia y que los que la dijeren, creyeren
o tuvieren sean castigados com o herejes, porque con esto cesará la ig n o ran d a
que alegan los delincuentes ” .286
Pero la ig n o ran d a y la torpeza de las creencias y de los com portam ientos
no fueron privativas de la población seglar. P o r el contrario, den tro del grupo
de los cristianos viejos, los clérigos constituyeron uno de los segm entos con
m ayor protagonism o en los procesos inquisitoriales vinculados con el d isd -
plinam iento sexual. D espués de todo, u na parte considerable de la p o b lad ó n
eclesiástica com partía las mismas creencias en m ateria sexual que el conjunto
de su feligresía. E sta situación estuvo vinculada a la permisividad de los obispos
que, hacia finales del siglo XV y com ienzos del XVI, ante la grave insuficiencia
de personal para sostener la dem anda de la estructura parroquial, com enzaron
a incorporar individuos poco eficaces para la labor misional. D e hecho, algunos

282 W iesner-H anks, Cristianismo y sexualidad, 117 y Kam en, Cambio cultural, 249.
283 Solange Alberro, Inquisición y Sociedad en México, 1511-1100, (México: FCE, 1988), 169 y 207,
284 Ana de Zaballa Beascoechea, “Inquisición y sociedad”, 134. Estas cifras, no obstante, no
incluyen las causas incoadas p o r sodom ía que, en la clasificación de la autora, aparecen como
“delitos varios”.
285 H en ry K am en, ha Inquisidón española, 268-269.
286 M iguel Jim énez M onteserín, “L os m oralistas clásicos españoles y la prostitución”. En: La
Prostitution en Espagne. De l'époque des Rois Catholiques á la 11' Républtque, Rafael Carrasco (ed.),
137-191, (París: C entre de Recherches sur l’Espagne M odem e, 1994), 182.
C U A N D O AMAR ERA P E C A D O
116

de ellos apenas sabían le e r y escrib ir, c u a n d o n o e r a n c o m p le ta m e n te analfabe­


tos, o eran de m uy co rta e d a d y sin d e m a s ia d a c a p a c id a d d e d i s c e r n i m i e n t o . »
La dudosa calidad d e estos “p a s to re s d e s c a r r ia d o s ” , c o m o la in d e c e n c ia d e la
feligresía en general, c o n s titu ía n u n a a s ig n a tu r a p e n d i e n t e p a r a la s a u to rid a d e s
eclesiásticas y civiles q u e v ie ro n e n el S a n to O f i c io la p o s ib i lid a d d e e je c u ta r
y llevar adelante la re fo rm a m o ra l q u e t a n t o a n h e la b a n e n e l c l e r o y e n la po­
blación secular.

3. La reforma moral en el V irrein ato del P erú

La reform a m oral del c le ro y d e la fe lig re s ía n o f u e u n p r o b le m a p riv a tiv o d e la


realidad europea sino q u e ta m b ié n r e p r e s e n tó u n a p r e o c u p a c ió n e n lo s te r r ito r io s
americanos. Allí, e l te m a r e s u lta b a m á s a c u c ia n t e , y a q u e lo s c o lo n o s y lo s curas
tenían la m isión de in s tru ir e n las c o s a s d e la fe y d e la m o r a l c ris tia n a s a u n a
p o b la ció n re c ie n te m e n te c o n v e rtid a . E n e s te s e n tid o , a u n c u a n d o la s a u to r id a -
des civiles y religiosas m a n if e s ta ra n s u p r e o c u p a c i ó n p o r la in s tr u c c ió n d e lo s
indígenas, el c o n tro l y e l d is c ip lin a m ie n to d e lo s c r is tia n o s v ie jo s fu e ta n o m ás
im portante q u e la n e c e sid a d d e e x tir p a r lo s e r r o r e s e n t r e lo s n e ó fito s .
N o obstante, e n el V irre in a to d e l P e r ú , lo s in flu jo s r e f o r m a d o r e s y el esp íritu
postod en tin o se h ic ie ro n s e n tir u n p a r d e d é c a d a s m á s ta r d e . Si b ie n ta n to el
Primero com o el S e g u n d o C o n c ilio c e le b r a d o s e n la c iu d a d d e L im a e n 1551
Y 1567, re sp e c tiv a m e n te , i n te n ta r o n e x p r e s a r la s p r e o c u p a c io n e s d e T re n to ,
1» desavenencias o c u rrid a s al in te r io r d e la I g le s ia p e r u a n a h ic ie r o n inviables
o les propósitos.21* C o n to d o , lo s d o c u m e n to s tr id e n tin o s f u e r o n le íd o s e n la
Iglesia M ayor d e la ciudad d e L o s R e y e s e l 2 8 d e o c t u b r e d e 1 565 y m a n d ad o s
i publicar en las tod as ju ris d ic c io n e s e c le s iá s tic a s .289 A sim ism o , e n u n a carta
fechada el 20 de abril d e 1 5 6 7 , e l a rzo b isp o F r a y J e r ó n im o d e L o a y z a m an ifes-
aba al rey la necesid ad d e ap licar lo s c á n o n e s tr id e n tin o s , y a q u e “c o m o estas
giesias son nuevas y co n tan p o ca o r d e n y lo s c lé r ig o s e x tra n je ro s , y to d o s los
mas m ercenarios, asi lo s p reb en d ad os y s e rv id o re s d e las ig le sia s d e p u e b lo s de
apañóles, com o lo s que están en las ig le sia s d e in d io s , h a b r á m a s q u e h a c e r y con
n ásdificultad”.2** Fue recién co n el T e r c e r C o n c ilio L ím e n s e , c o n v o c a d o p o r el
irzobtspo T oríbío d e M og ro v ejo e n 1582, c u a n d o la r e f o rm a m o ra l trid e n tín a
com enzó a im plem cntarse sistem á tica m en te e n el te r r ito r io p e ru a n o , au n q u e
•O exenta de con trad iccion es.

6§7 HafacMpr, Se m a h d a d , 7 ___ , .


¡t i la t ia lm i c A o n i—ntirtrn +n— te el primero y segundo concilio ver Lisi, E l «erar concilio
4*~44.
tm t ucvuti fjsnfírttftltot Íwtensest 153. _
tm T i^ i-----I r~ M— (Jrym tzacum i r U IgU fia y O rdenes n iip m m m t i vtrrem ato d el P erú en el
« 0 » XVX fmm I ÜAmánár Sm xm xc* Rivadeneyra, 1919), 64.
RELIGION 117

En el caso de la población seglar, las irregularidades en materia sexual se


remontaban a los primeros años de la conquista y la colonización. Desde en­
tonces, los amancebamientos entre indígenas y peninsulares habían constituido
una práctica de lo más ordinaria y corriente en la sociedad virreinal. En cierta
medida, este tipo de uniones consensuadas habían constituido una de las for­
mas que la regulación de la sexualidad había asumido en las Indias. Si bien la
corona se había mostrado proclive a los matrimonios mixtos, los conquistadores
y colonos eran reacios a formalizar uniones con mujeres indígenas, excepto en
aquellos casos en que la consorte provenía de algún linaje noble. N o obstante,
las concubinas indígenas continuaban habitando la casa familiar, en muchos ca­
sos, junto a la esposa legítima -generalmente de origen peninsular o criollo- y
sus proles, aunque ilegítimas, se confundían con los hijos habidos bajo la unión
sacramentada. Asimismo, al igual que los clérigos, los hombres de la casa podían
disponer del los atributos sexuales de las indígenas que oficiaban de indias de
servicio. Esta realidad quedaba evidenciada en una real cédula, según la cual,
“hay muchos españoles que tienen indias en sus casas para efectuar con ellas
sus malos deseos; que se vea que no tengan más de las que tasadamente sean
menester para su cocina y servicio” .291
La bigamia constituía otra de las transgresiones difundidas en las Indias. Al
igual que la solicitación, formaba parte de los delitos disciplinarios que caían
bajo la órbita del Santo Oficio. Según las cifras relativas al Virreinato del Perú,
entre 1570 y 1699, hubo 171 procesados por ese delito, en su mayoría hombres,
que representaron el 14,54% del total de las causas seguidas.292 En cierta medida,
la experiencia americana otorgaba condiciones favorables para la propagación
de esta conducta ya que, en muchos casos, los conquistadores o colonos que se
aventuraban a las Indias tenían la oportunidad de enterrar su pasado y recrear una
nueva vida en esas tierras .293 Incluso, una vez arribados a las Indias, los individuos
se desplazaban de una a otra jurisdicción en busca de un futuro más promisorio,
lo que benefició la concertación de matrimonios múltiples. Si bien en algunos
casos, los consortes masculinos podían encontrar en estos desplazamientos un
medio eficaz para escapar de un matrimonio no deseado o de las obligaciones
que éste conllevaba, en otras oportunidades, la bigamia era el resultado lógico
del tiempo transcurrido desde la migración. De hecho, algunos esposos, ni bien
concertados los matrimonios, partían a probar fortuna a las Indias y luego de
quince o veinte años, su primera mujer no era otra cosa que un vago recuerdo.

291 RC a francisco Pizarra, gobernador, a Vaca de Castro, gobernadory fray Vicente de Vaberde, obispo,
í uensalida, 26 de octubre de 1541. En: Colección de documentos para la botona de la formactom
social de Hispanoamérica. Voumen 1, Richard Konetzke (ed,), (Madrid. CSIC, 1953), 209.
292 Millar Carvacho, Inquisición y sociedad, 336-337.
293 Manuel Torres Aguílar, “Algunos aspectos del delito de la bigamia en la Inquisición de Indias
En: La Inquisición en Hispanoamérica, 65-104
118 CUANTO3 a m a r e r a p e c a d o

Para m tl» estas desavenencias conyugales, que hacían a la figura de la necesaria


“vida maridable” proscripta por el matrimonio, la legislación indiana estableció
que los casados no podía emprender la travesía transatlántica sin la compañía de
su mujer, excepto en el caso de los mercaderes quienes gozaban de un plazo de
3 años para regularizar su situación marital. D el mismo modo, quienes habían
contraído matrimonio en los nuevos territorios no podían retomar a la península
sin sus legítimas esposas, debiendo hacerlo con causa justificada, a más de haber
reservado el sustento necesario para resguardar a su familia, si no se trasladaban
con ella.294En el caso de las mujeres, la legislación era mas dura aún, ya que se
les prohibía taxativamente trasladarse a las Indias sin sus maridos. Asimismo, si el
viaje terna por propósito reunirse con su esposo en las Indias, debía comprobarse
a través de la Casa de la Contratación la existencia del marido y si, en medio
de la travesía, fallecía el consorte, la mujer debía retornar a la península.295 En
muchos casos, los hombres podían vivir en bigamia durante largos años tanto
porque sus primeras esposas los presumían muertos o porque los propios bi­
gamos alegaban viudez. La infructuosidad de las comunicaciones alentaba este
tipo de resoluciones hasta que, por diversas circunstancias, se descubría el delito
y la justicia civil, eclesiástica o inquisitorial compulsaba al bigamo a hacer vida
maridable con su primera esposa.
Los clérigos no eran ajenos a este tipo de comportamientos. Por el contrario,
según la mayoría de los informes de las autoridades civiles y eclesiásticas la refor­
ma moral del clero resultaba imperiosa. Particularmente, el episcopado veía con
gran preocupación el crecimiento de las denuncias relativas al comportamiento
licencioso de los pastores de su Iglesia.296 Las principales acusaciones estaban
vinculadas con el tratamiento que hacían a los indios de sus doctrinas, a quienes
les exigían, de manera ilimitada, servicios personales, dinero para la administra­
ción de los sacram entos, animales y productos de sus cosechas o, directamente,
los alquilaban para trajines o trabajos en las minas. Pero al despotismo ejercido
sobre la población in d ígen a se le sumaba la escasa observancia del hábito que
ostentaban: se ausentaban d e sus d octrin as, frecuentaban lugares de poco re­
cato, no guardaban la d ecen cia en e l vestir y se entregaban a los juegos ilícitos.
Tampoco mostraban m ayor com p ostu ra en lo relativo a las conductas sexuales,
ya que no contentos con vivir amancebados, al igual que sus colegas europeos,
tenían por costum bre som eter sexualm en te a las “indias d e servicio”, sembrando
las doctrinas con hijos ilegítim os y n o reconocidos. EJ cronista andino, Guarnan
Poma de Avala, retrataba esta situación d e m anera descam ada:

lu m * Apsla. ’ M psai MfNMsns del 4dno de bfMM*, 4W~70.

M 1» a w smedsi, b sea*» w spsnd del Sapeado Coeeds» Lweew edweriíe que d «Éiodo
pewdhmew dopeNt s w aMPodacsr M HndM "pero ls ruforoía del dwo y si
■■sMe o s a s ^ ' ‘Tiaafc las sienie* Ammmw, I
RELIGIÓN 119

E l p ad re Ju a n B autista A luadán fue cura del pueblo de San C ristóbal d e P am apa


d u r e . F u e m u y absoluto, cruel padres, las cosas este hom bre hazla n o se puede
eseriuir. P o rq u e to m ó u n y n dio del dicho pueblo llam ado D iego C am as; p o rq u e
n o le dio c a m e ro le puso en un a aspa esponxa com o de San A ndrés. L e puso u nos
cueros am arrados, com ensóle a quem ar con candela de sebo, m eter fuego e n el culo
y en la guerguenza, ensendido m uchas candelas y brealle. Y le abría el culo con
las m anos. Y dizen q u e hizo otras cosas m u ch o m ás, que n o se puede eseriuir, ciño
qu e D io s lo sepa y o tro s m u y m uchos daños y m ales hacía. Y ací atorm entaua a las
so lteras d e d o n Ju a n U acrau , su hija, que el padre A luadán le desnudaua el culo y
el co ñ o y le m etía los dedos y e n el culo le daua q u atro asoticos; cada m añana le
h a d a a to d as las so lteras.297

Las solicitaciones también formaron parte de las imposturas sexuales de los


jáérigos peruanos. E ntre 1570 y 1699, los tribunales inquisitoriales procesaron
4 7 5 sacerdotes acusados de “solicitadores”, lo que representó un 6,37% de la
actividad total del Santo Oficio .298 Si bien la cifra no es espectacular, al menos,
resulta significativa teniendo en cuenta que el delito estaba restringido a la
población eclesiástica y que ésta no era abundante en las Indias. La expansión
del delito entre la clerecía puede observarse en una carta que los inquisidores
peruanos remitían, el 5 de abril de 1599, a la Suprema y General Inquisición,
en donde informaban el apresamiento de 23 sacerdotes confesores “por aver
solicitado a sus hijas de penitencia en el acto de la confesión para actos torpes
y deshonestos en la provincia de Tucumán donde apenas á ávido sacerdote que
no aya pecado”. Según los informantes, el oprobio resultaba mayor por tratarse
de “una tierra tan nueva y con gente tan reziente en la fee” .299
Las visitas eclesiásticas constituyen una de las fuentes más ricas para aproxi­
marse a las costumbres de la feligresía y del clero peruano. Allí, los visitadores
realizaban una inspección sobre un obispado o una jurisdicción con el objetivo
de “rem ediar” aquellas conductas que fueran contrarias a los cánones católi­
cos. Según las disposiciones tridentinas, “el objetivo principal de todas estas
visitas ha de ser introducir la doctrina sana y católica, y espeler las herejías;
promover la buenas costumbres y corregir las malas” ,300 El Tercer Concilio
Limense consideraba a las visitas como un medio eficaz para comprobar si las
doctrinas estaban

297 Felipe Guarnan Poma de Ayala, Mueva coróncia y buen gobierno, (Madrid: Historia 16,
1987(1615]), 598.
298 Millar Carvacho, Inquisición y sociedad, 336-337,
299 AUN, Inquisición, Libro 1036, f.219. Una caracterización similar hacía el flamante virrey
M artín de Enríquez, quien en una misiva escrita en plenas reuniones conciliares, advertía al
rey que “la mayor necesidad que hallo que es la falta de doctrina de los yndios es por culpa
de kw Ruyne» ministros que cierto están en lo de la Religión muy atrás” L m , E l tercer analto,
304-305.
300 ftt sacrosanto concilio, Sesión XXV, Capítulo 3,255.
:UAMX> AMAR ERA PECADO
120 t

“proveídas de buenos ministros, y así mismo la salud de las ánimas en que estén en
gracia y caridad, y muy ajenas y apartadas de los vicios y pecados, especialmente de
los públicos y notorios, de que no solamente Dios nuestro señor se ofende, pero
también la república recibe turbación y escándalo, dando unos a otros ocasión de
pecar y mal ejemplo, por lo cual los pecados públicos son y deben ser tenidos por
mas graves y peligrosos y de mayor daño”.301

Aun cuando estuvieran im buidos bajo el m ism o e s p íritu trid e n tin o , el C o n ­


cilio Límense hizo m ayor hincapié en las c o n d u ctas y en las co stu m b re s morales,
como lo demuestra la preocupación p o r los llam ad o s “p ec ad o s p ú b lic o s” que, en
su eufemismo, aludía a transgresiones co m o el a d u lte rio , el am ancebam iento,
la bigamia, las solicitaciones y los pecad o s a b o m in a b le s .302 L as visitas tuvieron
un papel muy relevante en el d isc ip lin am ie n to d e la c o m u n id a d d e creyentes.
De hecho, algunos de los casos d e so d o m ía, co m o el d el c a n ó n ig o charqueño
Pedro de Arandía, se cono ciero n a p a rtir d e la in sp e cc ió n o c u la r realizada por
los visitadores eclesiásticos. A sim ism o, el affaire e n tre D ie g o D ía z de Talavera
y Luis de H errera, de la provincia d e C h a y a n ta , salió a la lu z a n te la inm inente
llegada del visitador al valle de P ita n to ra , en d o n d e resid ían . E n este sentido,
las visitas debían encom endarse a “p erso n a s d e m u c h a e n te re z a y satisfacción”
para “no sólo corregir los excesos sin o ta m b ié n ed ificar c o n el ejem p lo ” .303 Eso
no ocurrió en el caso del D o c to r G a sp a r G o n z á le z d e S osa a q u ie n el cabildo
de la catedral de La P lata le hab ía en c a rg a d o la visita g en e ral d el obispado.
Fue durante la inspección a la villa d e P o to s í c u a n d o el D o c to r G o n zá lez trabó
su ilícita amistad con D ieg o M ejía, d a n d o m u c h o escán d alo n o sólo en tre los
miembros de la comitiva sino, ta m b ié n , e n to d o s los p u eb lo s q u e visitaban. E n
este sentido, la conducta del D o c to r G o n z á le z n o só lo p erju d icab a su propia
honorabilidad sino, también, la c re d ib ilid a d d e las visitas p asto rales que, p o r
ese entonces, constituían una fo rm a d e re fo rz a m ie n to d e la au to rid a d episcopal
frente al clero regular.
Con todo, las au to rid ad es eclesiásticas c o n tin u a ro n co n sid erán d o las uno
de los mecanismos más idóneos para in tro d u c ir la re fo rm a m o ra l p ro p u e sta p o r
T rem o y ratificada por Lima. A fin de c o m p o n e r la vida y las co stu m b res de los
eclesiásticos, el Concilio Límense procuró, por u n lado, c o m b a tir la codicia, la
asistencia a banquetes, los juegos, las danzas, los so b o rn o s y los tra to s y n eg o ­
cio» con seglares; p o r otro lado, promover la au sterid ad , el d e c o ro e n el traje y
la formación de los clérigos .*04 Sobre este último p u n to , el co n c ilio estableció

KM Lcnlhar, O ramosetm i r I» ¡gkstat 218-225.


UI2 KJ * fr~ rrí la/íiin T y ptrntum m de M a rtin de A zpilcueta asim ilaba a los am ancebados con
I » p arad n en p i M ^ * M artín d e A /piicueta, M anan! de confesores y penitentes (Zaragoza: Casa
da P edro B c m u , I $55), Kl>
§ 0 f j j a , f i i Tarar C a a d i. tO i ■
104 Tinao, Lm mmaitm hmemtet, 4 4 J -4 4 5 ,4 5 Í.
RF,U0IC)f> 121

el aprendizaje de la lengua vernácula como condición sitie r/ua n o n para acceder


a las doctrinas de indios. Asimismo, recomendaba la lectura tanto de libros
eclesiásticos, con los cuales instruirse en lo tocante a su oficio, como de autores
eximios que trataran casos de conciencia que los auxiliara en la buena adminis­
tración de la confesión. Por otra parte, los títulos académicos que ostentaran los
clérigos debían presentarse ante los obispos, a fin de evitar que se nombraran o
promocionaran individuos incompetentes para el cargo.’0’
Sobre las costumbres escandalosas de los prelados, el Concilio también fue
muy taxativo en lo relativo a las reglamentaciones y las sanciones correspon­
dientes. El capítulo 19 establecía que “la compañía de mujeres deben los clérigos
evitarla para no perder la castidad que han prometido a Dios, o a lo menos no
menoscabar gravemente su honor y poner nota en el estado eclesiástico de suerte
que a ser despreciado”, so pena de excomunión.506 También se desalentaba a los
clérigos tener mujeres en sus casas, hecho que podía levantar sospecha, aunque
se tratase de sus hermanas o madres.30536307 Respecto de los curas amancebados, el
Concilio retomaba las disposiciones de Trento, según las cuales el prelado era
exhortado hasta tres veces a salir de su error y si, a la tercera amonestación,
proseguía en él, quedaban “en este caso, perpetuamente privados de todos los
beneficios, porciones, oficios y pensiones eclesiásticas, é inhábiles, é indignos
en adelante de todos los honores, dignidades, beneficios y oficios” .308 Como se
mencionara, otra de las preocupaciones de las autoridades episcopales residía en
el abuso que los clérigos hacían de las indias de sus doctrinas. En estos casos, el
Concilio instruía a los obispos para que no consintieran que sus prelados tuvie­
ran a su servicio indias jóvenes “aunque sean por mitas” sino que, más bien, se
valieran de hombres o, a los sumo, de indias viejas y sin sospecha.309
No obstante, la aplicación de las disposiciones conciliares no resultaron de
fócil aplicación. Como se advirtiera, los problemas de comunicación entre y al
interior de las jurisdicciones, así como la escasez de agentes coloniales, hacían di­
fícil el control sobre la conducta de clérigos y feligreses. Además, ciertas prácticas
sexuales estaban tan arraigadas en el seno de la sociedad que, aunque contrarias
a las leyes civiles y eclesiásticas, formaban parte de la cultura virreinal. El 19 de
marzo de 1583, los obispos de La Plata y de Tucumán informaban a su majestad
que el clérigo Luis de Armas, cuñado del presidente de la Audiencia de Charcas,
vivía licenciosamente, entregándose al vicio, las deshonestidades y los delitos
con total publicidad y bajo el amparo de su cuñado y “por esta razón no se haze
ni se puede hazer justicia” .310 E n respuesta a este reclamo, el 29 de noviembre

305 Ibfdem, 459.


306 Lisi, E l te n e r concilio, 179.
307 Lisi, 307.
308 E l sacrosanto concilio, Sesión XXV, Decreto sobre la reforma, Capítulo 14, 328.
309 Tinco, Los concilios limenses, 457.
310 AGI, Lima 300, s/f.
CUANDO AMAR ERA PECADO

del mismo año, el rey amonestaba al licenciado Luis de C epeda, presidente de


la Audiencia, y lo compelía a que no consintiera la actuación de Luis de Armas
y permitiera el normal ejercicio de la justicia.
Las informaciones realizadas en 1590 po r D iego Felipe de M olina, primer
visitador general del obispado de Charcas, tam bién perm iten observar las cos­
tumbres licenciosas tanto de clérigos com o de seglares. Según coligió de su visita,
“de parte de la gente española en com ún no se halla m as de la fee y esta muerta
con muchos y diversos vicios con toda publicidad en especial de la deshonestidad
de que muchos se precian y es tan hordinario que no se abierta ni aun puede
castigarse y si alguna vez se castiga es en gente hum ilde”. '11 Su diagnóstico se
basaba en la inspección ocular que había realizado, a través de la cual, se revelaron
una serie de irregularidades sexuales. E n tre ellas, las más com unes estaban vin­
culadas con el desprecio por el celibato clerical que las disposiciones tridentinas
habían definido como obligatorio para la ordenación sacerdotal. D e este modo,
muchos clérigos no tenían reparos en criar públicam ente a sus hijos así como
tener mancebas en sus casas y abusar de las indias jóvenes de sus doctrinas. Sobre
este punto, Molina señalaba com o u n cura “buscando las doncellas y estas no
acertándolas a hallar ya de edad dio en deflorar niñas viniendo a m orir algunas
por ser muy poca edad y de esta m anera o tra gravedades de vicios”.112Asimismo,
las informaciones del visitador general revelaban el libertinaje y el poco decoro
con que vivían los curas: se ausentaban de sus doctrinas, iban a donde les piada,
visitaban las casas de mujeres sospechosas y de mal vivir “y finalmente andan como
potros desatados y dados a su libertad y m uchos de ellos de buenos religiosos
se hazen mas malos doctrinantes y curas sin quedarles m uestra de religión”.'1'
Durante la visita, otra serie de transgresiones sexuales quedaron al descubierto a
partir de un conflicto suscitado entre el M onasterio de Monjas de los Remedios
La Plata y los ¿railes de la O rd en de San Agustín de la misma dudad. Según las
religiosas, desde su creación, el m onasterio había estado sujeto a la junsdiedón
de los agustinos aunque ellas nunca se habían encomendado a la obediencia de
los frailes ni éstos contaban con las bulas o las concesiones correspondientes para
tal negocio. Pero la sujeción no sólo era de carácter religioso administrativo,
las monjas denunciaban “que habían recebido de los dichos frayles muchos y
enormes daños y agrarios en perjuido de sus honras y castidad”.314Los agustinos
no tardaron en responderles y desacreditaron sus dichos alegando que se trataba
de mujeres mundanas y perdidas. Lo cierto es que a partir de estas acusaciones y
[n iu n t r ,*1<rifinr t - quedaron de manifiesto una serie de irregularidades de la vida
monástica. En su inspección, Diego Felipe de Molina reveló que las religiosas
no vivían conforme a sus costumbres sino que, por el contrario, quebrantaban

)>|t MA Onroi 114, Vt


» |2 C haceas 144, */f.
313 aOL O rn e » 144, s/f.
)}4 Charcas 144. t/f.
RELIG IÓ N 123

los votos de pobreza, obediencia y castidad. En este sentido, el visitador halló a


la priora del monasterio en estado de notoria gravidez producto del trato que,
a pesar de su fealdad, tenía con varios hombres. Asimismo, encontró a dos re­
ligiosas que, a pesar de los intentos de aborto, habían parido recientemente. El
poco temor ante los actos cometidos era tal que, según las informaciones reca­
badas, al bautismo de los vastagos habían asistido los padres respectivos. En ese
escenario, Diego Felipe de Molina procuró poner remedio a todas y cada una de
las transgresiones en las que actuó como juez visitador pero, además, a partir de
la inspección realizada, elaboró una serie de constituciones “para que las vean,
guarden y cumplan” los curas de las doctrinas del obispado de Charcas.315 En
cierta medida, las disposiciones de Molina eran una forma de adaptar a condi­
ciones concretas los principios generales doctrinales, morales o disciplinarios
establecidos por el Concilio de Trento y el Tercer Concilio Límense.316
Entre las disposiciones dirigidas a la reforma moral se destacan la construc­
ción de un confesionario de madera en medio de la iglesia para la confesión de
las mujeres, a fin de que toda la feligresía pudiera ver tanto al confesor como a la
confesante. También se aconsejaba que las niñas indias fueran doctrinadas desde
pequeñas para que a la edad de diez años regresaran a sus hogares y si, en caso
contrario, los curas las seguían “ejercitando”, fueran sancionados. Asimismo, se
exhortaba a los sacerdotes que no tuvieran en sus casas, so pretexto de indias de
servicio, mujeres sospechosas, especialmente doncellas, sino sólo indios o indias
viejas, como disponía el Concilio Límense. Además, se amonestaba a los cléri­
gos que traían vestidos de colores o poco decorosos y se aconsejaba el uso del
hábito honesto y decente. Por último, se persuadía a los curas de no participar
en juegos de naipes ni ningún otro divertimento ilícito, salvo en las Pascuas y
con muy poca cantidad de dinero.317
En 1629, el sínodo del obispado de Huamanga había promulgado una serie
de constituciones similares. En ellas, no sólo se amonestaba a los curas que vivían
deshonestamente sino, también, a los visitadores que disimularan u ocultaran
semejante negocio.318 Siguiendo lo dispuesto por el Tercer Concilio Límense
establecía que:

315 AGI, C harcas 144, s/f.


316 L os concilios o sín o d o s diocesanos tam b ién cu m p lían esa función. S ólo podían se r convo­
cados p o r los obispos d e la diócesis e n d o n d e se celebraba y debían asistir el d eán y cabildo
d e la catedral así co m o los clérigos del obispado. E l C o n cilio de T re n to dispuso que los
sínodos provinciales debían realizarse cada tre s años y los diocesanos anualm ente lo cual e n
el virrein ato del P e rú , co m o e n el re sto d e las Indias, fue quim érico. J o rg e E . T raslosheros,
“L as co n stituciones sinodales d el obisp ad o d e L a P az 1638 ‘P o r el b ie n co m ú n de to d o s y
el descargo d e n u estra conciencia’” . E n : Iglesia y sociedad en A m érica colonial. Interpretaciones
y proposiciones, Juan M a n u el de la S em a (coord.), 39-70, (M éxico: UNAM, 1998), 52.
317 Las 42 co n stitu cio n es d el d o c to r D ieg o F elip e d e M edina se en cu e n tra n e n AGI, C h a rcas
144, s/f.
318 AGI, Lima 308, f.8 v.
C U A N D O AMAR ERA PE C A D O
124

Prohibimos y mandamos que los clérigos no tengan en sus casas mugeres que puedan
causar sospecha ni traten con ellas familiarmente ni las acompañen qualesquiera
sean a pie ni llevándolas a ancas de sus cabalgaduras ni yendo junto a sus sillas de
mano, sinoes que sea madre o hermana ni entraran a lugares sospechosos. También
prohibimos y mandamos que no se vistan indecentemente como seglares sino que
por la honestidad de fuera en el vestido se cobija la del alma.319

En la misma tónica, en el Libro DI, constitución 3, ordenaba que los clérigos


evitaran que sus pecados fueran públicos, a fin de no suscitar murmuraciones
entre los seglares. En este sentido, prohibía que tuvieran en sus casas a los hijos
ilegítimos ni que se sirvieran de ellos para el servicio de la misa ni de cualquier
otro oficio divino sino que “mas ante los pongan a aprender oficio para que
tengan con que sustentarse y se escusen los daños que se siguen y la experiencia
a mostrado”.320
Pero la promulgación de las constituciones no fue suficiente para desarrai­
gar estas prácticas de la clerecía del virreinato. En 1619, un vicario de la Villa
Imperial de Potosí informaba al arzobispo de Lima que en esa jurisdicción
había llegado un fraile llamado Jerónimo de Aliaga para desempeñarse como
prior del convento de San Agustín, quien había traído gran escándalo a la villa,
especialmente, por el amancebamiento que tenía con una mulata “farsanta” en
quien gastaba gran cantidad de dinero.321 Además, desde su llegada, las plazas
estaban colmadas de frailes agustinos así como también “las casas ruynes y de
mala sospechas” a las que también asistía el mismo prior “con su compañero el
padre Albarado que parece tiene a su cargo la putería del pueblo”.322La relación
de los frailes agustinos con las mujeres seglares se convirtió en un tema de preocu­
pación en la Villa Imperial ya que “en ese convento que mas parece de rufianes
que de religiosos apenas se halla quien no tenga la suya aca fuera”.323 Pero las
preocupaciones no sólo estuvieron restringidas al ámbito eclesiástico sino que
la autoridad real también intervino en la erradicación de esas conductas. El 7 de
febrero de 1636, Felipe IV exhortaba a poner orden entre los clérigos indianos
debido a que “andan y viven licenciosamente sin que puedan ser corregidos ni
castigados porque de ordinario andan bagando de unas partes a otras y cuando
se llega a saver el delito ya an hecho fuga”.324Asimismo, en 1662, se refería a la
relajación de las costumbres de todos sus vasallos indianos, incluidos clérigos y
seglares, debido a que “se toleran y consienten pecados públicos y que se atien­
de poco a castigar la desonestidad dexando los vicios consentidos, aunque sean

319 AGI, L im a 308, f.8v.


320 AGI, Lim a 308, f.8v.
321 AGI, U rn a 309, s/f.
322 AGI, L im a 309, s/f.
323 AGI, Lim a 309, s/f.
324 AGI, L im a 311, s/f.
RELIGION 125

escandalosos y graves” .3253267Del mismo modo, la reina consorte, en una misiva


de fechada el 26 de diciembre de 1665, ratificaba lo ordenado por su difunto
esposo e instaba a los virreyes, presidentes, gobernadores, arzobispos y obispos
de las Indias que “diesen las hordenes necesarias para que en la jurisdicción de
su distrito se atendiese mucho a la enmienda de los pecados públicos [así como
también] a la reformación de las costumbres en eclesiásticos y seglares cada uno
por lo que le toca ” .316
Al igual que en la península, la propagación de estas conductas entre los
clérigos estuvo vinculada a la baja dotación de personal eclesiástico durante los
primeros tiempo de la colonización. En este sentido, las autoridades episcopales
y civiles permitieron la ordenación y el “pasaje a Indias” de personas de dudosa
“calidad”. En una misiva enviada el 1 de marzo de 1566, el Arzobispo Loayza
informaba al rey acerca del poco entendimiento que tenían algunos sacerdo­
tes, especialmente, en lo tocante a la administración de los sacramentos y la
predicación del Evangelio. También señalaba que “muchos de ellos, o los mas,
saben poco o son mozos, y los prelados de las Ordenes con frecuencia envían a
las doctrinas a los que menos falta hacen en los conventos, y aun a algunos que
era más conveniente estuviesen recogidos en sus celdas” .337 Asimismo, si bien
muchos religiosos estuvieron motivados por la tarea evangelizadora, otros tanto
fueron atraídos al Nuevo M undo en busca de fortuna o enriquecimiento perso­
nal, como sucedió con la mayoría de los conquistadores y colonos. De hecho,
como se mencionara, tener acceso a una doctrina de indios permitía garantizarse
un buen pasar no tanto por el salario que se recibía por el cargo como por los
negocios y las contrataciones que podían organizarse a partir de la explotación
de la mano de obra indígena. Según Diego Felipe de Molina, esta situación es­
timuló que “agentes de malas costumbres, viciosos y delincuentes, sin licencia,
totalmente ignorantes y yncapaces” en los oficios seglares se ordenaban como
sacerdotes “viendo lo que se gana en una doctrina ” .328 Por lo tanto, a diferen­
cia del período anterior, hacia finales del siglo XVI, el número de aspirantes
sobrepasaba las doctrinas disponibles por lo que, ordenados y sin doctrinas, los
clérigos “buscan el sustento por vias illicitas y escandalosas” .329 Por otra parte, las
distancias y las malas comunicaciones tampoco ayudaban a remediar la situación,
por lo que los obispos se vieron impedidos de ejercer una vigilancia más activa
sobre los sacerdotes. Fuera de las grandes urbes en donde los comportamientos
licenciosos podían tomar rápida publicidad, en las zonas rurales y apartadas, los
curas gozaron de mayor libertad y relajamiento de las costumbres, generando
situaciones licenciosas que las visitas intentaron remediar.

325 AGI, Lima 303, s/f.


326 AGI, Indiferente, 430, L .l, 1, 225.
327 Tineo, Los concilios limenses, 158.
328 AGI, Charcas 144, s/f.
329 AGI, Charcas 144, s/f.
(X ANDO AMAR \ KA PEC ADO
126

sodomía y la praxis inquisitorial lim eña


4 .1 *
plantación \ la actuación de la Inquisición peruana coincidieron con el
,a M I 5
ttJ |H»stndentino de reforma moral. En este sentido, algunos autores sos-
lS .(1 que se trato mas de una “inquisición de costum bres”, preocupada por
• i f i i i r y castigar delitos asociados con las transgresiones morales, más que
pe
. ■S o obstante, como se mencionara, algunos de los delitos que formaron
te de *u competencia, como la bigamia, la solicitación y, en m enor medida,
v«ttíonna, aun cuando constituían actos deshonestos y no herejías en sentido
13 U fi%, su propia consumación podía entrañar creencias erróneas. I )e hecho, los
¡J o te s generales, consultores, calificadores y ordinarios se habían nutrido
IfM tiyl
j vj jH iisamícmo »mtiherético que había motivado la creación de la Inquisición
oim óo Ií \ balo ese paradigma establecieron muchas de sus sentencias."1
\ través i le las relaciones de causa tic te \ de las cartas del tribunal inquisitorial
lim eño, la m ti uinat ion relativa a las a tic io u c s nefandas de los reos procesados
cuele aparecer, pos lo g e n e ra l, al c a lo r tic o tra s a c u sa c io n e s asociadas con delitos
de la te D t las do ce causas q u e c o n tie n e n a c u sa c u m c s ti au to ilc n u n c ias tic haber
co m etid o actos sndomitieos, solo c u a tr o no a c re d ita n n in g ú n tipo tic vinculación
o*n at tos o p ro p o sic io n e s b c ic tu as, m ie n tra s tpie, e n las resta n te s, los actos tic
v ^ io im a aparecen e tin to un a g ra v a n te a las a c u sacio n es tic nig ro m an cia, pacto
con J d e m o n io , tlu m m tx n io , lu tc ta n is m o , e tc E n este se n tid o , pareciera que
los m qutsitkires lim eñ o s ru» p r o c e d ie ro n contra los crím enes nefandos com o lo
hicieran m s ttd e g a s a ta g o n e s e s se g ú n lo d isp u e s to p o r el breve papal que en
1 ' . ‘4 e n m u r a t d e m e n te Vil P or el c o n tr a rio , su a c tu a c ió n fue m as cercana a
los e sta b lée n lo p o t la S u p re m a q u e , e n 1 509, p ro h ib ía a los trib u n a le s inquisi
ta n a te * esp añ td es m t e n e m i e n casos d e s o d o m ía “si o tra s cosas no hay con ello
q u e a b ie rta m e n te se p an h e rc g ia . "
Sm e m b a rg o , los in q u isid o re s e s tu v ie ro n p re o c u p a d o s p o r d e te rm in a r el
u n el dk e r r o r q u e p o d í a c o n te n e r la p ra c t ica d e la so d o m ía. E n ese m arco, la
m *n»n d, tav u im h e r e tu a le lo m e iu d a en Huía S u p e r illius Speeula que Juan
XAH c ro m o en 1 í ? 0 p e rm itió a c o rta r la b re c h a e x iste n te e n tre acto y e rro r en
ausencia m an ifie sta de to rn iu la c io n e x e rró n e a s D a d o q u e en m u ch o s casos la
hrrx ira ae apo y ab a e n el silen cio , el o c u ltu im c n to \ la disim u lació n después tic
to d o , la maldad e n c o n tra b a su mc»«ir e sco n d ite en el tn tc m ir human* i era urgente
idear t n c tm ix n s K tlu a< t-s q u e p u d ie ra n d e sm a n tela r el avance de la heterodoxia,
c u and,., n o de la apoetasía I ste ap eg o a la “ (actualidad* m a rro la d e rro ta riel
" h e c h o débil" de los e tic o s de la in te n c ió n p a ra q u ien e s lo im p o rta n te era lo

' Ut /..isit-jtiM ÉU tn j . w*jvy v , m>U«r . t | ) y 1)4


tt t Mufaai, *lj 4k la tudumia'*. ?44.________
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tfeMrvt'fem# P vmmwmAs , laaov, 9ra il
R E L IG IÓ N 127

que anidaba interiorm ente—frente al “hecho duro” sostenido por los tribunales
de investigación. P or lo tanto, la noción de factuin hereticale aportaba la prueba
jurídica necesaria, siem pre dificultosa de encontrar en la definición tradicional
de herejía, que perm itía la persecución y el procesamiento judicial de los here­
jes. De este m odo, se producía una desvinculación entre fe y error que, hasta
entonces, había sido dom inante.
Sin em bargo, aun cuando la noción de factuin hereticale permitía hacer
inteligible las herejías ocultas a través de los actos, los magistrados prefirieron
arrancar una confesión verbal que acreditara el error de fe. Luego del reconoci­
m iento de haber com etido el nefando crim en, los inquisidores que conocieron
en el caso de Fray Sebastián de O viedo exhortaban al reo a que “declarase clara y
abiertam ente si savia que conform e a la le ley de D ios por el sexto mandamiento
esta prohivida toda copula carnal excepto la copula con muger propia”.'" Del
m ism o m odo, en la causa seguida contra el dom inico Francisco de la Cruz no
solo consideraban que por haber com etido el pecado nefando “según las reglas
de teolugia ha hecho en pensam ientos, palabras y obras muchos pecados mortales
contra el sesto m andam iento”, sino que, ademas, creía que esos actos denotaban
la creencia de que aquello no era pecado mortal como, finalmente, admitió el
re o ." 4 O tro tanto aconteció con Fray Juan de M aldonado a quien denunció un
novicio por haber com etido con él algunos actos torpes y tocamientos desho­
nestos. Según el joven, el reo “le dixo que si quena que tuviesen polución en sus
propias m anos cada uno con si y que diciendole el dicho novicio que no quería
porque era pecado m ortal, este reo le avia respondido que no era pecado mortal
sino v enial"."' Esta afirmación guardaba para los inquisidores una sena sospecha
de e rro r y, en este sentido, aunque trataron de determ inar que tipos de actos
había realizado M aldonado, sus preguntas giraron en torno a las palabras que
habla form ulado al novicio, en especial, “si sabia que todo acto veneren lucra
del m atrim onio era pecado m ortal". " ,l
P or otra parte, la sodomía podía form ar parte de las denominadas proposi­
ciones heréticas com o, por ejem plo, afirm ar que cometer el delito de sodomía
no era pecado o acusar a la autoridad episcopal e, incluso, divina de ser sodo­
mitas. En ese m arco, tos inquisidores consideraron impías y malsonantes las
palahr as que i ray fra n c isc o de la ( !ruz bahía proferido contra ellos y el notario,
“nefandas deshonestísim as que porque eran tan teas y tan torpes y deshergonyu
das m andam os que no se escribiesen"." Asimismo, las afirmaciones que iban
contra la Iglesia ( '.Mélica podían considerarse luteranas, especialmente, cuando
se injuriaba a las autoridades. Asi lo entendieron los inquisidores en el caso del

LH aun, Inquisición, Libro 1027, 1,2 lt


LM AUN, Inquisición, Libro 1012, l'JSv,
LH AUN, Inquisición, Libro 1027, f.27 Jv,
* u i \ , Inquisición, Libro 1027, t 27 i\
AUN, InquiMiion, I ibro 1012,1.'2
q§ nrr-ir* amm— mrnw-

t o i i t sgtsamD Tinas A é í b 4 t Borja, quien a íin n iití e n R om a había sado


lesruíí. ae como “ías cardenales eran sodom itas con sns pales y a n i M ^ i s y
acras m asrfm - contra ruirura Hrj gae el sum o pontífice G reg o rio décim o tercio
f K a n o c s i a n k e n m as sodom ita q oe otros y tem a u n hijo”.33* Asúnis-
mo. Fr*v Fraactsco d e la C rac, en sh “desm esurada7’ hacha co n tra el celibato
dkncaL confesaba qoe D ios había rq v e a d k k ) 4al señor arpobisp© de los Reves
a bozas mar la boca de esee reo diziendo p uto viejo arGobispo traydor"”, ponien­
d o ai descshaen» las aficiones sexuales d el prelado y la doble m oralidad de la
mstáracááa.334íe d n so , el m eroedario P edro de C oronado term in ó confesando
“q a t a jam a s veces aria deshonrado a dios diziendole puto y q u e avian sido
otras dos o tres veces7*.340
E n eran m edida, estas form ulaciones heréticas constituían u n medio de
dentmciación de la hipocresía eclesiástica en m ateria sexual así com o también
una crítica al proceso de reform ación m oral del clero. E n relación al prim er pro­
blema, son elocuentes las testificaciones realizadas durante el proceso seguido,
en 1584, contra el ya citado Ju a n P ablo de Borja, de la O rd e n de San Agustín.
Allí, el fraile realizaba una crítica m ordaz al conjunto de su orden, cuyos frailes,
aseguraba, “no eran cristianos ny creían en dios sino luego les avian de quem ar”,
aludiendo a la inclinación p o r la sodom ía que reinaba en el claustro .341 Sus acu­
saciones procedían de la gracia que D ios le había concedido p o r m edio de la
rueda que había servido de m artirio a Santa Catalina, a través de la cual Borja
tenía la capacidad de ver a través de los m uros y de adivinar lo que acontecía
en otros lugares. D e este m odo, el reo aseguraba hab er visto a los frailes en las
celdas, los patios y el coro, retocándose, teniendo poluciones y com etiendo el
acto de sodomía unos con otros. Asimismo, había podido observar las conductas
licenciosas que se desarrollaban en la Santa Sede, cuyos principales protagonistas
eran nada más y nada m enos que las propias cabezas de la Iglesia. F ren te a toda
esta serie de im posturas sexuales, Borja se erigía com o la autoridad m oral de
su orden ya que, según declaraban los testigos, el fraile se jactaba de “que si no
fuera por el dicho Borja se dañaría todo el convento ” . 342 P ero más allá de sus
aspiraciones, los testigos tam bién revelaron “que o tro novicio a quien después
quitaron el avito avía tenido aceso carnal con el dicho Borja ” .343 L a acusación y
el gusto por este tipo de conductas sexuales serían confirm ados años más tarde,
cuando durante el proceso seguido contra P edro de C oro n ad o (c. 1591), el reo
confesaba que

MU wqMÍMrióyi, Libro 1028, f. I $6v.


§§1 AMJki, laquMmón, Libro 1012, f.58.
40 AHIí, Libro 1020, f.202t
41 AHI*»ÍN|HMafa, Libro i028, t í Mtv,
ahj
l i t e 1020, f.!J7,
Hyi ahíKUmmrnaím Libro 1028, f,)3§.
9N

<‘l r ó f n m f t iili> ^ ) ^ < f a 4 i n < l ( l r l n ( l f s n A m a i T i a r K i < v r t » « t y r n n i w i y W iv r M M « '.


( ...) y q o c d d e b to lo avia co m ead o en estas cárceles de la vnquásician c a n a r a
persona q u e estuvo co n d que se llam a Ju an Pablo d e B oqa que sabo penitenciado
y desterrado d d ano» q ue se h izo al fin d d año d e líST*.***

U na actitud diferente, aunque no por ello menos crítica, asumió el alumbra­


do Fray Francisco de la C ruz .34345 M ientras Borja denunciaba las transgresiones
de la clerecía pero procuraba silenciar las propias, Fray Francisco utilizaba sus
flaquezas para develar las inconsistencias de las normas sexuales de la Iglesia.
Según el fraile, tanto las cópulas camales que había tenido con una de sus “cóm­
plices”, L eonor de Valenzuela, com o los actos de sodomía que había cometido
con diferentes individuos, no constituían pecado m ortales sino medios para
manifestar los designios divinos .346 Respecto de los actos contra natura, Fray
Francisco confesaba que

“estab a c o n g ra n v e rg ü e n z a d e d io s y avia d ic h o y d e c la ra d o e sto p o rq u e le parecía


q u e d io s lo q u e ría asi p a ra q u e d ié se m o s n o tic ia e n el co n sejo d e las faltas q u e ay
cerca d e esto e n tr e fray les y asi se c o n o c e c o m o p a ra salvación d e las an im as flacas
- se ria b u e n o q u e se d isp e n sase a lg u n o s fray les p a ra se p u e d a n casar” .347

E n este sentido, los delitos contra natura así com o el sacrilegio eran, para el
fraile, el resultado directo del celibato obligatorio establecido p o rT re n to .348 Los
reiterados casos por solicitaciones que debieron atender los tribunales limeños
también se explicaban, según F ray Francisco, por la rigidez del celibato cleri­
cal, en la m edida en que los clérigos se ordenaban com o confesores “para tener
entrada de desonestidad con m ugeres (...) y quería m ucho de notar como dios
de su parte quiere dispensar en leyes divinas para hazer el camino del cielo mas
fácil” .349 E n cierta m edida, la exhortación a que “se dispensase algunos frayles”
parecería com ulgar con el pensam iento de los reform adores protestantes, quienes

344 AHN, Inquisición, Libro 1028, f.202v.


345 Fray Francisco de la Cruz formó parte de un grupo de alumbrados que, hacia 1570, se
constituyó en Lima alrededor de la figura de María Pizarro, una joven limeña. Según los
testimonio, María estaba poseída por el demonio y varios religiosos, entre los se encontraban
el dominico Francisco de la Cruz y el jesuíta Luís López, intervinieron a fin de exorcizarla.
No obstante, pronto comenzaron a surgir sospechas de herejía y tratos con el demonio que
culminaron en la formación de procesos para todos los involucrados. Una breve reseña del
grupo puede verse en Paulino Castañeda Delgado y Pilar Hernández Aparicio, La Inquisición
de Lima. Tomo J. (1570-1635), (Madrid: Deimos, 1989), 297-312.
346 AHN, Inquisición, Libro 1032, f.55.
347 AHN, Inquisición, Libro 1032, f.59.
348 En su confesión, Fray Francisco de la Cruz manifestaba que “le avia dicho dios algunas cosas
muy notables tocantes a toda la Iglesia y eran que se casen los clérigos de aquí adelante”.
AHN, Libro 1032, f. 57.
349 AHN, Inquisición, Libro 1032, f,65.
150 fV V \W AMAJR ERA PECADO

coitóiáerakín que muv pocos individuos podían llevar una vida verdaderamente
casta, por lo que recomendaban el matrimonio clerical antes que el celibato
mancillado. Otras de las criticas del fraile estaban dirigidas hacia las cúpulas
eclesiásticas, en la medida en que establecían cierras reglas morales que luego
eran incapaces de predicar con el ejemplo. Ya se mencionaron las desavenencias
q u e había tenido con Jerónim o de Loayza, primer Arzobispo de Lima, a quien
acusaba de ser “puto viejo arzobispo traedor”. En la misma tónica, Fray Fran­
cisco aseguraba q ue Roma se había vuelto “bestia” por los crímenes nefandos y
que toda “la Iglesia romana tiene atosigado y estomagado a Dios por los vicios
que n en e dehaxo de representación y nombre de tanta autoridad y santidad”.350
F ren te a toda esta serie de criticas morales, tanto en el caso de Fray Francisco
como en el de Coronado, los inquisidores procedieron en términos de la ortodoxia
religiosa. Después de todo, afirmar “q ue el papa y cardenales eran sodomitas”,
constituía una m a c a a la investidura de las autoridades de la iglesia y, por lo
tanto, formaba pane de la idiosincrasia luterana de la cual los reos, según los
inquisidores, formaban parte.351
N o obstante, estas denunciaciones también podían haber despertado las
sospechas de los inquisidores acerca de un complot en el seno de la Iglesia, ya
que «no de ios rasgos que asemejaron a la sodomía con el fenómeno de la herejía
fue la identificación del sodomita con el brujo.'"-' Según el pensamiento de la
época, ambos eran flojos y pecadores, ambos buscaban destruir o interferir en los
planes divinos, ambos eran siervos del demonio y ambos, también, amenazaban
con constituirse en una contra-iglesia. M ientras los brujos parodiaban las formas
institucionales católicas, como sostenía el teólogo Pedro Ciruelo, los sodomitas
se reproducían en el seno de la institución como una suerte de iglesia de So-
doma. Ya Pedro Damian sospechaba de una jerarquía secreta que bajo la santa
«n\ estufara no s o lo amparaba a los sacerdotes y penitentes sodomitas sino que,
ademas, poseía formas ocultas para el reclutamiento de nuevos miembros. ’ss No
obstante, esta argumentación que en forma de “visiones” o “comunicaciones di­
vinas* compartían algunos de los reos mencionados, no formo parte del universo
mental de los inquisidores limeños, más preocupados por establecer los errores
de fe de los acusados que por descubrir, a través de las prácticas sódomíticas,
indicios de complot o pacto demoníaco.

*0 \ON, Inquisactúri, L ib ro 10)2, 6j60.


o Las rvMéutHww* de U» calificadores so b re am bos casos p u e d e n verse en AUN, Inquisición,
I abro hi ' h f i n * , y Libro 10)2, f.67.
'• ’ U b rt^ im e tm de la sodom ía*, 554
i Ka un p raem u por b rujería en 14)9, dos dominicos que jugaran u n papel m u y importante
” ***■** • *****> sostenían que m uchos obispos v cardenales eran b ru jo s y q u e la tercera
«doraban en se cre to al dem o n io . S obre este p ro c e so ver Colín, Los
RELIG IO N' 131

Una actitud similar puede observase en relación a la presencia del demo­


nio en los actos sodomíticos. A lo largo de las audiencias mantenidas con los
inquisidores, varios de los acusados aseguraban que los tocamientos, poluciones
y accesos nefandos que habían protagonizado habían sido obra del demonio.
Este tipo de alegato también formaba parte del pensamiento demonológico
de la época, según el cual, el demonio procuraba hacer efectivo sus planes des­
tructores a través de la manipulación de la carne, en la medida que constituía el
costado más vulnerable de la humanidad. Además, sus influjos los ejercía sobre
aquellos individuos que eran tenidos por “flacos y pecadores”, como sostenía
Martín de Castañega.354En el proceso seguido contra el dominico Fray Sebastián
de Oviedo (c.1584), el reo declaraba que “un demonio lo atormentava y no le
dexava rezar las horas canónicas ni ir a maytines y le necesitava a actos torpes y
feysimos en sus miembros lo qual no tenia por pecado mortal diziendo no tenia
en aquello libertad”.355 Por su parte, Alonso de Rentería de la Orden de San
Francisco (c.1597) manifestaba a los inquisidores que a lo largo de su carrera,
primero como colegial, luego como novicio y, finalmente, como fraile, había
tenido tocamientos deshonestos y acceso sodomítico con más de 150 personas.
No obstante, había procurado no revelar sus pecados ante sus confesores y “la
causa principal de haver cometido este mal de no tratar verdad en la confesión
fue encubrir un vicio diabólico y nefando en que hasta agora he vivido y es
conmigo mismo y con terceras personas”.356 La presencia del demonio también
puede observarse en la confesión del agustino Pedro de Peñalosa quien, para
“curar su llaga y descargar su conciencia”, se presentó ante los tribunales del
Santo Oficio limeño. Allí, declaraba que luego de confesar a un penitente que
había manifestado tener auto poluciones:

le llego a este reo a tentar el demonio y a inquietar de saver como se tenian poluciones
y asi después de aver confesado pasado mas de una hora, comulgando e oydo misa el
muchacho, le sitaba y llebaba a su celda y le degia este reo quería ver como se tenian
las poluciones que lo deseaba y que a ynstancias de este reo sacaba el muchacho sus
partes verendas y este reo se las manoseaba.357

Como puede observarse, el demonio aparece como el instigador de los actos


de sodomía mientras que los reos son apenas un instrumento de los designios del
maldito. En el caso de Sebastián de Oviedo, el fraile sostenía que el demonio le
hablaba, algunas veces con voces externas y otras ad imaginacionem, con argu­
mentos persuasores para que cometiera los actos contra natura, “atemorizándole
y acobardándole y representando en el tanta flaqueza que le parecía imposible

354 C astañega, Tratado de las supersticiones, 27.


355 AUN, Inquisición, L ibro 1027, f.223v.
356 AUN, Inquisición, L ibro 1036, f.312.
357 AUN, Inquisición, L ibro 1032, f.476.
)32 tT .c a X > AM VK K M H £áO Q

no consentir aunque nunca consentía en ello**.35* Pero no contento con eso,


el demonio le tomaba las manos v se las llevaba a su natura para producir las
poluciones. Del mismo modo, los accesos nefandos con otras personas uno las
k « rá voluntariamente sino que padecía v era como un vntruniento del demo­
nio a quien violentamente le foryava a hazer las dichas copulas ” .559 Este mismo
alegato presentaba el dominico Luis López, otro de los alum brados que, junto
al mencionad© Fray Francisco de la Cruz, formaba parte del grupo de María
Pizarro. Según el dominico, mientras se quedaba algunas noches en la casa de la
«ficha Alaría Pizarro, con el propósito de sacarle el dem onio que la atormentaba,
había tenido cópula camal con ella, corrom piendo su virginidad y preñándola.
N o obstante, Luis López manifestaba que aquello había sido en contra de su
voluntaba y “echara la culpa del preñado al dem onyo ” .560 Sin dudas, este tipo
de argumentación guardaba una gran familiaridad con la teoría de la existencia
de íncubos y súcubos, según la cual, el dem onio podía tom ar la form a de un
varón (íncubo) y tener acceso cam al con m ujeres m ientras éstas dorm ían o bien
podía asumir la figura de una m ujer (sueubo) y seducir en sueños a varones hasta
tener cópula con ellos. Según el M alleus M aleficarum , los dem onios no hacían
esto p o r placer, ya que los ángeles n o tenían carne ni sangre, sino que se valían
del vicio de la lujuria para h erir en el cuerpo y el alm a a los hom bres y, de este
modo, convertirlos en presas fáciles de sus deseos .361 Además, estos demonios
teman la capacidad de engendrar vida hum ana ya que, aun cuando no tuvieran
existencia corpórea, con perm iso de D ios, el súcubo de u n hom bre podía extraer
de él su semen y luego, al transform arse en íncubo, podía depositarlo en una
mujer durante el coito .362
Aun cuando este tip o de alegatos pod ía co n stitu ir u na suerte de “coartada”
de los acusados, a fin de exim irse del castigo co rrespondiente, tam bién es cierto
que los jueces inquisidores com partían, en cierto grado, las m ism as creencias.
P o r ejem plo, los m agistrados q ue co n o c ie ro n en la causa de Sebastián de
Oviedo, inquirieron al fraile para saber “acerca si se le ofreció el diablo a que
tuviere acceso cam al con el tom ando el dem onio figura de m ug er o de hom bre”,
a lo que el reo respondió que si y en m uchas o p o rtu n id a d es .363 L a consulta
resultaba pertinente, ya que si bien la teoría de los íncubos y súcubos aludía,
por lo general, a violaciones y asaltos sexuales hacia m ujeres, los teólogos K ra-
m er y Sprenger tam bién sostenían que los dem onios eran capaces de com eter
inmundicias com o los vinculados a la sodom ía y a la em isión de sem en p o r el

}5* AHN, Inquisición, L ibro 1027, f.225v y £232.


359 \H V Inquisición, L ibro 1027, f.233v.
360 AHN, I n f r i ó » , Libro 1027, t i 19.
J4 I H cirm di y jaco b Sprenger, MaIUus (Barcelona: C írculo Latino, 2005),

M2 K m tr v *TmitTmrT_
RELIGIÓN 133

vaso indebido.*64 C on todo, los inquisidores lim eños fueron cautos con este
tipo de afirmaciones, ya que si bien com ulgaban con la teoría dem onológica y
creían en el pacto explícito e im plícito con el dem onio, consideraban que algu­
nos de los testim onios de los reos n o eran más que “desatinos”. E n el caso de
P ed ro de C oronado, quien no sólo confesó haber com etido el pecado nefando
con Juan Pablo Borja y con otras personas sino que tam bién adm itió haber
injuriado a D ios de puto, m anifestaba ante los inquisidores que esas acciones
“avian sido gravísimas com o tenia confesado y que para ello avia dado mucha
parte el dem onio”.364365 P ero no contento con los crím enes com etidos, el dem o­
nio, además, lo había inducido a b urlar la justicia divina y hum ana fingiendo
dem encia, según el reo, “porque lo hazia con m uy m al anim o y mala y n te n d ó n
pretendiendo con ello la escusa del castigo que p o r sus culpas m erecía”.366 N o
obstante, los inquisidores no to m aron a pie juntillas las declaraciones del reo
y dudaron acerca de la injerencia del dem onio en todos los actos declarados y
entendieron, según su propia sentencia “que todos aquellos fingim ientos de
locura y revocaciones que avia hecho procedieron mas de la flaqueza de anim o
y del cortísim o tem or que siem pre tuvo”.367 E n ese caso, aunque abjuró de
vehem enti, C oronado tuvo la oportunidad de reconciliarse con toda la com u­
nidad de cristianos. M uy distinta fue la suerte de F ray Francisco de la C ruz
quien fue relajado, según los inquisidores, por “h ab er sido hereje pertinaz,
heresiarca, dogm atizador y enseñador de nueva secta y errores y haber hecho
y com etido todos los delitos de que fue acusado y otros m uy m uchos que ha
confesado”.368 O bviam ente toda esta serie de calificaciones no procedieron sólo
de sus actos de lujuria ni de su aggiom ado program a de reform a m oral sino de
to d a u na serie de conductas y afirm aciones realizadas p o r el reo, a saber, haber
ten id o tra to con el dem onio que habitaba el cuerpo de M aría Pizarro, invocar
y hacer pactos explícitos con el diablo, afirm ar que D ios lo había designado
com o rey del P erú y papa de la Iglesia rom ana, etc.369 E n lo que respecta a las
faltas com etidas co n tra el sexto m andam iento, Fray Francisco sostenía que no
las te n ía p o r pecado, ya que “conoce que todas ellas an sido estando turbado
de la razó n y tan ciego de la pasión que podía justam ente dubdar si avia tanta
lib e rtad en el juizio que fuese pecado m ortal”.370 Estas declaraciones resulta­
b an p e rtin en te s ya que, según el T ribunal de supersticiones (1631) escrito por
G asp ar N av arro , San A gustín y S anto Tomás consideraban que el dem onio
te n ía la capacidad para apoderarse “ta n to de uno, perm itiéndolo Dios por sus

364 K ram er y Sprenger, Malleus M alcfiatrum, 93.


365 AHN, Inquisición, Libro 1028, f.203v.
366 AHN, Inquisición, Libro 1028, f.203v.
367 AHN, Inquisición, Libro 1028, f.205v.
368 AHN, Inquisición, Legajo 1650, f.1697.
369 AHN, Inquisición, Libro 1032, f.66V.
370 AHN, Inquisición, Libro 1032, f.55v.
134 C U A N D O AMAR ERA PECADO

pecados, que n o le dexe conocer, sin o p o r las fantasías y especies sensibles


que el le pone en la im aginación; y asi turvado el en te n d im ie n to co n aquellas
fantasm as no podra e n te n d e r n i p e n sa r e n o tra c o sa ”.3/1 N o o b sta n te , en este
caso al igual que e n el de C o ro n a d o , los in q u isid o re s n o se co n v en ciero n de
que aquello pudiera hacerse sin la v o lu n ta d del acusado, ya que, en el caso
de Fray Francisco, “las cosas q u e d ize y afirm a so n ta n co n fo rm es a lo que la
carne pide que es la m as aparejada q u e se y n v en tad o p ara tra e r a su dañada
secta a todos géneros d e g e n te ”.372 C o n to d o , u n o d e los calificadores, Juan
del C am po, provincial franciscan o , p la n te ó sus du d as acerca d e que aquellas
declaraciones, p o r su in v ero sim ilitu d , p u d ie ra n p ro c e d e r d e u n h o m b re en su
sano juicio. Sin em bargo, u n análisis m e n o s p re su ro so lo convenció de que
se trataba de un artificio p a ra p ro p a g a r su se cta y sus h ere jías y, ju n to al resto
de los calificadores, concluía q u e “le p a re c e q u e n o esta lo c o sino en su juizio
c o m o a n tes lo estova y q u e n o cre e q u e aq u el p o co espacio estu b o lo c o sino
q u e fingió la lo cu ra c o m o m a ñ o so a stu to y sagas q u e a d e ser”.373 A u n cuando
lo s “d e sa tin o s” d e F ray F ra n c isc o e ra n b a sta n te e x p lícito s, lo s inquisidores
n o d u d a ro n en e jec u to r u n a s e n te n c ia q u e te n ía n resu e lto d esd e las primeras
audiencias. D e este m odo, el 13 d e abril de 1578, e n el seg u n d o au to de fe del
tribunal, Fray F rancisco fu e conducido a la h o g u e ra .374
Si bien en los casos m encionados los in q u isid o re s ju z g aro n poco probable
que los delitos pudieran proceder tonto de la ac ció n directo d el dem onio como
de su inducim iento -in clu so dudaban de la locura d e los re o s-, el caso de Fray
Sebastián de O viedo presentó m ayores controversias. L o s inquisidores califi­
caron la causa com o “u n negocio extraordinario” y la re m itie ro n a la Suprema,
a fin de que dictam inara cóm o debían proceder .375 Según el p ro p io reo, luego
de consultar sus fatigas con los superiores de su orden, viajó a R om a en donde
procuró en co ntrar una respuesta a su negocio. E n la Santo Sede, tra tó el asunto
con un tea tino, quien luego de escuchar cóm o el diablo lo persuadía d e palabra y
lo forzaba m aterialm ente a co m eter los crím enes que tenía confesado, concluyó
que “avia ovdo m uchos negocios de fatiga pero que ninguno semejante a este
y que le parecía dificultoso de c re er”. ' 6 N o contento con esa respuesta, según
m declaración, recurrió al d o cto r G aspar N avarro, quien llevó su causa hasta el

'i Navarra, ínkmmáéét suptrtúá&n ladinat (H uesca: P ed io Blusón, 1631), f. 15.


72 Aitv» h fM Íd ó i, Libro 10)2, £67*.
73 a h n , I mhmhcumk, U fo » 1032, (j68.
74 S ep to C a to t o y H ernández Aparicio, la actitud indubitable de loe inquisidores y la pena
m am ntt ora» r*m n *y tmimdri m mrrrrr los esplícños desari— =del fraile y b mesura rtri
la p ac m m é í lo» n p a t o R i caí lem as sobrenaturales. Según loa autores, la relajación
■ p u n a toe atoa e l producto de w nanraH políticas que de fe. Castañeda y Hernández
Apañes», ím Jtoyanaaato dr ¿jasa, 299-306.
17$ a t p i , In q ato n É n , L ibro 1034, £.412.
|76 AMK*t o p a o t o Láhau 3027, (L229v,
RELIGIÓN 135

mismísimo papa “el qual avia dicho que le parecia desatinos”.377 N o obstante,
los inquisidores limeños fueron más cautos a la hora de desestimar las acciones
y manifestaciones del reo. Según uno de los teólogos que intervino en la causa,
luego de escuchar la lectura de las confesiones de Oviedo, aconsejaba que se
procediera en su contra pero con mesura “por ser el caso posible”.378 El punto
estaba puesto en cuál era la capacidad del demonio para intervenir materialmente
en la ejecución del delito, como aseveraba Oviedo, privándolo de todo albedrío.
Al respecto, el ordinario y los consultores dudaban acerca de cómo proceder
contra el reo ya que “p or la perplejidad de algunos de los qualificantes acerca
de hasta donde llega el poder de el dem onio y negar el reo hazer estas cosas
con su voluntad y consentim iento”, las confesiones de Oviedo podían llegar a
tener crédito.379 P or el contrario, el Inquisidor G eneral, Antonio G utiérrez de
Ulloa, sostenía que no había duda acerca de la culpabilidad del acusado en sus
torpezas sexuales “pues mili actos y palabras de este reo aclaran mas proceder
de la voluntad y consentim iento suyo que lo que puede deshacer el negallo para
se escusar de la pena gravisima de herege”.380 L a argumentación del Inquisidor
te e n e ra l era coincidente con la planteada por N avarro quien se mostraba escéptico
acerca del poder del dem onio para intervenir sobre los cuerpos, ya que “como es
incoporeo no puede intervenir en materia corporal (.•*.) ni [puede] que las cosas
corporales por su voluntad se m uevan”.381 Según N avarro, para poder interferir
en ese tipo de cosas era necesario una potencia y un poder tan infinitos que el
D em onio, por ser criatura de necesidad, se encontraba lim itado.382
N o obstante, la Inquisición peruana también intervino en causas por
sodomía que no estrictamente estaban asociadas con la herejía. La relación
de causa de fe del mulato Pablo de Marchena se iniciaba diciendo: “Pablo
de M archena mulato mayor de hedad preso en la dicha cárcel por el pecado
nefando que esta ratificado ” .383 C on todo, los magistrados limeños no explo­
taron esa competencia en la misma medida en que lo hicieron los inquisidores
aragoneses. Com o se sostuviera, esta actitud pudo haber sido el resultado de la
influencia de las tradiciones inquisitoriales castellanas e, incluso, del conoci­
m iento difuso que la sociedad virreinal pudo tener acerca de tal competencia.
P or ejemplo, un confesor consultaba a los inquisidores acerca de un fraile
que, luego de confesar a un penitente, lo llevó a su celda y “le hecho sobre la
cama y quiso tener acceso nefando a el, mostrándole sus partes vergonzosas si

377 AHN, Inquisición, Libro 1027, f.229v.


378 AHN, Inquisición, Libro 1027, f.235v.
379 AHN, Inquisición, Libro 1027, f.412.
380 AHN, Inquisición, Libro 1027, f.412v,
381 Navarro, Tribunal de superstición, f.14.
382 Navarro, f. 13v -14.
383 AHN, Inquisición, Libro 1029, f.439.
136 C U A N D O AMAR ERA PECADO

estaba obligado tal penitente que lo sabia a declararlo en el Santo Oficio”.384


Obviamente, la consulta radicaba en el hecho de que no se trataba de un caso
de solicitación formal, mucho más popular en esos tribunales, ya que el intento
de acceso camal sodomítico había acontecido una vez finalizado el sacramento.
El encargado de resolver la duda fue el padre José de Acosta, según el cual
entendió “que porque el breve habla en los que solicitan mugeres y que estas
cosas no se entienden, ex identitate ratáonis veletiam ex maiori, que convenia
dar cuenta de ello a V. S.”.385No obstante, estaba bastante extendida la relación
entre sodomía e Inquisición, probablemente, por esas fronteras difusas que
compartía con la herejía. De hecho, algunos reos estaban convencidos de la
competencia que el Santo Oficio tenía sobre el delito que habían cometido. En
este sentido Juan Pablo de Borja “entendía que Dios avia querido que el viniese
a manifestar ante nos por se muy grandes y en mucho perjuizio de la honra
de Dios para que fuese castigado por ellos”.386Del mismo modo, Fray Alonso
de Rentería manifestaba en su confesión que “es asi que haviendo cometido
como he cometido otros mayores delictos viniendo con temor de que el dicho
santo oficio havia de venir a saberlos y entenderlos”.387 Por su parte, cuando
Fray Francisco de la Cruz manifestaba a los inquisidores “que quando dixo y
confeso que avia caydo en vicio contra natura con un frayle y dixo parece que
se debe saber aquí”, no hacía más ratificar el conocimiento que tenía, en tanto
asesor del arzobispo Jerónimo de Loayza.388
En los casos más “seculares”, los inquisidores procedieron a la usanza de sus
colegas ordinarios, tratando de establecer si hubo o no consumación del delito,
o si el acusado ocupó rol de agente o paciente. Incluso, en los casos que en que
la sodomía formaba parte de un orbe herético, los magistrados mostraban una
posición contradictoria: por un lado, se referían en términos antiheréticos ante
la sospecha de pacto con el demonio, magia amorosa o nigromancia y, por otro
lado, utilizaban un lenguaje más moral para referirse a los actos contra natura.
Esa distinción también puede observarse en algunas calificaciones. En el caso
de Pedro de Coronado, los inquisidores distinguían entre las herejías que tuvo
y creyó de “tanta multitud de otros gravísimos delictos”, haciendo referencia
a los actos contra natura.389Es probable que esta tendencia estuviera vinculada
al escepticismo que los inquisidores limeños tuvieron en vincular la práctica
sodomítica como efecto de la acción material y directa del demonio.

384 AHN, Inquisición, L ibro 1034, f.343v.


385 AHN, Inquisición, Libro 1034, f.343v.
386 AHN, Inquisición, L ibro 1028, f.202.
387 AHN, Inquisición, L ibro 1036, f.3 11.
388 AHN, Inquisición, Libro 1032, f.58v. Sobre la trayectoria de Fray Francisco de la Cruz ver
Vidal Abril Castelló, José Luís Pantoja Vallejo y M anuel Medina Casado “La familia de Fray
Francisco de la C ruz, O.P,”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, N° 139, (1989): 41-62.
389 AHN, Inquisición, Libro 1028, f. 205v.
RELIGIÓN

Respecto al interés jurídico por el delito, los inquisidores fueron precisos


acerca de si la consumación de la cópula camal. Del mismo modo, los reos tam­
bién se preocuparon por determinarlo, especialmente, para negar la consuma­
ción del delito. Uno de los testigos involucrado con Diego de la Rosa, un joven
bordador, confesó “como procuro tener aceso con el Rosa por el baso de atrás
(...) pero que no ubo acto consumado por dezir el Rosa que le dolía mucho ” .390
Asimismo, Sebastián de Oviedo manifestaba que “tuvo polución fuera el cuer­
po del muchacho entre sus nalgas y que todo fue con fuerza y violencia que el
demonio le hazia” .391 En una de las últimas audiencias, Oviedo confesaba que si
bien el demonio había vuelto a atormentarlo estando en las cárceles secreta de la
Inquisición, “nunca a llegado a hazer polución y que las dichas vezes a sido con
despecho y desgasto ” .392 Pero si esos argumentos no eran persuasivos, Oviedo
apelaba a su eterna falta de virilidad que, en cierta medida, había impedido,
voluntaria o involuntariamente, atentar contra la economía de la creación en
más de una oportunidad. Por otra parte, los jueces buscaron establecer si los
acusados se habían desempeñado como agentes o pacientes en el marco de la
¿elación sodomítica. Si bien la Partida Setenta, T ítulo XXI, Ley n de las partidas
alfonsí establecían la culpabilidad del delito “también el que lo faze, como el que
lo consiente”, la percepción social así como la morigeración del castigo podían
verse afectadas por el lugar que se ocupe .393 De este modo, ante la pregunta de los
inquisidores, Pedro de Coronado declaraba haber cometido el pecado nefando
con diferentes individuos, muchos de los cuales “eran sus hijos de confesión y
que con los que no avia sido paciente fue porque ellos no quisieron aunque el lo
quería y procurava” .394 Por el contrario, Sebastián de Oviedo “syendo preguntado
dixo que nunca ha sido paciente en el dicho acto ” .395
Además del lenguaje antiherético, el lenguaje moralista también formó
parte del universo de los inquisidores. Más allá de su preocupación por las pro­
posiciones heréticas, las creencias erróneas y la injerencia del demonio sobre
la práctica nefanda, los magistrados peruanos también reconocieron y vieron
en la sodomía una amenaza contra la moral cristiana a la cual también debían
combatir. Incluso, en el caso de Sebastián de Oviedo, en donde k actuación del
demonio aparecía como más nítida, los inquisidores se refirieron a su práctica
sodomítica en términos morales, considerando su comportamiento como des­
honesto. Asimismo, los calificadores que negaban la capacidad del demonio para
intervenir sobre el cuerpo de Oviedo fundaban su parecer en las testificaciones
recibidas a lo largo de la causa:

390 AHN, Inquisición, Libro 1027, f.l35v.


391 AHN, Inquisición, Libro 1027, f.226,
392 AHN, Inquisición, Libro 1027, £296.
393 Alfonso X, el Sabio, Siete Partidas, Setenta Partida, Titulo XXI, Ley n.
394 AHN, Inquisición, Libro 1028, f.202v.
395 AHN, Inquisición, L ibro 1027, £228.
138 C U A N D O AMAR ERA PECADO

o tr o testig o q u e es su p rovincial dize que aviendo m ira d o m as e n particular la vida


y c o stu m b re d el re o le p areció q u e n o co rre sp o n d ían las costum bres y religión y
m o d o d e vivir su y o a la sa n tid a d q u e este testig o juzga era m e n ester para no pecar
n i c o n s e n tir a las dich as ten tacio n es ( ...) y que el re o es h o m b re de m ala conducta
y m alas a rte s ( ...) y o tr o testig o dize q u e el re o h e ra m u rm u ra d o r y sospechava
m alicias d em asiad as y p ú b licam en te las dezia a frailes y q u e havia de reprehender.396

Sin dudas, este com portam iento procedía de los hábitos del acusado más
que de conductas heréticas aunque, según señalaban algunos calificadores
com o el dom inico Aliguel Adrián, esta conducta tam bién podía ser indicio de
alum bram iento . 597 O tro caso sospechoso de sodomía pero que no nada tenía
que ver con creencias o com portam ientos heréticos fue el que se siguió contra
el despensero de las cárceles de la Inquisición Cristóbal Hernández, acusado de
trae r “espantados y escandalizados” a los presos por la relación que tenía con
un bachiller apellidado Viedma. Según el visitador del Santo Oficio, Juan Ruiz
de Prado, quien descubre la causa, el despensero y el clérigo se decían, uno al
o tro, palabras obscenas “y el dicho biedm a tomava al dicho despensero acuestas
y le traya en bragos p o r las cárceles y patios de ella ” .398 Si bien no se podía de­
term in ar si se trataba o n o de un acto de sodomía, el visitador consideraba que
era conductas que no podía pasar desapercibida. E n relación al comportamiento
del despensero, evaluaba:

M e p a re c e n co sas g rav ísim as las d e s te h o m b r e y d ig n as d e g ra n castigo po rq u e deben


s e r las q u e h iz o e n las c á rc e le s las m a s n u e v a s y e x tra h o rd in a ria s q u e se an visto en
la y n q u isic io n d e s d e q u e se f u n d o d e q u e asim is m o re su lta m u c h a culpa contra los
y n q u is id o re s p o r e l p o c o c u y d a d o q u e h u v o d e su p a r te .399

D esafortunadam ente, ésta n o era la prim era vez que acontecían estas cosas
en las cárceles secretas de la Inquisición. M uchos de los reos habían iniciado o
continuado sus carreras sodom íticas en tre sus paredes. E n la medida en que el
reo, una vez que ingresaba a la cárcel, perdía contacto con mujeres tanto en el
in terio r com o con el exterior, los calabozos fueron un semillero de relaciones
sodomíticas, al igual que acontecía en los conventos o en las travesías marítimas .400
Según Solange A lberro, “las urgencias de la carne” señoreaban los calabozos,
situación que era favorecida p o r el encierro, la prom iscuidad, el tedio y el dete­
rioro moral y nervioso de los reos .401 Además, a pesar del férreo control sobre

)% AHN, Inquisición, L ib ro 1027, f.297v.


397 AHN, Inquisición, Libro 1027, L223v.
398 AHN, Inquisición, Legajo 1640, 242v.
399 AHN, Inquisición, Legajo 1640, 269,
400 Fernanda M «hna, “ La sodomía abordo. Sexualidad y poder en la C arrera de Indias (Siglos
XM -XVnr. Revista ér Estudias M arítim os y Sacudes, A ño 3, N* 3, (2010): 9-20.
401 Alberro, Im ftusm m y sociedad, 264.
RELIGIÓN 139

la vida de los reclusos, existieron intersticios a través de los cuales satisfacer las
necesidades sexuales. Cristóbal Hernández, además de mantener la citada relación
ilícita con el bachiller Viedma, favorecía los encuentros de otros reos con una
negra. A cambio “pedia a los presos vino, pan y aguinaldo para una negra llamada
María (...) y al maestro Morales le pidió a i vezes mas de cinquenta pichuelas de
vino prestado para quedarse con ellas como lo hizo”.402Con todo, la forma más
execrable de consolar a la carne, y más a mano, por cierto, fueron las relaciones
sodomíticas que, no obstante, representaron un riesgo mayor: si el reo había
caído por ese motivo, profundizaba su culpabilidad y si se iniciaba en él en las
cárceles secretas, sumaba un capítulo más al compendio de acusaciones. En este
sentido, el visitador Ruiz de Prado consideraba que los excesos cometidos por el
despensero debían “ser pugnidos y castigados con rigor y exemplarmente (...)
pues no es justo que semejantes cosas queden sin castigo condigno”.403 De este
modo, restauraba la honorabilidad de la institución, dejándola libre de sospechas
por apañar este tipo de conductas.
Como puede observarse, en lo que respecta a los casos vinculados con el
fenómeno de la sodomía, la Inquisición peruana actuó tanto en términos de fe
como de moralidad. Por lo tanto, fue teóloga y moralista al mismo tiempo, en
un mundo en donde las fronteras entre un campo y otro fueron tan impercep­
tibles, en la medida en que fe y moral iban de la mano. En este sentido, cuando
los inquisidores procedían contra las manifestaciones heréticas buscaban mía
forma específica de ser cristianos. Del mismo modo, cuando intervenían sobre
las costumbres de los procesados lo hacían guiados por la ortodoxia religiosa.
En el caso del Santo Oficio limeño, esta dualidad se alimentaba, además,
en las contingencias históricas que determinaron su creación así como también
en las tradiciones institucionales que guiaron la actuación de los inquisidores.
Es decir, si bien su pertenencia administrativa al Secretariado de Aragón le
otorgaba la prerrogativa de conocer sobre los casos de sodomía -más al estilo
de una “inquisición de costumbres”- el hecho de que la mayoría de sus magis­
trados procedieran de la Inquisición castellana, sin jurisdicción sobre el delito y
centrada en los asuntos de fe, hizo de la Inquisición peruana una administradora
de justicia sui generis. Si bien los inquisidores interpretaron las denuncias contra
el comportamiento licencioso de la Iglesia romana y los comportamientos sodo-
míticos de ciertos reos como expresiones del fracaso de la reformación moral
del clero, también los calificaron como manifestaciones cismáticas, poniendo de
manifiesto la doble faceta de los tribunales ultramarinos.

402 AHN, Inquisición, Legajo 1640,242v


403 AHN, Inquisición, Legajo 1640,269v.
CAPITULO 5
Identidad

M ien tras a lo largo de lo s capítulos anteriores se analizó la sodom ía masculina


aten diend o los aspectos id eológicos, políticos, sociales y culturales que el fenómeno
Supuso para la sociedad virreinal peruana, el presente y últim o capítulo aspira a
indagar en cu estion es asociadas con la subjetividad de los sodom itas virreinales.
L a im portancia de ahondar en este tipo de problem áticas no sólo estriba en las
con troversias que historiográficam ente ha suscitado el estudio de las prácticas
sexuales entre personas d el m ism o sexo en el período temprano m oderno sino,
fundam entalm ente, a la necesidad de explorar en las experiencias sexuales de estos
individuos a fin de evaluar si la preferencia por las prácticas sodom íticas pudieron
incidir en la con figuración de la identidad de género de sus practicantes.
Abordar este tipo de problemáticas implica reflexionar, necesariamente,
acerca de la relación entre sexualidad y género. En El tráfico de mujeres, Gayle
Rubin señalaba la existencia de una identificación directa entre género y sexua­
lidad al afirmar que “el género no sólo es una identificación con un sexo: además
implica dirigir el deseo sexual hacia el otro sexo”.404La propuesta de la autora
generaba, en estos términos, una suerte de callejón sin salida para la sexualidad:
si el género era la construcción cultural de la diferencia sexual -que transformaba
a machos y hembras en varones y mujeres respectivamente- y, al mismo tiempo,
determinaba la orientación sexual de los individuos hacia el género opuesto, poco
lugar quedaba para las prácticas homoeróticas; después de todo, la humani
seguía reproduciéndose en machos y hembras.

404 Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía poKtica delse ^ puEG/
/____ __ t._______ » j . /„ ewttil Marta Lamas (comp.) I
Porrúa, 1996 (1975), 60.
I
t i l
L A N D O AMAR L IA PECADO

N o obstante, años más tarde, fue la misma autora la encargada de rectificar


su posicíonamiento al proponer la necesidad distinguir los sistemas de género
de los sistemas sexuales. Aun cuando ambos se encontraban interrelacionados,
constituían campos autónomos, con sus propias lógicas internas y con campos
específicos de acción.405 D e este modo, mientras las configuraciones de género
socialmente sancionadas resultaban menos flexibles -n o así su posible subversión-
la sexualidad poseía mayor capacidad de reorganización y ambigüedad. Como
afirma Sedgwick, “la sexualidad se extiende a lo largo de tantas dimensiones
que no está en absoluto bien descrita en términos del objeto sexual”.406 Por otro
lado, a medida que la sexualidad, como sistema, comenzó a independizarse como
elemento clave en la constitución de los sujetos -que los define como homo o
heterosexuales- la separación analítica se hacía más necesaria y evidente.407
Pero si la distinción de los sistemas de género y sexualidad resulta con­
ducente para el estudio de las (hom o) sexualidades contemporáneas ¿Qué
pertinencia tiene esa distinción en el caso de las prácticas sexuales durante el
período analizado? En su estudio de las relaciones entre personas del mismo
sexo en la temprana edad moderna, David H alperin propone la existencia de
un “modelo de pre-homosexualidad” constituido por las categorías de afe-
minamiento, sodomía activa, amistad masculina e inversión.408 Lo que estas
categorías ponen de manifiesto es la relevancia del sistema de género sobre el
de sexualidad, en la medida en que son definidas por la violación de los valores
de la masculinídad dominante, como en los casos de afeminamiento e inver­
sión , o por su acatamiento, como en los modelos de sodomía y amistad. Sin
embargo, la sexualidad no puede interpretarse como una extensión del sistema
de género, ya que un caso de desacato de las normas dominantes de masculi-
nidad - c om o el afeminamiento- no implica, necesariamente, una preferencia
o tw I por personas de su m ism o sexo. Del mismo modo, la existencia de una
práctica sexual entre varones, com o en el caso de la sodomía activa, no exige
m alteración de ios roles de género hegem ónicos.
Sí bien, h propuesta de identificar diferentes modelos de desviación sexual y
w iw r ¿«J -m w'iwiwftt aw lri*''0* ,p u e d e n mnadmrse mis

• S Capte M ol ‘t c t a m n i B sobre «t Esc F L u ry ftb g n Explorando la sexualidad


115-190,M d n t Eáwnml Vkmoiarina, 1909, 55.
980 t u Kmatfca W p w ífc. Epmaaaáqpt fB w tW n L A oono de b Tempestad.

90” Tjmt. jri « M ta h a se bmam cb la íorwmmiaarm de Foacauk Kgun b ciul. 2 partir


*0 0 9 0 le a d h p m m e a é t átame a a te baaabaa, pnadyMÉMEaae, e» d parentesco
■ m m a a p a a a t a i p a r a a a m a ém jm m rnm é t tcaadaáad. l a t procreo fme p t n U t cuando
* * a a a a a M M t M m i i é i i i á a B > - a a n a a a n k llM R a a t.c ic .-p tfé trrjn n |)rjn ia c u
mtm'umpmia». A la a a a m a a a a a —a a a m a e a a É m a a . \«tr Fooeattie, H etana de ¿k sexualidad.
mi Mapame, Hmm m f a » témmy sf Hmmmcxmeén. dOacapoc U a m a f eéQ m a jp
IDENTIDAD 143

que como tipos ideales, en la medida en que, difícilmente, se encuentren estos


modelos en su forma pura. Un análisis desde una perspectiva histórica exige un
acercamiento empírico que permita ver tanto el despliegue de esas categorías
como así también sus limitaciones.

1. L a ex p e rien c ia d e lo s so d o m itas virrein ales

Además de su utilidad analítica, el planteo de David Halperin posee una segunda


ventaja: permite trascender la noción de “sujeto jurídico” que ha reducido la figura
del sodomita apenas a la de un transgresor de la ley civil y canónica,409 Si bien
esta misma esta contemplada en su categoría de sodomía activa, su propuesta de
afeminamiento e inversión permite poner de manifiesto otras realidades posibles
de sexualidades “premodemas”. E n este sentido, posibilita comenzar a indagar
—a la luz de la documentación existente—en tom o a comportamientos sociales
que revelan formas de vivir la sexualidad que van más allá de la definición jurí­
dica de “sodomía”. Asimismo, a la luz de las categorías de género y sexualidad,
se analiza en qué contextos ambos sistemas conservaron su autonomía relativa
-e n el sentido propuesto por Rubin o Halperin—y en qué medida la experiencia
sexual sodomítica pudo afectar las identidades de género.

1.1. Besos, abrazos y “palabras de am or”

E n primer lugar, uno de los aspectos recurrente en los procesos provenientes del
Virreinato del Perú, durante los siglos XVI y XVII, es el vinculado a la existencia
de una suerte de afectividad en la relación entre los acusados por sodomía. Este
elemento resulta revelador ya que el mismo se encuentra ausente en los estu­
dios sobre el tema para la España moderna. E n este sentido, Rafael Carrasco,
en su investigación sobre ios sodomitas valencianos, observa que una de las
características de la práctica nefanda es la separación radical entre afectividad y
sexo ya que, según el autor, la misma constituye un medio eficaz paras satisfacer
necesidades materiales antes que afectivas.410 Si bien, como se expusiera en el
capítulo anterior, los procesos analizados permiten observar infinitas evidencias
que revelan la dependencia económica y material -principalmente, entre jóve­
nes y adultos pero también entre individuos con posiciones sodo-económicas
d e s i g u a l e s - tam bién es abrumadora la existencia de lazos sentimentales entre
las sodomitas procesados.
No obstante, en principio, los lazos sentimentales mencionados sólo
son accesibles a través de lo que podríamos denominar signos exteriores de

409 Foucauk, Historié de U Sexaalzdad. L, 50.


410 Carrasco, I n q u m é ó n y re p rm m ser»*/, 114.
1 44 C U A N D O AMAR ERA PECADO

afectividad, que llegan a nosotros gracias al testimonio de algún inoportuno


observador. E ntre esos signos, los más recurrentes son los besos y abrazos que se
propinaban entre si los acusados o que algún enamorado, sin fortuna, demandaba
para sí. U n ejemplo del primer caso, aconteció con el ya mencionado doctor
Gaspar González de Sosa, canónigo de la ciudad de La Plata, y Diego Mejía,
su más cercano colaborador. La relación entre ambos había alcanzado tal nivel
de publicidad que los testigos se escandalizaban ya que “no tienen vergüenza
estos de tomarse las manos debajo de la mesa ” .411 Tampoco escatimaban besos
y abrazos en público, lo que les valió hacerse conocidos en la región a través de
una copla m uy popular que contaba la historia de un negro, llamado Cajamarca,
acusado de haber cometido el pecado nefando en la ciudad del Cuzco. Cada
noche, cuando los enamorados se encerraban en el aposento que compartían,
a fin de sustraerse de la vista de los curiosos, los sirvientes, vecinas y parientes
repetían en tono de burla: “dale lengua Caxamalca, dando a entender que el
doctor y D iego Mexia se besaban ” .412
Por el mismo tiempo, también en la ciudad de La Plata, algunos testigos
decían haber visto al oidor de la Real Audiencia, el doctor Manuel Barros de San
Millán, en una relación similar con su esclavo, Pedro, que “era tan su querido el
dicho negro que lo vieron una vez al dicho doctor Barros que estava en la cava-
lleri^a sentado sobre una pesebrera y tenia echado un brago sobre el pezcuego
del dicho negro y asida de el la otra m ano ” .413
Pero si en ambos casos se trataba de “amores correspondidos”, no sucedía lo
mismo con el soldado P edro G onzález que, a pesar de sus incansables intentos
por lograr concretar un contacto sexual -y a sea solicitando un beso, acariciando
los cabellos de sus pretendidos u organizando verdaderas “citas románticas”- casi
no obtuvo éxito en su com etido .414 La misma suerte corrió al marinero Gaspar
Garbullo, en la C arrera de Indias, cuando, según un paje de nao, “se llego a este
declarante y lo beso en la boca quatro o cinco veces y este declarante se deviava
y el susodicho le porfiava y le da va los dichos besos ” .415 A pesar de la respuesta
neg ativ a.. G aspar continuó priorizando la ternura al uso de la fuerza, a fin de
seducir algún paje bien dispuesto. U na práctica similar desarrollaba, también,
Gaspar Portugués, grum ete de nao, quien, según la declaración de uno de sus
t— aridu, “vesava muchas vezes a este confesante debaxo de la vemia en la
boca*’.4*4' Otro caao “no correspondido” fue el del provincial de los dominicos
del convento N uecera Señora del Rosario de la dudad de Los Reyes quien, según
IvaM ipM , “fletando d dicho provincial fray D om ingo de Valderrama acostado

411 flflL C Sunm I4ML (Jm.


IDENTIDAD 145

en ella [la cama] y que este declarante vio muchas vezes que el dicho provincial
fray Domingo de Valderrama tomava las manos y el rostro al dicho Juan de Silva
regalándose con el”.417 Según Juan, un joven novicio, todas aquellas cosas eran
en contra de su voluntad ya que “el dicho fray Domingo se fue a este declarante
poniendo fuerga y con ato para le besar arrimadole una mesa y por esto dixo que
temió este declarante que le quebrantaría y vendria como estava enfermo y ser
niño para besarle por fuerza”.418
Por lo tanto, besos, caricias y abrazos revelaban que, más que un sujeto de
lujuria, en ciertas ocasiones, el sodomita podía constituir un individuo interesado
por propiciar o prolongar la relación sodomítica más allá del acto sexual. Incluso,
en los casos en donde se apelaba a la autoridad para favorecer un encuentro más
íntimo, los sodomitas evidenciaban una afición especial por el compañero ele­
gido. Así lo entendieron también los jueces y fiscales quienes se mostraron muy
preocupados por esclarecer la existencia -o n o- de la afinidad de los procesados
por esos usos y costumbres.
Pero además de los signos exteriores de afectividad, existieron manifes­
taciones verbales a través de las cuales ios acusados de sodomía expresaban
Sus sentimientos hacia sus partenaires. Esos sentimientos atravesaban diversos
listados, incluso contradictorios, que iban desde el amor más incondicional,
pasando por la añoranza ante la pérdida del ser querido, hasta el enojo y los
celos más furibundos frente a una traición. Por ejemplo, la nostalgia que pro­
vocaba la separación del ser amado fue más cruda cuando las justicias tomaban
conocimiento de la relación sodomítica. Uno de los instrumentos que se utilizó
para remediar la situación de manera inmediata fue el destierro de la región
en la que se había producido el escándalo de uno o de ambos acusados. Así
aconteció con Luis de H errera quien fue expulsado de la provincia de Chayanta
hacia la villa de Potosí en 1603, luego de que se descubriera la relación ilícita
que mantenía con D on D iego Díaz de Talavera, su amo. Aunque tanto amigos
como parientes habían aconsejado a este último que expulsara de su servicio
a su criado Luís, D iego D íaz de Talavera había permanecido incólume en la
relación ya “que no quería despedirle y que antes donde quiera que el dicho
Luis de H errera fuese avia de yr con el”, según le confesó a uno de los testi­
gos. P or lo tanto, la separación forzada lo sumió en una profunda melancolía
que acrecentó su añoranza por su criado a quien, a lo largo de diez meses, le
envió cartas de am or suplicándole que regresara. Un testigo recuerda como,
esperando la vuelta de su criado, desde Potosí “no avia querido almorzar e que
estava muy triste a la mesa el dicho Diego Dias”. La estrechez en las relaciones
llevaba a to m a r insoportable cualquier separación física por mínima que fuera
y la melancolía no fue siem pre la única respuesta. El doctor Gaspar González

417 AHN, Colección-Diversos, 45, N.2, f.2.


418 AHN, Colección - Diversos, 45, N.2, f.9v.
146 * m i f l A PECADO

de Sosa mo tuvo reparos en dem ostrar so cólera cuando, a la h o ra de comer, un


invitado desorientado ocupó el logar en el que solía sen tarse D iego Mejía, hi
colaborador. Según los testigos, dorante el almuerzo, no quiso p robar bocado y
siendo interrogado por el m otivo de su inapetencia, exclamó: “que e de comer
si el qoe m e da de com er se sentó alia abajo ” .419 L a resp u esta no sorprendió a
n in g u n o de los presentes que en m is de una o p o rtu n id a d vieron la estrecha
“com unión” entre ambos:

comiendo juntos en un plato y reviendo en una taza partiendo la bebida reviendo


primero el dicho doctor y dando luego de beber al dicho Don Diego dídendole
bebe esto Diego por amor de mí por vida mía y lo mismo hacía en las viandas
mordiéndolas el dicho doctor y dándolas mordidas a comer al dicho don Diego.420

Sin embargo, Jas relaciones entre los acusados n o siem pre fueron de añoranza
o pasión. Los celos, su contracara, constituyeron otro m ed io p o r el cual expre­
saron sus sentim ientos más íntimos, especialmente, cuando el cariño entregado
no era valorado o correspondido de la forma esperada. U n a noche, después de
comedia, D iego M ejía regresó m uy tarde a la casa del d o cto r G onzález de Sosa,
tras haber acom pañado a una dama hasta su morada. E sta situación provocó la
cólera del doctor quien, sin im portar el escándalo ocasionado, reprendió a Mejía:
“pues gasto yo mi hacienda con vos y os e com prado u n regim iento p o r holgarme
con bos y andais con m ugeres y venis a m edianoche” prohibiéndole la entrada
cual esposa traicionada .421 E ste desencuentro los tuvo distanciados por el plazo
de dos días, en los cuales M ejía andaba cabizbajo p o r la casa, sin atreverse a mi­
rar a los ojos al doctor. N o obstante, p asado el m om ento m ás crítico, “hicieron
las amistades y se conform aron com o antes”, ya que, según los declarantes, no
podía vivir el uno sin el o tro .422 E l doctor Barros sufrió u n desengaño parecido
cuando su esclavo, Andrés Cupin, contrajo m atrim onio con una m ulata llamada
Pascuala, poniéndole fin a los días felices en los que se “h olgaban” juntos. Como
reprim enda por lo acontecido - y com o canalización de su desilusión- el doctor
Barros m andó a azotar a su esclavo y lo retiró de su servido de paje, poniendo
en su lugar a otro negro llamado Pedro.
Pero si en algunos casos, com o en los mencionados, el com pañero en disputa
fue concebido com o un am ante infiel y, por ende, castigado con la indiferen-
ria o con la violencia, en otros, fue interpretado com o un verdadero trofeo de
guerra entre dos hom bres apasionados. En 1595, Juan G onzález, boticario de
Potosí, quien form aba parte de una red de sodomitas que d reu lab an entre la
Villa Imperial y La Plata, fue disputado por los enfermeros D om ingo Hernández

419 AGI, Charcas 140, f.2v.


420 AGI, Charcas 140, f 2v.
421 S U , Charcas 140, f,5.
422 AGI, Charcas 140, f.5.
Bautista y AJomo í ,ópcz del Valle quienes por “c&!m entre el dicho Banmta v e¡
dicho Alonso íxipez del Valle por este confesante reñían V ‘:
Por lo dicho hasta aquí, las relaciones establee idas entre los denominaá '/
sodomitas involucraban un aspecto central de su constitución como suietriv
los sentimientos. Los mismos cubrían una amplía gama que iba desde el amor
mas incondicional hasta los celos más cruentos pero, en cualquiera de los tav*
expresaban un vínculo entre los involucrados que trascendía lo meramente
sexual. Es probable que este tipo de afectividad que afloraba en los procesos y
que recorrió muchas de las relaciones sodomítícas estudiarlas, formara parte de
un proceso de cambio más amplío tanto en la percepción del amor corno de las
relaciones sexuales. Como señala Phílípe Aries, durante el período estudiado, la
sociedad moderna comenzaría a acercar dos formas tradicionales de amor hasta
entonces contrapuestas: por un lado, el amor-pasión que se daba por fuera del
matrimonio y, por otro lado, el amor-reserva que tenía lugar en el seno de la
unión consagrada.423424 Aun cuando esa tendencia se desarrolló de manera más
plena hacía el sig lo XVIII, especialmente en lo tocante al carácter de “amantes”
de los cónyuges, el imperativo de la idea de amor y de amarse en el seno del
matrimonio fueron fundamentales. En ese escenario, la posición de los sodomitas
fue contradictoria, ya que si bien, por una parte, comulgaban con la nueva forma
de expresión de los sentimientos, por otra, sus manifestaciones sexuales seguían
carriles muy distintos a los de las uniones entre varones y mujeres. En cierta
medida, las relaciones sodomítícas continuaban siendo la expresión, en términos
sexuales, de aquel modelo de amor basado en la pasión y que se desarrollaba
por fuera del matrimonio, especialmente, en aquellos casos en que los que los
sodomitas aparentaban estar felizmente casados.

1,2. Peligrosam ente am ancebados

Pero así como los vínculos entre estos hombres rebasaban lo sexual, también
se extendieron en el tiempo y, en este sentido, trascendieron el acto aislado,
puntual que definía a la sodomía “en términos jurídicos”. No sólo se trataba de
individuos que mantenían una conducta recurrente -como preferencia sexual-
sino que, además, sostenían relaciones sexuales y afectivas en el tiempo con la
misma persona, constituyendo verdaderos amancebamientos.
Una de las características de este tipo de relaciones fue que, en cierta medida,
parangonaban a las relaciones entre hombres y mujeres, al estilo del modelo de
amor-pasión propuesto por Ariés. Como ya ha sido mencionado, en la mayoría
de los casos, compartían el mismo aposento e incluso la misma cama, que se

423 AGI, Charcas 140, f.lv.


424 Philippe Ariés, “El amor en el matrimonio” in Sexualidades occidentales, Philippe Ariés, André
Bejin, Michael Foucault et al (Buenos Aires: Paidós, 1987), 182.
148 C U A N D O AM A R ER A P E C A D O

convertía en una suerte de lecho conyugal. Es probable que las palabras y actos
de amor que han sido descriptos arriba prologaran una realidad más atrevida en
la intimidad, como aconteció entre Cristóbal de Zamorano y su criado quienes,
según algunos testigos “se an cometido actos desonestos y sucios de tocamentos
y en las partes vergonzozas vesandose el uno al otro echándose juntos en una
amaca y estando a solas diziendose palabras desonestas”.425
Aunque en algunos casos se mantenían las formas, armando la parodia
de camas separadas, los testigos más cercanos e indiscretos podían acreditar
cuál era la verdadera situación puertas adentro. En el caso de Diego Díaz de
Talavera y su criado, un declarante comentaba como, en el tiempo que estuvo
morando en la casa de Díaz de Talavera, una de las camas estuvo desocupada
todas las noches “e no dormía en ella Luis de Herrera si no con Diego Diaz
en una cama”.426 El mismo comportamiento asumían cuando, por diferentes
negocios, debían dejar la seguridad de su hogar, siendo de público conocimiento
que “entre ellos yendo fuera no ay mas que tan solamente una cama”.427 El
doctor Gaspar González de Sosa y Diego Mejía también fueron importunados
por un testigo ocular quien, a través de la ventana del aposento, describía como
ambos, desnudos, se recostaban en una misma cama, debajo de las sábanas y
frazadas provocándole una gran perturbación al ver “dos hombre en aquella
forma como si fuesen hombre y muger (...) y vio que se estaban ansi abrazando
besando el uno al otro y hablando”.428
El escándalo que los testigos experimentaban frente a estas manifestaciones
de intimidad, también, respondía a un cambio que comenzaba a forjarse en ese
tiempo. Según Norbert Elias, hacia el siglo XVI, el “dormitorio” comenzaba a
configurarse como uno de los espacios más privados y más íntimos de la vida
humana.429Por otra parte, el cuarto de dormir también comenzó a asociarse con el
espado privado de los cónyuges, en cuyo interior llevaban a cabo el denominado
débito conyugal. N o obstante, hasta entonces, el dormitorio formaba parte de
la cotidianidad de los individuos: era común recibir a las visitas en la habitación
en donde se encontraban las camas e, incluso, hospedar a algún eventual foras­
tero en el mismo cuarto que compartían los hombres y mujeres de la casa.430
Además, como queda evidenciado en los procesos, los criados solían dormir con
sus amos, a fin de asistirlos en todo lo que fuera menester. Esa naturalidad en
la apropiación del dormitorio queda evidenciada en una serie de escritos de la
época que retrataba la cotidianidad de los individuos con ese espacio. Por ejemplo,

425 AGI, E scribanía 451A, f,4.


426 ABNB, EG. 1603.14, f.33.
427 ABNB, EC. 1603.14, f.16.
428 AGI, C h a rcas 140, f.lv.
42V N o rb e t Elias, E l proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticasy psicogenéticas (Madrid:
FGE, 1987), 203.
430 Elias, E l proceso de la civilización, 203.
IDENTIDAD 149

un libro inglés sobre modales en la mesa, aconseja que si “has de acostarte con
alguna persona de rango superior, pregúntale qué lado de la cama le gusta mas.
Y acuéstate tu en el otro lado; que darás muestra de educación” .431 No obstante,
hacia el siglo XVI, comienza a observarse una percepción diferente del cuarto de
dormir y de la cercanía délos cuerpos. En De civilitate morum puerilium, Erasmo
de Rotterdam recomendaba a los niños que:

Cuando te desnudas y cuando te acuestas, acuérdate del pudor y cuida de no ofrecer


a miradas ajenas lo que la costumbre y la naturaleza han querido que esté oculto.
Si compartes el lecho con un compañero, yace quietamente, no des vueltas para no
desnudarte y no molestes a tus compañeros tirando de las mantas.432

Este tipo de recomendaciones, fundamentalmente las asociadas con el pudor,


auguraban una nueva forma de mover y relacionarse tanto con el propio cuerpo
pomo con el ajeno. Se comenzó a sentir vergüenza por la desnudez y muchos
Moralistas sugerían mantener las partes pudendas lejos de la mirada de los otros.
En ese contexto, compartir el cuarto podía entrañar un atentado al decoro y a
| | intimidad individual, de allí que se desestimara dormir en el mismo lecho y,
si se hacía, se recomendaba “si cerca de ti está acostada una persona, estira bien
todos tus miembros, mantente recto y cuídate de incomodarle en modo alguno”,
! fin de no dar ocasión a ningún tipo de riesgo .433
, La experiencia de los hombres y de las mujeres virreinales oscilaba entre las
gopcepciones medievales acerca del cuerpo y la intimidad del lecho y las nuevas
tendencias que comenzarían prefigurarse en la primera m itad del siglo XVI. Si
bien compartir el cuarto e, incluso, la misma cama parecían cosas de rutina,
muchos de los testigos también miraban con desconfianza y recelo que los pro­
tagonistas de los procesos se sustrajeran de la vista de todos para encerrarse en
la habitación y, en el extremo, que compartieran la m ism a cama. Por su parte,
los viajantes y forasteros desestimaban la hospitalidad de aquellos individuos
Midiciados como sodomitas y preferirían buscar asilo en otro lar antes que correr
«á^iesgo de ser igualmente infamados.
U na segunda característica revela que, a pesar de que en muchos casos las
relaciones sodomíticas tendieron a desarrollarse al interior de relaciones sociales
desiguales -com o las de amos y esclavos, señores y criados, sacerdotes y fieles,

431 S e c c ió n de “Stands puer ad mensam” de Erasmo de Rotterdam, 1530. En: El proceso de la


ctvtHazión, 201.
432 “Sive cum exuis te, sive cum surgís, memor verecundiae, cave ne quid nudes aliorum oculis
quod mos et natura tectum esse voluit. Si cum sodali lectum habeas communem, quietos
jaceto, ñeque corporis jactatione vel te ipsum nudes, vel sodali detraed palliis sis molestus”.
Traducción de N orbert Elias, E l proceso de, 201.
433 Selección de “Des bonnes moeurs et honnestes contenances”, de Fierre Broe, Lyon, 1555.
En: E l proceso de la áviliazián, 202.
l ,V r ü U AM AR n * PECADO

m aestros y aprendices- algunos vínculos masculinos constituyeron relaciones


relativamente equilibradas, incluso cuando involucraron a personas provenientes
de diferentes posiciones sociales.
N uevam ente, la relación entre D iego D íaz de Talayera y Luis de Herrera
y la del d o ctor G onzález de Sosa y D iego Mejía constituyen casos testigos de
esos vínculos pretendidam ente igualitarios. C om o se mencionara en el capítulo
anterior, ambas se trataban de relaciones claram ente jerárquicas -en tre un señor
y su criado y entre un prestigioso eclesiástico y su colaborador—pero que, no
obstante, contradecían la idea de que las relaciones sodomíticas, al establecerse
en tre individuos desiguales, constituyeran vínculos necesariamente coercitivos.
P o r el contrario, no sólo no representaban un ultraje para los “dependientes”,
si no que existió una voluntad manifiesta por entrar en la relación, así como
tam bién un in tento p o r igualar las diferencias sociales existentes.
Esto no significaba que las reglas que regulaban las relaciones sociales entre
los involucrados desaparecieran, p o r el contrario, en ambos casos, las relaciones
afectivas y sexuales se enm arcaron en ellas, generando contradicciones y ten­
siones perm anentes.
L o mismo puede decirse del caso del provincial dominico, Fray Domingo
de Valderrama. C om o se m encionara, si bien el provincial había solicitado por
la fuerza, y en virtud de su autoridad, los favores sexuales del novicio Juan de
Salvia, eso no significaba que para Fray D om ingo sólo se tratara de un acto de
reducción sexual. Según confesaba el mismo novicio, el provincial “se llego a
el turbada la color y mudada la voz y pidiéndole a este declarante le besase y
abracase y que con esto Je echaría un yerro en el rostro para ser su esclavo y
siempre acudiría en todo lo que fuese m enester a sus cosas” .434 Como se sugirió
en el capítulo anterior, estos intentos por igual socialmente a dos individuos
pertenecientes a diferentes grupos sociales o relacionados por vínculos de de­
pendencia pueden revelar el costado subversivo de la experiencia sodomitica.
Además, teniendo en cuenta los cambios operados en torno a la percepción de
la pareja \ del matrimonio, este tipo de relaciones sodomíticas entre desiguales
puede ser una forma de expresión de cómo el am or y la afectividad se podían
sobreponer al status y a los distintos orígenes socio-económicos.

1.3. P acien te ! y enem ig o s d e m u je res

I- u tercer lugar, otro elemento que inarca un límite a la noción tradicional de


sodomita e* la renuencia a desempeñar roles sexuales considerados masculinos.
Dailo qoc esta tendencia se presenta, en algunos casos, como una conducta
recurrente, contradice la conccptuali/ación del sodomita como mero sujeto
d e 1uiuru< que, al calor de satisfacer su incontrolable apetito sexual, era capaz

4M AUN. ( l W r i t m . 4 t , N *, t 10
IDENTIDAD 151

de cometer el pecado nefando pero siempre respetando lo que hoy se podría


denominar una estructura heterosexual.
Por el contrario, los casos que aquí se presentan revelan un claro desinterés
por esa estructura heterosexual -a la cual consideraban indeseable- que se eviden­
cia en dos conductas bien marcadas: el desprecio por las relaciones sexuales con
mujeres, quienes claramente no constituían un objeto de deseo, y la preferencia
por ocupar el lugar de “paciente” dentro de la relación sodomítica.
A partir del registro documental, de los 123 individuos que estuvieron
involucrados en casos de sodomía, el 54% manifestaba, por si o por terceros,
haber desempeñado el rol de pacientes, en tanto que el 34 % lo hicieron como
agentes y el 5 % decía haber asumido ambos roles.
Si bien esta información permite observar algunas tendencias en los com­
portamientos sodomíticos, no puede tomarse de manera concluyente dado el
carácter fragmentario que presenta la documentación consultada. Asimismo, la
proporción entre pacientes y agentes no debe llevar a concluir que la mayoría
de los sodomitas prefirieran los roles pasivos a los activos, dado que, en muchos
de los casos, los denominados “agentes” solicitaban a más de uno de los involu­
crados en los procesos, especialmente, cuando entre ellos mediaba una relación
de poder como la establecida entre los sacerdotes y sus fieles. En este sentido,
la inclinación por desempeñar roles sexuales pasivos se puede rastrear más en
términos cualitativos que cuantitativos y no por ello resulta menos contundente.
En la ciudad de Potosí, Alonso López confesaba haber cometido el pecado ne­
fando con Juan González y describía en los siguientes términos sus encuentros
sexuales: “e que siempre el dicho Juan González serbia de muger e que también
le dijo que fray Luis tenia otra condición estraña que no quería cabalgar el al
dicho Juan González, si no que el dicho Juan González lo cabalgara a él.43S
La cita muestra la predilección por ocupar roles sexuales considerados feme­
ninos - “serbia de muger”, “lo cabalgara a él”- por parte de algunos sodomitas.
En el caso de Juan González, él mismo confesaba cómo viniendo de España,
en alta mar, había cometido el pecado nefando con un fraile llamado Juan de
Valenzuela “siendo este confesante paciente y el dicho fraile agente” .436
Esta afición también la manifestó en varias ocasiones Juan Ponce León,
vecino de la ciudad de Guamanga, quien no tuvo inconvenientes en solicitar a
uno de sus cómplices del siguiente modo: “que me lo hagas por el culo”. Las
mismas palabras tuvo para con un negro esclavo, según las declaraciones que
su propio amo realizó en los tribunales de la dudad .437 Asimismo, otro esdavo
llamado Frandsco relató un trato, bastante singular, que Ponce de León le había
propuesto: “queréis que bamos a la caballeriza y cabalgarme por el culo y que

435 AGI, Charcas 140, f.2.


436 AGI, Charcas 140, f.2.
437 AGI, Escribanía 504C, folio 23.
yo te comprare a tu amo y te haré libre ” .438 El comportamiento de Ponce de
León evidencia una preferencia por ser penetrado antes que por penetrar, lo
que marca una clara distinción respecto de la imagen “jurídica” del sodomita.
Esa misma conducta sexual puede registrarse en las declaraciones de Fray Pedro
Coronado, preso en las cárceles de la Inquisición, quien confesó haber cometido
el delito de sodomía en varias ocasiones “Y que todos los dichos frayles eran sus
hijos de confesión y que con los que no avia sido paciente fue porque ellos no
lo quisieron aunque el lo quería y procurava”.439
Respecto a las relaciones afectivas y sexuales con mujeres, algunos indivi­
duos se mostraron absolutamente renuentes a mantenerlas. U na aproximación
cuantitativa permite observar esa tendencia a partir de la gran desproporción
entre casados y solteros: de los 123 sodomitas registrados, sólo 10 afirman ser
casados, 106 dicen ser solteros y no existen datos para 7 de ellos.
Aunque el alto índice de soltería —el 8 8 %—podría explicarse por la cantidad
de menores involucrados, una desagregación por edad de los solteros revela que
el 73% estaban en condiciones de casarse, es decir, que eran mayores de 14 años.
N o obstante, entre los mayores de edad es necesario distinguir a la población
eclesiástica: de los 83 adultos solteros, 16 eran eclesiásticos, lo que representa
un 19% de los adultos solteros y un 13% del padrón total.
Recapitulado, los sodomitas solteros que están en condiciones de contraer
matrimonio -población secular, mayor de 14 años-son 67 descontando aquellos
sobre los que no hay datos, es decir, el 54% del padrón, lo que parece confirmar
la tendencia por desestimar las relaciones formales con mujeres. Inclusive, aun
cuando los sodomitas contraían m atrimonio, en algunos casos, puede verse
una suerte de aversión a m antener contactos sexuales con sus mujeres. Así lo
demuestra un indígena que había sido solicitado por un vecino de la Huamanga
llamado Juan de La Plata, quien certificaba “que hera antiguo en el dicho Joan
de La Plata andar con indios del dicho valle de Guanta e que no hazia caso de
su muger porque andava requestando a los indios ” .440 Este abandono hacia las
conyugues también aparece en una de las redadas sodomítícas más importantes
que tuvo lugar en el siglo XVII en las ciudades de Puebla y México .441 Entre la
docena de relajados en la hoguera, se encontraba un indígena llamado Miguel
de Vibina quien, además de haber cometido el pecado nefando, había prendido
fuego una imagen del Niño Alcalde “estando acostado en su cama con su muger
un día acallando de tener con ella acto carnal arepentido de que no fuese con419

419 MÜ, Escribanía 504(1, folio 21.


4 )9 AUN, Libro 1929, f.2(í2v,
440 « U . Escribanía HHC, í.lv.
441 M4. México, 2 i, V* «►.ALI. México, 38, N* .57, y Mil, México, 38, V . 57. Sobre este famoso
VCf CiinriiuÉn, Líts cenízm fiel deseo” 255*283 y Garza Carvajal, Quemando
H iryiw .2K i4Í
IDENTIDAD 153

el hombre a quien comunicará el suso dicho nefanda y carnalmente” .442 Por lo


tanto, a pesar de tratarse de “hombres casados”, la preferencia por los contactos
sexuales con otros hombres, exige pensar a las uniones matrimoniales más que
como una condición “natural” de la experiencia sodomítica, como un mandato
social impuesto por una sociedad encorsetada en términos de género.
Una situación similar experimentó el doctor Gaspar González de Sosa,
aun cuando el hábito eclesiástico que portaba le impedía mantener vínculos
formales e informales con mujeres. Dada su afinidad por el contacto sexual con
otros hombres, cuando excepcionalmente tuvo “acceso camal” con una mujer,
procuró recrear las relaciones sodomíticas. Según el testimonio de una mulata:
■‘el dicho doctor metió las manos para tentarle el culo para meterle por alli el
carajo y luego quiso bolver a estar testigo boca abajo y esta testigo dijo que no
quería que se lo hiciese por alli sino por donde era uso y costumbre que era por
el coño y el dicho doctor dijo que no lo quería sino por el culo” ,443
Estos comportamientos parecen indicar una resistencia a elegir al objeto de
deseo socialmente esperado y que ciertos relatos de sodomitas parecen confirmar.
Por ejemplo, el enfermero potosino, Juan González, relataba como de camino
a la Villa Imperial había cometido el pecado nefando con un tal Escobar en la
dudad de Panamá y, a fin de dar más prensiones-a los jueces interrogadores, lo
describía, detalladamente, como un hombre “de hasta treynta años poco mas o
menos cargado de espaldas barvinegro e tiene muy grandes bigotes” .444Asimismo,
describía a otro sujeto con quien había cometido el mismo delito de quien no se
acordaba el nombre, sólo sabía que era mozo “de la barba negro y espigado” .445
Las descripriones realizadas por Juan González exceden las de un “identíkit”
judidal, ya que el detenimiento en ciertos rasgos físicos de sus cómplices - “car­
gado de espaldas”, “espigado”- delataba su gusto y atención por la apariencia
masculina. U n caso similar fue el del fraile Alonso de Rentaría que, en su larga
carrera sodomítica -en su confesión enumeró a más de 150 individuos con los
que tuvo acceso camal- declaraba que en los tambos en los cuales se aposentaba
“buscaba los mo^os de mexor talle y a uno de estos llevava que me diese recaudo
y de noche mandavalo a dormir junto a mi cama y en estando apagada la lumbre
le llamava” .446
Pero sí en este caso la erótica se encontraba subyaciendo en los discursos,
en otros adquiría una presencia anatómicamente indudable, como sucedió con
el soldado Pedro González y un negrito llamado Benito a quien el soldado “le
tentó las nalgas diciendole que tenia lindo culo” .447 Lo mismo ocurrió entre

442 AGI, México, 38, N*. 57,3, f.6.


443 AGI, Charcas, 140, f.2.
444 AGI, Charcas, 140, í.2v.
445 AGI, Charcas, 140, f.4v.
446 AHN, Inquisición, Libro 1036, £314.
447 AGI, Escribanía, 119,
1 54 CUANDO AMAR ERA PECADO

Damián de Morales, protector de naturales de la ciudad de L a Plata y Antón


de la tierra del Congo quien declaró com o Morales “le m etió la m ano p o r la
faltíquera diziendo, gordo estas Antón y le andava con la m ano p o r las nalgas
tentándole y vino hazia la delantera a tentarle lo suyo ” .448
Pero el repudio hacia las mujeres - y la preferencia masculina-’ no sólo se
limitó a la experiencia personal de los sodomitas en térm inos de objeto de deseo,
sino que existió una percepción social que vinculaba cualquier rechazo hacia la
condición femenina como un indicio para descubrir u n a sexualidad nefanda.
Por ejemplo, los vecinos de la ciudad de Santo D omingo y P anam á, acusaban al
doctor Barros de San Millán -futuro oidor de la ciudad de L a P la ta - d e com eter
el delito de sodomía “diziendo que perseguia a las m ugeres e h era enem igo de
ellas”, por haberse ocupado, como funcionario de aquella audiencia, de una serie
de escandalosos amancebamientos .449 Pero si ser “enem igo de m ujeres” podía
definir la condición de sodomita, la “amistad” con las m ism as debía desvanecer
cualquier duda al respecto.
Por ejemplo, la cabeza de proceso presentada por la defensa de Antonio de
Fuentes interrogaba a los declarantes en los siguientes términos:

Item si sab en q u e la causa d e lo contenydo en las preguntas antes de esta y por ser
el d ic h o A n to n io d e F u en tes tam b ién cristiano y tal persona como esta dicho y por
ser y co m o es casado y tien e m u g e r y dem as de esto sacar si es amigo de m ugeres y
d e te n e r conversación co n ellas; los testigos creen y tienen por cierto que el dicho
A n to n y o de F u en tes n o co m etió ni quiso cometer el delito contra natura .450

Del mismo modo procedió el protector de Andrés Cupín, esclavo del doctor
Barros, arguyendo que “no se puede presumir semejante delicto por ser buen
cnspuano y temeroso (...) y que siempre a tratado con mujeres y fue casado
con una mulata libre y a sido y es una enamorado de mugeres y siempre anda
rebudio con ellas” .451 Por su parte, la madre de Ponce de L eón remarcaba la
futilidad del proceso, ya que su hijo se encontraba casado con Catalina M arro-
quín, su mujer legítima.45- Los alegatos de las defensas y los testigos favorables,
evidencian cómo el hecho de “ser casado” o “amigo de mujeres” constituía un
argumento contúndeme a fin de favorecer a quienes habían sido inculpados con
el cargo de sodomía.
I ero si el discurso social de los siglos XVI y XVH reconocía la existencia d e
individuos alec to s a la sexualidad femenina, es porque también existía otro tipo de
o m b re s para quienes las mujeres no constituían un polo de atracción sexual. En 4
1

441 ABNB, EC. 1611.9


449 *•». Earrthwtáa U|?B, í JS6.
4$0 AtajuMKu HÍ5, N, 1|, f.66
451 AtyjVnlwnuSnu, U2Q.
452 Mil; Escribanía. $tMC Í J 9
IDENTIDAD 155

este sentido, estos sodomitas aparecen como algo más que desordenados sexuales:
constituyen individuos que no sólo eligieron vivir una sexualidad nefanda sino
que procuraron hacerlo de manera exclusiva.

1.4. Pelilargos, afeminados y travestidos

U n cuarto elemento a tener en cuenta es la tendencia hacia el afeminamiento


que desplegaron algunos de los llamados sodomitas. David Halperin plantea que
el afeminado constituía un sujeto que, más que tener una preferencia sexual por
personas del mismo sexo, se desviaba de la norma de masculinidad dominante al
preferir el amor a la guerra en el contexto de una cultura militarista como la de
las elites europeas; se trataba de un “hombre soft”. No obstante, el concepto de
afeminamiento que aquí se utilizará está vinculado, de una manera u otra, con
la práctica sodomítica y define a los sujetos que alteran sus roles, identidad o
estilo personal en favor de los del género opuesto, constituyendo una definición
cercana a la de “inversión sexual” también propuesta por Halperin. Por lo tanto,
la diferenciación entre afeminamiento e inversión constituye una herramienta
analítica que, sin embargo, el trabajo empírico puede requerir reformular, pun­
tualizar e incluso, fundir dichas categorías como lo demuestran los casos que
aquí se analizan.
Una preocupación central por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas
era la afición con la cual los hombres de su época se relacionaban con su apariencia
física. El arzobispo de la ciudad de Los Reyes elevaba, en 1648, un informe al rey
informándole sobre el estado en que se encontraban los pastores de su iglesia:

Q u an d o p o r o rd en y m andado de Vuestra M ajestad fui trasladado a esta Santa Iglesia,


de las prim eras cosas dignas de rem edio que hize reparo, fue de un exceso grande y
escándalos o de cavelleras, m echones y otras malditas inbenciones con que muchos
y p rin cip alm e n te los legos profanavan el santo havito clerical para cuyo remedio
e n el e d ito g en eral de pecados públicos desde la prim era vez que lo publique añadi
u n a clausula p ro h iv iendo aquel traxe a los clérigos por indigno de su estado”.453

Esta disposición generó una serie de causas criminales en los tribunales


eclesiásticos en las que se amonestaba a los clérigos por la forma de llevar sus
cabelleras y vestidos. Sólo a modo de ejemplo, se pueden citar algunos de los
cargos provenientes del Archivo Arzobispal de Lima por: “traer pelo largo, coleta
y mechones”, “andar con cabelleras largas, guedejas y tufos”, “llevar melenas al
hombro”, “andar con melenas por la espalda”, “andar vestido de raso”, etc.454Las
citas pueden ser interminables si se tiene en cuenta que los procesos a eclesiásticos

453 AGI, Lima, 302, s/f.


454 AAL, Causas Criminales, Legajo XV, expediente 27; Legajo XVI, expediente 21; Legajo XXII,
expedientes 2 ,1 4 y 18.
por esta causa se inician en 1646 pero alcanzan proporciones inusitadas a partir
de 1664. Para tener una idea del impacto de esta medida, baste mencionar que
entre 1664y 1666, de las 82 causas criminales asentadas en el tribunal eclesiástico
de Los Reyes, 27 corresponden a las cabelleras y vestimentas de los clérigos, lo
que representa un 32,9% de las causas en esos años.
Si bien esta regulación pudo haber sido un intento conservador por resistir
las nuevas tendencias de la “moda” y a las necesidades impuesta por la reforma
moral del clero, no obstante, las motivaciones eran claras: “no se afeminen con
mechones, melenas y otros abusos de sus cabellos” o “causando escándalo con
este aliño superfluo y mujeril” .455 P or las citas, resulta notable que la preocupación
no sólo estriba en la alteración estética de la masculinidad sino en la posibilidad
de una alteración de los roles y com portamientos de género.
Asimismo, la sociedad de los siglos XVI y XVII tam bién estableció una clara
correspondencia entre una apariencia afeminada, inscripta en el atuendo, y una
sexualidad sodomítica. D e este m odo lo formulaba Alonso Fernández de Cór­
doba durante el proceso contra el protector de naturales D am ián de Morales.
Según Fernández Córdoba el corregidor de la provincia de Carabaya “devia de
ser un puto, pues avia dado a un alguacil que tenia, llamado H ernando, cuellos
y camisas de puntas y encaxes, mandándolas hazer para si ” .456 D el mismo modo
lo interpretaron los compañeros de celda de Andrés C upín quienes habían sido
sistemáticamente solicitados por este. D ado que C upin actuaba en el medio
de la noche, los presos decían reconocerlo por ser el único que en susjúbones
llevaba colgado unas cuentas de colores que tintineaban con el movim iento. De
este modo, ios trajes afeminados no sólo perm itían reconocer a los “excéntricos”
que los llevaban sino que, además, constituía un indicio capaz de certificar la
propincuidad a los actos de sodomía.
La vinculación entre “hábito mujeril” y sodomía cobra más solidez en los
casos de Ponce de León y Damián de Morales quienes trataron de conquistar
los favores sexuales de sus pretendidos utilizando trajes femeninos. Según la
declaración de Antón de la tierra del Congo, una noche, D am ián de Morales
lo había inducido hacia unos cuartos traseros de la casa principal so pretexto de
que una india de servicio le prestaría sus favores sexuales. N o obstante, grande
fue la sorpresa del esclavo al descubrir que la india no era otro que Damián
de Morales quien “se puso negro manos y rostro y se ouso un bestido de india
azo y lliquilla y se acostó en su cama ay llamo al dicho negro A ntón diziendole,
beni aca que os quiero mucho Antón ” .457 También am parado por la obscuridad
de la noche, Ponce de León interceptó en unos callejones a un indio llamado
Yanque, diciéndoíe: “toma un patacón aunque este testigo no vio la plata que
IDENTIDAD 157

yo soy seora vestida en avito de hombre hagámoslo h ázm elo y este testigo se
espanto ” .458 En ambos casos, los so lic ita n te s a p e la n a co n fu n d irse c o n el género
femenino, aunque es difícil dilucidar en qué medida se trataba de una forma de
vivir la sexualidad —una erótica—o si sólo constituía una estrategia de seducción
para hacer efectivos sus propósitos o ambas cosas.
El afamado proceso iniciado en la ciudad de México el 27 de Septiembre
de 1657 también otorga pistas para profundizar en el atuendo femenino como
un posible elemento constitutivo de la sexualidad sodomítica .459 Según los
testimonios recogidos en la causa, Juan de la Vega, “un mulato afeminado que
le llamavan Cotita que es lo mesmo que Mariquita”, solía vestirse a la usanza
de las mujeres indígenas o mestizas de la ciudad, llevando un pañito en la ca­
beza, al que llamaban melindre, y un jubón blanco de cuyas mangas colgaban
cintas. Llamativamente, el género de tela que sostenía sus cabellos se llamaba
“melindre”, termino que el diccionario de Sebastián de Covarrubias (1610)
definía como “comida delicada, y tenida por golosina.460 De allí vino a sinificar
;este nombre el regalo con que suelen hablar algunas damas, a las quales por
f§psta rezón llaman melindrozas”. E l “melindre” de Cotita podía observarse en
la forma en que “quebraba la cintura” al caminar o en la postura que adoptaba
fciando se sentaba en el suelo para cocinar “tortillas”. Por su parte Juan de
*Correa, un mestizo de más de setenta años de edad, andaba por la ciudad ves­
tido de mujer y, junto a otros sodomitas, “se hacían las visitas como mugeres
y se llamaban niñas y se ponían los nombres de las mugeres hermosas de esta
ciudad ” .461
Aun cuando el afeminamiento no constituyó un elemento necesario para la
definición de la práctica sodomítica, durante el período analizado, la adopción de

458 AGI, Escribanía 504C, f.3v.


459 Si bien la causa criminal citada se encuentra extraviada, la información del caso ha llegado
{ hasta nosotros a través de una copia de la carta del Virrey Alburquerque enviada al Rey el
15 de noviembre de 1658, otra misiva del Alcalde del Crimen, Juan Manuel de Sotomayor,
fechada el 19 de noviembre del mismo años, la nómina de acusados y un resumen de los
testimonios que actualmente se conservan en el Archivo General de Indias de Sevilla. Serge
.. Gruzinski, “Las cenizas del deseo. Homosexuales novohispanos a mediados del siglo XVII”
in D éla santidad a la perversión o de por qué no se cumplía la ley de Dios en la sociedad novobispana,
ed. Sergio O rtega (México: Grijalbo, 1986), 255-283; Federico Garza Carvajal, Quemando
Mariposas. Sodomía e imperio en Andalucía y México, siglos XVl-XVIl (Barcelona: Laertes, 2002),
239-248.
460 Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellano o española (Madrid: por Luis Sánchez
im presor del Rey, 1611), 545. O tros diccionarios, anotan en su entrada: “melindre: delicado,
suave, limpio”. Baltasar H enríquez, Tbesaurus Utriusque IJnguae Híspame et Latinae,Omniun
Correctissimm, (Madrid: en la tipografía de Juan G arda Mangón, 1679), 149v. Años más
tarde, m elindre aludiría, entre otras acepciones, a “la afectada y demasiada delicadeza en
la acciones o el m odo”. Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana. Toma ÍV
(Madrid: por lo herederos de Francisco de Hierro, 1734), 534.
461 AGI, M éxico 38, N*. 5 7 ,3 ,0 .
XSD i ECADO

comportamientos femeninos o el uso de atuendos mujeriles aparecían como po-


cyKL-c 'm áióos de una sexualidad nefanda. Si bien dicha caracterización procedió
de loe estereotipas de género y las estrechas definiciones acerca de lo femenino y
lo masculino, no es menos cierto que la práctica sodomitaca y el deseo de algunos
hombres por vincularse sexualmente con otros hombres no sólo hayan puesto
en cuestión su mascuiinidad sino que hayan favorecido una redefinición de sus
identidades de género.

1.5. Putos, bujarrones y enredados

L no de los últimos elementos está vinculado a las formas de identificación y


autoidenáficación de los sodomitas. Mientras que, como ya se ha mencionado,
los discursos del poder identificaban a los sodomitas como un sujeto de lujuria
-delincuente o pecador circunscripto a un acto puntual- y aludían al acto que
cometían en términos crípticos o eufemístieos com o “pecado nefando”, “pecado
contra natura”, “pecado atrocísimo”, la sociedad se refería a ellos de manera más
cruda y con desparpajos. De este modo, se dirigían a los sodomitas a través de
términos como bujarrón y, más frecuentemente, puto. Los diccionarios de falen ­
cia (1490) y Nebrija (1495) no registran en sus entradas la palabra “bujarrón”,
en tanto que el diccionario de Covarrubias (1611) lo define como “horadado”
y, popularmente, fue utilizado para identificar a aquellas personas que habían
sido sexualmente penetradas. P or el contrario, el térm ino “puto” aparece en los
tres diccionarios. Pero mientras en el diccionario de Patencia se relaciona con
la noción de podredumbre, el diccionario de Nebrija es un poco más preciso
y lo define como aquel que padece catam itus, térm ino que en la antigüedad se
utilizaba para referirse a los invertidos .462 Por su parte, el diccionario de Co-
varrubias asocia directamente el térm ino puto con el de nefando, térm ino más
sutil que preferirá utilizar el lenguaje culto. Aun cuando el térm ino puto esté
integrado a los diccionarios su uso quedó restringido al habla popular y, en las
expresiones eruditas, su uso se redujo a la poesía satírica y burlesca como las
escritas por Quevedo .463
A lo largo de los juicios aparece el término en cuestión para referirse a
los procesados como un tipo específico de personas que, aunque m inoritario,
podía constituir un peligro para otros hombres. La mayoría de los declarantes
son daros en este punto y, -al referirse a los acusados por sodomía, no dudan
en identificarlos corno tales: “otras personas que no se acuerda de sus nombres

462 lm d diccionario de Falencia “calamita” aparece asociado al héroe mitológico Ganímedes,


lovcn y hermoso prmope troyano, amante de Zeus, a quien define como “floxo dende los
Ahns*.
461 t^uevedo uolua recurrentemente en sus poemas expresiones como “a puto el postre”, una
fuona pupuJar de decir “sodomita el último” para incitar a la rapidez en algo. Ver Ignacio
¿rellano, f e w Mores f e r ia » de Qunrdo, (Pamplona: Runas, 1984).
IDENTIDAD 159

trataron y nombraron diciendoles que heran putos ” .4*4 Pero esta forma de
nom brar tenía como objetivo identificar a un grupo de hombres que se dife­
renciaban del conjunto de su género y que, además, por parte de los testigos,
operaba como una antinomia entre los acusados y ellos. Por ejemplo, durante el
proceso seguido contra Damián de Morales, un testigo decía que en las minas
de Aporoma un negro denunciaba “como en esa provincia avia putos” .464465 Del
mismo modo actuó un esclavo que estaba preso junto con Cupín quien despertó
a los del calabozo diciendo: “aquí ay putos ” .466 Esta diferenciación pone a raya
a este conjunto de hombres que desprestigian su buen género y los convierte
en un tipo particular que debe ser castigado por la justicia. Las cabezas de pro­
ceso se hicieron eco de estas preocupaciones y, dejando de lado los eufemismos
acostumbrados, inquirían a los acusados preguntando “si a mucho tiempo que
usa este oficio de puto ” .467
Pero el alcance de ese término no se limitaba a la identificación externa sino
que también funcionaba como una forma de autoidentificación. De este modo
lo manifestó Luis de Herrera, criado de Diego Díaz de Talavera, quien en varias
-oportunidades y públicamente había declarado que “era puto ” .468 Es probable
que esta autoadscripción del término facilitara el reconocimiento entre sí de
quienes practicaban una sexualidad sodomítica y permitiera su aglutinamiento
e, incluso, su solidaridad.
• N o obstante, hablar de una identificación sodomítica desde el punto de vista
de una subjetividad individual y colectiva constituye un problema de difícil re­
solución. P or un lado, sólo se puede acceder a la visión que los sodomitas tenían
sobre sí mismos a través de indicios exteriores -comportamientos- o mediada
por la palabra de otros -jueces, fiscales, testigos, etc - lo que constituye una li­
mitación en un sentido metodológico. Por otro lado, interpretativamente, existe
el riego de extrapolar anacrónicamente la noción de identidad gay actual a la de
los individuos del pasado, en una suerte de esencia universal y transhistórica de
la homosexualidad que ya fuera criticada en el primer capítulo.
Es cierto que la noción de identidad, en un sentido moderno, constituye un
producto histórico y, más específicamente, las identidades modernas subordina­
das -ya sea basadas en preferencias sexuales, adscripciones étnicas, identidades
de género o pertenencia de clase- sólo pudieron emerger como producto de la
expansión de la idea de igualdad jurídica y, en consecuencia, como efecto de la
lucha política por el reconocimiento que permitieron cuestionar las desigualdades

464 ABNB, EC.1603.14, f.6.


465 ABNB, EC.1612.9, f.6v.
466 AGI, Escribanía 917B, 205v.
467 AGI, Justicia 1181, N. 2, R 5, f.6v.
468 ABNB, EC.1603.14, f.28.
¿e y ^ á á sá en bs sociedades de Andguo Régimen
O IJPM B K IO B C9 xncnoi se bagaba en b desigualdad legal. X o obstante,
k«M d b d U b d ao oca h imesástenda de formas de reconocimiento y de
r—qae Sos sodomitas dd período estudiado pudieron
éem rvm m -
U kíos ú rssKem pueden rastrearse, aunque de manera indirecta, en algu-
¡r» Entre esos indicios puede destacarse la tendencia
de muii IB i i i que los sodomitas manifiestan a partir de saber que poseen las
M 9 HS prácticas y preferencias sexuales. Esto puede observarse, por ejemplo,
tm masculinos como las cárceles, los conventos y las naos donde los
n hMH~ procuraban acercarse y establecer vínculos entre sí.^° Aunque en estos
t otras espacios los sodomitas intentaron establecer relaciones sexuales con los
mas ranadas muñidnos, en muchos casos, esos intentos les costaron denuncias,
procesas y basa condenas capitales. Por lo tanto, aun cuando la tendencia a
ay"armarse podía responder más a una necesidad por satisfacer, sin peligros,
sus apetencias sexuales que a un intento por constituir una suene de ghetto,
sería erróneo reducirlo sólo a ello. Por ejemplo, tanto en la ciudad de Panamá
como en b de La Plata se acusaba al doctor Barros de San Millán de favorecer
a algunos presos acusados de sodomía y muchos clérigos sodomitas absolvían
a sus confesantes que manifestaban haber cometido el pecado nefando, lo cual
hablaría de una suerte de solidaridad entre sodomitas.
Asimismo, existen indicios de la existencia de redes sociales sodomitas.
Esto queda de manifiesto, aunque indirectamente, a través del primer proceso
seguido contra el doctor Gaspar González de Sosa por pecado nefando.471 El
mismo tiene lugar en el año 1595, en la ciudad de Potosí, cuando el doctor fue
acusado de haber com etido dicho delito con el ya mencionado Juan González,
boticario de la Villa Im perial. Entre algunos de los aspectos significativos del
caso, puede m encionarse el alto número de sodomitas involucrados -alrededor
de diez personas- que rebasa la relación bilateral que, por lo general, se observa
en la mayoría de los procesos. Otro aspecto a tener en cuenta es la rotación
de las parejas sexuales que favoreció que, de un modo u otro, los sodomitas se
conocieran y vincularan entre sí. Asimismo, un tercer aspecto que emerge del

Atfii Súber el p ru c o o de formación de la identidad gay ver D ’Eroilio, “C apitalism o e identidad


gay , R tra té \ t t n v íapo, N* 2, (20Q6):57-74, Jeffrey W eeks, Sexualidad, (M éxico: Paidós,
ticytc Rubín. “Reflexionando sobre el sexo”.
4 0 **m *0<i* M o l i n r u sodomía abordo. Sexualidad y poder en la C a rrera de Indias (Siglos
tv » ) . R cvuu de Estudios M arítimos y Sociales, Afio 3, N° 3, (2010); 9 -2 0 y “E l con-
venm de Sodoma Frailes, órdenes religiosas y sexualidad en el V irreinato del P erú (Siglos
XVI-XV!
i t tA m én ^m latine (Aaaoóation i Í1ST01RE(S) de l’A m érique latine.),
47* ***. CWwtaa 140
proceso es la pertenencia al mismo espacio profesional de los sodom itas: un bo­
ticario y dos enfermeros, dos estudiantes, dos curas, etc. Como se mencionara,
esta tendencia alcanza su máxima expresión en aquellas instituciones o espacios
conformados básicamente por población masculina.4 :
En el proceso seguido contra los sodomitas novohispanos, una de los aspectos
destacable es la existencia de espacios de sociabilidad donde se congregaban la
casi veintena de presos y los cientos de sodomitas involucrados en la causa. La
mayoría de los procesados identificaban algunas “casas” en las que desarrollaban
sus reuniones. Entre ellas, la más popular era la de doña Melchora de Estrada que
servía de refugio seguro para llevar a cabo los encuentros sexuales- Asimismo, se
mencionaba una casa ubicada extramuros de la ciudad que constituía otro punto
importante de encuentro de los sodomitas novohispanos. Lo mismo ocurría con
la casa deJuan de Correa y con la del indígena Juan Jurado, ubicadas en el bamo
de San Pablo. Las festividades religiosas solían de servir de excusas para celebrar
sus encuentros sin levantar sospechas. Por ejemplo, JuanJurado en ocasión de la
fiesta de San Nicolás, reunió a los sodomitas de la ciudad en un oratorio que terna
en su casa en donde “bailavan como mugeres”, “cometían este pecado nefando”
y “se citaban para otra visita de mugeres en otras partes diferentes”,4
7
2
473Según los
testigos, para la publicidad de estas fiestas “se conbidavan los irnos a los otros”,
“se llamaban los unos a los otros” y así “estrechavan su correspondencia torpe
y nefanda”.474 Sin dudas, estos espacios y celebraciones constituían lugares y
momentos de sociabilidad en donde podían desplegar sus conductas de manera
más relajada. De hecho, muchas de las denuncias contra los sodomitas peruanos
ocurrieron durante las festividades religiosas cuando fueron sorprendidos m
jraganti por algún testigo imprudente.475

2. Entre sujetos jurídicos y especie

En Historia de la sexualidad, Michel Foucault señalaba que durante el período


estudiado la sodomía no constituía un estado o una característica del individuo
que la practicaba sino una acción “ilegal” en tanto contradecía los códigos civiles

472 Ver Fernanda Molina, “La sodomía abordo" y “El convento de Sodoma”.
473 AGI, México 38, N°. 57, 3, f.3.
474 AGI, México 38, N °. 57, 3, f.7.
475 En su estadio sobre los sodomitas florentinos, Michael Rocke observó que muchos de los
encuentros sexuales masculinos solían tener lugar durante los días festivos. Si bien el período
de carnaval aparecía como el momento propicio para esos encuentros -en tanto constituía un
tiempo de licencia sexual- las fiestas civiles e, incluso, las religiosas también los favorecieron
en virtud de la relajación laboral, el uso de ropas finas y ornamentadas y los paseos con amigos
que caracterizaban esos días. Michael Rocke, Forbidden Friendsbips. Homosexuality and Mide
Culture in Renaissance Florence, New York: Oxford University Press, 1996,152.
t mt xw tTt Aun cuando hiera conskkrado un ser abominable, n o había nada
^ , n, ^ jpiq que Jcoofuicn al sodomita de sus contem poráneos: he
j Uj e; gueoBo áe su naturaleza jurídica. Esta caracterización se oponía a la del
decim onónico a quien b saemtmsomate calificó com o u n personaje
portador de ana anatomía, un carácter, un pasado, en suma, com o una especie.4
Si baen al enfatizar el contraste entre el sodomita y el hom osexual en térm inos
de -sujetos jurídicos vs. especie”, el planteo íoucaultiano aspiraba a historizar
las practicas sexuales entre personas del mismo sexo, también corría el riesgo
de reducir las dichas prácticas a un ejercicio meramente taxonóm ico. P o r otra
parte, al privilegiar los “discursos del poder” -ya sean esgrimidos p o r teólogos,
ya sean esgrimidos por médicos y psiquiatras- este tipo de clasificación encor-
seto las múltiples formas que {Midieron asumir las experiencias hom oeróticas,
las cuales, difícilmente, guardaron una identidad directa con las discursos que
las enunciaban.477
Pero si bien el planteo de Foucault constituyó una propuesta lógica de re­
construcción de la experiencia de las relaciones sexuales en tre varones, muchos
investigadores retomaron ese modelo en un sentido histórico y se em barcaron
en la elaboración de periodizaciones que marcaran el p u n to de inflexión entre
una y otra experiencia.47®En este sentido, Randolph T rum b ach sostiene que,
en las sociedades europeas occidentales, la primera generación del siglo XVIII
fue testigo de una revolución en las relaciones de g énero que consistió en la
aparición de un grupo de hombres adultos que o rientaban su deseo sexual ex­
clusivamente h a d a o tro s varones. Lo característico de este proceso fue que esos
hom bres com enzaron a emerger como una “minoría” y fueron identificados
por su ap arienda afem inada ta n to en el hablar como en el vestir y el moverse.479
Sí bien T rum bach ubica la em ergencia de este modelo casi u n siglo antes que
Foucault, coincide en que alcanza su clim ax hada finales del siglo XIX cuando
el modelo del varón que podía p en e trar tan to a varones como a m ujeres -al
estilo del sodomita- fue rem plazado p o r el del grupo de hombres que deseaban
hombres y se identificaban en tre si.
La noción de “m inoría” es retom ada de la obra de Michael Rocke quien
analizó las prácticas homosexuales com o parte de la cultura masculina en la Flo­
rencia renacentista. F.n ese trabajo el autor dem ostró que las prácticas sodomíticas

4?A fnmwéa, Hmana 4t I* ^txmlulud, 77 .


47* ^ nactfm Jwimoerfrtiwno ver ( .arolitia (¿traído B otero, “Esclavos sodom itas en
.ÍT ÍT * l4lilíwb <*•* nefando*, taima H istoria Crítica, NT 20, (2000):
47a Una tona stntem de. la
*•**••*• (!UÍ‘trabajaron bajo este paradigma puede verse en Puff,
JM M M As m HSONNML ,i
479 kandaijfb l ’rBoabwrh, Si
B ainptm am nt i-m dm , C *. &*Cndrr knmémttm fhttrmtxmlity and thr tbtrd gender m
**t**M’s iMvenny té Ontign Prw, | V9íí, Í S
tenían un carácter cuasi universal, en la medida en que la mayoría de los varones
florentinos atravesaban en algún momento de su vida por experiencias homoeró-
ticas.480No obstante, una de las características de esas experiencias, era su carácter
acotado en el tiempo, concentrado, especialmente, durante la adolescencia cuando
los púberes solían asumir el rol de “pacientes” frente a otros varones adultos.
Asimismo, a medida en que esos jóvenes llegaban a la adultez, solían abandonar
la pasividad sexual -entendida como atributo de feminidad- y combinaban las
prácticas sodomíticas con las heterosexuales, reforzando, de este modo, el carácter
sexualmente activo de los adultos. Para Rocke, este patrón basado en la edad y
el género fue el aspecto central que definió las prácticas sexuales entre personas
del mismo sexo durante el Renacimiento.
Lo que ambos autores trataron de mitigar a través de sus investigaciones fue
el peligro de asimilar el fenómeno de la sodomía con las prácticas homosexuales
contemporáneas, especialmente, en aquellos aspectos asociados con la existencia
de una subcultura dotada de una identidad y de espacios propios de sociabilidad
como efecto de la elección del objeto de deseo. De hecho, muchas de las investi­
gaciones relativas al fenómeno de la sodomía, tanto en Europa como en América,
han sido proclives a reconocer una suerte de comunidad sodomita durante el
período analizado. En este sentido, Rafael Carrasco sugiere, polémicamente, la
existencia de una “ghetto homosexual” en la Valencia moderna. Para el autor, du­
rante ese período se forjó una “criptosociedad”, reconocible a través de una serie
de signos, tales como peinados, vestimentas, formas de moverse, que favorecían
y protegían los encuentros sodomíticos.481En el caso de la sociedad novohispana,
Serge Gruzinski también adhiere a la idea de una subcultura que actuó como
subterfugio de las prácticas sodomíticas que, sin embargo, era reconocible para
aquellos varones que procuraban formar parte de ella. Aun cuando se trata de
un fenómeno difícil de aprehender al investigador contemporáneo, Gruzinski
afirma “presentir” la existencia de una subcultura con su propia geografía se­
creta, su red de información e informantes, su lenguaje y sus códigos.482 Por su
parte, Zeb Tortorici, aun cuando mantiene una mirada crítica a las categorías
utilizadas para describir las prácticas sexuales entre varones durante el período
colonial, plantea la existencia de una “subcultura” sodomítica, en este caso, de
carácter rural y formada por sodomitas de origen indígena. Esta información,
proveniente de un proceso incoado en 1604 en la región de Morelia, no sólo
resulta sugestiva porque permite observar círculos sodomíticos fuera del espacio
urbano sino, fundamentalmente, porque revela el protagonismo de varones de
origen indígena, ausentes en las causas criminales incoadas en el Virreinato del

480 Rocke, Forbtdden Friendships. H om osexuality and M ale Culture in Renuusance Flom ee, (New
York: Oxford U n ív crsity Press, 1996), 150.
481 ( .arrase n, Inquisición y represión sexual, 134* M*».
482 ( ¿ruzinski, “ Las cenizas del deseo” 275-278.
Perú»"' N o obstante» lo que Tortorici intenta señalar es que aun cuando las refe­
rí netas docum entales sobre la existencia de subculturas sodom íticas sean escasas
-especialm ente en relación a las halladas para la E uropa tem p ran o m odem a-los
casos existentes perm iten revaluar las interpretaciones que neg aro n la existencia
de ese dpo de fenóm enos en el contexto colonial.**4
Si bien la evidencia docum ental relativa a la experiencia colectiva de los
sodomitas peruanos no perm iten atestiguar la existencia de u n “gh etto " o de una
“'uhcuitura" -com o señalan las investigaciones antes citadas-, si perm ite colegir
que el denom inado “pecado nefando de sodom ía” constituyó u n fenóm eno com­
pleto y múltiple, aun cuando estuvo atravesado por un significado hegem ónico.48'
Aun cuando existan una serie de lím ites m etodológicos y riegos teóricos a
la hora de indagar en la subjetividad de los sodom itas virreinales, es innegable
que un estudio en ese sentido contribuye a m atizar —y p ro b le m atiz a r- las vi­
siones canonizadas vigentes en la historia de la (hom o) sexualidad. D e hecho,
las manifestaciones de afectividad y erotism o establecidos en tre los sodomitas
estudiados, la perdurabilidad en el tiem po de sus relaciones afectivas y sexuales,
los casos de afem inam iento y de preferencia sexual, casi de m anera exclusiva,
por otros hom bres y por los roles “pacientes” así com o el reconocim iento y el
auto-reconocim iento com o un grupo especial de individuos, superan la visión de
“sujeto jurídico” y m uestran que, en algunos casos, el sodom ita podía poseer un
modus vn endi que lo hacía un sujeto “específico”.486 E sta delim itación también
la expresaba la “población c o rrien te ” que, com o se observa a través de las voces
de los testigos, reconocía la existencia de un gru p o de h om bres particulares y
ditéreneiables del resto de la masa m asculina. Incluso los letrados reconocían ese
m odo de vivir cuando afirm aban que “las circunstancias del pecado son increíbles
\ tan antiguas que m uchos de ellos havia q uarenta años que estavan en el, otros
treinta, los mas diez, doze y ocho en el m o d o ”.487

48.4 Si bien este tipo de procesos podría permitir, a primera vista, un acercam iento a las practicas
v concepciones indígenas en torno a la sodomía, lo cierto es que las declaraciones tanto de
Sos testigos como de los acusados indígenas sufrieron una doble mediación: en primera ins­
tancia, la m liia d i por los intérpretes o lenguaraces y, en segundo térm ino, la realizada por
los cámbanos quienes registraron dichas declaraciones siguiendo sus propios paradigmas.
484 Z*l« lortonn, “’Heran "lodos Putos’. Sodomitical Subcultures and D isordered Desire in
í arl\ ( oloruai México”, EibnobisTory, 54 (1) (2007): 35-67.
4# I mismo sentido, Kt maído Vainías sostiene que aunque la sodomía designara un conjunto
dr acto* pecaminosos, ofensivos tanto a Dios como a la ley, nunca se limitó a ese significado
ni m> autores fueron percibidos simplemente como eventuales practicantes de un crimen o
un dt.stiu moral Ronaldo Vainías, jrvpim das Panda Moral, Sexualidade e ínquisigao no Brasil,
Rao dr .Janeiro. Campus, 1988, 152.
,WfU atemore que aunque la practica sodomítica significó para la mayoría
cuitaos procesados un acto de transgresión ocasional, para otros representó una
i tn t iu n « afectivos y relaciónales que, incluso, sostuvieron durante su vida
«•MU* KActe, Im*M Fmmlsbtps, 162.
tM rm* P\ ___________
48? Mj¡lk i i V*f | #U !
mFN'i in\v> 165

C om o señala David H alperin, la crítica a la distinción radical entre sodomi­


tas y homosexuales no implica una inversión de los términos, es decir, rechazar
cualquier tipo de especificidad histórica y extrapolar conceptos relativos a la
realidad contem poránea hacia el pasado.4*18 Está claro que estos individuos no
constituían “una especie”, com o pretendería ver la sexología del siglo XIX a los
homosexuales, ni conform aban un grupo con una identidad colectiva o política
como la que alcanzara el m ovim iento gay hacia la segunda mitad del siglo XX. Sin
embargo, tam poco fueron sólo sujetos jurídicos: algunos sodomitas virreinales
pueden ubicarse transitando ambas definiciones.
El problem a para aprehender este tipo de interpretación reside en la no­
ción de una supuesta sexualidad uniforme -ya sea “normal” o “desviada”- cuya
ficción sólo pudo sostenerse gracias a los sistemáticos intentos de regulación o
normativización de la sexualidad, ya sea a través de medios teológico o jurídicos
como en el siglo XVI, ya sea a través del saber médico como en el siglo XIX. Por el
contrario, lo que se evidencia a partir del análisis de la documentación disponible
es la complejidad de los fenóm enos sociales y, particularmente, la pluralidad de
las formas de “ser sodom ita” durante los siglos XVI y XVII en el Virreinato del
Perú. Obviam ente, no podría ser de otro modo, en la medida en que la sodomía
estuvo íntim am ente relacionada con otro fenómeno: el de la sexualidad. Dado
que ese tipo de experiencia no se circunscribe al puro acto sexual sino que afecta
la sensibilidad física, emotiva y psicológica de los sodomitas, la erótica y el placer
que se procuraba a través de ella fueron tan múltiples como individuos existieron.
Más allá de los planteos de los juristas y de los teólogos de la época, a través de
sus vivencias, algunos sodom itas peruanos desafiaron los discursos dominantes
acerca de la sodomía, el género y la sexualidad.48

488 I lalperin, How to do the History o f Homosexuality, 28.


Conclusiones

Como se mencionara en la introducción, indagar en las experiencias sexuales del


pasado constituye uno de los desafíos más importantes para los investigadores
contemporáneos, máxime, cuando dichas experiencias constituyeron, como en el
caso de la sodomía, un fenómeno silenciado. Pero las dificultades para abordar
las prácticas sodomíticas no sólo fue producto de la sagacidad con la que se mo­
vieron sus protagonistas ni respondió únicamente al uso de estrategias políticas
o judiciales para eludir las consecuencias penales que suponía la consumación
de un delito de semejante envergadura. La invisibilidad de la sodomía también
debe atribuirse a su alto nivel de transgresión sexual que la posicionó dentro del
universo de lo indecible. N o en vano la denominación de “pecado nefando” fue
la forma eufemístiea con la que hombres y mujeres se refirieron a un comporta­
miento que consideraban tan indigno y torpe que ni siquiera podía verbalizarse.
Esa tradición moralista fue tan profunda que, incluso, juristas de mediados del
siglo XVTII continuaban refiriéndose a la sodomía como un delito ton atroz que
era preciso pedir licencia a la modestia para referirse a él.489
N o obstante, algunos retazos de esas experiencias que tuvieron lugar en la
jurisdicción del Virreinato del Perú han llegado hasta nuestros días a través de la
documentación producida por la administración de justicia. Aun cuando consti­
tuye una visión parcial sobre el tema -tanto porque se encuentra mediada por la
lógica judicial como porque sólo nos habla de aquellos casos que llegaron a los
tribunales de justicia- se trata de una de las pocas ventanas por la cual asomarse
a la vida de los sodomitas peruanos.

489 Vicente Vizcaíno Pérez, Código y práctica crim inal arreglado a ¡as leyes de Esptny*, (Madrid: en
la imprenta de la Viuda de Ibarra, 1747), 3 83
Una primera conclusión que el análisis de la documentación permite colegir
es el carácter complejo que el fenómeno de la sodomía adquirió en el contexto
de la sociedad colonial peruana. Dicha complejidad -así como la multiplicidad
de formas que asumió- fue el resultado de la naturaleza sexual de la sodomía
que, constituida como vivencia personal, fue imposible de contener o encorsetar
dentro de un único significado o experiencia.
Por otra parte, en tanto dimensión erótica y corporal, la sodomía fue capaz de
rebasar las relaciones basadas en el origen étnico y en el status de los individuos
así como las configuraciones de género a través de las cuales discurrió. Si bien
es cierto que, en el contexto colonial, dichas relaciones sociales estructuraron y
dieron forma a las experiencias asociadas con la sexualidad -entendida también
como práctica social-, no es menos cierto que las relaciones sodomíticas tuvieron
la capacidad para incidir sobre aquellas.
En este sentido, la sodomía fue capaz de restructurar o reinventar las po­
siciones socioeconómicas y/o étnicas de los individuos sindicados como sodo­
mitas, aunque más no sea, en el marco de las relaciones interpersonales. De
este modo, las relaciones sexuales establecidas entre individuos con orígenes
raciales o socioeconómicos diferentes pudieron mitigar sus distancias sociales
al calor de los encuentros íntimos. Asimismo, las prácticas sodomíticas tuvie­
ron la capacidad de erosionar las relaciones de poder al poner en entredicho
U habitual correspondencia entre dominación social y sexual, especialmente,
cuando los individuos socialmente dominantes procuraron ser penetrados por
sus subordinados. La capacidad desestabilizadora de la sodomía también puede
observarse en la influencia que tuvo sobre ciertos sodomitas a la hora de vivir y
definir su mascuiinidad. Aun cuando durante el período analizado la sexualidad
no tiene una existencia autónoma para definir la subjetividad de los individuos,
la preferencia sexual que algunos hombres sintieron por otros hombres implicó
un cuesoonamtento radical a la identidad de género dominante. Eso fue posible
erectas al hecho de que las experiencias sodomíticas tocaron las fibras más íntimas
de las individuos inv olucrados en este tipo de prácticas sexuales.
Una segunda conclusión que emerge de la documentación analizada es el
marcado protagonismo de la población peninsular en los procesos seguidos por
«Mioma Si bien esta evidencia documental no permite aseverar que los varones
de origen peninsular fueron más afectos a este tipo de prácticas sexuales o que
él fenómeno de la sodomía fue una práctica marginal en el seno de otros grupos
étnicos, * puede afirmarse que la represión se dirigió, especialmente, hacia ese
de la aorirdad colonial. Un acercamiento cuantitativo a la composición
émnannproemwcnramaiev revela que el grupo de los peninsulares representó
el ' \ »k lo* individuos sindicados como sodomitas. Fue seguido por el grupo de
ios negros y wubtm que constituyeron d 14%, muy por detrás, por la población
i geru que represento el 8% de los casos y, finalmente, por los mestizos y mo-
0,001 apenas constituyeron el 2% del total de la muestra.
Esta actuación judicial orientada selectivamente hacia la persecución de las
imposturas sexuales de los varones peninsulares, debe interpretarse en el marco de
los desafíos que impuso una sociedad en formación como fue la sociedad colonial
peruana. N o sólo se trataba de disciplinar a los “cristianos viejos” que moraban los
nuevos territorios sino, fundamentalmente, de crear una comunidad de cristianos
capaz de integrar a la población indígena que, a través del bautismo, pasaban a
engrosar masivamente sus filas. Sin embargo, esta política de disciplinamiento
sexual encontró serias dificultades para su implementación, en la medida en que
la relajación de las costumbres que había caracterizado a las sociedades coloniales
desde los tiempos de la conquista se había extendido al punto de constituir la
norma más que la excepción. El aislamiento en el que vivían algunas poblaciones,
las dificultades de comunicación y el débil e incipiente control de las autoridades
favorecieron la multiplicación ée prácticas como el amancebamiento, la bigamia
o el adulterio que los agentes coloniales se propusieron erradicar. En ese esce­
nario, si las autoridades civiles y eclesiásticas querían formar una comunidad de
cristianos atenta a las normas de la Iglesia -es decir, a las normas de la sodedad-
en principio, tenían que actuar sobre la pobladón antiguamente cristianizada
que serviría de espejo para los neófitos. No en vano muchos de esos esfuerzos
se dirigieron hacia los clérigos, quienes no sólo constituían el modelo a seguir
para el conjunto de la sociedad, en virtud del hábito que os tentaban, sino que,
en el contexto peruano, eran los responsables de evangelizar e hispanizar a una
masa de poblaciones reciente y dudosamente convertidas. Por lo tanto, fueron las
conductas y los comportamientos de los cristianos viejos los que estuvieron en el
ojo de la tormenta y, en ese sentido, la represión de las prácticas sodomíticas se
concentraron en ese segmento de la sodedad virreinal.
N o obstante, no todo fue represión como paredera sugerir el bajo impacto
cuantitativo de las causas judidales incoadas por sodomía. Si bien existió una serie
de condicionantes que afectaron la producdón y la conservadón documental,
es posible interpretar la escasa actividad procesal como el resultado de derto
espíritu tolerante que caracterizó a la sodedad colonial peruana. De hecho, los
casos analizados revelan que las conductas sodomíticas no fueron reprimidas de
manera inmediata sino que entre el inido de los comportamientos sodomíticos,
el conocimiento público, la denunda y la intervención judidal podían mediar
muchos años. Esa situadón sugiere que, en la medida en que se desarrollaran en
contextos privados o con discredón, este tipo de prácticas podían tolerarse tanto
por el entorno más cercano como por toda la comunidad. Como se analizara,
varios de los testigos que com parederon ante los magistrados admitían conocer
las apetencias de los acusados con anterioridad a la fbrmadón del proceso. Otros,
por el contrario, atestiguaban que a pesar de haber denundado el abominable
crimen ante las autoridades competentes, éstas se mostraban indiferentes res­
pecto al hecho. Esta situadón fue más habitual en aquellos casos en que los
protagonistas pertenecían a los estamentos privilegiados de la sodedad virreinal
J70 CUANDO AMAR ERA PECADO

o a frecuentaban los círculos de poder locales. En cualquier caso, es importante


señalar que la existencia de tolerancia no significó una aceptación abierta de
las prácticas sodomíticas. Los hombres y mujeres virreinales experimentaron
un profundo desprecio por este tipo de comportamientos sexuales al que con­
sideraban uno de los delitos más graves. En ese sentido, el grado de tolerancia
dependió de que las prácticas sodomíticas se ciñeran a contextos reservados. Por
el contrario, cuando adquiría estado público o un marcado carácter escandaloso,
las autoridades civiles y eclesiásticas fueron implacables.
Asimismo, la apadbilidad con la que solía discurrir la cotidianidad del sodo­
mita podía verse interrumpida intempestivamente en aquellos casos en que se
desataran enfrentamientos o luchas facciosas. En la medida en que la acusación
de sodomía constituía una herramienta eficaz de desprestigio, los oponentes
podían echar mano de la vida sexual de sus enemigos, a fin de desacreditarlos y,
de este modo, dirimir favorablemente sus desavenencias. Si bien en muchos casos
la acusación tuvo basamentos reales, en otros sólo se trató de vagas sospechas
cuando no de imputaciones ficticias y malintencionadas.
* * *

A lo largo de estas páginas se ha intentado dilucidar tanto conceptual como


empíricamente el problema de la sodomía en la sociedad colonial peruana. Los
resultados presentados -producto de largos años de investigación- han preten­
dido contribuir al conocimiento de un problema y de un período escasamente
estudiado tanto en el campo de la historia de la sexualidad como de los estu­
dios coloniales. Sin embargo, reducir los propósitos de este libro a un objetivo
meramente académico sería desconocer la aspiración de estas mismas páginas
por contribuir a la reflexión no sólo de las experiencias sexuales del pasado
sino también del presente. A través del análisis del fenómeno de la sodomía y,
particularmente, de las experiencias de los sodomitas virreinales, se ha buscado
poner de manifiesto la importancia del respeto por la diversidad, colaborar en
el entendimiento crítico del origen de muchas de las discriminaciones actuales
basadas en las preferencias sexuales y contribuir a los debates actuales relativos a
los derechos de las a u n unidades L G T T B . Pero también ha aspirado a cuestionar
Ira saberes estabilizados tanto acerca de la heterosexualidad como de la homo­
sexualidad y a imaginar, cada vez más próxima, una sociedad donde las personas
sean capaces “de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin
sentir miedo, inhibición u obligación” .490

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