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EFEA
plural
Instituto Francés de Estudios Andinos, UMIFRE 17, MAEDI/CNRS-USR 3337
AMÉRICA LATINA
Jirón Batalla de Junín 314, Lima 04, Perú
Teléf,: (51 1)447 60 70
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DLs 4 -1-4917-16
ISBN: V7B-9W54-1-742-0
Producción:
Plural edraorea
Av 1 * uador 2337 n<{ c. Rosendo Cíutiérrex
lrlé ü o v r 2411018 Le Pea, Bolrvia
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Indice
Agradecimientos........................ ...........................*......................................
Introducción............................................... ................................................... *3
CAPÍTULO 1
Sodom ía...................... .......... .......... ...................... ............. ......................... 27
1. De placeres venéreos y lujurias........................... ..................... .............. 27
2. El pecado contra la naturaleza...................................... ........................... 33
3. El crimen de sodomía.............. .................................................................. 39
4. Sodomía: significados modernos y usos contemporáneos..................... 43
CAPÍTULO 2
Justicia....................... ............... ............ ........................... ............................. 49
1. Leyes y tribunales para sodomitas............ ........................................... ..... 49
2. De la triple jurisdicción a los límites en la documentación.................. . 57
2.1. Las tradiciones institucionales......................................................... 61
2.2 En defensa de las corporaciones................ ...................................... 63
2.3. Luchas y conflictos jurisdiccionales..... ...................................... 64
3. Entre la “doble vara” y la justicia del privilegio.......................... ............. 67
3.1. La doble vara........ 67
3.2. Derecho al privilegio......................................................................... 72
3.3. La mala justicia.............................. .................................. ..................... 76
4. La desigualdad como derecho................................................................. . 78
CAPÍTULO 3
P o d e r................... ........ ......... —— ....................... ................................................... 81
1. Roles sociales, roles sexuales........................................................................... 82
2. Alterando las posiciones sociales y étnicas................................................... 97
CAPÍTULO 4
R eligión............................................*..... ...........-.................................................... 109
1, La sexualidad al d eb ate...................................................................................... 109
2. La Inquisición: reform adora de las costum bres.......................................... 114
L La reforma moral en el V irreinato del P e r ú ................................................ 116
4. La sodomía y la praxis inquisitorial lim eña.................................................. 126
CAPÍTULO 5
Id en tid ad ................................................................... 141
1. La experiencia de los sodom itas virreinales................................................. 143
1.1. Besos, abrazos y “palabras de am or” .................................................. 143
1.2. Peligrosam ente am ancebados....................................... 147
1.3. Pacientes y enem igos de m ujeres ...................................................... 150
1.4. Pelilargos, afeminados y travestidos.................................................. 155
1.5. Putos, bujarrones y enredados............................................................. 158
2. Futre sujetos jurídicos y especie............................. ....................................... 161
Conclusiones..................................... 167
v las sucesivas de maestría y doctorado, dos de las cuales tuve el placer de dirigir.
Desde hace más de diez años, la carrera de investigadora de la autora de este
libro se asentó en los problemas de género y sexualidad, colocando en su norte
la premisa de que toda práctica sexual tiene raíces históricas, culturales, esto es,
que cuales fueran esas prácticas están marcadas, permitidas o prohibidas por la
sociedad que las crea y reproduce.
Al m editar sobre su tema de tesis doctoral, Fernanda Molina se comprometió
y resolvió, con notable tenacidad, el desafio de indagar en las sexualidades pro
hibidas en el pasado colonial peruano. Abordar el pecado nefando y la sodomía
masculina en d período virreinal, y en su prim er siglo de vida, le impuso una
tarea de construcción, búsqueda e indagación que la obligó a resituar su tema de
investigación, afinar sus preguntas e interpretaciones y perfilarse, más allá de su
centro de interés, en el contexto de la expansión transatlántica de los castellanos
y caminar entre dos mundos, hasta llegar a la formación colonial donde obser
vó a los actores sociales indígenas, mestizos, mulatos, negros y españoles en el
contexto de sus propias prácticas, cuando también en las adquiridas, obligadas
y hasta inventadas tras la construcción diferenciadora del “otro”.
El ejercido de otras sexualidades, prohibidas, discriminadas, estigmatizadas y
hasta punibles en las mazmorras inquisitoriales imponía adentrarse en los pliegues
de la intimidad, excavando en prácticas que se clausuraban en las paredes de la
vida privada y, asimismo, en confrontar v reinterpretar las acusadones de sodomía
tras las que podían ocultarse otros delitos, no necesariamente produddos por
kw criminalizados, detectarse otras vilezas atribuidas a quienes acusaban -con
oscuras m oovadonev- a alguien de ejercer el sexo prohibido con el solo objetivo
de desacreditarlo y castigarlo. La detección de delitos y delincuentes, pecados y
pecadores elevó la pendía de Molina a recorrer archivos y colecciones americanas
v europeas en los cuales su sensibilidad y destreza profesional se puso de mani
fiesto para tortear los múltiples y riesgosos desafios heurísticos y hermenéuticos
que debe sobrellevar una historiadora ai abordar temas y problemas sujetos a
diferentes justicias, como lo es un tema tan escurridizo como el de la sodomía
masculina, tan proclive • la contención y concentración de otros significados.
Este libro no sólo o una investigación que da cuenta de la sodomía masculina
«s» Vn» afk w X\1 y XVII Es una contribución que ayuda a descubrir y mensurar
otra* forma* en que se manifiestan las relaciones de poder en la época colonial. I
E* «a trabajo que o m d e * develar lo* vínculos entre la religión y la justicia, entre
«Lprcsdri y el del»»*, y «a también una enorme reflexión que deriva en visualizar
laa • d q u n a w n «amadas eras las que se arriban las distinciones étnicas y de
m m p i m a mém la» c « p » ideológica» que t i t o las relaciones sociales.
l Inu talmcnic, J<»an Xcori lm ñutió este tipo de acercam iento para el estudio del género aunque
también puede lun crx t stetisible al cam po de la sexualidad. Joan VV. Scott, “E l género, una
i alegoría útil para el análisis histórico". En FJ género: la construcción cultural de tu diferencia
m u*/, Marta {atinas (comp.), 265 102, México; K i t,. 1996 |1985J, 291-292.
4 Níurv» l’-spatia (ue el m r iu rto d<unte más tem pranam ente com enzó a desarrollarse este tipo
ck proliíemain a» í M*ra» colectivas com o Jas surgidas al calor del Sem inario de H istoria de
l*«. Mentalidades »onstituyeron el punto de partida para el desarrollo de un catnpo hasta
i mom et. poco explorado Sergio ( >rtega \ onega el a i, Familia y sexualidad en Nueva España,
<M**mo t.m du d e ( uliura I ,, mí ,n ,u a. 19«2}; Sergio ( >rtega N o n eg a et a i, De la santidad a
^ ley de D ita en la saciedad inri obisparía, (México; (írijalbo,
* 7 ' ' 0 ^ *1** dr petas y t! deseo 4» normar, ideologíasy comportamientos finni-
■ 9 V**l ' ¡ V , ' Z r mxJ' tNAH-Joaquín M orit/, J9HH); AAVV, Familia y
} N ;A ,
j |W | f~* ^ lr*i*r Nmpmta é t Ilutaría da las Mentalidades, (México:
- **T I a w ' o i X ' T * W immr r átunnor yn *ntt** de pareja$ en la saciedad
en tanto fenómenos históricamente constituidos. En lo hechos, y salvo algunas
excepciones, los estudios de genero se convirtieron en una variante de la historia
de las mujeres, en la medida en que estuvieron abocados a problemáticas asocia
das con la experiencia femenina y prestaron escasa atención a temas vinculados
al proceso de constitución de los géneros, los vínculos entre lo masculino y lo
femenino y, lo más importante, la relación del los fenómenos derivados del gé
nero con los ámbitos de la política, la economía y la sociedad.'
Kn ese escenario, el estudio de las prácticas sexuales más allá de las uniones
matrimoniales así como el análisis de la sexualidad por fuera de las experiencias
femeninas constituyen áreas escasamente desarrolladas en el campo de los estu
dios coloniales. En lo que respecta al estudio específico del fenómeno de la sodo
mía masculina, el panorama historiográfico no es más alentador, especialmente,
en lo que refiere a la sociedad colonial peruana. Los escasos trabajos sobre el
tema o bien se han presentado como investigaciones puntuales y acotadas tanto
espacial como tem poralm ente -incluso como “estudios de caso”- o bien se han
introducido como un capítulo más -e l de los actos “contra natura”- en estudios
más generales en torno a la sexualidad colonial.567En ese sentido, han servido
de inspiración a esta investigación algunos de los trabajos desarrollados para
otras jurisdicciones -tan to ibéricas como am ericanas- como la clásica obra de
Rafael Carrasco sobre los sodomitas valencianos o el ya citado trabajo de Serge
Gruzinsky sobre sodomía y travestismo en la sociedad novohispana.' Si bien
ambos trabajos tuvieron el m érito de introducir, desde una perspectiva histórica,
el estudio de las prácticas sodomíticas en cada una de sus áreas de investigación,
también es cierto que adolecieron de una mirada conceptual crítica al utilizar
nociones como “homosexualidad” o “cultura gay”, entre otras, a fin de analizar
dichas prácticas en un contexto histórico m uy diferente al contem poráneo.
No obstante, ese acercamiento conceptual alentó mi reflexión en torno a las
5 Joan W . Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En: El género: la
construcción cultural de la diferencia sexual, Marta Lamas (comp.), 265-302, (México: Porrúa/
PUEG, 1996), 270-271.
6 (ieoffirey Spurling, “1lonor, Sexuality, and the Colonial Church”. En: The Faces ofHonor: Sex,
Shunte and Vióleme in Colonial Latín America, Lyman L. Johnson and Sonya Lipsett-Rivera
(eds.), 45-67, (Albuquerque: University of New México Press, 1998); Geoffrey Spurling,
“Under Investigaron for the Abominable Sin: Damián de Morales Stands Accused of At-
tempting to Seduce Antón de Tierra de Congo (Charcas, 1611)”. En: Colonial Lives: Documents
on Latín American History, 1550-1850, Richard Boyer y Geoffrey Spurling (eds.), 112-129,
(New York: Oxford University Press, 2000); Ward Staving, Amor y violencia sexual. Valores
indígenas en la sociedad colonial. (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1996); Ward Staving,
“Political ‘Abomination’ and Prívate Reservation: The Nefarious Sin, Homosexuality and
Cultural Valúes in Colonial Perú”. En: Infam ous Desire, 134-151, (Chicago: University of
Chicago Press, 2003).
7 Rafael Carrasco, Inquisición y represión sexual en Valencia. Historia de los sodom itas (1565-1 ¡85),
(Barcelona: Laertes, 1986); Serge Gruzinski, “Las cenizas del deseo. Homosexuales novo-
hispanos a mediados del siglo XVII” . En: D e la santidad a la perversión, 255-283.
16 C V A NDO \ M \ R ERA P E C \1X>
categorías mas idóneas para in d ag ar en las prácticas sexuales entre personas del
mismo sexo d u ran te el p erío d o analizado, tam bién es m enester citar obras más
recientes com o la de C h ristia n B erco q u e indaga en el fenómeno de la sodomía
en la sociedad aragonesa moderna o como la de Federico Garza Carvajal cuyo
análisis de las prácticas so dom tticas se m o n ta a caballo entre la sociedad anda
luza y la novohispana d u ra n te los siglos XVI y XVII.8 A diferencias de las obras
antes citadas, estas investigaciones p re s e n ta n un acercam iento conceptual e
historiográfico m ás crítico , esp ec ialm en te , a aquellos problemas vinculados con
la identidad sexual, la m asculinidad y la sociabilidad de los sodomitas. Por otra
parte, en la m edida en q u e muchos d e los resultados obtenidos en esos trabajos
son m uy sim ilares a los alcanzados p o r m i propia investigación, las obras citadas
sirvieron de fuente de info rm ació n allí d o n d e la documentación relativa al espado
colonial p eru an o se to m a b a e n un lím ite .
$ * 5*
Sodomitas aperreados por Vasco Núñez de Balboa. Theodor de Bry, Frankfurt, 1594.
12 El úm co proceso hallado por pecado nefando indígena en la jurisdicción del Virreinato del
Perú fue seguido por la Real Audiencia de C harcas contra el m enor Juan Teniente Guarnan
acusado de besaahsmo. Archivo y Biblioteca N acionales de Bolivia (AJBNB), M izque. 1628.4.
INTRODUCCION 19
13 Sobre el problema de la escasez documental ver Martin Nesvig, “The Complicated Terrain
o f Latín American Homosexuality”, The HíspanteAmerican Histórica! Review, Vol. 81, N° 3-4
(2001): 689-729,690.
C I A N D O AMAR ERA PECA DO
15 Otros fondos docum entales consultados fueron el Archivo de La Paz (ALP) y el Archivo
Departamental de Arequipa (ADA), correspondientes a la administración colonial civil, y
el Archivo de la Curia Arzobispal de La Paz y el Archivo Arzobispal de Arequipa (AAA),
relativo a la administración eclesiástica. N o obstante, en ninguno de ellos se pudo encontrar
información concerniente al fenómeno de la sodomía.
16 Cristian Berco observa la cooperación de los magistrados civiles, eclesiásticos e inquisitoriales
aragoneses en la persecusión de la sodomía aún cuando estaba monopolizada por el Santo
Oficio. Cristian Berco, Sexual Hierarcbies, Public Status. Men, Sodomy, and Society in Sapain’s
Golden Age, (Toronto: University of Toronto Press, 2007), 87.
n CU AN DO AMAR ERA PECADO
A partir del análisis de este nutrido cuerpo de documentos -pero también de una
serie de reflexiones teóricas-, mi investigación pone de manifiesto que la sodomía
masculina durante el período analizado no puede reducirse a un simple y único
significado. Com o cualquier experiencia humana, en especial aquellas que, como
la sexualidad, tocan las fibras más íntimas de los individuos, la sodomía fue un
fenómeno múltiple, diverso y, fundam entalm ente, complejo.
N o obstante, a fin de dar cuenta de esa diversidad y complejidad, el libro se
inicia con un prim er capítulo denominado Sodomía en donde me propuse recons
truir los significados eruditos y dominantes en tom o al pecado “innombrable”.
Allí se pone de manifiesto la dualidad del fenómeno en tanto fue considerado por
los teólogos y juristas del período como un pecado y un delito al mismo tiempo.
Respecto de su prim era acepción, indagué en las interpretaciones teológicas y
morales, según las cuales la sodomía formaba parte de los pecados de lujuria y
el protagonista de esa acción -e l sodom ita- era considerado un pecador. Esa
definición de origen escolástico reposaba en la idea de que el sodomita, al negar
su papel com o colaborador de Dios, no sólo contrariaba los planes divinos sino
que tam bién malversaba la denominada “economía de la creación”.17En cuanto
a su segunda acepción —asociada con la noción de crimen—, se problematizan
las form ulaciones jurídicas que interpretaban a los sodomitas como una clase
especial de delincuente. Asimismo, ahondé en los significados y las implicancias
jurídicas que tuvo esta práctica sexual, especialmente, en lo concerniente a la
consumación o propincuidad del acto, la noción de prueba, etc. Finalmente,
el capítulo problematiza la relación entre el significado moderno del término
“sodomía”, sus implicancias epistemológicas y políticas contemporáneas y la
viabilidad de su uso en la investigación histórica.
El capítulo segundo, denominado Justicia, continúa la indagación en el
entram ado jurídico del pecado y delito “contra natura”. Analiza y reconstruye
los diferentes marcos regulatorios que posibilitaron a los tribunales virreinales
peruanos -tan to seculares como eclesiásticos e inquisitoriales- intervenir en la
formación de procesos criminales contra la sodomía. Como se mencionara, la
importancia de conocer la lógica de la administración de justicia resulta nodal
17 Francisco Tomás y Valiente, “El crimen contra natura”. En: Sexo barrocoy otras transgresiones
(tremolemos, Francisco Tomas y Valiente et al., 33-55, (Madrid: Alianza Universidad, 1990).
INTRODUCCIÓN 23
la obra aspira a interpelar a un público más amplio así como a reflexionar, des
de una perspectiva histórica, cómo ciertos conceptos, estereotipos y prejuicios
actuales acerca de la sexualidad hunden sus raíces en el período colonial. Las
páginas que siguen esperan contribuir a cuestionar esas visiones discriminato
rias, aportar herramientas para el debate y promover el reconocimiento de los
derechos civiles de las denominadas “minorías sexuales”.
C A PIT U L O 1
Sodomía
1. D e p la ce re s v e n é re o s y lu ju ria s
Sin duda, las definiciones sobre la sexualidad realizadas por los intelectuales de
una época resultan más accesibles para el conocimiento en la medida en que
llegan a nosotros a través de relatos sistematizados y coherentes aunque, como
se mencionara en la introducción, fuertemente ideologizados. En este sentido,
¿cómo entendieron los juristas, teólogos y moralistas de los siglos XVI y XVH
estas prácticas sexuales?
Según la escolástica de raigambre tomista -partícipes de la corriente conocida
como Segunda Escolástica—,la sodomía era una de las especies que configuraba el
denominado pecado de lujuria. Si bien originalmente la noción de lujuria aludía a
cualquier acto vinculado con la deleitación de la carne de manera excesiva, Santo
Tomás precisó su significado al reducirla a los placeres venéreos, en la medida en
que al ser “los que más degradan la mente del hombre” se convertían en la materia
más apropiada para la lujuria.18Conforme a su definición general de pecado, Santo
Tomás entendía la lujuria como el uso del placer venéreo en contra de la razón,
teniendo su origen en dos principios fundamentales: por un lado, en la negación
de orientarse a su fin, es decir, a la generación de la prole y, por otro, en la inde
bida elección de la materia en la cual se busca el acto venéreo.19 Eso significaba
18 Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología. Tomo IV, (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
1994), Cuestión 153, Artículo 1,464.
19 Santo Tomás definía al pecado como toda acción voluntaria que se oponía a la razón divina
y humana e impedía que las cosas se orientaran hacia su fin según convenía a la naturaleza.
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología. Tomo II, (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
1989), Cuestión 72, Artículo 5, 564.
28 C U A N D O AMAR ERA PECAD O
que no todos los actos venéreos debían considerarse pecados. Más aun, como
se mencionara, esos placeres de la carne constituían la condición sine qua non
para la conservación de la naturaleza humana en tanto especie. En ese sentido
siguiendo la pedagogía agustiniana, Santo Tomás sostenía que los placeres vené
reos eran a la conservación del género humano, lo que el uso de los alimentos a la
conservación de la naturaleza corpórea del individuo. Así como no había pecado
en el consumo adecuado y medido de los alimentos, tampoco debía haberlo
en el uso del sexo siempre y cuando se siguieran el modo y el orden debidos.2021
C om o es sabido, la licitud de los placeres venéreos se redujo, básicamente, a los
intercambios sexuales orientados hacia la procreación y establecidos entre los
cónyuges felizm ente casados, lo que dejó al resto de las prácticas sexuales en el
amplio campo de las transgresiones.
Toda esa serie de restricciones constituyeron un escenario propicio para que
corrieran ríos de tinta que, finalmente, desembocarían en una detallada aunque
contradictoria taxonomía acerca de los actos venéreos. Si bien puede atribuirse
a Santo Tomás el m érito de distinguir y organizar las diferentes “especies” de
lujuria - lo que lo convertiría en una referencia ineludible e indiscutible para
todos aquellos que, en adelante, quisieran versar soíjÉb W ^lüá-, hinchas fPisás
cuestiones ya estaban presentes en otros escritos como el Decretum Gratianus.n
Sin dudas, el texto m encionado sirvió de inspiración al Doctor Angélico cómo
puede observarse en Cuestiones disputadas sobre el mal, en donde identifica las
mismas especies de lujuria que Graciano -fornicación, estupro, adulterio, incesto
y rapto- aunque cambia ligeramente su orden y agrega una “sexta especie” a la
que llama vitium contra naturaP
C om o se mencionara, para Santo Tomás, la diversidad de formas que podía
asumir la lujuria estaba determinada por la materia u objeto del placer venéreo,
es decir, por el estatus o la condición de la mujer. -Este principio clasifícatorio
condensaba el pensamiento de la época acerca del papel de varones y mujeres
en la cópula camal: mientras el varón era el sujeto del placer, la mujer apenas
si constituía la materia sobre la que éste se desplegaba. N o obstante, era ese
objeto pasivo el que determinaba que la acción masculina se inclinara hacia una
u otra especie de lujuria. Así, la cópula con una mujer soltera era considerada
fornicación, con una mujer casada era definida como adulterio, con una doncella
constituía estupro y con una paríenta cercana era considerada incesto.
Atendiendo a la “materia” pero, fundamentalmente, al grado de transgresión,
Santo Tomás nos permite ver en su Sum a Teológica un exhaustivo ranking entre
2 5 Ju an E nríquez, Questiones prácticas de casos morales, (Valencia: por Bernardo Nogués, 1647),
41.
26 M anuel R odríguez, Sum a de casos de conciencia, (Barcelona: en casa de Sebastián de Cormella,
1596), 505.
27 Villalobos, Sum a de la teología, 663,
28 Sanco 'lo m as, Sum a de teología U, C uestión 154, A rtículo 12,484.
29 T om as y V aliente, “El crim en y pecado contra natura”, 37.
30 J u a n M achado de Chaves, Perfeto confesory cura de almas, (Barcelona: p o r Pedro Lacavallería
I641),413. ’
SODOMIA 31
darles muerte,31Del mismo modo, aun cuando el adulterio podía darse entre un
casado y una mujer soltera, una casada y un varón soltero o entre dos casados, el
adulterio cometido por una mujer redundaba en mayor pecado que los otros, ya
que “repugna al derecho natural que una muger tenga dos varones que no que
un varón tenga dos mugeres”.32 m
En la escalada de transgresiones, el quinto lugar lo ocupaba el incesto que
era el acceso camal con parientes, tanto por consanguinidad como por afinidad.
Para Santo lom as, el placer venéreo entre parientes estaba vedado en virtud
del respeto y la veneración que se les debía a los padres y, en consecuencia, a
los demás consanguíneos que de ellos descendían. Por otra parte, dado que las
personas unidas por sangre suelen tener un trato más frecuente, se encontrarían
más expuestos a caer en la concupiscencia y la lujuria. Además, la unión entre
consanguíneos impediría la multiplicación de amigos y la formación de vínculos
sociales. Finalmente, como señalara Aristóteles, si a la inclinación natural que
sienten los hombres por sus consanguíneos se le sumara el afecto que surge de
la unión camal, resultaría un amor demasiado ardiente que fácilmente caería en
la lujuria. Aun cuando Santo Tomás sostenía que el incesto alcanza tanto a los
parientes de sangre como a los afines, sus argumentos y ejemplos se restringieron
a los consanguíneos. Eso va a alentar a que algunos teólogos sostuvieran que la
cópula camal entre afines no debía interpretarse como incesto, en tanto que ese
tipo de parentesco no nacía de la naturaleza, del mismo modo que los grados de
prohibición matrimonial tenían su origen en el Derecho.33 Otras opiniones más
moderadas planteaban que aunque ese tipo de coito no fuera incesto en sentido
estricto, igualmente, debía sancionarse y juzgarse con las mismas leyes con que
trataba el incesto. E n lo que todos coincidían era que la cópula carnal entre pa
rientes consanguíneos era más grave que la que se daba entre afines, más aún, si
había entre los amantes un vínculo de primer grado.34 Otra fuente de dudas fue
si era incesto la cópula entre individuos unidos por cognación legal -como en
el caso de la adopción- o por parentesco espiritual -como los generados a partir
del bautismo o la confirmación. Al respecto, la mayoría entendía que no debía
considerarse como incesto ex natura aunque juzgaban que se trataba de un pecado
con especial deformidad.35 Más controversia! era definir la cópula que nacía de
31 Pedro Nolasco de Llano, Compendio de los comentarios extendidos por el Maestro Antonio Gómez
a las ochenta y tres Leyes de Toro [1598] (Madrid: en la Imprenta Real, 1795), 338. Rodríguez,
Suma de casos de conciencia, 503.
32 Villalobos, Suma de la teología moral, 664-665.
33 Machado de Chaves, Perfeto confesor, 415. El Concibo tridentmo estableció que el incesto se
definiera por los grados en los que estaba prohibido contraer matrimonio, esto es, hasta el
cuarto grado en el caso de los consanguíneos y hasta el segundo grado entre los afines.
34 Villalobos, Tratado de la teología, 665.
35 Machado de Cháves, Perfeto confesor, 415 y Villalobos, Tratado de la teología, 665.
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de a a a a Ííd o ( d ra rro d e d .*
n M. i » <nÉP| S a t o Tomás introducá el vicio contra motora que constituía
h a u f execrable de las especies de k ^ o ia . Si bien, com o se m encionara, este
tem a ya ce estaba presente en Cuestiones disputadas, es en la Sum a Teológica donde
Santo Tom ás 21upBó « significado y especificó cuatro tipos de “subespecies”
dentro de este vicio: d bestúJismo, la sodom ía, las m olicies y el m odo indebido
de realizar el coito . 3678
de cada “subespecie”. En los que respecta a la sodomía, que es el tema que aquí
nos ocupa, la mayoría de los tratadistas del período coincidían en que se trataba
del concubitum masculum cum masculum autfemina cum femina, según la defini
ción legada por Santo Tomás. No obstante, esta amplia definición abrigaba en
su seno un sinnúmero de dudas a la hora de establecer bajo qué circunstancias
podía hablarse o no de sodomía.
Uno de los ejes del debate lo trazó la propia definición de sodomía. Para
algunos teólogos, como Martín Torrecilla, la sodomía, en términos estrictos,
era el coito que se tenía con el sexo y por el vaso indebidos. Ambas condiciones
-usarse la materia equivocada así como el vaso equivocado- eran imprescindibles
para su definición. Más aun, para que la sodomía sea “perfecta” o “completa”
debía consumarse, es decir, debía haber “seminación”, esto, emisión seminal,
intra vas.*1Una definición semejante ya estaba presente en la constitución Cum
Primum de Pió V que el pontífice emitió en 1568 a propósito de los clérigos
sodomitas.4 142 La sodomía definida en esos términos abría paso a otra definición
que, en contraposición, abrigaba a una sodomía de carácter “imperfecto” o
“incompleto”. Dentro de esta categoría caían las cópulas entre varones o entre
mujeres cuyas poluciones no se consumaban sino que sólo se “tentaban”. Tam
bién aquellos casos en que el acceso camal, aun cuando se hiciera por el vaso
postrero, culminaba con una seminación extra vas. Los intercambios sexuales
entre mujeres, también entraban en esta categoría, siempre y cuando se hicieran
por el vaso incorrecto.434
Otros autores, sin embargo, prestaron muy poca atención a la distinción
entre una sodomía perfecta y otra imperfecta. Incluso, van a considera? suficiente
para definir al fenómeno de la sodomía el derramamiento “extraordinario” de
polución, con total independencia de que la cópula se realizara entre personas
del mismo sexo o entre varón y mujer o que la seminación se hiciera intra o
extra vas,**
Pero entre estas dos definiciones se abría una multiplicidad de opiniones
sobre las mismas cuestiones como, por ejemplo, la cópula trasera entre varón
y mujer. Enrique de Villalobos y Jaime de Corella, entendían que este tipo de
intercambio sexual, en tanto se realizaba por el sieso trasero, debía considerarse
sodomía al igual que la cópula entre varones.45 Otros autores, sin embargo, lo
41 Martín de Torrecillas, Suma de todas las materias morales (Madrid, por Antonio Román, 1696),
594.
42 Conferencias Eclesiásticas de la Dioscesis de Angers (Madrid: en la oficina de Fermín Villapando,
1805), 308,
43 Torrecillas, Suma de todas las materias morales, 593.
44 Rodríguez, Suma de casos de conciencia, 113.
45 Villalobos, Tratado de la teología, 666; Jaime de Corella, Suma de la teología moral (Barcelona:
en la Imprenta de Joseph Llopis, 1702 [1687]), 415.
36 C U A N D O AMAR ERA PE C A D O
de esa práctica, los esposos también incurrían en adulterio, ya que en este tipo
de cópula “es como si fuera con m uger agena ” .48
Por otra parte, la reducción del vicio contra natura en cuanto a sus modos
también puede explicar por qué el indebitus modus dejaría de considerarse una
transgresión contra la naturaleza, máxime, cuando no impedía la reproducción
humana. Juan Enríquez, por ejemplo, sostenía que si bien era repudiable que el
hombre y la mujer intercam biaran sus posiciones durante el coito, en la medida
en que la generación no se viera afectada, no podía considerarse, en rigor de
teología, un pecado m ortal .49 D el mismo modo, para Enrique de Villalobos,
si la cópula que se tenía “del m odo posterior como los animales” se hacía por
el vaso debido y sin im pedir la procreación, no sólo no era sodomía, sino que
apenas podía clasificarse como un pecado venial, ya que en muchos casos sólo
se hacía por deleite o, en caso de que la m ujer estuviera preñada, a fin de no
ahogar a la criatura .50 M artín de Torrecilla iba u n poco más allá, al plantear que
la estimulación sexual previa qué el varón hacía en el vaso trasero de la m ujer a
fin de incentivar la seminación, no constituía un pecado m ortal, en tanto se hacía
para ayudar a la naturaleza. P ara el teólogo, si bien esa posición podía resultar
alegórica en su forma a la cópula sodomítica, no lo era de “facto ” .51
O tro de los dilemas lo suscitó la sodomía femenina o, m ejor dicho, la posibi
lidad de que las mujeres pudieran com eter ese pecado .52 D entro de la perspectiva
formalistas que com partían algunos juristas y teólogos, según la cual, sólo los
varones tenían un rol activo en la reproducción, hablar de sodomía femenina
constituía un oxímoron en sus propios térm inos. Según el pensam iento dom i
nante, las mujeres no sólo carecían de la sim iente procreadora -recordem os
que su derroche era central para la definición de la transgresión— sino que,
además, el acceso cam al en el cuerpo de otra m ujer resultaba anatómicamente
impracticable en ausencia de u n m iem bro venéreo. E n ese sentido, muchos
preferían hablar de deleitaciones venéreas, molicies o tocam ientos impúdicos
para referirse a los encuentros sexuales entre mujeres pero, bajo ningún punto
de vista, se consideraba sodom ía .53 O tros, sin em bargo, entendían que las m u
jeres sí podían com eter sodom ía perfecta y acabada. D e hecho, Santo Tomás
incluía el concúbito de fem ina cum fem ina en su definición inicial de sodomía.
Pero para que el intercam bio sexual entre m ujeres fuera sodomía era necesario
48 Villalobos, Sum a de la teóloga, 665; Corella, Suma de la teología moral, 336. Martín de Torrecilla
discutirá la tesis de que la cópula sodomítica entre casados sea, además, adulterio, ya que en
este caso, no “se comparte la carne con otro”. Torrecilla, Suma de todas las materias, 445.
49 Enríquez, Questiones prácticas, 44.
50 Villalobos, Sum a de la teología,666 .
51 Torrecilla, Sum a de todas las m aterias, 556.
52 Fernanda Molina, “Femina cum femina. Controversias teológicas, jurídicas y médicas en
tomo a la sodomía femenina en el mundo hispano (Siglos XVl-XVll)”,, Arenal. Revista de
historia de las mujeres 21, N°. 1 (2014): 153-176.
53 Machado de Chaves, Perfcto confesor, 416.
38 C U A N D O AMAR ERA PECADO
3. El crimen de sodomía
Al mismo tiempo que la teología definió estas prácticas sexuales como un peca
do de lujuria -el más grave, por cierto- desde el punto de vista jurídico fueron
clasificadas como delito. Esta dualidad estuvo ligada a la cultura jurídica de la
época, nutrida tanto por el derecho canónico como por el derecho romano.**
De hecho, un recorrido por los diccionarios de la época muestra el carácter
intercambiable de los términos. El Universal Vocabulario en Latín y en Romance
(1490) de Alfonso de Palenda, señala que “delicto es quando no se cumple el
mandamiento de Dios y el pecado que se faze lo ve dado por ponerse uno por
otro sin differengia” al tiempo que define peccatu como “fazer delicto y quebrar
los mandamientos”. El Vocabulario Español Latino (1495) de Antonio de Nebrija
no posee una entrada para el término “delito” que parece reemplazarse por el de
“crimen” cuya definición está asociada a “gran pecado”. Sin embargo, es entre las
diversas definiciones de peceado que aparece el término delictum como sinónimo
junto al de crimen. Por último, el Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611)
de Sebastián de Covarrubias anota, en la entrada correspondiente a “delito”, que
“delictum y peccatum, todo significa una cosa”. Asimismo, las leyes referidas a
los actos sexuales contra natura también sintetizaban las tradiciones religiosas y
jurídicas. Las dificultades para trazar fronteras claras entre las nociones de pecado
y delito radicaban, además, en el hecho de que sus significados no procedían de
valores u órdenes religiosos, en el primer caso, ni de valores u órdenes jurídicos
en el segundo, sino ambas de ambos.575859
Si nos remitimos a los textos jurídicos, específicamente a las leyes castellanas
cuyos ordenamientos van a regir el tratamiento de la sodomía en los territorios
americanos, puede observarse como los legisladores, corporizados en la persona
del monarca, retomaban la idea de ultraje y de atentado contra el orden natural
57 Francisco Echarri, Directorio Moral, (Madrid: Imprenta Real, 1778), 139; Tomas ex Charmes,
Compendium tbeologiae Universae, (Venecia: Típorgrafia Balleoniana, 1799), 136; Josef Faustino
Cliquet, La flo r de la moral, (Madrid: por la viuda de Marín, 1791 [1733]), 167.
58 Bartolomé Clavero, “Delito y pecado. N oción y escala de trasgresiones”. En: Sexo barroco y
otras transgresiones premodemas, Francisco Tomas y Valiente et al., 34-89, (Madrid: Alianza
Universidad, 1990), 59.
59 Bartolomé Clavero, 61.
40 CUANDO AMAR ERA PECADO
60 Alfonso el Sabio, Las Siete Partidas del Sabio Rey Don Alfonso. Tomo III (Madrid: Oficina de
Benito Cano, 1789), 457.
61 Novísima Recopilación de Leyes de España, T ítulo XXX, Ley X.
62 Clavero, “Pecado y delito”, 61.
63 M ichael Foucault, Histeria de la Sexualidad, 77.
S O D O M ÍA 41
Y por evitar el dicho crimen, mandamos, que si acaeciere que no se pudiere probar
el dicho delito en acto perfecto y acabado, y se probaren y averiguaren actos muy
propinquos y cercanos a la conclusión dél [...] sea habido por verdadero hechor del
dicho delito, y que sea juzgado y sentenciado, y padezca aquella misma pena, como
y en aquella manera que padeciera el que fuese convencido en toda perfección del
dicho delito [...]65
duda que a los seglares se les debía aplicar la pena capital aun cuando el delito
sólo hubiera sido intentado.6*'
Las nociones de “paciente” y “agente” también marcaban una ruptura con la
idea de sujeto jurídico. Aun cuando en el plano legislativo ambos partícipes del
delito compartían las mismas consecuencias penales -como rezaban las partidas
alfonsíes, era responsable “también el que lo faze, como el que lo consiente”-
existía, sin embargo, una valoración diferente del sodomita en virtud del rol
que desempeñara en el acto sexual.6970 En ese sentido, Juan Machado de Chavés
y Martín de Torrecilla consideraban que aun cuando ambos cometían propia
mente sodomía, el crimen del “agente” era más grave que el de su cómplice, en
tanto era el responsable directo de desperdiciar la semilla procreadora .71 Si bien
pareciera que los juristas y teólogos observaran a los “pacientes” con menos rigor
-incluso, si acreditaban ser menores de edad o haber sido forzados con violencias
podían darse por inocentes- socialmente eran tenidos por más nefandos que los
“agentes”. Esta conceptualización radicaba en las clásicas nociones de actividad
masculina y pasividad femenina. Después de todo, la sodomía no implicaba una
forma particular de vivir la sexualidad sino una parodia -aberrante y degenerada-
de las relaciones que establecían varones y mujeres. De este modo, la ignominia
del “paciente” radicaba en el hecho de que, al igual que las mujeres, se convertía
en mero “receptáculo”, en mera “materia”. En ese sentido, es entendible que el
repudio fuera mayor, en la medida en que no sólo cometía un acto “atrocísimo”
sino que, al emular el rol femenino, desprestigiaba al “buen género”. De este
modo, aunque en términos jurídicos poco importaba el rol sexual del sodomita,
la sociedad moderna supo sancionar la alteración o “desviación” de los valores
de género dominantes. En este sentido, más allá de las definiciones formales que
juristas y teólogos acuñaron para proceder teológica o jurídicamente contra la
sodomía, es necesario dilucidar los distintos significados que esa práctica sexual
pudo tener para los hombres y mujeres del período estudiado. Ese es el desafío
de los siguientes capítulos.
actos sexuales entre personas del mismo sexo al tiempo que tiene la capacidad
para describir otros fenómenos en un contexto social diferente.76 Por lo tanto,
la categoría de sodomía no remitía estrictamente a aspectos vinculados con
la sexualidad sino que, por el contrario, se invocó el lenguaje sexual como un
vehículo eficaz para disertar sobre temas que nada tenían que ver con el sexo.77
Ese carácter precario de la sodomía ha sido retomado por múltiples autores que,
desde los denominados estudios queer, consideran que se trata de una categoría
fallida, ubicua e incoherente .78
Otro aspecto problemático del término reside en su carga peyorativa y
descalificadora. Como sostiene Mark Jordán, la sodomía -o sodomía—no cons
tituyó una categoría neutral o inocente sino que representó un término moral
cristiano que condensó las competencias entre programas opuestos por imponer
un sentido a las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo.79 Dado que
no existen evidencias del término hasta el siglo XI -cuando Pedro Damián lo
acuñó en abierta analogía con el término de blasphemia- puede decirse que la
sodomía constituyó una “invención” de la teología cristiana medieval.80 Para
Jordán, en tanto artefacto medieval, la sodomía fue una categoría útil para
clasificar deseos y actos que otrora se habían clasificado de manera diferente y
por separado pero, fundamentalmente, constituyó un juicio sobre esos mismo
deseos y actos. En este sentido, la sodomía no puede operar en la investigación
de la sexualidad como una simple categoría descriptiva -la cópula por el vaso
trasero- ya que representa un término viciado desde su invención por confu
siones y contradicciones fundamentales .81 U na de esas confusiones reside en
la misma metáfora geográfica que le dio nombre al fenómeno. Si bien hacia el
final del período patrístico la historia ejemplar de Sodoma se había convertido
en la historia de un solo pecado -e l de la “sodomía” tal y como la entendían los
teólogos y juristas de los siglos XVI y XVH- durante muchos siglos de teología
cristiana esa idea estuvo totalmente ausente. N o existía ningún pasaje bíblico
que acreditara la existencia de ese tipo de prácticas sexuales, ni siquiera de que
el crimen de los sodomitas tuviera una naturaleza sexual.82 Más bien, el pecado
que habían cometido los habitantes de Sodoma parecía estar vinculado con el
76 Un ejemplo de ello es su uso para identificar a la herejía, la traición, la lesa majestad, la usura
y la blasfemia, entre otros. Goldberg, 19 y Helm ut Puff, Sodomy in Reformation Germany and
Switzerland, 1400-1600, (Chicago: University Chicago Press, 2003), 7.
77 Puff, Sodomy in Reformation, 7.
78 Alien J. Frantzen, “T h e Disclosure of Sodomy in Cleanness”, PMLA, 111 (1996): 451-464;
Garrieron McFarlane, The Sodomite in Fiction and Satire 1660-1750, (Nueva York: Columbia
University Press,1997).
79 Mark Jordán, La invención de la sodomía en la teología cristiana, (Barcelona: Editorial Laertes,
2002), 15
80 Jordán, La invención de la sodomía, 11.
81 Jordán, 22.
82 lbídem, 56.
46 CUANDO AMAR ERA PECADO
Asimismo, aun cuando no iba más allá del castigo extraterrenal, al sentenciar
que “el fuego de la eterna condenación consumirá a los hombres que se entreguen
a semejantes inmundicias", los obispos reunidos en 1bledo presagiaban lo que,
posteriormente, seria establecido por la legislación castellana.'*'
Una parte considerable de las disposiciones emanadas por los derechos
germánicos fueron, posteriorm ente, incorporadas a los denominados “fueros
locales1" que, al igual que los bárbaros, se regían por el derecho consuetudi
nario. Se trataban de corpas jurídicos que ordenaban y regulaba la vida de una
determinada localidad y cuya potestad para administrar justicia provenía de la
autoridad máxima del reino. En lo que respecta al tratamiento de la sodom ía,
estos derechos locales introdujeron un cam bio tan sustancial com o drástico;
la práctica de la ablación de m iem bro genital fue remplazada por la muerte en
el fuego anteriorm ente augurada. P o r ejem plo, un texto municipal tardío del
fuero de Béjar establecía que “quir fuer preso en sodom ítieo pecado, quemarlo";
lo mismo sentenciaba el fuero de Baeza según el cual “quien en pecado contra
natura fuere preso sea quem ado"; o el F u ero de Üheda para quien “todo aquel
que en pecado contra natura fuere preso, sea quemado'*.'** Estos derechos para
administrar justicia fueron otorgados hasta el siglo M il, cuando el rev Alfonso
el Sabio em prendió su p rim er in te n to p o r recoger y com pendiar las diferentes
legislaciones locales a través de lo que se con oció com o el Fuero Real fe. 1254b
El resultado final del texto, daba cuenta de la intrincada coexistencia de legis
laciones de diferente origen, ya que si b ien, p o r u n lado, retom aba a la prác
tica germánica de la castración, p o r o tro , solicitaba la m uerte de los culpados
aunque no a través de la hoguera com o sostenían varios, fueros locales. En su
lugar, establecía que “ambos dos sean castrados ante todo el pueblo e después
a tercer día sean colgados por las piernas fasta que m ueran".1*' Si bien el obje-
tra» consistía en erigirse en la legislación superadora de los derechos locales,
d Fuero Real fue un tuero más que el rey concedió a algunas de las localidades
(...) que persona (...) que cometiere el delito nefando contra naturam,
seycndo en él convencido por aquella manera de prueba, que según Derecho es
para probar d delito de beregía o crimen UesseMajestatis, que sea quemado
en fiamas de fuego en el lugar (...) y que asimismo hayaperdido por ese mismo hecho
v derecho, y aín otra declaración alguna, todos sus bienes asi muebles como raíces.180
Pero aun cuando toda esta maquinaria judicial se puso al servicio de la persecu
ción de la sodomía, los testimonios del pasado basados en procesos judiciales, no
abundan en comparación a los producidos por otras jurisdicciones del mundo
hispánico. A pesar de los serios límites metodológicos para establecer un impacto
cuantitativo de los procesos civiles, episcopales e inquisitoriales en el virreinato
peruano, por la propia naturaleza de la documentación, en el presente aparta
do se intenta tanto una aproximación al número global de procesos como una
comparativa con los datos procedentes de otras jurisdicciones.
Como se mencionara, un número considerable de procesos proceden del
AGI y del AHN donde se conservan una gran cantidad de documentación que,
periódicamente, los funcionarios virreinales enviaban al Real y Supremo Con
sejo de Indias y al Consejo de la Suprema y General Inquisición. Respecto a las
causas seguidas por el Santo Oficio limeño -informadas a través de las relaciones
de causa de fe-, entre los años 1570 y 1700, sólo se registraron 12 casos que
involucraron alguna forma de práctica sodomírica. Es cierto que los tribunales
americanos contaron con una gran restricción demográfica en lo jurisdiccional:
la inhabilitación para intervenir sobre la población indígena. Esto va a redundar
en una baja densidad de poblacional que, en el caso de la actuación del Santo
Sevilla, Toledo y Valladolid, mientras que la Secretaría de Aragón trataba los asuntos de los
distritos de Barcelona, Valencia, Zaragoza, Mallorca, Logroño, Cerdeña, Sicilia y, cuando se
establecieron los tribunales de ultramar, los de México, Lima (ambos en 1569) y Cartagena
de Indias (1610). García Cárcel, “La Inquisición en la corona de Aragón”, 151-163.
114 Rene Millar Carvacho, Inquisición y sociedad en el virreinato peruano, (Lima: PUCP/PUCC,
1997), 65.
lífcctKv resdhahi nxxhdar }v*r* su etica* hmcionamientxv De hecho, un tactor
frmd^ucntai en di dinamismo de este tribunal residió en la lectura publica d *
los edictos ai tiempo que la comivcncia aseguro la mutua vigilancia y el desen
cadcnanu'cnto de delaciones.” Rn este sentido, la competencia jurisdiccional
de la Inquisición estuvo restringida a los cristianos viejos y a las denominadas
c a s ta s que, en el contexto peruano, apenas constituían bolsones de población en
un extenso territorio habitados por indígenas. La decisión real de inhabilitar a
la Inquisición sobre la población nativa, se fundamentó en la concepción de que
los indígenas, por su “simplicidad y cortedad de entendim iento”, no estaban en
condiciones de com prender, cabalmente, los dogmas religiosos ni de distinguir
los de tas herejías . ” 6 Aunque desde su implantación Felipe II los excluyó de las
competencias del Santo Oficio, fue recién en 1575 que, a través de un decreto
real, se estableció que todos los casos de idolatría que no fueran de carácter cri
minal, sean juzgados por tas autoridades eclesiásticas, en tanto que aquellos que
conllevaran la pena de m uerte -com o los de sodom ía- formen parte de la justicia
civil. Esta decisión respondió, además, a una de las motivaciones principales que
llevaron a la im plantación de la Inquisición en América, a saber, la necesidad de
orden y control sobre los peninsulares que, com o se mencionara, constituían el
ejemplo que los neófitos debían seguir.
Por otra parte, la Inquisición americana tuvo una actitud jurisdiccionalmente
vacilante en la intervención de los casos de sodomía, lo que seguramente también
afectó el impacto cuantitativo en la form ación de causas. Com o se mencionara,
esa ambigüedad se originaba en el hecho de que no estaba bien claro para los
inquisidores peruanos cuál era el alcance de sus competencias en este asunto,
ya que si bien estaban bajo el ordenamiento adm inistrativo de Aragón -donde
la Inquisición monopolizó tas causas p o r sodom ía- no hubo órdenes expresas
para el tratamiento del delito. Esta situación queda de manifiesto en el parecer
que el padre José de Acosta enviara en 1583 a los inquisidores limeños acerca
de cóm o proceder en casos de solicitación de varones.1 15617 El parecer de Acosta
era una respuesta a la actuación de los inquisidores quienes, so pretexto de
conocer en una causa de solicitación, habían intervenido para reparar el delito
de sodomía. La conclusión a la que arribaba Acosta era que en estos casos de
aparente solicitación masculina, los inquisidores no tenían jurisdicción y, por lo
tanto, su procesam iento quedaba en manos de la justicia secular. Esa situación
de confusión abonó aun más la am bigüedad inquisitorial peruana frente a la
sodom ía, máxime, en un contexto donde los inquisidores procuraron expandir
sus com petencias lo más que pudieron. D e hecho, la intervención de Acosta
115 A » íle 7 ab alla B fiio o cch ti. “Inquisición y sociedad enel Perú Virreinal" Rn; Tjí construcción
ár Í0t$k.m en Im A nda, F em ando Armas Asín (comp.), 107-142, (Lima: PUCP 1999), 124.
116 Xich*.Ȓas G n rtk h i, cruz y la serpiente, (Lima: PUCP, 1998), 50.
11? Sobre d pecado de solicitación v er nota 18 del C apítulo 1.
II M U IA
118 Los datos de los procesos seguidos en Zaragoza y Valencia fueron extraídos de las obras
de Miguel Angel Motis Dolader y de Rafael Carrasco, respectivamente, en tanto que ios
relativos al Virreinato de Perú corresponden a las Relaciones de Causa de Fe del Archivo
Histórico Nacional de Madrid (AHN), Libros 1037 a 1036. Miguel Ángel Motis Dolader,
“Imago dei deturptur. el pecado “nefando” o “contra natura” en de Arzobispado de Zaragoza
(siglos XV-XVI). En Hispania Sacra, Vol. LH, N ° 105, (2000): 343-365, referencia p. 355 y
Rafael Carrasco, Inquisicióny represión sexual en Valencia. Historia de lossodomitas (1565-1185),
(Barcelona, 1986), 69.
119 De los docum entos generados por la Inquisición peruana, sólo se conservan las llamadas
“relaciones de causa de fe” en el AHN. Sobre las diversas circunstancias que llevaron a la
destrucción o dispersión de la documentación ver Rene Millar Carvacho, “El archivo del
Santo Oficio de Lim a y la documentación inquisitorial existente en Chile", Revista de ¡a
Inquisición, 6, (1997): 101-116.
120 Los procesos p or sodom ía contenidos en las “Relaciones” son 15 para los siglos XVI y XVII.
121 La cantidad total de relaciones de causa de fe entre 1570 y 1614 y la proporción de casos por
bigamia y p or solicitación fueron extraídas de M illar Carvacho, Rene M illar Carvacho, “I i
inquisición de Lima y el delito de solicitación". En: La Inquisición en Hispanoamérica, Abelardo
Levaggi (comp.), 105-208, (Buenos Aires: Ediciones Ciudad Argentina, 1997), 158-159.
otsaas
122 La Audiencia Virreinal de Lima tenía la potestad para oficiar com o instancia de apelación
por encima de las audiencias reales.
12} Garza Carvajal, Quemando M ariposas. Sodomía e imperio en Andalucía y México, siglos XVI-
xy¡l, (Barcelona: Lacrtca, 2002), 118. Lamentablemente, no contamos con investigaciones
semejantes para otras jurisdicciones americanas que nos permitan colegir si la baja actividad
judicial fue un fenómeno generalizado en las colonial o estuvo restringido al Virreinato del
Pañi El trabajo de Garza Carvajal relativo a Nueva España se basa, únicamente, en la famosa
redada que tuviera lugar en la Ciudad de México entre 1657 y 1658.
civil había confiscado a un prelado indiciado como sodomita.1:4 Aun cuando no se
cuenta con abundante información relativa a la actuación de la justicia eclesiástica
en los casos de sodomía, lo que dificulta el análisis comparativo, parece existir una
tendencia hacia la baja intervención. Por ejemplo, la información proporcionada
por el Arzobispado de Zaragoza registra un número de 13 procesos entre los años
1541 y 1600.1-5Si se compara ese número con los proporcionados por la actuación
inquisitorial durante esos mismos años en la misma jurisdicción, se confirma la
tendencia, ya que el Santo Oficio instruyó en 100 procesos por sodomía, es decir,
en el 85.5% de la totalidad de los casos zaragozanos.
¿Pero a qué se debió la magra actuación de la justicia virreinal y, por ende,
la escasa disponibilidad de docum entación judicial para analizar el fenómeno de
la sodomía? ¿Se trata de las dificultades intrínsecas al estudio de cualquier fenó
meno asociado con la vida privada? ¿Puede interpretarse, acaso, como un reflejo
de la ausencia del fenómeno durante el período estudiado? Sin desestimar estas
cuestiones, en las secciones siguientes se sugieren una serie de problemas aso
ciadas con la propia adm inistración de la justicia virreinal -com o las tradiciones
institucionales castellanas, el corporatávismo, la existencia de fueros y las luchas
jurisdiccionales—que pudieron afectar el proceso de formación y conservación
de causas judiciales.
124 ABAS, Tribunal eclesiástico, Legajo 1 (1593-1659), La Plata, 1630. Información sobre una
provisión presentada p o r el Dr. G aspar González de Sosa para que se ejecute el levantamiento
del embargo por la causa seguida en su contra por el pecado nefando.
125 Motis Dolader, “Imago dei deturptur”, 355.
126 Ver nota 37.
127 Elliot, La España Imperial, 78-79.
62 CUANDO AMAR ERA PECADO
129 E sta te n d e n c ia te su ste n ta b a además, en el breve Inter cartera (14 9 3 ) p o r el cual el papa
Alejandro VI d o n a b a a lo s Reyes Católicos y a sus sucesores d e Castilla y de L eó n los terri
torios d escu b ierto s, lo que reforzó, aún más, la tendencia p a trim o n ia lista . E llio t, 79.
129 Gana C arvajal, 190.
1 )0 Enrique V'tllalba Pérez, ¿Pecadoras o delincuentes': delito y género en la C orte (1380-1630),
(Madnd: Calambur, 2004), 251.
121 L os aacaaoa acontecidos en Nueva España fueron el resultado de la actuación “de oficio”
d e k * fu n cio n ar* * coloniales quienes, a partir de una serie de ru m o re s y d e posteriores
tem ficaaouca, emprendieran una verdadera “caza de b ru ja s” durante d o s años. Ver Gana
Carvajal y Serpa (iruuniki, “Las cenizas del deseo. H o m o se x u ales n o v o h isp a n o s a mediados
fot apto XVI!” En; He la umtidad a la pervtrutm o de por qué no te cumplía la ley de Dios en la
amulad amatapuN, Sergio Onega (ed.), 2 5 5-283,(M éxico: G rija lb o , 1986), 255-283.
1)2 Sobre las dr*«nas circunstancia* que impulsaron la intervención de LaInquisición aragonesa
en los asuntos de sodomía, ver Bcnnaasar, Inquisición española, 301-302.
I ) ) W illiam M o n ter, l a otro fay aim rm . 49.
63
137 U * fa m ilia res de la inquisición eran auxiliares laicos que, movidos por el celo religioso, ofi
ciaban de acom pañantes de lo s inquisidores, realizaban detenciones, custodiaban a los reos,
participaban de los autos de fe, etc. sin percibir salario alguno. Antonio Domínguez Ortiz,
“D » ‘familiares’ del tribunal de la Inq u isición de Sevilla”. En: Judaismo hispano: estudios en
m o n o n a dejóse L u is Lacave R im o , E lena R om ero Castelló (coord.), 7 7 9 -7 8 9 , (Madrid: CSIC,
2005).
1 3B Rene Millar Carvacho, inquisición y sociedad, 188-189; Consuelo Maqueda Abreu, Estado,
¡¿Una e inquisición en indias. Un permanente conflicto, (M adrid: Centro de Estudios Políticos
y (iomttfucM malea, 2000 ), 10 2 .
i En este sentido, vario» tribunales in quisitoriales aragoneses se enfrentaron con las instan
cia» ordinarias y episcopales que, hasta el m o m en to , ten ían a su cargo, n o sin conflictos, la
persecución de la sodom ía. L os sigu ien tes p rocesos del AHN ilustran esas desavenencias:
INqu'IKK ION.1591, KXP. 3, “P leito de com p eten cias entre el TH bunal de la Inquisición de
Han clona y la Real Audiencia de Cataluña”; INQUISICIÓN, 17 50, EXP. 1, “Pleito de com
petencia» entre el Inbunal de la Inquisición y la Justicia Real”, IN Q U ISIC IÓ N ,1 5 9 1, EXP.
IR. de com petencia entre el Tribunal de la Inquisición de Barcelona y Fadrique de Cabrera,
fobeinadur de W j» v u cu n d td u i de Baa y Cabrera”, INQUISICIÓN, 2 0 5 8 , EXP. 7, “Pleito de
cimiprumcia entre el ( a h í d o y el Tribunal de la Inquisición de Sevilla”, INQUISICIÓN,1751,
JUSTICIA 65
Siempre hemos procurado tener buena correspondencia con los prelados de esta
tierra y por conservar su amistad pasado por algunas cosas que en la Inquisición no
se acostumbran para que el asiento de este Santo Oficio en esta tierra que Vuestra
Merced nos encomendó fuese rescebido con mas aceptación de todos.141
Uno de los aspectos más significativos del carpas jurídico relativo a la persecu
ción de la sodomía fue lo que podría identificarse con una suerte de pretensión
“universalista” en cuanto al tratam iento de los inculpados. Según rezaba la
pragmática de los Reyes Católicos de 1493:
14S N ovísim a recopilación de leyes de E spaña . M adrid, 1805. Libro XII, Título XXX.
c a \ » <v VK I R V p t \ ' \ u v >
hasta agora proueer nada hasta que vuestra magestad lo mande d e te r m in a r ” .14S
Sorpresivamente* el parecer del rey, a través del Consejo de Indias, era muy di
ferente al que sostenían los agentes coloniales en Charcas. N o sólo desestimaba
la acusación por sodomía sino que hacia 1585 lo promovía a Presidente de la
Audiencia de Q uito. C on esta decisión, anclada en el consejo, el rey pretendía
mitigar, socialmente, los estigmas de la acusación y ofrecerle al D octor Barros
un nuevo contexto donde desem peñar sus funciones libre de las sospechas de
sodomía. N o obstante, en 1590 y ya com o flam ante presidente de la Audiencia
de Quito, el D octor Barros debió trasladarse a la Real Audiencia de Lim a para
enfrentar un segundo proceso p o r sodomía. E n esta oportunidad, no sólo se lo
sindicaba de haber tenido acceso cam al con Andrés Cupín y Pedro, dos antiguos
esclavos, sino tam bién de haber favorecido varias causas seguidas p o r sodomía
en el tiempo en que se desem peñaba com o oidor en L a Plata. N o se sabe qué
tipo de protección gozaba en la Real A udiencia de Lim a, com o otrora la había
gozado en el Consejo de Indias, p ero lo cierto es que esos contactos le perm i
tieron escapar, po r segunda vez, del fuego redentor. C upín, p o r su parte, fue
hallado culpable de haber com etido el delito de sodom ía con otros negros en la
Cárcel de la ciudad de Los Reyes. T ras largas sesiones de tortura, finalmente,
murió relajado por el brazo secular, n o sin antes retirar la acusación que había
lanzado contra su antiguo amo.
Otro caso afamado fue el protagonizado por el canónigo de La Plata, el
Doctor Gaspar González de Sosa quien, al igual que el Doctor Barros, tuvo
que enfrentar en dos oportunidades -u n a en 1595 y otra en 1608- la nefanda
acusación. Si bien a lo largo de ambos procesos el canónigo fue hallado culpa
ble del crimen de sodomía —los testimonios, indicios y pruebas eran por demás
elocuentes- la justicia eclesiástica aplicó, en esa primera oportunidad, una pena
ordinaria, “recomendándole” que cuidara su comportamiento en virtud del estado
que ostentaba. Por el contrario, sus principales “cómplices”, el boticario Juan
González y el barchilón Alonso López del Valle, fueron remitidos a la justicia
civil que los condenó a la pena capital en la forma legalmente establecida.148149 N o
obstante las amonestaciones realizadas por el Cabildo Eclesiástico, años más
tarde, el canónigo debió comparecer nuevamente ante la justicia eclesiástica, en
esta oportunidad, acusado de m antener una relación ilícita con Diego Mejía, su
criado. La “amistad” entre los inculpados causaba tal revuelo en la jurisdicción que
los capellanes de la iglesia de La Plata le habían solicitado en reiteradas ocasiones
que despidiera a Mejía de su servicio. A diferencia de lo acontecido durante el
primer proceso, los jueces del Cabildo se mostraron menos condescendientes
148 Levillier, Roberto (ed.). Gobernantes del Perú. Cartasy papeles siglo XVI. Documentos delArchivo
de Indias. Timo VI. E l Virrey Francisco de Toledo, 1511-1580. (Madrid: Imprenta de Juan Pueyo,
1924), 247.
149 AGI, Charcas 140.
70 CUANDO AMAR ERA PECADO
Sin dudas, la celeridad de la sen ten cia se fundaba en una serie de este
reotipos en torno a la sexualidad de neg ro s y m usulm anes, a quienes se los
asociaba con los vicios de la carn e.155 A dem ás, com o híbridos raciales, en su
Derecho al privilegio
Sin dudas, los preconceptos sociales y étnicos con los cuales los magistrados
guiaban su práctica judicial ten d iero n a favorecer a aquellos peninsulares perte
necientes a los estam entos privilegiados de la sociedad colonial. Estos elementos,
sin em bargo, deberían considerarse constitutivos de Ja propia administración de
lüMicia y no sim ples atributos de algunos funcionarios particulares. Después de
l i é Sobre la idea de las “mezclas” como factor de desorden ver Berta Ares Queija, “A los hijos
de espstfttf! v de india, o de indio y española, nos llaman m estizos.., Construcciones identi-
ta n » en la América colunia! española ”, Publicando Eletrónica do Instituto de Batudas Avanzados
Irmudmtplmmrs ó (2010): 1-20,6-7, Manso! De la Cadena, “¿Son los mestizos híbridos? Las
pon oca* conceptuales de las identidades andinas”. En: Formacionesde mdianidad. Articulaciones
WMfo. nmeruaft y noaén en A m en a Launa, Marisol de la Cadena (ed.), 83-116, (Popayán:
jm ó n edittwev .(KiH). 90-91. Sobre la noción de “raza" durante el período analizado ver
•W “tus, Dcwstabdoando la raza”. En Formaciones de indignidad, 41.
117
* 1*' ’ aCÍÍ*n mdiyma estuvo ausente dentro de «ata categoría. Los indígenas que participaron
w i p r o c e e w padioelei !<>hicieron, un excepción, en calidad de “sodom izados” por otros
* a j* que, por lo general, los unía una relación de dependencia social.
JUSTICIA 73
“mando que se borren del pliego donde caen las dichas palabras sacándolas a la letra
donde están y com o están escripias [en la Audiencia] para que se den y entreguen
ai dicho vicario para que proceda en la causa contra los culpados”.158
que con no verlo en el cuerpo del cabildo se borre lo que ay de incontinencia ” .161
El pedido del arzobispo se sustentaba en el procedimiento que se había seguido
previamente con el Doctor Gaspar González de Sosa, por lo que la causa del
canónigo no sólo había sentado un precedente sino que volvía a actualizarse mas
de treinta años después. Por esas paradojas de la historia, Pedro de Arandia había
sucedido al Doctor González en el cargo de asesor jurídico del cabildo de La Plata,
revelándose como su fiel discípulo no sólo en las tareas pastorales.
Las órdenes religiosas también constituyeron ámbitos judicialmente protegi
dos, en la medida en tanto las autoridades episcopales como civiles tenían serias
restricciones para intervenir en sus asuntos internos aun cuando se encontrara
dentro de su diócesis o jurisdicción. Esa situación contribuyó a m antener bajo
un halo de silencio aquellas conductas alejadas de la regla -especialmente las de
índole sexual—que pudieran representar una mácula al conjunto de la orden. En
ese escenario, los casos de sodomía intramuros salían a la luz cuando tomaban
estado público, cuando uno de sus miembros podía utilizar la acusación para
perjudicar a otro o cuando intervenía una institución externa como la Inquisi
ción o la justicia real.162 El proceso seguido contra el provincial Fray D omingo
de Valderrama por cometer el pecado nefando con el novicio Juan de Silva en
el convento de Nuestra Señora del Rosario de Lim a es un claro ejemplo del
primer caso. En un comienzo, las autoridades dominicas prefirieron m antener
en secreto las irregularidades cometidas por el provincial. Incluso, ante el pe
dido explícito del novicio para abandonar el hábito, en virtud de la incómoda
situación a la que Valderrama lo sometía en calidad de superior, decidieron
denegarle la salida de la orden por tem or a que denunciara la situación que se
vivía en el convento. El tem or no era infundado: la orden había estado en el
ojo de la tormenta cuando otro de sus miembros, preso también por el pecado
nefando, exigía que se sancionara “a Fray Domingo de Valderrama que es un
puto y si uviera justicia para todos también castigaran al dicho Fray Domingo
de Valderrama como le castigavan a el” .163 Este ejercicio parcial de la justicia
no sólo reproducía la estructura jerárquica de la organización monacal sino que
alentaba la función del convento como un refugio seguro de los sodomitas. D e
hecho, las autoridades dominicas tom aron cartas en el asunto sólo cuando el
provincial, viéndose cercado por la notoriedad y la publicidad de sus actos, de
cidió apostatar y huir del convento. Los principios de organización corporativa
que tuvieron su correlato en el plano judicial y, particularmente, la instauración
de fueros especiales operaron, en muchos casos, como un refugio seguro para
los sodomitas que pudieron gozar de ese privilegio.
del fallo judicial. 166 Tras amedrentar con denuncias públicas y amenazas de
muerte tanto al alcalde como al escribano que había iniciado la causa, el alcalde
“no solo no le castigo como tenia obligación sino que dio por libres a los dichos
reos de temor y miedo ynjusto porque Don Femando de Carderías, primo del dicho
Don Joseph, avisado que de que avia comenzado a fulminar la dicha causa suya y
afrenta de su linaje (...) le avia dicho algunas palabras de ynjuria y le atemorizo y
temió tanto con ellas”.167
“quito de la causa las confesiones de los reos y el auto en que aceto ser aeesor de
ella el licendado Matheo Ruiz de Sosa (...) y asimismo le quito la causa a Luis Ortiz
de Uñarte escribano que avia comenzado a escribir en ella y conoserlo (...) quito
de ellas las dichas confesiones a los reos y les admitió sus cargos sin averies hecho
las devidas preguntas que resultavan de las información sumaria y se hizo la causa
entre compadres en menor predo de la Real Justida”.168
166 Archivo General de la Nación de Perú (en adelante AGN), Real Audiencia, Causas Criminales,
Cl. Leg. 1, £,101 lv.
167 AGN, Real Audiencia, Causas Criminales, Cl. Leg. 1, £1121.
168 AGN, Real Audiencia, Causas Criminales, Cl. Leg. 1, £1221v.
169 Tomás A . Mantecón, “El mal uso de la justicia en la Castilla del siglo XVII”. En: Furor et
Rabies. Violencia, conflicto y marginación en la Edad Media, José I. Fortea et al. (eds.), 69-
98, (Santander: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria: 2002), 71-72.
78 C U AN DO AMAR ERA PECADO
Carlos Garriga, “O rden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen", ¡stor. Revista d t
Historia Internacional, Año IV, N° 16 (2004): 13-44,15.
CAPÍTULO 3
Poder
Si en del im aginario de las sociedades occidentales existe una relación social que
condensa de m anera explícita y hasta corporal las relaciones de poder es, sin
lugar a dudas, la relación sexual. E ntendida como un acto de dominación en la
que la potencia masculina se yergue sobre la impávida anatomía de las mujeres
no sólo actúa com o condensación de las relaciones desiguales entre los géneros
sino, tam bién, com o una m etáfora de la dominación entendida en un sentido
más general. La sociedad colonial peruana se fundó sobre esa metáfora, en la
medida en que la superioridad de las huestes conquistadoras se expresó a través
de la violación y la apropiación de las mujeres indígenas a manera de botín de
guerra. A simism o, una vez pasada la guerra de conquista, esa misma sociedad se
consolidó, ahora, bajo la form a de relaciones domésticas a través de las cuales
los jefes fam iliares y sus hijos podían reclam ar y acceder a los favores sexuales
de indias, esclavas y am as de leche que tenían bajo su servicio.
N o o b stante, la correspondencia entre dominación social y sexual no sólo
se restrin g ió a lo que hoy consideraríam os relaciones “heterosexuales”. Las ex
periencias sexuales e n tre varones tam bién fueron interpretadas bajo los mismos
parám etros, en la m edida en que no constituían formas particulares de vivir la
sexualidad sino que eran em ulaciones -repudiables, por cierto- de las prácticas
sexuales establecidas e n tre varones y mujeres. En los siguientes apartados se
analizan una serie de experiencias sexuales entre sodomitas virreinales, a fin de
observar có m o las prácticas sodom íticas podían reproducir y reforzar las relacio
nes de d o m in a c ió n p ero , tam bién, cóm o podían subvertir y hasta hacer estallar
las jerarquías sociales y étnicas.
82 C U AN DO AMAR ERA PECADO
189 María Magdalena Guerrero Cano, “Reglamento de las soldadas que han de ganar los capitanes,
oficiales y tripulación de los navios marchantes que navegan a America”. En: Estudios de la
Universidad de Cádiz ofrecidos a la memoria profesor Braulio Justel Calabozo, 541-546, (Cádiz:
Universidad de Cádiz, 1998), 542.
190 Guerrero Cano, “Reglamento de las soldadas”, 543.
1 8 C U A N D O AMAR ERA P E C A D O
m ando. Es probable que esta figura haya sido una de las más despóticas dentro
de la organización de las naos, en la m edida en que constituía la autoridad más
próxim a a los grupos m enos acom odados. Así parece confirm arlo un proceso
llevado a cabo por los jueces de la Casa de la C ontratación quienes, en 1566,
procesaron a Ju an Fernández, contram aestre de la nao capitana llamada San
Ju an Bautista, por haber com etido el pecado de sodom ía con Petlro 1Hernández,
g ru m ete de 20 años de edad, y con otros grum etes y pajes de la nao. Si bien a lo
largo del proceso Pedro 1lernández se reveló com o cóm plice de su contramaes
tre, p o r haber consentido el acceso canal en una trein ten a de oportunidades, no
es m enos c ie rto que esa relación se inició de m anera coercitiva, dado que “Juan
F ern an d ez era contram aestre que castiga a los pajes y grum etes e después de
d e n tro de la nao h a /c m ucho m al”.191 Así lo atestiguaban los pajes, grumetes y
m arineros que habían sido requeridos sexualm ente por el lascivo contramaestre.
M iguel M artín, g ru m ete de la nao, denunciaba com o en varias oportunidades
Ju an F ernández había q u erido te n e r con el acceso carnal y, ante su negativa, "le
d e /ia que estuviese q u edo dándolo bo teto n es com o burlando porque se quería
Vi Situaciones sem ejantes atravesaron los pajes Ju an de Saucedo, Pedro Díaz,
l a/ aro H ern án d ez y Alonso de Salas > l o s grum etes G onzalo Fernández, Juan
Moreno VA lonso Sitare/, re\ ciando com o las precedencias de rango tavoreeieron
U suinirdm acion sevual a la a u to rid ad del mas poderoso,
caso significativo hic el del altere* Ju a n (u n e s del Castillo quien, en
Ui06, fue acusado de h a b e r c o m etid o el pecado nefando con varios máncelos
c-n el galeón San B artolom é Según las prim eras testificaciones de sus víctimas,
i *Itere/ se valia de su ran g o para solicitar los cuidados personales de los pajes
^ criados a b o rd o de ¡a nave. F u tre esos servicios se destacaban hacerle la
' ' u de-atacarle U to p a v lo que paterna el principal deleite de la mayoría de los
r >l|1, i m e n vlC*o sódottutKO. "rascarle y traerle las Ruernas", Fu este sentido,
t de M aiiulntf paje de m u , declaraba que ( Ünés del ( 'astillo lo
* 4 este testigo al co m ed o r de la p ap a del dicho galeón v le mando que los
v este testudo lo descalce* .*** V agugalvi
w ,a a*.
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i
PODER 89
xr a . y
w a, c
V£it c %í . K 4
90 CUANDO AMAR ERA PECADO
quc eierrieron mavor despotismo sobre sus víctimas sexuales aunque, de todos
modos, también debieron apelar a la persuasión de quienes buscaban atraer. Por
ejemplo, si bien el llamado padre viejo, tenía una ascendencia incuestionable sobre
los mestkillos y niños indígenas que se instruían en su convento, debía apelar
a estrategias de convencimiento para reducirlos sexualmente. Según Perico, de
tan sólo 9 años de edad, luego de am edrentarlo con amenazas “que lo avia de
matar (...) le dezia el dicho padre Minaya que lo quería mucho e que le avia de
dar unos zaragüelles de terciopelo negro e que le besava e a b r a g a v a ”.214
Por o tro lado, com o se m encionara, los niños y adolescentes que se embar
caban en la C arrera de Indias constituían el eslabón más débil de la sociedad
peninsular m oderna. A pesar de su corta edad, muchos cargaban con una larga
historia de padecim ientos que pretendían m itigar con la esperanza de un futuro
más prom isorio en el N uevo Alundo. E n este sentido, una plaza en la carrera de
Indias podía constituir una puerta para alcanzar ese anhelado objetivo. Pero aun
cuando estos jóvenes se encontraban en una situación de desamparo absoluto y,
por lo tanto, estaban más expuestos a los abusos de los adultos, el sometimiento
sexual no era absoluto ni mecánico. P o r ejemplo, en 1698, los marineros Bar
tolom é Barres, Felipe de Esm eralda y Ju an Bautista Pino, de los galeones de
N uestra Señora del C arm en y las Animas, introdujeron aJuanM olle, de 13 años
de edad, a una de las em barcaciones próximas a zarpar hacia las Indias. Implícita
o explícitam ente, el trato consistía en otorgarle, de manera ilícita, asiento en la
nave y a cam bio le exigían la prestación de servicios. Sorpresivamente, no era la
prim era vez que Ju a n M olle com etía el pecado nefando para paliar su situación
de pobreza, ya que, según confesó a los cirujanos que examinaron su natura,
"en una plaza del L evante un alférez le havia cavalgado por detrás los mas de
los días que allí cstubo’V 1' Asimismo, m anifestó “que era verdad lo havia caval
gado tam bién algunas noches el cosinero Phelipe Esmeralda en cuyo coy havia
dorm ido con e í V lft En cualquier caso, este tipo de com portamiento, lejos de
constituir un m odo de “ganarse la vida", representó, más bien, la cristalización
de las dependencias sociales y de las necesidades materiales.
L na situación similar vivió el m encionado Pedro H ernández, grumete de la
nave ¡apnanú San Juan Bautista, quien durante los 5 meses que estuvo al servicio
de la nao había cometido el “vicio" nefando con Juan Fernández, su contra
m aestre. Según el grumete, Juan Fernández había sentido afición por él desde la
ciudad de C ádiz cuando lo había invitado a dorm ir en su cama “pues este testigo
no tenva ropa con que se cubrir".*1 Estas carencias materiales posibilitaron que
el contram aestre pudiera avanzar en la prosecución de sus objetivos “y en esas
«OI,Jimia*, Ut/Affr?,
fifrilli—a H85B, 14*
« U , I n i n í i HOSB, l * i
NX (.)*
PODER 95
2¿9 St h m ambiift recrinenin la pena capital, el castigo se aplicó, primero, en la persona de Gaspar
Portugués lo que le perm itió ai curador de Cristóbal G ris presentar m ü pruebas acerca de
la MQMHMBM tk « menor. Finalmente, loa jueces morigeraron el castigo del paje y, luego de
las apelaaones W M p o a d n n i u , sólo b condenaron ai destierro perpetuo de los reinos de
S mmAí v de la» Indias \t»J, Fsc nbaoía 1181, N.2, R.$, f.65v.
PODER 99
Barros con el dicho Pedro su negro y se entendía por el tratamiento que le hazia
y palabras de amor ” .230 Ante las sospechas, que nunca llegaron a formalizarse
judicialmente, el D octor Barros utilizó una estrategia que implemento a lo largo
de toda su carrera cuando su honorabilidad se ponía en entredicho: trasladarse
a otra jurisdicción. De este modo, fue promocionado como oidor de la Audien
cia de La Plata, en donde desempeñó sus funciones hasta una nueva denuncia
por sodomía. A fin de disipar cualquier tipo de suspicacias, en un comienzo, el
■Doctor Barros optó por dejar a Pedro en la jurisdicción de Panamá pero una
vez instalado en su flamante Cargo, '‘después de algunos dias que estaba en
esta ciudad hizo que se lo enviasen (...) y tom o a reincidir y cometer el dicho
delicio” .231 Si bien la voz del esclavo se encuentra ausente, como para corroborar
si la relación era o no conformada, algunos indicios permiten sugerir el carácter
amistoso del vínculo. Según algunos testimonios “era tan su querido el dicho
negro que lo vieron una vez al dicho doctor Barros que estava en la cavalleriga
sentado sobre una pesebrera y tenia echado un bra?o sobre el pezcue^o del dicho
negro y asida de el la otra mano ” .232 Asimismo, otro testigo que había entrado
al aposento del Monasterio de San Francisco, donde estaba recluido por temor
al proceso llevado adelante por el oidor Juan de Matienzo, “le hallo desnudo
en cueros de la cintura arriba y asentado dentro de la cama y el dicho negro
asentado en la delantera de la cama y ante que entrase oyo dende la puerta dar
palm arlas como que daban en la carne y se reían ” .233 Debido a estas conductas
y a los rumores que circulaban por la ciudad de La Plata, el visitador Diego de
Zuñiga compulsó al D octor Barros a deshacerse de su esclavo. Muy a su pesar,
vendió a Pedro al licenciado Torres de Vera, también oidor de la audiencia.
Pero al enterarse que Pedro no estaba a gusto con su nuevo amo, persuadió a
un clérigo para que lo comprase y aunque no había condiciones en la venta, el
Doctor Barros le rogó que pasados dos años le concediera su libertad.234 Todos
estos indicios, que acrecentaron las dudas acerca del tipo de amistad entre el
Doctor Barros y Pedro, permiten colegir la existencia un vínculo sexual -y
afectivo- que trascendió a la simple relación entre amo y esclavo.
Otro de los casos que permite observar la existencia de lazos sodomíticos
no mediados por la coerción fue el de Diego Días de Talavera y Luis de Herrera
también ya mencionado. Si bien la relación entre ambos se había originado
como un vínculo laboral, rápidamente, mudó de contenido hasta transformarse
en una verdadera relación de “amigos” aun cuando formalmente conservara
la apariencia de una relación entre amo y criado. Tanto los familiares como
allegados de Diego Días de Talavera veían con recelo el estrecho vínculo que
éste tenía con su criado, especialmente, debido al grado de intimidad que no
sólo era inusual para el tipo de relación laboral que los unía sino, incluso, para
dos amigos. Pero aun cuando su hermano y el mismísimo vicario de la juris
dicción le rogaron “de rodillas” que expulsara de su servicio a Luis de Herrera,
Diego permaneció incólume ante esos ruegos así como antes las crecientes
murmuraciones que presagiaban el escándalo final.235 N o obstante su pertina
cia, sus familiares más cercanos no se dieron por vencidos. A fin de poner fin
a la intimidad que traía con el criado, su sobrino, Juan López de Vallejo, se
instaló en la casa de su tío con el pretexto de desempeñarse como carnerero.
Inmediatamente, Luis de Herrera entendió que no era bien recibido por la
familia de su amo y, a pesar de las súplicas que éste le hizo, decidió salir de su
servicio y radicarse en Potosí en busca de un nuevo amo. Lejos de aplacar el
escándalo, la decisión de Luis de Herrera causó más revuelo y el affaire entre
ambos “fue público y notorio en este valle”.236 El tiempo que transcurrió a
partir de la separación significaron los días más tristes para Diego quien le
escribía innumerables misivas contándole su pesadumbre y rogándole que
volviera. Finalmente, fue a la Villa Imperial en busca de su antiguo criado, aun
cuando su hermano le advirtió que si lo traía de nuevo al valle de Pitantora,
“hemos de salir tres o quatro amigos y hemos de matar [a Luis de Herrera] en
el camino”.237 N o obstante, la afición entre ambos era tal que, desafiando las
amenazas, volvieron a su antigua morada en donde Herrera volvió a trabajar
para el servicio de su antiguo amo. En cierta medida, el vínculo laboral funcio
naba como una pantalla que otorgaba protección a una relación que, bajo otras
condiciones, hubiera hecho inviable el vínculo sexual y afectivo. De hecho,
tanto amo como criado apelaban a la relación social como medio para dirimir
sus desavenencias personales y amorosas. Juan de Salas, uno de los testigos,
se ñ ala b a que “por la mañana vio este declarante que estaban riniendo como a
m a n e ra d e p e d ir celos y que la segunda vez de las dos referidas el dicho Diego
D ia s h iz o como que despedía al dicho Luis de Herrera”.238Asimismo, escuchó
c o m o e n la pelea Luis de Herrera “le respondió con muy gran soberbia que le
p agase lu e g o y n c o n d n e n te lo que le debía”.259 El poco temor con el que criado
se d irig ía a su s e ñ o r rev e la, en cierta medida, no sólo el grado de confianza que
ex istía e n tre ellos sin o , fundamentalmente, el lugar preponderante que Luis
de H e r re r a o cu p a b a e n la re la c ió n . El testimonio de Luis Sánchez Romero era
m ás q u e re v e la d o r ya q u e sostenía que:2 15678
215 A SN t, EC.1601.14, t $ v
216 ABXB, EC.1603.14, f.l2 v .
217 ABNB. EC.1603.14, f.14.
2 1 8 ABNB. FX .1603.14. f. 30.
2 1 ? ABNB, FC.1603.14, f.3ü-f,30v.
PODER 101
(...) los dichos diego dias e luis de herrera no son amo y criado sino personas tan
conformes e yguaies que nunca se apartael uno del otro un punto ni se hace mas de
lo que quiere el dicho luis de herrera y donde quiera que vael uno ade yrel otro y
entre ellos yendo fuera no ay mas que tan solamente una cama.240
aviendo llegado a la villa imperial de Potosí hallo preso en la carzel publica de ella
un hombre que en aquella ocasión se llamava Diego Poblete y no sabe porque
estava preso mas que era un pobre 111090bestido de un paño de quito viejo y raydo
y saliendo de la carzel fue a ver al doctor Gaspar González de Sosa que posava en
los carangas y de la primera visita se fueron recreciendo otras.241
{Juan Ponce de León] llamo a este testigo diciéndole b e n aca ben aca en la lengua
y este testigo se allego y le dixo toma un patacón aunque este testigo no vio la
plata que yo soy señora vestida en avito de hombre hagámoslo házmelo vamos a la
canúzería que esta allí serca y házmelo y este testigo se espanto” .251
MP (JOr.
JS9 5©4C,£17,.
Mat, EmpAmMI PPiC CPv.
* * —H M *- £ 7* Asm y A ffir. j a r i f a dd indígena, túnica
f JNMftr
2Ü ftT Ifcf? tT iém
d fenómeno del travestismo se analizará en el siguiente capítulo, no obstante,
resulta pertinente mencionar algunas de sus implicancias en relación a las jerar
quías sociales y étnicas. Si los sodomitas que procuraban actuar de pacientes eran
más denostados que los que asumían un rol activo en el acto sexual, aquellos que
mudaban su apariencia hacia el género opuesto, sufrían de un desprecio mayor.
Por lo tanto, el hecho de que un individuo socialmente prestigioso emulara al
género femenino en todas sus dimensiones y que, como si fuera poco, buscara
ser penetrado por otro social o étnicamente inferior, representó una alteración
radical de las jerarquías sociales.
En el caso del Doctor González, si bien la mayoría de los testigos aseguraban
que él y Diego Mejía se comportaban “como si fuesen hombre y muger”, no
existen testimonios explícitos que nos permitan inferir qué rol sexual jugó cada
uno de ellos en la prolongada relación que mantuvieron. En principio, la función
de benefactor del Doctor González parecería ubicarlo en el lugar del “agente”, en
la medida en que el abastecimiento material era considerado uno de los atributos
déla masculinidad dominante. Este fue uno de los rasgos centrales que atravesó
toda la relación con Diego Mejía, ya que, como señalaban los testigos, el Doctor
Barros “le compro un regimiento de esta ciudad y le a echo donación de gran
suma de hazienda con que a crecido el escándalo” .254 Asimismo, atestiguaban
que una chacra que el Doctor González había adquirido de un tal Romero era
propiedad de Diego Mejía y que “es publico que el dicho don diego posee y go^a
toda la hacienda del dicho doctor ” .255 Sin embargo, la capacidad para suministrar
beneficios económicos no siempre estuvo ligada al individuo socialmente superior
como así tampoco representó la prueba cabal de la capacidad sexual de un indi
viduo. De hecho, muchas veces, los beneficios materiales o la promesa de ellos
podían constituir un mecanismo de persuasión para inducir al individuo depen
diente a que asumiera el rol de agente. Por otra parte, una lectura más detenida
del proceso sitúa al D octor González en las antípodas de la masculinidad. Allí,
lejos de presentarse como el proveedor o el jefe del hogar, aparece asumiendo
un rol asociado al mundo de las mujeres. Por ejemplo, una noche que Diego
Mejía regresó tarde de la comedia, tras acompañar a una dama hasta su casa, el
Doctor González se mostró muy ofuscado con él “y no quiso que le abriesen la
puerta” .256 Al día siguiente, lo regañó reprochándole la liberalidad que siempre
había tenido hacia su persona y que, no obstante, “andais con mugeres y venis a
medianoche” .257 E n este caso, la actitud del Doctor González se distanciaba del
rol dd patriarca para devenir en una suerte de esposa engañada que, recogida
254 ACa, Charcas 140, £.17, f/p . El Doctor González obsequió a Diego Mejía la suma de 3000
pesos con la que pagó, en parte, el oficio de regidor del Cabildo de La Plata. Spurbag,
“Honor, sexuaiity, and Colonial”, 51-52.
255 AGI, Charcas 140, s/f.
2 íé AGI, Charcas 140, £5, f/p .
257 AGI, Charcas 140, £5, f/p .
106 CUANDO AMAR ERA PECADO
Del mismo modo que el poder fue constitutivo a las experiencias sodomíticas,
también lo fue la religión, no sólo porque la sodomía fue una categoría con
contenido teológico -aunque con consecuencias socioculturales- sino, funda
mentalmente, porque durante el período estudiado las instituciones religiosas
tuvieron el desafío de crear una doctrina cristiana de la sexualidad en donde la
sodomía ocupó un lugar importante en los debates. Hasta entonces, con mayor
o menor aquiescencia, las comunidades cristianas, incluidas sus cabezas, habían
discurrido en un clima de cierta relajación sexual. Según Henry Kamen, la “re
forma sexual” que la Iglesia introdujo a partir de la Contrarreforma no significó
un intento de rencausar a la población creyente hada unas tradiriones cristianas
inexistentes sino, más bien, de introducir nuevos ideales.260Los prinripales puntos
a reformar fueron, por un lado, los vinculados con las relariones conyugales y,
por otro, los asociados con las conductas de la pobladón eclesiástica. Esta última
había mostrado poca observancia respecto de riertas normas que devendrían
en el modelo de moralidad católica. Su activa partiriparión en los procesos por
sodomía, entre otros, es una muestra de dio.
1. La sexualidad al debate
2^0 H e w ylL m a e n , ,Q imih ccu k*r*Ícm l* mneé*á d eiS t¿ » á e Orr.Csi¿**iJ £****-$*& "
(Madrid: S iglo XXI, 1998), 259.
,1 o O S ÍS p tík T V Ift p O h i a c i o
fwéft extraño ei\ que un sacerdote vinera del mismo modo que lo hacia cualquier
bombee. Sin emhanyo. lo que si ocasionaba un protundo resentimiento en la <xv
munulad eran ciertas conductas sexuales com o las violaciones, las solicitaciones
y los actos sodoonticos, en especial, cuando se realizaban contra algún miembro
indetenso de la comunidad.
Dentro de este universo de relajación sexual, las autoridades civiles y
eclesiásticas vieron la necesidad de implantar un nuevo modelo de moralidad.
Aun cuando su principal preocupación tuera reestablecer y precisar el dogma
católico, el Concilio de Tremo, celebrado entre los años 1545 y 1563, consti
tuyó un punto de inflexión en el ordenamiento sexual de la población secular y
eclesiástica, como se evidencia a través de los decretos disciplinarios emitidos.'*4
Pero a los intereses naturales del episcopado, en el caso de España, se sumaron
los esfuerzos de Carlos V y Felipe 11, quienes se mostraron sumamente entu
siastas en la celebración del concilio, siguiendo la tradición de celo religioso
inaugurado por sus predecesores.*'0' El 12 de julio de 1564, unos meses luego
de Analizado el concilio, Felipe II dio por aceptadas las disposiciones votadas
en Trento y mandó que, de manera inmediata, fueran aplicadas a lo largo y a
lo ancho de sus reinos.
En lo relativo al matrimonio clandestino, si bien Trento aceptaba su lega
lidad, también manifestaba su repulsión a este tipo de uniones debido “a los
graves pecados que se originan (...) mientras abandonada la primera muger,
con quien de secreto contrajeron matrimonio, contraen con otra en público
y viven con ella en perpetuo adulterio”.260En este sentido, el concilio resolvió
que las uniones, si bien seguían siendo por libre intercambio de votos, debían
celebrarse públicamente y ante la presencia del sacerdote. Más aún, la reforma
del matrimonio indicaba a los sacerdotes de qué modo debían proceder:
proclame el cura propio de los contrayentes públicamente por tres veces, en tres días
de fiesta seguidos, en la iglesia, mientras celebra la misa mayor, quiénes son los que
han de contraer Matrimonio: y hechas estas amonestaciones se pase a celebrarlo a
la faz de la Iglesia, si no se opusiere ningún impedimento legítimo.2 6
4
2
567
264 Aún cuando el principal ob jetivo conciliar fue reafirmar los dogmas amenazados por la
Reforma, los obispos reunidos en Trento procuraron, además, realizar una reforma moral,
especialmente, en lo tocante a La población eclesiástica. Wiesner-Hanks, 106.
265 Primitivo Tineo, Los concilios lim enses en la evangelización de Latinoamérica (Pamplona, Navarra:
1990), 143.
266 El sacrosantoy ecuménico Concilio de Trento, traducido a l idioma castellano por d. Ignacio López de
Ayala, (París: Librería de A. B o u re t y More!, 1847), 278-279.
267 E l sacrosantoy ecuménico Concilio de Trento, 279.
CUASIjo vhar h a n cu x )
272 E l sacrosanto y ecuménico, Sesión XXII, Decreto sobre la Reforma, Capitulo 1, 232.
273 En este sentido, el concilio amonestaba a los sacerdotes acerca de los faustos, convites, bailes,
dados, juegos, conversaciones y cualquier tipo de impostura contraria a su hábito. E l sacrosanto
y ecuménico, Sesión XXII, Decreto sobre la Reforma, Capítulo 1,232.
2 74 El Concilio de Trento reafirmó la sacramentalidad de la confesión y ordenó una periodicidad
mínima de un año para la comunidad cristiana. Asimismo, destacó el papel del sacerdote
como intermediador entre Dios y los penitentes para la absolución de los pecados ya que “aun
los sacerdotes que están en pecado mortal, ejercen como ministros de Cristo la autoridad
de perdonar los pecados, que se les confirió, cuando los ordenaron, por virtud del Espíritu
Santo”. El sacrosanto y, Sesión XIV, Doctrina del Santísimo Sacramento de la Penitencia,
Capítulo VI, 147.
275 El sacrosanto y ecuménico, Sesión XIV, Decreto sobre la Reforma, 164.
276 Haliczer, Sexualidad, 61.
. ^ sámale fo r n ica c ió n o la solicitación, constituyó u n a d e las
r***- por h sociedad moderna. Al igual que la s tra n sg resio n es
mencionadas, la sodomía también fue perseguida p o r a lg u n o s trib unales
o m m b sitonales, ja que aun cuando no constituía una herejía en se n tid o p len o,
277 Sobre lo q u e denomino el proceso de herejizadón de la sodomía ver Fernanda Molina “La
herejizadón d e la sodomía", 539-562.
278 Si bien la Inquisición española fue creada por los Reyes Católicos, gradas a una bula papal
em itida p o r Sixto IV el 1 de noviembre de 1478, no se trató de una invendón ex nihilo.
D e hecho, m onarcas y pontífices anteriores habían abogado, sin demasiado éxito, por la
introduc c ión de la In q u isid ó n medieval en los territorios castellanos, en espedal, debido al
peligro q u e representaba una m asa crítica de conversos que, con mayor o menor secreto,
retornaban a sus prácticas religiosas anteriores. No obstante, la singularidad de la inidativa
de F em an d o e Isabel residió en el h ech o de que la flamante institudón fue independiente
del papado y estuvo bajo la égida exclusiva del poder real. José Antonio Escudero, Estudios
sobre la In q u isid ó n (M adrid: M arcial Pons, 2005), 78. Esta intervención de la autoridad
regia pone de m anifiesto el papel d e los g o b ern an tes seculares como reformadores religiosos
y defensores de la fe. Meny E, W iesn er-H an k s, Cristianismo y sexualidad, 106-107,
279 M illar C arvacho, in q u isición y sociedad, 268.
280 Henry Kamen, Cambia cultural m la sociedad del Siglo de Oro, 205.
281 Bcnnassar, Inquisición española, 302; M illar C arvacho, 268.
RELIGIÓN lis
282 W iesner-H anks, Cristianismo y sexualidad, 117 y Kam en, Cambio cultural, 249.
283 Solange Alberro, Inquisición y Sociedad en México, 1511-1100, (México: FCE, 1988), 169 y 207,
284 Ana de Zaballa Beascoechea, “Inquisición y sociedad”, 134. Estas cifras, no obstante, no
incluyen las causas incoadas p o r sodom ía que, en la clasificación de la autora, aparecen como
“delitos varios”.
285 H en ry K am en, ha Inquisidón española, 268-269.
286 M iguel Jim énez M onteserín, “L os m oralistas clásicos españoles y la prostitución”. En: La
Prostitution en Espagne. De l'époque des Rois Catholiques á la 11' Républtque, Rafael Carrasco (ed.),
137-191, (París: C entre de Recherches sur l’Espagne M odem e, 1994), 182.
C U A N D O AMAR ERA P E C A D O
116
291 RC a francisco Pizarra, gobernador, a Vaca de Castro, gobernadory fray Vicente de Vaberde, obispo,
í uensalida, 26 de octubre de 1541. En: Colección de documentos para la botona de la formactom
social de Hispanoamérica. Voumen 1, Richard Konetzke (ed,), (Madrid. CSIC, 1953), 209.
292 Millar Carvacho, Inquisición y sociedad, 336-337.
293 Manuel Torres Aguílar, “Algunos aspectos del delito de la bigamia en la Inquisición de Indias
En: La Inquisición en Hispanoamérica, 65-104
118 CUANTO3 a m a r e r a p e c a d o
M 1» a w smedsi, b sea*» w spsnd del Sapeado Coeeds» Lweew edweriíe que d «Éiodo
pewdhmew dopeNt s w aMPodacsr M HndM "pero ls ruforoía del dwo y si
■■sMe o s a s ^ ' ‘Tiaafc las sienie* Ammmw, I
RELIGIÓN 119
297 Felipe Guarnan Poma de Ayala, Mueva coróncia y buen gobierno, (Madrid: Historia 16,
1987(1615]), 598.
298 Millar Carvacho, Inquisición y sociedad, 336-337,
299 AUN, Inquisición, Libro 1036, f.219. Una caracterización similar hacía el flamante virrey
M artín de Enríquez, quien en una misiva escrita en plenas reuniones conciliares, advertía al
rey que “la mayor necesidad que hallo que es la falta de doctrina de los yndios es por culpa
de kw Ruyne» ministros que cierto están en lo de la Religión muy atrás” L m , E l tercer analto,
304-305.
300 ftt sacrosanto concilio, Sesión XXV, Capítulo 3,255.
:UAMX> AMAR ERA PECADO
120 t
“proveídas de buenos ministros, y así mismo la salud de las ánimas en que estén en
gracia y caridad, y muy ajenas y apartadas de los vicios y pecados, especialmente de
los públicos y notorios, de que no solamente Dios nuestro señor se ofende, pero
también la república recibe turbación y escándalo, dando unos a otros ocasión de
pecar y mal ejemplo, por lo cual los pecados públicos son y deben ser tenidos por
mas graves y peligrosos y de mayor daño”.301
Prohibimos y mandamos que los clérigos no tengan en sus casas mugeres que puedan
causar sospecha ni traten con ellas familiarmente ni las acompañen qualesquiera
sean a pie ni llevándolas a ancas de sus cabalgaduras ni yendo junto a sus sillas de
mano, sinoes que sea madre o hermana ni entraran a lugares sospechosos. También
prohibimos y mandamos que no se vistan indecentemente como seglares sino que
por la honestidad de fuera en el vestido se cobija la del alma.319
que anidaba interiorm ente—frente al “hecho duro” sostenido por los tribunales
de investigación. P or lo tanto, la noción de factuin hereticale aportaba la prueba
jurídica necesaria, siem pre dificultosa de encontrar en la definición tradicional
de herejía, que perm itía la persecución y el procesamiento judicial de los here
jes. De este m odo, se producía una desvinculación entre fe y error que, hasta
entonces, había sido dom inante.
Sin em bargo, aun cuando la noción de factuin hereticale permitía hacer
inteligible las herejías ocultas a través de los actos, los magistrados prefirieron
arrancar una confesión verbal que acreditara el error de fe. Luego del reconoci
m iento de haber com etido el nefando crim en, los inquisidores que conocieron
en el caso de Fray Sebastián de O viedo exhortaban al reo a que “declarase clara y
abiertam ente si savia que conform e a la le ley de D ios por el sexto mandamiento
esta prohivida toda copula carnal excepto la copula con muger propia”.'" Del
m ism o m odo, en la causa seguida contra el dom inico Francisco de la Cruz no
solo consideraban que por haber com etido el pecado nefando “según las reglas
de teolugia ha hecho en pensam ientos, palabras y obras muchos pecados mortales
contra el sesto m andam iento”, sino que, ademas, creía que esos actos denotaban
la creencia de que aquello no era pecado mortal como, finalmente, admitió el
re o ." 4 O tro tanto aconteció con Fray Juan de M aldonado a quien denunció un
novicio por haber com etido con él algunos actos torpes y tocamientos desho
nestos. Según el joven, el reo “le dixo que si quena que tuviesen polución en sus
propias m anos cada uno con si y que diciendole el dicho novicio que no quería
porque era pecado m ortal, este reo le avia respondido que no era pecado mortal
sino v enial"."' Esta afirmación guardaba para los inquisidores una sena sospecha
de e rro r y, en este sentido, aunque trataron de determ inar que tipos de actos
había realizado M aldonado, sus preguntas giraron en torno a las palabras que
habla form ulado al novicio, en especial, “si sabia que todo acto veneren lucra
del m atrim onio era pecado m ortal". " ,l
P or otra parte, la sodomía podía form ar parte de las denominadas proposi
ciones heréticas com o, por ejem plo, afirm ar que cometer el delito de sodomía
no era pecado o acusar a la autoridad episcopal e, incluso, divina de ser sodo
mitas. En ese m arco, tos inquisidores consideraron impías y malsonantes las
palahr as que i ray fra n c isc o de la ( !ruz bahía proferido contra ellos y el notario,
“nefandas deshonestísim as que porque eran tan teas y tan torpes y deshergonyu
das m andam os que no se escribiesen"." Asimismo, las afirmaciones que iban
contra la Iglesia ( '.Mélica podían considerarse luteranas, especialmente, cuando
se injuriaba a las autoridades. Asi lo entendieron los inquisidores en el caso del
E n este sentido, los delitos contra natura así com o el sacrilegio eran, para el
fraile, el resultado directo del celibato obligatorio establecido p o rT re n to .348 Los
reiterados casos por solicitaciones que debieron atender los tribunales limeños
también se explicaban, según F ray Francisco, por la rigidez del celibato cleri
cal, en la m edida en que los clérigos se ordenaban com o confesores “para tener
entrada de desonestidad con m ugeres (...) y quería m ucho de notar como dios
de su parte quiere dispensar en leyes divinas para hazer el camino del cielo mas
fácil” .349 E n cierta m edida, la exhortación a que “se dispensase algunos frayles”
parecería com ulgar con el pensam iento de los reform adores protestantes, quienes
coitóiáerakín que muv pocos individuos podían llevar una vida verdaderamente
casta, por lo que recomendaban el matrimonio clerical antes que el celibato
mancillado. Otras de las criticas del fraile estaban dirigidas hacia las cúpulas
eclesiásticas, en la medida en que establecían cierras reglas morales que luego
eran incapaces de predicar con el ejemplo. Ya se mencionaron las desavenencias
q u e había tenido con Jerónim o de Loayza, primer Arzobispo de Lima, a quien
acusaba de ser “puto viejo arzobispo traedor”. En la misma tónica, Fray Fran
cisco aseguraba q ue Roma se había vuelto “bestia” por los crímenes nefandos y
que toda “la Iglesia romana tiene atosigado y estomagado a Dios por los vicios
que n en e dehaxo de representación y nombre de tanta autoridad y santidad”.350
F ren te a toda esta serie de criticas morales, tanto en el caso de Fray Francisco
como en el de Coronado, los inquisidores procedieron en términos de la ortodoxia
religiosa. Después de todo, afirmar “q ue el papa y cardenales eran sodomitas”,
constituía una m a c a a la investidura de las autoridades de la iglesia y, por lo
tanto, formaba pane de la idiosincrasia luterana de la cual los reos, según los
inquisidores, formaban parte.351
N o obstante, estas denunciaciones también podían haber despertado las
sospechas de los inquisidores acerca de un complot en el seno de la Iglesia, ya
que «no de ios rasgos que asemejaron a la sodomía con el fenómeno de la herejía
fue la identificación del sodomita con el brujo.'"-' Según el pensamiento de la
época, ambos eran flojos y pecadores, ambos buscaban destruir o interferir en los
planes divinos, ambos eran siervos del demonio y ambos, también, amenazaban
con constituirse en una contra-iglesia. M ientras los brujos parodiaban las formas
institucionales católicas, como sostenía el teólogo Pedro Ciruelo, los sodomitas
se reproducían en el seno de la institución como una suerte de iglesia de So-
doma. Ya Pedro Damian sospechaba de una jerarquía secreta que bajo la santa
«n\ estufara no s o lo amparaba a los sacerdotes y penitentes sodomitas sino que,
ademas, poseía formas ocultas para el reclutamiento de nuevos miembros. ’ss No
obstante, esta argumentación que en forma de “visiones” o “comunicaciones di
vinas* compartían algunos de los reos mencionados, no formo parte del universo
mental de los inquisidores limeños, más preocupados por establecer los errores
de fe de los acusados que por descubrir, a través de las prácticas sódomíticas,
indicios de complot o pacto demoníaco.
le llego a este reo a tentar el demonio y a inquietar de saver como se tenian poluciones
y asi después de aver confesado pasado mas de una hora, comulgando e oydo misa el
muchacho, le sitaba y llebaba a su celda y le degia este reo quería ver como se tenian
las poluciones que lo deseaba y que a ynstancias de este reo sacaba el muchacho sus
partes verendas y este reo se las manoseaba.357
M2 K m tr v *TmitTmrT_
RELIGIÓN 133
vaso indebido.*64 C on todo, los inquisidores lim eños fueron cautos con este
tipo de afirmaciones, ya que si bien com ulgaban con la teoría dem onológica y
creían en el pacto explícito e im plícito con el dem onio, consideraban que algu
nos de los testim onios de los reos n o eran más que “desatinos”. E n el caso de
P ed ro de C oronado, quien no sólo confesó haber com etido el pecado nefando
con Juan Pablo Borja y con otras personas sino que tam bién adm itió haber
injuriado a D ios de puto, m anifestaba ante los inquisidores que esas acciones
“avian sido gravísimas com o tenia confesado y que para ello avia dado mucha
parte el dem onio”.364365 P ero no contento con los crím enes com etidos, el dem o
nio, además, lo había inducido a b urlar la justicia divina y hum ana fingiendo
dem encia, según el reo, “porque lo hazia con m uy m al anim o y mala y n te n d ó n
pretendiendo con ello la escusa del castigo que p o r sus culpas m erecía”.366 N o
obstante, los inquisidores no to m aron a pie juntillas las declaraciones del reo
y dudaron acerca de la injerencia del dem onio en todos los actos declarados y
entendieron, según su propia sentencia “que todos aquellos fingim ientos de
locura y revocaciones que avia hecho procedieron mas de la flaqueza de anim o
y del cortísim o tem or que siem pre tuvo”.367 E n ese caso, aunque abjuró de
vehem enti, C oronado tuvo la oportunidad de reconciliarse con toda la com u
nidad de cristianos. M uy distinta fue la suerte de F ray Francisco de la C ruz
quien fue relajado, según los inquisidores, por “h ab er sido hereje pertinaz,
heresiarca, dogm atizador y enseñador de nueva secta y errores y haber hecho
y com etido todos los delitos de que fue acusado y otros m uy m uchos que ha
confesado”.368 O bviam ente toda esta serie de calificaciones no procedieron sólo
de sus actos de lujuria ni de su aggiom ado program a de reform a m oral sino de
to d a u na serie de conductas y afirm aciones realizadas p o r el reo, a saber, haber
ten id o tra to con el dem onio que habitaba el cuerpo de M aría Pizarro, invocar
y hacer pactos explícitos con el diablo, afirm ar que D ios lo había designado
com o rey del P erú y papa de la Iglesia rom ana, etc.369 E n lo que respecta a las
faltas com etidas co n tra el sexto m andam iento, Fray Francisco sostenía que no
las te n ía p o r pecado, ya que “conoce que todas ellas an sido estando turbado
de la razó n y tan ciego de la pasión que podía justam ente dubdar si avia tanta
lib e rtad en el juizio que fuese pecado m ortal”.370 Estas declaraciones resulta
b an p e rtin en te s ya que, según el T ribunal de supersticiones (1631) escrito por
G asp ar N av arro , San A gustín y S anto Tomás consideraban que el dem onio
te n ía la capacidad para apoderarse “ta n to de uno, perm itiéndolo Dios por sus
mismísimo papa “el qual avia dicho que le parecia desatinos”.377 N o obstante,
los inquisidores limeños fueron más cautos a la hora de desestimar las acciones
y manifestaciones del reo. Según uno de los teólogos que intervino en la causa,
luego de escuchar la lectura de las confesiones de Oviedo, aconsejaba que se
procediera en su contra pero con mesura “por ser el caso posible”.378 El punto
estaba puesto en cuál era la capacidad del demonio para intervenir materialmente
en la ejecución del delito, como aseveraba Oviedo, privándolo de todo albedrío.
Al respecto, el ordinario y los consultores dudaban acerca de cómo proceder
contra el reo ya que “p or la perplejidad de algunos de los qualificantes acerca
de hasta donde llega el poder de el dem onio y negar el reo hazer estas cosas
con su voluntad y consentim iento”, las confesiones de Oviedo podían llegar a
tener crédito.379 P or el contrario, el Inquisidor G eneral, Antonio G utiérrez de
Ulloa, sostenía que no había duda acerca de la culpabilidad del acusado en sus
torpezas sexuales “pues mili actos y palabras de este reo aclaran mas proceder
de la voluntad y consentim iento suyo que lo que puede deshacer el negallo para
se escusar de la pena gravisima de herege”.380 L a argumentación del Inquisidor
te e n e ra l era coincidente con la planteada por N avarro quien se mostraba escéptico
acerca del poder del dem onio para intervenir sobre los cuerpos, ya que “como es
incoporeo no puede intervenir en materia corporal (.•*.) ni [puede] que las cosas
corporales por su voluntad se m uevan”.381 Según N avarro, para poder interferir
en ese tipo de cosas era necesario una potencia y un poder tan infinitos que el
D em onio, por ser criatura de necesidad, se encontraba lim itado.382
N o obstante, la Inquisición peruana también intervino en causas por
sodomía que no estrictamente estaban asociadas con la herejía. La relación
de causa de fe del mulato Pablo de Marchena se iniciaba diciendo: “Pablo
de M archena mulato mayor de hedad preso en la dicha cárcel por el pecado
nefando que esta ratificado ” .383 C on todo, los magistrados limeños no explo
taron esa competencia en la misma medida en que lo hicieron los inquisidores
aragoneses. Com o se sostuviera, esta actitud pudo haber sido el resultado de la
influencia de las tradiciones inquisitoriales castellanas e, incluso, del conoci
m iento difuso que la sociedad virreinal pudo tener acerca de tal competencia.
P or ejemplo, un confesor consultaba a los inquisidores acerca de un fraile
que, luego de confesar a un penitente, lo llevó a su celda y “le hecho sobre la
cama y quiso tener acceso nefando a el, mostrándole sus partes vergonzosas si
Sin dudas, este com portam iento procedía de los hábitos del acusado más
que de conductas heréticas aunque, según señalaban algunos calificadores
com o el dom inico Aliguel Adrián, esta conducta tam bién podía ser indicio de
alum bram iento . 597 O tro caso sospechoso de sodomía pero que no nada tenía
que ver con creencias o com portam ientos heréticos fue el que se siguió contra
el despensero de las cárceles de la Inquisición Cristóbal Hernández, acusado de
trae r “espantados y escandalizados” a los presos por la relación que tenía con
un bachiller apellidado Viedma. Según el visitador del Santo Oficio, Juan Ruiz
de Prado, quien descubre la causa, el despensero y el clérigo se decían, uno al
o tro, palabras obscenas “y el dicho biedm a tomava al dicho despensero acuestas
y le traya en bragos p o r las cárceles y patios de ella ” .398 Si bien no se podía de
term in ar si se trataba o n o de un acto de sodomía, el visitador consideraba que
era conductas que no podía pasar desapercibida. E n relación al comportamiento
del despensero, evaluaba:
D esafortunadam ente, ésta n o era la prim era vez que acontecían estas cosas
en las cárceles secretas de la Inquisición. M uchos de los reos habían iniciado o
continuado sus carreras sodom íticas en tre sus paredes. E n la medida en que el
reo, una vez que ingresaba a la cárcel, perdía contacto con mujeres tanto en el
in terio r com o con el exterior, los calabozos fueron un semillero de relaciones
sodomíticas, al igual que acontecía en los conventos o en las travesías marítimas .400
Según Solange A lberro, “las urgencias de la carne” señoreaban los calabozos,
situación que era favorecida p o r el encierro, la prom iscuidad, el tedio y el dete
rioro moral y nervioso de los reos .401 Además, a pesar del férreo control sobre
la vida de los reclusos, existieron intersticios a través de los cuales satisfacer las
necesidades sexuales. Cristóbal Hernández, además de mantener la citada relación
ilícita con el bachiller Viedma, favorecía los encuentros de otros reos con una
negra. A cambio “pedia a los presos vino, pan y aguinaldo para una negra llamada
María (...) y al maestro Morales le pidió a i vezes mas de cinquenta pichuelas de
vino prestado para quedarse con ellas como lo hizo”.402Con todo, la forma más
execrable de consolar a la carne, y más a mano, por cierto, fueron las relaciones
sodomíticas que, no obstante, representaron un riesgo mayor: si el reo había
caído por ese motivo, profundizaba su culpabilidad y si se iniciaba en él en las
cárceles secretas, sumaba un capítulo más al compendio de acusaciones. En este
sentido, el visitador Ruiz de Prado consideraba que los excesos cometidos por el
despensero debían “ser pugnidos y castigados con rigor y exemplarmente (...)
pues no es justo que semejantes cosas queden sin castigo condigno”.403 De este
modo, restauraba la honorabilidad de la institución, dejándola libre de sospechas
por apañar este tipo de conductas.
Como puede observarse, en lo que respecta a los casos vinculados con el
fenómeno de la sodomía, la Inquisición peruana actuó tanto en términos de fe
como de moralidad. Por lo tanto, fue teóloga y moralista al mismo tiempo, en
un mundo en donde las fronteras entre un campo y otro fueron tan impercep
tibles, en la medida en que fe y moral iban de la mano. En este sentido, cuando
los inquisidores procedían contra las manifestaciones heréticas buscaban mía
forma específica de ser cristianos. Del mismo modo, cuando intervenían sobre
las costumbres de los procesados lo hacían guiados por la ortodoxia religiosa.
En el caso del Santo Oficio limeño, esta dualidad se alimentaba, además,
en las contingencias históricas que determinaron su creación así como también
en las tradiciones institucionales que guiaron la actuación de los inquisidores.
Es decir, si bien su pertenencia administrativa al Secretariado de Aragón le
otorgaba la prerrogativa de conocer sobre los casos de sodomía -más al estilo
de una “inquisición de costumbres”- el hecho de que la mayoría de sus magis
trados procedieran de la Inquisición castellana, sin jurisdicción sobre el delito y
centrada en los asuntos de fe, hizo de la Inquisición peruana una administradora
de justicia sui generis. Si bien los inquisidores interpretaron las denuncias contra
el comportamiento licencioso de la Iglesia romana y los comportamientos sodo-
míticos de ciertos reos como expresiones del fracaso de la reformación moral
del clero, también los calificaron como manifestaciones cismáticas, poniendo de
manifiesto la doble faceta de los tribunales ultramarinos.
404 Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía poKtica delse ^ puEG/
/____ __ t._______ » j . /„ ewttil Marta Lamas (comp.) I
Porrúa, 1996 (1975), 60.
I
t i l
L A N D O AMAR L IA PECADO
E n primer lugar, uno de los aspectos recurrente en los procesos provenientes del
Virreinato del Perú, durante los siglos XVI y XVII, es el vinculado a la existencia
de una suerte de afectividad en la relación entre los acusados por sodomía. Este
elemento resulta revelador ya que el mismo se encuentra ausente en los estu
dios sobre el tema para la España moderna. E n este sentido, Rafael Carrasco,
en su investigación sobre ios sodomitas valencianos, observa que una de las
características de la práctica nefanda es la separación radical entre afectividad y
sexo ya que, según el autor, la misma constituye un medio eficaz paras satisfacer
necesidades materiales antes que afectivas.410 Si bien, como se expusiera en el
capítulo anterior, los procesos analizados permiten observar infinitas evidencias
que revelan la dependencia económica y material -principalmente, entre jóve
nes y adultos pero también entre individuos con posiciones sodo-económicas
d e s i g u a l e s - tam bién es abrumadora la existencia de lazos sentimentales entre
las sodomitas procesados.
No obstante, en principio, los lazos sentimentales mencionados sólo
son accesibles a través de lo que podríamos denominar signos exteriores de
en ella [la cama] y que este declarante vio muchas vezes que el dicho provincial
fray Domingo de Valderrama tomava las manos y el rostro al dicho Juan de Silva
regalándose con el”.417 Según Juan, un joven novicio, todas aquellas cosas eran
en contra de su voluntad ya que “el dicho fray Domingo se fue a este declarante
poniendo fuerga y con ato para le besar arrimadole una mesa y por esto dixo que
temió este declarante que le quebrantaría y vendria como estava enfermo y ser
niño para besarle por fuerza”.418
Por lo tanto, besos, caricias y abrazos revelaban que, más que un sujeto de
lujuria, en ciertas ocasiones, el sodomita podía constituir un individuo interesado
por propiciar o prolongar la relación sodomítica más allá del acto sexual. Incluso,
en los casos en donde se apelaba a la autoridad para favorecer un encuentro más
íntimo, los sodomitas evidenciaban una afición especial por el compañero ele
gido. Así lo entendieron también los jueces y fiscales quienes se mostraron muy
preocupados por esclarecer la existencia -o n o- de la afinidad de los procesados
por esos usos y costumbres.
Pero además de los signos exteriores de afectividad, existieron manifes
taciones verbales a través de las cuales ios acusados de sodomía expresaban
Sus sentimientos hacia sus partenaires. Esos sentimientos atravesaban diversos
listados, incluso contradictorios, que iban desde el amor más incondicional,
pasando por la añoranza ante la pérdida del ser querido, hasta el enojo y los
celos más furibundos frente a una traición. Por ejemplo, la nostalgia que pro
vocaba la separación del ser amado fue más cruda cuando las justicias tomaban
conocimiento de la relación sodomítica. Uno de los instrumentos que se utilizó
para remediar la situación de manera inmediata fue el destierro de la región
en la que se había producido el escándalo de uno o de ambos acusados. Así
aconteció con Luis de H errera quien fue expulsado de la provincia de Chayanta
hacia la villa de Potosí en 1603, luego de que se descubriera la relación ilícita
que mantenía con D on D iego Díaz de Talavera, su amo. Aunque tanto amigos
como parientes habían aconsejado a este último que expulsara de su servicio
a su criado Luís, D iego D íaz de Talavera había permanecido incólume en la
relación ya “que no quería despedirle y que antes donde quiera que el dicho
Luis de H errera fuese avia de yr con el”, según le confesó a uno de los testi
gos. P or lo tanto, la separación forzada lo sumió en una profunda melancolía
que acrecentó su añoranza por su criado a quien, a lo largo de diez meses, le
envió cartas de am or suplicándole que regresara. Un testigo recuerda como,
esperando la vuelta de su criado, desde Potosí “no avia querido almorzar e que
estava muy triste a la mesa el dicho Diego Dias”. La estrechez en las relaciones
llevaba a to m a r insoportable cualquier separación física por mínima que fuera
y la melancolía no fue siem pre la única respuesta. El doctor Gaspar González
Sin embargo, Jas relaciones entre los acusados n o siem pre fueron de añoranza
o pasión. Los celos, su contracara, constituyeron otro m ed io p o r el cual expre
saron sus sentim ientos más íntimos, especialmente, cuando el cariño entregado
no era valorado o correspondido de la forma esperada. U n a noche, después de
comedia, D iego M ejía regresó m uy tarde a la casa del d o cto r G onzález de Sosa,
tras haber acom pañado a una dama hasta su morada. E sta situación provocó la
cólera del doctor quien, sin im portar el escándalo ocasionado, reprendió a Mejía:
“pues gasto yo mi hacienda con vos y os e com prado u n regim iento p o r holgarme
con bos y andais con m ugeres y venis a m edianoche” prohibiéndole la entrada
cual esposa traicionada .421 E ste desencuentro los tuvo distanciados por el plazo
de dos días, en los cuales M ejía andaba cabizbajo p o r la casa, sin atreverse a mi
rar a los ojos al doctor. N o obstante, p asado el m om ento m ás crítico, “hicieron
las amistades y se conform aron com o antes”, ya que, según los declarantes, no
podía vivir el uno sin el o tro .422 E l doctor Barros sufrió u n desengaño parecido
cuando su esclavo, Andrés Cupin, contrajo m atrim onio con una m ulata llamada
Pascuala, poniéndole fin a los días felices en los que se “h olgaban” juntos. Como
reprim enda por lo acontecido - y com o canalización de su desilusión- el doctor
Barros m andó a azotar a su esclavo y lo retiró de su servido de paje, poniendo
en su lugar a otro negro llamado Pedro.
Pero si en algunos casos, com o en los mencionados, el com pañero en disputa
fue concebido com o un am ante infiel y, por ende, castigado con la indiferen-
ria o con la violencia, en otros, fue interpretado com o un verdadero trofeo de
guerra entre dos hom bres apasionados. En 1595, Juan G onzález, boticario de
Potosí, quien form aba parte de una red de sodomitas que d reu lab an entre la
Villa Imperial y La Plata, fue disputado por los enfermeros D om ingo Hernández
Pero así como los vínculos entre estos hombres rebasaban lo sexual, también
se extendieron en el tiempo y, en este sentido, trascendieron el acto aislado,
puntual que definía a la sodomía “en términos jurídicos”. No sólo se trataba de
individuos que mantenían una conducta recurrente -como preferencia sexual-
sino que, además, sostenían relaciones sexuales y afectivas en el tiempo con la
misma persona, constituyendo verdaderos amancebamientos.
Una de las características de este tipo de relaciones fue que, en cierta medida,
parangonaban a las relaciones entre hombres y mujeres, al estilo del modelo de
amor-pasión propuesto por Ariés. Como ya ha sido mencionado, en la mayoría
de los casos, compartían el mismo aposento e incluso la misma cama, que se
convertía en una suerte de lecho conyugal. Es probable que las palabras y actos
de amor que han sido descriptos arriba prologaran una realidad más atrevida en
la intimidad, como aconteció entre Cristóbal de Zamorano y su criado quienes,
según algunos testigos “se an cometido actos desonestos y sucios de tocamentos
y en las partes vergonzozas vesandose el uno al otro echándose juntos en una
amaca y estando a solas diziendose palabras desonestas”.425
Aunque en algunos casos se mantenían las formas, armando la parodia
de camas separadas, los testigos más cercanos e indiscretos podían acreditar
cuál era la verdadera situación puertas adentro. En el caso de Diego Díaz de
Talavera y su criado, un declarante comentaba como, en el tiempo que estuvo
morando en la casa de Díaz de Talavera, una de las camas estuvo desocupada
todas las noches “e no dormía en ella Luis de Herrera si no con Diego Diaz
en una cama”.426 El mismo comportamiento asumían cuando, por diferentes
negocios, debían dejar la seguridad de su hogar, siendo de público conocimiento
que “entre ellos yendo fuera no ay mas que tan solamente una cama”.427 El
doctor Gaspar González de Sosa y Diego Mejía también fueron importunados
por un testigo ocular quien, a través de la ventana del aposento, describía como
ambos, desnudos, se recostaban en una misma cama, debajo de las sábanas y
frazadas provocándole una gran perturbación al ver “dos hombre en aquella
forma como si fuesen hombre y muger (...) y vio que se estaban ansi abrazando
besando el uno al otro y hablando”.428
El escándalo que los testigos experimentaban frente a estas manifestaciones
de intimidad, también, respondía a un cambio que comenzaba a forjarse en ese
tiempo. Según Norbert Elias, hacia el siglo XVI, el “dormitorio” comenzaba a
configurarse como uno de los espacios más privados y más íntimos de la vida
humana.429Por otra parte, el cuarto de dormir también comenzó a asociarse con el
espado privado de los cónyuges, en cuyo interior llevaban a cabo el denominado
débito conyugal. N o obstante, hasta entonces, el dormitorio formaba parte de
la cotidianidad de los individuos: era común recibir a las visitas en la habitación
en donde se encontraban las camas e, incluso, hospedar a algún eventual foras
tero en el mismo cuarto que compartían los hombres y mujeres de la casa.430
Además, como queda evidenciado en los procesos, los criados solían dormir con
sus amos, a fin de asistirlos en todo lo que fuera menester. Esa naturalidad en
la apropiación del dormitorio queda evidenciada en una serie de escritos de la
época que retrataba la cotidianidad de los individuos con ese espacio. Por ejemplo,
un libro inglés sobre modales en la mesa, aconseja que si “has de acostarte con
alguna persona de rango superior, pregúntale qué lado de la cama le gusta mas.
Y acuéstate tu en el otro lado; que darás muestra de educación” .431 No obstante,
hacia el siglo XVI, comienza a observarse una percepción diferente del cuarto de
dormir y de la cercanía délos cuerpos. En De civilitate morum puerilium, Erasmo
de Rotterdam recomendaba a los niños que:
4M AUN. ( l W r i t m . 4 t , N *, t 10
IDENTIDAD 151
Item si sab en q u e la causa d e lo contenydo en las preguntas antes de esta y por ser
el d ic h o A n to n io d e F u en tes tam b ién cristiano y tal persona como esta dicho y por
ser y co m o es casado y tien e m u g e r y dem as de esto sacar si es amigo de m ugeres y
d e te n e r conversación co n ellas; los testigos creen y tienen por cierto que el dicho
A n to n y o de F u en tes n o co m etió ni quiso cometer el delito contra natura .450
Del mismo modo procedió el protector de Andrés Cupín, esclavo del doctor
Barros, arguyendo que “no se puede presumir semejante delicto por ser buen
cnspuano y temeroso (...) y que siempre a tratado con mujeres y fue casado
con una mulata libre y a sido y es una enamorado de mugeres y siempre anda
rebudio con ellas” .451 Por su parte, la madre de Ponce de L eón remarcaba la
futilidad del proceso, ya que su hijo se encontraba casado con Catalina M arro-
quín, su mujer legítima.45- Los alegatos de las defensas y los testigos favorables,
evidencian cómo el hecho de “ser casado” o “amigo de mujeres” constituía un
argumento contúndeme a fin de favorecer a quienes habían sido inculpados con
el cargo de sodomía.
I ero si el discurso social de los siglos XVI y XVH reconocía la existencia d e
individuos alec to s a la sexualidad femenina, es porque también existía otro tipo de
o m b re s para quienes las mujeres no constituían un polo de atracción sexual. En 4
1
este sentido, estos sodomitas aparecen como algo más que desordenados sexuales:
constituyen individuos que no sólo eligieron vivir una sexualidad nefanda sino
que procuraron hacerlo de manera exclusiva.
yo soy seora vestida en avito de hombre hagámoslo h ázm elo y este testigo se
espanto ” .458 En ambos casos, los so lic ita n te s a p e la n a co n fu n d irse c o n el género
femenino, aunque es difícil dilucidar en qué medida se trataba de una forma de
vivir la sexualidad —una erótica—o si sólo constituía una estrategia de seducción
para hacer efectivos sus propósitos o ambas cosas.
El afamado proceso iniciado en la ciudad de México el 27 de Septiembre
de 1657 también otorga pistas para profundizar en el atuendo femenino como
un posible elemento constitutivo de la sexualidad sodomítica .459 Según los
testimonios recogidos en la causa, Juan de la Vega, “un mulato afeminado que
le llamavan Cotita que es lo mesmo que Mariquita”, solía vestirse a la usanza
de las mujeres indígenas o mestizas de la ciudad, llevando un pañito en la ca
beza, al que llamaban melindre, y un jubón blanco de cuyas mangas colgaban
cintas. Llamativamente, el género de tela que sostenía sus cabellos se llamaba
“melindre”, termino que el diccionario de Sebastián de Covarrubias (1610)
definía como “comida delicada, y tenida por golosina.460 De allí vino a sinificar
;este nombre el regalo con que suelen hablar algunas damas, a las quales por
f§psta rezón llaman melindrozas”. E l “melindre” de Cotita podía observarse en
la forma en que “quebraba la cintura” al caminar o en la postura que adoptaba
fciando se sentaba en el suelo para cocinar “tortillas”. Por su parte Juan de
*Correa, un mestizo de más de setenta años de edad, andaba por la ciudad ves
tido de mujer y, junto a otros sodomitas, “se hacían las visitas como mugeres
y se llamaban niñas y se ponían los nombres de las mugeres hermosas de esta
ciudad ” .461
Aun cuando el afeminamiento no constituyó un elemento necesario para la
definición de la práctica sodomítica, durante el período analizado, la adopción de
trataron y nombraron diciendoles que heran putos ” .4*4 Pero esta forma de
nom brar tenía como objetivo identificar a un grupo de hombres que se dife
renciaban del conjunto de su género y que, además, por parte de los testigos,
operaba como una antinomia entre los acusados y ellos. Por ejemplo, durante el
proceso seguido contra Damián de Morales, un testigo decía que en las minas
de Aporoma un negro denunciaba “como en esa provincia avia putos” .464465 Del
mismo modo actuó un esclavo que estaba preso junto con Cupín quien despertó
a los del calabozo diciendo: “aquí ay putos ” .466 Esta diferenciación pone a raya
a este conjunto de hombres que desprestigian su buen género y los convierte
en un tipo particular que debe ser castigado por la justicia. Las cabezas de pro
ceso se hicieron eco de estas preocupaciones y, dejando de lado los eufemismos
acostumbrados, inquirían a los acusados preguntando “si a mucho tiempo que
usa este oficio de puto ” .467
Pero el alcance de ese término no se limitaba a la identificación externa sino
que también funcionaba como una forma de autoidentificación. De este modo
lo manifestó Luis de Herrera, criado de Diego Díaz de Talavera, quien en varias
-oportunidades y públicamente había declarado que “era puto ” .468 Es probable
que esta autoadscripción del término facilitara el reconocimiento entre sí de
quienes practicaban una sexualidad sodomítica y permitiera su aglutinamiento
e, incluso, su solidaridad.
• N o obstante, hablar de una identificación sodomítica desde el punto de vista
de una subjetividad individual y colectiva constituye un problema de difícil re
solución. P or un lado, sólo se puede acceder a la visión que los sodomitas tenían
sobre sí mismos a través de indicios exteriores -comportamientos- o mediada
por la palabra de otros -jueces, fiscales, testigos, etc - lo que constituye una li
mitación en un sentido metodológico. Por otro lado, interpretativamente, existe
el riego de extrapolar anacrónicamente la noción de identidad gay actual a la de
los individuos del pasado, en una suerte de esencia universal y transhistórica de
la homosexualidad que ya fuera criticada en el primer capítulo.
Es cierto que la noción de identidad, en un sentido moderno, constituye un
producto histórico y, más específicamente, las identidades modernas subordina
das -ya sea basadas en preferencias sexuales, adscripciones étnicas, identidades
de género o pertenencia de clase- sólo pudieron emerger como producto de la
expansión de la idea de igualdad jurídica y, en consecuencia, como efecto de la
lucha política por el reconocimiento que permitieron cuestionar las desigualdades
472 Ver Fernanda Molina, “La sodomía abordo" y “El convento de Sodoma”.
473 AGI, México 38, N°. 57, 3, f.3.
474 AGI, México 38, N °. 57, 3, f.7.
475 En su estadio sobre los sodomitas florentinos, Michael Rocke observó que muchos de los
encuentros sexuales masculinos solían tener lugar durante los días festivos. Si bien el período
de carnaval aparecía como el momento propicio para esos encuentros -en tanto constituía un
tiempo de licencia sexual- las fiestas civiles e, incluso, las religiosas también los favorecieron
en virtud de la relajación laboral, el uso de ropas finas y ornamentadas y los paseos con amigos
que caracterizaban esos días. Michael Rocke, Forbidden Friendsbips. Homosexuality and Mide
Culture in Renaissance Florence, New York: Oxford University Press, 1996,152.
t mt xw tTt Aun cuando hiera conskkrado un ser abominable, n o había nada
^ , n, ^ jpiq que Jcoofuicn al sodomita de sus contem poráneos: he
j Uj e; gueoBo áe su naturaleza jurídica. Esta caracterización se oponía a la del
decim onónico a quien b saemtmsomate calificó com o u n personaje
portador de ana anatomía, un carácter, un pasado, en suma, com o una especie.4
Si baen al enfatizar el contraste entre el sodomita y el hom osexual en térm inos
de -sujetos jurídicos vs. especie”, el planteo íoucaultiano aspiraba a historizar
las practicas sexuales entre personas del mismo sexo, también corría el riesgo
de reducir las dichas prácticas a un ejercicio meramente taxonóm ico. P o r otra
parte, al privilegiar los “discursos del poder” -ya sean esgrimidos p o r teólogos,
ya sean esgrimidos por médicos y psiquiatras- este tipo de clasificación encor-
seto las múltiples formas que {Midieron asumir las experiencias hom oeróticas,
las cuales, difícilmente, guardaron una identidad directa con las discursos que
las enunciaban.477
Pero si bien el planteo de Foucault constituyó una propuesta lógica de re
construcción de la experiencia de las relaciones sexuales en tre varones, muchos
investigadores retomaron ese modelo en un sentido histórico y se em barcaron
en la elaboración de periodizaciones que marcaran el p u n to de inflexión entre
una y otra experiencia.47®En este sentido, Randolph T rum b ach sostiene que,
en las sociedades europeas occidentales, la primera generación del siglo XVIII
fue testigo de una revolución en las relaciones de g énero que consistió en la
aparición de un grupo de hombres adultos que o rientaban su deseo sexual ex
clusivamente h a d a o tro s varones. Lo característico de este proceso fue que esos
hom bres com enzaron a emerger como una “minoría” y fueron identificados
por su ap arienda afem inada ta n to en el hablar como en el vestir y el moverse.479
Sí bien T rum bach ubica la em ergencia de este modelo casi u n siglo antes que
Foucault, coincide en que alcanza su clim ax hada finales del siglo XIX cuando
el modelo del varón que podía p en e trar tan to a varones como a m ujeres -al
estilo del sodomita- fue rem plazado p o r el del grupo de hombres que deseaban
hombres y se identificaban en tre si.
La noción de “m inoría” es retom ada de la obra de Michael Rocke quien
analizó las prácticas homosexuales com o parte de la cultura masculina en la Flo
rencia renacentista. F.n ese trabajo el autor dem ostró que las prácticas sodomíticas
480 Rocke, Forbtdden Friendships. H om osexuality and M ale Culture in Renuusance Flom ee, (New
York: Oxford U n ív crsity Press, 1996), 150.
481 ( .arrase n, Inquisición y represión sexual, 134* M*».
482 ( ¿ruzinski, “ Las cenizas del deseo” 275-278.
Perú»"' N o obstante» lo que Tortorici intenta señalar es que aun cuando las refe
rí netas docum entales sobre la existencia de subculturas sodom íticas sean escasas
-especialm ente en relación a las halladas para la E uropa tem p ran o m odem a-los
casos existentes perm iten revaluar las interpretaciones que neg aro n la existencia
de ese dpo de fenóm enos en el contexto colonial.**4
Si bien la evidencia docum ental relativa a la experiencia colectiva de los
sodomitas peruanos no perm iten atestiguar la existencia de u n “gh etto " o de una
“'uhcuitura" -com o señalan las investigaciones antes citadas-, si perm ite colegir
que el denom inado “pecado nefando de sodom ía” constituyó u n fenóm eno com
pleto y múltiple, aun cuando estuvo atravesado por un significado hegem ónico.48'
Aun cuando existan una serie de lím ites m etodológicos y riegos teóricos a
la hora de indagar en la subjetividad de los sodom itas virreinales, es innegable
que un estudio en ese sentido contribuye a m atizar —y p ro b le m atiz a r- las vi
siones canonizadas vigentes en la historia de la (hom o) sexualidad. D e hecho,
las manifestaciones de afectividad y erotism o establecidos en tre los sodomitas
estudiados, la perdurabilidad en el tiem po de sus relaciones afectivas y sexuales,
los casos de afem inam iento y de preferencia sexual, casi de m anera exclusiva,
por otros hom bres y por los roles “pacientes” así com o el reconocim iento y el
auto-reconocim iento com o un grupo especial de individuos, superan la visión de
“sujeto jurídico” y m uestran que, en algunos casos, el sodom ita podía poseer un
modus vn endi que lo hacía un sujeto “específico”.486 E sta delim itación también
la expresaba la “población c o rrien te ” que, com o se observa a través de las voces
de los testigos, reconocía la existencia de un gru p o de h om bres particulares y
ditéreneiables del resto de la masa m asculina. Incluso los letrados reconocían ese
m odo de vivir cuando afirm aban que “las circunstancias del pecado son increíbles
\ tan antiguas que m uchos de ellos havia q uarenta años que estavan en el, otros
treinta, los mas diez, doze y ocho en el m o d o ”.487
48.4 Si bien este tipo de procesos podría permitir, a primera vista, un acercam iento a las practicas
v concepciones indígenas en torno a la sodomía, lo cierto es que las declaraciones tanto de
Sos testigos como de los acusados indígenas sufrieron una doble mediación: en primera ins
tancia, la m liia d i por los intérpretes o lenguaraces y, en segundo térm ino, la realizada por
los cámbanos quienes registraron dichas declaraciones siguiendo sus propios paradigmas.
484 Z*l« lortonn, “’Heran "lodos Putos’. Sodomitical Subcultures and D isordered Desire in
í arl\ ( oloruai México”, EibnobisTory, 54 (1) (2007): 35-67.
4# I mismo sentido, Kt maído Vainías sostiene que aunque la sodomía designara un conjunto
dr acto* pecaminosos, ofensivos tanto a Dios como a la ley, nunca se limitó a ese significado
ni m> autores fueron percibidos simplemente como eventuales practicantes de un crimen o
un dt.stiu moral Ronaldo Vainías, jrvpim das Panda Moral, Sexualidade e ínquisigao no Brasil,
Rao dr .Janeiro. Campus, 1988, 152.
,WfU atemore que aunque la practica sodomítica significó para la mayoría
cuitaos procesados un acto de transgresión ocasional, para otros representó una
i tn t iu n « afectivos y relaciónales que, incluso, sostuvieron durante su vida
«•MU* KActe, Im*M Fmmlsbtps, 162.
tM rm* P\ ___________
48? Mj¡lk i i V*f | #U !
mFN'i in\v> 165
489 Vicente Vizcaíno Pérez, Código y práctica crim inal arreglado a ¡as leyes de Esptny*, (Madrid: en
la imprenta de la Viuda de Ibarra, 1747), 3 83
Una primera conclusión que el análisis de la documentación permite colegir
es el carácter complejo que el fenómeno de la sodomía adquirió en el contexto
de la sociedad colonial peruana. Dicha complejidad -así como la multiplicidad
de formas que asumió- fue el resultado de la naturaleza sexual de la sodomía
que, constituida como vivencia personal, fue imposible de contener o encorsetar
dentro de un único significado o experiencia.
Por otra parte, en tanto dimensión erótica y corporal, la sodomía fue capaz de
rebasar las relaciones basadas en el origen étnico y en el status de los individuos
así como las configuraciones de género a través de las cuales discurrió. Si bien
es cierto que, en el contexto colonial, dichas relaciones sociales estructuraron y
dieron forma a las experiencias asociadas con la sexualidad -entendida también
como práctica social-, no es menos cierto que las relaciones sodomíticas tuvieron
la capacidad para incidir sobre aquellas.
En este sentido, la sodomía fue capaz de restructurar o reinventar las po
siciones socioeconómicas y/o étnicas de los individuos sindicados como sodo
mitas, aunque más no sea, en el marco de las relaciones interpersonales. De
este modo, las relaciones sexuales establecidas entre individuos con orígenes
raciales o socioeconómicos diferentes pudieron mitigar sus distancias sociales
al calor de los encuentros íntimos. Asimismo, las prácticas sodomíticas tuvie
ron la capacidad de erosionar las relaciones de poder al poner en entredicho
U habitual correspondencia entre dominación social y sexual, especialmente,
cuando los individuos socialmente dominantes procuraron ser penetrados por
sus subordinados. La capacidad desestabilizadora de la sodomía también puede
observarse en la influencia que tuvo sobre ciertos sodomitas a la hora de vivir y
definir su mascuiinidad. Aun cuando durante el período analizado la sexualidad
no tiene una existencia autónoma para definir la subjetividad de los individuos,
la preferencia sexual que algunos hombres sintieron por otros hombres implicó
un cuesoonamtento radical a la identidad de género dominante. Eso fue posible
erectas al hecho de que las experiencias sodomíticas tocaron las fibras más íntimas
de las individuos inv olucrados en este tipo de prácticas sexuales.
Una segunda conclusión que emerge de la documentación analizada es el
marcado protagonismo de la población peninsular en los procesos seguidos por
«Mioma Si bien esta evidencia documental no permite aseverar que los varones
de origen peninsular fueron más afectos a este tipo de prácticas sexuales o que
él fenómeno de la sodomía fue una práctica marginal en el seno de otros grupos
étnicos, * puede afirmarse que la represión se dirigió, especialmente, hacia ese
de la aorirdad colonial. Un acercamiento cuantitativo a la composición
émnannproemwcnramaiev revela que el grupo de los peninsulares representó
el ' \ »k lo* individuos sindicados como sodomitas. Fue seguido por el grupo de
ios negros y wubtm que constituyeron d 14%, muy por detrás, por la población
i geru que represento el 8% de los casos y, finalmente, por los mestizos y mo-
0,001 apenas constituyeron el 2% del total de la muestra.
Esta actuación judicial orientada selectivamente hacia la persecución de las
imposturas sexuales de los varones peninsulares, debe interpretarse en el marco de
los desafíos que impuso una sociedad en formación como fue la sociedad colonial
peruana. N o sólo se trataba de disciplinar a los “cristianos viejos” que moraban los
nuevos territorios sino, fundamentalmente, de crear una comunidad de cristianos
capaz de integrar a la población indígena que, a través del bautismo, pasaban a
engrosar masivamente sus filas. Sin embargo, esta política de disciplinamiento
sexual encontró serias dificultades para su implementación, en la medida en que
la relajación de las costumbres que había caracterizado a las sociedades coloniales
desde los tiempos de la conquista se había extendido al punto de constituir la
norma más que la excepción. El aislamiento en el que vivían algunas poblaciones,
las dificultades de comunicación y el débil e incipiente control de las autoridades
favorecieron la multiplicación ée prácticas como el amancebamiento, la bigamia
o el adulterio que los agentes coloniales se propusieron erradicar. En ese esce
nario, si las autoridades civiles y eclesiásticas querían formar una comunidad de
cristianos atenta a las normas de la Iglesia -es decir, a las normas de la sodedad-
en principio, tenían que actuar sobre la pobladón antiguamente cristianizada
que serviría de espejo para los neófitos. No en vano muchos de esos esfuerzos
se dirigieron hacia los clérigos, quienes no sólo constituían el modelo a seguir
para el conjunto de la sociedad, en virtud del hábito que os tentaban, sino que,
en el contexto peruano, eran los responsables de evangelizar e hispanizar a una
masa de poblaciones reciente y dudosamente convertidas. Por lo tanto, fueron las
conductas y los comportamientos de los cristianos viejos los que estuvieron en el
ojo de la tormenta y, en ese sentido, la represión de las prácticas sodomíticas se
concentraron en ese segmento de la sodedad virreinal.
N o obstante, no todo fue represión como paredera sugerir el bajo impacto
cuantitativo de las causas judidales incoadas por sodomía. Si bien existió una serie
de condicionantes que afectaron la producdón y la conservadón documental,
es posible interpretar la escasa actividad procesal como el resultado de derto
espíritu tolerante que caracterizó a la sodedad colonial peruana. De hecho, los
casos analizados revelan que las conductas sodomíticas no fueron reprimidas de
manera inmediata sino que entre el inido de los comportamientos sodomíticos,
el conocimiento público, la denunda y la intervención judidal podían mediar
muchos años. Esa situadón sugiere que, en la medida en que se desarrollaran en
contextos privados o con discredón, este tipo de prácticas podían tolerarse tanto
por el entorno más cercano como por toda la comunidad. Como se analizara,
varios de los testigos que com parederon ante los magistrados admitían conocer
las apetencias de los acusados con anterioridad a la fbrmadón del proceso. Otros,
por el contrario, atestiguaban que a pesar de haber denundado el abominable
crimen ante las autoridades competentes, éstas se mostraban indiferentes res
pecto al hecho. Esta situadón fue más habitual en aquellos casos en que los
protagonistas pertenecían a los estamentos privilegiados de la sodedad virreinal
J70 CUANDO AMAR ERA PECADO
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