PERSPECTIVAS EPISTEMOLÓGICAS
CONTENIDO
Jean Bernard Racine nació en Neuchâtel (Suiza) en 1940. Efectuó sus estudios en
la universidad de Aix-en-Provence presentando su tesis doctoral de 3e Ciclo en
1965, sobre el tema L'appropriation du sol rural par les citadins dans le
Départament des Alpes Maritimes. Essai de géographie social (Pub. Annales de
la Faculté des Lettres, Aix-en Provence, La Pensée Universitaire, 1966, 256
págs.).
Nada hay más delicado para un geógrafo que emprender un discurso sobre el
discurso del geógrafo formulando explícitamente la hipótesis de que es posibte
relacionar el discurso geográfico con el discurso ideológico, y que esta relación
pone en duda la forma de conocimiento que propone nuestra disciplina en el
contexto de las ciencias actuales. El gran riesgo está en separar la teoría de la
práctica, en recrearse en las complicaciones: caer, en el peor de los casos, en la
palabrería o en la verborrea, o, en el mejor de ellos, en la metafísica, es decir,
colocarse de tal forma por encima de la realidad que alguien tenga la posibilidad
de preguntarse si la corriente de pensamiento que se sigue no defiende más una
opción ideológica que una epistemología geográfica. Una vieja reflexión del
filósofo marxista Louis Althusser no resulta demasiado alentadora al respecto.
¿No es él quien habla de estas "ilusiones ideológicas aplastantes de las que todo
el mundo es prisionero" y que haría falta por tanto clarificar y criticar a partir "de
conocimientos científicos nuevos"? (Althusser, 1964).
Tras la lectura de los debates que tienen lugar a propósito de la tilosofía marxista
una cosa queda en claro: la ideología se expresa de múltiples maneras y en
numerosos lugares, a través de distintas formas de comunicación y de
instituciones diversas. Pero no acaba de existir acuerdo sobre: su naturaleza
profunda; la cuestión de si es una o múltiple; la necesidad o posibilidad de
concebirla a nivel de la sociedad en general o en el de la sociedad de clases; si su
expresión está en determinados contenidos del saber o en las formas de su
apropiación, y si la relación entre ciencia e ideología tiene un carácter de ruptura
(Althusser) o de articulación (Rancière). Es comprensible que los marxistas se
sientan incómodos en esta situación. El Manifiestodel partido comunista, era
bastante claro en 1848, cuando decía que "las ideas dominantes son las ideas de
la clase dominante", cita muy frecuente en toda la literatura geográfica y
económica de la corriente "radical" norteamericana. Sin embargo, Henri Lefebvre
(1966) ha mostrado que para Marx el concepto de ideología tenía por lo menos
tres significados distintos: "representación ilusoria de lo real", "teoria que ignora
sus presupuestos", "teoría que generaliza el interés particular". Los especialistas
del pensainiento marxista no se han puesto de acuerdo aún en la interrelación de
estas tres definiciones. Por nuestra parte, nada podemos añadir al respecto.
Incluso en el marco relativamente restringido del concepto marxista de ideología,
son complejas las relac¡ones entre conocimiento e ideología. Adoptaremos por
ello el punto de vista del filósofo marxista Henri Lefebvre (1970), el cual -más
prudente que Louis Althusser, para quien la "ciencia" (revolucionaria) se
construye contra la ideología- admite que "si al intentar definir un criterio
riguroso de la cientificidad alguien afirma que la ciencia y la ideología se
excluyen, nada resiste, todo salta en pedazos y en primer lugar la cientificidad de
Marx. ¿Cuál es la serie de proposiciones que no contiene una huella o un germen
de ideología?". David Harvey lo formula explícitamente en la presentación de su
obra Social Justice and the city:"los capítulos de la segunda parte -dedicados a la
formulación socialista de los problemas urbanos- son ideológicos en el sentido
occidental del término, mientras que los de la primera parte -dedicados a las
formulaciones llamadas "liberales"- lo son en el sentido marxista" (Harvey,
1973).
En todo caso, no defenderemos aquí que la elección del segundo concepto sea
forzosamente superior a la del primero. Todo depende de lo que se quiera hacer
inteligible. Y, en primer lugar, tener conciencia de ello. ¿Quiere decir esto que
hay "palabras engañosas" que serían las palabras de la ideología burguesa, y
"palabras-exactas (ciertas)", las de la ciencia, o bien de "las ciencias", en
realidad, de la ciencia marxista-leninista? El que hoy se pueda plantear esta
cuestión sabiendo de antemano que habrá lectores que responderán de forma
afirmativa (por lo menos, los discípulos de Althusser), legitima que se la plantee
a la comunidad de geógrafos. Los estudiantes que ya han leído a sus "clásicos"
comienzan a plantear el problema no sólo interrumpiendo la explicación de tal o
cual profesor, sino también con la elección del tema de su memoria o de su tesis,
explicando que se basan en una "ciencia proletaria", ciencia de los dominados,
por oposición a una "ciencia burguesa", que sería la ciencia de los dominadores.
Deben ignorar ciertamente que, a la izquierda de Althusser, se impugna de modo
radical la problemática de la "desigualdad entre un saber y un no saber", así como
la dicotomía entre las "dos" ciencias. Para Jacques Rancière, por ejemplo, "no
hay una ciencia burguesa y una ciencia proletaria. Hay un saber burgués y un
saber proletario" (Rancière, 1974), ya que "la ciencia", tal como la piensa
Althusser en oposición a la ideología "representación de la relación imaginaria de
los individuos con sus condiciones reales de existencia" -en realidad el "discurso
marxista oficial", de la ciencia- se resuelve finalmente "en la doble justificación
del saber académico y de la autoridad del Comité Central". "La ciencia" se
convierte en consigna de la contrarrevolución ideológica. En último extremo, la
teoría de la ciencia que defiende Althusser permanece, según Jacques Rancière,
en el mismo plano que las ideologías que pretende combatir, "es decir, que, a su
manera, refleja la posición de clase del intelectual pequeño-burgués".
Pero hay algo más que las palabras y los conceptos. La "problemática", a su vez
queda cuestionada tanto a nivel de los objetivos de inteligibilidad como de los
métodos escogidos para alcanzarlos. La decodificación ideológica es tanto más
delicada de llevar cabo en este caso e igualmente ambigua en sus resultados. Para
el autor de este trabajo que considera como definitivamente adquirida la
revolución cuantitativa, existe el gran peligro de que un planteamiento tan
legítimo y esperado sobre lo que transmiten nuestros diferentes tipos de discurso,
desemboque en una empresa contrarrevolucionaria que nos haría retroceder
veinte años atrás. A diferencia de ciertos geógrafos marxistas o "marxianos"
franceses, los geógrafos "radicales" de América del Norte no lo desean en
absoluto. Para ellos, la "nueva geografía" ha roto afortunadamente con el
discurso tradicional, estrictamente descriptivo y consagrado únicamente al
descubrimiento de las individualidades, de las personalidades regionales,
discurso desarrollado según el modo inductivo que utiliza una formulación de
tipo verborreico-conceptual e histórico-literario, refugio de lo multívoco y de lo
implícito. Ya era hora, en efecto, de que la "nueva geografía" denunciara la
degeneración de la geografía tradicional en una especie de colección académica
de "sellos de correos", adicionando entre sí las descripciones locales, regionales o
territoriales, sin preocuparse en realidad de hacer progresar de manera
significativa el conocimiento de los procesos que hayan causado tal o cual
situación geográfica, tal o cual estructuración espacial. Nadie debería discutir hoy
que ya no es tiempo de un saber particularizado en términos de acumulación
repetitiva de una información descriptiva. Por otra parte, no parece que, a este
nivel, exista nadie que quiera volver atrás.
Al fín parece que los matemáticos, empiezan a proponer de manera legible a las
ciencias humanas una serie de demostraciones sobre los límites de utilización de
sus herramientas, tal como J. Scott Amstrong del MIT (1967) que ha tratado de
los peligros que supone la utilización de los métodos de análisis factorial sin el
apoyo de un réferencial teórico para evaluar los resultados inducidos; y como H.
Le Bras, de la Escuela Politécnica francesa (1974), que ha indicado la debilidad
de los métodos de análisis multivariados en el descubrimiento de estructuras
todavía desconocidas. Mientras, la nueva geografía continúa a fondo en su
búsqueda del orden en los sistemas de datos que maneja. Se plantea entonces la
cuestión de saber cual es el valor de una investigación en la que se presupone, sin
ninguna demostración previa, un orden subyacente a una estructura, y en la que
seguidamente se trata de descubrir dicho orden como única conclusión lógica de
la investigación.
Es forzoso admitir actualmente que una cierta forma de investigación del orden
traduce de modo cuasi explícito la existencia en el espíritu del investigador, de
una intensa orientación ideológica. La nueva geografía anglosajona, tal como la
ilustra el que consideramos como el mejor y más útil de sus manuales, notable en
muchos sentidos (Abler, Adams, Gould, 1971), desorienta al lector que no esté
familiarizado con el modo de per$sar anglosajón. Sirvan como botón de muestra
los dos primeros capítulos del libro, cuyo objeto es explicitar la problemática de
base de una geografía que se pretende científica. Se puede estar de acuerdo con
los autores en que la función esencial de la investigación científica consiste en
ordenar nuestras experiencias del mundo, en modelarlas de forma que se las
pueda manipular, así como en evidenciar que en la naturaleza hay más orden de
lo que parece a condición de buscarlo. Aunque no habría que pretender encontrar
orden a toda costa, ni que se le creara allí donde claramente no existe, Y ello por
cuanto es legítimo plantearse cuestiones, en este sentido, que van mucho más allá
de los prejuicios de métódo: pues, si el descubrimiento de las regularidades entre
los fenómenos estudiados significa la existencia de un orden en el mundo, ¿no
tienden esas regularidades a convertirse, a su vez, en significaciones, con el
riesgo consiguiente de que éstas intenten justificar, naturalmente la existencia de
ese orden subyacente? Al no estar sometido a crítica, puesto que se le refiere a
una especie de "filosofía de la ciencia", el orden subyacente se convierte en orden
precisamente ideológico "desde el momento en que no es más que una
generalización a partir de experiencias anteriores, y se convierte en una verdad
absoluta, a la que se puede llegar a venerar (o a odiar), y en cualquier caso, hacer
objeto de superstición" (Maffesoli, 1975).
Este es un primer punto. Hay otros, pero de ellos apenas si se encuentra la más
mínima huella en la bibliografía y en los debates de los geógrafos. Sin embargo,
quisiéramos introducir aquí una crítica que, si bien se desprende, de las
observaciones que, en nombre del conjunto de las ciencias humanas, dirige un
Lucien Soldmann a un pensamiento teórico, al estructuralismo de Lévi-Strauss,
también concierne directamente a la geografía que, desde hace algunos años, se
pretende "estructuralista"" o, más exactamente, como veremos después,
"sistémica". Para Coldmann, el estructuralismo de Lévi-Strauss elimina, en su
propia estructura y por los métodos que elabora la teoría que le subyace, el
problema del sentido y el de la historia. Cuanto más lo haga, "menos necesitará
comprometerse explícitamente en la defensa del orden existente". Así, nos dice,
"el estructuralismo formalista es completamente ajeno a los problemas sociales y
políticos, situando las valorizaciones implícitas a nivel de la metodología". El
resultado es, evidentemente, el mantenimiento, sin discusión alguna, del
capitalismo de organización y, a través de las producciones de las ciencias
sociales, el desarrollo de la ideología dominante. La formalización estructuralista
de la noción de región que se puso de moda en Francia con los trabajos de Roger
Brunet (1969, 1972) y que supera hoy el problema de la región para abarcar
cualquier espacio geográfico que se pueda definir como organizado por un
"sisterna" (cf; Dollfus y Durand-Dastes, 1975), podría ser objeto de las mismas
críticas.
Así se ve como se crean los lazos entre una cierta problemática, una metodología,
un útil, una ideología, y, finalmente, lo que hemos hecho pasar al lado de lo
verdadero, de la vida, o, al menos, de la actividad humana productora y creadora
(la praxis), generadora del devenir, constitutiva, como dice Lefebvre, aunque
también destructora de las estructuras. Lo que, en definitiva, equivale a plantear
el problema de la dialéctica, la dialéctica de las contradicciones.
¿Quiere esto decir que este tipo de enfoque nos asegura la "verdad"?
"¿Dónde está, pues, la periferia? ¿Dónde se localizan, en un mapa del mundo los
países subdesarrollados?" Por otra parte, "la formulación geográfica según la
cual un país (dominante) ejercería un rol sobre otro país (dominado) ¿no sería
ambigúa?" (Lacoste 1976c). Se vuelve, pues, a las palabras y al simple dónde y
qué de la geografía tradicional. Esta imposibilidad de separar la problemática
tanto del método como del lenguaje pone de manifiesto la importancia de la
cuestión, así como la dificultad de la objetividad, la dificultad de pensar el saber
científico como un saber verdadero que se opondría al saber de la ideología, y en
particular de la ideología dominante. ¿A partir de cuándo nos ponemos al
servicio de esta última, aunque sea quizás de una manera inconsciente? En último
extremo, y quedándonos únicamente en el plano de lo cualitativo, para quien
acepte el postulado de la naturaleza dialéctica de todos los fenómenos que se
inscriben en el espacio y en el tiempo, todo discurso que no integre la
problemática del materialismo histórico y dialéctico es científicamente falso si se
postula que la dialéctica es "en primer lugar el movimiento real de una unidad
que se está haciendo, y no el estudio simplemente, siquiera funcional y dinámico,
de una unidad ya hecha" (Sartre, 1960). Científicamente falso porque pasa al lado
de lo verdadero. Por eso se dirá que la geografía ha de ser dialéctica, porque las
situaciones que estudia son situaciones dialécticas. Tal es la posición de un Pierre
George (1970), aunque también lo es de geógrafos que han pasado por lo
cuantitativo, como David Harvey (1973a, 1973b), Bernard Marchand (1974) y yo
mismo. Ideológicamente sospechoso -lo cual es todavía más fácil de concebir-
porque un discurso no dialéctico sólo ofrece una imagen parcial de las
contradicciones, un solo aspecto de una realidad cuya existencia es multiforme.
¿Quiere ello decir que se encontrará el medio de superar las contradicciones que
nos hemos visto obligados a subrayar hasta aquí, mediante una problemática
sistémica? Muchos investigadores lo piensan, sean o no marxistas.
Se comprende, pues, que al hablar de una geografía del "statu quo" que no
cambia nada, David Harvey demuestre, incluso de una forma implícita, que la
querella metodológica no afecta únicamente a los métodos ni tampoco a las
cuestiones de epistemología. Si hay una visión del mundo, esta visión implica su
devenir. Y uno se da cuenta hoy de que la discrepancia en las ciencias sociales
alcanza también -y sobre todo- a las intenciones prácticas del enfoque teórico.
¿Vamos a traer a colación aquí la querella de la geografía "aplicada", que ya está
superada? Se podrían leer de nuevo los debates que han agitado la geografía
francesa durante los últimos veinte años a la luz de los instrumentos críticos de
que disponemos en la actualidad. Pero los términos del debate original nos
parecen superados por completo y ya no conciernen sólo a la disciplina
geográfica. Más que de aplicación, o de acción directa más o menos tecnocrática,
de lo que se trata ahora no es de cuestionar el qué y el cómo de la actividad
científica, sino el por qué.
Mario Hirsch (1975) ha intentado reducir a una fórmula las divergencias entre el
positivismo y la Escuela de Frankfurt: "por un lado la constitución y la medida de
sistemas sociales funcionales artificiales, que se afirma que son calculables en
sus movimientos propios; por otro lado, la intención científica motivada por la
liberación del hombre frente a tales limitaciones impuestas por sistemas, que le
hace capaz de reducirlas de manera auto-reflexiva a sus energías creativas
originales, gracias a un estudio dialéctico que tenga en cuenta el conjunto de los
procesos sociales, cuyo carácter es histórico y procesual". Es evidente que, desde
esta perspectiva, una geografía "revolucionaria" ya no es una geografía
"aplicada", sino más bien una "geografía crítica", orientada por la voluntad
explícita de cambiar el mundo y no por el deseo de describirlo y comprenderlo
simplemente. De ahí la necesidad de buscar el por qué de las cosas, los
mecanismos rectores de naturaleza histórica y dialéctica. De ahí también el
descubrimiento del carácter irrisorio de la estadística inferencial y de sus tests de
la hipótesis nula en el marco de una lógica puramente aristotélica según la cual
las cosas son verdaderas o falsas de una vez para siempre.
Una vez admitido ésto, ¿puede intentarse una superación de las contradicciones
desveladas desde el doble plano del rigor científico y de la transparencia
ideológica? Nos parece que es hoy posible y necesario aproximar diversos
órdenes de conocimiento: el que nos viene evidentemente de los datos, y los
diferentes tratamientos que somos capaces de aplicarles (un necesario
neopositivismo); y el que también nos vendría de nuestra comprensión de la
naturaleza de las estructuras que estudiamos. A este nivel, el dilema quizá sea
capital. Intentaremos formularlo y superarlo dialécticamente.
Parece que la investigación geográfica en los próximos años estará dominada por
dos tipos de discursos: el de Brian Berry que propone un nuevo "paradigma" para
la geografía moderna en el trabajo colectivo Directions in Geography (Chorley,
1973), o el de un David Harvey (1973a) o un William Bunge (1973, 1974, 1975),
que buscan un "método para asegurar la supervivencia", una "geografía de la
supervivencia", o incluso una "geografía de la alternativa". Tanto de un lado
como de otro, se está muy lejos de la vieja geografía tradicional, inductiva,
empírica y cualitativa, que tantas veces ha sido denunciada. Sin embargo, y más
allá de la revolución de los años 60, "los jóvenes de la nueva frontera" de la
geografía de entonces se enfrentan hoy en los términos más violentos. Los
epítetos son otros tantos golpes bajos entre los "ex" de la revolución cuantitativa.
"Idiota" es una palabra muy empleada; también lo es la de "racista", o la mucho
más significativa de "gran brujo tecnocrático", "nuevo mandarín" ("del mismo
tipo que aquellos cuyos análisis han llevado al desastre de Vietnam" y, en la
misma línea de pensamiento, "Mc Namara de la geografía", cuya influencia
puede llegar a ser tan "devastadora" como la del Mc Namara original. Todo ésto
es Brian Berry a los ojos de David Harvey, y el trabajo del primero sobre
las Consecuencias humanas de la urbanización (1973) revela a Harvey, autor
de Social Justice and the City, que el "maestro" oficial no tiene nada interesante
que decir sobre un tema en el que se considera experto (Harvey, 1975, recensión
de la obra de Berry en el número 1, 1975, de Annals of the Assotiation of
American Geographers: p. 99-103).
Parece que Brian Berry haga derivar su problemática desde un terreno particular,
el de la física, y su modo de formalización del que nos propone la cibernética. Ya
no es el "método científico" lo que se plantea como un a priori concebido para
conformar la naturaleza a su imagen y semejanza, salvar sus postulados teóricos
al precio de una mutilación de la realidad, sino que son las exigencias de una
realidad las que se han planteado, en primer termino. Sería necesario, sin
embargo, poder asegurar que la hipótesis de un isomorfismo entre estructuras
ligadas a procesos naturales y estructuras como expresiones de prácticas sociales
históricamente determinadas, es plausible por una parte, y que por otra, no
presenta peligros, es decir, que sea refutable.
Pero no es ésta, sin duda, la intención de un Brian Berry. Hacerle esta crítica
equivaldría de todas maneras un proceso de intención. Por nuestra parte,
preferimos situar su aportación en otros términos diciendo que su adopción de los
modelos físicos se debe a que toda interacción pone en acción una energía; que
esta energía es, en sentido propio, una capacidad de interacción y que sus
distintos niveles de la realidad corresponden a magnitudes diferentes de la
energía de interacción puesta en juego. Si éste fuera el pensamiento de Brian
Berry, parece que la analogía sería útil para toda la reflexión geográfica, a
condición, en todo caso, de que en el momento de llevarla hasta las actividades
sociales, la analogía no sirviera más que a título de modelo, de guía de reflexión,
para poder plantear hipótesis refutables. En caso contrario, y si se aplicara sin
precauciones al estudio de los resultados de las prácticas sociales, ese tipo de
discurso tomado de los dominios de la naturaleza, puede presentar el peligro de
tener un efecto social específico para quien no sepa decodificarlo, es decir, para
la mayoría de la gente: permitir que la clase
dominante naturalice y universalice las contradicciones sociales estructurales y
la crisis que se derivan de ellas.
En otro trabajo hemos dicho que este peligro debe quedar señalado entre los
geógrafos (Racine, 1976). Tanto nuestros estudios urbanos como las geografías
económicas están llenas hoy de resultados empíricamente (y matemáticamente)
sanos, pero cuyo efecto es siempre el mismo: autorizarnos a dejar en suspenso las
cuestiones, a "no ver un poco más lejos, ni con mayor profundidad tampoco, más
allá de las propias narices". Baste un ejemplo, el de nuestros modelos de
crecimiento de las densidades urbanas Las llamamos alométricas, por referencia
a la ciencia de las relaciones entre las evoluciones de forma y de tamaño, y nos
sentimos orgullosos de ello. Se las ha verificado en casi todos los sitios. El
problema aparece cuando, al cruzar las curvas temporales y las espaciales,
descubrimos la existencia de un umbral crítico que ligamos a la aparición de
desequilibrios sociales, observables empíricamente desde luego, pero que no
serían sinola expresión de los desequilibrios biológicos en las relaciones
interpersonales. El descenso de las densidades que se constata, quedaría ligado
entonces a la aparición de una agresividad ligada asimismo al hacinamiento de
las poblaciones, cuya ley se conoce y ha sido "comprobada experimentalmente".
¿Entre las ratas? , pregunta Manuel Castells. Eficaz en su contenido social, el
discurso puede ser falso en su contenido científico, al menos con respecto al
objetivo apuntado (Castells, 1975). Sin embargo ese es el discurso de algunas de
las mejores escuelas norteamericanas, sobre todo, de los futurólogos.
Que nosotros sepamos, ningún geógrafo se ha aventurado tan lejos más allá de la
constatación de la correlación entre el umbral de densidad y la aparición de
trastornos sociales. Lo que ocurre es que algunos de ellos se plantean en el
estudio de los hechos sociales la cuestión siguiente: ¿existe de verdad una
diferencia significativa entre la utilización de los conceptos tomados de la
historia de la materia, y nuestro viejo determinismo funcionalista, que en su
forma moderna sugiere que "el marco de vida determina el contenido de la vida"
o bien que "las formas espaciales determinan las relaciones sociales"? Lo que
toda esta problemática parece olvidar y, en efecto, olvida, es que las formas
espaciales, desde el punto de vista del hombre, pueden concebirse igualmente
como una "relación social, y que para esta dialéctica social se han de forjar
conceptos nuevos (Castells, 1969). Esta es precisamente la tarea que se han
propuesto, después de su relectura de Marx, el filósofro Louis Althusser y tos
investigadores de la Escuela Normal Superior (Althusser, 1965; 1974; Althusser
y Balibar, 1968; Badiou, 1961), y, más tarde, todo el equipo de sociólogos
neomarxistas del Centro de Sociología Urbana de París, cuyos trabajos no sólo
renuevan la problemática urbana sino también el pensamiento marxista. Las
obras de Manuel Castells (1973), André Lipietz (1974), Ch. Topalov (1974), J.
Lojkine (1972), Castells y Godard (1974) y E. Preteceille (1973, 1975) son
ejemplares en este sentido. Por una parte, proponen una crítica radical de la
función ideológica do un cierto tipo de discurso aparetemente científico -pero
que no lo es- y, por otra, anuncian en la sociología francesa una verdadera
revolución, siendo así que en Francia el marxismo, o más bien, los "marxismos",
habían adquirido carta de naturaleza, sobro todo después de la Liberación,
aunque -según un comentario de Yves Lacoste a propósito del marxismo de los
geógrafos- a través esencialmente "de vagas peticiones de principio que apenas si
han hecho avanzar la investigación cuando se ha tratado de precisar el objeto de
estudio y más exactamente de formular una hipótesis" (Lacoste, 1976a). Las
cosas son muy distintas en la actualidad en todos los terrenos del saber, y, desde
este mismo año, incluso en geografía. Lo cual nos autoriza a volver a otra
totalidad", la que propone el marxismo.
La segunda ley (o ¿principio? o ¿axioma?) establece que "la esencia del hombre
no es una abstracción inherente al individuo aislado; en su realidad, es el
conjuhto de las relaciones sociales" (Marx, Sexta tesis sobre Feuerbach, 1845).
Estos dos principios han inspirado todos los ataques contra los estudios llamados
"racionalistas liberales" que proyectan la imagen de una sociedad formada por
una amalgama de individuos, que mantienen relaciones competitivas y
conflictivas. "Individualismo, libertad económica e igualdad jurídico-política,
estos elementos del pensamiento metafísico occidental –según Piaget- devienen
la ciencia de un universo naturalizado de cosas y de individuos". Para el
antropólogo Gerald Berthoud "esta visión liberal del capitalismo deja aparecer
una imagen atomizada de la sociedad, reducida a estrategias individuales, o
incluso a opciones y decisiones. Esta lectura de lo social tiene, entre otras
ventajas, la de eludir toda idea de lucha de clases, en provecho de una
"pulverización" del conflicto, que lo reduce a su sola dimensión individual.
Ahistórico por excelencia, el sociocentrismo liberal se base en el postulado de
una identidad exclusiva de la naturaleza humana, no sólo en sus invariantes
biológicas, sino también en los comportamientos individuales".
Del mismo modo, cuando el ecólogo factorial, o incluso cuando hasta el mismo
especialista radical de la geografía del comportamiento, consideran que la esfera
del consumo, y consiguientemente del comportamiento, se compone de familias
cuyo conjunto, relativamente homogéneo, está únicamente "estratificado" de
acuerdo con diferencias demográficas, geográficas, socioprofesionales, de rentas,
de nivel de educación, de prácticas culturales, etc.... y que el estudio del consumo
se agota en múltiples investigaciones de correlación lo más ajustadas posible
eistadísticamente a cada tipo particular de consumo (Preteceille, 1975), el efecto
teórico principal, a pesar del interés empírico de tales trabajos consiste en poner
de relieve ese continuum de categorías. Esto es precisamente lo que hacen los
"factors scores" (peso local de los factores) del componente principal del espacio
social, tradicionalmente descubierto, y que los ecólogos factoriales han bautizado
con el nombre de "status socioeconómico". Si no se lleva cuidado, es decir, si se
trabaja sin un soporte teórico preciso con el que confrontar los resultados
empíricos, la consideración del continuum de los "scores" puede conducir,
"inductívamente", a un razonamiento que, en razón de la misma lógica que
preside su descubrimiento, niegue prácticamente la existencia de clases sociales
no sólamente opuestas sino ni tan siquiera definidas y delimitadas. Una vez más,
la contradicción capital-trabajo queda escamoteada, y ya sólo se hablará de
desigualdades entre categorías sociales, entre las favorecidas (ésta será la
categoría de los cuadros superiores y de las profesiones liberales, y no la de la
acumulación de capital) y las "desfavorecidas" (pero no "explotadas").
En espera de poder opinar sobre datos concretos, hagamos notar que este tipo de
reflexión no es forzosamente determinista, aunque incluso el marxismo se haya
podido confundir y haya sido confundido con un esquematismo positivista. Pues
en la formulación concerniente al modo de producción, el "en general" tendería a
relativizar el "dominio", haciendo la formulación más probabilista que
determinista. Como ha puesto de relieve Michel Maffessoli (1975), el texto de
Marx citado más arriba continúa de este tenor: "Pero hay también las formas
jurídicas, políticas, religiosas, en las que los hombres toman conciencia de este
conflicto y lo llevan hasta el fin". En el pensamiento de Marx hay lugar para algo
más que un determinismo económico simplista, pues el mundo social no se puede
reducir al mundo de la producción y al del intercambio. Los geógrafos marxistas
deberían tenerlo pn cuenta. También ellos, incluso desde una perspectiva
marxiana, correrían peligro de ocultar una parte de la realidad. Si la geografía
marxista consiste en un enfoque puramente económico -y hasta economicista- de
lo social, es decir, en una explicación del conjunto a partir únicamente del
análisis de los medios de que una sociedad se dota para asegurar su
supervivencia, se trataría entonces de una problemática análoga a la de un
Christaller, aunque arrancara de premisas muy diferentes. En realidad, creemos
que las cosas pueden ser muy distintas, aunque todos podamos reconocer el peso
determinante del modo de producción.
Al término de este análisis ¿puede esperarse que a un lado y otro de las fronteras
ideológicas se haya comprendido la lección dada por el autor de la Crítica de la
razón dialéctica en sus "cuestiones de método"? Una vez criticado el hecho de
que algunos geógrafos en posesión de lo que ellos creen ser la mathesis
universalis, apliquen su método indistintamente a objetos de estudio naturales y
sociales en primer lugar, y, en segundo lugar, indistintamente a cualquier tipo de
fenómeno social sin que se hayan tomado el trabajo de demostrar la
correspondencia ontológica entre categorías científicas y estructuras de la
realidad -lo que evidentemente puede desembocar en aberraciones- nos queda
todavía por definir la naturaleza de esos procesos sociales y, por consiguiente,
recurrir a una teoría de la sociedad. ¿Puede derivarse esa teoría de la imagen del
mundo que nos da, por ejemplo, la física cuántica, por isomorfismo? En esta
dirección parece que se orienta actualmente un Brian Berry. ¿Podría derivarse
esta teoría de la problemática marxista? Esto es lo que intentan los geógrafos del
movimiento radical en Norteamérica, y lo que está empezando a conseguir en
Francia la nueva escuela de sociología urbana. Me parece que la opción entre
ambas posiciones es todavía asunto de fe, con la salvedad de que la segunda
postura puede parecer más conforme a una lógica concreta en la medida en que
es específicamente social.
Parece que una experiencia de este tipo se ha llevado a cabo en Ginebra bajo la
dirección de Jean Piaget que, a lo largo de su carrera, ha sabido hacer trabajar de
modo notablemente creador a marxistas y no marxistas. En el sentido
epistemológico del término (SUSTEMA, es decir, las cosas que van juntas... a
pesar de todo), el sistema propuesto a nuestra reflexión y a nuestra práctica
científica derivarán sin duda de ese estructualismo y esa epistemología genética
cuyo fundador y teórico ha sido Piaget, y que quizá hagan posible que un día los
geógrafos dialecticen su utilización del enfoque sistémico tradicional, tarea que,
me parece, es prioritaria. Hablando del positivismo lógico Piaget denunciaba un
error central que deseo no cometan los geógrafos liberales o radicales, en los
siguientes términos: "transformar el método en doctrina", "codificar el análisis
formalizante hasta hacerlo solidario del dogmatismo, del más peligroso
dogmatismo en ciertos aspectos, el de las tradiciones positivistas que querrían
encerrar la ciencia dentro de fronteras definitivas en lugar de dejarla libre de
practicar las aberturas que su dialéctica interna le lleva incesantemente a
imaginar y a ensanchar" (Piaget, 1969).
Con esta óptica, ¿qué dirección podemos imprimir a nuestro trabajo de geógrafo?
¿Cuál puede ser el objetivo de una geografía activa? William Bunge, uno de los
padres de la "nueva geografía" teórica, deductiva, cuantitativa, nomotética, y
también el más "radicalmente" comprometido de los geógrafos norteamericanos,
escribe en el trabajo colectivo Directions in Geography (Chorley ed., 1973), al
final de un artículo titulado "Etica y lógica en geografía", una respuesta
admirable a la pregunta que formulábamos: "que la tierra esté llena de regiones
felices". Quedándonos más acá de la utopía ¿podríamos formular un nuevo
proyecto para una ciencia del espacio que estuviera al servicio del hombre? En
este sentido, permítasenos unas cuantas consideraciones a título personal.
Pero el espacio que intenta producir el aparato de Estado, que es producido por
tal o cual modo de producción, por tal o cual clase social, no es forzosamente el
espacio en que desearía vivir la mayoría. Lo cual es suficiente para que algunos
geógrafos se pregunten cómo ejercer un control sobre la producción de nuestro
espacio, es decir, el lugar de nuestra ética (ethos: estancia y modo de vivir, a la
vez, según recuerda Bernard Rordorf en La transformation de l'espace
habité, "Bull, du Centre protestant d´Etudes", julio 1975), cuyo destino parece
estar en manos de los poderes dominantes y egoístas de nuestra sociedad.
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