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Género y sus perspectivas
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Género y sus perspectivas

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Un grupo de especialistas en estudios de género abordan en este volumen una diversidad de temas con variados enfoques: feminismos, educación con perspectiva de género desde la infancia, no binarismo y mirada trans, luchas por los derechos LGBTI y su registro histórico, construcción social de la masculinidad, escrituras de mujeres, hackfeminismo, labores de cuidado y presencia de las mujeres en el espacio público, entre otros. En conjunto los textos invitan a pensar el género desde diferentes ángulos y perspectivas teóricas.
LanguageEspañol
Release dateJul 24, 2023
ISBN9786073073981
Género y sus perspectivas

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    Género y sus perspectivas - Odette Alonso

    Género y sus perspectivas Abrir las librerías a la diversidad

    Las librerías son más que un espacio mercantil para la producción editorial. Si bien esta función no se debe descuidar ni ignorar, el producto que se vende y distribuye en esos espacios, los libros y otras publicaciones, es una ventana a la diversidad del pensamiento, de los creadores editoriales y de los lectores.

    El ciclo Género y sus perspectivas fue un esfuerzo de Susana Cano, Odette Alonso y numerosas personas de dentro y fuera de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM para acercar a la comunidad universitaria y a quienes visitan las librerías Jaime García Terrés (ubicada en Ciudad Universitaria) y del Palacio de Minería (en el Centro Histórico de la Ciudad de México) a conversaciones actuales sobre la diversidad de expresiones acerca del género.

    Este ciclo, que en sus momentos iniciales se tituló Reflexiones acerca de la equidad de género, dio espacio a mesas de diálogo sobre la construcción de la masculinidad, las escritoras más notables de siglos recientes, poesía y crítica cinematográfica contemporánea de mujeres jóvenes, producción de fanzines y medidas de autocuidado en medios digitales. Los años siguientes, el ciclo de charlas recibiría el nombre Género y sus perspectivas, y mantendría la idea original, que había demostrado ser del interés tanto de la población estudiantil como de los visitantes recurrentes de los espacios físicos y virtuales de Libros UNAM.

    Mi colaboración en el proyecto, además de hacer la difusión de las actividades en redes sociales, consistió en apoyar en contactar a las personas que sería invitadas, planear la logística de las actividades, organizar el espacio de las librerías para recibir a ponentes y visitantes, además de llevar un registro de estos últimos, con el fin de elaborar los reportes de desempeño. De esta última tarea se obtuvo la información fundamental que determinó la continuidad de este ciclo por un par de años y también el testimonio del interés generado entre el variado público de las librerías universitarias.

    Aunque éste no fue el único ciclo de pláticas que se realizó en los dos recintos mencionados durante 2017, 2018 y 2019, sí fue de particular interés, ya que se abordó una amplia variedad de temas que hicieron hincapié en inquietudes, dudas, memoria y reivindicaciones de sectores de la sociedad como mujeres o personas LGBTTTI+ que han enfrentado algún tipo de discriminación por cuestiones de género. Este interés se tradujo en una asistencia constante de público entusiasta por conocer temas de género abordados de manera rigurosa, empática y directa a diferencia de la utilizada por los medios de comunicación convencionales. Ejemplo de ello fueron las charlas en torno a diversas expresiones y estudios sobre las masculinidades mexicanas, en las cuales la asistencia superó por mucho las expectativas, de suerte que en la sesión se requirió todo el mobiliario disponible en nuestras librerías para la comodidad del público asistente.

    Además, estos eventos resultaron una excelente oportunidad para que la gente interesada en los temas y nuestros invitados conocieran la ubicación, historia y acervo de dos de las sucursales de la red de librerías de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial. Ya fuera cuando la asistencia desbordaba la capacidad máxima de los espacios o cuando era de poco más de una docena de personas, lo más satisfactorio fue ver a los visitantes, atraídos por los títulos de las ponencias y los ponentes, salir con libros, revistas o la información sobre el precio o la disponibilidad de éstos. A veces las temáticas de las pláticas coincidieron con las de los libros y publicaciones exhibidos en los estantes y mesas, como estudios de género, derechos humanos, literatura de mujeres y personas LGBTTTI+, entre otros.

    De mi experiencia en el apoyo otorgado a Odette y a Susana en esta iniciativa me llevo el recuerdo de los momentos en los cuales los ambientes particulares de Ciudad Universitaria y el Centro Histórico se mezclaban con las conversaciones, interactuando con músicos callejeros o estudiantes que asistían en búsqueda de material escolar y terminaban participando en las actividades. Haber formado parte de este ciclo también me permitió conocer la pluralidad de voces y maneras de expresión de personas pertenecientes a grupos sistemáticamente menospreciados y marginados, además de los esfuerzos por generar una cultura más justa y respetuosa entre las diversas personas que formamos parte tanto de la comunidad universitaria como de la sociedad mexicana.

    Espero que esta recopilación de las memorias de estos ciclos de exposiciones muestre la importancia de generar espacios de diálogo basados en el respeto entre las diferencias, el interés de nuestra sociedad por aclarar sus dudas acerca de los debates contemporáneos sobre cuestiones de género y el valor que tienen las librerías, en particular las de la UNAM, como recintos para propiciar el diálogo entre especialistas y visitantes diversos.

    Axel Alonso García,

    organizador del ciclo

    Cuidar la vida. Las mujeres y el derecho a la ciudad

    Lucía Melgar

    El derecho a la ciudad no debe restringirse al hecho de poder acceder al espacio urbano; debe incluir un factor de cambio que informe de las luchas sociales en torno a las decisiones que determinan quién y cómo se moldean las cualidades de la vida cotidiana en la ciudad, parafraseando a David Harvey.

    Este concepto puede parecer utópico en una ciudad tan desigual y depredada por el cartel inmobiliario y político, como es la Ciudad de México. Mientras que el desarrollo capitalista neoliberal la ha transformado en un lugar hostil a la vida, el autoritarismo ha asfixiado o cooptado una y otra vez a los movimientos sociales independientes, como el estudiantil de 1968 o el urbano popular de los años ochenta, entre otros. En la última década se han presentado manifestaciones de protesta masivas de cariz político nacional, como las del Movimiento por la Paz con Justicia y Libertad de 2011, contra la violencia provocada por la guerra contra las drogas o las marchas para demandar verdad y justicia tras la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Ha habido, asimismo, manifestaciones significativas en defensa de los derechos de las mujeres y contra la violencia hacia ellas.¹

    Construir un movimiento ciudadano independiente, que no se doblegue ante el poder o no se desarticule ante la represión, la manipulación o la depresión, es complicado. No obstante, los obstáculos y dificultades que afectan a los movimientos independientes, desde fines del siglo XX y en esta década, han salido a las calles mujeres de todas clases para protestar contra los feminicidios, las desapariciones y el acoso. A medida que el flagelo del feminicidio se ha vuelto más visible en la Ciudad de México y en otras regiones, la sociedad o ciertos grupos sociales han reaccionado con más fuerza. En particular han surgido grupos de feministas jóvenes e iniciativas individuales que usan las redes sociales para denunciar diversas formas de violencia contra las mujeres, y para exigir justicia. La existencia de estos grupos y sus acciones demuestran que la adversidad no impide la organización cuando hay voluntad de resistencia. Muchas personas y grupos difunden información y exigen justicia, otras acompañan a las víctimas, y hay quienes organizan y participan en protestas públicas. Con acciones públicas, mujeres y jóvenes han enunciado su determinación de retomar las calles de la ciudad, de hacerlas suyas, o por lo menos intentarlo.

    Las intervenciones de las mujeres en el espacio público mezclan formas comunicativas tradicionales y novedosas; participan por igual en movimientos sociales más amplios que organizan sus propias manifestaciones. Las mujeres han organizan marchas, plantones, performances artísticos, instalaciones y otras intervenciones en el ámbito público para exigir respeto a sus derechos humanos, como el derecho a decidir sobre sus cuerpos. Numerosos actos encabezados por mujeres, como las marchas del 8 de marzo y del 25 de noviembre, se han desarrollado tradicionalmente en la avenida Paseo de la Reforma, que podemos considerar espacio privilegiado de protesta. Hoy se habla de la resignificación de esta avenida por los antimonumentos a los 43, a los niños y niñas de la guardería ABC o a las víctimas de Pasta de Conchos. Hay, sin embargo, resignificaciones anteriores impulsadas por grupos de mujeres que vale la pena recordar para no excluirlas una vez más de la historia y la memoria de la ciudad.

    Una intervención duradera, aunque menos visible que los antimonumentos, es la que se dio en 1971, cuando un grupo de feministas se reunieron en el Monumento a la Madre para cuestionar la glorificación de la maternidad abstracta en un país donde se discriminaba y se discrimina a las madres de carne y hueso, y donde las mujeres no tenían derecho a decidir sobre su maternidad. Este cuestionamiento llevó posteriormente a añadir, bajo la placa original que decía: A la que nos amó antes de que naciéramos, otra que matiza: Porque su maternidad fue libremente elegida. A principio de los años setenta ése fue un escándalo que contravenía el tradicional, conservador y comercial festejo del Día de la Madre, creado en los años veinte precisamente con la intención de poner un dique a los cambios sociales que favorecían la salida de las mujeres de su casa y abandonar sus roles tradicionales. En 1978 un grupo de feministas culminó, en ese mismo lugar, una marcha de duelo por las mujeres muertas en abortos clandestinos, y desde entonces, el parque y la pequeña plaza donde se asienta el pétreo monumento se han convertido en punto de reunión de las protestas feministas, en particular de partida de las manifestaciones por el derecho a decidir, que suelen iniciarse ahí para dirigirse al Hemiciclo a Juárez, símbolo de la laicidad del Estado mexicano.

    Esta reapropiación de un sitio marcado por el conservadurismo se ha actualizado y fortalecido en años recientes gracias a los colectivos de familiares y madres de personas desaparecidas que, desde el 10 de mayo del 2012, se reúnen ahí para exigir justicia y verdad. La Marcha de la Dignidad, que reúne a familias de diversos estados del país, culmina en el Ángel de la Independencia, otro sitio de protesta que ha sido también resignificado por los movimientos sociales. La afirmación de las madres de que ellas no tienen nada que celebrar ese día saca a la luz pública la profunda contradicción entre el festejo consumista del día de la madre y la indiferencia de las autoridades, y de gran parte de la sociedad, ante el dolor de quienes buscan a sus hijos, hijas y familiares desaparecidos, en algunos casos por agentes estatales.

    La centralización de las decisiones políticas y económicas en nuestro país explica en parte que personas y organizaciones de provincia vengan a la capital a manifestarse. Es una forma de llamar la atención de las autoridades y de la sociedad, y recibir mayor cobertura mediática. Antes de que aquí se manifestaran las madres de los desaparecidos, venían año con año, desde Chihuahua, madres de jóvenes víctimas de feminicidio, que el 25 de noviembre exigieron verdad y justicia. El apoyo social a esas marchas, como suele suceder con la Marcha de la Dignidad, era escaso. Sin embargo, se logró difundir la imagen de las madres con su ropa negra y sombreros rosa, y sobre todo las cruces rosas que se han transformado en símbolo y recordatorio de los feminicidios.

    Las cruces rosas con que se conmemoró primero a las mujeres asesinadas en Juárez y Chihuahua se han convertido en símbolo y memorial en otros estados. En el Estado de México, por ejemplo, se han puesto cruces rosas para recordar a cada mujer en particular o para protestar por el feminicidio frente a los palacios municipales. Las autoridades estatales y locales no ignoran la fuerza simbólica de estas cruces, puesto que las han removido o cubierto de negro cuando están pintadas en postes de las calles principales. Las madres y familiares, a su vez, se han empeñado en ponerlas o pintarlas una y otra vez, en una lucha contra el olvido que el Estado pretende imponer. En un país donde se marca el dominio sobre un territorio con cuerpos mutilados y torturados que se tiran semidesnudos en un baldío o cerca de algún lugar emblemático, plantar una cruz o pintarla en las calles de una ciudad manifiesta una firme determinación de recuperar el espacio público para la sociedad, y es un desafío al dominio territorial de los grupos mafiosos.

    Como sabemos, en México la memoria es objeto de disputa. El caso reciente más claro es el de los 43 de Iguala, violación de derechos humanos que el Estado ha querido encubrir y acallar con una versión oficial que denomina verdad histórica. Por ello, contra el discurso oficial que niega la realidad de la violencia en general y de la violencia contra las mujeres en particular, recordar a las víctimas es una tarea imprescindible y urgente. Desde hace más de dos décadas, grupos de mujeres y organizaciones sociales han entendido la necesidad de hacer visibles y recordar estas violencias, y han salido a las calles para llevar a cabo intervenciones artísticas públicas que contribuyen a crear conciencia de los efectos de la violencia machista, acciones que demuestran la voluntad de las mujeres de participar de manera creativa en el espacio público y en la vida social.

    Así, hemos visto surgir símbolos y artefactos artísticos que han enriquecido el discurso visual de la protesta social. Difundidos por sus creadoras originales o por colectivos y personas que los adoptan, estos símbolos conservan su sentido original o cobran matices particulares cuando se les adapta a circunstancias particulares. Por ejemplo, en el Estado de México, Irinea Buendía empezó a hacer recorridos con una cruz itinerante para denunciar el feminicidio de su hija Mariana Lima. Algunos colectivos de jóvenes feministas han adoptado, además de las cruces, velos negros, flores y veladoras igual que los usaron las mujeres de Chihuahua en sus marchas, para conmemorar a sus propias víctimas en municipios azotados por los feminicidios y las desapariciones.

    Otro ejemplo son los Bordados por la Paz, que se han convertido en uno de los repositorios de memoria más potentes en años recientes. Surgidas en el contexto del Movimiento por la Paz con

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