2. John Leddy Phelan, The People and the Ring: The Comunero Revolution in
Colombia. 1781, Madison, WI. 1978, pp. 232-233, 237; Anthony McFarlane, Colom-
bia Befare Independence: Economy, Society, and Poli fies under Boitrhon Rule, Cam-
bridge, 1993, pp. 2 6 3 - 2 6 4 , 2 7 5 - 2 7 8 .
3. Para la referencia de Caballero y Góngora a lo que llamó el «Instituto de las
Colonias», vid. «Relación del Estado del Nuevo Reino de Granada (1789)», en José'
Manuel Pérez Ayala, Antonio Caballero y Góngora, virrey y arzobispo de Santa Fe
1723-} 796. Bogotá, 1951. p. 361.
LA IGLESIA Y LA INDEPENDENCIA 175
dividió en grupos de interés particulares, cada uno de ellos con sus dis-
tintos motivos de queja.
Los clérigos criollos se quejaron de discriminación en la distribu-
ción de beneficios y, a menudo, se planteó la acusación de que ésta era
una Iglesia dominada por obispos nacidos en España. En la segunda mi-
tad del siglo xviii, el 56,8 por 100 de la jerarquía eclesiástica america-
na estaba formada por peninsulares, en contraste con un 43,1 por 100
de criollos, señal de una creciente criollización que se acentuó a causa de
la negativa de cualificados candidatos españoles a aceptar nombra-
mientos en diócesis americanas. En algunas ocasiones, dos terceras partes
de los deanes de catedrales llegaron a ser americanos. No obstante, el
número de prelados nacidos en España que ocupaban sedes americanas,
especialmente las principales, era todavía elevado. En el siglo xvni, se
excluyó a los clérigos criollos de los mejores cargos de la Nueva Espa-
ña hasta tal punto que, entre 1713 y 1800, sólo un americano (un cuba-
no, no un mexicano) fue nombrado para una de las tres diócesis más ri-
cas de Nueva España, México, Puebla y Michoacán: los pocos naturales
de América que recibieron cargos fueron asignados a las diócesis más
pobres. Durante todo el periodo que va de 1700 a 1815, la diócesis de
Michoacán fue gobernada siempre por españoles peninsulares. En 1810,
sólo un obispado, el de Puebla, estaba regido por un criollo.4
La conciencia de la rivalidad entre los españoles y los americanos
era tan intensa entre los clérigos como en el resto de la población. En
1794, el capítulo de Valladolid en México (su dotación completa era
de 21, pero había seis puestos vacantes) contenía a diez españoles pe-
ninsulares. Una dominación europea de este tipo podía establecerse
sencillamente haciendo que el obispo ejerciera su importante patronato
en favor de sus compatriotas, siendo todos conscientes de su identidad
española y de la importancia de mantener la estabilidad del Estado co-
lonial y el carácter de la Iglesia colonial. Entre el clero ordinario, la
dríguez de Mendoza, rector del Colegio Real de San Carlos, una fun-
dación postjesuítica, reorientó los estudios tradicionales, introdujo cur-
sos nuevos como las ciencias naturales, la geografía y las matemáticas,
y dirigió los estudios filosóficos de Aristóteles y de los escolásticos a
«una Filosofía libre ... dispensados los alumnos de la obligación de
adoptar sistema alguna».13 Su biblioteca contenía muchos libros prohi-
bidos, incluso obras de Montesquieu y Rousseau, y su programa se
convirtió en el blanco favorito de obispos conservadores e inquisidores.
No obstante, el colegio sobrevivió y, en el proceso, educó a una gene-
ración entera de patriotas y republicanos.
Hispanoamérica, por lo tanto, podía desentenderse de España y
obtener la nueva filosofía directamente de sus fuentes en Inglaterra,
Francia y Alemania. La literatura de la Ilustración circuló con relativa
libertad. En México, Perú y Nueva Granada, había un público para
Newton, Locke y Adam Smith; y para Descartes, Montesquieu, Voltai-
re, Diderot, Rousseau y D'Alembert. La mayoría de las ciudades más
importantes tenía sus grupqs de intelectuales que apoyaban revistas y
sociedades económicas y que sobrevivieron a las atenciones de la In-
quisición. Algunos tuvieron mala suerte. En Bogotá, en 1794, Antonio
Nariño, un criollo adinerado, fue arrestado y juzgado por traducir e im-
primir la francesa Declaración de los derechos del hombre. En su de-
fensa ante la audiencia, presentó sus ideas como católicas y tradiciona-
les y procedentes de varias fuentes, aunque, de hecho, algunas de ellas
se parecían a las de Rousseau. La Ilustración fue una influencia mode-
rada en el cambio, pero no descatolizó América. Cuando, en 1810, Ma-
riano Moreno editó el Contrato social de Rousseau «para instrucción
de los jóvenes americanos», eliminó los pasajes que aludían a la reli-
gión. En este papel, la Ilustración fue una ideología que podía explicar
y legitimizar la revolución, más que actuar como un agente indepen-
diente del cambio.
Fue el nacionalismo criollo, más que el escolasticismo o la Ilustra-
ción, el agente que activó las revoluciones hispanoamericanas. Las exi-
13. Colección documental de la independencia del Perú, Lima. 1971, vol. I, n.° 2,
p. 89.
184 L A T I N O A M É R I C A , E N T R E C O L O N I A Y NACIÓN
L A REACCIÓN DE LA IGLESIA A LA I N D E P E N D E N C I A
cedo era un criollo y había participado con reparos en las primeras ma-
niobras de la elite criolla. Involucrado aún más en el conflicto en favor
de la paz y la resistencia a la agresión española, aceptó la presidencia de
la segunda junta y, en 1812, movilizó los recursos eclesiásticos en de-
fensa de la revolución. Exhortó a sus sacerdotes de parroquia para que
animaran a sus fieles a apoyar al gobierno del país, cuya legitimidad
descansaba en «la libertad que tuvieron los pueblos de elegir sus voca-
les representantes.» 20 Con la victoria de las fuerzas realistas, tuvo que
salir de Quito y fue expulsado a Lima en 1815, donde murió en 1816.
En la rebelión de Cuzco de 1814, un movimiento criollo movilizó
el apoyo de los indios. En él, los clérigos representaron un papel prin-
cipal como predicadores, capellanes y soldados, y José Pérez Armen-
dáriz, un criollo y obispo ilustrado que estuvo a favor de los indios,
bendijo la rebelión con las palabras: «Si Dios pone una mano sobre las
cosas de la tierra, en la revolución del Cuzco, había puesto las dos».21
Entre la jerarquía peruana, Pérez Armendáriz era una voz solitaria y,
después de que la rebelión fracasara, fue privado de su diócesis.
Narciso Coll i Prat, catalán de nacimiento, llegó a la archidiócesis
de Caracas en julio de 1810 para descubrir que los revolucionarios ya
habían depuesto la administración colonial. Él adoptó el punto de vis-
ta de que «no había ido a Venezuela a ser capitán general, sino a guiar
su rebaño como arzobispo». Sus intereses eran fundamentalmente los
de la Iglesia y del rey o, como él mismo lo expresó, «para sostener la
causa de V.M. y afirmar la tranquilidad de la diócesis». 22 Sin embargo,
en los seis años siguientes, trató con todos los gobiernos, realistas y re-
publicanos, siendo criticado por cada uno por mostrar parcialidad hacia
el otro. Consciente de que el clero inferior estaba dividido, estaba dis-
puesto a reconocer un gobierno republicano y, en 1811, declaró que «si
23. Citado por Carlos Felice Cardot, «La Iglesia ante la emancipación en Vene-
zuela», en HGIAL, vol. VII, Colombia y Venezuela, Salamanca, 1981, p. 283.
24. Pedro de Leturia, Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, 3 vols.,
Roma, Caracas, 1959-1960, vol. III, pp. 179-180.
25. Ibid, vol. II, p. 90.
190 L A T I N O A M É R I C A , E N T R E C O L O N I A Y NACIÓN
37. Javier Ocampo, Las ideas de un día: El pueblo mexicano ante la consuma-
ción de su Independencia, M é x i c o , 1969, pp. 230-246.
LA IGLESIA Y LA I N D E P E N D E N C I A 197
R O M A Y LA INDEPENDENCIA
38. Leturia, Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, vol. II, pp. 110-
113.
198 L A T I N O A M É R I C A , E N T R E C O L O N I A Y NACIÓN
lívar merece ser escuchado y considerado: aunque sólo fuese por su po-
lítica, se pueden esperar de él ventajas para la Iglesia en aquellas vastas
regiones».41 No obstante, éstos no eran los sentimientos dominantes en
Roma. Incluso antes de que la misión de Muzi hubiera salido de Italia,
las relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica habían padecido
un revés. Después de la muerte de Pío VII, un nuevo Papa, León XII,
fue elegido el 28 de septiembre de 1823. Dos días más tarde, Fernan-
do VII vio restaurado su poder absoluto en España, lo que reavivó las
esperanzas, aunque poco realistas, de una posible reconquista de Amé-
rica. El eje Roma-Madrid parecía estar vivo y activo.
León XII fue un fuerte defensor de la soberanía legítima y vio en la
restauración de Fernando VII una oportunidad para proteger los derechos
de la Corona y de la Iglesia en las Américas. Su oposición a la Inde-
pendencia, fervorosamente rogada por Madrid, no coincidía con la opi-
nión internacional y se dio en un momento en que los ejércitos de libera-
ción iban a conseguir su victoria final. Esto no impidió que decretara la
encíclica Etsi iam diu (24 de septiembre de 1824), que lamentaba los
grandes males que aquejaban a la Iglesia en Hispanoamérica, recomen-
daba a sus jerarquías «las augustas y distinguidas cualidades que carac-
terizan a nuestro muy amado hijo Fernando», guardián de la religión y
de sus subditos, y les instaba, como los españoles, a venir a la «defen-
sa de la religión y de la potestad legítima».42 La encíclica no satisfizo ni
a Fernando VII, que había deseado una orden más específica de la obe-
diencia a la monarquía, ni a la jerarquía americana, que la consideró una
aberración que no significaba nada para su gente. Varios obispos his-
panoamericanos, para evitar el riesgo de que los fieles perdieran fe en el
Papado o en la Independencia, prefirieron afirmar que el documento era
apócrifo. En cuanto a los gobiernos de Latinoamérica, eran de la opinión
de que la defensa de la religión no dependía de la lealtad a España y de
que el Papa no tenía ninguna jurisdicción sobre el gobierno temporal. 43
L O S LIBERTADORES Y LA IGLESIA
L A IGLESIA POSCOLONIAL
46. Leturia, Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, vol. II, p. 314.
47. Testamento de Bolívar, 10 de diciembre de 1830, en Simón Bolívar, Obras
completas. 2."ed., 3 vols.. La Habana, 1950, vol. III, p. 529.
LA IGLESIA Y LA I N D E P E N D E N C I A 203
día dejar de afectar a la otra. Esto era una ventaja y también lo contra-
rio. La religión americana, libre del control sofocante del Estado bor-
bónico, podía ahora mirar más directamente a Roma en busca de lide-
razgo y autoridad. Al principio, lo hizo en vano, pero, con el transcurso
del tiempo, cuando el papado respondió a las necesidades de América,
la Iglesia pasó de España a Roma y de ser una religión ibérica a una
universal. Esto evitó el surgimiento de iglesias nacionales, pero no eli-
minó la amenaza del control estatal de la religión. La Iglesia todavía se
inclinaba a buscar protección estatal. Todas las primeras constituciones
de los nuevos estados establecieron la religión católica como la reli-
gión del estado, excluyendo todas las demás. Los gobiernos nacionales
exigieron ahora el patronato (el derecho real de presentarse a reclamar
beneficios eclesiásticos) y, con el apoyo de algunos clérigos lograron
colocarlo en manos de políticos liberales y agnósticos. La Iglesia y el
Estado disputaron el asunto durante muchos años. En Colombia, la
ley del patronato aprobada por el Congreso en 1824 declaraba que la re-
pública debía seguir ejerciendo el mismo derecho al patronato que tenían
los reyes de España.4* En México, hubo un prolongado y persistente de-
bate entre políticos que querían el patronato para el Estado y clérigos
que deseaban dar un papel al papado y la Iglesia. En Argentina, Riva-
davia estableció casi un completo control estatal sobre el personal y las
propiedades de la Iglesia, una tradición que continuó Juan Manuel de
Rosas y que legaría a gobiernos sucesivos. Sólo fue gradualmente que
los estados seculares llegaron a ver el patronato como un anacronismo
y concluyeron la disputa separando la Iglesia del Estado.
En los años que siguieron a 1820, quedó claro que la Independen-
cia había debilitado algunas de las estructuras básicas de la Iglesia.
Muchos obispos, como Las Heras de Lima y los obispos de Trujillo,
Huamanga y Mainas fueron expulsados. La diócesis de Cuzco quedó
vacante a causa de que su obispo enfermó. Sólo el obispo criollo de
Arequipa, José Sebastián Goyenche, hermano del general realista, re-
sistió y sobrevivió gracias al apoyo de sus fieles: entre 1822 y 1834, él
48. Citado por Felice Cardot, «La Iglesia ante la emancipación en Venezuela»,
p. 295.
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