PSICOPATOLOGiA
GENERAL
GABRIEL P E S H A K S
EDITORIAL KAPELUSZ
B I B L I OT E C A DE P S I C O L O G I A C O N T E M P O R Á N E A
PSÍCOPATOLOGÍA
GENERAL
GABRIEL DESHAIES
Médico de Hospitales Psiquiátricos - Doctor en Letras
E D I T O R I A L K A P E L U S Z
Moreno 372 Buenos Aires
Título de la edición original:
PSYCHOPATHOLOGIE GENÉRALE
Publicada por Presses Universitaires de Francc, París (© , 1959)
Traducción de
BEATRIZ NOEMÍ PADULA DE NASSIF
LIBRO DE EDICIÓN AR GE N TI NA
)
Í N D I C E
Pa c .
Prejacio .................................................................................................................... 1
P rimera P arte
CONCEPTOS Y MÉTODOS
Secunda P arte
LA PERSONALIDAD MÓRBIDA
VII
Pío.
C apítulo ir. La conciencia mórbida ..................................................................... 67
1. La toma de conciencia ............................................................................... 68
2. La penetrabilidad ............................................................................................ 71
3. La actitud del enfermo ................................................................................. 73
T ercera P arte
VI H
P R E F A C I O
1
cuidado de no deformar nada y de guardar el contacto con
los hechos. Ciertamente, no hay más que una manera de pre
tenderlo. La nuestra nos ha parecido buena, sin duda, puesto
que la hemos adoptado, y creemos no ser los únicos en juz
garlo así.
Nos ha parecido útil ordenar una exposición de este gé
nero de acuerdo con tres objetivos principales: en primer
lugar, los conceptos y los métodos, que definen la materia
y los medios del estudio; luego, la personalidad, centro y
forma viviente de la psicopatología; y, finalmente, las es
tructuras patológicas, modalidades formales y evolutivas de
los procesos mórbidos, cuyos determinismos generales serán
examinados desde el doble punto de vista teórico y práctico.
2
P r i me r a Parte
CONCEPTOS Y MÉTODOS
Capítulo I
1. PRIMER ENFOQUE.
5
recto de éstos no sea suficiente para el completo conocimien
to de aquéllos. No se trata aquí de un principio a priori
apoyado sobre el dualismo de cuerpo y alma, sino dé un
principio metodológico de apreciación de nuestros conocimien
tos y de diferenciación cualitativa de los sistemas de los
fenómenos estudiados. 2 ° En ese estudio se utiliza una vía
de acceso especial, perteneciente al plano de la personalidad
humana, que se impone cualesquiera sean los otros métodos
empleados. Dicho de otra manera: si existe un “ hecho psi
cológico humano” , existe un “ hecho psiquiátrico” que de
termina un objeto y un método de estudio propios. Si estos
postulados pueden ser teóricamente rechazados en nombre de
una concepción ideal de la ciencia acabada, nos parecen casi
indispensables, a posteriori podríamos decir, en el caso de
una ciencia incompleta y quizá inacabable.
Admitido el dato psiquiátrico, se encuentra definido un
objeto que se pi'esenta como el objeto mismo de la psiquiatría.
Desde un principio muy adherida a la patología orgánica, la
psiquiatría se muestra hoy totalmente impregnada de psico
logía, y hasta de sociología; y no desdeña las teorías, aunque
con suerte muy desigual. ¿La psicopatología se reducirá,
pues, a la psiquiatría? No, son hermanas gemelas, pero con
destinos, a pesar de todo, muy diferentes.
Aunque sea calificada de general, la psiquiatría sigue
siendo esencialmente médica. Tiene por objeto el estudio de
la patología mental; por fines, la terapéutica, la profilaxis,
la readaptación social; por método, el método experimental
provisto de los diversos medios medicinales, quirúrgicos y
psicológicos. Por cierto, no le está vedado al psiquíatra ali
mentar ideas generales o edificar teorías, en cuyo caso se
pone en psicopatólogo, para lo mejor y para lo peor.
Corresponde a la psicopatología general elaborar los ma
teriales de la psiquiatría en forma de teoría del conocimiento
de estos fenómenos especiales. Para hacerlo, necesita ampliar
las perspectivas y recurrir a nociones procedentes de otras
disciplinas. Si aquella teoría estuviese científicamente esta
6
blecida, la psiquiatría sería su aplicación, con modalidades
técnicas diversas.
A pesar de la enorme cantidad de valiosos trabajos reali
zados por neurofisiólogos, endocrinólogos, psiquíatras, psicó
logos (analistas, conductistas, estadígrafos, etc.), y sociólo
gos, ninguna teoría alcanza a dar cuenta exacta del conjunto
de los fenómenos psicopatológicos. Si bien la marcha del
pensamiento tiende hacia la unidad, resulta muy difícil, sin
duda, para el hombre, abarcar a todo el hombre. ¿Podría
uno asombrarse de ello cuando se conocen las transformacio
nes sufridas en cincuenta años por la teoría de nuestros co
nocimientos en física, por ejemplo? Así como los conceptos
de Dios, de Absoluto o de Verdad, ¿no conserva el concepto
de ciencia un valor mítico? Sin duda está en la condición
humana no poder “ desmitificarse” sino “ remitificándose” de
otra manera. Lo cual no excluye la posibilidad de un pro
greso real.
A falta de una ciencia acabada en lo que a nuestro pro
pósito concierne, el estadio de las investigaciones delibera
damente orientadas se encuentra en pleno desenvolvimiento
y promete ser fecundo. Por eso, tan deseables son los ensayos
de sistematización a título de actualización o de hipótesis de
trabajo, como son enojosos y estériles los dogmatismos que
pretenden congelar en ellos mismos a los fantasmas de una
ciencia siempre superable o superada. Por consiguiente, la
enseñanza debe poner el acento menos sobre lo que es, y más
sobre lo que se hace y sobre su crítica. La tarea no es en
este caso más fácil.
En un primer enfoque, definiremos a la psicopatología
general por tres caracteres: 19 Aspira al conocimiento de las
estructuras esenciales de la personalidad mórbida y de
las causas de la patología mental. 29 Ofrece una perspectiva
a la vez teórica y crítica, abarcando todos los aspectos de
la actividad psíquica mórbida. 39 Tiende a integrar su saber
en el conocimiento científico total del hombre.
Estos enfoques, legítimos y necesarios, nos muestran has
ta qué punto la psicopatología se encuentra ligada, por una
7
parte a la psicología y a la sociología, y por otra, a la medi
cina y a la biología. Relaciones peligrosas a veces, pero in
evitables, puesto que ninguna disciplina puede aislarse com
pletamente del movimiento filosófico y técnico de la época.
A despecho de una especialización frecuentemente extremada,
cada disciplina estimula su vanguardia. . . y conserva su
retaguardia, cuya actividad de retardo no siempre carece de
utilidad.
2. TEORÍAS Y MÉTODOS
8
en la medida en que se afirman como sistemáticos. Los ejem
plos no faltan.
En el siglo xix, la psiquiatría fue estructurada aproxi
madamente sobre el modelo de la medicina general; lo cual
ya era un progreso considerable. El esfuerzo apuntaba a la
descripción clínica y a la caza de las lesiones orgánicas. El
método anatomoclínico había llevado a Bayle, desde 1822,
a relacionar las perturbaciones intelectuales (demencia) con
las lesiones meningoencefálicas, cuya etiología infecciosa
fue posteriormente demostrada. Las afasias descriptas por
Broca y W em icke, provenían de lesiones cerebrales circuns
criptas. La orientación biológica, el predominio acordado a
la causalidad física, invitaban a construir una psicopatología
que no fue otra cosa que una neuropatología. Por falta de
“ causas” tan visibles, las nociones de constitución, de heren
cia, de degeneración, tuvieron un papel supletorio y permi
tieron permanecer en el terreno orgánico. Entre las lesiones
y los síntomas, el psiquismo había desaparecido sin que se
dieran cuenta. La semiología mental era directamente apli
cada sobre las estructuras orgánicas conocidas o supuestas.
Esa concepción señala una etapa histórica. Su sistema
tización demasiado simplista, y artificial, fundada sobre
hipótesis erróneas de especificidad y de correlaciones psico-
orgánicas, no daría lugar a que la doctrina sobreviviera largo
tiempo. En cambio, el método anatomoclínico subsiste bajo
formas técnicamente perfeccionadas. Aplicado allí donde es
necesario y como es necesario, conserva todo su valor. La
histopatología, particularmente la nerviosa, la bacteriología,
etcétera, tienen siempre carta de ciudadanía en la psiquiatría,
donde continúa imponiéndose la investigación de los deter-
ininismos físicos. En esa perspectiva se colocan las indaga
ciones experimentales de la neurofisiología, la psicocirugía,
y el estudio experimental de las drogas productoras de
perturbaciones psíquicas (que J. Delay bautizara, con sentido
preciso “ psicofarmacología” ) \ En el otro extremo, la psico-
10
Todas estas nociones volvieron a introducir los valores sub
jetivos de los cuales la doctrina pretendía prescindir. El
behaviorismo se ha suavizado, diversificando totalmente los
procedimientos de estudio de los comportamientos. Ahora ya
casi no se sabe si animaliza demasiado al hombre o huma
niza demasiado al animal.
Después de los primeros trabajos de Pavlov y de Betche-
rew, que se remontan a unos cincuenta años atrás, la refle-
xología se constituyó en doctrina unificadora de la psicología,
la psicofisiología, y la psicopatología. El acopio de hechos
se ha enriquecido mucho gracias a los trabajos de los expe
rimentadores rusos y americanos. Y, justamente, ha aumen
tado la separación entre los hechos experimentales y la inter
pretación teórica. La concepción de un sistema corticovisce-
ral en el cual la corteza cerebral juega el noble papel de un
mosaico funcional, en el que la asociación variable de las
neuronas, ligada a fenómenos químicos de asimilación y de
desasimilación, se traduce en procesos nerviosos de excitación
y de inhibición, es satisfactoria por la unidad del punto de
vista y la simplicidad de los conceptos. Y hasta un tanto
demasiado satisfactoria.
Del reflejo condicionado, en el sentido neurológico del
término, al comportamiento animal y a la conducta humana,
hay mucha distancia, aun admitiendo dos niveles de señala
miento (primario, sensorial, común; y secundario, simbólico,
como el lenguaje), y toda la complejidad que se quiera para
los condicionamientos y descondicionamientos. La noción de
neurosis experimental y los hechos correspondientes ilustran
a la vez sobre el valor del método y la insuficiencia de la
teoría. Ya no se trata de mecanismos neurofisiológicos obje
tivamente comprobados, sino de una conceptualización hipo
tética formulada lógicamente a partir de las reacciones
nomportamentales mismas, y transpuesta en términos refle-
xológicos según los principios fundamentales de la doctrina.
Eon otras palabras, y en una posición bien diferente, vuelve
u encontrarse el verbalismo tan justamente reprochado a los
doctrinarios del paralelismo psicofisiológico o del psicoaná
11
lisis, por ejemplo. La doctrina reflexológica no constituye
actualmente una teoría exacta y válida por sí sola en psico
patología. Pero el método experimental de los reflejos con
dicionados sigue siendo muy valioso.
El psicoanálisis ofrece una doctrina que tiene la ventaja
de abarcar al hombre sano tanto como al enfermo, a la psico
logía social y hasta a la sociología, tanto como al individuo.
¿Podría ignorárselo cuando se ha infiltrado en todo y ha
llegado a edificar una teoría psicopatológica? Seguramente
no. ¿Se deduce de ello que deba adoptárselo como la única
doctrina válida y científicamente establecida? Sería cómodo
y perezoso creerlo. Los mismos psicoanalistas se ponen en
guardia contra un exceso de confianza o de facilidad. La
historia del movimiento psicoanalítico, comenzando por los
trabajos de Freud, muestra en qué medida continúa siendo
incompleta y frágil la sistematización doctrinaria, y cómo se
modifica según los autores, las épocas, y los fenómenos es
tudiados.
La orientación del psicoanálisis se ha desplazado de lo
inconsciente, de lo reprimido, a lo reprimente, el yo y sus
defensas; después, hacia la relación objetai y las reacciones
del medio social. Los estadios descriptos en el desarrollo
instintivoafectivo responden a una e s q u e m a tiz a c ió n muy
discutible; no obstante lo cual sirven de referencias constan
tes en la apreciación de los fenómenos patológicos. El sistema
de las tres instancias del aparato psíquico freudiano (el ello,
el yo y el super yo) permite todavía con bastante frecuencia,
una comedia mitológica de tres personajes que repiten una
situación triangular estimada por el análisis y el analista.
Se dice que sólo se trata de una manera cómoda de analizar
los conflictos dinámicos, de conceptualizarlos y de hablar de
ellos. Después de haber sido mucho, ¿no sería esto dema
siado poco? El mismo comportamiento se interpreta en fun
ción de la agresividad, de la culpabilidad, o de la angustia,
según que uno se incline a sistematizar en el sentido del ello,
del super yo o del yo. Si es necesario remontarse cada vez
más alto en el estudio genético de los fenómenos, de ello
12
resulta una teoría diferente del yo, y por consiguiente, un
ordenamiento estructural dinámico diferente de las neurosis
y de las psicosis. Por ejemplo, la histeria de conversión era
clásicamente concebida como el resultado de una regresión
a la fase genital infantil, vinculada al conflicto edipiano.
Esto no se niega hoy, pero se tiende a agregar allí una fija
ción y una regresión pregenitales que terminarán, genética
mente, por importar mucho más. Ahora bien, no es lo mismo
admitir o no un yo genital, un yo pregenital, o un yo fetal.
La parte de interpretación hipotética o gratuita sigue siendo
considerable y vuelve aleatorias o equívocas importantes ar
ticulaciones de la teoría psicopatológica. La coincidencia de
los analistas (y aun es preciso que sean del mismo orden)
no demuestra aquí la exactitud de la teoría, pues se debe
en gran parte a la aplicación de los mismos principios y de
las mismas reglas interpretativas a través de un lenguaje téc
nico común.
Si bien teoría y técnica están íntimamente ligadas, se ins
piran la una en la otra, varían en conjunto como bien lo
muestran las posiciones freudiana, adleriana, jungiana y klei-
niana, los procedimientos de “ maternage” y de “ paternage” 1;
de tal modo que los métodos psicoanalíticos y de inspiración
psicoanalítica siguen siendo disociables de, las doctrinas,
como trató de demostrarlo Dalbiez hace veinte años. La teoría
psicoanalítica se muestra incompleta en psicopatología e in
constante en el encadenamiento de hipótesis en cascada, por
lo cual hay dificultad en saber hasta qué punto éstas pueden
ser válidas. Esa teoría exige una nueva elaboración más es
tricta, que posiblemente la alejará mucho de sus orígenes.
Por el contrario, el método proporciona siempre experiencias
y materiales de capital interés, por el estudio de las asocia
ciones libres, de los sueños y de su interpretación simbólica,
por el análisis de la relación enfermo-terapeuta, con las reac
ciones transferenciales e intertransferenciales. Indiscutible
mente, el psicoanálisis conserva un valor heurístico.
1S
La invasión de los círculos médicos por los conceptos
psicoanalíticos pone en evidencia el movimiento extensivo de
la doctrina, sin fortalecerla más, sino al contrario. Hablar
de medicina psicosomática no aclara nada. Si “ psicosomá-
tico” quiere decir síntoma o síndrome físico determinado por
factores psíquicos — sin duda no como relación de causalidad
simple y directa, sino al menos como condición prevalecien
te— , la expresión se refiere a dos órdenes distintos de fenó
menos. Si se trata de una conversión del proceso psíquico
en síntomas físicos, como en la histeria, se está ante una
neurosis cuya naturaleza y método de estudio y tratamiento
pertenecen al dominio psicoanalítico. Si se trata de una
derivación corporal de un proceso psíquico inhibido, resul
tante de una situación vivida conflictualmente sin alcanzar a
ser neurosis, como lo dicen P. Marty y M. Fain, por ejemplo,
se está ante una zona marginal del psicoanálisis que permite
tomar mucha libertad a la vez, con la doctrina y el método
psicoanalítico, y con la medicina. No hay aquí todavía ni
medicina ni método especialmente definidos.
Si “ psicosomático” quiere decir expresión física de una
perturbación psíquica, particularmente emocional, “ somato-
psíquico” debería, inversamente, ser admitido para designar
la expresión psíquica de una perturbación física; doble ver
tiente o doble enfoque que en nada cambia lo que se sabe
de la medicina física y de la medicina mental. En efecto,
afirmar la unidad orgánica de los fenómenos corporales y
psíquicos y de sus perturbaciones, ver en la enfermedad un
acontecimiento de doble faz, cuya expresión se encuentra al
máximo en lo físico en un caso, y en lo psíquico en el otro,
es volver a reconocer la obra ideal de la medicina. De la
medicina “ general” , diríamos, si no hubiese en ello ambigüe
dad; de la medicina “ sintética” , decimos en cambio, la cual
integrará las diversas “ especialidades” , incluso la psiquiatría.
Este punto de vista principal pertenece, desde Hipócrates, a
la vocación médica. La medicina moderna no puede dejar
de reencontrarlo, si es que ha estado a veces demasiado ale
jada de él. Sería paradójico y muy nocivo hacer de ello el
14
patrimonio de una pretendida medicina psicosomática que no
podría ser más que la parte no específica de un todo.
Pretender atribuir al aspecto llamado psicosomático una
acepción y un valor antropológico, suscita dos críticas fun
damentales. En primer lugar esto significa una reducción
arbitraria de los hechos y del valor patológicos en provecho
de un valor existencial que no es propiamente médico, sino
humano y hasta filosófico. Luego, y correlativamente, im
plica una mutación de la perspectiva metodológica por la cual
la enfermedad no es casi más que un acontecimiento, una
ocasión de existir, una expresión de un ser, finalmente, nada
más que una significación, con lo cual bastará para confor
marse. Comprender o creer comprender, pronto dispensaría
de explicar. Si bien es cierto que hay una filosofía de la
medicina, la medicina no es una filosofía.
Lo que hoy impropiamente se denomina psicosomática, no
responde ni a un objeto ni a un método propios \ No aporta
nada en psicopatología, por lo menos hasta el presente. Re
descubrir que toda la medicina es psicosomática y somato-
psíquica permite una mejor visión de conjunto de los fenó
menos patológicos. Si la patología física era con frecuencia
decapitada por recelo o por rutina metodológica, evitemos
ahora “ cefalizarla” en exceso. La medicina debe beneficiarse
con la información, y no sufrir de una deformación psicopa
tológica. La misma observación se impone en psicología, la
cual corre el riesgo de una deformación médica, como lo ve
remos a propósito del método llamado clínico.1
15
La multiplicidad de perspectivas y de métodos, el interés
y la eficacia relativos de éstos, dan una impresión general
de riqueza insuficientemente acuñada, de fraccionamiento, de
incapacidad sintética. La elaboración teórica no ha progre
sado tanto como la realización técnica. Basta comprobarlo
para no dejarse atrapar por la trampa doctrinaria, ni inmo
vilizarse sobre las divergencias y oposiciones. La situación
consiste en saber ordenar un rompecabezas al cual le faltan
la mitad de las piezas. Sin embargo, se adivina y hasta se
desprende una cierta figura, atestiguando significativas con
vergencias.
En este sentido, podría evocarse en psicopatología la uni
dad que, a pesar de todo, Daniel Lagache percibe en psicolo
gía. El autor muestra muy bien cómo las oposiciones con
ceptuales del naturalismo y del humanismo se atenúan en
posiciones de repliegue o de compromiso, en el seno de las
escuelas y al contacto con los hechos. Para la psicología
experimental como para la psicología llamada clínica, hay
una ciencia de la conducta, es decir, de las respuestas signi
ficativas a una situación, con vistas a reducir las tensiones
peligrosas para la unidad y el equilibrio del ser psicofísico.
Las leyes abstractas responden a la explicación naturalista;
las concretas, a la comprensión psicológica. Hay aun posi
bilidad de integración del estudio experimental del aprendi
zaje y del psicoanálisis de la conducta humana.
Integrar en una psicología general de la conducta las
contribuciones de P. Janet, J. B. Watson, S. Freud, K. Jas-
pers, combinando los métodos objetivos y subjetivos, consti
tuye el esfuerzo seguramente menos imprudente y más fecun
do. No es contradictorio admitir pluralidad de métodos desde
el momento que no se adopta la doctrina vinculada a uno
de ellos en particular. Pero este esfuerzo de superación
doctrinaria no constituye por sí mismo una doctrina suficien
te; sólo da los medios y sobre todo la esperanza de alcan
zarla. Estamos todavía en el período analítico del estudio
complejo del hombre sano y enfermo.
Superar las antinomias clásicas del cuerpo y del espíritu,
16
de la causalidad física y de la causalidad psíquica, del indi
viduo y de la sociedad, caracteriza la orientación actual en
psicología y en psicopatología. Se la debe elogiar, pero no
sin reservas.
No basta con adoptar una perspectiva monista o globa-
lista para conocer todo, ni siquiera para conocer el todo.
Muchos se ejercitan en ello y creen hacer alta filosofía, enre
dándose con el confusionismo y el verbalismo. Ésta es tam
bién una manera fácil de eludir algunos problemas califi
cándolos gratuitamente de falsos, y de soslayar los estudios
complejos y las exigencias tecnicometodológicas teniéndolas
por parciales, unívocas y perimidas. El uso de conceptos ge
nerales tan valiosos como los de totalidad orgánica, cantidad
energética, inconsciente, regresión, condicionamiento, situa
ción, conflicto, historia individual, etc., no exige una siste
matización rígida y prematura, ni el rechazo de métodos de
estudio aplicables en una perspectiva singular. Por otra
parte, los procedimientos más diferentes están, en el fondo,
centrados sobre una indagación fundamental que conviene
precisar.
3. LA INDAGACIÓN FUNDAMENTAL
17
En efecto, la intención deliberada de aprehender al en
fermo como objeto no impide que éste sea también un sujeto.
A pesar de la enfermedad sigue apareciendo como sujeto, o
realmente lo es. En ambos casos se establece otro tipo de re
lación: la relación sujeto (observador)-sujeto (enferm o). Re
lación propiamente humana, que expresa un vínculo recípro
co o que aspira por lo menos a la reciprocidad. Poco importa
que la comunicación sea total y valiosa, o parcial, deformada,
transformada. Lo esencial aquí es que ella exista, o que pueda
existir de alguna manera.
Por poco que el enfermo sea sujeto, el hecho determina una
inversión de la relación, convirtiéndose el observador a su
vez en un sujeto o hasta en un objeto para el enfermo, como
se ve en algunas estructuras psicopatológicas. El significado
de la relación se encuentra en este caso igualmente modificado.
La relación fundamental según la cual el observador y el
enfermo se colocan el uno frente al otro, se caracteriza, pues,
0
por la doble valencia sujeto-objeto, sujeto-sujeto (S < ).
s
Por ella se define y se consagra la cualidad patológica de uno
de los dos protagonistas.
18
lar y de representarse lo que vive el enfermo. Actitud feno-
menológica en el sentido de recurrir a la vivencia original, no
en un sentido filosófico estricto. El método es aquí intuitivo,
y podría llamárselo de introspección, o mejor de “ transpec-
ción” . Jaspers distingue el aspecto “ estático” , actual: toma
de conciencia directa del estado de ánimo del enfermo (tris
teza, angustia, onirismo, etcétera); del aspecto “ genético” :
encadenamiento intrínseco de los acontecimientos vividos, des
arrollo histórico interno, significativo (por ejemplo, el sen
timiento de culpabilidad engendra el deseo de castigo, el cual
lleva a la autodenuncia o al suicidio). Continuidad de un mo
vimiento significativo comprendido justamente en razón de su
significación. Esta comprensión puede expresarse, sin embar
go, en términos de causalidad y de explicación psicológicas
cuando los momentos o estados son diferenciados de modo que
el antecedente puede tenerse por causa del consecuente (la
culpabilidad provoca el deseo de castigo, causa del suicidio).
Esto no es demostrado, sino experimentado. Lo subjetivo (del
enfermo) se objetiva resubjetivizándose (en el observador) por
lu comunicación afectivo-intelectual realizada. Realismo de lo
concreto.
2° La explicación corresponde al conocimiento objetivo de
los hechos, de las relaciones de causalidad, de las leyes; domi
nio de la abstracción extendido a todo aquello que no es el
aspecto subjetivo del psiquismo (en particular a los fenóme
nos orgánicos observables y mensurables). Lo que no se llega
a comprender fenomenológicamente, se explica por la intru
sión de una causalidad extrapsicológica.
Este último punto, sostenido con rigor por Jaspers, se
muestra discutible. Aceptable en una primera aproximación,
no tiene nada de absoluto y no podría imponerse a priori. La
incomprensibilidad de un delirio, por ejemplo, puede ser in
herente a las expresiones y procesos psicológicos en sí mismos.
Kxigir, por el solo hecho de la incomprensibilidad, un factor
orgánico, desconocido, indemostrable, resulta de un postulado
que muy bien puede no aceptarse. A la inversa, la compren-
nibilidad de una psicosis no basta para probar la ausencia de
19
un factor orgánico. Más aún: no basta para explicarla psico
lógicamente: un residuo, alguna cosa a la vez psíquica y ex
trapsíquica, vuelve al enfermo a nuestros ojos un poco extrañe»
o extranjero. Esta observación vale sobre el plano fenomeno-
lógico. La comprensión que adquirimos de una neurosis corre!
siempre el riesgo de permanecer muy superficial, pues revi
vimos a nuestra manera, con una infraestructura personal más
o menos diferente, lo que vive el enfermo. En cuanto a la hi
pótesis psicoanalítica según la cual entre los dos sujetos se
opera un intercambio identificador inconsciente, en primer tér
mino se reduce a una interpretación, y en segundo lugar no
m odifica en nada la objeción del coeficiente estructural per
sonal. Ni siquiera el analista vive en profundidad la neurosis
del enfermo, y esto vale sobre todo para él. Desde el momen
to en que se recurre a interpretaciones y a símbolos, se concep-
tualiza, se construye una mitología racional, se forja una ca
dena de explicaciones, con lo cual se abandona lo vivido y su
comprensión.
En cuanto concierne a los fenómenos psicopatológicos, no
cabe entre explicación y comprensión una línea de división ri
gurosa pues no se oponen más que en parte. La especificidad
humana de la significación no implica que todo lo que es hu
mano sea significativo. Pretenderlo supone razones doctrina
rias, que no tenemos que discutir aquí.
El acceso subjetivo y el acceso objetivo deben ser practica
dos conjuntamente. Con frecuencia lo son, sin conocimiento
del observador, quien confiando en la forma objetiva de un
método no percibe las implicaciones subjetivas que el mismo
contiene en su aplicación, o bien, sumergido en la subjetividad,
no comprende que la usa en función de un sistema referencial
socialmente objetivado.
20
i-ion, de la hipótesis y de la experimentación, varía solamente
con las disciplinas y la selección previa de los fenómenos estu
diados. Los métodos llamados clínicos están hechos sobre todo
de observación; los métodos llamados de laboratorio, están
hechos sobre todo de experimentación. De la más simple e
ingenua observación, a la experiencia técnicamente más delica
da y compleja, los pasos siguen siendo esencialmente idénticos
y pertenecen al método experimental.
La psicopatología no escapa de tal método en ningún mo
mento; aunque a veces tendría por lo menos interés en se
parársele. Las reflexiones pertinentes formuladas por Paul
l'Vaisse en favor del método experimental en psicología 1 po
drían aplicarse muy bien aquí, bajo reserva de una menor exi
gencia de leyes generales y de una menor confianza en ellas
para llegar a la inteligibilidad de los fenómenos patológicos.
Es evidente el lugar preponderante que ocupa la observa
ción. Ésta se realiza en forma directa o indirecta. En la for
ma directa lleva sobre el enfermo, y lo hace de dos maneras:
ya sea que se aplique al comportamiento del enfermo, a los
signos exteriores más o menos materializados, y entonces posee
la común objetividad con la cual basta en “ ciencias naturales” ;
ya sea que conduzca hacia el estado subjetivo del enfermo. La
cualidad científica de la observación sería en este-último caso
discutible, podría considerársela como inferior, aunque no
como inexistente, puesto que, como hemos visto, la observación
subjetiva proporciona en definitiva un conocimiento penetra
ble, intercomunicable y controlable al menos en parte. A me
nudo vale tanto como el conocimiento de un comportamiento
t uvo sentido tiende hacia los valores subjetivos que se le reco
nocen. La introspección, o mejor la transpección, aplicada con
mélodo, pertenece a la observación científica.
En la forma indirecta, la observación ya no enfoca el esta
do ii c l u a l del enfermo, ni siquiera al enfermo. Anamnesis, bio-
I f i uí i i i , escritos, dibujos, testimonios de los otros, son ahora
si objeto.
21
Esa observación procede hasta tal punto del método expe
rimental, que conduce necesariamente a la experimentación.
Se conocen las experiencias de neurofisiología y de psicolo
gía del comportamiento en el animal. Ellas permiten definir
y modificar con una precisión controlada las condiciones pa
tógenas y las situaciones. A su vez, los hechos de experiencia
suscitan hipótesis verificables por medio de nuevas experien
cias. A partir de allí, la interpretación teórica y el razona
miento por analogía transfieren al dominio de la patología hu
mana, el conocimiento de una patología animal artificialmente
creada. Elaboración a veces muy fecunda, pero con frecuen
cia errónea, carente de crítica suficiente en cuanto a las ideas
directrices, las situaciones reales y las técnicas aplicadas.
La experimentación sobre el hombre mismo es realizable,
aunque en condiciones moralmente aceptables pero técnicamen
te mucho menos rigurosas que las que se aplican sobre el ani
mal. Existen ya experiencias realizadas por la naturaleza, se
gún la consagrada expresión, que descargan al observador de
toda responsabilidad, y lo proveen de hechos ricos en enseñan
zas (reblandecimiento o tumor cerebral, accidentes, muertes,
suicidios, embarazo, duelos, nacimiento de gemelos, casamien
to, huelga, servicio militar, guerra, encarcelamiento, etc.).
A decir verdad, basta modificar de una manera previamen
te determinada la situación del sujeto, para realizar una especie
de experiencia. La práctica de los tests, por ejemplo, puede
tener aquí su valor, si se observan las reacciones globales del
sujeto, su conducta en la situación impuesta, y no solamente
los medios, los resultados codificados de los tests. D. Lagache
ha subrayado este aspecto significativo de la psicotécnica.
Lo mismo puede decirse en cuanto al examen clínico. Hay
en él una prueba para el enfermo y una fuente de comproba
ciones para el psiquíatra. La particular experiencia del exa
men físico, con las muy variadas reacciones que puede provo
car, es a veces muy significativa. La prueba varía según que
se realice tête-à-tête, en presencia de una o varias personas
extrañas, o de personas conocidas o de la familia. Se puede
usar de la situación como de un reactivo afectivo. Procedimien-
22
to socializado de una experimentación entendida en sentido
amplio.
Algunas variaciones especiales ofrecen un interés semejan
te: la hospitalización del enfermo, el aislamiento o la inclu
sión en un grupo, el envío al taller, los permisos, las salidas
de ensayo. A veces se trata de verdaderas “ experiencias de en
sayo” , que llevarán al enfermo a la curación o a la recaída.
Al enfermo y a su familia corresponde, a posteriori, la demos
tración del fracaso o del éxito terapéutico.
Los primeros ensayos clínicos de tratamientos físicos, quí
micos, quirúrgicos, y hasta psicológicos, tienen el valor de una
experimentación in anima nobili; de ordinario preparada por
una experimentación in anima vili, con el fin de descubrir y
controlar los eventuales riesgos orgánicos del tratamiento. La
experimentación clínica es necesaria para los progresos tera
péuticos y muy útil para el conocimiento científico.
Hablar de experimentación o de observación clínica, como
nrabamos de hacerlo, no significa referirse a un método espe
cial. Sólo califican al método experimental en su aplicación
médica, es decir, cuando tiene por objeto directo al enfermo en
Unto individuo y como caso concreto. El examen clínico con
iste en el estudio directo del enfermo, con toma de contacto
nsicológico y físico; con muy limitado uso de instrumentación,
ipl¡cando los instrumentos al enfermo, y con un resultado in-
nediato. En psicopatología, en cambio, el examen es una ob-
uMvación psicológica metódica y continua, en la cual inter
viene en primer término la relación establecida entre el psi-
|iiluirá y el enfermo.
Con todo rigor, no hay, pues, un “ método clínico” , sino
ni estado de espíritu, una actitud, una perspectiva clínica,
'nr el contrario, sigue siendo legítimo definir un “ método pa-
nlúgieo” , el cual consiste en el estudio de los fenómenos mór
bidos al servicio directo de la psicología, como lo había
mure,Indo Théodule Ribot. Es evidente que la expresión “ psi-
nlogia clínica” se presta enfadosamente a confusión. Volve
rmos sobre esto a propósito de la terminología.
23
Con o sin laboratorio, con o sin doctrina, con o sin técnica
especial, la psicopatología utiliza forzosamente el método expe
rimental, como la medicina o la biología. Esto no excluye el
empleo de métodos matemáticos tales como la estadística, pero
a título complementario.
Después de haber precisado la posición metodológica adop
tada, no se podría eludir la exigencia del análisis del concepto
fundamental de lo patológico.
24
Capítulo II
NOCIÓN DE LO PATOLÓGICO
26
2. EL ESTADO MÓRBIDO
27
porque él no se siente en sí mismo enfermo. Tiende a conti
nuar viviendo su aparente estado de salud, como si esto má
gicamente preservara el porvenir. Lo vivido sustituye lo co
nocido y mantiene durante un tiempo los valores positivos de
la existencia.
Finalmente, estar enfermo “ sin sentirlo ni saberlo” , se
presenta bajo dos modalidades muy distintas. En la primera,
la situación de enfermedad no es ni siquiera negativa: es in
existente para el sujeto y para los demás. Por ejemplo, un
sujeto en buen estado de salud, portador de un cáncer vis
ceral desconocido o no reconocido. Lo patológico ha tomado
allí cuerpo sin ser vivido en nada. Es a la vez real, por obje
tivación retrospectiva, e inexistente, pues no se integra en la
situación actual. La segunda modalidad procede de la pato
logía mental: inconsciencia del estado mórbido, del hecho de
la deterioración demencial, o no reconocimiento del estado
mórbido, viviendo el enfermo como real un delirio del cual
no puede experimentar la cualidad mórbida, por ejemplo. La
toma de conciencia subjetiva u objetiva del estado mórbido,
es entonces imposible en razón de ese mismo estado. La vi
vencia de lo patológico impide experimentarlo como patoló
gico y reconocerlo como tal.
En esos tres tipos de situación todo gira en torno de la
toma de conciencia subjetiva u objetiva de un cierto “ mal” ,
o dicho de otro modo, de un cierto “ valor” del organismo
como cuerpo y como personalidad.
2 ° ¿Ocurrirá lo mismo desde el punto de vista del obser
vador? Comprobar el estado mórbido significa, en primer
término, buscar y hallar signos objetivos u objetivables, como
resultado del examen clínico y de los exámenes complemen
tarios. En su “ pureza” objetiva, estos resultados no son signos
sino “ pruebas” .
Con el tensiómetro, yo verifico una tensión arterial de
18-12; con una reacción al calor en medio ácido compruebo
la presencia de albúmina en una muestra de orina. Como
fisiólogo y como químico registro los hechos tal cual se dan,
28
tomo conciencia de su existencia y afirmo su realidad obje
tiva. Formulo, pues, un juicio de realidad.
Pero como médico, transformo la prueba en signo. Las
cifras de la presión significan hipertensión arterial, la albu
minuria significa alteración de las funciones renales. Las
comprobaciones no tienen sentido médico si no están valora
das. En otros términos, un juicio de valor se combina con el
juicio existencial.
Por cierto, la indagación: intelectual no pasa solemnemente
de un estadio a otro. Para el médico, prueba y signo son
aprehendidos en el mismo acto, y la formulación expresa en
un todo el juicio de existencia y el juicio de valor \ Ello no
impide que la calificación específica de la indagación mé
dica, por objetiva que sea, tienda a un juicio de valor.
De manera general, este mal biológico no tiene existencia
extraorgánica. Queremos decir que no existe en lo que se
tiene por “ causas” iniciales: microbios, tóxicos, traumatismos,
acontecimientos, etc. Si el organismo no reaccionase por me
dio de alguna perturbación a la presencia del bacilo de Koch
en los pulmones, no habría en él tuberculosis pulmonar y el
bacilo no sería ya patógeno. El hecho no vale más que por
la significación vivida por el sujeto, y por la manera particu
lar con que éste reacciona ante él. Son las modalidades reac-
cionales del organismo quienes constituyen lo esencial del
proceso y de la expresión patológica. Es el sistema funcio
nal, con su finalidad, quien se encuentra en juego, sobre nive
les variables de complejidad según los casos.
La unidad orgánica y la concepción globalista actualmen
te en auge, no sin razón, incitan a pensar que todo fenómeno1
29
patológico interesa al conjunto del organismo. Sin embargo,
no habría que exagerar hasta el punto de desconocer las con
siderables diferencias de resonancia, de profundidad y de di
fusión de los procesos patológicos, según el nivel o el siste
ma funcional principalmente afectado. Un panadizo peri-
ungular superficial no interesa todo el organismo como una
fiebre tifoidea, por ejemplo; una epilepsia criptogenética,
una neurosis obsesiva, una demencia senil, no alcanzan al con
junto de la personalidad de la misma manera e implican mo
dificaciones estructurales y funcionales muy diferentes. Que
el organismo reaccione como un todo al fenómeno patológico
no significa que lo patológico comprometa a todo el organis
mo. Cosa que podría creerse si se atendiera a algunos autores.
La cuestión también podría plantearse como una diferen
cia casi de naturaleza al menos de forma y de definición en
tre lo patológico físico y lo patológico mental. No podrían
concebirse cios naturalezas diferentes de lo patológico sin aban
donar la perspectiva científica. Necesariamente lo patológico
se inscribe en el organismo. Si hay una patología del espí
ritu es precisamente en la justa medida en que éste se encuen
tra encarnado. Convendría conformarse con ella hasta tanto
se vean espíritus desencarnados. ¡En cuyo caso' la psicopato
logía general correría el riesgo de complicarse todavía más!
¿Pero el concepto de lo patológico se define de idéntico
modo para la patología mental y para la patología física? Sí,
si se lo considera en lo esencial. De lo contrario habría con
tradicción, sobre todo en una idea monista del hombre y una
concepción holística del ser somatopsíquico. Un sentido ge
neral común a todos los fenómenos patológicos se desprende
de éstos, por relación con la manera como estamos obligados
a aprehenderlos. Este sentido general es necesario. Aunque
quizá no sea siempre suficiente para definir modalidades fe
noménicas integradas en formas, y pertenecientes. a planos
muy distintos.
La definición de lo patológico en el orden de la semiolo
gía clínica, toma otro aspecto en el orden histológico o quí-
m icofisiológico. Del mismo modo podrá entonces referirse a
30
otras coordenadas, si pasa del dominio corporal al dominio
mental. Para valer, debe adherir a la forma de los fenóme
nos estudiados y corresponder a su escala de magnitud. Pero
parece prudente guardar como guía si no como modelo, a la
patología física. Si aplicada al psiquismo, y aun a la socie
dad, la noción de patológico se desnaturaliza, es que los fe
nómenos estudiados no tienen más nada que ver con la patolo
gía. Hav una extensión abusiva de este concepto, que per
vierte a otros valores.
De este análisis se desprenden dos conclusiones: 19 La
noción de lo patológico se expresa específicamente por un
juicio de valor. 2*? Este juicio de valor lleva necesariamente
sobre funciones o sobre un funcionamiento del organismo vi
viente, bajo su aspecto biológico, y (por continuidad, no por
extensión verbal) bajo su aspecto psicológico, en tanto las
conductas manifiestan la actividad funcional global del ser.
Distinguir las modalidades de ese juicio de valor, ver en
qué puede concordar con una actitud y un método científicos,
conduce al examen de los conceptos propiamente dichos.
3. LOS CONCEPTOS
31
simplemente registrados, hace resurgir un verbalismo con el
cual uno ¡no podría conformarse.
Tanto el práctico como el teórico conciben el estado pato
lógico de una determinada manera. Esa manera no es, por
otra parte, sólo una. Eos conceptos generales se desprenden
de ella, y para mayor claridad del análisis, nosotros los clasi
ficaremos en dos categorías principales, según que expresen
una visión cuantitativa o una visión cualitativa del problema
considerado.
I. Co n cepto s c u a n t it a t iv o s
32
hasta qué punto es criticable la aplicación del cálculo de pro
babilidades a los fenómenos biológicos y sociales en razón de
su interdependencia y de su orientación determinada.
De hecho, las nociones de normal y anormal sufren de
ambigüedad. Lo normal, concepto cuantitativo de gran fre
cuencia, está contaminado por la norma, concepto cualitativo
de regla, de modelo, de bello, de bien, de verdadero.
Esto se ve bien en la teoría de Quételet, para quien el
hombre medio responde al hombre ideal, creado según los
cánones de Dios. La media se confunde entonces con la norma.
Despojada de su ideología, esa teoría fue rehecha en for
ma que reviste interés por G. Canguilhem. La media no es
ciertamente la norma, pero sí el índice de una norma. Lo que
se produce con mayor frecuencia es lo que responde a las
mejores condiciones realizables en un sistema dado, es decir,
a un equilibrio. Con todo, esa norma no tiene nada de abso
luto. Las reacciones psicológicas, y aun las constantes fisioló
gicas, varían con el medio biológico, con la actividad indivi
dual. con el grupo social. Se trata, pues, de una normalidad
relativa respecto de un cuadro dado. La media se convierte
en el índice de una ¡norma adecuada a un medio restringido. El
índice de frecuencia corresponde entonces a un cierto valor
cualitativo, el mejor realizable en el sistema considerado. El
concepto de “ normatividad biológica” , sostenido por G. Can
guilhem, es de orden cualitativo. Volveremos a encontrarlo
más adelante.
El concepto estadístico, “ valorizado” y “ relativizado” de
ese modo, merece ser retenido. Sin embargo, tal cual no bas
taría para abarcar todo lo patolóeico. La relación esencial
entre la frecuencia y la cualidad del equilibrio o de la adap
tación, sigue siendo precaria. Lo prueban la polinatalidad
y el aumento considerable de individuos ruines o tarados, en
algunas poblaciones sometidas a condiciones de existencia des
favorables. Si la civilización moderna, como algunos lo pre
tenden, convirtiera en neuróticos al noventa por ciento de los
33
hombres, el índice de la media señalaría la “ normaliza
ción” de lo patológico.
La media expresa frecuentemente una apacible medio
cridad. La normatividad no es proporcional a la frecuencia.
En realidad, la correspondencia entre la mayor frecuencia
y la mejor norma, o la “ buena forma” en el sentido gestaltista,
no se realiza en cada sistema sino en ciertas condiciones, de
finidas éstas mismas por medio de criterios y de conceptos
extraños al orden estadístico.
29 Pasemos al concepto gradualista., o escalista diremos
nosotros porque afirma sólo una diferencia de grados entre
lo normal y lo patológico. Noción tradicional, clásica desde
Claude Bernard, sostenida por Broussais y retomada por
Auguste Comte. Ella permite a Th. Ribot establecer un mé
todo psicopatológico en provecho de la psicología. Georges
Dumas y Henri Wallon se refieren a él. Freud mismo se
coloca en esa opinión, en resumidas cuentas fácil, pues
to que admitiendo una identidad busca explicar lo descono
cido por lo conocido, según la marcha general del pensamiento
científico.
No hay allí dos fisiologías de naturaleza diferente, sino
una sola. Las modificaciones patológicas presentan variacio
nes en más o en menos. La variación patológica permanece
en continuidad con el movimiento fisiológico. Cada perfec
cionamiento técnico da lugar a medidas más precisas. Tensión
arterial, glucemia, fórmula sanguínea, dosajes hormonales,
etcétera, y ciertos tests psicológicos de nivel intelectual y aun
proyectivos, definen y miden lo patológico. En más o en
menos, se trata aquí de continuidad.
Este aspecto cuantitativo de lo patológico, con todos los
métodos de medida que admite, es innegable. ¿Acaso el orga
nismo humano no es una cantidad de materia y de energía?
¿N o son las nociones energéticas de importancia capital en
psicopatología y en neurofisiológía? Sin duda alguna. Pero
esto nó basta para captar todo lo patológico, ni el valor pro
pio de lo patológico. Las mallas dé la red no hacen la natu
raleza del pescado.
34
El principio de la continuidad en los cambios que se ope
ran desde el estado de salud hasta el estado mórbido, no se
opone a la posibilidad de una diferenciación estructural y
de una mutación cualitativa. Así por ejemplo, el adormeci
miento se realiza según variaciones continuas, mientras el
estado de sueño con su envoltura vegetativa difiere comple
tamente de la actividad extravertida de la vigilia. La varia
ción continua del calor se convierte en el índice cuantitativo
de una transformación, radical de la estructura y de las cua
lidades del agua, la cual, de líquida, pasa al estado sólido
a 0 o, o al gaseoso a 100°.
La hipertensión arterial no se reduce a un mero fenómeno
cuantitativo. Implica modificaciones neurohormonales com
plejas, con una nueva regulación. Como lo han mostrado al
gunos trabajos de R. Leriche, la fisiopatología no se limita
siempre a ser sólo una fisiología más o menos desviada; ella
es también, sin duda más a menudo de lo que se cree, una
fisiología distinta, de algún modo nueva. La descalcificación
perifocal y la hipercalciuria persisten después de la consoli
dación de una fractura del cuello del fémur. La personalidad
delirante, como lo ha destacado Ch. Blondel, parece a me
nudo no tener nada en común con la personalidad normal.
Si no hay una dualidad de la fisiología en- el seno del
organismo mismo, es preciso reconocer al proceso patológico
una capacidad de innovación de estructuras funcionales dife
rentes de las estructuras normales. A veces, estas recompo
siciones ponen en evidencia insospechadas potencialidades del
organismo. Tales modificaciones y nuevas maneras de vivir
son intraducibies en términos cuantitativos \
II. C onceptos c u a l it a t iv o s
35
A ) Valor negativo
36
Una de esas maneras consiste en concebir sistemas distin
tos que se integran en un sistema superior, instituyéndose así
las funciones y actividades de lo más simple a lo más com
plejo. Concepto muy empleado en la teoría asociacionista.
Freud se refiere a él en su teoría inicial de la sexualidad.
La enfermedad aparece entonces como determinada por la
falta de integración de las tendencias primordiales en una
instancia superior.
Según la otra manera de ver, la integración toma un sen
tido holístico. No se trata ya de elementos y de síntesis, sino
de la integración del ser en una unidad, en una totalidad que
se ordena, adquiere una significación y determina una con
ducta. Cuando la acción no está integrada, pierde su sentido,
la conducta se hace patológica, la unidad del ser se halla en
peligro.
El fracaso adleriano de la personalidad en su voluntad
de poderío y su ideal del yo, expresa aproximadamente la
misma cosa. La enfermedad llega a ser un fracaso de la
defensa y de la realización de sí mismo, una derrota de
última integración.
Kurt Goldstein toma de la teoría gestaltista las nociones
de forma, figura y fondo. Pero él concibe al organismo ente
ro como una forma que posee su estructura y su finalidad
propias. Lo inferior y lo imperfecto no podrían explicar lo
superior y lo perfecto. Lo patológico resulta de una alteración
más o menos sistemática de los fenómenos normales. Más
precisamente, cuando hay un comportamiento “ desordenado” ,
con reacciones “ catastróficas” , ocasiona perjuicio al organis
mo total. Hay amenaza, angustia por impotencia para hacer
frente a la situación,, “ peligro de no estar en estado de actua
lizar la capacidad de rendimiento que le pertenece (a l orga
nismo) esencialmente” . La enfermedad es una “ responsivi-
dad” defectuosa1; una. manera de ser inferior en razón de
una disminución de integración (descenso del nivel conscien
37
te de la experiencia vivida, pasividad, pérdida de cohesión
del mundo, el cual se estrecha, sujeción a coerciones determi
nadas y pérdida de libertad).
La desintegración llega a expresar la perversión o la
ausencia de la finalidad psicoorgánica; la cual no está aquí
concebida metafísicamente. De este modo se llega a apreciar
el valor de la conducta del ser por relación con su medio, y
el valor de las funciones del organismo por relación con él
mismo, poniéndose el acento sobre el aspecto negativo.
3° La pérdida de la autonomía es una noción empleada
implícitamente, cuando no explícitamente. Se refiere a una
concepción del hombre normal capaz de afirmarse como indi
viduo, de imponerse como persona, de dirigirse consciente
mente, de acuerdo consigo mismo e independientemente de
los demás.
La patología mental tiende a destruir y a reforzar a la
vez esta concepción. Cuando muestra la importancia insos
pechada de los automatismos, la influencia capital que ejer
cen sobre el desarrollo de la personalidad las estructuras or
gánicas predeterminadas y los condicionamientos exteriores
preestablecidos, esa concepción invita a reducir la autonomía
a aquélla que podría tener una máquina capaz de funcionar
por sí misma. Cuando acusa la distancia entre la eficacia de
las conductas normales y mórbidas, entre los valores vividos,
entre la composición y la descomposición existenciales, incita
a considerar la autonomía como el índice de un poder y de
una libertad propios de la personalidad sana.
Permaneciendo sobre el plano psicológico, la disponibili
dad interior y la independencia relativa frente a los otros,
representan una manera de ser, que se halla precisamente más
o menos alterada en el estado mórbido. Las compulsiones per
sistentes del pasado vivido, la insuficiencia de maduración,
'la necesidad de tutela, el desbordamiento de los automatis
mos, la insuficiencia del control personal, etcétera, represen
tan otros tantos ataques a esa autonomía, bajo su doble aspec
to interno e interindividual.
38
4 ° De uso más general y más deliberado, la noción de
adaptación no carece de elasticidad. Abarca fenómenos bas
tante heterogéneos. Permite los conceptos de inadaptación
— incapacidad para adecuarse a un medio dado o para alcan
zar un cierto nivel de actividad— , y de desadaptación — in
capacidad para mantener la adaptación ya realizada. Estos
conceptos sólo pueden tener un sentido muy relativo; no valen
líÍÉs que en relación con un determinado sistema de referen
cia, y varían con él.
Por una parte, el hecho mismo de la inadaptación o de la
desadaptación no basta para definir todo fenómeno patoló
gico y solamente patológico. Un indio patagónico sería un
inadaptado en la Sorbona, un trapense lo sería en Hollywood,
etcétera. En um grupo de bebedores, el individuo sobrio se
desadapta y termina por hacerse excluir. Como consecuencia
de su maduración, un adolescente normal se desadapta en
parte de su medio familiar.
Por otro lado, no siempre la adaptación significa norma
lidad, salud mental; la adecuación al medio expresa una mo
dalidad de equilibrio cuyo valor real depende de la cualidad
del medio y de las causas de la adecuación. Antiguos aliena
dos están perfectamente adaptados al servicio hospitalario, jus
tamente porque sus condiciones de vida no son normales. La
estructura neurótica de una familia permite al miembro más
neurótico adaptarse al medio familiar bajo una apariencia
dignamente normal. El miedo de sí y de los otros, la pasivi
dad, la sugestibilidad,, la debilidad de la personalidad, condi
cionan muchos conformismos, tanto más ciegos cuanto más
procuran seguridad. Para algunos, los principios morales,
religiosos o políticos, constituyen reglas de conducta rutinaria
que desempeñan el papel defensivo de un parapeto.
Más todavía, la enfermedad misma responde al esfuerzo
adaptativo del organismo y de la personalidad para estable
cer un estado de equilibrio, por una especie de compromiso
existencial. La neurosis, y aun la psicosis, representan una
manera de vivir lo menos mal posible en relación con la situa
ción. Más adelante veremos cómo. El principio de compen
39
sación y las situaciones deficientes no deben, sin embargo,
llegar a “ explicar” el estado normal por la adaptación feliz
a una psicosis latente, como lo insinúa Jung.
El criterio de adaptación no vale, pues, más que en con
diciones definidas y en relación con la norma de un sistema
de referencia dado. Interesa tanto más que esta norma sea
auténticamente biológica y no contaminada por valores de
otra naturaleza. Cumplida esta condición, se separan los di
versos sistemas de referencia y se identifica una cierta forma
común de adaptación, y correlativamente de desadaptación,
válida para la apreciación de lo patológico.
En este sentido, la prueba social de lo psicopatológico se
presenta como decisiva. La enfermedad expresa una ruptura
del contacto social, una separación del grupo humano. Del
valor biológico pasamos al valor social. Este último define,
entonces, la adaptación.
Algunos autores desarrollan esa concepción en un plano
netamente axiológico. F. Duyckaerts, por ejemplo, inspirán
dose en Oswald Schwartz y en Charlotte Bühler, encuentra có
modo invocar un “ instinto de creación” , que impulsa al indivi
duo adulto a superar las oposiciones, y a realizar con los otros
relaciones constructivas, creadoras. La cooperación real con
vistas a una obra común se convierte en el valor supremo,
finalidad y signo objetivo de la evolución normal del hom
bre. El enfermo mental es incapaz de alcanzarlo,, impotente
para decidirse, para actuar, para dar una significación a su
comportamiento cooperando positivamente con los demás.
Nada impide definir la normatividad por la creatividad.
Así se vuelve a construir el estado normal, la salud, de acuer
do con un concepto normativo que lo sobrevalora según la
perspectiva de un ideal social particular: comunidad y comu
nión humanas, solidaridad, progreso, finalidad social. Pero
este postulado no se impone más que otro, y como cualquier
otro puede ser rechazado. Sobre todo, no se ve en qué este
valor social sería más “ objetivo” que un valor moral, estético
o científico.
Es cierto que la cooperación, la obra común, son bienes
40
a desarrollar. Ellos atestiguan relaciones de grupo ordinaria
mente incompatibles con un estado patológico manifiesto. Pero
entendámonos. La ruptura social está lejos de ser siempre
total, con frecuencia es parcial, y deja lugar para una tohia
de contacto diferente. La cooperación subsiste a menudo entre
enfermos y normales, y aun entre enfermos; persisten o se en
tablan entre ellos lazos afectivos, al menos por un tiempo, cuyo
valor se muestra positivo y hasta cierto punto creador. Final
mente, las relaciones negativas y las rupturas sociales no son
de ningún modo el patrimonio de la patología. Pertenecen
al dinamismo normal de las relaciones interindividuales. Las
luchas de intereses, de prestigio, los conflictos sexuales, las
enemistades, la agresividad, el odio, etcétera, son fenómenos
correlativos de las uniones amistosas, amorosas, etcétera. En
este dominio parece ser que no se puede construir nada sin
destruir a la vez alguna cosa.
Es necesario cuidarse de asimilar el bien biológico al bien
moral y al bien social, y el patológico al mal moral y al mal
social, por una especie de nuevo maniqueísmo.
El valor social de la cooperación no es, pues, ni co-extensi-
vo ni co-comprensivo a las nociones de salud y de enfermedad.
De este modo, la desintegración de las funciones, la coac
ción de la personalidad y la pérdida de su autonomía,, así
como la desadaptación social, expresan bien el aspecto defici
tario de la enfermedad; contribuyen a definirla, sin ser objeti
vamente suficientes.
B) Valor positivo
41
Se percibe entonces que el estado mórbido resulta, a la vez,
de fenómenos deficitarios y de fenómenos positivos, que tra1
ducen una reorganización más o menos profunda del funciona
miento del ser tendiente a perseverar en su ser, según la fór
mula de Spinoza relativa a la vida.
Consideramos, por ejemplo, en el orden físico, el “ síndro
me general de adaptación” de Selye \ El organismo que sufre
una agresión reacciona en tres fases sucesivas: 1° Una reac
ción de alarma, con su primer estadio de “ shock” (perturbacio
nes neurovegetativas por déficit y perturbaciones humorales),
y su segundo estadio de contra-“ shock” (reacciones inversas,
con descarga urinaria de los diecisiete cetoesteroides y de los
once oxiesteroides); 2 ° Fase de resistencia, señalada por el
conjunto de las reacciones generales del organismo adaptado
a los estímulos sufridos; 3® Fase de agotamiento si el stress
se prolonga demasiado. Reacciones generales, proceso irre
versible.
El síndrome general de adaptación resume el conjunto de
las defensas no específicas del organismo. Hasta se ha queri
do ver allí la enfermedad por excelencia, lo esencial de casi
todas las enfermedades, lo cual es una interpretación segura
mente tan simplista como abusiva.
Tal cual es, este síndrome muestra un conjunto de reaccio
nes coordinadas, morfológicas, funcionales y químicas, osci
lantes, con una especie de exceso positivo en lugar de umi défi
cit puro, que expresa a la vez la adaptación orgánica y los
síntomas mórbidos. Este valor positivo se hace negativo en el
curso de la fase de agotamiento.
Volvamos al plano psicológico. La teoría freudiana de la
neurosis o de la psicosis insiste sobre los mecanismos de fija
ción y de regresión a los estadios más o menos antiguos del
42.
desarrollo instintivoafectivo de la personalidad, y sobre el
alejamiento de lo real, el fracaso y las frustraciones que de ello
resultan. Pero igualmente destaca los mecanismos defensivos
del yo, que se protege contra la saciedad directa de los impul
sos reprimidos, por el sistema simbólico de los síntomas (an
gustia, fobias, obsesiones, delirios), por la proyección psicótica
de los impulsos en lo real, por los comportamientos muy re
gresivos que preservan al yo y le proporcionan satisfacciones
narcisistas. Todas estas estructuras funcionales toman un sen
tido positivo; de ninguna manera se reducen a expresar la
ausencia de fenómenos normales. Se ve cómo la adhesión ini
cial de Freud a un concepto cuantitativo y gradualista de lo
patológico ha sido superada por los hechos y su interpreta
ción doctrinaria. También se ve cuánto equívoco revela la acti
tud de los psicoanalistas que rehúsan definir teóricamente lo
patológico, cuando en la práctica se agotan por analizarlo y
reducirlo. Es que el problema conduce a puntos esenciales no
resueltos por la teoría, por lo cual resulta más fácil tener a
todo hombre por un neurótico o un psicópata ab ovo, que
definir los límites de las estructuras y de los mecanismos
patológicos.
La concepción organodinamista de la patología nerviosa
y mental, tan vigorosamente desarrollada por Henri Ey, sobre
la base de los trabajos de Hughlings Jackson, Freud, Pierre
Janet, Monakow y Mourgue, y de Goldstein, permite una visión
de conjunto que pone bien en su lugar el valor positivo de los
fenómenos patológicos. Reconociendo en el organismo una
energía y una jerarquía de las funciones nerviosas, el proceso
patológico pone en marcha dos tipos de fenómenos: los unos,
deficitarios, primarios, negativos, que resultan directamente
del proceso orgánico y expresan la disolución o desintegración
de las funciones (parálisis motriz, afasia, amnesia, etcétera).
Los otros, positivos, secundarios, expresan la liberación de las
funciones subyacentes al nivel alcanzado; resultan de la acti
vidad subsistente en el nivel inferior, al cual se halla reducido
el sistema funcional (fobias, onirismo, delirio, comportamien
tos infantiles, etcétera). Destaquémoslo, estos fenómenos po
sitivos son concebidos como procedentes de la actividad res
tante del sistema organopsíquico y de su esfuerzo compen
satorio, no del proceso patológico mismo; tanta es la resis
tencia a admitir que este último pueda tener en sí mismo otra
cosa que síntomas deficitarios.
Ahora bien, en la perspectiva holística y gestaltista de la
biopsicología contemporánea, no se podrían concebir dos se
ries yuxtapuestas de síntomas positivos y de síntomas negati
vos; ni aun cuando se tratase de un entrelazamiento. Es una
verdadera estructuración global en la cual armonizan en di
sonancia los fenómenos positivos y negativos. Y el conjunto
de esa estructura constituye la forma patológica. Esta forma
evoluciona, va sea hacia una desorganización progresiva, hacia
una restitución funcional, o hacia una reorganización más o
menos vicariante y deficitaria.
Tal como lo ha mostrado Goldstein, la enfermedad deter
mina otro género de equilibrio v una cualidad diferente de
la adaptación funcional a las situaciones. En este sentido,
G. Canguilhem restablece todo el valor cualitativo nositivo
de lo patológico, reconociéndole una normatividad biológica:
con normas sanas, cuando el organismo sigue siendo caoaz
de hacer frente a todas las situaciones, de correr riesgos des
arrollando sus aptitudes v utilizando sus capacidades: con
normas patológicas, de cualidad inferior, cuando el organismo
pierde precisamente su capacidad normativa, creadora de
nuevas normas en nuevas condiciones.
III. V is ió n s in t é t ic a
44
existencial y de valor; de los cuales sólo el juicio de valor
confiere la cualidad específica.
29 La unidad de lo patológico se afirma en el orden del
valor y en el orden de la estructura fenoménica. No hay una
patología física y una patología mental de esencia diferente.
La patología del espíritu se corporiza con evidencia, la pato
logía del cuerpo se espiritualiza con discreción. Sólo difieren
y pueden diversificarse mucho las modalidades expresivas de
lo patológico, según los niveles y sistemas funcionales intere
sados, según el tipo de organismo y su estadio evolutivo.
39 En patología mental, la enfermedad se define por los
cuatro caracteres siguientes: a) Una modificación de la re
lación entre el potencial energético y la energía actualizada,
entre la cantidad total de energía y su distribución intraorgá-
nica. b) Una estructura funcional que comporta a la vez una
desestructuración y una reestructuración, c) Una alteración
más o menos importante de los valores del mundo vivido, d)
Una conducta desadaptada, con o sin esfuerzo readaptativo,
reduciendo o suprimiendo la eficacia social.
La enfermedad es orgánica en un cierto nivel estructural
del ser. Es psíquica en la medida en que ella alcanza a la
personalidad y esta última reacciona, con todas las consecuen
cias relaciónales que de ello se desprenden.
La enfermedad es una manera de ser, más precisamente,
una manera de mal-ser.
49 Lo patológico representa un orden de valor biopsico-
lógico específico. Habría peligro en desconocerlo y riesgo en
desnaturalizarlo por contaminaciones con la ayuda de los va
lores moral,, estético o social; y de esto la historia de las ideas
ya ha dado muchos ejemplos nefastos.
Centrando como se debe el concepto de lo patológico, pros
cribiendo las metáforas y las analogías superficiales, obser
vando un cierto rigor intelectual, debe preservarse a la medi
cina y a la psicopatología de una abusiva “ moralización” ,
tanto como a la medicina y a la sociedad de una excesiva
“ psiquiatrización” .
45
El progreso de nuestros conocimientos no reside en una
confusión de los valores, sino en su discernimiento mejor ela
borado. Quizás, en el futuro, la axiología biológica desapa
recerá en el seno de las mutaciones de valores que podríamos
imaginar, pero no prever. Nosotros estamos muy lejos de ello.
46
C apítulo III
DE LA TERMINOLOGÍA
47
Cuando el sentido concreto está bien conservado en el uso
técnico, no hay motivo para lamentarse, puesto que expresa
una manera de ser del enfermo en una situación dada. La
palabra concreta, con su bagaje afectivo, posee en sí un valor
descriptivo. Desgraciadamente, lo que ella gana en valor des
criptivo lo pierde en valor analítico, pues con frecuencia
abarca y confunde estados o situaciones muy distintos. Por
otra parte, evoluciona con la vida general del lenguaje, lo
que determina la separación progresiva entre el significado
concreto móvil y el establecido, convertido por eso mismo en
menos concreto y más técnico.
El empleo de términos médicos se descuenta en lo que
concierne al aspecto físico de la patología mental, e igualmen
te en lo que toca a su cuadro constitutivo. Los sustantivos res
ponden a los conceptos mismos: patología, enfermedad, afec
ción, semiología, diagnóstico, pronóstico, patogenia, terapéu
tica, etcétera. Basta con calificarlos especialmente: mental
o psíquico. Casi no hay lugar para insistir sobre ello. Esto
evidencia la toma de conciencia técnica del hecho psicopato-
lógico a través de una conceptuación médica, cuyo nudo se
afirma como esencial cualesquiera sean las ampliaciones ulte
riores con las cuales hayan podido beneficiarse,, o perjudicar
se, las nociones de psicopatología.
La fuente psicológica y filosófica, subterránea o surgente,
proporciona un aporte variable pero permanente. Un buen
ejemplo de ello sería la historia de las teorías de la afasia,
desde el esquema simplista de la psicología de las asociacio
nes y de las facultades, hasta la teoría gestaltista. Otro tanto
podríamos decir de los fenómenos alucinatorios. El conduc-
tismo ha aportado sus vocablos, sin que ello haya impedido
a la fenomenología y al existencialismo ofrecer los suyos. Los
términos, ya usados en acepciones diferentes por los distintos
filósofos y en relación con posiciones determinadas, no han
visto mejorado su uso en manos de los psiquíatras.
Sin embargo, ha llegado a constituirse un vocabulario más
autónomo y más técnico. Por ejemplo: esquizofrenia, para-
frenia, paranoia, melancolía, síndrome de automatismo men
48
tal, xenopatía, catatonía, sismoterapia, etcétera. Casi toda la
terminología psicoanalítica tiene un sentido técnico preciso
(inconsciente, fijación, represión, regresión, libido, complejo,
simbolismo, transferencia, proyección, introyección, objeto,
etcétera).
Los neologismos son bastante frecuentes, quizá más entre
los psiquíatras que entre los enfermos. Útiles o necesarios
cuando expresan con exactitud un hecho o una noción mal o
confusamente denominada, o innominada, no nacen siempre
en condiciones tan legítimas.
Mezcla de términos concretos y abstractos, con acepciones
diversas según las doctrinas y los autores, el lenguaje de la
psicopatología carece de especificidad. Con todo, tiende a
caracterizarse en un sentido técnico, sea por préstamo de dis
ciplinas vecinas, sea por creación original. De ahí que sea
tanto más necesario definir los conceptos y el uso de los tér
minos, en un dominio todavía demasiado fértil en expresiones
literarias, metafóricas, elásticas y confusas. El lenguaje cien
tífico se esfuerza de continuo por reducir al máximo la apro
ximación, el contrasentido, la impropiedad. La elaboración
de vocabularios técnicos y críticos constituye una tarea ingra
ta, pero útil \
Algunos breves ejemplos mostrarán el interés de la
cuestión.
49
lítica” , pasa inadvertido; sin embargo, tratamiento psicológi
co o radiológico, o terapia psicoanalítica, serían menos pesa
dos y mejor recibidos.
La “ personalidad psicopática” , expresión de la cual se
hace uso y abuso con otros enfoques, sufre de la misma afec
ción pleonástica. Expresando ya la personalidad el ser psí
quico, de ningún modo es necesario repetirlo en el calificativo.
Basta con decir personalidad mórbida o patológica.
La expresión “ psicoafectivo” llega al ridículo, puesto que
por definición la afectividad pertenece al nivel psíquico. En
tal caso también sería lógicamente necesario decir: una afec
ción “ somatocardíaca” o “ somatohepática” , para confirmar
que el corazón y el hígado son órganos físicos.
Hablar de la “ personalidad de los iones” , es correr un
riesgo supérfluo cuando se dispone ya de la individualidad.
Los contrasentidos y los sin sentidos se multiplican de
masiado fácilmente. Así han aparecido “ osteopatía” en el
sentido de tratamiento, y “ osteópata” en el sentido de médico.
Ahora bien, el uso médico quiere que estos términos signifi
quen respectivamente, enfermedad de los huesos y enfermo
de los huesos; así como el cardiópata y el neurópata son los
enfermos tratados por el cardiólogo y el neurólogo. Era fácil
decir, en cambio: “ osteoterapia” y “ osteoterapeuta” .
Cuando se emplea “ organogénesis” y “ psicogénesis” , en
el sentido de desarrollo orgánico o psicológico de un proceso
mórbido, se incurre en un contrasentido frente al significado
exacto de desarrollo de los órganos o del psiquismo. Habría
que hablar de patogenia, y calificarla de orgánica o de
psicológica.
Los medicamentos llamados durante un tiempo “ ganglio-
pléjicos” , de ninguna manera actuaban sobre los ganglios
nerviosos. Luego fueron bautizados con el nombre de “ neuro-
pléjicos” , es decir capaces de “ golpear” , de paralizar, el sis
tema nervioso como el ataque hemipléjico. Perfeccionados en
“ neurolépticos” se conforman ahora con suspender la activi
dad nerviosa sin duda sobreentendiéndola como perturbada.
50
El efecto sedante y regulador de la medicación queda aún mal
expresado.
La “ xenomanía” , más precisamente la “ anglomanía” , sin
entrar a considerar la mediocre calidad literaria de un texto
plagado de locuciones extranjeras, es rica en contrasentidos y
sin sentidos, en significaciones ambiguas, polivalentes, esto
es, confusas. Invocar errores de traducción, a menudo reales,
no justifica nada. Semejante incontinencia es tanto menos
aceptable cuando existen en nuestro idioma términos precisos
y convenientemente definibles. Desgraciadamente, los ejem
plos abundan.
T o m e m o s la palabra stress. Ha tenido mucho predi
camento en medicina en estos últimos años, y no dejó de ser
recibida ampliamente en psiquiatría. Ahora bien, se han
podido contar de ella una veintena de acepciones diferentes,
y muchas en el mismo Selye, en su descripción del síndrome
general de adaptación. Se ha considerado a este término co
mo intraducibie, pero no por ello se persiste menos en su
empleo. Si tiene muchos sentidos, o si es intraducibie, ¿por
qué, entonces, utilizarlo? Una de dos: o se usa en reemplazo
de un término propio bien definido (agresión, compulsión,
traumatismo, etcétera), y es mejor emplear ese término; o su
uso sirve para evocar confusamente hechos o conceptos vagos
en la mente de quien lo emplea, y más vale reconocerlo, re
flexionar e informarse.
Otra palabra llena de magia: pattern. Posee un sen
tido general de forma, esquema, tipo, modelo, y hasta estruc
tura; y un sentido, propio de la estadística, de cuadro o de
representación esquemática. Verdaderamente no se percibe
qué interés puede tener este término fuente de confusión,
cuando otros términos propios ofrecen todos los matices y
precisiones deseables.
Por tratarse de locuciones o de términos extranjeros con
vendría, por el contrario, observar un gran rigor en la tra
ducción. Su sentido debe ser bien definido, y no deben em
plearse más que en ese sentido. Ciertamente, no hay motivo
para proscribir todo término extranjero que pueda ser técni
51
camente útil, o responder a una moda, a una influencia social
general, a la cual una terminología aun con pretensión cien
tífica no podría sustraerse completamente. Sin embargo, si
el vocablo extranjero no aporta nada, no hay por qué utili
zarlo fuera de las citas de los autores; anteayer griegos, ayer
latinos, hoy ingleses, mañana tal vez rusos.
3. LA TRASPOSICIÓN ANALÓGICA
52
tamente la marca de estructuras mórbidas, y menos todavía
de caracteres nosográficos. Vencer la nosografía tomándole
sus elementos viene a ser una manera viciosa de cerrar el
círculo. La disociación del test no es la de la clínica, la
epilepsia de la clínica no es la del test, el carácter esquizoide
no es la estructura mórbida, esquizoide, etcétera. Sin duda,
psicólogos y psiquíatras saben hoy que emplean un vocabu
lario común en sentidos diferentes, y se esfuerzan por realizar
la rectificación deseable. Esto no es una ventaja ni para los
unos ni para los otros. Indudablemente se produce una con
taminación de los valores psicopatológicos con los valores
psicológicos y caracterológicos. Ello induce a extender abu
sivamente los conceptos de psicosis y sobre todo de neurosis.
La intención de establecer una “ psicología clínica” par
ticipa del mismo error inicial y corre el riesgo de tener efec
tos desafortunados. Definirla como “ el arte y la técnica que
se refieren a los problemas de adaptación de los seres hu
manos” (Asociación Americana de Psicología), le confiere
un carácter universal, del cual no pensamos que sea una ga
rantía metodológica. D. Lagache adorrta y sostiene esta
posición, que amplía al extremo la perspectiva psicológica
toda, incluyendo en ella a la psicopatología. Esto puede va
ler para quien es a la vez psicólogo y psiquíatrá o médico,
pero no como método de estudio o de enseñanza. Como ya
hemos visto, no hay un método clínico especial, sino un mé
todo experimental común a un conjunto de disciplinas. La
legítima preocupación por acercarse a los hechos, a las reali
dades vividas, no exige ninguna “ medicalización” , bien por
lo contrario. Decir psicología “ individual” , “ concreta” o
“ aplicada” , evitaría todo equívoco y haría menos fácil la
inflexión médica de la actitud psicológica. La “ psicotécnica”
no tendría entonces más que reunir a todos los “ testistas” y
experimentadores. La psicología englobaría el todo y no co
rrería más la aventura de ser constreñida a los tests, a los
ejercicios de laboratorio, o a los juegos del análisis subjetivo.
¿Cuestión de palabras? No. Cuando se habla de “ psico-
53
clínico” se evoca infaliblemente a “ su enfermo” \ Proble
mas y conflictos se mezclan; conflictos y tensiones, por el
hecho de su existencia, son ya sospechosos, y lo “ neurótico”
se desata automáticamente.
Para muchos autores, la “ psicología médica” es un “ ca
jón de sastre” donde se mezclan psicopatología, psiquiatría,
neurofisiología, caracterología, práctica médica y medicole-
gal, etc. Sería ventajoso limitar su campo a la psicología de
la situación médica (m édico; relaciones con el enfermo, fami
lia, jurisdicciones, colectividades; posición e influencia psi
cológicas en la sociedad del médico y de la medicina) y a la
psicología de la historia de la medicina.
Cuando Melanie Klein trasporta al lactante los concep
tos y los términos del psicoanálisis del niño y hasta del
adulto, comete una confusión que, por ser sin duda delibe
rada, no por ello es menos condenable. Ella disfraza el estu
dio objetivo de los fenómenos por una trasposición verbal
que presenta como conocido lo que no lo es. Describir así
en el lactante una primera fase de “ ansiedad persecutoria”
(espera de castigo ligada a la agresividad devoradora), y
una segunda fase “ depresiva” (conciencia de la independen
cia del objeto m aternal); hablar de objeto “ parcial” , testi
monio de un adultocentrismo excesivo; valorizar psicopatoló-
gicamente las fases primitivas del desarrollo normal; es gra
tuito y resulta de una interpretación abusiva. O las palabras
pierden su sentido, o los conceptos se confunden.
Una analogía de comportamiento y una analogía entre
la noción psicológica de conflicto y la noción psicofisiológica
de contradicción, entre estímulos o condiciones experimental
mente determinadas, han bastado para instituir las “ neurosis
experimentales” ; y con ellas la asimilación pura y simple
de las perturbaciones del comportamiento del perro, del gato,
del mono, a las neurosis humanas; no obstante existir un
determinismo manifiestamente distinto, una estructura psico
lógica y una significación diferentes. El enfoque analógico 1
54
de los fenómenos es por cierto interesante. Pero la identidad
del término lleva a la identificación de los conceptos. Y se
acaba por apoyarse sobre el concepto mismo de neurosis
experimental, sin siquiera considerar los distintos fenómenos
que el término involucra.
El mal uso de las palabras y de las ideas implica, a ma
yor o menor plazo, una verdadera desnaturalización de las
unas y de las otras.
4. LA DESNATURALIZACIÓN TERMINOLÓGICA
55
que ya es bajo una forma menor o latente, la angustia, el
lenguaje, la psicosis, el indicativo “ pre” no sirve ya para
gran cosa. No se acostumbra llamar al óvulo, ni siquiera al
huevo, “ pre-embrión” .
El poder de las palabras es considerable, y sólo por el
artificio del análisis se las separa de los conceptos y de las
imágenes que les confieren una significación. De ese modo
se aplican nociones sin valor científico, y hasta se fundan
instituciones. Y aún más, uno se conforma con cambiar el
nombre de una realidad que no ha cambiado.
Cuando en psicopatología se observa una perspectiva mo
nista, y se utilizan conceptos globalistas, muy pronto se vuel
ve a retomar una terminología dualista y analítica. Tal
“ psicosomático” aísla un acontecimiento, jerarquiza una si
tuación, acerca por un proceso de causalidad un síntoma
físico a una reacción psíquica; todo como si fuese un psiquía
tra de comienzos de siglo, impregnado de la filosofía del
siglo xix. Hay contradicción entre los términos y los con
ceptos. ¿La responsabilidad incumbe sólo a los términos?
Seguramente no. Existe una contrariedad, hasta una contra
dicción conceptual interna.
El principal interés del estudio de los términos radica
en que pone en evidencia las dificultades del pensamiento.
La terminología merece mayores cuidados que los que
se le otorgan de ordinario. Y esto es igualmente cierto fuera
de la psicopatología.
56
Segunda Parte
LA PERSONALIDAD MÓRBIDA
C apítulo I
PERSONALIDAD Y PERSONAJE
1. LA PERSONALIDAD NORMAL
60
han aportado datos, interpretaciones, esquemas interesantes,
y suscitado nuevos problemas en lugar de los tradicionales.
Esto exigiría un largo desarrollo. Limitémonos a recordar
que la personalidad se construye por contracciones y dilata
ciones sucesivas, conforme a líneas de fuerzas que progresi
vamente se hacen continuas y determinan, en un cierto estadio,
una orientación definitiva. Este estadio no es alcanzado por
lodos los individuos a la misma edad, y sin duda varía se
gún el tipo de estructura social.
La influencia social importa mucho hasta en estadios
bastante avanzados del desarrollo, y bajo modalidades diver
sas, conscientes e inconscientes. Las múltiples identificacio
nes o imitaciones e introyecciones en el curso del desarrollo
instintivoafectivo, introducen y sostienen, en la estructura
ción de la personalidad, instancias inconscientes o para
conscientes familiares, culturales y sociales, que ejercen una
influencia modeladora y determinan ciertas modalidades re-
accionales. La noción de “ personalidad de base” , formulada
por A. K ardiner1, considerada como fondo común a todos
los individuos formados conforme al estilo propio de la so
ciedad a la cual pertenecen, nos parece más un armazón que
una base. Por otra parte, hay más que un simple matiz entre
“ base de la personalidad” y “ personalidad de base” . El sus
trato fundamental de la personalidad es orgánico, no social.
Por “ operacional” que sea el concepto, parece trunco, pues
la personalidad básica y social debería completarse con una
personalidad individual, cuya relación estructural no podría
captarse plenamente. En efecto, en cada etapa del desarrollo
de la personalidad se realiza una construcción en la cual se
amalgaman los materiales de origen interno y de origen ex
terno, sin que se distinga una personalidad basal. Si hay
una biología común a los individuos por su especie y su ge
neración, esto no significa una “ individualidad de base” .
Uno no es solamente el hijo de su padre, sino también
el de la sociedad, o más bien de los grupos sociales a los
61
cuales se pertenece de buen o de mal grado. Uno sigue sien
do, con todo, el hijo de sí mismo y de su progenie,, pues la
personalidad no se reduce al almacenamiento individual de
los alimentos sociales. Ella lo manifiesta cambiando de ré
gimen nutritivo, pasando de un grupo a otro, sobrepasando
y excediendo los imperativos colectivos, configurándose un
fuero interno, viviendo los valores del mundo humano según
su propio estilo. Si la sociedad inviste a la personalidad con
sus normas, la personalidad re-crea a su vez sus propias nor
mas, no en calidad, sino en forma y terminología a menudo
muy comunes.
2. EL PERSONAJE
62
y el personaje tal cual se interpreta. El papel tiene el valor
de una máscara social, de un medio exterior, de un instru
mento de uso exclusivamente externo; personaje engañoso.
A la inversa, el personaje puede investir de tal modo a la
personalidad, que ésta queda reducida a « o ser más que su
personaje; personalidad engañada o identificación completa,
esto es el hombre de un solo papel, en quien la máscara
absorbe al rostro. En general, los compromisos son compa
tibles con las reservas de disponibilidad en razón de la mul
tiplicidad de papeles atribuidos al hombre, a la vez hijo,
padre, amante, jugador, trabajador, ciudadano, etcétera. Se
gún los papeles, es ya dominador, ya dominado; ya activo,
ya pasivo; ya actor, ya espectador; ya comprometido, ya li
berado. El predominio de un papel no impide desempeñar
los otros. Algunos se integran a la personalidad, otros si
guen siendo exteriores y extraños a ella.
Por el personaje, ideal o subjetivo, y social u objetivo,
la sociedad impregna y moldea la personalidad. Por el per
sonaje socializado, la personalidad se actualiza y entrega la
principal medida de su eficacia. El personaje es una forma
de expresión de la personalidad.
Bajo este punto de vista, existe una patología del perso
naje. Ella aparece cuando el personaje es un fantasma neu
rótico o psicótico, cuando constituye una coraza defensiva,
un refugio necesario, o cuando ejerce una coacción opresiva.
La degradación del personaje, el abandono sucesivo de los
diversos papeles (profesionales, familiares, etcétera), son
signos manifiestos del deterioro de la personalidad, de la
desinserción de las estructuras sociales. A falta de curación,
la terapéutica tiende a restituir al enfermo un papel, un per
sonaje, aunque sea único y casi insignificante.
63
entrar en el capítulo de la nosografía, que abordaremos en
la tercera parte de esta obra, debemos distinguir desde ahora,
en una perspectiva axiológica, las personalidades “ anorma
les” de las que no lo son.
Se trata aquí, precisamente, de no confundir nunca anoma
lía y enfermedad, variación singular y patología. Entende
mos por personalidad anormal a la personalidad que se
aparta de la norma cuantitativa y cualitativa, de la mediana
del grupo considerado, sea por una insuficiencia o por una
excelencia global, sea por una estructura singular, original.
Estos caracteres se manifiestan y se acentúan en el curso del
desarrollo de la personalidad y se expanden con la culmina
ción de ésta. Confieren a la personalidad un valor especial,
positivo o negativo en relación con la norma media del grupo.
En su determinismo no se registra un proceso patológico
aprehensible.
Esta escala de variaciones comprende las personalidades
excepcionales (inteligencia muy superior, genio, potencia ex
traordinaria y eficacia del esfuerzo voluntario, sin signos
deficitarios), habitualmente valoradas en términos laudato
rios; y las personalidades muy mediocres, desarmónicas, or
dinariamente valoradas en términos peyorativos. Subrayemos
la incidencia del juicio de valor que niega autoridad a todo
concepto de patología con respecto a los “ espíritus superio
res” , lo que constituye una petición de principio, y la admite
por lo contrario sin demostración, en lo que concierne a los
“ espíritus inferiores” . Toda originalidad individual un poco
acentuada parece sospechosa al grupo, el cual la experimenta
como un peligro para su coherencia, y tiende a reducirla por
coacción, o a neutralizarla por la exclusión de una mancha
moral o de una conversión médica. La medicina reemplaza
indebidamente a la moral. Ahora bien, un mediocre, un ton
to, un orgulloso, un emotivo, un sensual, un introvertido (en
el sentido de Jung), un indolente, etcétera, no son forzosa
mente, enfermos ni impedidos; son personalidades de valor
moral, psicológico o social diferentes, que no se podría con
vertir en valor patológico sin poner antes en evidencia un
64
proceso mórbido actual u original. Que el grupo social se
queje o sufra con ello no prueba en nada su carácter patoló
gico. De lo contrario, no habría más que decir: “ Quien no
es como yo está loco” .
La dificultad es evidente: ¿El mismo estado podría en
tonces resultar o no de un proceso patológico, según las cir
cunstancias? Molesta a primera vista, esta consecuencia no
es de ningún modo contradictoria, por poco que se reflexione
sobre ella. . . No poder levantar un peso de 30 kilos implica
una insuficiencia muscular que puede deberse, bien a una
falta de costumbre, causa no patológica, bien a una amiotro-
fia ocasionada por lesiones nerviosas centrales o periféricas.
Del mismo modo, la mediocridad intelectual puede derivar
de la calidad de los genes conforme a un determinismo fisio
lógico, o depender de un proceso patológico que ha evolucio
nado durante el desarrollo intrauterino o en la temprana
primera infancia. Así, pues, puede haber aquí un retardo
mental normal y uno mórbido. Más valdría entonces hablar
de ininteligencia o de inferioridad intelectual en el primer
caso, y reservar el concepto de retardo para el caso patológi
co. Por otra parte, el término “ retardo” es inapropiado en
el primer caso, pues el desarrollo de la personalidad ha sido
lo que debía ser, en relación con las condiciones genéticas
iniciales.
Lo que algunos considerarían sin razón una sutileza teó
rica, puede tener una incidencia práctica grave, particular
mente de orden médicolegal. Ciertos individuos más o me
nos “ anormales” , considerados ya como enfermos, ya como
no enfermos, se adaptan mal o difícilmente a las estructuras
sociales complicadas, rígidas y cerradas, que pesan cada día
más sobre el individuo y hacen todavía más artificial su
existencia. Este desnivel entre el individuo y la sociedad no
es en sí patológico: es el residuo del progreso o, al menos,
de la evolución. Todos los hombres no marchan al mismo
paso, felizmente.
Ciertamente, algunos casos particulares son difíciles de
apreciar y pueden constituir transiciones, Debe admitirse una
65
incierta psicopatología marginal, una psiquiatría de frontera.
Esto no dispensa, sino que exige más imperativamente, cen
trar los problemas cuanto sea posible.
También nos parece igualmente peligroso integrar a título
de tipos particulares, las personalidades patológicas en el
cuadro de las personalidades anormales, por la contamina
ción que entonces se produce entre lo anormal y lo patológico.
A pesar de sus esfuerzos, Kurt Schneider nos da un ejemplo
parcial de ello Después de haber definido la personalidad
anormal en un sentido muy extensivo, como una variación
cuantitativa con relación a la mediana, incluye en ella a las
personalidades “ psicopáticas” , caracterizadas las unas por el
hecho de sufrir su estado, las otras por el de hacérselo sufrir
a la sociedad. Reconoce en seguida que no hay ninguna ra
zón para calificarlas de patológicas, e intenta separarlas ne
tamente de las psicosis y establecerlas en una especie de
tipología. Pero en el estudio de casos particulares vuelve a
introducir parcialmente enfermos y enfermedades. Una mala
terminología agrava las cosas (psicópatas hipertímicos, de
presivos, asténicos, etcétera).
Si bien la psicopatología conserva un derecho de mira
sobre las personalidades anormales, y tiene gran interés en
ampliar su campo de observación y de comparación, su prin
cipal objeto sigue siendo la personalidad mórbida en el sen
tido propio del término, es decir, la personalidad afectada
por un proceso patológico, durable o no, no importa en qué
etapa de su desarrollo.1
66
C apítulo II
LA CONCIENCIA MÓRBIDA
67
1. LA TOMA DE CONCIENCIA
68
bien los grados de masividad y de prráundidajL d^.trasto'rñVf'
de la conciencia bajo su aspecto deficitario. Pero a cada
grado, a cada forma globalmente deficitaria, corresponde una
alteración cualitativa, una variación estructural que transfor
ma la toma de conciencia o la aniquila. La alteración de la
claridad de las percepciones va acompañada de una alteración
de las significaciones. La perversión de las significaciones
ejerce una influencia sobre las percepciones, que puede ser
discreta e imperceptible, o poderosa y evidente.
Aun patológica, la conciencia sigue siendo conciencia de
alguna cosa. Ya sea imaginante, o realizante, pasa constan
temente de una forma a otra. Lo real se vuelve imaginario
y lo imaginario real, en un universo donde sólo cuentan las
significaciones subjetivas.
El deslizamiento del plano de lo imaginario al plano de
lo real, y el inverso, se efectúa tanto por interpenetración,
como por mutación. De ello resulta una estructura diferente
de la conciencia caracterizada en un caso por la alternancia
de una estructuración subjetivista y una estructuración obje-
tivista, con significaciones heterogéneas y discontinuas; y en
el otro caso, por la permanencia de una estructuración mixta,
con significaciones heterogéneas, intrincadas y continuas.
En el nivel de la conciencia mórbida, el juego- de la apa
rición y de la utilización de los recuerdos responde a este
movimiento. En efecto, tres categorías de recuerdos interfie
ren, y puede distinguírselos por su grado de autenticidad.
1? Recuerdos reales y normales, auténticos, que pertene
cen a la biografía anterior al estado mórbido. Son recuerdos
neutros, poco significativos, de carácter descriptivo concreto,
ligados entre sí mucho más que a la situación presente del
snfermo; recuerdos cargados de afectividad que evocan acon-
;ecimientos conmovedores, hechos graves o benignos, pero
lotados de un valor sentimental o simbólico; recuerdos muy
intelectualizados que expresan juicios abstractos, esquemas
;xplicativos o significativos que resumen un período de la
;xistencia, una experiencia pasada. Su evocación depende de
69
circunstancias exteriores a la situación mórbida o, más a me
nudo, se relaciona indirecta o directamente con esa situación.
2 ° Recuerdos delirantes. Se trata de recuerdos relativos
a las experiencias patológicas vividas. Son, pues, recuerdos
reales, pero mórbidos. Llevan a la conciencia el testimonio
de un pasado (patológico) y de su autenticidad, en suma
interna, con su realidad singular. Expresan el delirio pasado
y confirman el delirio presente. Son tanto recuerdos patoló
gicos como recuerdo de lo patológico.
3*? Recuerdos deformados. La experiencia delirante actual
utiliza los recuerdos deformándolos en el sentido de la sig
nificación existencial del momento. La deformación se hace
a la vez sobre los recuerdos delirantes más o menos recientes
y sobre los recuerdos normales antiguos; más sobre los unos
que sobre los otros, o de manera muy electiva o selectiva
sobre algunos, según la estructura psicopatológica y las capa
cidades psicológicas del enfermo. La deformación puede lle
gar hasta a crear “ falsos recuerdos normales” , si así puede
decirse, y “ falsos recuerdos delirantes” . Los falsos recuerdos
delirantes — falsificación de segundo grado en relación con
lo real— constituyen un delirio retrospectivo resultante de la
experiencia delirante actual. Ese delirio retrospectivo puede
aparecer bajo la forma de un caos oniroide en movimiento,
o bien puede traducir el esfuerzo obstinado de reconstrucción
de una personalidad profundamente alterada.
La manera como son revividos los recuerdos es muy sig
nificativa en psicopatología, y sin duda también en psicología.
Con excepción de la calidad en cierta forma instrumental
de la fijación y de la evocación mnésicas, la selección y la
deformación de Jos recuerdos, aun sin sobrecarga simbólica,
dependen del dinamismo afectivo que les confiere una signi
ficación actual utilizable en la situación dada del mundo real
o imaginario.
Tales modificaciones de la conciencia muestran ya que
ésta no siempre es accesible al observador.
70
2. LA PENETRABILIDAD
71
y las demencias, se dibuja un cuadro de psicosis con delirio
y ansiedad fundamental, cuyo determinismo debe ser común.
Las sistematizaciones delirantes no son de naturaleza lógica,
sino afectiva. Fundar esas perturbaciones afectivas sobre la
hipótesis de una perturbación cenestésica como han intentado
hacerlo Ribot, Deny, G. Dumas, Revault d’Allonnes, no re
siste al examen; pues, por una parte, las capacidades emo
cionales subsisten aún en la despersonalización, y por otra,
las perturbaciones de la sensibilidad visceral existen en cier
tas afecciones nerviosas sin producir la alteración de la per
sonalidad. Es lo “ psíquico puro” lo que aparece, irreductible
a la conciencia normal porque no encuentra para expresarse
ningún cuadro conceptualizado, el cual responde al lenguaje
común elaborado por la vida colectiva. La conciencia mór
bida es la conciencia individual por excelencia. Se apoya
sobre una cenestesia subconsciente, la actividad orgánica, no
reducible a la suma de las sensaciones internas como lo que
ría- Beaunis.
En síntesis, la desestructuración social y sobre todo la
emergencia de lo psíquico vivido en su pureza individual, y
como tal no integrable en un pensamiento comunicable sólo
en su forma socializada, caracterizarían la conciencia mór
bida y explicarían su impenetrabilidad.
La clínica y el análisis psicológico confirman ese punto
de vista de Blondel, aunque limitándolo. No se aplica a toda
conciencia mórbida, ni al mismo enfermo de una manera
forzosamente constante.
Agreguemos que, fuera de las formas de conciencia mór
bida penetrables en el mismo grado que la conciencia normal,
otras formas mórbidas se presentan todavía más penetrables
que esta última, en razón de una insuficiencia de control o dé
coerción, de una expresividad más espontánea, más directa
y ostensible, que exhibe motivos y móviles, deseos y temo
res, angustia y agresividad.
Hay estructuras constantemente penetrables o constante
mente impenetrables, pero también hay estructuras cuya evo
lución implica fases de penetrabilidad y de impenetrabilidad,
72
según el dinamismo patológico. La melancolía y la esquizofre
nia ofrecen ejemplos de ello. Algunas psicosis delirantes cró
nicas pasan de una estructura penetrable y comprensible a una
estructura impenetrable e incomprensible.
Estas diferencias de penetrabilidad condicionan actitudes
distintas en los demás y en el enfermo frente a sí mismo.
73
cura de su enfermedad. Que se trate de una neurosis o de
una psicosis, esta actitud crítica no anula la conciencia de
estar enfermo y de manifestar un proceso patológico.
Cuando uno está verdaderamente loco, se dice que uno
lo ignora. Esto es verdad. Pero cuando uno se vuelve loco,
o cuando disminuye la locura, o cuando no se está demasiado
loco, uno puede muy bien darse cuenta de ello.
2 ° La conciencia mórbida de la enfermedad corresponde
a una actitud reflexiva de participación activa o de resigna
ción en el sentido mismo del delirio. Las formas son aquí
variables.
Sea una actitud temática delirante, bien conocida y muy
frecuente. El melancólico o el paranoico, en quien la angus
tia fomenta la formulación de una condena a muerte, toma
una actitud ansiosa y complementaria en relación con esa
formulación imaginaria; su conducta se vuelve lógica, de
acuerdo con aquello que él vive. El maniático erótico se-
xualiza su lenguaje y su comportamiento. El delirante ironi
za o se encoleriza si se le discuten sus expresiones. El esqui
zofrénico quiere matar a su padre o a su madre, antiguo
objeto de su agresividad; ha reflexionado largamente sobi-e
ello, y a veces pasa a la acción en un rapto impulsivo. La
conciencia es plenamente mórbida y puesta en forma según
la lógica interna del proceso psicopatológico. Hay allí una
unidad del pensamiento reconstituida de otro modo, y
una continuidad entre la vivencia subjetiva y la conducta
cumplida.
Sea una actitud de indiferencia, de neutralidad. El deli
rante crónico, que delira por rutina, no presta mayor aten
ción a lo que le pasa, no lo sufre más, no reacciona por ello.
Es necesario insistir para que el enfermo lo exprese, pero él
no se interesa más ni lo critica.
Sea una actitud positiva ante un objeto negativo. Por
ejemplo, el sentimiento de una enfermedad en realidad in
existente. La hipocondría, la nosofobia, la negación de órga
nos o de funciones, la trasposición imaginaria al plano físico
74
de una perturbación psíquica, ilustran, de distintas maneras,
esa actitud particular.
3? No se trata ya de actitudes, sino de la imposibilidad
de tomar una. Esta posición anula a la vez la conciencia crí
tica y la conciencia mórbida de la enfermedad. La llamamos,
pues, inconsciencia mórbida.
Se han observado casos curiosos de olvido o de negación
de una enfermedad sin embargo evidente y molesta: la anosog-
nosia de una hemiplejía izquierda, y hasta de una ceguera.
Mas frecuente es la inconsciencia mórbida por deterioración
grave de la personalidad (demencia paralítica o senil avanza
da, estupor), o por ausencia de la personalidad (imbecilidad
profunda). El coma determina un estado de inconsciencia
completa.
75
C apítulo III
EL UNIVERSO MÓRBIDO
1. LA EXPERIENCIA DELIRANTE
77
birse en términos bastante generales una experiencia delirante
o subdelirante.
La experiencia mórbida fundamental provee la materia
y la forma patológicas. Ella afecta al conjunto de la perso
nalidad, aun si la conciencia permanece clara y crítica, y la
conducta sigue adaptada a lo real. Pueden describirse en
ella dos fases evolutivas.
En una primera fase, la experiencia mórbida primaria
señala la erupción de la perturbación y el sobresalto de la
personalidad. Manera de vivir súbita e intensamente un ma
lestar, una angustia, una rareza, una inminencia de muerte o
de catástrofe, una retracción, un estallido, un impulso des
orientado, un aumento de energía sin salida. . . Falla inicial
por donde desborda lo imaginario, ese “ núcleo lírico de la
humanidad” , según la expresión de H. Ey. Lo que así es
“ vivido” se impone de entrada como un existente significa
tivo, dato inmediato de la conciencia mórbida. Señala el
nacimiento del universo mórbido y asegura así su desarrollo
a través de “ momentos fecundos” de igual naturaleza. El
conocimiento del mismo es intuitivo \
Esta intuición mórbida toca el fondo mismo de la per
sonalidad; posee el valor de una revelación. Tiene adhe
rencia a la personalidad, aun sin adhesión de ésta. Esta
experiencia mórbida primaria, sobre la cual ha insistido jus
tamente K. Jaspers, no es necesariamente delirante desde el
principio. Se impone como acontecimiento vivido. Se intro
duce en la personalidad, que la circunscribe o la gobierna,
y no hay delirio; o invade a la personalidad, y hay delirio.
¿Por qué semejante diferencia? Fenomenológicamente, uno
toma las cosas como son y se esfuerza por comprenderlas. En1
78
este caso, se encuentran muy pronto los límites, y no se ob
tiene, por ejemplo, ninguna explicación de esa diferencia
inicial.
A partir de esta experiencia mórbida van a modificarse
— muy superficial o muy profundamente, en el orden percep
tivo o el orden relacionai, o en ambos órdenes— las signi
ficaciones del mundo. Dejamos la experiencia mórbida fun
damental no delirante (aquélla que sobre todo se atribuye
a los neuróticos), para considerar mejor la experiencia deli
rante de entrada. Por ejemplo, el polvillo flotante en un
rayo de sol, es visto como “ polvillo en un rayo de sol” ; pero
experimentado como “ materia envenenada” enviada sobre el
enfermo por medio de los rayos solares. He ahí su signifi
cación subjetiva, la única posible. Las partículas de polvo,
vistas como partículas de polvo, son percibidas como materias
envenenadas. Una melancólica mantiene las mismas relacio
nes con su hija; la abraza, se deja abrazar, el aspecto formal
subsiste, pero la significación ha cambiado: la enferma no
puede ya amar a su hija, su hija ya no puede amarla, pues
ia enferma se siente indigna de ella. No es una modificación
serceptiva o relacionai la que condiciona la significación de
cante; es la significación delirante la que califica la percep-
:ión y la relación. Esa caricatura mórbida del mundo pone
¡n evidencia el papel importante del valor afectivo en la
lonstitución de las formas perceptivas y relaciónales, lo cual
eúne a los trabajos de la psicología contemporánea.
La segunda fase de la experiencia delirante consiste en la
'laboración del delirio. Se trata de un verdadero trabajo de
a personalidad alterada, no aniquilada, que se construye un
iniverso todavía habitable para ella. Emplea sus capacida-
es subsistentes, su lenguaje habitual, sus conceptos sociali-
ados; se reorienta de acuerdo con su dinamismo interno más
menos desviado. De donde resulta un edificio de palabras
una serie de comportamientos que llevan la marca de las
índencias afectivas y de las deficiencias de capacidad. El
níermo busca y encuentra explicaciones, justificaciones, de-
ínsas. De donde resulta una superestructura delirante que
79
amplifica su universo y le asegura su mínimo vital. El es
fuerzo de coherencia lógica, los valores afectivos expresados,
hacen más o menos comprensible todo o parte del desarrollo
delirante, si no su origen. Si el delirio es una construcción,
lo es a partir de datos iniciales que la predeterminan.
El carácter irreal del delirio, la “ evidencia” de sus ab
surdos, han hecho que en otros tiempos se tuviera por deter
minantes a la mediocridad intelectual y a la ausencia de
espíritu crítico en la producción del delirio. Por cierto, en
los hospitales psiquiátricos hay más sujetos de inteligencia
mediocre que de inteligencia superior. No obstante, es pre
ciso señalar que los enfermos se reclutan en la población
general, cuyo nivel medio se aproxima a la mediocridad.
El nivel intelectual interviene efectivamente en la expe
riencia delirante, pero en un sentido muy diferente. En primer
lugar, es necesario un mínimo de inteligencia; un imbécil
profundo no posee los medios para delirar. Dicho esto, hay
una manera tonta y una manera inteligente de delirar, casos
ambos en los cuales la estructura mórbida se mantiene idén
tica. La diferencia reside en la riqueza o en la pobreza del
contenido y de la expresión. El enfermo inteligente expresa
más y desarrolla a fondo su delirio; toma de sus experiencias
mórbidas una conciencia y un conocimiento más agudo, más
fino, más profundo; extrae de ellas resonancias múltiples;
con ellas sufre o goza mucho más. En este sentido, la manera
de delirar podría tener el valor de un test de nivel intelectual.
Que un hombre considerado inteligente delirara com o un tonto
arruinaría su reputación.
Negar al delirante todo juicio y todo espíritu crítico sería
tenerlo por demasiado poco o atestiguar ignorancia en la
materia. A menos que haya deterioro grave o supresión de
todo contacto relacionai, el enfermo sigue juzgando y ejer
ciendo su crítica, tanto como se lo permiten sus capacidades
anteriores. Sin duda, su juicio se ejerce a través de la situa
ción delirante y a partir de su propio universo mórbido. Él
no juzga su delirio, sin el cual no sería ya delirante. Juzga
con su delirio, a pesar de su delirio. Por ejemplo, a veces
80
puede apreciar con exactitud un film, una novela, o un planteo
matemático y hasta el interés y la eficacia de la enfermera
o del médico que lo tratan.
La experiencia delirante culmina en dos principales tipos
estructurales según la manera como es vivida por el enfermo:
con o sin personalización.
2. LA PERSONALIZACIÓN
81
actividad, y aun una actividad, por mínima que sea. No nos
parece útil discutir más esto.
La continuidad con la personalidad anterior merece ser
destacada. La psicosis se convierte en el drama de la per
sonalidad mórbida, con todo su mundo de significaciones
personales envueltas las unas en las otras, y desplegándose
en espiral a través del mundo real. El sentido dramático de
este despliegue es aprehensible de inmediato.
A veces, el movimiento es tan gradual, se presenta tan
bien como una expansión lentamente madurada, que parece
confundirse con la evolución misma de la personalidad. La
psicosis se ofrece como un desarrollo de la personalidad, co
mo si esta última la llevase en germen y ella fuese la fatal
orientación de su destino. La tragedia antigua a través de
Esculapio. La observación de algunos casos prueba este
punto de vista.
Un muchachito, por ejemplo, muestra un carácter suscep
tible, posesivo; no comparte sus amistades. Este aspecto
afectivo se afirma en el curso de la adolescencia sin conflic
tos graves. “ Tiene corazón” , dice su madre; “ sabe lo qué
quiere” , expresa su padre. El joven aprende un oficio, cum
ple sin incidentes su servicio militar. Después se casa; para
ello elige una mujer dulce, pasiva, poco bonita, aunque esto
no garantiza el porvenir. Organiza su matrimonio con cui
dado: ama demasiado a su mujer como para permitirle sus
relaciones de soltera, a las cuales elimina autoritariamente.
Un niño llega a punto para ocuparla. Nuestro hombre se
muestra orgulloso y feliz por ello. Se apega más todavía a
su hogar, reduce aún más las visitas, incluso familiares. Exi
ge a su mujer una rendición cada vez más detallada de sus
actos y gestos. Un retraso banal, una laguna en un relato,
una observación imprevista, bastan para desatar una sospecha
celosa, prontamente calmada, que renace en cualquier opor
tunidad y aun sin motivo. Comportamiento de celoso. ¿Pero
no era éste su carácter? Sin embargo, disputas, hostigamien
to, impermeabilidad al “ razonamiento” del otro, inquisición,
interpretaciones inverosímiles, incesante búsqueda de indicios
82
y de pruebas de infidelidad, reconstrucción del pasado y ne
gación de la paternidad, amenazas y brutalidades, provocan
el examen psiquiátrico y la internación. Psicosis pasional
de celos 1.
Esto produce la impresión de una maduración afectiva,
no de la aparición de un proceso en un momento dado. No
podría determinarse en qué momento el pequeño celoso “ nor
mal” se ha convertido en el gran celoso “ enfermo” ; y sin
embargo el universo del segundo ya no es más el del prime
ro. Volveremos a encontrar ese problema en el capítulo con
sagrado a la causalidad.
3. LA DESPERSONALIZACIÓN
83
ces” , “ me vuelven histérico” , “ se me roba mi pensamiento” ,
“ ya no soy el mismo” , etcétera, son expresiones significativas.
Esto puede llegar hasta la negación de la identidad o de la
existencia misma. Estos sentimientos xenopáticos (Guiraud)
caracterizan una estructuración especial del pensamiento mór
bido, en parte despersonalizado.
El aspecto de “ desrealización” parece próximo a la ex
periencia mórbida primaria y, en algunos casos, puede expre
sarla directamente. El enfermo no parece delirar, pues él
vive una perturbación de la cual se lamenta, que atribuye a
él mismo, y que aparenta criticar. La desvalorización subje
tiva del ser y del mundo es un fenómeno precursor de des
personalización, más bien que una verdadera despersonaliza
ción en el sentido en que nosotros la entendemos.
El aspecto de despersonalización cumplido atestigua una
experiencia propiamente delirante, en la cual una parte de
la intimidad psíquica ya no es experimentada ni reconocida
como íntima, sino como exterior, extraña. Por otra parte, es
preciso cuidarse de tomar siempre al pie de la letra las ex
presiones metafóricas que están lejos de responder siempre
a un auténtico fenómeno de despersonalización.
Cuando este último existe real y completamente, traduce
en general un rechazo, una exclusión, una no integración o
una desintegración más o menos considerable, una alteración
más o menos grave de la personalidad y no una despersona
lización total. La obsesión, vivida como un cuerpo extraño,
es un objeto de lucha para el yo, que permanece por lo tanto
constituido. Los fenómenos de despersonalización en la es
quizofrenia se definen, justamente, por relación con lo que
era la personalidad anterior, o con lo que es la personalidad
reencontrada. Es preciso, pues, que subsista un cierto senti
miento de esa personalidad. ¿Puede ser un simple recuerdo?
Para que tal recuerdo persista y sea evocable en su pleno
sentido, todavía es necesario que persevere “ un ser” para
revivirlo, un existente en alguna medida unificado, esto es,
una cierta forma de personalidad. La conciencia de la divi
sión interior implica que ésta no es completa, y que todavía
84
existe una forma global personal para vivir esa división y
testimoniarla. El movimiento de despersonalización no tiene
sentido, más que en tanto persiste la estructura global de la
personalidad. De lo contrario, en el límite, se llega a la
“ apersonalización” , a la abolición de la personalidad, que
ya no es mórbida sino inexistente.
Las relaciones de la personalidad con el mundo real va
rían según la personalización o los grados de despersonali
zación patológica.
85
cho. Pero algunas significaciones sufren una desvalorización,
o una valorización especial, por el hecho de estar compro
metidas en el universo mórbido. Por limitado, por protegido
que este último esté, tuerce la personalidad. El obsesivo cum
ple su ritual mágico entre todo un conjunto de conductas
adaptadas a lo real y provistas de significaciones valiosas.
El psicópata pasional vive su pasión reivindicatoria, celosa,
erotomaníaca, mística, participando por otra parte de las
significaciones del universo real. Lo mismo ocurre con el
paranoico al comienzo de su psicosis. Los parafrénicos viven
en dos universos concéntricos y pasan con una facilidad des
concertante de la esfera fantasmal más exuberante a la es
fera realista más prosaica y más utilitaria. Podría creerse
que no se trata de la misma persona. Sin embargo, no hay
dos personalidades alternantes; solamente hay, y esto ya es
mucho, dos universos, dos niveles de significación: uno con
trolado y controlable, en continuidad con las realidades exte
riores; otro anárquico y clandestino, endógeno.
29 La proyección expansiva del universo mórbido implica
una contaminación más o menos extensa del universo real.
Las significaciones reales sufren en parte la conversión mór
bida. El mundo real se estrecha, se hace discontinuo.
El maníaco fragmenta y colorea el mundo según su hu
mor. El persecutorio extiende progresivamente el dominio
de sus significaciones patológicas.
A l movimiento expansivo del universo mórbido correspon
de un movimiento retractivo del universo real. Éste conserva,
sin embargo, un sentido; el enfermo tiende aún a orientarse
hacia él. He aquí dos ejemplos:
Una mujer de cuarenta y cinco años, sombrero en la ca*
beza, valija en mano, con paso decidido, viene de Burdeos a
París para hacer internar a “ su doble” en nuestro Servicio.
Su doble, al cual lleva en la cabeza, no deja de injuriarla,
de contrariarla, se ha vuelto insoportable. Hasta un profano
se da cuenta de que esta mujer delira mucho. La lógica de
su universo mórbido la conducía a internarse a sí misma, por
necesidad de un refugio y de una ayuda. Estas significacio-
86
nes mórbidas no le han impedido conservar y utilizar todas
las significaciones dei mundo real, necesarias para concebir
y cumplir un viaje tan bien orientado.
Otra enferma, de treinta y ocho años, delirante alucinada,
encuentra sin embargo un empleo pedagógico. Lo deja pron
to, pues entiende que no sería conveniente para los niños.
Esperará que cesen las alusiones y groserías sexuales que la
hacen avergonzar ante sus relaciones, las cuales no pueden
dejar de entenderlo como ella. Mientras tanto, quiere ser
útil. Al salir de nuestro servicio se une a una enferma que
ha conocido allí. Le encuentra una habitación en un hogar
de la Armée du Salut y se la paga. Sus esfuerzos prácticos
y su exposición sobre la situación de la enferma internada,
son dignos de una abnegada asistente social. Pero ella nos
confía, con una sonrisa calma y una serena certidumbre en
sus ojos azules, que ahora le es necesario partir hacia Nancy
para casarse con un sacerdote homicida recientemente con
denado. El iuego de los dos planos de lo real v de lo imagi
nario. entrecruzados o superpuestos en un sentido o en otro,
se observa admirablemente. Progresivamente los valores se
convierten en la dirección del universo mói-hjdo. Pero valores
importantes v medios eficaces del mundo real persisten de
manera notoria, como defensa y como especulación.
3 ° Llevamos, finalmente, a la absorción d d universo real
por el universo mórbido. En este caso hav animiilamiento del
mundo real v de sus relaciones. Un solo universo sivnifica-
tivo reina: el universo imaginario, único vivido por el enfer
mo. baio el efecto de un dinamismo mórbido sin sentido o de
un pesado embotamiento. Simbolismo afectivo, pensamiento
sincrético, confusión del yo v del no-vo, autismo profundo.
El onirismo agudo y la esquizofrenia sirven como ejemplos.
Sesrún la dominancia de la significación mórbida, podría
describirse un universo angustiante, un universo acusador, un
universo persecutorio, un universo dionisíaco, un universo
caótico, etcétera. Extensivo o circunscrito, este valor mórbi
87
do impregna la personalidad y basta para alterar directa o
indirectamente, en todo o en parte, las significaciones del uni
verso real.
88
Y hay una evolución clásica o destructiva, con desinte
gración y disociación de la personalidad, que se fragmenta
y desaparece. No más personaje, no más figura, no más
personalidad.
Cualquiera sea el tipo evolutivo y la estructura patoló
gica, la personalidad mórbida se expresa de manera singular,
problema que es oportuno considerar ahora.
89
C apítulo IV
LA E X P R E S I Ó N
91
el sujeto. Sin cuerdas vocales tónicas no hay canto; sin colo
res no hay pintura.
Desde la forma más fisiológica hasta la forma más so
cializada, la expresión se diversifica al extremo. Pero en
cada forma realizada no todo es igualmente expresivo, ni
siquiera expresivo. En un libro, lo significativo es el texto,
no el papel ni la encuadernación; pero la disposición tipo
gráfica, el color de la cubierta, el tipo de encuadernación,
pueden ser expresivos independientemente del texto y en un
sentido diferente, o de acuerdo con el texto y en el sentido
de una valorización de este último.
La emoción de miedo puede expresarse por una reacción
motriz (grito, mímica, fuga), y por una reacción secretoria
(traspiración, diarrea, orina). La conducta global, la ex
presión vocal y mímica, son directamente expresivas porque
poseen una orientación definida, y una significación para el
sujeto y para los demás. La reacción secretoria, concomi
tante orgánico de la emoción, no es directamente expresiva,
porque no lleva en sí el sentido psicológico de la situación.
Diarrea, traspiración, incontinencia urinaria, descarga adre-
nalínica, hipoglucemia, taquicardia, etcétera, son el reverso
orgánico no específico de la emoción.
Esta diferencia recuerda la antigua teoría sobre la ex
presión de las emociones de W illiam James y Lange, reto
mada en un tiempo por Georges Dumas. El sentimiento
emocional se reduciría a la conciencia de las modificaciones
orgánicas, de donde la célebre fórmula: “ Estamos tristes por
que lloramos, irritados porque golpeamos. . . ” Si se supri
miesen todos los elementos orgánicos de la expresión emo
cional, ya no habría emoción. Ciertamente, y casi por
definición; pero esto es plantear mal el problema. Las mo
dificaciones orgánicas llamadas emocionales, no son especí
ficas de las emociones. Pueden ser idénticas para “ senti
mientos” diferentes, y contrarias para una misma “ emoción” .
Si, como dice Maurice Pradines, la emoción es inseparable
del desorden de lo orgánico, ella no es inseparable, en cam
bio, de lo orgánico del desorden. Es la forma global de la
92
reacción quien toma un sentido determinado por relación
con una situación definida. La manera de vivir y de tomar
conciencia de esa situación tiene sólo un valor psicológico.
La patología lo señala con bastante nitidez, y debe pre
venir contra los errores teóricos y prácticos. Los mecanismos
expresionales pueden actuar, una “ expresión” puede reali
zarse, con ausencia de todo contenido y de toda situación
exterior psicológicamente significativos.
Así, pues, la expresión existe, en un todo o en parte, ya
sea inexpresiva, o si se prefiere insignificante, ya sea expre
siva, o si se prefiere significativa. Este último aspecto en
particular retendrá nuestra atención.
2? Si se objetiva en la forma física o material por la
cual se actualizadla expresión se considera subjetiva por la
intención consciente del sujeto, o por la intuición compren
siva que de ella tienen los demás. La correspondencia entre
el valor objetivo y el valor subjetivo es bastante evidente,
sin que necesariamente traduzca una relación de identidad,
muy por el contrario.
3° La expresión se caracteriza de otro modo, según sea
consciente o no. Espontánea e inconsciente, ella no se obje
tiva, si así puede decirse, en la conciencia del sujeto, quien
la actualiza sin saberlo. Si toma conciencia de ella es sólo
secundariamente, por las consecuencias que se le revelan.
Esta forma expresional es muy valiosa para el observador
en razón de su ingenuidad. A veces informa a los demás de
lo que el sujeto mismo no está enterado.
Consciente, intencional, espontánea, la expresión se ob
jetiva en la conciencia del sujeto, que la guía en mayor o
menor grado. En caso de ser reflexiva, es controlada, y a
menudo engañadora. Hay a veces un verdadero estudio de
la expresión, como en el caso del comediante. En general,
no todo lo que se quiere expresar se expresa necesariamente;
así como no siempre todo lo que se expresa es lo que se ha
querido expresar.
4 ° El estudio de la expresión mórbida lleva, por una
parte, hacia el análisis objetivo de las manifestaciones ex
93
presiónales y de sus mecanismos (motores, neurohormonales,
etcétera), y por otra, hacia su sentido psicológico y patoló
gico. El resultado depende, sin duda, del valor de lo expre
sado, tanto como de la aptitud intuitiva del observador y de su
nivel intelectual y cultural.
Siguiendo el proceso patológico en consideración, la alte
ración puede incidir más sobre la forma, o más sobre el
contenido de la expresión; o bien más sobre el mecanismo,
o más sobre la relación con la situación. Nosotros exami
naremos algunos aspectos a propósito de cada modalidad
expresional principal, sin restringirnos a una exposición de
semiología psiquiátrica.
2. LA EXPRESIÓN CORPORAL
94
visto” , es una experiencia capital de la existencia en el mun
do, como lo han mostrado los estudios fenomenológicos y
psicoanalíticos. La clínica de la mirada tiene ya un interés.
La ausencia de mirada puede tomar muchos valores: “ ausen
cia vacía” del epiléptico, cuya mirada es fija, clara e inex
presiva, pues el enfermo no tiene por un instante existencia
en el mundo; “ ausencia plena” de la mirada hacia adentro
del melancólico preso de la angustia, o del esquizofrénico
absorto en su autismo. Lo mismo puede decirse de la huida
de la mirada: “ huida recelosa” del mentiroso, del dubitati
vo, del débil; “ huida que evita” del toxicômano o del homo
sexual vergonzantes, del paranoico hostil, del esquizofrénico
opositor, del neurótico ambivalente. La “ agudeza” de la
mirada puede tener el valor agresivo de una lanza en el
paranoico esténico o en el esquizofrénico rencoroso, o el sig
nificado de un desgarrador pedido de auxilio en el ansioso.
Contacto sutil con el mundo y con los demás, la mirada ex
presa la actitud de la personalidad mórbida.
El aspecto cuantitativo de la mímica no es despreciable.
G. Dromard 1 ya había distinguido la amimia (ausencia de
toda mímica, en el parkinsoniano, en el confuso estupefacto,
etcétera), la hipomimia (disminución en el deprimido, en el
demente, etcétera), la hipermimia (exageración y movilidad
en el maníaco, el desequilibrado, etcétera), y la paramimia
(discordancia entre los elementos mímicos, parasitismo en
el esquizofrénico). Llegamos así a la mímica en sí misma
“ inadecuada” .
La risa y el llanto “ espasmódicos” , en los enfermos lla
mados seudobulbares, ilustran perfectamente una expresión
emocional psicológicamente inexpresiva. Estímulos variados
determinan una liberación automática de esas expresiones,
derivadas de lesiones cerebrales, sin que ellas tengan relación
significativa con la situación ni con el humor del enfermo.
Aquí el valor psicológico se separa al máximo del mecanis
mo orgánico expresional. Ese automatismo apsicológico s<*
93
vuelve a encontrar algunas veces en la mímica discordante
del esquizofrénico. Con mayor frecuencia quizá, esa mímica
inarmoniosa, contrastada, dislocada, expresa de manera sig
nificativa la ambivalencia profunda del enfermo, su inca
pacidad de elegir y de orientarse, su rechazo de todo com
promiso en el mundo real, su miedo al contacto con los
demás.
El interés espontáneamente vuelto hacia la fisonomía no
debe hacer olvidar la importancia de la mímica gestual.
Comúnmente concordante con la mímica facial, puede a ve
ces contradecirla por insuficiencia de control voluntario o por
derivación automática.
La gesticulación rápida y desordenada del maníaco con
trasta con la escasez, la lentitud y el carácter incompleto de
los gestos del melancólico. Los modales lúdicros, saltones y
cálidos del maníaco difieren de los modales estilizados, fríos
y agrios del esquizofrénico. La señal de la cruz iterativa del
delirante religioso, el paso frío y estereotipado del esquizo
frénico, tienen un sentido, y en todo caso constituyen un
síntoma expresivo.
Sería interesante trazar una psicopatología de la mano.
La mano muda y la mano que clama, la mano que toma, la
que da y la que rechaza, la mano abierta y la mano cerrada.
El simple gesto rutinario del apretón de manos posee un va
lor significativo: el apretón vigoroso, jovial y repetido del
maníaco; el franco, esténico y grave del paranoico que acepta
a alguien: el ávido, a dos manos, del ansioso y del obsesivo;
el blando, lento y luego adherente del epiléptico; la mano
abierta, tendida lentamente como un plato, sin respuesta al
contacto, del esquizofrénico. La ausencia de respuesta al
ofrecimiento de la mano expresa un rechazo hostil o indife
rencia por los otros, un retraimiento del mundo socializado.
Según que la mano sea ofrecida por el enfermo o solicitada
por él, el sentido de la relación varía. Hasta el indiferente
apretón de manos de la urbanidad mundana, significa por lo
menos la subsistencia de ese automatismo y•r la ausencia de
96
oposición franca; y por consiguiente una posibilidad de apro
ximación psicológica.
Las actitudes en hipotonía o en flexión, y en hipertonía
o en extensión, expresan una tensión psicológica distinta y
diferentemente orientada. Las estereotipias de actitudes, co
mo la de los gestos, poseen un valor patológico, si no siempre
psicológico.
3. EL LENGUAJE
97
muestra entonces capaz de separar lo anodino, que puede
ser dicho, de lo peligroso, que debe ser callado: sea por
conciencia de lo insólito y por comprensión, al menos parcial,
de la situación y de la eventual reacción del interlocutor; sea
por extensión delirante y por defensa contra el posible per
seguidor; sea por retirada diplomática bajo el peso de la
coacción de lo real (tratamiento, internación, vigilancia), a
la cual el enfermo querría escapar, lo cual significa que ya
hay un cierto control de la situación.
A menudo el enfermo quiere expresarse y busca al inter
locutor compasivo. Una verdadera incontinencia de la pala
bra, la logorrea, lleva al enfermo a describirse incansable
mente, a quejarse de sí mismo o de los otros, a defender su
causa, o a jugar con las palabras.
2 ° Es interesante examinar la forma y el contenido del
lenguaje. Ambos pueden seguir siendo normales a pesar de
la afección patológica. En este sentido no hay equivalencia
entre el lenguaje y la personalidad. Vuelve a encontrarse
aquí un carácter de la psicología normal, pero sólo en algu
nas estructuras mórbidas. Un alcohólico lúcido, un neurótico
o un psicópata, expresan con lenguaje normal su biografía,
los acontecimientos exteriores, la descripción de los trastornos
experimentados (cefalea, astenia, anorexia, pesadillas, an
gustia, etcétera).
La alteración del contenido del lenguaje, conservando una
forma correcta (vocabulario, sintaxis), indica una afección
más profunda de la personalidad. Tales son las tradicionales
“ ideas delirantes” de persecución, de grandeza, de celos, de
influencia, de posesión, etcétera. El pensamiento mórbido
emplea entonces el lenguaje normal con sus significados co
nocidos y comunicables. Pero por poco que pi'Ogrese la per
turbación, el lenguaje se vuelve rápidamente inadecuado al
pensamiento, primero en tanto contenido significativo, des
pués en su misma forma.
La alteración formal puede ser superficial, como en el
lenguaje mal pronunciado, el “ estilo telegráfico” , o la asin
98
taxis, en los cuales las palabras conservan su significado
normal. De otra manera se lo observa en el agramaíismo
(Kussmaul, Kraepelin), o en el paragramatismo (Bleuler),
que reflejan el profundo trastorno del orden verbal del pen
samiento, encontrándose las palabras agrupadas de manera
más o menos incoherente e incomprensible, hasta llegar a la
“ ensalada de palabras” , la esquizofasia (Kraepelin, Bleuler).
Los neologismos son formaciones curiosas que responden
a una creación verbal mói’bida. Cuando la variación afecta
sólo el sentido, sin modificar la forma de la palabra, es me
jor decir paralogismo. Por ejemplo, el “ infrascrito — con
tinente— precursor” , expresión sincrética, o “ París bonitillo” ,
que a la vez expresan el lugar de residencia anterior, el pa
lacio imaginario, y el deseo de estar en otra parte. Los neo
logismos pueden ser puramente fonéticos, como aquéllos
que, con vigor, profería uno de nuestros enfermos: “ H ilfao” ,
“ foulecaft” , “ fracaltrouche” y “ rétorievtof” \ Muy a menu
do son significativos y simbólicos y están dotados de un poder
mágico en relación con el tema central del delirio.
Paralelamente a la regresión de la personalidad se obser
va generalmente una regresión filológica, haciéndose el len
guaje de tipo infantil u onomatopéyico. Kraepelin, Freud y
Bleuler han comparado el lenguaje mórbido con las produc
ciones oníricas, en razón de su subjetivismo, su expresividad
y su hermetismo.
3? La función del lenguaje se halla modificada en un
sentido a la vez positivo y negativo.
Si la función esencial del lenguaje es la significación y
la comunicación, y si, como hemos dicho, esa función puede
ser perfectamente conservada, la patología mental la altera
con mucha frecuencia y de una manera característica. De
ello resulta una alienación del lenguaje correspondiente a la
que sufre el pensamiento. La comunicabilidad del lenguaje
disminuye hasta llegar a ser nula. Se trata de un lenguaje1
99
“ privado” , como lo califica K. Jaspers. Este aspecto negati
vo y deficitario, que puede responder a una disolución com
pleta del lenguaje como en los estados demenciales profun
dos, coexiste en los delirios con una actividad positiva y con
una nueva modalidad funcional del lenguaje.
Aparecen entonces verdaderas funciones patológicas del
lenguaje, para uso interno o casi interno. Pueden distinguirse
por lo menos tres. 1. Una función expresiva desviada, cer
cana a la función normal, que tiende a traducir lo inefable,
lo extraño, lo tabú, con la ayuda de fórmulas aproximativas,
raras y metafóricas, tomadas en su sentido propio. Esta
verbalización de la vivencia mórbida es el fruto de una exi
gencia interna de la personalidad, tanto como de la necesidad
de comunicar la experiencia subjetiva. A veces parece tra
tarse de producciones directas y no elaboradas de lo incons
ciente, como en ciertas estereotipias o iteraciones verbales.
2. Una función mágica que asigna a las palabras un valor
extraordinario, oculto, conjuratorio, de iniciación; e indica
un uso regresivo del lenguaje. A veces se crea una lengua
nueva y exclusivamente personal. 3. Una función lúdrica
que confiere a las palabras, en su forma gráfica o fonética,
el valor de objetos y de juguetes, especie de idolatría de la
palabra que se convierte en un fin en sí y deja totalmente
de ser un medio de comunicación. Se ha visto en ello una
actividad arcaica y oral (Freud).
4. LOS ACTOS
100
Hay “ falsas conductas” , destacables por su automatiza
ción y su adaptación mecánica a ciertas condiciones familia
res y sociales. No expresan ni demasiada ni suficiente dete
rioración de la personalidad, de hecho incapaz de orientarse
por sí misma, de tener una verdadera conducta psicológica
mente significativa. Son conductas por poder o por sumisión.
La ausencia de conducta se manifiesta en la inercia com
pleta, la agitación, la catatonía. Se dice que el enfermo ya
no actúa, sino que “ es actuado” . El pasaje de la forma acti
va a la forma pasiva indica bien la degradación de la per
sonalidad, la ausencia de control directivo, como si la libera
ción de instancias inferiores sumergiese lo que resta de la
personalidad. Quizá convenga no tomar al pie de la letra
estas expresiones. Cuando el enfermo actúa sin conducirse,
su personalidad ya no tiene la misma estructura, su actividad
se regula entonces de otro modo. A decir verdad, la perso
nalidad no “ es actuada” : o no existe más u obra de otra
manera, vive en totalidad bajo una forma empobrecida, re
gresiva, más o menos desorganizada.
Por cierto, las conductas mórbidas son plenamente signi
ficativas. A veces, bajo el fantasma delirante, expresan el
fondo trágico del ser en el mundo. La conducta suicida, plan
tea un problema a la vez biológico, psicológico y metafísico \
El homicida introduce a otro en el universo mórbido, y en
el mismo acto lo destruye. Las conductas sexuales de absor
ción o de rechazo del objeto, las conductas religiosas que
divinizan lo real o materializan lo divino, surgen del universo
fantasmagórico de los temores y de los deseos primitivos.
5. LAS OBRAS
101
alimentarse, reflejan a menudo los intereses patológicos del
enfermo. Tal fóbico lleva constantemente guantes para pro
tegerse de los microbios. Una parafrénica megalómana ali
menta sobre su cabeza a la almea Isis, es la madre de Hitler
y posee un aposento de oro en alguna parte del mundo; re
chaza todo alimento animal, sólo lleva ropas de algodón, bor
da con hilo dorado o plateado cruces gamadas sobre sus
mangas o sus pantuflas. Otra enferma, la “ divina Brahmat-
ma” , lleva una toga roja y sobre la cabeza una corona de
cartón dorado adornada con tiras metálicas; decora su cuarto
con paneles de color rojo, blanco y oro, que representan a
los profetas y los ciclos de la historia universal, y contienen
inscripciones mágicas, una de las cuales, permanente, es una
fórmula vengadora contra el Presidente del Consejo en ejer
cicio, lo cual supone una atención vigilante hacia la ac
tualidad.
Los escritos permiten considerar el grafismo, de interés
más bien secundario. La escritura desordenada, desigual,
vacilante y salpicada de tachas, del demente; las pequeñas
letras del parkinsoniano, las grandes letras ascendentes del
maníaco, sólo ofrecen un elemento muy pobre de apreciación.
La grafología no ha sido más fecunda. La escritura de al
gunos enfermos es normal en la forma y en el fondo, y podría
engañar. Otros, en cambio, manifiestan con evidencia la
perturbación del pensamiento. A veces el lenguaje escrito se
muestra mucho más trastornado que el lenguaje oral. Las
memorias de algunos delirantes constituyen una autobiogra
fía patológica muy instructiva; tal el conocido caso del pre
sidente Schreber, analizado sobre sus escritos por Freud.
En estos últimos años la expresión plástica del enfermo
y de la enfermedad mental ha suscitado un creciente interés.
Ochenta años después de los primeros estudios, en 1950, en
el Primer Congreso Internacional de Psiquiatría, realizado
en París, se expusieron dos mil obras de trescientos cincuenta
enfermos originarios de dieciséis países. Robert Volmat hizo
un interesante análisis de las mismas. En realidad, muy
pocos de los enfermos hospitalizados pintan o dibujan espon
102
táneamente. Su número ha aumentado por artificio desde
que la pintura y el dibujo han sido promovidos al rango de
“ terapia” . Según el valor, no estético sino expresivo, las obras
pueden distribuirse en dos grandes categorías.
En una primera categoría, no significativa, las obras pre
sentan una banalidad desesperante, sobre todo cuando refle
jan algún talento. El enfermo copia un modelo, sea un objeto
real o un objeto recordado. Fuera de la elección del tema
o de su repetición, la obra no ofrece ningún significado espe
cial. Y esto ocurre aunque exista una actividad delirante a
veces bastante rica. La obra cumple una función de retorno
a una realidad afectivamente casi neutra, de derivación, de
verdadera distracción. Puede también convertirse en una
rutina que oculta a la personalidad mórbida bajo un perso
naje “ robot” .
En una segunda categoría, significativa, las obras presen
tan caracteres especiales y un valor psicopatológico, con cua
lidades técnicas o sin ellas, con valor estético o sin él. El
mundo imaginario se encarna en un cuadro real. Sincretismo,
simbolización de las formas que recuerdan los mitos y los
sueños, a veces mezclados en una representación sexual muy
realista, satisfacen en una especie de catarsis las tendencias
de la personalidad mórbida, o resuelven algunas tensiones.
Ciertas deformaciones caracterizan mejor que otras tales
estructuras patológicas. En el esquizofrénico se han adver
tido la reiteración, la simetría, la excesiva ornamentación, la
cargazón, la rigidez y la inmovilidad. En el obsesivo, en el
perverso y en el paranoico, serían notables el cuidado extre
mo por el detalle y el movimiento ascendente o descendente.
En el maníaco, movimiento anárquico y gusto por el color
rojo; en tanto que el deprimido y el ansioso se inclinarían
hacia el azul y el verde. Subrayemos bien este hecho: ningún
carácter es específico, ni de una estructura patológica, ni de
un valor simbólico.
Se comienza a hablar de “ arte psicopatológico” \ Esto1
103
haría suponer que es definible por relación con el arte nor
mal. Pero aún sería necesario definir qué es el arte normal.
Cuando se conoce la variedad de sus expresiones, la relati
vidad individual y social de sus valores, se comprende la
imposibilidad de oponer dos tipos de arte, a menos que se
imponga una norma artística con total arbitrariedad; lo cual
sería un doble error, estético y psicológico. Nuevamente se
toca el clásico problema de las relaciones del genio con la
locura. Así como se ha comparado el pensamiento mórbido
con el pensamiento primitivo (Freud, Jung, Kretschmer, Shil-
der, etcétera); y el arte patológico con el arte primitivo
(Lombroso, Kretschmer, etcétera); también se han asimilado
ciertas formas artísticas con formas patológicas.
La neurosis de Marcel Proust o de Edgar Poe, la epilep
sia de Dostoievski o de G. Flaubert, la distimia de Gérard
de Nerval, la parálisis general de Guy de Maupassant o de
Nietzsche, han dejado huellas en sus obras aunque sólo fuera
por las experiencias mórbidas vividas y el sello impreso a
la personalidad. Sin embargo, la obra no es la expresión
pura y simple de la enfermedad. Casi siempre ella se
cumple a pesar de la enfermedad y más allá de ésta,
con medios técnicos independientes de la patología. En la
medida en que la obra expresa la personalidad, expresa, en
forma muy variable, la morbidez, pues ella puede exhibirla,
sublimarla o sobrecompensarla.
No podría ignorarse la distancia que hay entre lo pato
lógico y lo artístico. La esquizofrenia aleatoria o la epilepsia
todavía más discutible de Van Gogh, ¿sería la responsable
del dinamismo atormentado, de las líneas y de los colores
de sus cuadros? Tal vez las últimas obras señalarían una
significativa acentuación. Pero ésta no sería comparable a
las últimas series de cuadros estereotipados de Utrillo, alco
hólico debilitado, cuyo automatismo de repetición no bastaba
ya para producir resultados artísticos. Cuando la enfermedad
se trasparenta en la obra sobreviene la desvalorización ar
tística.
El parentesco y las convergencias entre el surrealismo, el
104
arte abstracto, el cubismo y las producciones patológicas, de
ningún modo demuestran su identidad. El artista y el loco
no utilizan el onirismo y lo inconsciente del mismo modo,
ni les atribuyen las mismas significaciones. El mundo ima
ginario de uno no es el del otro. Como lo señala Henri Ey,
es el delirio el que se hace obra estética y se confunde con
el enfermo mismo. El demente realiza, viviéndolo, el ideal
que no puede alcanzar el surrealista desprendido de su obra.
A la inversa, en la medida en que el enfermo realiza una
obra, como lo destaca J. Delay, utiliza un mínimo de técnica,
puesto que establece un compromiso entre lo consciente y lo
inconsciente, entre la inspiración y la técnica, a la manera
del artista normal.
105
C apítulo V
LA C O M U N I C A C I Ó N
107
tos, pero también por un esfuerzo o un impulso, exitoso o
frustrado, en el individuo o en el grupo social.
La psicopatología confirma el valor de este concepto de
la relación interhumana, y por su parte reúne bajo él un
conjunto de fenómenos clínicos bien conocidos. Un análisis
desde el ángulo relacionai conduciría a reconstruir toda la
psicopatología, lo que no es ahora nuestro objeto. Solamente
abordaremos algunos aspectos generales concernientes a las
relaciones entre la expresión y la comunicación, y a las for
mas de la comunicación.
108
una realidad de significación subjetiva, y de allí la existencia
de una seudocomunicación de valor mágico. En el tercer
caso se trata de un semejante o de un objeto imaginario, vir
tual, simbólico, como en el sueño o en el delirio; realidad
subjetiva, seudocomunicación. Aun normal y hasta solo, el
sujeto que tiene una expresión espontánea tiende a orientarse
hacia un interlocutor, aunque sea interiorizado: dialoga con
sigo mismo, juega la conducta de la comunicación. Realidad
subjetiva también, pero interiorizada y reconocida como tal.
En el límite, la expresión equivale a una manera de estar
en relación, real y eficaz, imaginaria y vana, esbozada o
cumplida. La psiquiatría se convierte en la patología de la
relación.
3? La necesidad de comunicación con el otro parece es
pontánea y primordial, más en el orden afectivo que en el
intelectual. Vivir en comunión, conocer o reconocer al otro
y hacerse conocer por él, responden a un proceso de interpene
tración, sobre el cual se discute siempre pero al cual se ad
mite prácticamente. Simpatía, comprensión (einfühlung) ,
intuición bergsoniana, interpenetración de las conciencias, in
tersubjetividad, etcéteia, tienen el mismo denominador común.
¿Acaso designan otra cosa, en el fondo, las supuestas trans
ferencias de inconscientes, la identificación con la proyección
de sí en otro, la introyección del otro en sí por una especie
de asimilación o de apropiación fundamental? Cuando la
identificación es auténtica y í-ecíproca, ¿no es simplemente
que hay previa identidad? La identidad esencial y específica
de los horribles. Expresar a otro una forma idéntica en su
estructura, es reconocerse y comprenderse, es vivir la misma
cosa.
La capacidad de vivir la misma cosa no es, sin duda,
igual para todos; lo que tal vez explique, en parte, la unión
en aquellos que la poseen y se encuentian, y la desunión en
los otros. Seguramente ella difiere en el enfermo mental.
Esa identidad se encuentra disfrazada, alterada, o perdida
en el enfermo mental. El hombre normal no encuentra en él
la personalidad conocida o esperada; no se reencuentra en
109
él. A la inversa, el enfermo experimenta la necesidad de
comunicación cuando se hace cada vez menos capaz de satis
facerla; ya no se reencuentra en otro debido a la distorsión
patológica de su personalidad. El enfermo se aliena ante
el otro; el otro se aliena ante el enfermo.
El desarrollo excesivo o caótico de la expresividad pato
lógica aniquila la comunicación real en provecho de una
comunicación irreal, imaginaria o ficticia, que produce una
satisfacción irrisoria en el plano engañoso del universo
mórbido.
2. FORMAS DE LA COMUNICACIÓN
110
2 ° La comunicación falsificante se apoya sobre un vínculo
solamente formal de la relación. Lo comunicado es falso
para uno de los interlocutores, y a veces para los dos. La
significación de lo expresado es tomada por el otro en un
sentido diferente; o el enfermo vive como si fuese comunica
da la significación mórbida, mientras que el otro la toma
sólo como expresión de lo patológico. El paranoico y el es
quizofrénico padecen a menudo esa falsificación.
En el caso particular de la simulación, lo expresado no
corresponde a lo expresable vivido. Esto es intencionalmente
falsificado. La comunicación ya no se apoya sobre una in
tersubjetividad auténtica y valedera.
3 ° La comunicación suspensiva señala el empalme con
el otro, el impulso hacia el otro. Apenas lo expresado co
mienza a trasmitirse, la comunicación se trastorna y se de
tiene, a despecho de una tensión persistente del uno hacia
el otro.
Lo expresable ya no es expresado, o lo expresado ya no
es comunicable, debido a perturbación de la conciencia, a
una interferencia de fenómenos automáticos, a una irrupción,
a un subjetivismo total, etcétera.
4° Todavía más tenue se muestra la comunicación suges
tiva. Ésta ya no es, o más bien no es todavía, una verdadera
comunicación, sino apenas un esbozo: un contacto, un cierto
encuentro, una expresión vaga a través de la cual el obser
vador percibe la presencia de algo inexpresado. Lo inex
presado responde a un rechazo de la comunicación, o a una
imposibilidad de la misma por incapacidad instrumental,
desocialización, o bien porque lo inexpresado es propiamente
inexpresable. Entonces puede producirse una especie de re
sonancia afectiva en el otro, sin verdadera toma de concien
cia de una significación definida, y por lo tanto sin posibili
dad de conocimiento. Ejemplos de ello se encuentran en la
angustia profunda, el autismo, o el pensamiento muy pa-
ranoide.
Estas diversas formas deben ser reubicadas en el dina
111
mismo relacionai. Se diferencian y se oponen, pero también
se suceden y se transforman en el mismo enfermo, según el
momento, el estado mórbido, y el interlocutor.
3. EL PROCEDIMIENTO DE COMUNICACIÓN
112
guiar dispuesta a lo largo, un ancho semicírculo. Después,
muy abajo y a la izquierda, una pequeña figura alargada,
dividida en tres segmentos de los cuales el de más abajo se
prolonga por dos trazos distintos al polo inferior y está pro*
visto de otro trazo en el borde superior derecho. Esto se
parece vagamente a un insecto. Finalmente, desde el arco
del círculo hasta el insecto, Arlette traza tres líneas distintas
que convergen sobre la cabeza de aquél, y en seguida una
cuarta línea sobre la izquierda, interrumpida a mitad de
camino. El conjunto de este esquema podría evocar a un
hombre cayendo en paracaídas. Esta interpretación, proce
dente del observador, sería de un simbolismo bastante vale
dero para el caso.
¿Cuáles son los comentarios de Arlette? El semicírculo
es el hombre al cual ella está ligada. El insecto es la enfer
medad misma. Las tres líneas convergentes son los fluidos
que se envuelven los unos en los otros y pesan sobre su ca
beza. La línea interrumpida representa la cortadura de los
fluidos. Pequeña, dependiente, sometida a una potencia
exterior a ella misma, Arlette ya no experimenta su persona
lidad como un todo cerrado que pueda oponerse al mundo.
El otro, el extraño y el extranjero, simboliza a la vez el padre
y el marido muertos, y es de allí de donde salen los fluidos
que vuelven a ligarla a ellos. Todo esto está representado
por un semicírculo, forma inacabada y abierta por arriba,
y la figura se apoya en el fondo, lo que parece significativo.
Puede observarse cómo la expresión (el dibujo) es ple
namente expresiva, y lo expresado (lo significado) plenamen
te comunicado. El observador ha podido captar la significa
ción vivida por el enfermo en el curso de su actividad; ha
podido, empleando el mismo lenguaje en el mismo sentido,
establecer una verdadera relación con la reciprocidad afectiva
e intelectual que ella implica. Ha habido una verdadera co
municación. Esta comunicación no siempre ha trasmitido toda
la experiencia mórbida. La enferma misma ha traspuesto en
un esquema espacial sólo una parte de lo que ella vivía. Por
113
la comprensión de este esquema hemos alcanzado esa parte,
o quizá sólo un fragmento de ella.
Henriette F . . de apellido de casada Tar. . de 70 años
de edad, presenta una vieja psicosis paranoide que hace difícil
la comunicación. “ M. F . . dice, ha desposado a una hija
Tar. . . Henriette, y Henriette Tar. . ., no tiene ningún paren
tesco conmigo: Hermine de Reichstag, duquesa.. . Y o tengo
diecisiete padres, entre otros el rey Luis X IV ” . Tono imperati
vo, actitud arrogante. Si se le piden detalles, Henriette protes
ta y se encoleriza. Se calma tan pronto se la presenta como
“ la hija del rey Luis X III” . “ ¿Entonces es usted el príncipe?
Y o era la condenada del rey Luis F elip e.. . ” Pero nueva
cólera a propósito de una cuestión sobre su familia. “ ¡Me
importan tanto los príncipes como la . . . ! Soy la viuda del
marqués Guy de Pompadour, que ha muerto t ís ic o .. . ¡He
tenido veintisiete serpientes en la cabeza! Se veían los ojos
de la serpiente en mis ojo s. . . Mirad bien si veis los ojos
de la serpiente. Entonces veis los ojos de una loca furiosa,
T a r . . . Henriette. ¡ T a r . . . está loca, y hasta loca furiosa!
¡Jamás debió haberse casado con F. . . ! A l cabo de seis años
debió hacer caer la cabeza de su padre Tar. . pero tiene
tres padres por el lado de Tar. . . y tres por el lado de
Constantinopla. . . ”
Mímica, gestos y lenguaje, concuerdan aproximadamente
entre sí; el conjunto constituye la expresión. Lo expresado
no es significativo para otros sino de una manera muy par
cial, y sobre todo por sus valores emocionales y afectivos.
Lo comunicado es más reducido todavía, pero abre un cami
no hacia lo inexpresado y hasta lo inexpresable. La comuni
cación varía en calidad, sobre todo a través de las formas
falsificante, suspensiva y sugestiva, pero a través de la es
tructura y de los temas permite una cierta penetración en el
universo mórbido del enfermo.
114
C apítulo VI
115
que se encuentra allí insertado y desarrolla una actividad
útil, o porque tiene la función del “ tonto del pueblo” (ele
mento de comparación, juguete, espantajo), es rápidamente
excluido del medio urbano, lo que no significa que en las
ciudades no haya tontos ni débiles mentales. Un delirante
en conflicto permanente con sus vecinos termina por no ser
tolerado más, mientras que aislado en la campaña es sopor
table, en razón de la distancia topográfica y psicológica que
puede establecerse frente a él.
La influencia de los dispositivos de indagación, de con
trol y de seguridad, es aquí innegable. El llamado de alerta
se escucha mucho más rápidamente en las ciudades. La no
ción misma de enfermedad y de peligro se establece en forma
más clara y más imperiosa. La posibilidad de medios de
protección es mucho mayor y más eficaz. De ahí la dismi
nución del umbral de tolerancia en las sociedades industria
lizadas, densas y muy “ evolucionadas” .
El grupo profesional reacciona de distinta manera según
su estructura. Coherencia, control riguroso, multiplicidad de
las relaciones sociales, exigencia de un rendimiento definido,
hacen bajar el umbral de tolerancia por relación con una
estructura profesional más floja. El trabajo en equipo difie
re mucho, en este aspecto, del trabajo individual. Las con
diciones técnicas desempeñan un papel evidente.
En el grupo familiar intervienen condiciones sobre todo
afectivas, pero también económicas. Hay familias que tole
ran al enfermo en tanto realiza un trabajo remunerado, y lo
eliminan tan pronto se muestra incapaz de cumplirlo, aun
cuando su estado siga siendo compatible con una existencia
familiar. Otras, absorben el enfermo al máximo, lo encierran,
lo rodean, y manifiestan frente a él un umbral de tolerancia
extraordinariamente elevado. Captación afectiva que es en el
fondo un rechazo de la alienación, vivida como una ampu
tación familiar. La inclusión familiar de un cuerpo, aunque
se haya vuelto extraño, parece menos intolerable que la ex
clusión de un miembro de la familia.
La tolerancia familiar depende de otxos muchos factores:
116
parentesco, número de integrantes, riesgos sexuales o agre
sivos, nivel económico, alojamiento, posibilidad de vigilancia,
etcétera. Habría que realizar estudios en este sentido. Con
bastante frecuencia una disminución o una elevación igual
mente excesiva del umbral, tiene su origen en una estructura
familiar anormal, y de hecho por la neurosis o la psicosis
de uno o de varios miembros de la familia. La ambivalencia
de las parejas mórbidas intrafamiliares (enfermo y uno de
los padres, enfermo y hermano o hermana, cónyuges, etcéte
ra ), explica que la familia tenga afectivamente necesidad
del enfermo y lo retenga en la medida en que ella sufre con
él. Inversamente, la exasperación, la impulsividad, la agre
sividad dominante, pueden polarizarse sobre el enfermo, víc
tima familiar cargada de anatemas y rechazada por el grupo,
como chivo emisario.
En el grupo hospitalario el umbral de tolerancia es, en
principio, elevado. Pero depende también del tipo estructural
del establecimiento. En una estructura hospitalaria general,
el psicópata es frecuentemente muy mal tolerado. Se nece
sita una estructura especialmente adaptada a la patología
mental. ¿No sería exagerado hablar de tolerancia en un grupo
institucional creado precisamente para recibir psicópatas?
No, porque ante circunstancias diferentes, vuelve a encontrar
se la noción de umbral.
Tradicionalmente, en los “ asilos” , los agitados, los seni
les, los epilépticos y los laboriosos, estaban agrupados en
secciones o pabellones bien distintos. El agitado o el incon
tinente, por ejemplo, eran intolerables y no se los aceptaba
en un pabellón “ decoroso” ; pero eran aceptados en el pabe
llón destinado a casos semejantes. Se trataba entonces de una
segregación más que de una clasificación racional de los
enfermos, a la cual se tiende hoy en un sentido terapéutico,
no sin grandes dificultades de realización.
Aún hoy, en el interior de las estructuras hospitalarias
psiquiátricas, se distinguen umbrales de tolerancia variables,
según los grupos de enfermos, los grupos de enfermos y de
enfermeros, los grupos de enfermeros por relación con ciertos
117
tipos de enfermos o con ciertos enfermos. Por ejemplo, en
fermeras perfectamente adaptadas al cuidado y la vigilancia
de ancianas incontinentes, se muestran inhábiles e intoleran
tes con los enfermos válidos, desequilibrados o “ caracteria
les” . Sin duda, la primera situación satisface necesidades de
autoridad y de protección maternal, y asegura una rutina
más regular, mientras que la segunda situación exige otro
tipo de actividad y una actitud psicológica distinta y más
controlada.
La categoría de los enfermos considerados peligrosos o
“ difíciles” , no sin razón por otra parte, está habitualmente
excluida de los servicios ordinarios. Estos enfermos son co
locados en servicios especiales, donde no tiene por qué plan
tearse el problema de la tolerancia. Sin embargo, una con
tradanza entre estos servicios especiales y las prisiones
demuestra que algunos sujetos se vuelven alternativamente
intolerables en una y otra situación.
A través de lo expuesto se advierte el interés de esta no
ción de umbral de tolerancia, así como su diversidad en la
práctica. Pero la situación que determina ese umbral implica
la presencia del enfermo, el cual reacciona ante la situación,
y manifiesta a su vez un umbral de tolerancia frente al grupo.
118
po, por la otra, influyen directamente sobre la reacción del
enfermo.
Así, un neurótico puede mantener durante mucho tiempo
su actividad profesional, en la enseñanza por ejemplo, con
trolarse y conservar relaciones aparentemente normales. Su
umbral de tolerancia es muy elevado con respecto al grupo
profesional, cuya disciplina le sirve de defensa. Por lo con
trario, el nivel de tolerancia desciende muchísimo en la es
tructura familiar, en cuyo seno se expresan la angustia y los
ritos de defensa. La familia se convierte en el objeto electivo
de una agresividad profunda bajo una doble forma, directa
y simbólica. El lazo afectivo del enfermo le hace intolerable
la familia, no así el camarada o el extraño.
Si bien la hospitalización y el medio hospitalario son
intolerables para algunos enfermos que los sienten como co
acción, desvalorización, injusticia o persecución, muchos psi
cópatas manifiestan ante ellos una notoria tolerancia. Esa
elevarla tolerancia no se explica sólo por la ausencia de
reacciones de fastidio por parte de los otros. Es, sobre todo,
el fruto de un cambio de situación que transforma el valor
de las relaciones, que aleja los conflictos familiares y el mun
do significativo habitual, y ofrece una tutela médica tranqui
lizadora, sin comprometer al enfermo más de lo que puede
o desea, y simplificando la existencia. El enfermo, que se
desocializaba cada vez más en las estructuras de la existencia
normal, se resocializa en la estructura psiquiátrica, menos
dcsadaptante para él.
La tolerancia perfecta a todas las situaciones atestigua
una total incapacidad de reacción. La personalidad ha des
aparecido, el enfermo se ha convertido en un objeto, en un
autómata pasivo.
120
que el vacío de la muerte, pues el dolor del duelo no puede
concluir.
La exclusión de un miembro del grupo no afecta sólo al
individuo excluido, sino que también perjudica al grupo, al
cual puede desorganizar completamente si el enfermo desem
peñaba en él un papel principal. De todos modos, el enfermo
no puede ya llenar el o los papeles que de él se esperaban,
pues ha dejado de ser un objeto válido de identificación. Si
éste subsiste lleva a la asimilación de un mal y de una des
gracia, y se corre el riesgo de consecuencias patológicas. Es
la muerte del personaje.
Todavía no hemos considerado las incidencias económi
cas y materiales, que por cierto son muy importantes.
El efecto desorganizador de la psicopatía en el grupo
profesional, y de manera más general en la sociedad, es pro
teiforme. De ella se desprende un mito oscuro y amenazador:
el del demente y la demencia, fuentes de un confuso temor.
El psicópata revela la locura y pone al descubierto la angustia.
Ese aspecto negativo, el más evidente, no es el único. La
enfermedad mental ejerce también una influencia positiva
que expresa lo que podría calificarse como convergencias so~
ciopsicopatoíógicas. Sus condiciones y efectos son con fre
cuencia difíciles de determinar.
El psicópata puede desempeñar un papel inspirador o
polarizador en la colectividad a la cual pertenece. Cuando
las circunstancias históricas lo favorecen, impone su neurosis
o su psicosis, o la coloca al servicio de un movimiento social.
Sería fácil citar a Nerón o a Marat. En tiempos de la Inqui
sición, en el siglo xvi, el magistrado Nicolás Rémy se des
tacó por su conciencia profesional y su celo infatigable: se
dice que hizo quemar novecientos brujos. Se sentía perse
guido por Satán en persona.
Con motivo de las guerras y sobre todo de las revolucio
nes, los psicópatas se revelan como ardientes partidarios o
resueltos ejecutores. El grupo social desconoce el valor pa
tológico de la conducta y la convierte en valor heroico. A
partir de un delirante paranoico o pasional puede desarro-
121
liarse, con mayor o menor amplitud, un movimiento de opi
nión con objetivo reivindicatorío, político, justiciero, etcétera.
El desconocimiento de la enfermedad es tanto mayor en
cuanto el tema mórbido se relacione o se identifique con un
tema colectivo de actualidad, o en vías de ser explotado.
La reacción afectiva, el interés utilitario o polémico del grupo,
se unen para retener y explotar todo lo que es adecuado a
los fines colectivos. La personalidad mórbida engendra un
personaje mítico en acuerdo simbólico con las necesidades
del grupo.
Se plantea aquí la cuestión de la existencia de sociedades
patológicas. ¿Puede haber sociedades de dementes? Presen
tado de una manera tan general el problema parece mal
planteado. Más vale preguntarse si hay posibilidad de gru
pos sociales constituidos por psicópatas. La cosa es segura
mente rara, si se conserva el sentido de los términos, y aun
tomando el de psicópata en su acepción amplia que comprende
neuróticos y desequilibrados. Algunas sectas religiosas han
sido fundadas o alimentadas por psicópatas, pero la estruc
tura social de esos grupos seguía siendo a menudo floja o
lábil. Si los psicópatas se integran en estructuras especiales,
tales como los círculos espiritistas o teosóficos, el medio
prostitucional, las bandas de criminales profesionales, la Le
gión Extranjera, las comunidades religiosas, los partidos po
líticos, etcétera, ello no significa que los grupos considerados
estén constituidos exclusivamente por locos, y que su estruc
tura sea mórbida. Esto muestra, por lo contrario, cómo la
estructura especial del grupo atrae, admite y tolera, a sujetos
anormales que encuentran allí condiciones posibles de adap
tación a una existencia simplificada, inestable, rutinaria,
disciplinada, etcétera. En la mayor parte de estos ejemplos,
la estructura del grupo se impone al individuo y lo neutraliza.
Lo mismo sucede en los pequeños grupos que toleran, y
hasta utilizan, al psicópata poco desocializado. Los pequeños
grupos llamados artísticos reúnen una cierta proporción de
desequilibrados y enfermos entre los artistas, con o sin ta
lento, y entre sus admiradores. Ocurre así que la enferme-
122
dad aporta su contribución posifiva'y'paTticipa bastante iró
nicamente en la formación cultural de las gentes normales.
Se dice que en el hospital psiquiátrico los enfermos se
aíslan; y esto es verdad sólo en parte. En realidad y con
frecuencia, los enfermos se agrupan espontáneamente aunque
en pequeños círculos de tres o cuatro individuos. Es notable
que los enfermos transferidos conjuntamente a un nuevo ser
vicio, pidan a menudo seguir juntos, por una especie de
solidaridad surgida de una situación común, que permite una
mejor defensa contra el nuevo ambiente.
Estas agrupaciones de enfermos poseen significaciones
muy distintas. Pueden responder a una reestructuración de
tipo normal: vinculación por la edad, los jóvenes con los jó
venes, “ bromeando” ; los viejos enfermos lúcidos, poco o nada
seniles, reconstituyendo una caricatura bastante pobre de
“ buena sociedad” . Vinculación afectiva por analogía de si
tuación familiar o material, por simpatía individual, por
necesidad de comunicación, de proteger o de ser protegido.
A veces vinculación homosexual. El esbozo de relaciones he
terosexuales, cuando las circunstancias lo permiten, a fortiori
de su realización clandestina y deliberada, muestra al menos
que estos enfermos no están totalmente desocializados.
A menudo la reestructuración social es de tipo patológico.
Los hipomaníacos se buscan y exasperan mutuamente. Jamás
forman una banda de mozos alegres como uno podría ima
ginarse. Mariposean de grupo en grupo sin posarse en nin
guno, pero pueden relacionarse más particularmente con tal
enfermo o con tal enfermero. Los delirantes paranoicos se
vinculan a veces con deprimidos y desequilibrados, y organi
zan pequeños clanes vengadores. Los esquizofrénicos se aís
lan por lo común, y no tienen más que contactos superficiales
e individuales. Si son arrastrados a un grupo no participan
activamente en él, salvo que se produzca una notable mejoría
del estado mórbido. Una esquizofrénica, por ejemplo, “ adop
ta” a un imbécil que ella identifica con su hermanito, cuali
dad afectiva que la autoriza a ocuparse de él, y hasta a
abofetearlo cuando el pequeño “ está sucio” o “ no obedece” .
123
Sustitutos delirantes y satisfacciones mórbidas son a veces
saludables para reconstituir una pequeña sociedad, a la vez
real por su estructura funcional, e irreal por sus significacio
nes subjetivas. Es preciso estudiar a cada grupo si se quiere
saber hasta qué punto el mismo posee una estructura ver
daderamente social y si es en realidad un grupo, o si no es
más que un seudogrupo, en el fondo amorfo, desprovisto de
interrelaciones individuales significativas y eficaces.
Formas de sociabilidad indiferenciada, que a veces re
cuerdan la participación, se observan en algunos grupos de
enfermos. Si bien pequeño^grupos se alienan en la sociedad,
la sociedad no podría constituirse con alienados ni vivir
de ellos.
124
Tercera Parte
1. TIEMPO Y DURACIÓN
127
lizado abarca lo que ha sido y lo que será, mucho más que
lo que es. El instante que se anuncia todavía pertenece al
futuro; el instante presente ya es pasado. Lógicamente no
hay presente. Es ésta una inferencia demasiado lógica, que
contraría el sentido psicológico y se aviene mal con la ma
nera de vivir de los hombres. Por alejado que pueda pare
cer, este tiempo espacializado y racional no deja de ser una
referencia, al menos inicial, a los ritmos naturales del uni
verso y del organismo viviente.
Al lado del tiempo espacializado, o junto con él, importa
psicológicamente una duración vivida. Tiempo íntimo, sen
timiento del devenir, intuición de la duración homogénea del
yo, que la exteriorización espacializada divide en momentos
o estados sucesivos de conciencia, como decía Bergson. En
él se podría hacer la profunda toma de conciencia del mo
vimiento vital, de los envolvimientos y desenvolvimientos del
ser. ¿La vida no es acaso un fenómeno que continúa, según
la expresión de F. Le Dantec? Estudiando la duración de
la cicatrización de un centímetro cuadrado de herida, Le-
comte du Nouy 1 mostró que, para un mismo proceso orgá
nico, el tiempo fisiológico variaba y se prolongaba con la
edad del organismo. Pero entre la duración orgánica objeti-
vable y espacializable, y la duración psicológica subjetiva
sometida a las eventualidades, a las discontinuidades y a los
valores de la toma de conciencia, hay todo un mundo de
instrumentos y de procesos integrativos complejos.
La dificultad se hace sentir. Subsiste bajo diferentes
ángulos y lleva, en definitiva, a una diferenciación. J. De
lay 2 distingue la memoria “ autística” , equivalente a la du
ración bergsoniana; la memoria “ sensoriomotriz” , definida
por su implicancia fisiológica; y la memoria “ social” , o
tiempo homogéneo y mensurable. A los dos primeros niveles
responden, respectivamente, lJ* memoria “ mecánica” de Pra-
dines ( “ engrama” de Monakow y Mourgue), y la memoria
“ espontánea” , afectiva e imaginativa.
1 L ecom te du N o u y , Le temps et la vie, Gallimard, 1936.
12 D e la y , J., Les dissolutions de la mémoire, P. U. F., 1942.
128
Pierre Janet1 no deja de adoptar el sentimiento de la
duración. Lo concibe como el resultado de_una conducta de
esfuerzo o de una conducta de espera. La memoria es una
conducta del relato; si es consistente, provista de un orden
cronológico, constituye el pasado; si es inconsistente, es una
fábula proyectando el porvenir. La duración se convierte en
“ sentimiento regulador de la acción” , permitiendo al hombre
adaptarse a los cambios que se le imponen.
Fiel a la psicología del comportamiento, Paul Fraisse \
en un notable estudio, retoma la perspectiva de las conductas
temporales concebidas como modalidades de adaptación. De
esa manera distingue tres niveles de adaptación: 1° El “ con
dicionamiento” al tiempo, de orden biológico; sincronización
del organismo a los cambios del medio por el juego de los
reflejos condicionados. 29 La “ percepción” del tiempo, por
integración psicofisiológica de estímulos sucesivos. 39 La
“ dirección” del tiempo, gracias a la representación de los
cambios y a la memorización reconstitutiva del pasado y an-
ticipadora del futuro. La acción presente se orienta según
el “ horizonte temporal” , es decir, el pasado y el futuro. El
autor, aunque critica la concepción bergsoniana por detenerse
sólo sobre los datos de la conciencia, por ignorar el conjunto
de la conducta, por desconocer las adaptaciones biológicas
puestas en evidencia por Pavlov, H. Piéron, o Kleist, reco
noce sin embargo el carácter intuitivo de la apreciación de
la duración, y la existencia de un “ presente psicológico” ,
forma organizada de una actualización.
Y a sea cambiando de nivel, ya sea en el mismo nivel
(el más integrado, por cierto) se llega, pues, a distinguir, si
no a oponer, dos aspectos temporales: 19 El tiempo vivido
o duración psicológica: tiempo interior. 29 El tiempo espa
cializado, socializado: tiempo exterior. La psicopatología
confirma el interés de esta distinción, que ella estudia en
otra perspectiva.
129
2. LA DURACIÓN MÓRBIDA
130
duración con tonalidad desagradable o penosa. Podría en
contrarse allí una especie de equivalente temporal de la “ dis
tancia al objeto” descrita por los psicoanalistas, distancia
temporal subjetiva.
La duración vivida mórbida posee sus acontecimientos
y su ritmo propios. La actividad delirante acelera, retrasa
o suspende la duración. Esta condición estructural desem
peña un papel directo en la perturbación de la expresión y
de la comunicación.
La resonancia afectiva, o “ cronotimia” , si se desea un
término especial, también interesa: alargamiento de la du
ración en el tedio, la tristeza y la depresión melancólica;
acortamiento en el goce, la hipomanía, los delirios plenos,
esténicos y expansivos. Con esta noción estarían vinculadas
las variaciones del “ sentimiento de envejecimiento” . Por una
parte, ausencia del sentimiento de envejecimiento, por falta
de retroceso histórico, como resultado de la no integración
de lo vivido mórbido y de la desincronización categorial. El
enfermo permanece en el período de los comienzos de la
enfermedad, como se observa en el esquizofrénico. No ha
envejecido subjetivamente porque no ha vivido históricamente.
En el otro extremo, el sentimiento de envejecimiento intenso,
por exceso de anticipación histórica. De golpe él enfermo
tiene diez o veinte años más: si es adulto se conduce como
viejo; por astenia, abandono, desinterés, depreciación o cas
tigo, y particularmente en el ansioso y el melancólico. Hay
en ellos negación del futuro.
2 ° Las disritmias se manifiestan en diversas formas pa
tológicas.
La fragmentación y la inmediatez de la duración, la mo
vilidad, el rechazo del pasado, la dictadura del instante, son
características de la quisquillosidad centelleante del maníaco.
El enfermo “ no dura” , vive en el acto, y sus actos son rá
pidos, múltiples e incompletos, sin relación con lo anterior
y sin perspectiva hacia el porvenir. Remolinea por debajo
del horizonte temporal.
La aceleración de la duración se encuentra en las fases
131
subexcitativas, más o menos eufóricas, a veces en el onirismo
y en los momentos fecundos del delirio, en el curso de las
cuales el enfermo vive muchos acontecimientos agitados o
actúa de manera precipitada, desordenada. La duración vi
vida es rápida, aunque el tiempo parece secundariamente
desmesurado en relación con los datos cronológicos objetivos.
Las psicosis tóxicas experimentales producidas por la mes-
calina y el ácido lisérgico, producen tan pronto una acelera
ción como un retardo de la duración.
El retardo en la hipocondría, la depresión y la angustia,
surge por una parte de la dificultad y de la rareza de la
acción, y por otra, de una especie de adherencia al presente
vivido como penoso, vacío o indisoluble. Recordemos la ex
plicación clásica del sentimiento de prolongación de la dura
ción en la intoxicación por el opio o el haschich, originado
en la multiplicidad de sueños en un tiempo muy breve, lo
cual produce la ilusión mnésica de prolongación.
La detención* de la duración, tan bien analizada por E.
Minkowski, se observa bajo forma de estatismo y de espa-
cialización en la esquizofrenia, y de cristalización en la me
lancolía, cuyo delirio es temporal por excelencia. E. Min
kowski caracteriza el delirio melancólico por la esclavitud
absoluta al pasado, la inmovilización (sentimiento de culpa
bilidad, de autoacusación), la negación del presente (ideas
de ruina, de indignidad), la barrera del futuro (castigo, ca
tástrofe inminente), la carencia de deseos y la falta de
esperanzas.
En la patología del duelo, considerada según la perspec
tiva psicoanalítica, la división normal entre la muerte y la
vida no se realiza. Las penas del duelo se detienen. El
tiempo suspende su vuelo, y surge el acceso melancólico por
identificación ambivalente con el objeto desaparecido y la
vuelta agresiva contra el y o ; o el acceso maníaco: rechazo
de la muerte aferrándose al pasado, y conducta de triunfo.
También fuera de la melancolía, en la conducta suicida,
tal como la hemos descrito en otra parte, se encuentra esa
detención del devenir, con abolición de deseos y de esperan
132
zas, aniquilación del futuro, alejamiento del pasado, sentido
a la vez como oprimente, insoportable, irrisorio y vano. Hay
negación del ser, supresión de la duración en el umbral de
la nada. Estos fenómenos no son constantes. El suicida vive
a veces una propulsión bacia un más allá experimentado
como un devenir, especie de impulso a partir de un pasado
que ha permanecido tenso.
3 ° La abolición de la duración se produce en las desor
ganizaciones masivas o profundas de la personalidad (demen
cia senil, estupor, catatonía, autismo profundo, accesos epi
lépticos, etcétera).
El sueño profundo y el coma eliminan la duración. En
el coma por anestesia general, nosotros lo hemos verificado,
con frecuencia el sujeto se despierta creyendo que va a dor
mirse para ser operado, cuando la operación ya ha sido
realizada. ¿Debe hablarse de reducción o de aceleración de
la duración? No, se trata simplemente de una suspensión de
la duración por detenimiento de la actividad psíquica: nada
capaz de registrar, nada para ser registrado. Separación sin
conciencia de la separación. Sin duda sucede lo mismo en
el instante de la muerte, pero a título definitivo. La eterni
dad es ausencia de duración.
4 ° Por breve que sea, esta exposición muestra cómo la
duración mórbida pertenece intrínsecamente a la manera de
vivir de la personalidad; cómo el peso del pasado se aligera
o aumenta según la orientación del devenir; y cómo el deve
nir se despliega o se repliega bajo la presión del pasado,.
Así hemos podido hablar de la duración mórbida sin
siquiera definir las clásicas perturbaciones de la memoria
(amnesia, dismnesia, paramnesia, hipermnesia), pues la ac
tividad mnemónica se confunde con la organización de la du
ración vivida. Sin que fuera una paradoja, podría uno pre
guntarse ahora en qué medida la perturbación mental no sería
el resultado de una imposibilidad de “ olvidar” realmente
una experiencia pasada. Como dice H. Ey, las perturbaciones
de la memoria forman “ la sustancia fenomenológica de todos
133
los síntomas de las neurosis y de las psicosis” , efectos de “ la
alteración de los lazos que unen en el tiempo la forma de
existencia actualmente vivida, con la existencia oculta y con
la existencia posible”
3. LA EVOLUCIÓN MÓRBIDA
134
el valor de una verdadera crisis en el seno de la personali
dad, que sale de ella más deteriorada y alienada, o a veces
mejor integrada.
Cuando los síntomas pierden su intensidad y se repiten
cada vez menos, la personalidad tiende a equilibrarse y a
estabilizarse en una estructura dinámica: compromiso entre
las deficiencias y las capacidades subsistentes. Diremos que
la evolución se hace subcrónica. La extensión puede fijarse,
groseramente, entre uno y tres años \
Más allá de los tres años, la evolución debe tenerse por
crónica. La estructura patológica se estabiliza, hay instala
ción en la enfermedad, la sintomatologia tiende a fijarse.
Las fases agudas y subagudas se atenúan y se hacen más ra
ras sin modificar los componentes principales del estado
mórbido. La extensión se prolonga sobre muchos años hasta
abarcar toda la existencia del enfermo.
Aquí conviene denunciar dos errores frecuentes y graves,
que consisten en confundir lo crónico con agravación y con
incurabilidad.
La agravación se aplica a un proceso agudo o subagudo,
y puede anunciar la muerte. Igualmente puede conducir a la
cronicidad. Pero la cronicidad no es necesariamente una
agravación. En primer término, porque los procesos con o
sin comienzo agudo están, por naturaleza, destinados a durar
largo tiempo. Y luego, porque la noción de agravación ex
presa un juicio comparativo por relación con un estado ante
rior. Ahora bien, el estado crónico puede constituir un me
joramiento por relación con el estado subcrónico o agudo
anterior. La cronicidad puede ser grave, sin constituir un
agravamiento.
La cronicidad ya no es más sinónimo de incurabilidad.1
135
El concepto de curabilidad no pertenece, por otra parte, al
plano de la evolución natural del proceso mórbido. Se trata
de un concepto pragmático relativo a nuestros conocimientos
y al grado de eficacia de nuestros métodos terapéuticos. Hay
enfermedades agudas que son incurables y enfermedades
crónicas que son curables o pueden serlo en el futuro. La
parálisis general, crónica, incurable y mortal antes de la
malarioterapia y la estovarsolterapia, se ha convertido en una
demencia curable. La meningitis tuberculosa, aguda y mortal,
se ha vuelto curable con la estreptomicina. Cronicidad no
significa, pues, incurabilidad, a pesar del valor peyorativo
que implica habitualmente en medicina. Uno y otro concep
tos tienen su uso legítimo. En relación con el estado actual
de nuestros conocimientos y de nuestra terapéutica, la noción
de incurabilidad debe ser aplicada al retardo mental, al des
equilibrio profundo, a las viejas secuelas paralíticas, a la
demencia senil, a la demencia esquizofrénica declarada, etcé
tera. Negarlo por motivos ideológicos o sentimentales sería
seguramente falso y estéril. Por el contrario, es preciso iden
tificar bien los casos, ocuparse de ellos de otra manera, y
tomar las medidas sociales adecuadas.
2 ” La continuidad y la discontinuidad del proceso mór
bido responden a tipos evolutivos y a estructuras muy dife
rentes.
La evolución continua del desarrollo de una personalidad
mórbida, de una psicosis delirante crónica, de una demencia,
indica precisamente la permanencia de una manera patoló
gica de vivir, y de un proceso más o menos activo. La evo
lución sintomática es coextensiva al movimiento del proceso.
La evolución discontinua plantea a menudo problemas
muy complejos, especialmente los que se refieren a la perio
dicidad patológica y a los ritmos biológicos (menstruación,
variaciones metabólicas, iónicas, etcétera). Ejemplos: la ci-
clotimia, la psicosis maniacodepresiva, la epilepsia, las for
mas esquizofrénicas intermitentes. Esto plantea el problema
de la latencia de un dispositivo patológico, cuyas manifesta
ciones se producirían por fases. Y también la cuestión de
136
la normalidad de la personalidad entre las fases patológicas.
¿N o podría tratarse de personalidades siempre mórbidas,
cuya enfermedad se haría evidente en el curso de ciertas
“ descompensaciones” ? Más que de procesos, ¿no podría ha
blarse de personalidades con eclipses? La discusión no puede
ser delkrrollada aquí.
39 El comienzo y el final de la evolución mórbida también
deben ser considerados. El momento a partir del cual se
establece el comienzo de la evolución patológica corresponde
a lo? primeros síntomas objetivos o subjetivos reconocidos
como tales, sea en el tiempo mismo de su manifestación, sea
retrospectivamente.
Si el comienzo es brusco, la cosa parece fácil, y sin em
bargo muy a menudo se encuentran ligeras modificaciones
que atestiguan la existencia de un período preparatorio ante
rior. Si el comienzo es lento, con variaciones iniciales míni
mas que se agravan y terminan por tomar un carácter fran
camente patológico, se habla, según los casos, de período de
invasión, de maduración, de período preneurótico o prepsicóti-
co, o de período introductorio a la psicopatía, pero que forma
parte de ella como la introducción pertenece al libro. Ese pe
ríodo, llamado prepsicopático o infraclínico, es a veces obser
vado directamente. Ocasiones propicias de observación, así
como la experimentación, han proporcionado interesantes deta
lles sobre esa fase inicial. Lo más frecuente es conformarse
con reconstruirla por la anamnesis, el testimonio del enfermo
y de los otros; a veces se la reconstruye arbitrariamente, según
la interpretación que se ha dado a la perturbación, o según
el principio explicativo doctrinariamente adoptado. Y a veces
hasta se la ignora porque las condiciones del examen o del
estudio no han permitido ponerla en evidencia. El análisis
del comienzo de las perturbaciones es particularmente rico
en enseñanzas.
Más fácil de observar, aunque no de definir, el final de
la evolución mórbida puede traducirse por un acontecimiento
cuya banalidad no excluye la gravedad: la muerte. Ofrecen
oportunidad para esa observación, el delirio agudo, la me
137
lancolía (inanición, suicidio), la epilepsia y la demencia
arteriopática o senil.
La estabilización del proceso confiere a la personalidad
una especie de estatuto patológico, el cual autoriza una ma
nera de vivir deficitaria o desvalorizada, cuyos caracteres y
condiciones llegan a ser invariables: ausencia de repeticiones
sintomáticas, de experiencias mórbidas nuevas, de fases re-
adaptativas o desadaptativas; estructuración lacunaria o rígi
da, coacción o estrechamiento de la personalidad.
La curación exige la supresión completa y definitiva del
proceso mórbido. A l menos lógicamente, porque en los he
chos deben admitirse algunas enmiendas. La desaparición
de los síntomas y la vuelta a una actividad funcional aparen
temente normal, bastan para establecer una curación práctica.
Pero tras la curación de un acceso o de una fase patológica,
también puede subsistir un dispositivo o una disposición mer
ced a los cuales las perturbaciones volverán a aparecer una
o muchas veces. La curación total, y no ya sintomática, no
determina en qué estado se encuentra el sujeto. Efectivamen
te, se dan dos eventualidades.
Sea una curación sin secuelas, con restitutio ad integrum
de la personalidad anterior a la enfermedad. Es el caso de
la psicosis confusional aguda, del acceso maníaco, melancó
lico, epiléptico, fóbico, etcétera.
Sea una curación con secuelas. En este caso se impone
una doble distinción. La curación no debe ser confundida
con la estabilización mórbida, cuyos principales rasgos aca
bamos de describir, cuando subsiste un proceso patológico,
por poco activo que sea. A la inversa, la curación no debe
ser desconocida, ni las secuelas de la enfermedad confundidas
con los síntomas de la enfermedad, cuando esta última ha
desaparecido. Ya no se trata de enfermedad sino de dismi
nución mental. Así como el retardo después de la encefalo
patía infantil casi no se presta a discusión, otro tanto cabe
admitir en el caso de la esquizofrenia curada, por ejemplo.
El proceso se ha extinguido; no más delirio activo ni com
portamientos característicos; el enfermo está globalmente
138
debilitado, se interesa por pocas cosas y de una manera pue
ril, sus ocupaciones son baladíes; podría tomárselo por un
viejo débil mental. La deterioración es aquí adquirida y fi
jada: hay una disminución. El mismo dato se observa en
Witiguos delirantes crónicos, en viejos maniacodepresivos,
en viejos neuróticos, en la ausencia de demencia senil, bien
entendida. El paralítico general tratado, curado e intelectual
mente debilitado, ilustra claramente este hecho.
139
C apítulo II
ESTRUCTURAS Y NOSOGRAFÍA
1. LA O LAS LOCURAS
141
o la diabetes pancreática. Ciertamente hay muchas “ afeccio
nes” de etiología dudosa o desconocida, de compleja pato
genia, pero la expresión sintomática se individualiza en un
órgano o en un aparato lo bastante como para que pueda
encontrarse allí. La diferenciación de las funciones y su
espacialización morfológica facilitan mucho el análisis y la
clasificación.
Algo muy distinto sucede con la patología mental. Sin
duda ésta no carece de soportes orgánicos. Pero la espacia
lización se efectúa en un solo sistema, el sistema nervioso,
cuyas funciones, bajo su aspecto físico, no se materializan,
o se materializan poco o mal, en el plano mismo del sistema.
La sistematización funcional neuropsíquica permanece incom
pleta y muy a menudo utilizable sólo con la ayuda de hipótesis
o de vanas metáforas. Además, la expresión sintomática des
borda la perturbación orgánica lesional o funcional. En fin,
con mucha frecuencia es imposible descubrir una lesión o un
trastorno funcional orgánico imputable.
¿Haría falta más para invocar “ un” trastorno del “ es
píritu” , “ una” enfermedad del “ alma” ? Autores antiguos,
como los profanos, veían “ el loco” y hablaban de “ la locu
ra” , en la época en que distinguían con facilidad el febril, el
hidrópico, el bocioso y el escrofuloso. Esta manera global
de aprehender la ruptura de relación del enfermo con el gru
po social revela su insuficiencia por su indiscriminación y
su precariedad. Observación aplicable a algunos autores muy
modernos.
Pero esta situación no podía mantenerse. La historia de
la psiquiatría lo demuestra. Después de haber multiplicado
las locuras en la medida de los análisis, se tiende a reunirlas
de nuevo en un concepto global, por una voluntad de síntesis
que muy pronto se ahoga. Habría así, una sola enfermedad
mental por alteración global de la personalidad, con múl
tiples modalidades clínicas. Las transiciones entre las formas
mórbidas, el pasaje de una forma a otra en el mismo enfermo
y en la misma familia, la multiplicidad de formas para una
misma causa aparente, la multiplicidad de causas posibles
142
para la misma forma mórbida, etcétera, predican en favor
de la unidad. ¿Habría, pues, que orientarse hacia una neu
rología estricta, o evadirse hacia una psicología desencarna
da? Inútil querella, ligada a una posición falsa y a una
visión simplista de la patología mental.
Sin duda, convendría no calcar nunca estrictamente las
formas psicopatológicas sobre los modelos de la patología
orgánica. El concepto de etiología tiene alguna responsabi
lidad en este problema. Volveremos a hablar de ello con
motivo de la causalidad. Podría argumentarse en favor de
la infinita multiplicidad de las enfermedades mentales, que
en último término cada enfermo tiene la suya.
¿Qué es lo que se observa? El profano y el psiquíatra
no tienen una actitud idéntica frente al obsesivo y al deliran
te paranoide, al maníaco y al demente. Si cada enfermo tiene
su manera particular de estar loco, toda una serie indefinida
de enfermedades piesentan el mismo tipo de trastornos y el
mismo estilo de conducta patológica. Esto justifica, pues, no
sólo la semiología establecida desde hace largo tiempo, sino
también el agrupamiento de los síntomas en diversos síndro
mes; pero también la diferenciación de diversas estructuras
psicopatológicas, y la búsqueda de una nosografía racional.
Por lo menos deben admitirse, pues, “ afecciones” mentales
diferentes. El concepto de multiplicidad parece todavía me
todológicamente más fecundo, porque tiende a diversificar los
estudios, sobre todo en el orden etiopatogénico.
2. LA NOSOGRAFÍA
143
tensión del concepto de neurosis a casi todos los enfermos
mentales y a la mayor parte de las personas normales, así
como la exagerada extensión de la noción de esquizofrenia
a las tres cuartas partes de los enfermos mentales, suprimen
toda comparación válida entre las formas clínicas, y aun
entre las estructuras psicopatológicas. Ahora bien, el hecho
de que la investigación psicopatológica (psicoanálisis, análi
sis existencial, experimentación, etcétera) no deba seguir pri
sionera de cuadros establecidos para fines que no son los
suyos, no justifica de ninguna manera la supresión de todo
sistema clasificatorio. El interés teórico y práctico de la
clasificación persiste. Se impone un sistema de referencia,
aunque más no sea con vistas a un mejoramiento.
¿No se refiere uno continuamente a una nosografía im
plícita, clandestina u oculta? La experiencia clínica de cada
uno, a medida que se amplía y se profundiza, recompone una
cierta nosografía, desplaza los acentos, valoriza o desvaloriza
los aspectos biológicos, psicológicos y sociológicos. Se trata
de una necesidad de método, que si bien no resuelve las
dificultades conceptuales de la cuestión, plantea e impone
el problema.
Sería necesario constituir unidades psicopatológicas y
clasificarlas de acuerdo con un determinado principio. Dol le
exigencia, doble escolio. Las unidades mórbidas son difieres
de definir con suficiente rigor; varían según el punto de
vista adoptado, y en realidad son muchos los puntos de vista
defendibles o aceptables. Los principios son múltiples: prin
cipio de análissi semiológico (estático o dinám ico), principios
eliológico, anatomopatológico, patogénico. Recurrir a un
solo principio resulta muy insuficiente y muchas veces inope
rante. ¿Por qué? Por falta de conocimientos científicos y
de perspectiva realmente sintética; por rebelión de lo indivi
dual y concreto frente a los cuadros abstractos. He aquí al
gunos ejemplos de esas vicisitudes y de esta necesidad.
El análisis semiológico y el concepto de evolución han
permitido establecer unidades muy distintas en extensión y
en comprensión, según la etapa y el lugar históricos. En el
144
caso de H. Ey, por ejemplo, tomemos la masa de los delirios
crónicos, El delirio crónico evolutivo de Magnan, se subdi
vide con Kraepelin en demencia precoz (disgregación) y en
parafrenias (sin disgregación), cuando las monomanías pro
ducen una parte de las parafrenias y la paranoia (delirios
sistematizados). En Francia, la esquizofrenia corresponde a
la demencia precoz; la psicosis alucinatoria crónica, a las
parafrenias sistemáticas y fantásticas; el delirio de imagina
ción, a las parafrenias confabulatorias y expansivas; el deli
rio de interpretación y los delirios pasionales, a la paranoia.
Después de Bleuler, la esquizofrenia absorbe a las parafre-
nias, y casi no deja subsistir más que el delirio de interpre
tación bajo forma de paranoia (a veces él mismo absorbido,
así como la psicosis maniacodepresiva). H. Ey vuelve la
esquizofrenia a su lugar, restituye la parafrenia y la para
noia, en la cual reúne el delirio de interpretación y las psico
sis pasionales; constituyendo así tres grandes grupos en los
delirios crónicos.
La clasificación francesa tradicional surge de una mezcla
ce conceptos etiológicos, semiológicos y estructurales; retardo
mental, desequilibrio y constituciones psicopáticas (cielotimia,
mitomanía, paranoia, esquizoidismos, perversidad), psicosis
confusionales tóxicoinfecciosas y alcohólicas, psicosis maniaco-
depresiva, esquizofrenia (hebefrénico, catatónico, paranoide,
etcétera), delirios crónicos (psicosis alucinatoria crónica, de
lirio de interpretación, delirio de imaginación y delirios pa
sionales), demencias orgánicas (parálisis general, arteriopa-
tía, tumor cerebral, traumatismo, senilidad), epilepsia, neu
rosis (histeria, neurosis obsesiva y neurastenia).
Después de haber criticado los ensayos nosológicos,
y habiendo apreciado las dificultades de una síntesis de las
enfermedades, K. Jaspers reconoce el interés de una clasifi
cación didáctica. Elige el principio etiológico y divide las
psicosis en dos grupos, según que ellas tengan o no una causa
orgánica: 1° Psicosis “ orgánicas” , exógenas, cuyo diagnóstico
es posible y necesario. Son sintomáticas de procesos cerebra
les (meningitis, tumores, esclerosis, hemorragia), de trastor
145
nos fisiológicos (infección, agotamiento, uremia, hipertiroi-
dism o), de intoxicación (alcohol, m orfina). La epilepsia
pertenece en parte a este grupo. 29 Psicosis “ funcionales” ,
endógenas, idiopáticas, que constituyen el dominio del aná
lisis comprensivo. La evolución y la estructura psicológica
llevan a dividirlas en: a) procesos incurables que trans
forman la personalidad (esquizofrenia); 6) alienación de
generativa (en el sentido de separación en relación con la
evolución norm al). Ya sean fases curables (psicosis mania-
codepresiva), ya sean reacciones anormales (psicosis reaccio-
nales), ya sea desarrollo de la personalidad (psicopatías).
Por otra parte, Jaspers distingue todavía los “ síndromes”
orgánicos (afasia, demencia), nerviosos (neurastenia, psicas-
tenia), afectivos (manía, melancolía), las perturbaciones de
la conciencia (delirio, confusión mental), y los síndromes
de la vida psíquica trastornada (paranoia, catatonía).
Ni siquiera teniendo en cuenta la época podría descu
brirse una real virtud didáctica en esa clasificación. Por el
contrario, podría considerársela oscura, a pesar, o mejor di
cho, por causa de su principio rector etiológico. La ignoran
cia de una etiología exterior, evidentemente no prueba la
causa endógena de la enfermedad.
El sistema de recurrir al proceso endógeno, específico y
desconocido, es vigorosamente rechazado por Paul Guiraud.
A pesar de una coherente argumentación, el autor acepta, sin
duda con bastante facilidad, la afección de los “ centros neu-
rovegetativos encefálicos” como explicación de los delirios.
Su principio rector es anatomoclínico. Admite tres clases de
etiología, con frecuencia combinadas: la abiotrofia o la hi-
pobiotrofia celular genética (parte de la herencia); las causas
toxicoinfecciosas (alcohol, tuberculosis, virus neurotropos,
senilidad, etcétera); y los conflictos psicológicos graves y
reales, capaces de provocar trastornos orgánicos. A cada una
de esas etiologías responden las psicosis “ hormotímicas” en
las diferentes formas clínicas, o síndromes (esquizofrenia,
con su atimia y su dislocamiento del yo, delirios crónicos en
el yo vigoroso, psicosis maniacodepresiva). Guiraud admite
146
un segundo grupo formado por las demencias y las psicosis
constitucionales, en las cuales incluye, al parecer, la debili
dad mental, los desequilibrios y las neurosis.
Aquí todavía la etiopatogenia, presentada como una pie
dra de toque, se revela como una piedra de escándalo. Subra
yemos sin embargo que P. Guiraud mantiene las formas
clínicas o síndromes clásicos, apoyándose sobre su estructura
y su evolución.
¿Sería más fructífero un principio patogénico en una
perspectiva homogénea? El psicoanálisis podría proveernos
de ilustración sobre ello. Esquemáticamente, las perturbacio
nes psíquicas, condicionadas por la fijación y la regresión,
se estructuran según las relaciones establecidas entre las tres
instancias del aparato psíquico freudiano: 1® El conflicto
entre el yo y el ello, con fracaso de la represión del ello, en
gendra las neurosis llamadas de transferencia (histeria, fo
bias, obsesiones). 2? El conflicto entre el yo y el super yo,
determina una neurosis narcisista (m elancolía). 3 ° El con
flicto entre el yo y la realidad, sustraído y reconstruido bajo
una forma imaginaria y simbólica, caracteriza a las otras
psicosis (esquizofrenia, delirios crónicos). 4 ° Debilidad o
ausencia del super yo en las perversiones. Papel de las fija
ciones infantiles, disposiciones variables del yo por relación
con las otras instancias y con la realidad en las neurosis de
carácter. ^
Semejante clasificación se ordena de manera satisfactoria.
Pero la satisfacción resulta superficial. Las estructuras psi
copatológicas se vinculan mal con los procedimientos analíti
cos que sólo tienen sentido en su movimiento concreto dentro
del seno de la situación analítica. Esquemas, hipótesis e inter
pretaciones, convierten en precaria a una clasificación psico
analítica que, por naturaleza, repugna a la nosografía. Como
vemos, todavía no es posible una nosografía patogénica.
147
3. LAS ESTRUCTURAS
148
demencias. El autor no da la clasificación de los procesos
patógenos, que se supone debe tener.
De lo expuesto retengamos aquí la posibilidad de definir
algunas estructuras psicopatológicas en un cuadro clínica
mente valedero. De ese modo podrían caracterizarse estruc
turas que resultan de un doble proceso de desintegración
(fenómenos negativos) y de reestructuración (fenómenos po
sitivos), cualquiera sea la relación mutua de esas dos series
fenoménicas. Sobre todo cuando se admite que se trata de
una forma global, debe considerarse a la personalidad como
afectada siempre, poco o mucho. No nos parece que la pa
tología de la conciencia sea separable, en profundidad, de la
patología de la personalidad. Un acceso maníaco o melancó
lico, un arrebato delirante o confusional, expresan y trastor
nan al mismo tiempo la personalidad, sin desorganizarla y
reorganizarla de una manera permanente, como en las psicosis
crónicas. Pensamos que, en totalidad, la patología mental es
la patología de la personalidad.
Las transiciones, las transformaciones de las estructuras
mórbidas, se comprenden entonces mejor, puesto que se expli
can por la personalidad viviendo su experiencia procesal.
Salta a la vista que es absurdo asociar dos tipos de psicosis,
o una psicosis y una neurosis, en el seno de una misma per
sonalidad, como podría ponerse una naranja y una banana
en el mismo plato. Es cierto que dos o más procesos pueden
coexistir y converger, pero en tal caso será para constituir
una forma única de expresión mórbida en el nivel de la per
sonalidad, estructurada de una manera diferente y no de dos
maneras asociadas.
Veamos otra de las consecuencias. A despecho de la tra
dición y de las disposiciones “ operacionales” que han esta
blecido una división empírica entre neurólogos y psicoana
listas, consagrados a las enfermedades mentales “ leves” , y
los psiquíatras, dedicados a las enfermedades mentales “ pro
fundas” , no es entre “ neurosis” y “ psicosis” donde se ubica
psicopatológicamente el plano de división. ¿No es ya digno
de observación que todos esos “ nerviosos” , “ neuróticos” o
149
“ neurópatas” se caractericen justamente por la ausencia de
una enfermedad propiamente neurológica? Son los enfermos
más “ mentales” que existen, los más verdaderamente “ psicó
patas” . Como por otra parte los psicoanalistas se dan ahora
a “ neurotizar” las psicosis, términos y conceptos terminan
por ser intercambiables. Todos esos tipos estructurales per
tenecen al dominio de la personalidad mórbida que, en psi
copatología y hasta en psiquiatría, no podría ser fragmentada
en territorios artificiales.
La división se efectúa entre el estado constituido y la
dinámica constituyente, entre las personalidades anormales
por un proceso patológico inicial, pero desaparecido, y las
personalidades mórbidas animadas por un proceso más o me
nos activo o persistente. Esta distinción, que no es nueva,
debe intervenir en toda nosografía.
Sin emprender un análisis estructural, describiremos a
título indicativo y muy sumariamente, seis tipos estructura
les principales, que no identificamos forzosamente con los
niveles de disolución.
I 1? La estructura oniroide : alteración superficial o pro
funda Je la conciencia, emergencia del mundo onírico o su
mersión por él, discontinuidad, distorsión y hasta supresión
de las relaciones con el mundo real (psicosis confusooníricas,
accesos delirantes).
2 ° La estructura distímica, en la cual la perturbación
del humor y de la afectividad puede tomar aspectos muy
diferenciados, particularmente de tres tipos:
a) Forma lábil, disponible, con sobrevaloración emocio
nal subjetiva de los acontecimientos, relación con .el munde
conservada, comunicabilidad entera (ansiosos, hiperemotivos.
sentimentales, inestables).
b ) Forma ligada, adherencia afectiva a la forma mórbi
da diversificada en tres aspectos estructurales distintos. La
forma traspositiva, con modificación parcial de la relación
con el mundo, en la cual la personalidad sigue inserta en
él (histeria). La forma compulsiva, en sobreimpresión sobre
150
el mundo real, con el cual se mantienen las relaciones, bajo
reserva de un estrechamiento del campo de la actividad y de
una reducción de la eficacia, reacción defensiva de la per
sonalidad (neurosis obsesiva, fób ica ). La forma impulsiva,
ya sea “ extravertida” , con expansión eufórica en el mundo
real, superficialidad y discontinuidad de la comunicación
(m anía), ya sea “ introvertida” , con doloroso alejamiento del
mundo real, reducción y uniformidad de las relaciones, es
trechamiento de la comunicabilidad (m elancolía).
3 ° La estructura disociativa: dislocamiento más o menos
completo de la personalidad, desaparición del personaje en
fragmentos inadecuados de diferentes personajes, distorsión
de la relación con el mundo, con ruptura parcial o total del
contacto, desprendimiento de lo real, retraimiento en un uni
verso imaginario (esquizofrenia).
4^ La estructura paranoica sostiene lo real transformán
dolo en un estilo subjetivo paralógico o parapasional. Valo
rización simbólica de las relaciones con los otros, comuni
cabilidad conservada (psicosis interpretativa o alucinatoria,
psicosis pasionales).
5*? La estructura parafrénica sostiene lo real y lo trans
forma en parte en un estilo subjetivo paraonírico. Universo
imaginario con la comunicabilidad reducida o abolida, co
existente en parte con el mundo real (parafrenias).
6° La estructura demencial con predominancia negativa.
Déficit global de la personalidad, reducción más o menos
importante de las capacidades y de las relaciones con el mun
do, desinserción parcial o completa por desintegración.
Estas estructuras pueden, no asociarse, pero sí fusionarse
en una estructuración más compleja, de segundo grado. Por
ejemplo, estructura oniricodistímica, oniricodemencial, dis-
timoparafrénica. Permiten definir y clasificar, por referen
cia a líneas de orientación general y a tipos de conducta, la
mayor parte de las enfermedades mentales, desde la neurosis
leve hasta la demencia profunda. Ellas definen una manera
de ser del enfermo, y también, hasta cierto punto, un deve
151
nir. Las estructuras oniroides, distímicas, lábil e impulsiva,
generalmente no organizan la personalidad de una manera
estable y permanente; tienen un carácter agudo, subagudo
o discontinuo. La estructura distímica compulsiva culmina
frecuentemente en una regulación de la personalidad que
compromete su porvenir. Las estructuras disociativa, para
noica y parafrénica, tuercen el devenir por mucho tiempo,
cuando no para siempre.
Si el plano psicopatológico en el cual se definen esas
estructuras no se confunde con el de la nosografía, esta úl
tima no podría nunca inspirarse en aquél. Así, el cuadro
clínico de la nosografía se constituye partiendo de una pri
mera distinción entre los fenómenos mórbidos animados por
un movimiento evolutivo, y los fenómenos anormales estruc
turalmente fijados. Es fácil distinguir dos grandes grupos.
I 1? El grupo de las frenias, o “ psicodismorfias” , o “ fre-
nosis” , si se prefiere, reúne las anomalías que forman parte
constitutiva de la personalidad y que no evolucionan más que
con el desarrollo fisiológico de ella. Éstas no son, o ya no
son, enfermedades. Sólo su origen es patológico. Se trata de
disminuciones mentales, y se distribuyen en tres grupos.
a) La oligofrenia, o retardo mental, con sus grados clá
sicos (debilidad, imbecilidad, idiotez), ocupa un lugar in
discutible. Simplicidad aparente, complejidad real. Esto no
justifica ninguna confusión. El retardo se define por una
insuficiencia de capacidad global del desarrollo de la perso
nalidad, que no alcanza el nivel al cual hubiese llegado de
no haber sufrido los efectos de un proceso patológico inicial.
La deficiencia intelectual, expresada, permite una grosera
aunque útil evaluación por medio de los tests. Ella no debe
hacer olvidar la deficiencia afectiva y volitiva. La persona
lidad es constitucionalmente1 débil, poco coherente, poco
autónoma, poco eficaz, inconsistente o inexisten'e.
1 Para nosotros, la constitución no presupone un origen determinado.
Ella resulta de un complejo condicionamiento de hechos innatos y adquiridos,
desde los genes paternos hasta la inscripción de las agresiones físicas y de los
acontecimientos instintivoafectivos graves. Se fija poco más o menos ne varié-
tur en el último estadio de la maduración.
152
Deben evitarse dos errores. ^ rèt^irdor»^»^ el “ retraso
mental” , simple lentitud del desarrollo, que sin embargo lle
ga a un nivel normal. El niño retrasado y calumniado se
convierte en un adulto normal, así como a menudo el niño
precoz y demasiado admirado pierde sus dones cuando al
canza la madurez. La noción bastante abusiva de “ retardo
afectivo” , no debe confundirse con el retardo mental. Aquélla
es válida en el sentido de inmadurez instintivoafectiva, de
orden dinámico, y en un sentido puede ser menos extensiva
de lo que quisieran algunos psicoanalistas.
La deplorable noción de “ debilidad evolutiva” es con
tradictoria en los términos. La debilidad se muestra fisioló
gicamente evolutiva en la medida en que, en cada etapa del
desarrollo, se eleva el nivel de la capacidad, aunque quedando
siempre por debajo del nivel que debería tener. Después se
fija. La debilidad es un estado. Si se produce un descenso
progresivo de ese nivel, no es la debilidad quien evoluciona:
o hay evolución del proceso inicial, o hay proceso patológico
sobreagvegado, y en ambos casos hay psicopatía. No basta
ser débil para escapar a la encefalitis epidémica o a la es
quizofrenia.
b) Las disoligofrenias, en sentido estricto, abarcan los
retardos “ complicados” con una desarmonía fundamental, con
un desequilibrio profundo (inestabilidad, impulsividad ex
trema, etcétera).
c) Las disfreñios, sin retardo, corresponden a las perso
nalidades anormales, sobre todo al desequilibrio psíquico.
El nivel intelectual medio, a veces superior, contrasta tanto
más con la falta de contención, de control, con la inestabili
dad, la impulsividad, y la inadaptación W e o grave al medio
social. La conducta se caracteriza por xa repetición del mis
mo tipo de reacción, del mismo género de situaciones con
flictivas, de la misma especie de fracasos. Antes se veían
allí demasiados “ perversos” ; hoy se ven demasiados “ neu
róticos” .
Las modalidades caracteriales un tanto acentuadas impli
can un tipo reaccional, y por ende una cierta repetición de
153
situaciones análogas, sin que se trate forzosamente de un
determinismo patológico ni de una neurosis. Aquí encuentran
lugar una parte de las constituciones mentales clásicas.
2 ° El grupo de las psicopatías encierra todas las afeccio
nes o enfermedades mentales, es decir, todas las modificacio
nes psíquicas clínicamente provistas de un carácter evolutivo.
Ellas pueden distribuirse en dos grandes grupos: psicosis y
demencias.
a) Las psicosis son las afecciones caracterizadas por una
alteración parcial o total, superficial o profunda de la per
sonalidad, con reestructuración positiva, rica o pobre, eficaz
o no. Un mayor delineamiento de su estructura invita a re
partirlas en dos grupos, según que sean o no “ alienantes” .
Aquí la alienación se entiende en el sentido de carácter es
tructural del trastorno, que interesa a la relación con otros,
al grupo social, y no en el sentido de enfermedad mental en
general. Si todos los alienados son enfermos mentales, no
todos los enfermos mentales son alienados.
154
cas de estructura paranoica (delirio de interpretación, delirio
alucinatorio, delirios pasionales), psicosis de estructura pa
rafrénica.
b) Las demencias se definen por un debilitamiento inte
lectual global, más o menos profundo, con deterioro de la
personalidad, estructura deficitaria y negativa. Demencia
senil (involución), demencia arteriopática, postraumática,
parálisis general, etcétera.
Esta clasificación clínica, que damos por válida y no por
perfecta, debe ser completada con una clasificación etiopato-
génica, de valor más práctico que científico. La elección de
un principio ordenador es arbitraria. La supuesta posición
interior o exterior de un fenómeno, tenido por causa patógena
inicial, responde a una visión simplista, como lo mostrare
mos en el capítulo siguiente. Sin embargo, y a título de
ejemplo, damos una clasificación de este tipo que divide a
la etiología en dos grandes categorías:
1? Las causas exógenas: tóxicas (alcohol, morfina, óxido
de carbono, etcétera), infecciosas (sífilis, tuberculosis, virus
neurotropos, etcétera), traumáticas (conmoción cerebral, frac
turas craneanas, etcétera).
2 ° Las causas endógenas: herencia, maduración (crisis
puberal), involución (menopausia, andropausia, senilidad).
Disendocrinias, trastornos vasculares, autointoxicaciones he
pática y renal. Tumores cerebrales. Reacciones psicológicas
a una situación conflictiva, a un acontecimiento excitante.
Estructuras y nosografía sirven de sistema de referencia,
incompleto pero necesario, para la actualización de nuestros
conocimientos, para orientar el estudio y, sobre todo, para
guiar los pasos del diagnóstico, el pronóstico y la terapéutica.
4. DIAGNÓSTICO Y PRONÓSTICO
155
la experiencia clínica, sin estar al abrigo de las influencias
doctrinarias, a veces explícitas pero más a menudo implícitas.
1° El diagnóstico es la operación por la cual se determi
na la existencia y la naturaleza de una enfermedad. Com
prende tres etapas.
La primera etapa, la del diagnóstico clásicamente llamado
positivo, consiste primeramente en una aprehensión global
de la sintomatologia, en parte intuitiva. ¿Se advierte o no
un carácter patológico en tal conducta, en tal expresión del
pensamiento? ¿Qué valor se le atribuye? Después se buscan
sistemáticamente los signos más significativos, por aproxima
ciones sucesivas. No se descuidan mientras tanto los carac
teres particulares, cuyo conjunto y orientación toman a veces
un valor mórbido.
Aún menos que en medicina puede contarse en psiquiatría
con signos patognomúnicos, capaces de revelar por sí solos la
enfermedad y su origen. En realidad, no hay signos verda
deramente específicos. Por ejemplo, la desorientación tem-
poroespacial se observa en una psicosis confusiona] aguda
infecciosa, en un síndrome postcrítico coinicial transitorio, o
en una demencia senil crónica. La discordancia, tan evoca
dora de la esquizofrenia, vuelve a encontrarse a veces en la
histeria, en los estados maníacos o confusionales, en el retar
do mental o en la simulación. Por lo demás, atenerse exclu
sivamente a la presencia de los signos sería un error. Su
ausencia puede ser tanto más significativa que su presencia.
La ausencia de euforia en un síndrome excitativo, de angustia
en un síndrome depresivo, de discordancia de alucinación- s
o de onirismo en un delirio, tienen importancia primordial
en el cuadro clínico y el diagnóstico. Se advierte aquí el
interés de la noción de estructura. Sin perjudicar el análisis
semiológico indispensable, ella incita a tomar una visión de
conjunto de la personalidad mórbida, con sus fenómenos
positivos y negativos y el sentido de su movimiento.
A llí comienza la segunda etapa, la del diagnóstico dife
rencial: determinación de la especie mórbida. En tal cir
cunstancia uno se encuentra muy lejos de la actitud del bo
156
tánico. Su punto de vista subsiste, lo cual no deja de tener
su importancia. El bizantinismo de algunas discusiones no-
sológicas de otro tiempo no permitía considerar al paso
diagnóstico como tal, y se caía en un exceso de análisis prac
ticado sobre una errónea jerarquía de valores semiológicos
y una reificación de entidades arbitrarias. El hecho de que
se trate de síndromes en lugar de enfermedades, no dismi
nuye en nada la importancia de esta etapa.
El diagnóstico etiológico señala la tercera etapa, cuando
ella puede cumplirse. Etapa rica, por cierto, en errores teó
ricos y prácticos. Citemos algunos. Conocido un cierto nú
mero de etiologías, se tiende a atribuirles la responsabilidad
de afecciones cuyo origen sigue siendo dudoso o desconocido.
Bastaría recordar el treponema pálido, el bacilo de Koch,
el colibacilo, los virus neurotropos, el alcohol, la hiperfolicu-
linemia. . . y, en el otro extremo, el complejo de Edipo, las
emociones, los conflictos; parches de una ciencia con lagunas.
Esta reducción sistemática a lo conocido falsea nuestros co
nocimientos y cierra el camino hacia una fecunda investiga
ción. Bajo el pretexto de que algunas formas mórbidas no
tienen etiología conocida, se las ignora o se las desmembra,
con el propósito de encontrar una paternidad ilegítima a
cada fragmento. Esquizofrenia, histeria, catatonía, etcétera,
han sido objeto de este proceso. Más valdría tener por des
conocida, indeterminada o dudosa una etiología, que afirmar
la sin haberla demostrado.
2? Establecer un diagnóstico implica reunir en un haz
hechos y conocimientos cuya significación no es solamente
estática. El diagnóstico muerde sobre el pasado y compro
mete el futuro. Implica una probabilidad o una certeza sobre
la evolución de los trastornos. De ese modo facilita o prefi
gura el pronóstico, previsión de la evolución mórbida. El
diagnóstico del acceso delirante supone el pronóstico de evo
lución aguda y curable; el diagnóstico de retardo mental lle
va necesariamente al pronóstico de cronicidad y de incurabi
lidad. Ni matemático ni mágico, el pronóstico recae sobre
los casos individuales; y de tal modo se convierte en un arle
157
difícil y a veces peligroso. El destino de un enfermo no
puede deducirse, en todo y para todo, de la mera definición
nosográfica de su enfermedad.
Si bien el pronóstico sigue al diagnóstico, su enfoque es
más amplio. No es su simple explicitación, sino que consiste
en una revaluación del hombre enfermo considerado desde
el ángulo del devenir, confrontando la etapa actual de la
enfermedad, las capacidades anteriores del enfermo, su mo
dalidad reaccional, la posibilidad y la eficacia de un
tratamiento, el margen eventual de readaptación según la
edad, el sexo y las condiciones sociales. Según los casos, el
pronóstico concretado puede resultar muy mejorado o muy
agravado en relación con el eje diagnóstico-nosográfico.
Evitar los diagnósticos que impliquen un pronóstico des
agradable, por actitud conjuratoria que recuerda la del aves
truz, o por simulación que esquiva responsabilidades, es inútil
y es un mal método. Por lo contrario, se debe precisar lo
más posible el diagnóstico y el pronóstico, rectificar los erro
res, y revisar convenientemente los criterios empleados.
El pronóstico abarca tres niveles diferentes. Pronóstico
vital cuando hay riesgo de muerte (delirio agudo, agotamien
to, suicidio, etcétera). Pronóstico funcional, o psicológico,
que enfoca la restitución de la personalidad anterior, la dis
minución de una personalidad invalidada, la persistencia o
la completa disgregación de una personalidad mórbida. Pro
nóstico social, que se ocupa especialmente de las reacciones
frente a los otros (tolerancia), y de las posibilidades de acti
vidad profesional. Que el pronóstico social sea función del
pronóstico psicológico, no es cosa que se deduzca estricta
mente. El acento debe ponerse sobre las condiciones del me
dio social y sobre la noción de tolerancia recíproca.
158
C apítulo III
LA C A U S A L I D A D
1. DE LA CAUSALIDAD A LA LEGALIDAD
159
origen del mundo. Sin embargo, el continuo encadenamiento
de los fenómenos deja ver planos distintos, estructuras hete
rogéneas, a las cuales se atraviesa o en las cuales uno se
detiene, según la perspectiva adoptada.
El concepto de causa es correlativo del concepto de efec
to. Definir la causa como el antecedente invariable e incon
dicional de un fenómeno, como lo hace J. Stuart M ili, signi
fica ante todo establecer un orden de sucesión. Conviene, con
Kant, calificarlo más agregándole el carácter de una relación
real, necesaria e intrínseca. Ciertamente, la medicina ordena
sus conceptos con un rigor infinitamente menor que la lógica,
pero sin embargo no puede deformarlos demasiado sin qui
tarles todo interés. La causa que desde el punto de vista
médico debe retenerse es la “ causa eficiente” , en el sentido
escolástico de fenómeno que produce otro fenómeno.
Cuando reconocemos a la sífilis como causa de la pará
lisis general, afirmamos dos hechos. En primer término inte
gramos ese síndrome neurodemencial como especie clínica
de una enfermedad parasitaria que tiene por agente al tre-
ponema pallidum. Después, atribuimos la demencia a la pre
sencia del treponema en el organismo. El treponema es la
causa inicial y específica, el antecedente constante y necesario.
Pero el efecto terminal demencial no se encuentra conte
nido en la causa inicial treponémica. Entre ambos existe
un largo intervalo de tiempo y de múltiples procesos orgá
nicos, del cual son testimonio las alteraciones histológicas
difusas del encéfalo y de las meninges. La causa inicial pro
duce efectos, a su vez causa de otros efectos, siguiendo un
proceso continuo de acción parasitaria y de reacciones orgá
nicas. La disgregación demencial seguramente es el resultado
de esos procesos, sin que la euforia y el delirio megaloma
níaco sea la expresión directa de la acción parasitaria ni
aun de una lesión bien definida.
Debe examinarse más de cerca la necesidad y la especi
ficidad de la causa. En el ejemplo considerado, la causa
treponémica, si bien necesaria, no es siempre suficiente. La
meningoencefalitis demencial no aparece más que en ciertos
160
casos de infección sifilítica. Entonces se invoca, ya sea una
variación cualitativa de la causa (forma neurotropa del tre
ponema), ya sea una diferencia en las condiciones orgánicas
(predisposiciones hereditarias o adquiridas, analergia) que
tornan más vulnerable al sistema nervioso. Se habla impro
piamente de causas predispositivas, ocasionales, etcétera, que
son condiciones o circunstancias contingentes y particulares.
En cuanto a la especificidad de la causa, ésta puede ser
comprendida en dos sentidos distintos. Sea como determina
ción constante de fenómenos idénticos, caso en el cual el
efecto caracteriza a la causa y la causa al efecto (herida por
disparo de revólver o por corto de cuchillo). Sea como especi
ficidad de naturaleza, no de efecto: el alcohol etílico con
caracteres químicos, físicos y farmacodinámicos bien defini
dos, provoca polineuritis, cirrosis hepática, gastritis, coma,
confusión mental, etcétera; fenómenos muy diversos que pue
den proceder de otras causas. Es un caso habitual en
psiquiatría, donde existe heterogeneidad entre la causa ini
cial y la sintomatologia.
Recordemos que la noción de causa es de uso tanto menos
frecuente cuanto más exacta y más desarrollada es la ciencia.
La causalidad cede su lugar a la legalidad de sucesión y de
simultaneidad. Si bien la medicina todavía no es apta para
traducir la patología en leyes de permanencia y de equiva
lencia de ciertas dimensiones, debe destacarse la tendencia
contemporánea a formular correlaciones generales entre se
ries o estructuras variadas 1. Se trata de un simple esbozo,
pues el hombre, a pesar de sus esfuerzos y de sus robots, no
ha llegado todavía a reducirse en una fórmula matemática.
Y uno estaría tentado de no lamentarlo demasiado 1 2.
La causalidad subsiste en psicopatología, y el determi
nismo no puede formularse en leyes de valor científico. Sólo
tienen vigencia algunas reglas empíricas: la regla de la edad
161
(G. de Clérambault), de acuerdo con la cual la esquizofrenia
predomina en la adolescencia, los estados confusionales en el
adulto joven, la paranoia y la parafrenia en el adulto ma
duro, la demencia en la vejez; así como raramente las psico
sis se dan en la infancia. La regla de las crisis evolutivas:
las crisis puberal y menopáusica; las descompensaciones in-
volutivas como fases favorables para la eclosión de trastor
nos mentales. La regla de la repetición de los comportamien
tos mórbidos y de las situaciones conflictuales bajo formas
semejantes o idénticas (accesos maníacos, melancólicos u ob
sesivos, que comienzan de la misma manera; reincidencias
suicidas, agresivas, sexuales, toxicomaníacas, etcétera). Las
reglas pronosticas formulables en términos jacksonianos (H.
E y ) : hay tantas más posibilidades de curación cuanto más
rápido y más profundo es el proceso de disolución; la du
ración del acceso es tanto más breve cuanto más profunda
y brusca es la disolución; la reincidencia es tanto más pro
bable cuanto más elevado es el nivel de disolución; la cro
nicidad del acceso es inversamente proporcional a la profun
didad del nivel de disolución.2
1? La causalidad física
162
psicópata deja de ser, en el fondo, un animal enfermo. Todo
el problema reside en dos cuestiones: determinar con exacti
tud las causas físicas, y determinar en qué medida la pato
genia orgánica respalda a la patología mental.
La comodidad de la subdivisión de las “ causas” en exó-
genas y endógenas no debe hacer olvidar su crítica. Con fre
cuencia se tiene por endógeno a lo que no es visiblemente exó-
geno. Una causa considerada exterior no actúa sino en tanto
afecta al organismo y se interioriza. La diferencia consiste a
menudo en conceder privilegio a una de las etapas del movi
miento que va de lo exterior a lo interior o viceversa.
Causas exógenas, como las infecciones, las intoxicaciones
o los traumatismos, provocan trastornos muy diversos, espe
cialmente según el estadio de la evolución individual en el
cual se produce el acontecimiento patógeno (período intraute
rino, nacimiento, infancia, adolescencia, vejez). Por ejemplo,
la incompatibilidad sanguínea fetomaternal (factor Rh) po
dría acarrear un retardo mental, congênito y adquirido. Una
embriopatía podría provocar una esquizofrenia. Corrientemen
te se admite para esta última enfermedad, una encefalitis, un
proceso cerebral abiotrópico (Kraepelin, Bleuler, Kleist,
Lhermitte, Guiraud, H. Baruk, H. Ey, P. Abély, etcétera). El
virus de la encefalitis epidémica provoca lesiones nerviosas
subcorticales y a veces psicopatías (perturbaciones instintivo-
afectivas o síndrome esquizofrénico). El saber médico (histo
y fisiopatológico) invita a admitir estas causas, por princi
pio; aunque debemos confesar que es mucho más d ifícil ve
rificar su existencia en los casos individuales.
Otro tanto podría decirse de las causas endógenas. Sin
embargo, la herencia, mecanismo biológico, más que causa
aislable, encuentra una justificada aceptación. Pero lo here
dado (lo que es trasmitido por los cromosomas parentales),
es difícil de distinguir de todas las alteraciones sobrevenidas
después de la constitución del huevo, que son adquiridas. No
obstante, la frecuencia anormal de las similitudes psicopá
ticas familiares ha orientado desde hace mucho tiempo las
investigaciones en un sentido genético. El método estadístico
encuentra allí una excelente aplicación, aunque muy delica
da. El caso excepcional de los gemelos ha brindado ocasión
para interesantes estudios.
Clínicamente la más “ hereditaria” de las afecciones men
tales, la psicosis maniacodepresiva, se ha manifestado en el
95 % de las parejas monocigotas cuando uno de los gemelos
era enfermo, y en el 26 % de las parejas bicigotas, contra el
23 % en el conjunto de los hermanos (Kallmann, 195 0 ). La
esquizofrenia afecta al 68 % de las parejas monocigotas cuan
do uno de los gemelos es enfermo, y al 15 % de las parejas
bicigotas (Sm ith). Sin tomar estas cifras en su valor absoluto,
la diferencia se presenta significativa y destaca la existencia
de un factor hereditario. Un hecho importante es que la pro
porción genética parece variar con las estructuras psicopáti
cas; si bien ella no se le impone en totalidad y deja un mar
gen, amplio o mínimo, para otros factores.
El mecanismo genético se efectúa por mutación cromosó-
mica, con un carácter de especificidad, como, al parecer, en
la oligofrenia fenilpirubírica y la idiotez amaurótica; o por
el azar de combinaciones cromosómicas normales, en cuyo
caso habría anomalía y nunca enfermedad. En materia de
psiquiatría, la interpretación factorial según las leyes de Men-
del y Morgan se parece demasiado a un juego de sociedad,
como para que sea útil exponer dominancias y recesiones.
Según Szondi, cuya teoría y t é c n ic a justifican am
plias críticas, los cromosomas serían portadores del des
tino individual al predeterminar las atracciones y repul
siones individuales.
Sin volver a las concepciones tradicionales, ampliamente
superadas, algo debe conservarse del concepto de “ degeneres
cencia” desarrollado por Morel y Magnan. Los azares ge
néticos, sobre todo en caso de consanguinidad, pueden llevar
a veces a efectos acumulativos que disminuyen la potenciali
dad energética del ser en el curso de las generaciones, sin que
se trate de “ razas” humanas teratológicas. Las familias de
corta longevidad, de fecundidad decreciente, de patología
vascular cerebral, representan hechos interpretables en ese
164
sentido. Por cierto que la humanidad hubiese desaparecido
hace mucho tiempo, si la regla no hubiese sido el retorno a
la mediana. Pero esta ley no tiene nada de absoluto; hay
estirpes que se debilitan, se alteran y mueren, y algunas de
ellas son psicopáticas.
El concepto de constitución, revitalizado bajo una forma
más plástica por la biotipología contemporánea, expresa una
predisposición para actuar y reaccionar de una manera dada.
Los tipos morfopsicológicos de E. Kretschmer, por ejemplo 1,
son aproximaciones sin constancia categorial en cuanto a la
relación morfopsicológica y al desarrollo caracteriopsicopáti-
co. La paciente búsqueda de índices de anomalías del des
arrollo biopsicofuncional a la manera de J. Dublineau, ofrece
la ventaja de no prejuzgar sobre el carácter innato o adqui
rido de los factores estudiados; ella culmina en tipos dividi
dos en subtipos, y después en grupos y en subgrupos, pues
siempre se observan transiciones, que terminan por reducir a
poca cosa el sentido real de las diferencias matemáticamente
significativas. Caracterología y tipología parten del indivi
duo y vuelven a él. Ellas pueden proporcionar una clasifica
ción útil y descriptiva, pero no una clasificación sistemática
de las capacidades y movimientos funcionales, a fortiori de
las disposiciones patógenas.
En la evolución individual, las fases de trastorno, de des
equilibrio y de descompensación, sobre todo de orden neuro-
hormonal, siempre han parecido propicias al desenlace de las
Derturbaciones psíquicas. Esto es verdadero. Son ejemplos
clásicos de ello, la crisis puberal agravable hasta la esquizo
frenia, la menopausia ansiosa o delirante, la psicosis puer
peral por insuficiencia hormonal, la andropausia depresiva,
hipocondríaca y abúlica, y el envejecimiento con debilitamien
to demencial.
Sin embargo, el determinismo orgánico de los trastornos
1 El “ ciclotímico” , sintónico, realista, activo, de morfología “ pícnica”
(rechoncho, gordo, cubierto de pelos, calvo, de rostro redondo). El “ esquizo-
tímico” , frío, nervioso, idealista, autista, de morfología “ atlética” (grande, tórax
amplio), “ asténica” (alargado, nariz puntiaguda, mentón huidizo), o “ displás
tica” (pequeño, eunucoide).
165
se mantiene a menudo vago, hipotético. La coincidencia suele
bastar para afirmar la relación de causalidad, razonamiento
superficial y sin valor. La eclosión de una psicosis en tal o
cual etapa del desarrollo no prueba ipso facto que la misma
resulte del movimiento mismo de esa etapa. Psicosis o factor
“ climatérico” , se dice en el caso de la mujer en período me-
nopáusico. Ahora bien, fisiología y fisiopatología varían
mucho según que la fase sea premenopáusica ( ¡y la “ previ
sión” comprende a veces muchos a ñ os!), o trasmenopáusica
o postmenopáusica (aquí no se cuentan ni los meses ni los
años). Si hay perturbaciones hormonales controladas, trata
das y curadas, sin que se mejore o se cure la psicopatía, se
mantiene sin embargo la relación de causalidad. La meno
pausia también puede ser fisiológicamente normal, sin que
esto impida imputarle un papel psicológicamente patógeno.
La sospecha no constituye prueba. Se trata, pues, de fallas
metodológicas.
Lo mismo sucede con las psicosis llamadas involutivas,
seniles o preseniles, concepto pleno de fantasía, que admite
tanto la edad de 50 ó 40 años como la de 70 u 80, sin que el
estado fisiológico del sujeto lo justifique. No sería necesario,
fuera de la patología mental, establecer la evolución fisioló
gica mediante constantes físicas, caracterizando las fases in
teresantes de los tres grandes períodos de maduración (del
huevo hasta el término del desarrollo, hacia los 20 ó 22 años),
el período estable o de plenitud (sin duda breve, tal vez hasta
los 30 ó 35 años), y el de involución hasta la senilidad aca
bada. Los puntos de referencia, o los criterios así obtenidos
permitirían apreciar el proceso involutivo acelerado.
El hipertiroidismo, la hiperfoliculinemia, una disendocri-
nia cualquiera, juegan a veces un papel directo en las psico
patías, por lo demás casi siempre menores. Habría en este
caso motivo para asombrarse de la pobreza de su influencia,
si se considera la escasa eficacia de la hormonoterapia en las
grandes psicopatías. Una discriminación más fina quizá pro
duzca mejores resultados en el futuro.
Con las investigaciones sobre los mediadores químicos de
166
la función nerviosa (adrenalina, acetilcolina, serotonina), pa
rece esbozarse una concepción bioquímica de las psicosis.
En realidad, la causalidad física es raramente simple. En
general se admite una predisposición, adquirida o genética,
revelada o explotada con motivo de una acción tóxica, infec
ciosa o traumática, por un efecto de adición o de convergen
cia. Bastante a menudo la causalidad física es admitida por
analogía, o por hipótesis, sin que la prueba objetiva de ella
sea o pueda ser administrada. Entonces se postula como un
principio doctrinario, se presenta como una regla metodológi
ca de investigación, y como línea de conducta terapéutica.
Finalmente, el determinismo fisiopatogénico mismo ha
sido aclarado muy pocas veces en todas sus fases y en todos
sus mecanismos, desde el impacto orgánico de la causa inicial
hasta los síntomas psíquicos. Éstos desbordan incoercible
mente el proceso físico. La noción de “ desviación organoclí-
nica” , muy justamente subrayada por H. Ey y J. Rouart, se
impone a título heurístico tanto como especulativo.
Cuando G. de Clérambault, por ejemplo, concibió el deli
rio como la florescencia de un síndrome de automatismo men
tal constituido ya desde sus comienzos por fenómenos neutros,
anideicos, no integrados a la personalidad (desaparición o
vacío del pensamiento, pensamiento anticipado, enunciaciones,
devanadura de recuerdos, juegos verbales parcelarios, neutros,
extraños) atribuyó este síndrome automático primitivo direc
tamente a la excitación de los centros nerviosos por un pro
ceso orgánico cualquiera (trastorno circulatorio, de nutrición
o celular, anomalía del influjo nervioso, etcétera). Se advier
te de la “ desviación” entre el delirio y la excitación nerviosa.
Aun aceptando teóricamente el centro y la excitación, no se
explica bien esa deyección de palabras despersonalizadas. Y
aun se explica menos todavía por qué ese parasitismo en las
ondas nerviosas no se mantiene tal cual en lugar de desarro
llarse en delirio, cuando el amputado que sufre la ilusión de
su miembro fantasma no llega a ser un delirante.
Sobre ese plano de los fenómenos concretamente estudia
dos, casi no se percibe una medida común entre el proceso
167
orgánico, funcional o lesional, y los fenómenos psicopáticos
tal cual se expresan y se experimentan. ¿De ello habría que
deducir la insignificancia del determinismo físico? El error
sería grave. Por el contrario, aquél connota muy útilmente
las insuficiencias y tal vez los límites de los procesos físicos,
al menos tal como han sido estudiados y concebidos hasta
ahora. En el estado actual de nuestros conocimientos, no se
ha explicado todo ni se ha comprendido todo cuando se ha
descubierto una etiología o una patogenia física.
La desviación parece no existir cuando se traspone la cau
salidad del orden físico al orden psicológico.
2 ° La causalidad psicológica
168
censura y de identificación normativa inconscientes (el supct-
y o ). El aparato posee su dinámica, su consistencia y sus
leyes propias. Se describen los estadios del desarrollo instin-
tivoafectivo, los movimientos de la libido, los mecanismos
de defensa del yo (anulación, aislamiento, proyección, subli
mación, etcétera), y la significación simbólica de los sínto
mas. Los dos procesos capitales de fijación de una parte de
la libido a un estadio del desarrollo infantil y de ulterior
regresión a ese estadio, explican la fenomenología de las neu
rosis y de las psicosis, y facilitan al mismo tiempo, con la
ayuda de una serie de interpretaciones, su “ comprensión” .
Patogenia y hasta etiología son de idéntica naturaleza en la
expresión psicológica. El psicoanálisis es una patogenia psi
cológica en movimiento.
¿Qué presupone este determinismo psicoanalítico? En
primer término un inconsciente concebido como una reserva
de energía psíquica y no orgánica. El ello es incognoscible
directamente, por definición. Uno se conforma con concep-
tualizarlo a través de las defensas, negaciones y enmascara
mientos, que se considera lo implican y lo significan. Hipó
tesis necesaria, aunque sin embargo concebible de olr.o modo.
En segundo lugar, el valor significativo y doble (mani
fiesto e inconsciente) de todo síntoma. Esto se acerca mucho
a una petición de principio. En psicología normal no está de
mostrado que todo acto, ni aun todo comportamiento, sea psi
cológicamente calificado y calificable. Los automatismos se
actualizan de una manera no solamente inconsciente, sino in-
frapsíquica, sea aisladamente, sea incorporados en una con
ducta significativa. Pueden haber tenido una significación,
pero ya no la tienen, y ya no se vinculan significativamente
al pasado ni al porvenir de la persona. Con mucha mayor
razón en patología mental. Muchos de los aspectos motores
reiterativos, estereotipados o cristalizados, están vacíos de
sustancia psicológica. El hecho de que hayan tenido un senti
do simbólico no explicaría que lo hubiesen perdido ni que
persistiesen a pesar de todo. Lo mismo ocurre con los viejos
delirios paranoides o parafrénicos, no demenciales, y reto
169
mados mucho tiempo después de haberse descargado de su
potencial afectivo y de su valor simbólico. Cada síntoma pre
sentado por un maníaco, un esquizofrénico y hasta un obsesi
vo, no es siempre significativo en su actualización, ni está
siempre inserto en el proceso patológico, menos todavía en el
esquema patogénico.
En cuanto al doble juego del sentido manifiesto y del
sentido oculto de la expresión, se reconocerá que deja un
importante margen a la elección y a la interpretación. El sen
tido manifiesto también existe y a veces se identifica con el
sentido latente. La experiencia actual, tal cual es vivida, cuen
ta en sí misma. ¿En el encadenamiento psíquico es necesario
remontarse al primer eslabón para comprender y explicar el
último? ¿El análisis retrospectivo hasta el huevo no es un
mito rico en ficciones?
En fin, la alteración del yo crea asimismo algunas inquie
tudes. El yo sería demasiado “ débil” para reconocer y gober
nar sus impulsos, de donde resulta desconocimiento y com
promiso defensivo contra el peligro de una situación angus
tiosa (neurosis); de donde, sumisión a los impulsos con des
conocimiento de la realidad (p sicosis); de donde satisfacción
directa de los impulsos (perversiones). Se trata sobre todo
de una relación de fuerzas: la debilidad del yo puede ser
relativa con respecto a una fuerza muy grande del ello, o a
un excesivo rigor del super yo. Estas nociones energéticas
quedan confusas y a menudo vuelven a traducir en términos
con pretensión explicativa el registro clínico de una conducta.
Recurrir al biodinamismo primitivo del ser es sin duda legí
timo, aunque ineficaz, pues pertenece al orden orgánico, y no
se sabe nada de él. P. Janet hablaba también de la fuerza
y de la tensión psicológicas; Monakow y Mourgue, de la
hormé.
La importancia atribuida a la fijación libidinosa, que acu
de a la regresión en el momento del fracaso de una represión,
confiere a sus “ causas” un interés especial: frustraciones o
satisfacciones excesivas durante un estadio del desarrollo,
o exceso a la vez de frustraciones y de satisfacciones; o tam
170
bién satisfacción simultánea de un impulso y de la necesidad
de seguridad (Fénichel). De acuerdo con esto, uno no se ex
plica que todavía pueda haber individuos normales. En los
primeros meses de la vida el movimiento de la libido se con
funde con las necesidades vitales. De modo que, según las
circunstancias, los mismos conceptos se orientan ya sea hacia
lo orgánico bruto, ya sea hacia el psiquismo diferenciado. Am
bigüedad que sería loable por el equilibrio que logra por en
cima de un hiato, si alcanzara a borrarlo. Y éste no es el caso.
A la noción de conflicto se le atribuye un valor patógeno
muy amplio. El carácter esencial del conflicto reside en una
oposición, una incompatibilidad, una lucha contra un obs
táculo. Psicoanalíticamente, posee una cualidad psicológica
y se encuentra internalizado, sea primitivamente (conflictos
entre tendencias), sea secundariamente a una situación exte
rior. Cuando el conflicto no ha sido resuelto o no es soluble
por las vías liquidadoras habituales que aseguran el mante
nimiento del equilibrio funcional, emerge en el seno de la
personalidad y se hace patógeno. La incompatibilidad de las
motivaciones es muy generalmente concebible bajo la especie
de una contradicción entre la necesidad de satisfacción y la
necesidad de seguridad, o dicho de otro modo, entre los im
pulsos del ello y las defensas del yo. En este sentido, toda
la existencia humana está hecha de conflictos alternativamente
resueltos por satisfacciones e inhibiciones de tendencias dife
rentes. Es necesario aue se produzca un nudo interno para
que haya patogénesis.
¿P or qué este nudo? El conflicto exterior se liquida en
el acto. Si no el nudo se aprieta. Hablar de la igualdad de
las fuerzas en conflicto que inmovilizan y angustian al sujeto,
apoyándose para ello en la experimentación animal, sigue
siendo una imagen grosera sin duda muy alejada del proceso
real. Se vuelve entonces a los dispositivos psicológicos ante
riores, o a una causalidad física. A partir de ese nudo se
estructura un desarrollo mórbido que conviene admitir co
mo tal.
Concebir un proceso psicológico en sí mismo mórbido, no
171
es contradictorio en los términos. Sin embargo, H. Ey, entre
otros, rechaza con fuerza esa idea, y limita al plano orgánico
todo proceso patógeno, cuyos efectos propios serían siempre
deficitarios y negativos. La actividad psíquica, en sí misma
normal, pero desordenada por la intrusión procesal, se aco
modaría a ésta y se expresaría, a causa de ella y a pesar de
ella, bajo la forma de fenómenos positivos. Ahora bien, si por
una parte se admite un sistema psíquico diferenciado por re
lación con las otras actividades orgánicas, y por lo tanto dota
do de una autonomía relativa, de un montaje estructural par
ticular, y de un dinamismo canalizado bajo formas distintas;
y por otra parte se acepta la desorganización de ese sistema
por un proceso subyacente; no se podría negar que a partir
de ese trastorno, tan extrapsíquico como se quiera, la regu
lación psíquica puede ser perturbada por su propia cuenta,
de donde resultan fenómenos positivos y negativos anormales,
por una causalidad secundariamente, pero propiamente psíqui
ca. Lo contrario sería restituir en la clandestinidad al alma
cartesiana como a un piloto en su navio; posición filosófica
defendible a condición de que se la separe de la perspectiva
psicopatológica.
Comprendida de este modo, la causalidad psicológica en
nada se relaciona con la causalidad moral tradicional \
Aquélla integra todos los valores en lugar de subordinarse a
uno de ellos, sin descalificar a ninguno. A este respecto el
psicoanálisis ha abierto caminos decisivos. Los valores mora
les subsisten sobre el plano psicosocial normal, y evolucionan
con la historia sociológica. Sufren una conversión patológica
cuando se insertan en un proceso mórbido. No es “ la moral”
quien actúa, sino el impulso, la tendencia, etcétera.
La prioridad genética de la conciencia psicológica sobre1
1 A costa de una cierta confusión de los valores, algunos mantienen
todavía el principio de una conciencia moral inmanente, en la cual la ofensa
y el reflujo crearían neurosis y psicosis, especialmente de odio, con retomo
al procedimiento del chivo emisario, como lo ha sostenido calurosamente Henri
Baruk (Psychiatrie mótale experiméntale, P. U. F., 1945). Por respetables que
fuesen los testimonios de Jesucristo, de Moisés y de Abraham, no sería posi
ble considerarlos como decisivos, ni siquiera como compatibles con el punto
de vista psicopatológico.
172
la conciencia moral, sin ser necesaria en esta posición, nos
parece que debe ser mantenida. ¿Qué significa exactamente
considerar la conciencia moral como primitiva, como lo sos
tiene D. Lagache? Que el mundo humano sea un mundo de
valores, es cosa que se acepta sin esfuerzo. Precisamente esos
valores no existen más que en la medida en que están dife
renciados. La toma de conciencia del bien y del mal no se
efectúa por naturaleza y originariamente en estilo ético, es
decir, con la referencia normativa a lo que es aprobado o a lo
que moralmente debe ser. Cuando el lactante satisface su sed,
experimenta un vago estado agradable, un bienestar, y más
tarde un placer; cuando no puede satisfacerla, experimenta
un vago estado desagradable, un malestar, más tarde un des
placer o un dolor. En esos estadios primitivos, la conciencia
valorizante es psicofisiológica, no moral, pues satisfacciones
y frustraciones no son sentidas como recompensas y castigos,
lo cual exigiría un mínimo de elaboración y de identificación
estructuradas. Si hay una axiología primitiva e indiferencia
da, ella es psicobiológica y no moral. ¿No es la misma que
vuelve a encontrarse en algunos estados regresivos profundos,
valorados sin razón en términos morales, cuando el enfermo
es incapaz de utilizar ningún sistema referencial?
Aunque emparentada con la noción de conflicto, la noción
de reacción se distingue de ella por el ángulo desde el cual
enfoca la causalidad psicológica. La acepción muy extensa
del término no constituye en este caso una ventaja. Todas
las conductas son reaccionales, todas las modificaciones de un
organismo bajo el efecto de un estímulo son reacciones. Todas
las enfermedades físicas y mentales aparecen como reacciones
al medio biológico (interno y externo) y al medio social.
Hablar de reacción confusional, obsesiva, paranoica, esquizo
frénica, etcétera, casi no tiene sentido, pues esto lleva nueva
mente, o bien a considerar el síndrome como causa de sí mis
mo, o'bien a atribuir a la personalidad el síndrome que ella
presenta. Jamás este género de tautología ha hecho progresar
mucho a la ciencia.
El interés de esta noción en patología mental conduce al
173
hecho de poder ligar específicamente una modificación de la
personalidad con una situación dada, acordando a esta última,
al menos en parte, un efecto patógeno. Éste sería el tipo de
la causalidad psicológica: la patología del acontecimiento.
Ahora bien, el acontecimiento no tiene valor en sí. No es se
parable del sujeto que lo sufre o, mejor dicho, que lo vive;
su valor psicológico, eventualmente patológico, depende de
la manera como es vivido por el sujeto. La muerte de un
marido puede ser vivida como una catástrofe afectiva, como
una pena pasajera, como un contratiempo molesto, como un
hecho insignificante, o como un suceso feliz.
No siempre la reacción implica una especie de espera pa
siva de la personalidad ante el posible acontecimiento. Con
frecuencia hay una acción primitiva hacia, o contra, que ates
tigua una tensión de la personalidad, no sólo en la situación
presente, sino con vistas a una situación futura presentida, a
un suceso deseado o temido.
La emoción suscitada por el acontecimiento constituye una
“ reacción” psicoorgánica capaz de trastornar, a partir de la
cual puede establecerse un proceso mórbido. Sin embargo,
las emociones más vivas y más espectaculares no son las más
peligrosas. Además, no siempre el acontecimiento es vivido
bajo una forma emocional aguda. A menudo se trata de una
elaboración lenta, sobre la base de las consecuencias de una
situación dada: frustración afectiva total, desorganización de
un género de vida, desaparición de un objetivo vital, recaída
de un impulso sin compensación posible, etcétera.
La apreciación del papel patogénico sigue siendo delica
da. Ningún suceso, por grave que sea, provoca necesariamen
te una psicopatía. Además, el acontecimiento se limita a me
nudo a revelar un trastorno inminente, o una perturbación
menor y desconocida. De ahí esas reacciones en apariencia
repentinas y desproporcionadas. ¡Cuántas “ reacciones depre
sivas” ante un duelo, un divorcio o una ruptura, por ejemplo,
venían evolucionando casi en silencio desde hacía semanas y
meses! El suceso sólo ha roto el aparente equilibrio del medio
174
en el cual vivía el enfermo desconocido. Acontecimiento-
pretexto y acontecimiento-tema, no son acontecimiento-causa.
Los criterios pxecisados por K. Jaspers son válidos, aun
que no obstante aleatorios: comprensibilidad del estado pato
lógico reaccional, comprensibilidad de la relación entre el
contenido del acontecimiento y el contenido de la reac
ción, variaciones concomitantes del estado reaccional y del
acontecimiento.
Sin embargo, el criterio general de “ comprensibilidad” ,
tan importante por más de una razón, no bastaría para defi
nir la causalidad; pues no es ni necesario ni suficiente. Por
comprensible y significativo que sea un síndrome, puede tener
una causalidad física inicial (comportamiento sexual mór
bido, delirio de persecución por encefalitis epidémica, tumor
cerebral). Por impenetrable y desprovisto de sentido que sea
un síndrome, su causalidad no es por ese solo hecho forzosa
mente física (repliegue autístico reversible sin etiopatogenia
orgánica descubrible). Además, la comprensibilidad de una
psicosis y su determinismo psicológico, no son de ninguna
manera incompatibles con una causalidad física; así como
una causalidad física evidente (infección, intoxicación, trau
matismo) no impide la comprensibilidad de las perturbacio
nes significativas. La comprensibilidad es un criterio de orden
estructural, no de orden causal.
Clínicamente, en fin, las psicosis llamadas reaccionales
no poseen ningún carácter especial y no constituyen una enti
dad nosográfica.
El desarrollo mórbido de la personalidad a partir de acon
tecimientos vividos, y por medio de recomposiciones afectivas
en función del medio, dependientes ellas mismas de un proceso
psicológico, se muestra significativo y comprensible por el
análisis histórico completo de la personalidad en ciertas ob
servaciones especiales (delirio de celos, paranoia de reivindi
cación, de autocastigo), como lo han demostrado K. Jaspers,
Kretschmer y J. Lacan.
Reacciones y conflictos llevan a considerar un último or
den causal, en el nivel mismo de la organización social.
175
3 ? La causalidad social
La causalidad social es difícil de estudiar, requeriría una
investigación estadística extraordinariamente desarrollada en
el espacio y en el tiempo, con unidades estadísticas bien defi
nidas. No .existiendo datos exactos, la causalidad social es
apreciada de distinta manera según las posiciones subjetivas
o doctrinarias relativas a las relaciones del individuo con la
sociedad.
Después de no haber visto en el enfermo más que varia
ciones fisicoquímicas, se tiende a considerar a éste en lugar
de la enfermedad, y aun al hombre antes que al enfer
mo, concebido como la expresión refractada de la sociedad
en que vive. En la concepción marxista, aparte de las eviden
cias biológicas, la psicopatía se convierte en un “ drama hu
mano” , cuya significación procede de la situación del enfermo
en su grupo social, y de la estructura social misma. Contra
dicciones y conflictos de la sociedad capitalista engendran
neurosis y psicosis. A tal punto que estas enfermedades no
habrían tenido oportunidad de existir en una acabada socie
dad comunista, en la cual se cumpliría la desalienación del
hombre en todos los sentidos del término. Como estas circuns
tancias tan optimistas no están a punto de concretarse en nin
guna parte, debemos conformarnos con algunos datos apro-
ximativos.
o ) Las estructuras sociales, generales o especiales, ejer
cen una cierta influencia.
Los trabajos etnológicos contemporáneos subrayan una
correlación entre el tipo de civilización y el desarrollo de las
perturbaciones mentales. Éstas serían raras en las socieda
des de tipo primitivo; por ejemplo, tendencias paranoicas,
sin neurosis, en algunas tribus de Nueva Guinea y escasez
de neurosis y de psicosis entre los negros no evolucionados.
Por el contrario, las psicopatías se han difundido apa
rentemente en la civilización occidental moderna. Algunos
han imputado el hecho al pasaje de la estructura patriarcal
176
y artesanal a la estructura urbana e industrial. En Europa
y en los Estados Unidos de América, las estadísticas lian
mostrado un considerable aumento de las enfermedades men
tales \ En Francia, de 1835 a 1953, la población de los
hospitales psiquiátricos casi se ha decuplicado. Sería ingenuo
sacar de ello una conclusión firme en cuanto al acrecenta
miento de la morbidez psiquiátrica, aunque hoy sea mal vis
to contradecirlo.
En efecto, intervienen aquí múltiples factores convergen
tes, imposibles de disociar estadísticamente. Unos son demo
gráficos, otros medicosociales. Factores demográficos: el
crecimiento de la población puede multiplicar las posibili
dades psicopáticas en una proporción superior a la de la tasa
de crecimiento (interpretable, reconozcámoslo, en el sentido
de una condición psicosocial). Sobre todo, la reducción de
la mortalidad infantil, implica la supervivencia de niños dé
biles, frágiles y vulnerables, particularmente en el dominio
neuropsíquico. El considerable aumento de la longevidad
trae como consecuencia una tasa mucho más elevada de afec
ciones preseniles y seniles (psicosis, especialmente demen
cias). La disminución de la mortalidad general aumenta la
duración de la hospitalización.
Factores medicosociales: hace cincuenta años, la enferme
dad mental no era definida como hoy, y las instituciones hos
pitalarias no estaban ni tan desarrolladas ni tan diversifica
das. Los conceptos de psicosis, y sobre todo de neurosis, han
tomado una extensión desmesurada, de suerte que ya no se
comparan los mismos hechos. La indagación sistemática que
realizan los servicios de higiene mental, los consultorios hos
pitalarios, los controles escolares y profesionales, etcétera,
constituyen un toque de alarma permanente y eficaz en cuan
to al número de candidatos a la enfermedad. Disminuye la1
177
tolerancia del grupo frente al presunto enfermo mental. La
educación seudopsiquiátrica del público lo incita a transferir
sobre el médico la responsabilidad de conductas que en otro
tiempo eran tratadas en el círculo familiar, profesional, et-
:étera. El desarrollo de la seguridad social y de la múltiple
utela a que se somete a los individuos, hace a estos últimos
nás dependientes y más dispuestos a recurrir a los tutores
inte la menor dificultad.
Las cifras brutas no significan, pues, gran cosa. Hay
ifectivamente muchos más sujetos considerados como enfer-
nos mentales, sin que de ello pueda inferirse un acrecenta-
niento idéntico, ni aun proporcional, de la morbidez psico-
lática. No obstante, de estos hechos se desprenden dos
>rincipios: 19 Una cierta estructura social, y más precisamen-
e la organización protectora, puede facilitar el acrecenta-
niento de formas psicopáticas menores, lo que en parte se
ipone a la extensión del concepto elástico de neurosis de
¡onflicto de nuestro tiempo, cuya imagen ha trazado Karen
íorney de manera exagerada \ 29 El aumento de las afee-
ñones neuropsíquicas involutivas, consecuencia biológica del
irogreso medicosocial.
Clases sociales, profesiones y nivel económico, son fac-
ores relacionados que nos proporcionan pocos datos valede
ros. El alcoholismo mundano y semimundano con coñac y
vhisky equivale al alcoholismo proletario con vino tinto o
ginebra. Por el contrario, la morfinomanía, la cocainomanía,
jtcétera, nada tienen de democrático, al menos en las nació
les occidentales. Ciertas técnicas o condiciones profesionales
leterminan mayor fatiga “ muscular” o “ nerviosa” , o bien
riesgos auto o exotóxicos, con repercusiones eventualmente
isíquicas. Pero los caracteres y las exigencias de algunas
profesiones (liberales, pedagógicas, etcétera), establecen ya
ma selección afectiva e intelectual; de modo que se hace
lifícil separar la influencia profesional, de lo que precisa
mente ha influido sobre la elección de la profesión. Por
H orney , K aren, L a p e r s o n n a lité n é v r o tiq u e d e n o tr e te m p s , L ’Arche,
1953.
178
ejemplo, a un psiquíatra no le está prohibido volverse loco,
pero sería excepcional que la psiquiatría fuese responsable
de ello. La explicación general de las “ tensiones” y “ com
peticiones” no podría aceptarse sin la crítica profunda de los
casos particulares.
La influencia de la religión es, asimismo, difícil de esta
blecer, puesto que uno no se preocupa casi nunca por saber
cómo es vivida realmente la condición religiosa; no obstante
ser cosa capital. Sin duda, lo que cuenta es menos la religión
que el tipo de civilización, con lo que ella supone de etnici-
dad y hasta de organicidad (alimentación, sueño, género de
actividad, consanguinidad). Habría más enfermos mentales
entre los judíos que entre los protestantes; en particular más
neurosis obsesivas y perturbaciones tímicas que entre los ca
tólicos, los cuales toman un indudable desquite con el alco
holismo; esquizofrenia y retraso mental estarían equitativa
mente distribuidos. No debe asombrar encontrar en la vida
religiosa a alguien que la ha adoptado por vocación mórbida.
Se dice que habría más trastornos mentales entre los
célibes, los viudos y los divorciados. Esto no prueba la in
fluencia protectora de la estructura familiar. La familia
suscita numerosos conflictos, afectivos y materiales, a menudo
agravados por la deficiencia de uno de sus miembros. Los
más vulnerables, o los psicópatas, la evitan frecuentemente
o la abandonan debido a su enfermedad o a su fragilidad.
Las estructuras carcelarias ofrecen la misma ambigüedad
de interpretación. Delincuentes y criminales son, por una
parte, ya desequilibrados; las psicosis llamadas carcelarias
no tienen ninguna especificidad. En los campos de prisione
ros o en los campos de concentración, dominan las exigencias
vitales y los más débiles mueren. A menudo el grupo adquie
re una estructura coherente y defensiva contra el opresor, la
cual ya no deja disponibilidad para la evasión psicopática.
b ) Es indudable que los grandes acontecimientos provo
can reacciones individuales y colectivas. Pero es preciso que
el individuo viva el acontecimiento social.
La guerra se ha hecho responsable de un cierto número
179
de psicosis emocionales, confusionales e histéricas, sin olvi
dar la parte que le corresponde en el alcoholismo. En con*
junto, ella tendería más bien a disminuir la morbidez psi
quiátrica. La caída de la tasa de suicidios en cada guerra
(1870-71, 1914-18, 1939-45) está asimismo establecida esta
dísticamente. Estos hechos son paradojales sólo en apariencia.
Aparte del acontecimiento (entrada en la guerra, éxodo,
combate, armisticio), que transforma de repente o trastorna
la orientación de los individuos y de los grupos, se establece
una estructura psicológica y social de guerra. Esta estructura
torna dominantes las necesidades vitales y estimula la aten
ción biológica. Simplifica el sistema relacionai, refuerza la
estructura interna de la colectividad nacional, orienta y des
carga, real o simbólicamente, la agresividad profunda de los
individuos, y aleja el pasado y suspende el porvenir hasta
el término del conflicto internacional. La revisión de la
escala de valores, bajo el riesgo de muerte y de destrucción,
deriva y concentra los intereses sobre objetos reales y acce
sibles. Desvaloriza las emociones de lujo, los conflictos
supérfluos, las tutelas abusivas y las identificaciones inefi
caces. Evidentemente, también influye la dislocación de los
grupos familiares y profesionales.
Las revoluciones son por lo común poco propicias para
la recolección de estadísticas y el estudio científico. La gran
diferencia estructural con la situación de guerra reside en la
desorganización de la comunidad nacional. Por lo tanto, ha
bría que estudiar a agrupaciones de estructura muy variada,
en función de su participación real en la situación revolu
cionaria.
La influencia de la huelga, clínicamente admitida a título
individual, carece de manifestación estadística. Las huelgas
pueden desatar perturbaciones psíquicas, las más de las ve
ces entre los predispuestos, con motivo de emociones conflic-
tuales, de alcoholización excesiva, o de disminución del um
bral de tolerancia alcohólica.
c ) La influencia plástica de la estructura social se ejerce
sobre el contenido y sobre la forma psicopáticos.
180
Bien conocida, la plasticidad del tema ofrece sobre todo
un interés pintoresco. Los temas demoníacos y de hechicería
eran la regla en la Edad Media. Se los encuentra todavía en
las regiones ruráles donde subsisten creencias mágicas. Los
delirantes de las grandes ciudades manejan las ondas, las
radiaciones cósmicas, los satélites artificiales. La actualidad
es explotada en el sentido de la orientación delirante (franc
masones, judíos, fascistas, comunistas, agentes, sacerdotes,
ministros, Papa, actores, cantores, etcétera).
Sobre la forma psicopática desempeñan a veces algunas
condiciones sociales, a decir verdad en forma limitada. Los
convulsos de San Medardo, la gran histeria de la época de
Charcot, ya casi no se observan. Sin embargo, hay siempre
histéricos. Pero ellos “ convierten” sus complejos a menor
costo, y parecen orientarse hacia formas más sutiles, dignas
del “ psicosomatólogo” y no ya del vulgar psiquíatra.
Las psicosis y neurosis llamadas “ colectivas” no consti
tuyen de ninguna manera formas autónomas y específicas.
A partir de un individuo y del hecho de una situación espec
tacular, por participación afectiva, imitación, exhibición, otros
individuos entran “ en trance” . Síndrome emocional' o histé
rico; bajo reserva del empleo de danzas frenéticas y de drogas
capaces de producir accidentes tóxicos. El agrupamiento de
muchos enfermos no tiene nada que ver con la patología del
grupo.
Los rumores, los pánicos, las cóleras destructivas o los
impulsos fanáticos de la multitud, son movimientos colectivos
que arrastran y sumergen al individuo, en todos los tiempos
y en todos los medios. No hay derecho para invocar a su
propósito la patología, ni para calificarla de social, salvo por
una metáfora desgraciada \ El aspecto social de la psiquia-1
181
tría no puede ser confundido con una pretendida patología
social, o sociopatología.
3. EL DETERMINISMO MULTIDIMENSIONAL
182
Por el contrario, si se centra convenientemente cada orden
de causalidad, se obtiene un conjunto de mecanismos, de
dispositivos y de significaciones que conservan su valor pro
pio y enriquecen nuestro conocimiento de la patología men
tal. Por la naturaleza de las cosas, y sobre todo de la que
tratamos, se impone una división en la tarea del conocimiento,
aunque en este caso se haga sobre un objeto que siempre debe
tenerse por indivisible. Dificultad, contrariedad, pero no
equívoco ni contradicción, desde el momento en que se toma
una clara conciencia de ello.
En este sentido, hablaremos de un determinismo multidi-
mensional: causalidad en tres dimensiones, o causalidad en
perspectiva. Los conceptos y términos de la teoría gesta] tista
producirían aquí una confusión. Trasponer la causalidad en
términos de figura y de fondo, jugar ya con la una, ya con
la otra, para mantener la unidad de la forma — que esa
forma sea el conjunto del enfermo y de su medio, de la en
fermedad y del enfermo, o del trastorno funcional y del sis
tema orgánico— , equivaldría a suprimir toda causalidad y
a neutralizar los diferentes valores de los fenómenos consi
derados. El exceso de conceptos termina por provocar la
desconexión de los fenómenos, cuyo análisis queda inconcluso.
Hablemos simplemente del campo histórico de la perso
nalidad, en la cual distinguiremos tres modalidades estruc
turales dinámicas: 1° La predisposición, formada por las
estructuras innatas y adquiridas en el curso de las experien
cias vitales. Ella orienta en cierta forma al ser psicoorgánico.
29 La disposición, que responde a las disponibilidades actua
liza re s y a la orientación dinámica presente de la persona
lidad. 39 La acción procesal y la reacción de la personalidad,
hic et nunc. Cuando se produce el “ acontecimiento” , bajo la
especie psicológica o social (situación conflictual), es la dis
posición actual y actualizadora la que juega, condicionada
ella misma por la predisposición. Le sigue una estructuración
procesal y reaccional psicoorgánica, cuya expresión aparente
determina los síntomas mórbidos.
Si se aísla artificialmente una serie de fenómenos, puede
183
describirse nn determinismo unidimensional, y hasta una
etiología única. Ejemplos: el traumatismo craneano, la frac
tura, la lesión cerebral, la epilepsia. La ruptura amorosa,
la emoción catastrófica, la depresión ansiosa, el suicidio. Esta
sedación es con frecuencia útil para el estudio preciso y
detallado de los fenómenos.
Si se quiere explicar el conjunto de los fenómenos y com
prender los sucesos, debe recurrirse a muchas dimensiones,
pues se trata de una personalidad que vive una manera de
ser nueva, a la vez enfermedad y desgracia. La epilepsia
llega a ser el epiléptico, con sus reacciones conscientes a la
enfermedad, la manera como se cuida y la incidencia sobre
la enfermedad, con su conducta; todos hechos heterogéneos
con respecto al trauma inicial y aun a la lesión cerebral. El
alcoholismo anterior, y por consiguiente la personalidad del
sujeto y hasta su medio social, han podido igualmente tener
una influencia patogénica. El suicidio responde significati
vamente a la situación, pero la depresión ansiosa que ha per
mitido el pasaje al acto puede proceder de una predisposición
distímica heredada, de una debilidad anterior de la perso
nalidad, de una disposición neurótica actual, de un agota
miento nervioso, de una disendocrinia, etcétera. De ese modo
se termina por reconstruir la historia biológica y psicológica
del enfermo, en una perspectiva que preferimos llamar sin
tética antes que antropológica, pues el punto de vista debe
seguir siendo el del patólogo.
A pesar de importantes divergencias doctrinarias, este es
fuerzo sintético se encuentra en muchos autores*l .
184
Si se quiere representar en un esquema la posición gene
ral adoptada, o a adoptar, en lo que concierne a la patogé
nesis mental, podría elegirse la imagen de una espiral orien
tada según un eje vertical, psicoorgánico. En la extremidad
inferior del eje comienza la primera vuelta de espiral. Las
espirales se amplían y después se estrechan hasta la extre
midad superior. Abajo, la causalidad física pura; arriba, la
causalidad social y psicológica. Si se golpea la espira infe
rior o la espira superior, la espiral vibra; pero la vibración
será mucho mayor en el segmento inferior si el movimiento
viene de abajo, y mucho mayor en el segmento superior si
viene de arriba. La unidad del ser y la complejidad del
determinismo no impiden la dominancia de un orden causal
por relación con otro. Según su nivel, esta dominancia con
fiere una significación patogénica totalmente diferente y exige
una distinta conducta terapéutica.
185
C apítulo IV
187
todos físicos caracterizan a la psiquiatría en profundidad,
en un sentido consustancial y no solamente formal.
Esas significaciones se expresan en las conductas, en los
métodos y en los objetivos terapéuticos.
1. LA CONDUCTA TERAPÉUTICA
188
bajo diversas formas, pero su modelo es el médico y lo esen
cial de la relación es de valor médico.
En cuanto a la relación “ no enfermo-médico” , a fortiori
“ no enfermo-no médico” , parecería muy supérfluo discu
tirla si algunas posiciones doctrinarias especiosas no mantu
viesen el equívoco. Es necesario un organismo viviente y una
enfermedad, sin los cuales no se trata más que de metáforas
o de falsas analogías. Se confunde entonces con una terapia
lo que es una pedagogía, una educación, una dirección mo
ral, religiosa, espiritual o política, cuyas axiologías son dis
tintas. Las nociones de patología social, de medicina de la
sociedad, de sociatría, etcétera, corresponden a conceptos
falsificados y falsificadores. Es, pues, de buena higiene in
telectual, atenerse a la definición rigurosa de la relación
enfermo-médico.
En esta relación terapéutica deben considerarse dos per
sonajes: el del médico y el del enfermo.
El personaje del médico se incorpora a menudo a los
mitos del médico, expresiones de creencias mágicas que tienen
un papel afectivo. El médico “ refugio” ejerce un derecho
de asilo a los ojos del enfermo, quien por él escapa a la
presión de lo real y se hace intocable, bajo la cobertura del
manto de Esculapio. El médico “ salvador” representa la po
tencia del Bien. Se le invoca, se le ruega, se le suplica; él
concede, él consuela, él cura. Creer en su poder ya basta
para experimentar los beneficios. El médico “ Satán” prac
tica sus maleficios descubriendo el mal, acrecentándolo,
creándolo. Las prescripciones o la hospitalización se convier
ten en presiones malignas que expresan el poder indeseable
del personaje médico. La transición es frecuente en las es
tructuras delirantes o neuróticas (termómetro-palo o pene,
poción-filtro maléfico, etcétera). Son los mitos del mago,
del brujo, del curandero, a los cuales no escapa todavía el
médico, aunque sea muy sabio, muy modesto y muy honrado.
El rostro afectivo del médico es, sin duda, lo que más
interesa al enfermo. Se exige de él confianza y seguridad,
neutralidad objetiva, comprensión, benevolencia y devoción.
189
Se sabe que puede simbolizar a la madre, al padre, al aman
te. Esto no quiere decir que el rostro racional sea indiferente,
puesto que también existe el prestigio del saber científico
y de la aptitud técnica, que le confieren total autoridad para
imponer directivas y tomar decisiones a menudo vitales.
El enfermo, sobre todo el mental, presenta y vive un per
sonaje que llama o rechaza la relación terapéutica. El recu
rrir voluntariamente al psiquíatra ya es significativo: llamado
trágico del ansioso, del obsesivo o del esquizofrénico, que
sienten miedo de volverse locos. A veces este llamado, en
lugar de tener una intención terapéutica, se presenta por el
contrario como negativo y defensivo: pedido de un certificado
de salud mental. Con mucha frecuencia no hay llamado, sino
un rechazo obstinado, agresivo o desesperado, por inconscien
cia o negación del estado mórbido, como ya hemos visto. A
menudo, entonces, el acto terapéutico debe ser impuesto al
enfermo, y se convierte en un acto unilateral que va más allá
de la ausencia de la verdadera relación médica.
En efecto, la relación terapéutica adquiere su pleno sig
nificado cuando atestigua un recíproco vínculo entre el en
fermo y el médico. Esta reciprocidad debe ser entendida con
mucha flexibilidad. No exige una igualdad en el vínculo ni
una identidad de contenidos. Incumbe al psiquíatra vincularse
del mejor modo posible y vincular al otro al máximo. Que
el enfermo acepte el contacto, que su estado permita una
interacción, y ya no es necesario más para que se establezca
una relación terapéutica, aun cuando dicha relación no posea
claramente esta significación para el enfermo. Veremos el
interés de estas consideraciones a propósito de la psicoterapia.
El polo activo y calificativo de la relación terapéutica
es el médico. De él dependen la forma y la realización de
la conducta terapéutica. Y ésta depende de diferentes “ elec
ciones” , condicionadas ciertamente por el enfermo y la en
fermedad, pero también por la actitud general del terapeuta.
2 ° Existe una actitud terapéutica, especie de toma de
posición sistemática con respecto al enfermo y a la enferme
dad. Nosotros definiremos lo principal de esta actitud como
190
un optimismo acerca de la eficacia médica. Es preciso poner
atención en los contrasentidos. No se trata de una fe ciega
en una ciencia discutible, en una técnica imperfecta, en un
poder personal mágico o espiritual, o en instituciones impo-.
nentes en la forma y pobres en el fondo. La crítica vigilante
sigue siendo indispensable, pero no debe confundírsela con
un escepticismo sistemático.
El charlatanismo no tiene nada que ver en esta disposi
ción pragmática. Hacer creer en poderes inexistentes, pro
meter lo imposible, garantizar lo incierto, afirmar sin saber,
o explotar un prestigio falaz con fines personales, son algunos
de los rasgos extraños a la actitud terapéutica.
En la acción, cuando no en la reflexión, el terapeuta está
animado por un impulso positivo, lleva implícita una creen
cia en la acción del hombre sobre el hombre y, más precisa
mente, en una acción modificadora y directriz. Creer en el
hombre significa creer en sí mismo, creer en sí mismo signi
fica creer en el hombre. Sin embargo, con los “ buenos sen
timientos” no se hace mejor terapia que buena literatura. El
optimismo de la eficacia admite los juicios pesimistas cuando
se comprueba la insuficiencia o la ausencia de un tratamiento
en determinados casos o situaciones.
¿La actitud terapéutica impone un “ sentido de lo huma
no” , una “ bondad” particular? Sin duda implica un carácter
de sociabilidad simpatizante y de entrega a una cierta modali
dad de actividad altruista. No obstante, la extensión de una
moral de patronato y de una actividad de salvacionista en psi
quiatría, no enriquecería la actitud ni aumentaría la eficacia
terapéutica. Después de haber desbordado de sexualidad,
algunos psicoanalistas parecen querer hoy desbordar de bon
dad. Las enfermedades mentales no son asuntos de bondad
y de maldad, como tampoco de falta, de pecado o de castigo.
Esas nociones no pertenecen al plano de la actitud terapéutica
y no pueden servir para calificarla.
Si esas nociones y cualidades humanas exceden el plano
psicopatológico y se imponen teóricamente al terapeuta en
tanto hombre y ciudadano, ellas deben a su vez ser supera
191
das por el hombre en tanto terapeuta y en la actitud tera
péutica. El terapeuta controla constantemente su propia efec
tividad, la mide en relación con el enfermo en cada situación
determinada. Si expresa una recompensa, un castigo, una
reprobación, un estímulo o una neutralidad indiferente, debe
ser de manera deliberada y en relación con el enfermo, y
no para satisfacer espontáneamente sus propias tendencias.
Sólo secundariamente, y en el seno de esta elaboración psico
lógica, la bondad encuentra un lugar, siendo entonces con
trolable y controlada. El terapeuta expresa una voluntad
técnica con una inquietud de eficacia.
En nombre de otro exceso, no convendría negar o recha
zar todo vínculo afectivo del terapeuta. Con frecuencia he
mos tenido oportunidad de observar hasta qué punto incide
en la comunicación ese lazo afectivo e intuitivo espontáneo,
inevitable en la relación terapéutica. Querer privarse de él
sería un error, y hasta una imposibilidad. Pero debe estable
cerse una toma reflexiva de conciencia, con el fin de contro
lar cuando menos los efectos eventuales. Frente al enfermo,
el terapeuta se esfuerza por permanecer disponible, realizando
los contactos y alejamientos deseables en relación con la
situación.
A l optimismo de la eficacia y al dominio afectivo, se
agrega la exigencia de una visión sintética que abarque el
devenir de la enfermedad y del enfermo en la sociedad. Aquí
hace falta una gran amplitud de espíritu y una plena dispo
nibilidad de sí mismo. La universalidad psicológica del
psiquíatra no es cosa común.
3 ° La multiplicidad de tipos de conducta terapéutica, en
tendida en relación con el terapeuta, no en relación con los
enfermos y las enfermedades, se revela como significativa.
No hablamos de las especializaciones secundarias en el cam
po mismo de la psiquiatría, aunque éstas tengan que ver con
ello en parte. Mas, en general, tenemos en cuenta la orien
tación personal de la conducta terapéutica considerada desde
su triple aspecto técnico, activo e interpsicológico.
192
Debido a condiciones muy variadas, que no podemos
analizar aquí, el psiquíatra se inclina hacia un tipo predo
minante de conducta terapéutica., Fácilmente pueden distin
guirse tres tipos según el aspecto técnico.
La orientación biológica y racional, más estrictamente mé
dica, valora la conducta terapéutica hacia el polo orgánico,
la investigación y el tratamiento de las “ causas físicas” , la
elección de métodos curativos de determinación orgánica, el
predominio de una cierta racionalización de la relación mé
dico-enfermo.
La orientación psicológica y afectiva desplaza el acento
hacia el polo psíquico y da el predominio a la psicoterapia.
En técnicas tales como el psicoanálisis freudiano, debe seña
larse la importancia de la renuncia del psiquíatra a sus
poderes médicos regulares: suspensión de todo acto médico
somático, y limitación a una técnica puramente verbal. Para
auien tuviese vocación médica, la frustración podría ser di
fícil de sobrellevar.
La orientación pedagógica y social inclina la conducta
terapéutica hacia las relaciones de grupos y los métodos di
rectivos y reeducativos. Tiende a manejar al enfermo en fun
ción del grupo, y a tomar un aspecto colectivo.
Desde el punto de vista de la actividad, la conducta te
rapéutica puede ser expectante y semipasiva. La relación
terapéutica consiste para el médico en servir de instrumento
a la naturaleza curadora: detener lo que pueda dañar (pri-
mum non nocere), dar confianza al enfermo para curar na
turalmente su enfermedad, saber esperar, aunque sea basta
la muerte, también natural. Ella supone un optimismo redu
cido con respecto a la eficacia terapéutica. La conducta activa
y combativa admite mucbo más optimismo, v una continuada
intervención del terapeuta, auien jamás abandona la partida,
aunaue sepa nue está perdida de antemano.
La diversidad de esos tipos de orientación y de las dis
posiciones correlativas, tiene una incidencia proniamcnte
psicológica sobre la relación terapéutica, que se beneficia
o sufre con ello. Si bien todo psiquíatra debe estar en con-
193
diciones para cuidar a todo enfermo mental, se comprueba
con bastante frecuencia una especie de selección entre ciertos
tipos de enfermos y ciertos tipos de médicos. La relación
terapéutica se establece mejor y con mayor eficacia entre al
gunos tipos que entre otros.
Haciendo abstracción de las circunstancias y de los inte
reses materiales, interviene aquí una condición interpsicoló
gica, sin duda de orden más afectivo que intelectual. Por
ejemplo, la extendida repugnancia de los psicoanalistas a
atender a los psicópatas graves, posee ciertamente más de
una significación (temor al enfermo, temor de identificación
profunda con el enfermo, peligro presentido de la exhibición
de las tendencias y contenidos más o menos inconscientes,
etcétera). Una psicoanalista, por ejemplo, se vincula particu
larmente con los esquizofrénicos y emplea con ellos un mé
todo maternal, pero abandona toda terapia desde que ella
misma tiene hijos propios. Una resonancia afectiva particu
lar, o una defensa contra una posibilidad de identificación,
hace que se “ comprenda” de mejor o peor manera a los an
siosos, a los obsesivos, a los melancólicos, a los maníacos, a
los esquizofrénicos o a los parafrénicos. El escaso interés que
suscitan los dementes orgánicos, aparte de la ineficacia te
rapéutica relativa en muchos de ellos, obedece sin duda a la
dificultad o a la ausencia de comunicación y de vínculo afec
tivo; salvo cuando el demente llega a ser un objeto afectivo
de igual modo que el lactante.
194
1? El nivel sintomático. El tratamiento actúa sobre los
síntomas, y por lo tanto sobre la expresión de la enfermedad,
no sobre lo que la determina. Lógicamente, parecería absur
do atacar los efectos antes que las causas, como si se disipase
el humo en lugar de extinguir el fuego. Ahora bien, el tra
tamiento sintomático posee más y mejor sentido de lo que
-a primera vista parece. El síntoma no se reduce a una apa
riencia ilusoria y fortuita. Representa la forma accesible a
la observación directa, de la erupción del proceso patológico.
Es el último eslabón de la cadena; y su modificación implica
a veces un cambio útil, y hasta cierto punto patogénico, de la
cadena mórbida. Como se sabe, a menudo la expresión sin
tomática engendra a su vez reacciones nocivas que es nece
sario cortar.
2° El nivel etiológico sería más satisfactorio en virtud
del aforismo: sublata causa tollitur effectus. La extirpación
de un tumor cerebral, la supresión del alcohol, del trepone
ma, etcétera, constituyen tratamientos racionales. En el or
den orgánico, la eficacia de estos tratamientos destaca la
importancia del determinismo físico en la génesis de las per
turbaciones psíquicas. Ofrecen además el interés de impedir
que la psiquiatría se “ desmedicalice” , si la osadía del tér
mino se acepta, y esto es afortunado.
Sin embargo, en patología mental no siempre basta con
tratar “ una causa” conocida, para suprimir la enfermedad.
Un delirio puede evolucionar después de la supresión de
la causa tóxica o infecciosa, una psicosis puede desarrollarse
a pesar del retorno del equilibrio hormonal, una neurosis
puede expandirse a pesar de la extinción de la emoción su
frida, un deseo reivindicatorío mórbido puede persistir a
pesar de la reparación del daño inicial, etcétera.
Esos resultados negativos confirman la complejidad del
determinismo en patología mental, y muestran hasta qué
punto la búsqueda obstinada y exclusiva de “ una causa” es
simplista y está encaminada a un fracaso, parcial o total.
39 A decir verdad, es el nivel patogénico el que ofrece
195
mayor interés. Admite una multiplicidad de causas para
un mismo mecanismo, una complejidad de mecanismos para
una sola causa, según el determinismo en juego. La acción
sobre una fase o sobre un punto de articulación del deter
minismo patógeno, puede detener el proceso y reducirlo, sin
que la o las causas iniciales sean alcanzadas, ni siquiera
conocidas. Ejemplo de ello son los trastornos de la regulación
hormonal, nerviosa o afectiva. Sin duda, muchos tratamien
tos son a la vez sintomáticos y patogénicos (por ejemplo, el
electrochoque, y a veces los neurolépticos).
196
nico no implica que esos tratamientos sean específicos y
que cada uno de ellos responda al exacto conocimiento del
determinismo patógeno. Por el contrario, sus efectos son más
o menos generales, pero interesan más electivamente a esta
encrucijada somatopsíquica por la cual pasan, en la cual
culminan, o de la cual parten variados procesos. Aunque
no específico, hay allí un efecto patogénico común que cons
tituye uno de los principales intereses doctrinarios y prácticos
de ese género de terapia \
Citemos los tratamientos llamados de choque. Esta no
ción de choque indica bien el efecto general de desconcierto
orgánico. Piretoterapia, insulinoterapia y electrochoque, son
los métodos más empleados.
En la cura de Sakel (insulinoterapia), el adormecimien
to, el coma, el sueño, realizan y facilitan importantes recom
posiciones de la estructura psíquica. Disolución y regresión
con liberación y liquidación de los conflictos, y reestructu
ración, son procesos admitidos y admisibles. Habría a la
vez reducción de las pulsiones y de los mecanismos de de
fensa del yo. Se ha atribuido la eficacia del electrochoque
al hecho de que proporciona una experiencia de la muerte
que satisface bajo un modo fantasmal al masoquismo del
melancólico. En primer lugar, no se trata de una muerte;
en segundo lugar, no puede obrar como experiencia vivida
en lo que concierne precisamente al momento crítico incons
ciente; finalmente, su eficacia se observa fuera de la me
lancolía. Debe verse allí, sobre todo, una considerable des
carga energética, que podría tener un valor libidinal. Se ha
hablado de destrucción de la posición narcisista mórbida,
seguida de movilización libidinal y de refuerzo de las defen
sas del yo. En el momento de la fase postcrítica, puede igual
mente manifestarse un proceso abreativo. Finalmente, la1
197
amnesia, a veces por retroceso defensivo de los afectos, pro
cede esencialmente de un proceso nervioso. Por la atenua
ción y el alejamiento de las experiencias mórbidas, ella
importa su “ desvitalización” , la ruptura entre el presente y
el pasado patológico, y la neutralización de los recuerdos
penosos. Es notable su efecto regulador tímico.
En la cura de sueño vuelven a encontrarse los fenómenos
regresivos arcaicos, una disminución de las defensas del yo,
y abreacciones (reviviscencias de experiencias pasadas). Si
tuación del lactante.
La ¡quimioterapia posee efectos sintomáticos y a veces
patogénicos muy apreciables, especialmente con los neuro-
lépticos.
Mediante la psicocirugía se practican secciones de cone
xiones nerviosas, extirpaciones de pequeñas zonas corticales
destinadas a modificar el funcionamiento córtico y subcorti
cal y la actividad psíquica. De ello resulta a veces una mo
dificación favorable de la personalidad en relación con su
estado mórbido anterior. Parecería que se tratase de una
nueva integración de la personalidad. La disminución del
control voluntario y del valor emocional y afectivo de las
reacciones, es frecuente y digno de ser observado \
Como se trata de modificar favorablemente la personali
dad, ésta puede ser abordada por la vía psicológica, que es
la que mejor caracteriza la terapia psiquiátrica.
b) El nivel de aplicación psicológica implica una forma
terápica de la misma naturaleza, que se ejerce, en conse
cuencia, en el plano mismo de la relación interhumana. Éste
es el vasto dominio de la psicoterapia. Nosotros la definire
mos como el conjunto de las técnicas de forma y naturaleza
psicológicas, destinadas al tratamiento de las pertubaciones
psíquicas.
1° Presencia, contacto y comunicación verbal, son sus
caracteres comunes, a los cuales se agregan los caracteres1
1 Se invoca como explicación, la desconexión de la corteza frontal (Free-
man y Watts), la interrupción de circuitos nerviosos (Fulton), los fenómenos
de compensación fisiológica (Mai'er Gross), etcétera.
198
específicos de la relación terapéutica fundamental, de la
cual ya hemos hablado. Sin embargo, no es inútil insistir
en ello. La psicoterapia puede y debe ser distinta del consejo
psicológico, de la dirección moral, religiosa o espiritual. És
ta es una extensión o confusión corriente en los países anglo
sajones, que tiende a instaurarse en Francia.
Por cierto, la psicoterapia propiamente dicha, al reducir
los trastornos psíquicos, tiende a orientar la personalidad, a
proponer y a veces hasta a imponer una cierta forma de
existencia considerada como la única compatible con el esta
do del sujeto, con su situación familiar, económica, etcétera.
El terapeuta se esfuerza por readaptar el enfermo a las reali
dades, esto es, a la estructura social a la cual uno y otro
pertenecen. La posición psicoterápica depende, pues, de la
actitud pragmática del terapeuta en la sociedad, y a la vez
de su actitud filosófica, explícita o implícita. Son éstas im
plicaciones tolerables y toleradas por necesidad de los hechos,
que en el plano del derecho no podrían exigirse en justifica
tivos de una confusión de las perspectivas y de los valorees.
El objetivo de la psicoterapia y el poder legítimo del
terapeuta, se limitan a liberar al enfermo de sus restricciones
mórbidas, a permitirle recobrar su autonomía y xisar pqr sí
mismo de su “ libertad” reencontrada. Lo que está más allá
ya no es de orden terapéutico. El psiquíatra no debe usurpar
el prestigio de su personaje en provecho del papel de conse
jero, que podría desempeñar con los mismos títulos que todo
hombre experimentado, no terapeuta. Así como el médico
no debe tomar partido en el ejercicio profesional, el psiquía
tra no debe transformarse en conductor de almas en el des
empeño de su ministerio.
La neutialidad médica que confiere a la medicina su
valor universalmente humano, se impone todavía más en
psicoterapia.
Para Karl Jaspers, “ el hombre tomado como objeto puede
ser cuidado con esmero, pueden emplearse con él una técnica,
un tratamiento y un arte; pero sólo la comunidad que esta
blece la condición humana peimite al hombre reencontrarse
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consigo mismo en su libertad” \ Entonces la relación supre
ma se afirma como la “ comunicación existencial” que actua
liza la historicidad del hombre por el proceso del “ esclare
cimiento” . Ese proceso indica la marcha continua de la
psicoterapia, que determina en el enfermo una explicación
verídica de su caso; una toma de conciencia de lo que es,
como si se mirase en un espejo; y, como consecuencia, un
trabajo interior que lo torna “ trasparente” a sí mismo, y cuya
revelación le es hecha por la comunicación existencial.
El olvido de la relación terapéutica es manifiesto. La
relación médico-enfermo desaparece en una relación de hom
bre a hombre, en una comunión de almas cuyo vínculo exis
tencial encuentra en la trascendencia su profundo valor y su
garantía. El pensamiento de Jaspers muestra cómo la psico
terapia podría ser el medio para un acceso espiritual. El
mismo autor advierte el momento en que se opera la con
versión, y en que, por consiguiente, cesa la relación tera
péutica. Ahora bien, a partir de allí ya no se trata pura
mente de psicoterapia, sino de una búsqueda de la trascen
dencia, que no se ajusta a la medida común de los enfermos
ni de los terapeutas. Esto permite ver hasta qué punto es
necesario un límite razonable y razonado en la teoría y la
práctica de la psicoterapia.
29 La relación psicoterápica supone la posibilidad de
una toma de contacto con el enfermo. Fácil con el neurótico,
dicha toma de contacto es a menudo muy d ifícil con el psi
cótico. En ese caso, una primera fase de la acción psicoterá
pica consiste en el efecto de presencia del terapeuta, que
impone progresivamente el contacto y provoca reacciones, de
lo cual resulta un esbozo de relación y, finalmente, comuni
cación verbal. Para que la relación sea útil, es necesario que
el enfermo la tolere, después, que la acepte, y por último,
que si es posible colabore en su mantenimiento y desarrollo.
El terapeuta puede ser el pivote y el agente activo de esta
relación: también puede permanecer pasivo al máximo, trans-1
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firiéndose la actividad al enfermo. Esto puede responder a
las fases evolutivas de la relación o a modalidades técnicas.
El hecho de que tales medios resulten terapéuticamente
eficaces, demuestra por la acción concreta lo que mostraba
la observación, a saber: que la patología mental desborda
ampliamente los mecanismos fisiológicos definidos y los ins
trumentos neurológicos, que ella pertenece al plano de la
personalidad, y que se puede intervenir en su determinismo,
al menos en parte, por el juego intencional de las conductas,
como en psicología normal, pero con valores diferentes.
3 ° Sería interesante examinar los diversos tipos de rela
ción psicoterápica, así como las modalidades técnicas. Nos
limitaremos a destacar algunas diferencias teniendo en cuen
ta la manera de concebir y de aplicar la psicoterapia.
No sin reparos nos atrevemos a hablar de psicoterapia
espontánea, no organizada en instrumento terapéutico, la cual
se ejerce casi sin que lo perciban ni el enfermo ni el médico.
Aquí interviene el prestigio médico. Los medicamentos y la
manera en que son prescriptos gozan de un privilegio un
poco mágico. La presencia del médico, las palabras tranqui
lizadoras y banales, o las promesas pronosticando mejoría,
participan de aquel privilegio y corresponden al deseo del
enfermo de creer en la curación. Fortuna y felicidad de los
curanderos y charlatanes.
La psicoterapia metódica se muestra más exigente, aun
cuando se vale de una técnica muy simple. Distinguiremos
en ella cuatro géneros, según el aparato conceptual y técnico.
En primer término la psicoterapia directiva, llamada de
sostén y practicada por la mayoría de los psiquíatras, con
variantes que proceden sobre todo de su propia psicología.
No está desprovista de interés ni de eficacia cuando es el
fruto de una fina observación psicológica y de una buena
experiencia clínica. A pesar de su aparente banalidad, no
es ni fácil ni simple. Comprender al enfermo, darle confian
za, explicarle justo lo que él puede captar, dar directivas en
el preciso momento en que son necesarias, dosificar las frus
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traciones y las satisfacciones conservando la distancia exacta
con respecto al enfermo y controlando su conducta y conocer
el valor afectivo simbólico, con frecuencia ambivalente, que
se representa a los ojos del enfermo, son aspectos propios de
una delicada misión. Debe ser tenida en cuenta la relación
del enfermo con los demás (familia, enfermero, otros enfer
m os), y las relaciones del terapeuta con los otros, en la me
dida en que ellos interfieren con la relación psicoterápica.
En la mayoría de los casos, esta psicoterapia llega a re
forzar las defensas del yo. También puede reducirlas dismi
nuyendo la presión del super yo, quitando al enfermo sen
timientos de culpa y autorizando de ese modo satisfacciones
abusivamente reprimidas. No pretende modificar la persona
lidad en profundidad.
La forma técnica puede ser simplemente verbal, o apo
yarse sobre la hipnosis por sugestión, o sobre la subnarcosis
química. Gracias a un cierto grado de disolución, o de re
ducción de las defensas, la personalidad puede descargarse
en una catarsis emocional, en una abreacción o una toma de
conciencia, que el terapeuta registra o aprovecha posterior
mente. Los procedimientos gimnásticos, respiratorios o no,
inspirados o no en el yoga, y los procedimientos de “ relaja
ción” todavía en boga, son psicoterapias de tipo muscular
y de carácter “ educativo” . Tienen éxito en la medida en que
movilizan afectos y proporcionan un soporte de esperanza,
de confianza y de derivación. La aceptación de una disci
plina, aunque pequeña, y su observancia, significan el acata
miento a una autoridad y un control de sí mismo, que es a
la vez un ejercicio de sí mismo.
La psicoterapia analítica freudiana establece esencialmen
te una relación de transferencia. Doble transferencia, del
enfermo al analista espejo como lo quería Freud, pero tam
bién del analista al enfermo, en lo que se llama contratrans
ferencia. Fácil con los neuróticos, la transferencia era antes
considerada imposible con los psicóticos; pero hoy sin em
bargo se la sabe posible, con un carácter diferente. El ana
lista observa constantemente la actitud de neutralidad bené
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vola frente al enfermo. Realiza una comunicación verbal y
se apoya sobre las instancias que en la personalidad mórbida
siguen siendo adultas. Los sintomas son analizados en tanto
expresiones de las angustias y de las defensas del yo. Sus
mecanismos deben ser dilucidados y comprendidos por el
analista. El psicoanálisis pretende realizar el desmontaje de
la patogenia y el desarme del proceso mórbido, de lo cual
resulta la recomposición de las estructuras dinámicas de la
personalidad, el refuerzo del yo, nuevamente capaz de adap
tarse a lo real, de satisfacer sus impulsos controlándolos, y
de soportar un super yo moderado.
El análisis toma significaciones diferentes según las fases
de la curación, esquematizables, según S. Nacht, en tres pe
ríodos. A l comienzo, la relación analítica procura al enfermo
satisfacciones narcisistas, exhibicionistas y masoquistas, por
el hecho de poder describirse. Después, el carácter frustrante
de la situación analítica provoca reacciones ambivalentes. El
enfermo traspone y revive su neurosis infantil en la situación
analítica: es la neurosis de transferencia. La agresividad
que resulta de la insatisfacción de las necesidades se mani
fiesta en la situación actual, lo que la desvía del sujeto. Ello
da lugar a liberación de energía hacia conductas positivas,
a disminución del masoquismo, a descondicionamiento de las
conductas neuróticas, a vigorización del yo. El último perío
do, cuando la curación tiene éxito, se caracteriza por el
abandono de las satisfacciones fantasmales de la neurosis de
transferencia, el desinterés por la relación analítica, y la
realización de nuevos bloqueos. La neurosis infantil se ha
curado con la neurosis de transferencia.
Es lógico que el análisis freudiano ortodoxo sufra modi
ficaciones técnicas cuando se trata de curar las psicosis. En
el esquizofrénico no hay solamente una regresión libidinal
parcial como en el neurótico, sino una regresión del yo, con
debilidad e incoherencia, y pérdida de las funciones sintéti
cas. Es necesario, pues, restablecer primero la coherencia del
yo y obtener su participación. Para hacerlo, las modificacio
nes técnicas y conceptuales llegan a ser tales que terminan
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por desnaturalizar el psicoanálisis. Contra esto reaccionan,
no sin razón, los analistas que siguen a Freud.
Taúibién evocaremos en esta síntesis a las psicoterapias
paranalíticas, designando así a los métodos que, totalmente
inspirados en el psicoanálisis, practican una relación tera
péutica de significación distinta.
Por ejemplo, la psicoterapia anaclítica, o “ maternage” .
El terapeuta realiza con el enfermo la relación “ buena ma
dre-lactante” ; da, satisface, consuela (Sechehaye, Rosen).
El enfermo es el eje de la relación. El terapeuta no es ya
neutro, marmóreo; abandona la interpretación y no se obstina
en dilucidarlo todo; hace una regresión deliberada al nivel
del enfermo. El “ paternage” establece una psicoterapia re
educadora en la cual el terapeuta entabla la relación “ buen
padre-niño” , actuando con una autoridad benevolente (Fe-
dern, Eissler). Se comprende que “ maternage” y “ paterna
ge” puedan representar dos momentos sucesivos de un “ pa-
rentage” terápico.
Se llega así a considerar esas variaciones técnicas como
modalidades de los enfoques terapéuticos según el género de
afección mental, y también según el nivel regresivo alcanzado
por el enfermo. El terapeuta podría entonces adoptar la mo
dalidad técnica en relación con sus aptitudes y sus intereses,
y el psicópata podría agotar muchos tipos de terapeutas antes
de curarse. A la postre, el psicoterapeuta se transformaría
en una especie de medicamento psíquico cuya naturaleza y
posologia estarían determinadas en función del estado del
enfermo. Esto se desprende, de la diferenciación psicoterá-
pica en la relación médico-paciente en sí, según la estruc
tura psicopatológica y las capacidades dinámicas del enfermo.
Por consiguiente, son muchas las técnicas válidas de las cua
les no se ha realizado todavía la síntesis teórica, a pesar de
lo que digan los doctrinarios.
Finalmente, la psicoterapia colectiva, de inspiración ana
lítica o no, utiliza las interrelaciones en el seno de un grupo
y la influencia global del grupo sobre el individuo. En ese
sentido puede hablarse de “ socioterapia” . El psicodrama de
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Moreno consiste en la dramatización de escenas con carga
afectiva. Preparado para grupos de niños, permite una es
pecie de actualización experimental de efecto catártico, y una
movilización libidinal por el juego de símbolos e identi
ficaciones.
La laborterapia (trabajo) y la ludoterapia (juegos, dis
tracciones) — que forman parte de la “ terapia ocupacional”
o, diríamos nosotros, en la “ pragmaterapia” , de pragma en
el sentido de acción— , son psicoterapias basadas en la acción
dirigida. La influencia del grupo es, en tal caso, evidente.
Aspectos formales idénticos no poseen las mismas significa
ciones ni el mismo valor terapéutico. Así, por ejemplo, el
condicionamiento estereotipado de un enfermo o de un grupo
de enfermos, ante una labor o un juego cualquiera, no signi
fica gran cosa desde el punto de vista psicoterapéutico; se
trata de una automatización de tranquilidad, de seguridad,
o de rendimiento. El comienzo de ejecución y el control
adaptado de acciones y de interrelaciones aspiran a la reso
cialización directa de los enfermos.
Como vemos, la terapéutica se revela como mucho más
variada y matizada de lo que podría creerse a priori. Las
técnicas están llamadas a modificarse. Los ejes principales
perduran. El predominio de la psicoterapia se afirma sin
excluir del todo ningún método psicobiológico o físico. Muy
por el contrario, lo que sabemos del determinismo patógeno
y de la eficacia de los diversos tratamientos, confixma la
legitimidad y la utilidad de una terapéutica multioperacional,
que no proscribe a priori ningún ensayo, ni ninguna técnica,
y que a posteriori, asocia una acción física y una acción
psicológica, con toda la flexibilidad deseable. El tratamiento
debe adaptarse a cada enfermo y a cada etapa de la enfer
medad, lo que exige la predominancia de una terapia, ya
física, ya psicológica, y hasta una acción no médica, sino
educativa. Los ensayos experimentales deben merecer la más
amplia atención, pues son necesarios para los progresos te
rapéuticos y aun científicos. Si hay un dogma en terapéutica,
es el de no tener ningún dogmatismo.
3. LOS OBJETIVOS TERAPÉUTICOS
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tructuras y los valores sociales, como por el estado psicoor-
gánico del sujeto. Esto desborda el marco de la psicopatología.
El psiquíatra tiene el derecho y el deber de exponer lo
que más convendría a los enfermos proponiendo todas las
medidas técnicas deseables. Como psiquíatra, no podría pre
tender renovar la sociedad, y menos aún reconstruirla de
acuerdo con la perspectiva psicopatológica. No es en función
de los enfermos como debe evolucionar la sociedad. Pero una
sociedad suficientemente civilizada da su lugar a los enfermos.
3 ° La protección del enfermo contra sí mismo, cuando
ha perdido el control de sus actos, exige a menudo una me
dida terapéutica de urgencia, que a veces determina la ne
cesidad de una restricción moral o física. Por extensión, una
protección psicológica y social (bienes, vivienda, profesión,
cónyuge, etcétera) que acompaña o sigue a la terapéutica, y
alcanza el objetivo de readaptación social.
4r Indirectamente, el objetivo terapéutico aspira a pro
teger a la sociedad, a través del enfermo. De allí la profi
laxia de las reacciones llamadas antisociales; la limitación
de la desintegración de los grupos; el sostenimiento del sis
tema de referencia de los valores de la colectividad.
Desde el acto terapéutico más simple, hasta el concepto
más intelectualmente elaborado, la psicopatología se enrique
ce con significaciones diversas centradas sobre la personali
dad y sus relaciones con los otros. La psicopatología general
se establece como una sistematización abierta de nuestros co
nocimientos, de nuestras perspectivas y de nuestros métodos
relativos al conjunto de los fenómenos psíquicos mórbidos.
No constituye, pues, un sistema cerrado. Lo cual es una ga
rantía para confiar en el futuro.
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La EDITORIAL KAPELUSZ S. A.,
dio término a esta obra el 28 de
julio de 1961, en F r jg e r io Artes
G ráficas, Perú 1257, Buenos Aires.