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Libertad de expresión en las redes sociales

Todos tenemos una opinión sobre cualquier tema, incluso sobre los
que no nos pronunciamos nunca.

Tal vez parezca que discutir acaloradamente sea un deporte


nacional, pero la mayoría de las personas harán todo lo posible
antes de llegar a un enfrentamiento. Buscamos gustar, no que nos
reprendan. Por eso nos ahorraremos las cuestiones más polémicas.
La timidez, la vacilación o la suspicacia también participan del
juego, calmar la discordia en un mundo que tiende a la indiferencia.

Las redes sociales son un foro magnífico para el intercambio de


opiniones; donde, paradójicamente, está mal visto pronunciarse en
los asuntos más controvertidos. Además de existir mecanismos de
moderación para los mensajes que violan las condiciones de uso de
las redes, también nos autocensuramos nosotros mismos. La crítica
es practicada por los propios usuarios, y no solo tiene el sexo o la
violencia en su punto de mira. Cualquiera ha experimentado en
primera persona que se malinterprete algún comentario, o ha
evitado entrar en discusiones frenando el impulso de valorar un
tema. Como a nadie le gusta que le den la espalda por sus
opiniones, evitamos polémicas que puedan perjudicarnos.

A diferencia de una discusión cara a cara, en Facebook no nos


temblará la mano a la hora de bloquear a quien diga algo
denigrante. Mucho más en Twitter, Facebook, intagram, donde no
es necesario un vínculo para intervenir. Los deslices se castigan
con mano dura en el entorno digital, tomados como cuestiones
imperdonables. Sabemos que los usuarios más beligerantes acaban
aislados, porque nosotros mismos nos ocupamos de eso. Es toda
una involución conservadora, donde opinar libremente acaba siendo
un acto de rebeldía. Visto esto, más que uno se ha dirigido a sus
cuentas sociales para borrar mensajes o comentarios antiguos que
ahora puedan resultan inapropiados.

Curiosamente, personasy que han sufrido agravios de este tipo


(comentarios racistas, homófobos o sexistas, por ejemplo) acaban
adoptando posturas intransigentes, cerrando progresivamente su
permisividad en una rigurosa tolerancia cero. Cada vez metemos
más cosas en el saco de lo políticamente incorrecto. Poco a poco
se extienden las suspicacias y aumentan las consideraciones de
mal gusto, hasta llegar al punto en que ya no se puede hablar de
nada sin temor a ofender a alguien. No solo se trata de asuntos
espinosos como la religión, la política o el fútbol, sino de matices
mucho más sutiles que silencian las voces discrepantes en
cualquier materia.

En conclusión, las redes sociales acaban por enseñarnos nuestra


responsabilidad en la comunicación. Es muy diferente charlar con
amigos en un bar que chatear por redes sociales. Sin embargo,
siempre puede haber gente que se sienta agraviada por opiniones
nuestras, emitidas sin el menor ánimo ofensivo. A la larga, todos
hemos ido retrocediendo ante esta susceptibilidad generalizada que
censura los extremos, donde los temas tabúes que no admiten
réplica ganan terreno.

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