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LA IMPORTANCIA DE LA COMUNICACIÓN

ASERTIVA

Naciste para vivir en comunidad, por ello, existe en ti una necesidad inherente
de comunicarte, pues es la base que tienes para relacionarte con los demás,
dar y recibir amor y desarrollar al máximo tus habilidades, tu potencial y
cumplir tu propósito. Quien no se comunica, sea verbal o no verbalmente no
se siente vivo, se siente cada vez más vacío. Sin embargo, la comunicación en
sí misma no basta, hay que comunicarse de manera efectiva, de manera clara,
de forma donde aportes al desarrollo de los demás y ellos al tuyo. Donde haya
comprensión, entendimiento, libre intercambio de ideas y respeto.
Precisamente es allí donde entra la comunicación asertiva.

La asertividad como habilidad comunicativa y como hábito conductual facilita


la comunicación, potencializa la efectividad en la misma y ayuda a logar
obtener respeto, atención y colaboración de los demás guardando tu sentido
de identidad, de valor e integridad y todo eso respetando en todos los sentidos
a los demás. El ambiente que creas a tu alrededor cuando eres asertivo atrae
múltiples oportunidades de estudio y trabajo, mejores amigos, relaciones
familiares y personales más estables e incluso el respeto de tus adversarios.
Sin embargo, lo más importante de la asertividad es el sentido de
autovaloración, autoestima y fortaleza que alcanzas. Mientras más a menudo
practicas comunicación asertiva más se afianzan tu identidad, autenticidad y
libertad.

En Wikipedia se define La comunicación como es el proceso mediante el cual


se transmite información de una entidad a otra. Adicionalmente se añade:
Tradicionalmente, la comunicación se ha definido como “el intercambio de
sentimientos, opiniones, o cualquier otro tipo de información mediante habla,
escritura u otro tipo de señales”. Y que El funcionamiento de las sociedades
humanas es posible gracias a la comunicación.

La biblia resume el sentido de la existencia humana con sólo dos tareas: Amar
a Dios sobre todas las cosas y Amar a tu prójimo como a ti mismo. Para
ambas se requiere el comunicarse. No amarás lo que no conoces y no
conocerás nada ni nadie sino hay comunicación. Al comunicarte desarrollas lo
mejor de ti, tu potencial y lo compartes con otros. Aprendes a relacionarte con
los demás, comunicarte es relacionarte con los demás. No se puede alcanzar y
mucho menos disfrutar nada grande solo. Por lo tanto es fundamental para el
ser humano la comunicación. Es fundamental para ti comunicarte.

Sin embargo, has estado comunicándote toda tu vida y tu vida no refleja los
resultados que quieres, ni tales beneficios, entonces ¿qué pasa? ¿cuál es la
respuesta? Una comunicación insana en vez de logar desarrollar nuestras
vidas, nuestras relaciones (o el funcionamiento de una nación) puede degradar
o destruir. Así que, si necesitas comunicarte, pero de la manera más sana y
adecuada posible, necesitas practicar la comunicación asertiva: la asertividad.

La asertividad es una comunicación más efectiva, es el conjunto de


habilidades que te capacitan para ser tú mismo ante los demás y defender tus
derechos y tus criterios respetando el derecho de los demás y buscando
soluciones donde ambos puedan ganar. La asertividad es una cualidad de
equilibrio entre el valor y la compasión. Se basa en un sano sentido de valor
propio, de autoestima, reconocimiento y aceptación sincera de uno mismo.
Implica el caminar con seguridad sabiendo lo que queremos y valemos y
reconociendo también nuestras limitaciones. La comunicación asertiva es
respeto y elegancia, es escuchar y aceptar a los demás tal cual son y reconocer
sus derechos sin menospreciar los nuestros, sin dejarnos agredir o manipular.
Es liberarte del temor, la inseguridad y el egoísmo. Es amar al prójimo como a
ti mismo.

Ya que reconocemos y entendemos mejor la importancia de la comunicación, y


porque dentro de ésta es aún más necesario la comunicación asertiva. Te
preguntarás qué cosas puedes hacer hoy para ser más asertivo y así
comunicarte mejor? ¿qué pasos puedes seguir? Aquí te comparto tres pasos
básicos que podrás practicar hoy mismo y mejorará tu comunicación:

1. Planifica tu día y enfócate en lo importante, inicia tu día sabiendo cuáles


son tus prioridades que te permitirán estar más enfocado y te ayudarán a
decir que no, cuando sea necesario.
2. Muéstrate seguro de tu valor. Camina erguido, con seguridad y mira a los
demás a los ojos, pues tú eres valioso recuérdalo siempre. Tú vales por lo
que eres, no por lo que haces o tienes y tienes derecho a ser tú mismo y
también a equivocarte.
3. Busca entender primero antes de ser entendido. Recuerda que la
comunicación es de dos, a veces no procuramos entender a los demás,
queremos ser entendidos siempre o pasamos a temerles o compadecerles
pero no los entendemos. Al ser objetivos ante los demás y buscar
entenderlos sinceramente crearemos un ambiente de respeto más propicio
para la comunicación y serás mas asertivo.
La asertividad es acción, son hábitos y habilidades, mejorarán
sustancialmente tu vida y que sólo serán parte de ti, si te decides y entras en
acción ahora mismo. No lo analices más. Practica hoy mismo esos tres
sencillos pasos y comprobarás tú mismo los resultados.

UNA MADRE

Las crías esperan. Tiene que volver al nido. Los hombres la odian, como si ella
tuviera la culpa de que sus glándulas elaboraran veneno.

Porque lo sabe, comprende que arriesgará la vida si se atreve a reptar bajo los
tambos ahora llenos de gente.

- Yo soy el colonel…
-¡No, Martín: a mí me toca!
- Matachín…Chin…Chin…
- De frente… ¡Marchen!
La jergón continúa indecisa. Enroscada en una rama e inmóvil, mira el puesto
sin encontrar camino apropiado para pasar, porque los hacendados han
rozado la porción de monte que quedaba entre el último tambo y la cocha. Por
allí vino en la mañana, pero la situación ha cambiado: lo que al amanecer
eran matas de arbustos ahora es campo despejado donde juegan los
muchachos y dormitan los perros de olfato fino y de ojo avizor.
Piensa en volver a la cocha y en cruzarla nadando. Mas no, ahora encuentra
una solución mejor: dar la vuelta por el barranco que está desierto. Como la
noche ha cerrado ya oscura, no la van a distinguir.

Hermosa y fuerte, repta derechamente luciendo las manchas doradas que


tachonan sus escamas negras y relucientes. Su arrastre rápido y suave va
dejando tras sí como una estela de polvo ligero. Erguida la cabecita escudriña
con cuidado las sombras.
Le falta poco para alcanzar el monte cuando el ruido de un sirenazo que viene
del río la detiene. La señal provoca movimientos y voces en los tambos que
todavía le interceptan el camino.
-Crisóstomo… Crisóstomo: es la “Melita”.
-¡Apúrate! Dile que sí tenemos leeeña.

Dos individuos avanzan de la choza más próxima llevando faroles en las


manos. La luz le permite ver que a las puertas de las casas se ha asomado
mucha gente. Midiendo con la mirada la distancia que le separa de los árboles
más cercanos, se dice que no tiene tiempo de pasar antes que los hombres.
Tampoco se atreve a volver atrás porque vienen los niños curiosos y los perros
ladradores. La luz del farol se acerca. En el único sitio donde puede encontrar
refugio es entre las rajas de leña que quedan a su izquierda. Rápida y
silenciosa se desliza hacia ellas y permanece muy quieta.
Más faroles y más hombres, esta vez en torno de la leña entre la cual se
oculta.
- Hay tres mil rajas bien contaditas…
-Te doy veinte centavos menos por el ciento. No me parece que todo fuera
capirona.
-¡Ah, pucha! Capirona todititita es… A uno diez te la daré, pues.
-Bueno, hom…Yastá…da silva, Leguía, Morey, Lima, Pichuno: comiencen a
cargar.

De la lancha vienen varios muchachos semidesnudos y fuertes, y empiezan a


llevarse al hombro la leña arreglada en el barranco, mientras unos parlotean y
unos cantan.
-“Chupito”: ¿qué me dices de los caimitos de la questá con traje celeste?

-¡No vaaale!... me gusta más la vieja questá recostada en la hamaca.

Los montones de leña bajan de tamaño primero; luego desaparecen.

La jergón comprende el peligro pero no puede hacer nada. Piensa en sus crías,
en los hombres, en los faroles que la rodean.

Allá, en las playas del Ucayali,


Hay un cadáver ¿de quién será?...

-¡Déjate de triste, hom…! Cántate un tanguito. Ese de “sandaliñas doro para


dar al que nun ten…”

Ahora empiezan a deshacer el montón donde está escondida. Ella comienza a


huir de la muerte deslizándose entre los intersticios que dejan las rajas, cada
vez más abajo, más abajo.

Ya no puede avanzar más. Los leños están tan pegados uno al otro en la hilera
a que ha llegado, que su cuerpo no cabe por la luz que queda entre ellos.
Presiente que al fin se acerca y espera. Una mano robusta y bermeja la coge
junto con la raja de leña. Ella se vuelve y le clava la lanceta.

-¡Ayayau! Víbora… Vìbora…¡Lo que me mordió!

La jergón ha comenzado a huir velozmente. Dos hombres la alcanzan, palo en


la mano.
-Toma, ¡jijona!
Salta, se contrae y se queda quieta y extendida con su metro y medio, orinegra
y aún temible. No está muerta, pero todo zumba extrañamente en torno: la
tierra, el viento, las voces de los enemigos.
-¡Lígale el brazo!... ahura chúpale fuerte el mordisco.
-Toma la cachaza. Anda, tómala seguido nomás…
-Quién ha ido por la curarina?
Comienza a reptar lentamente.
Debe escapar. Aún tiene fuerzas.
-¡Mira, la maldita! Todavía se mueve…
Le destrozan la cabeza a leñazos y la arrojan al río.
En el nido, las viboritas esperan a su madre…

Autor: Fernando Romero.

EL PEQUEÑO PATRIOTA PADUANO

Un navío Francés partió de Barcelona, ciudad de España para Génova,


llevando a bordo franceses, italianos, españoles y suizos. Había entre otros un
niño de once años, solo, mal vestido, que estaba siempre aislado como animal
salvaje, mirando a todos de reojo. Y con razón, pues hacía dos años que su
padre y su madre lo habían vendido al jefe de cierta compañía de titiriteros, el
cual, después de haberle enseñado a hacer varios juegos a fuerza de
puñetazos, puntapiés y ayunos lo había llevado a través de Francia y España
pegándole siempre y teniéndolo en cambio siempre hambriento.
Llegado a Barcelona y no pudiendo soportar ya los golpes y el ayuno, reducido
a un estado que inspiraba compasión, se escapó de su carcelero y fue a pedir
protección al cónsul de Italia, el cual, compadecido lo había embarcado en
aquel navío, dándole una carta para el alcalde en Génova, que debía enviarlo a
sus padres, a aquellos mismos que lo habían vendido como una bestia. El
pobre muchacho estaba lacerado y enfermo. Le habían dado billete de segunda
clase. Todos lo miraban, algunos le preguntaban, pero él no respondía y
parecía odiar a todos. Tanto lo habían irritado y entristecido las privaciones y
los golpes.
Al fin tres viajeros a fuerza de insistencia, consiguieron hacerlo hablar, y en
pocas palabras torpemente dichas, mezcla de italiano, español y francés, les
contó su historia. Parte por piedad, parte por excitación del vino, le dieron
algunas monedas, instándolo a que contara más.
-¡Toma, toma más!
Y hacían sonar sobre la mesa. El muchacho las recogió todas, dando las
gracias a media voz, con aire malhumorado, pero con una mirada por primera
vez sonriente y cariñosa. Con aquel dinero, podía tomar algún buen bocado a
bordo. Después de dos años de no comer nada más que pan, podía comprarse
una chaqueta, apenas desembarcara en Génova.
Aquel dinero era para el casi una fortuna y en esto pensaba, consolándose
mientras los tres viajeros conversaban y bebían sentados en la mesa. Se los
oía de hablar de sus viajes y de los países que habían visto y de conversación
en conversación vinieron a hablar de Italia. Empezó uno a quejarse de sus
fondas, otro de sus ferrocarriles y después todos juntos animándose, hablaron
mal de todo. De los estafadores, bandidos, comentaban que los empleados no
sabían leer.
-Un pueblo ignorante - decía el primero
-Sucio - añadió el segundo
-La... - exclamó el tercero que iba a decir ladrón pero no pudo terminar la
palabra
Una tempestad de monedas, cayó sobre las cabezas y espaldas de los tres, y
descargó en la mesa y el suelo con un ruido infernal. Los tres se levantaron
furiosos, mirando hacia arriba, y recibiendo aún un puñado de monedas en la
cara.
-Recobrad vuestro dinero - dijo con desprecio el muchacho.
-Yo no acepto limosna de quienes insultan a mi patria.

EL TAZÓN DE MADERA

Un viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años, ya las
manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban.

La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la


vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil.
Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso,
derramaba la leche sobre el mantel.
El hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con
el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente, derrama la leche, hace ruido al
comer y tira la comida al suelo".

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina
del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia
disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su
comida se la servían en un tazón de madera.
De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una
lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin embargo, las únicas
palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que
dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena,
el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo.
Le preguntó dulcemente: ¿Qué estás haciendo?
Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un tazón para ti
y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos".
Sonrió y siguió con su tarea.
Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron
sin habla.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al
respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a
la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con
ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más
cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el
mantel.
Si ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de
la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas.

Los padres y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques
con los que construyen el futuro de su hijo. Seamos constructores sabios y
modelos a seguir.
He aprendido que puedes decir mucho de una persona por la forma en que
maneja tres cosas: un día lluvioso, equipaje perdido y luces del arbolito
enredadas.
He aprendido que independientemente de la relación que tengas con tus
padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo.

He aprendido que aún cuando me duela, no debo estar solo.


La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los
hiciste sentir.

Carta de despedida del Amauta José María Arguedas antes del suicidio.

Señor Rector de la Universidad Agraria,

Jóvenes estudiantes:

Les dejo un sobre que contiene documentos que explican las causas de la
decisión que he tomado.

Profesores y estudiantes tenemos un vínculo común que no puede ser


invalidado por negación unilateral de ninguno de nosotros. Este vínculo existe,
incluso cuando se le niega: somos miembros de una corporación creada para
la enseñanza superior y la investigación. Yo invoco ese vínculo o lo tomo en
cuenta para hacer aquí algo considerado como atroz: el suicidio. Alumnos y
profesores guardan conmigo un vínculo de tipo intelectual que se supone y se
concibe debe ser generoso y no entrañable. De ese modo recibirán mi cuerpo
como si él hubiera caído en un campo amigo, que le pertenece, y sabrán
soportar sin agudezas de sentimiento y con indulgencia este hecho. Me
acogerán en la Casa nuestra, atenderán mi cuerpo y lo acompañarán hasta el
sitio en que deba quedar definitivamente. Este acto considerado atroz yo no lo
puedo ni debo hacer en mi casa particular. Mi Casa de todas las edades es
esta: La universidad. Todo cuanto he hecho mientras tuve energías pertenece
al campo ilimitado de la Universidad y, sobre todo, el desinterés, la devoción
por el Perú y el ser humano que me impulsaron a trabajar. Nombro por única
vez este argumento. Lo hago para que me dispensen y me acompañen sin
congoja ninguna sino con la mayor fe posible en nuestro país y su gente, en la
Universidad que estoy seguro anima nuestras pasiones, pero sobre todo
nuestra decisión de trabajar por la liberación de las limitaciones artificiales
que impiden aún el libre vuelo de la capacidad humana, especialmente la del
hombre peruano. Creo haber cumplido mis obligaciones con cierto sentido de
responsabilidad, ya como empleado, como funcionario, docente y como
escritor. Me retiro ahora porque siento, he comprobado que ya no tengo
energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida.
Con el acrecentamiento de la edad y el prestigio las responsabilidades, la
importancia de estas responsabilidades crecen y si el fuego del ánimo no se
mantiene y la lucidez empieza, por el contrario, a debilitarse, creo
personalmente que no hay otro camino que elegir, honestamente que el retiro.
Y muchos, ojalá todos los colegas y alumnos, justifiquen y comprendan que
para algunos el retiro a la casa, es peor que la muerte. He dedicado este mes
de noviembre a calcular mis fuerzas para descubrir si las dos últimas tareas
que comprometían mi vida podían ser realizadas dado el agotamiento que
padezco desde hace algunos años. No.

No tengo fuerzas para dirigir la recopilación de la literatura oral quechua ni


menos para emprenderla, pero con el Dr. Valle Riestra, Director de
Investigaciones, se convino en que esa tarea la podía realizar conforme al plan
que he presentado. Voy a escribir a la Editorial Einaudi de Turín que aceptó
mi propuesta de editar un volumen de 600 páginas de mitos y narraciones
quechuas. Nuestra Universidad puede emprender y ampliar esta urgente y
casi agónica tarea. Lo puede hacer si contrata, primero, con mi sueldo que ha
de quedar disponible y está en el presupuesto, a Alejandro Ortiz Recamiere, mi
exdiscípulo y alumno distinguido de Lévi—Strauss durante cuatro años y lo
nombra después. Él se ha preparado lo más seriamente que es posible para
este trabajo y puede formar, con el Dr. Alfredo Torero, un equipo del más alto
nivel. Creo que la Editorial Einaudi aceptará mi sustitución por este equipo
que representaría a la Universidad. En cuanto a lo demás está expuesto en mi
carta a Losada y en el “Ultimo Diario” de mi casi inconclusa novela “El zorro
de arriba y el zorro de abajo”. Documentos que acompaño a este manuscrito.
Declaro haber sido tratado con generosidad en la Universidad Agraria y
lamento que haya sido la institución a la que más limitadamente he servido,
por ajenas circunstancias. Aquí, en la Agraria, fui miembro de un Consejo de
Facultad y pude comprobar cuán fecunda y necesaria es la intervención de los
alumnos en el gobierno de la Universidad. Fui testigo de cómo delegados
estudiantes fanatizados y algo brutales fueron siendo ganados por el sentido
común y el espíritu universitario cuando los profesores en lugar de reaccionar
sólo con la indignación lo hacían con la mayor serenidad, energía e
inteligencia. Yo no tengo ya desventuradamente, experiencia personal sobre lo
ocurrido durante los trece meses últimos que he estado ausente, pero creo que
acaso los cambios no hayan sido tan radicales. Espero, creo, que la
Universidad no será destruida jamás; que de la actual crisis se alzará más
perfeccionada y con mayor lucidez y energía para cumplir su misión. Las crisis
se resuelven mejorando la salud de los vivientes y nunca antes la Universidad
ha representado más ni tan profundamente la vida del Perú. Un pueblo no es
mortal, y el Perú es un cuerpo cargado de poderosa savia ardiente de vida,
impaciente por realizarse; la Universidad debe orientarla con lucidez, “sin
rabia”, como habría dicho Inkarri y los estudiantes no están atacados de rabia
en ninguna parte, sino de generosidad sabia y paciente. ¡La rabia no!
Dispensadme estas póstumas reflexiones. He vivido atento a los latidos de
nuestro país. Dispensadme que haya elegido esta Casa para pasar, algo
desagradablemente, a la cesantía. Y, si es posible, acompañadme en armonía
de fuerzas que por muy contrarias que sean, en la Universidad y acaso sólo en
ella, pueden alimentar el conocimiento.

La Molina, 27 de noviembre de 1969.

¿Se comunican los animales?

Así como el hombre está continuamente en la búsqueda de nuevos


mecanismos de comunicación, que nos han llevado a los actuales sistemas
existentes, también en el reino animal, se vienen desarrollando estos
mecanismos, para transformarlos y hacerlos más eficientes en la tarea de
supervivencia. Las abejas en su vuelo establecen un código
comunicacional, los delfines en sus sonidos y distintos matices de voz, las
hormigas, los perros, los gatos, las aves; cada especie ha desarrollado un
mecanismo de comunicación, y seguramente en los próximos años, se
seguirán conociendo cambios tan marcados, que la misma raza humana se
maravillará de lo que verá acontecer.

En este orden de ideas, en Agosto del año 2000, se realizó la conferencia


“Complejidad Social e Inteligencia Animal”, reuniendo a los más ponientes
científicos que estudian la conducta de la comunicación y la inteligencia
en animales que van desde los monos hasta los loros, y desde las ballenas
y delfines hasta las hienas.

Y dentro de este campo de la comunicación, surge la gran incógnita


comunicacional: la del ser humano con los animales.

Independientemente de cualquier evidencia científica, los amantes de los


animales y más específicamente, aquellos que tienen una estrecha relación
y compenetración con sus mascotas han desarrollado la capacidad de
comprender mensajes, deseos, sentimientos y también razonamiento.

De esta capacidad de comunicación con los animales. Destaca como muy


conocida una que data de gran antigüedad, como fue San Francisco de Asís
(Italia 1182 – 1126), quien demás de ser un hombre santo, tenía la rara
cualidad de hacerse querer por los animales y además comunicarse con
ellos. Así las golondrinas le seguían en bandadas y formaban una cruz por
encima de donde el predicaba. Cuando estaba solo en los bosques, una
mirla lo despertaba con su canto, cando era la hora de su oración de la
medianoche, pero no así cuando el santo estaba enfermo; también fue
acompañado por algún tiempo por un conejo, y un lobo feroz le obedeció
cuando el santo le pidió que dejara de atacar a la gente. Cuando hacía
referencia a algunos de éstos, hablaba de los “hermanos” menores.

Actualmente esta inquietud por el conocimiento de la comunicación seres


humanos-animales, ha adquirido carácter de investigación y existen
proyectos que vienen desarrollándose a lo largo de muchos años.

LA VIDA DEL HOMBRE

Dios creó al hombre y le dijo:


-Anda, serás el señor de la tierra y el animal superior. Grandes trabajos y
muchas sorpresas te esperan, pero triunfarás en todo por tu propio esfuerzo.
Tu felicidad depende de tu voluntad. Vivirás treinta años.
El hombre escuchó y se calló.
Dios creó al asno y le dijo:
-Vivirás como esclavo del hombre. Lo llevarás, así como todas las cargas que
te pondrá encima. Serás suficientemente paciente y discreto para soportar,
no solamente las cargas pesadas, sino también las privaciones que te serán
impuestas durante los viajes. Vivirás cincuenta años.
El asno meditó y le contestó:
-Esclavitud, cargas, privaciones y vivir cincuenta años. Es mucho, Señor.
Treinta años me bastarán.
Dios creó al perro y le dijo:
-Anda, serás el compañero del hombre. Lo servirás de guardián, siempre
vigilante en su puerta, sirviéndole con completa obediencia, aunque sólo te
den un hueso para calmar tu hambre. Recibirás golpes; pero, humilde y fiel,
lamerás la mano que te pegará. Vivirás treinta años.
El perro pensó y replicó:
-Vigilar día y noche, recibir golpes, tener hambre y vivir treinta años…, No,
Señor, quiero diez solamente.
Dios creó al mono, y le dijo:
-Anda, tu oficio es divertir al hombre saltando de rama en rama o bien
amarrado con una cadena. Tratarás, copiando sus gestos e imitándole y
haciendo muecas de hacerle olvidar sus molestias y alegrarlo. Vivirás
cincuenta años.
El mono frunció el ceño y le repuso:
-Señor es demasiado para una vida indigna. Me basta vivir treinta años.
Hablando entonces el hombre, dijo:
-Veinte años que el asno no ha querido, veinte años que el perro ha
desdeñado y veinte años que el mono ha rehusado, démelos, Señor, pues
treinta años son pocos para el rey de los animales.
-Tómalos -dijo el creador-. Vivirás noventa años, pero con una condición: tú
realizarás en tu vida no sólo tu destino, sino también el del asno, el perro y el
mono.
Hasta los treinta años, valiente, resistente, enfrenta peligros y obstáculos.
Lucha resueltamente, vence y domina: es el hombre.
De treinta a cincuenta años, tiene una familia, y trabaja sin descanso para
mantenerla. Educa a sus hijos, se esfuerza por asegurarles un buen porvenir.
Las cargas y responsabilidades se le acumulan encima: es el asno.
De cincuenta a sesenta años es el centinela de la familia. Abnegado y dócil,
su deber es defenderla, pero ya no puede hacer prevalecer su voluntad.
Contrariado, se humilla, obedece: es el perro.
De setenta a noventa años, sin fuerza gibano, tembloroso, arrugado, vive
arrinconado, inútil y ridículo. Su gula hace reír, así como sus gruñidos y su
chochez. Sabe que ya no se le toma en serio, pero se resigna y le gusta
hacerse el payaso para los niños: es el mono.

Javier Márquez

¿Estamos solos en el Universo?

¿Has mirado alguna vez el cielo nocturno y te has preguntado si alguien, o


algo, está regresando tu mirada?, ¿o si habrá surgido la vida en algún otro
lugar?
De manera intuitiva, se siente como si no pudiésemos estar solos. Por cada
una de las 2 mil estrellas que puedes ver a simple vista, hay otras 50 millones
de estrellas en nuestra galaxia, que es una de 100.000 millones de galaxias.
En otras palabras, la estrella que orbitamos es sólo una de
10.000.000.000.000.000.000.000 en el cosmos. Seguramente hay otro punto
azul allí fuera, ¿un hogar para vida inteligente como nosotros? En realidad no
lo sabemos.
Una manera de estimar la cantidad de civilizaciones inteligentes fue concebida
por el astrónomo Frank Drake. Su ecuación toma en cuenta el ritmo de
formación de estrellas, la fracción de estas estrellas que posee planetas y la
probabilidad de que surja la vida, vida inteligente, y criaturas inteligentes
capaces de comunicarse con nosotros.

Ahora es posible dar valores para algunos de estos factores. Sabemos que
cada año nacen aproximadamente 20 estrellas en la Vía Láctea y hemos
detectado más de 700 exoplanetas. Aproximadamente una cuarta parte de las
estrellas poseen un planeta similar en masa a la Tierra.
Pero estimar los factores biológicos es poco más que hacer conjeturas.
Sabemos que la vida se adapta fácilmente una vez que surge, pero no sabemos
cuán fácil es que aparezca la vida en primer lugar.

Planeta único
Algunos astrónomos creen que la vida es casi inevitable en cualquier planeta
habitable. Otros sospechan que la vida simple es común, pero que la vida
inteligente es extremadamente rara. Unos pocos creen que nuestro planeta es
único. “La vida puede o no formarse fácilmente”, dice el físico Paul Davies de
la Universidad Estatal de Arizona en Tempe. “Estamos en completa
oscuridad”.

Basta de ecuaciones. ¿Qué hay acerca de la evidencia? Hallar vida en Marte


probablemente no ayudará, dado que muy probablemente compartiría su
origen con la vida terrícola. “Es indudable que los impactos pueden haber
llevado organismos hasta Marte”, dice Davies. “Marte y la Tierra no son
ecosistemas independientes”.
Descubrir vida en Titán sería más revelador. Titán es el único lugar en el
Sistema Solar –además de la Tierra- con líquido en su superficie; tiene lagos
de etano. “Estamos comenzando a creer que si hay vida en Titán, tendría un
origen distinto”, dice Dirk Schulze-Makuch de la Universidad Estatal de
Washington en Pullman. “Si podemos encontrar un origen distinto, podremos
decir ‘muy bien, hay un montón de vida en el Universo’”.
Descubrir microbios alienígenas en nuestro sistema solar sería una especie
de prueba de que no estamos solos, pero lo que en realidad queremos saber es
si hay otra inteligencia allí fuera. Durante 50 años, los astrónomos han
barrido el cielo con radiotelescopios en búsqueda de cualquier indicio de un
mensaje. Hasta ahora, nada.
Pero eso no significa que ET no esté allí. Ellos podrían no saber dónde
estamos. Las únicas pruebas de nuestra existencia que alcanzan regiones más
allá del Sistema Solar son las señales de radio y la luz de nuestras ciudades.
“Sólo hemos estado transmitiendo poderosas señales de radio desde la
segunda Guerra mundial”, dice Seth Shostak del Instituto SETI en Mountain
View, California. Así que nuestra tarjeta de presentación se ha filtrado sólo 70
años-luz en el espacio, una gota en el océano.
“Es probablemente seguro decir que incluso si la galaxia local está atestada
de seres extraterrestres, ninguno de ellos sabe que el Homo sapiens está
aquí”, dice Shostak. También funciona desde el otro lado. Dado el tamaño del
Universo y la velocidad de la luz, la mayoría de las estrellas y planetas están
simplemente fuera de nuestro alcance.
También es posible que la vida inteligente esté separada de nosotros por el
tiempo. Después de todo, el humano sólo ha existido durante una minúscula
fracción de la historia de la Tierra y puede ser sólo una fase pasajera. Puede
ser muy improbable que un planeta cercano no sólo albergue vida inteligente,
sino que lo haga en este momento.
Pero digamos que hacemos contacto con extraterrestres. ¿Cómo
reaccionaríamos? La NASA tiene planes, y la mayoría de las religiones afirman
que serían capaces de asimilar la idea, pero no sabemos con certeza qué
ocurriría.
Lo más probable es que nunca lo sepamos. Incluso si la Tierra no es el único
planeta con vida inteligente, parece que viviremos el resto de nuestra
existencia como si lo fuera, pero con una persistente sensación de que eso no
puede ser así.

Fuente: New Scientist – febrero 2012.

Los zapatos del campesino

Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a


quien los alumnos consideraban su amigo debido a su bondad para quienes
seguían sus instrucciones.

Mientras caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y


supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo de al
lado y que estaba por terminar sus labores diarias.

El alumno dijo al profesor: "Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y


ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los
encuentre".

Mi querido amigo - le dijo el profesor - nunca tenemos que divertirnos a


expensas de los pobres. Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre.
Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo
reacciona cuando las encuentre.

Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre pobre,
terminó sus tareas, y cruzó el terreno en busca de sus zapatos y su abrigo.

Al ponerse el abrigo deslizó el pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se


agachó para ver qué era y encontró la moneda. Pasmado, se preguntó qué
podía haber pasado. Miró la moneda, le dió vuelta y la volvió a mirar.

Luego miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie. La


guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al
encontrar la otra moneda. Sus sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas
y levantó la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz
alta, hablando de su esposa enferma y sin ayuda y de sus hijos que no tenían
pan y que debido a una mano desconocida no morirían de hambre.

El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de


lágrimas.

Ahora- dijo el profesor- ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho
una broma?

El joven respondió: "Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré.


Ahora entiendo algo que antes no entendía: es mejor dar que recibir".
EL SUEÑO DEL CELTA
Mario Vargas Llosa

Cuando abrieron la puerta de la celda, trayéndole la frugal cena de costumbre


—caldo, ensalada y pan—, Roger se dio cuenta de que llevaban varias horas
conversando. Moría el atardecer y comenzaba la noche, aunque algo de sol brillaba
aún en los barrotes de la pequeña ventana.
Rechazó la cena y se quedó sólo con la botellita de agua. Y entonces recordó que,
en una de sus primeras expediciones por el África, el primer año de su estancia en
el continente negro, había pernoctado unos días en una pequeña aldea, de una
tribu cuyo nombre había olvidado (¿los bangui, tal vez?). Con ayuda de un
intérprete conversó con varios lugareños. Así descubrió que los ancianos de la
comunidad, cuando sentían que iban a morir, hacían un pequeño atado con sus
escasas pertenencias y, discretamente, sin despedirse de nadie, tratando de
pasar desapercibidos, se internaban en la selva. Buscaban un lugar tranquilo,
una playita a orillas de un lago o un río, la sombra de un gran árbol, un altozano con
rocas. Allí se tumbaban a esperar la muerte sin molestar a nadie. Una manera sabia
y elegante de partir.
Los padres Carey y MacCarroll quisieron pasar la noche con él, pero Roger no lo
consintió. Les aseguró que se encontraba bien, más tranquilo que en los últimos
tres meses. Prefería quedarse solo y descansar. Era verdad. Los religiosos, al ver la
serenidad que mostraba, accedieron a partir.
Cuando salieron, Roger estuvo largo rato contemplando las prendas de vestir que
le había dejado el sheriff. Por una extraña razón, estaba seguro de que le traería
aquellas ropas con las que fue capturado en esa desolada madrugada del 21 de
abril en ese fuerte circular de los celtas llamado McKenna's Fort, de piedras
carcomidas, recubiertas por la hojarasca, los helechos y la humedad y rodeadas de
árboles donde cantaban los pájaros. Tres meses apenas y le parecían siglos. ¡Qué
sería de esas ropas! ¿Las habrían archivado también, junto con su expediente? El
traje que le planchó Mr. Stacey y con el que moriría dentro de unas horas se lo
había comprado el abogado Gavan Duffy para que apareciese presentable ante el
Tribunal que lo juzgó. Para no arrugarlo, lo estiró bajo la pequeña colchoneta del
camastro. Y se echó, pensando que le esperaba una larga noche de desvelo.
Asombrosamente, al poco rato se durmió. Y debió dormir muchas horas porque,
cuando abrió los ojos con un pequeño sobresalto, aunque la celda estaba en
sombras advirtió por el cuadradito enrejado de la ventana que comenzaba a
amanecer. Recordaba haber soñado con su madre. Ella tenía una cara afligida y él,
niño, la consolaba diciéndole: «No estés triste, pronto nos volveremos a ver». Se
sentía tranquilo, sin miedo, deseoso de que terminara aquello de una vez.
No mucho después, o acaso sí, pero él no se había dado cuenta de cuánto
tiempo había pasado, se abrió la puerta y, desde el vano, el sheriff—la cara
cansada y los ojos inyectados como si no hubiera pegado los ojos— le dijo: —Si
quiere bañarse, debe ser ahora. Roger asintió. Cuando avanzaban hacia los
baños por el largo pasillo de ladrillos ennegrecidos, Mr. Stacey le preguntó si
había podido descansar algo. Cuando Roger le dijo que había dormido unas
horas, aquél murmuró:
«Me alegro por usted». Luego, cuando Roger anticipaba la sensación grata que
sería recibir en su cuerpo el chorro de agua fresca, Mr. Stacey le contó que, en la
puerta de la prisión, habían pasado toda la noche, rezando, con crucifijos y
carteles contra la pena de muerte, muchas personas, algunos sacerdotes y
pastores entre ellas. Roger se sentía raro, como si no fuera ya él, como si otro lo
estuviera reemplazando. Estuvo un buen rato bajo el agua fría. Se jabonó
cuidadosamente y se enjuagó, frotándose el cuerpo con ambas manos. Cuando
regresó a la celda, allí estaban ya, de nuevo, el padre Carey y el padre MacCarroll.
Le dijeron que el número de gente agolpada en las puertas de Pentonville
Prison, rezando y blandiendo pancartas, había crecido mucho desde la
noche anterior. Muchos eran parroquianos traídos por el padre Edward
Murnaue de la iglesita de Holy Trinity, donde acudían las familias irían-desas del
barrio. Pero también había un grupo que vitoreaba la ejecución del «traidor». A
Roger, estas noticias lo dejaron indiferente. Los religiosos esperaron afuera de la
celda que se vistiera. Se quedó impresionado de lo que había enflaquecido.
Las ropas y los zapatos le bailaban.
Escoltado por los dos curas y seguido por el sheriff y un centinela armado, fue a
la capilla de Pentonville Prison. No la conocía. Era pequeña y oscura, pero había
algo acogedor y apacible en el recinto de techo ovalado. El padre Carey ofició
la misa y el padre MacCarroll hizo de monaguillo. Roger siguió la ceremonia
conmovido, aunque no sabía si era por las circunstancias o por el hecho de que
iba a comulgar por primera y última vez. «Será mi primera comunión y mi viático»,
pensó. Luego de comulgar, intentó decir algo a los padres Carey y MacCarroll
pero no halló las palabras y permaneció silencioso, tratando de orar.
Al volver a la celda habían dejado junto a su cama el desayuno, pero no quiso
comer nada. Preguntó la hora, y esta vez sí se la dijeron: las ocho y cuarenta de la
mañana. «Me quedan veinte minutos», pensó. Casi al instante, llegaron el
gobernador de la prisión, junto con el sheriff y tres hombres vestidos de civil,
uno de ellos sin duda el médico que constataría su muerte, algún funcionario
de la Corona, y el verdugo con su joven ayudante. Mr. Ellis, hombre más bien
bajo y fortachón, vestía también de oscuro, como los otros, pero llevaba las
mangas de la chaqueta remangadas para trabajar con más comodidad. Traía una
cuerda enrollada en el brazo. En su voz educada y carrasposa le pidió que
pusiera sus manos a la espalda porque debía atárselas. Mientras se las amarraba,
Mr. Ellis le hizo una pregunta que le pareció absurda: «¿Le hago daño?». Negó con la
cabeza. Father Carey y father MacCarroll se habían puesto a rezar letanías en
voz alta. Siguieron rezándolas mientras lo acompañaban, cada uno a su lado, en el
largo recorrido por sectores de la prisión que él desconocía: escaleras, pasillos, un
pequeño patio, todo desierto. Roger apenas advertía los lugares que iban dejando
atrás. Rezaba y respondía a las letanías y se sentía contento de que sus pasos
fueran firmes y de que no se le escapara un sollozo ni una lágrima.
A ratos cerraba los ojos y pedía clemencia a Dios, pero quien aparecía en su mente era
el rostro de Anne Jephson.
Por fin salieron a un descampado inundado de sol. Los esperaba un pelotón de
guardias armados. Rodeaban una armazón cuadrada de madera, con una
pequeña escalerilla de ocho o diez peldaños. El gobernador leyó unas frases, sin
duda la sentencia, a lo que Roger no prestó atención. Luego le preguntó si quería
decir algo. El negó con la cabeza, pero, entre dientes, murmuró: «Irlanda». Se volvió a
los sacerdotes y ambos lo abrazaron. El padre Carey le dio la bendición.
Entonces, Mr. Ellis se acercó y le pidió que se agachara para poder vendarle los
ojos, pues Roger era demasiado alto para él. Se inclinó y mientras el verdugo le
ponía la venda que lo sumió en la oscuridad le pareció que los dedos de Mr. Ellis
eran ahora menos firmes, menos dueños de sí mismos, que cuando le ataron las
manos. Cogiéndolo del brazo, el verdugo le hizo subir los peldaños hacia la
plataforma, despacio para que no fuera a tropezar.
Escuchó unos movimientos, rezos de los sacerdotes y, por fin, otra vez, un
susurro de Mr. Ellis pidiéndole que bajara la cabeza y se incinara algo, please, sir.
Lo hizo, y, entonces, sintió que le había puesto la soga alrededor del cuello.
Todavía alcanzó a oír por última vez un susurro de Mr. Elhs: «Si contiene la
respiración, será más rápido, sir».
Le obedeció.
EL león y el perrito
En un jardín zoológico de Londres, se mostraban las fieras al público a cambio
de dinero o de perros y gatos que servían para alimentarlas.

Una persona que deseaba verlas, y no poseía dinero para pagar la entrada,
cogió al primer perro callejero que encontró y lo llevó a la Casa de Fieras. Le
dejaron pasar e inmediatamente echaron al perro a la jaula del león para que
éste se lo comiera. El perro asustado se quedó en un rincón de la jaula,
observando al león, que se acercó para olfatearlo.

El perro se puso patas arriba y empezó a menear la cola.

El león le tocó ligeramente con la pata y el perro se levantó, sentándose sobre


sus patas traseras.

El león iba examinándolo por todas partes, moviendo su enorme cabeza pero
sin hacerle el menor daño. Al ver que el león no comía al perro, el guardián de
la jaula le echó un pedazo de carne. El león cogió un trozo y se lo dio al perro.

Al llegar la noche, el león se echó en el suelo para dormir y el perro se


acomodó a su lado, colocando la cabeza sobre la pata de la fiera.

A partir de entonces, los dos animales convivieron en la misma jaula. El león


no hacía ningún daño al perro, dormía a su lado y a veces incluso jugaba con
él.

Cierto día, un señor visitó el zoológico y reconoció al perro que se había


extraviado. Fue a pedir al director que se lo devolviera, y cuando iban a
sacarlo de la jaula el león se enfureció y no hubo forma de conseguirlo.

Así, el león y el perro siguieron viviendo en la misma jaula durante una año
entero.

Al cabo de un año, el perro se puso enfermo y murió.

El león dejó de comer, se puso triste y olfateaba al perro, lamiéndolo y


acariciándolo con la pata.

Al comprender que su amigo había muerto, se enfureció, empezó a rugir y a


mover la cola con rabia, tirándose contra los barrotes de la jaula, como
queriendo destrozarla.

Así pasó todo el día. Luego se echó al lado del perrito y permaneció quieto,
pero no permitió que nadie se llevara de la jaula el cuerpo sin vida de su
amigo.
El guardían creyó que el león olvidaría al perro si metía a otro en la jaula, y así
lo hizo, pero, ante su asombro, vio cómo lo mataba en el acto, devorándolo.
Luego, se echó nuevamente, abrazando al perro muerto y permaneció así
durante cinco días. Al sexto día, el león también murió.
La caída de un Casanova

Giovanni Vigliotto era un auténtico don Juan y su encanto le llevaba de una


conquista romántica a otra. Pero lo cierto es que no se trataba de conquistas
sucesivas porque, en realidad, Vigliotto estaba casado simultáneamente con
varias mujeres.
Nadie sabe con seguridad cuántas veces se casó a lo largo de su carrera
porque lo suyo parecía ciertamente una carrera romántica, pero bien pudo
haberlo hecho unas cien veces ya que Vigliotto se ganaba la vida casándose
con mujeres ricas. Pero todo concluyó cuando Patricia Gardner, una de sus
conquistas, le demandó por bigamia.
El juicio puso de relieve lo que llevó a tantas mujeres a enamorarse de él.
Gardner admitió que una de las cosas que más le atrajo de aquel encantador
bígamo fue lo que ella denominó el rasgo sincero de mirarla directamente a los
ojos y sonriendo aunque lo cierto era que mentía más que un sacamuelas.
Son muchas las cosas que los expertos de las emociones saben leer en la
mirada. Según dicen, es muy frecuente que la tristeza, el disgusto y la culpa o
la vergüenza nos hagan bajar la mirada, desviarla y bajarla y desviarla,
respectivamente. Esto es algo que la mayoría de la gente sabe de manera
intuitiva, por ello la sabiduría popular nos advierte de que un indicio de que
alguien está mintiendo es su incapacidad de mirar directamente a los ojos .
Esto es algo que Vigliotto, como buen estafador, sabía muy bien y era lo
suficientemente diestro para sonreír y mirar directamente a los ojos de sus
víctimas.
Él estaba tramando algo, pero quizás tenía más que ver con el establecimiento
del vínculo que con la mentira. En opinión de Paul Ekman, un experto
mundialmente conocido en la detección de la mentira, la mirada que parece
decir debes creer lo que te estoy diciendo no parece tener mucho que ver con
decir o no la verdad.
A lo largo de sus muchos años de estudio sobre la expresión facial de las
emociones, Ekman se ha especializado en la detección de la mentira. Su ojo
está tan adiestrado en el registro de las sutilezas faciales que detecta
fácilmente discrepancias entre la máscara de las emociones fingidas que
utiliza una persona y las fugas que expresan lo que realmente está
sintiendo.27 Mentir exige la actividad consciente e intencional de lo que
denominamos vía superior, que controla los sistemas ejecutivos que
mantienen la congruencia entre nuestras palabras y nuestras acciones. En
opinión de Ekman, los mentirosos prestan más atención a la elección de sus
palabras y censuran lo que dicen, desatendiendo simultáneamente su
expresión facial.
La represión de la verdad exige tiempo y esfuerzo mental. Cuando una persona
miente al contestar a una pregunta, su respuesta se inicia un par de segundos
después que cuando es sincera, un retardo debido al esfuerzo que se requiere
para elaborar la mentira y controlar los canales emocionales y físicos a través
de los cuales la verdad puede acabar desvelándose.
Mentir bien exige concentración, un esfuerzo mental que requiere del concurso
de la vía superior. Pero, puesto que la atención es una capacidad limitada, el
hecho de mentir -que va acompañado de la inhibición del despliegue
involuntario de emociones que podría traslucir esa mentira- consume una
dosis extra de recursos neuronales del área prefrontal que la deja
provisionalmente vacía para acometer otra tarea. Sólo las palabras pueden
mentir. Pero el signo más frecuente de que alguien miente tiene que ver con la
discrepancia entre sus palabras y su expresión facial, como cuando alguien
nos asegura que está muy bien mientras el temblor de voz revela claramente la
angustia que está experimentando.
«No existe ningún detector de mentiras completamente fiable -me dijo Ekman-
. Pero cualquiera puede detectar las situaciones críticas», es decir, los
momentos en los que las emociones de la persona no coinciden con lo que nos
dice, indicio de un esfuerzo mental adicional que requiere a gritos una
consideración más detenida. Y las razones de esa discrepancia pueden ser
muy diversas, desde el simple nerviosismo hasta la más desvergonzada de las
mentiras.
Los músculos faciales y la decisión de mentir se hallan controlados,
respectivamente, por la vía inferior y por la vía superior. Es por ello que,
mientras estamos contando una mentira, nuestro rostro contradice lo que
estamos diciendo. A fin de cuentas, la vía superior encubre, mientras que la
inferior revela.
Los circuitos de la vía inferior abren muchos caminos al puente neuronal
silencioso que conecta nuestros cerebros. Son precisamente ellos los que nos
ayudan a eludir los escollos que amenazan nuestras relaciones, contribuyendo
a detectar también en quién podemos confiar y a quién debemos evitar y
transmitiendo contagiosamente nuestros sentimientos.

Receta para llegar a veinte


Tankar Rau Rau Amaru

El escritor sube de noche a un cerro elevado. Ya en la cumbre, tendido boca


arriba, fija la mirada en el corazón del firmamento. Se le ocurre algo: llegar a
veinte. Eso mismo. Llegar a veinte, pero ¿cómo? Tal vez en la ciudad le ayuden a
encontrar la fórmula.
El escritor va en busca de un abogado, quizás le sirva de algo. Total, el
escritor vive en un país donde ha prosperado la industria de las leyes. Hay miles
de ellas, de todos los tamaños, para todos los gustos, y los abogados salen en
serie de las universidades.
—Doctor, tengo un serio problema. Quiero llegar al número veinte y no
encuentro la forma.
-Ajá, amigo mío. Siéntese...
El abogado, un caballero de corbata ancha, se coge la barbilla y mira al
visitante. «Llegar a veinte, qué extraño», piensa. No sabe que aquel joven es
escritor porque no lo parece, pero bien puede ser un chistoso que le quiere
tomar el pelo. Sin embargo, tiene apariencia de muchacho serio, que le mira con
confianza de amigo e ingenuidad de chiquillo. El abogado concluye que se trata
de un campesino analfabeto interesado en saber de números. «Este muchacho
debe ir urgente a la escuela, tiene que aprender a sumar», piensa. Pero,
abogado como es, antes de enviarlo a las aulas, decide sacarle alguito.
—Bueno, amigo mío, es un caso difícil —dice el abogado—. Le va a costar
dos mil soles, pago adelantado.
Al escritor le parece una suma elevada. Piensa un momento. Total, el
objetivo es llegar a veinte. Cuenta los billetes.
—Le pagaré un poco más, doctor. Pero necesito la respuesta con
urgencia.
—Soy especialista en resolver los casos más difíciles. Usted tomó una
decisión inteligente al contratar mis servicios. No se arrepentirá...
Y se pone a explicar más o menos cómo será el proceso. Llegar al número
veinte será como quitarle la casa al señor Veinte. Veamos: el señor Veinte tiene
dos vecinos, el Diecinueve y el Veintiuno. Con el primero no se lleva bien
porque éste, que es arribista, quiere ser Veinte y trata de entrar a su terreno. El
Veintiuno es su amigo, aunque este número anda un tanto temeroso, cuidándose
todo el tiempo para que Veinte no avance y ocupe su lugar. Ambos números, a
su vez, tienen buenos aliados, el Dieciocho y el Veintidós, que son al mismo
tiempo enemigos implacables.
—Tus amigos son tales, amigo mío, mientras no toques su territorio. Ésa
es la verdad.
El doctor explica después, muy en serio, algunos pasos de lo que será su
trabajo.
—No creas que será fácil, amigo mío —dice bajando la voz—. El Veinte se
defenderá por todos los medios. La Ley Padre, ley de leyes, dice que tenemos que
pedir la ayuda del Número Diecinueve, que tiene un aliado importante, el
Diecisiete. Ambos son nuestros amigos naturales y serán útiles en esta
pelea... Bueno, regrese. En una semana tendré la fórmula para llegar a Veinte.
El escritor sale de la oficina más confundido de lo que entró. Números
amigos, números enemigos, fórmula, ley de leyes, una semana...
Se hunde en los bosques. Cabalga en pampas interminables.
Pesca truchas plateadas. Nada en riachuelos. Cuando, una semana después,
regresa a la oficina del doctor, aún no está seguro de empezar su relato.
El abogado le espera con buenos ánimos.
—Ya tenemos parte de la fórmula, amigo mío. Ley Cien Mil Doscientos, Ley Padre,
ley de leyes, nos dice que tenemos que consultar con la Ley Hijo, Artículo
Veintiocho. Este artículo nos sugiere que en nuestra lucha debemos servirnos
de los números impares que son, en buena cuenta, enemigos naturales de los
pares, porque andan en pareja y se pueden dividir en dos como los duraznos.
Naturalmente, como suele ocurrir siempre, hay algunos amigos pares que
colaborarán. Son el Seis y el Treinta... Así que el camino será el siguiente: nuestro
punto de partida es el Tres. Le sumamos otros Tres y tenemos Seis. Al Seis le
multiplicamos por Cinco y llegamos a Treinta. Ahora tenemos que dividir entre
Tres y tenemos Diez. Usted me dirá por qué no sumamos Cinco más Cinco
para llegar más rápido al número Diez, y sumamos Diez más Diez para llegar a
Veinte. Mi respuesta es que necesitamos confundir a Veinte. Nuestro enemigo no
debe saber que vamos hacia él en forma directa, derecho como por una calle recta,
porque se pone a la defensiva y comienza a juntar aliados. Si saltamos a Treinta y
regresamos a Diez pensará que estamos jugando a la aritmética. Una idea
genial, ¿verdad? Claro que sí, amigo mío. Para ser abogado hay que ser artista,
matemático, político, aunque algunos de mis colegas pierden el juicio sin estar
locos... Bueno, sigamos. El número Diez no quiere colaborar, así que he
decidido utilizar la Ley Nieto, un inciso, un pequeñín que andaba oculto por
ahí. El Inciso g) dice que es posible sacar el número Diez del camino.
Eliminado el número Diez, avanzamos en nuestro objetivo de llegar a Veinte.
Pero aquí surge un problemita: si bien la Ley Nieto, el inciso, sirve para
destruir un número, no nos sirve para avanzar. Déjame explicarte: si quitamos
el Diez del camino, el O nce baj a a Diez, el Doce al Once, así
sucesivamente, hasta que nuestro número, el Veinte, se convierte en
Diecinueve, asunto tan complicado en que terminamos peleando contra otro
número, en otro escenario, donde nuestros amigos, los que eran impares, se
convierten en pares y terminan peleando contra nosotros, y nuestros enemigos,
los que eran pares, andan perdidos y asustados porque el mundo se ha puesto
al revés. ¡Los números también tienen vida, amigo mío!
—Así parece, doctor...
—Y como usted ve, con el Diez negándose a ser nuestro aliado, llegamos a
un punto ciego. Aquí mi formación de abogado y mis habilidades
negociadoras me aconsejan conciliar sí o sí con el Diez. Necesitamos pagarle
algo...
—Cuánto, doctor...
—Mil soles...
—Aquí tiene, doctor...
El abogado piensa que el campesino iletrado tiene mucho ganado,
quizás mil, quizás más...
—En una semana tendremos novedades, amigo mío. ¡Piense usted en el
resultado, en llegar a veinte! Ah, no se vaya todavía. En vista de que el caso se
ha complicado, usted tiene que aumentarme algo...
—Cuánto, doctor...
—Por ser mi amigo, que sea mil.
El escritor sale aturdido por fórmula tan compleja, tropieza en la puerta
con una anciana que camina con bastón (tiene la forma de Cinco) y piensa que se
ha metido en un lío de números que, ahora acaba de entenderlo, tiene para rato.
El escritor regresa a la oficina del abogado en la fecha señalada. Le surgen
algunas ideas para comenzar su relato.
—Pase amigo mío, tome asiento. Hay noticias. ¡El caso está a punto de
originar una conflagración mundial! El Cinco se ha juntado con el Cero en un
matrimonio por conveniencia y se ha convertido en Cincuenta, que es un
número par y por tanto nuestro enemigo. El Diez, al que pagamos, convive con
dos Unos y es, ahora, Mil Once. No sólo eso. La guerra de los números se ha
trasladado a otro escenario. La Ley Padre, ley de leyes, se enfrenta con la Ley
Hijo, que a su vez le ha declarado la guerra a muerte a la Ley Nieto. De modo
que la pelea se realiza en dos frentes. Aquí las leyes a punto de quebrar el
orden universal, cada quien con la ayuda de otras leyes, y allá los números pares
contra los impares, alineados como comandos, formando alianzas y preparando
armas. ¡Ojalá que la sangre no llegue al río!
El doctor lanza nuevas fórmulas.
—¡Amigo mío, en cinco días tendremos ganada la pelea si el enemigo no
sale con una nueva estratagema!
Se emociona el doctor, abre libros voluminosos, recita Artículos enteros. Y se
queda ideando mil caminos para llegar a Veinte. Mientras tanto, el escritor sale
de la oficina pensando que esta noche en sueños será un Napoleón mandando a
cinco millones de números uniformados de verde.
El escritor pasa los días estudiando la forma de llenar esas páginas
vacías que tiene delante. Regresa donde el abogado a los cinco días.
—¡Hemos ganado, amigo mío! —exclama el doctor—. Después de la
confusión, viene el orden. Sólo que hay un detalle: el juez es amigo de Veinte,
cosa que está fuera de nuestro alcance... Salvo que le paguemos una suma
importante...
El escritor se lleva las manos a los bolsillos. No encuentra nada.
Semana a semana ha dejado en el escritorio del abogado todo el dinero con
que contaba.
—Ya no tengo nada, doctor...
—Pero tienes que pagar, amigo mío. Ahora tienes que defenderte. Porque
las leyes y los números saldrán a atacarte. Querrán cobrarte por daños y
perjuicios. ¡Ahora serán ellos los que quieran partirte en veinte!
El escritor siente en la boca el olor nauseabundo del Dos. Sale de la oficina y
se va de la ciudad. Acaba de entender que en su país las leyes fueron preparadas
para ponerle cabes a la marcha del mundo, para aturdir la razón. Vuelve a la choza
de su padre, a las colinas andinas. El padre cultiva la tierra, cuida las ovejas.
El escritor ya tiene la idea para escribir el relato. Pero falta algo más.
Decide regresar a la ciudad porque se ha enterado de la llegada de una persona
interesante, un alienista. Sus palabras quizás le sirvan para decir algo en estas
páginas que esperan ser llenadas con estilo y buena prosa.
—Doctor, tengo un serio problema. Quiero llegar al número veinte y no
encuentro la forma.
La cara del psicólogo no se altera por nada, ha visto peores casos en la
vida.
—¿Hace cuánto tiempo padeces ese problema? —Tres meses...
El médico llena algunas páginas con letra ininteligible. Y pregunta:
nombre, apellido, años, grado de instrucción, hijos... Luego:
—Y cómo vas en el amor?
El joven escritor, que tiene diecisiete años, aún no ha pensado en eso.
—Estuve enamorado hace un tiempo, doctor. Ella se fue a Lima, creo que
un chico...
—Se fueeeeeeeeeee con un chiiiiiico... ¿Y era mayor que tú?
—Sí. _¿Veinte años? _Sí.
El médico sonríe y se acomoda en su asiento.
—El problema puede estar ahí —dice.
Y lanza fórmulas para el alma, con el único fin de modificar en la mente
del joven el recuerdo de la muchacha de veinte años que se fue con otro.
Complejo de Edipo, todos lo hemos tenido; amar a mujeres mayores, ese no
es un problema. El problema es no superarlo. El joven escritor le escucha, esta
visita está resultando entretenida.
Dos semanas con el alienista. Diez consejos y pastillas para dormir...
—¿Y cómo vas en los estudios?
—Bien...
—¿Te gusta ocupar el primer lugar?
—Casi siempre saco veinte...
—¡Ajá! —salta el psicólogo en su asiento—. Por ahí también puede
andar la cosa...
Y el médico realiza dos semanas de tratamiento. El número veinte como
obsesión. Uno no puede sacar veinte en todos los exámenes. Se puede ser el
mejor sin sacar las mejores notas. La vida no sólo son números sino también la
fuerza interior, los valores. Además, mire usted bien por entero: aquí de nada
sirve sacar veinte todos los años porque, al final, los dueños del país no siempre
son los mejores sino los que más dinero tienen o los que más trampas hacen.
Cuide sus becerros, sus carneros, jovencito, la vida es más tranquila allá arriba,
donde no le alcanzarán los sinsabores de la ciudad y los maleficios de la
modernidad.
El joven escritor ya tiene el relato en la cabeza. El abogado y el alienista
le han dado la receta. Aunque ellos no lo entendieron, el veinte equivale en el
vocabulario del escritor a un relato completo. El diez es la mitad de un relato.
Mañana a esta hora las páginas en blanco ya estarán llenas y usted ya las habrá
leído.

En busca de la identidad juvenil

El culto a la propia imagen y a la autoafirmación, en ocasiones a través de la


violencia, son el origen de la proliferación, dentro de las grandes ciudades de
todo el mundo, del fenómeno conocido con el nombre de “tribus urbanas”.
Sin pretender calificarlo de exclusivo, representa al menos un síntoma de las
tendencias por las que se ha encaminado una parte de la juventud.

Denominamos tribus urbanas a las pandillas, bandas o, simplemente,


agrupaciones de jóvenes y adolescentes, que se visten de modo parecido y
llamativo, siguen hábitos comunes y se hacen visibles, sobre todo, en las
grandes ciudades. Las tribus urbanas se presentan no sólo como potenciales
fuentes de agresividad, sino, ante todo, como el resultado de innumerables
tensiones, contradicciones y ansiedades que embargan a la juventud
contemporánea

La “neotribalización” de los jóvenes responde a un fenómeno de hondo


calado, como una respuesta, social y simbólica, frente a la excesiva
racionalidad burocrática de la vida actual, el aislamiento individualista a
que nos someten las grandes ciudades, y a la frialdad de una sociedad
extremadamente competitiva. Adolescentes y jóvenes suelen ver en las tribus
la posibilidad de encontrar una nueva vía de expresión, un modo de alejarse
de la normalidad que no les satisface y, ante todo, la ocasión de intensificar
vivencias personales y encontrar un núcleo gratificante de afectividad: una
especie de cobijo emotivo por oposición a la “intemperie” urbana
contemporánea, que, paradójicamente, les lleva a la calle

Parece claro que los adolescentes y los jóvenes son especialmente sensibles
a su situación en el mundo. Por eso dependen estrechamente –aunque a
veces no lo parezca- de la consideración de los otros, y buscan, por infinidad
de medios, construir su propio estatus relacional. De aquí su trabajo
incansable por la apariencia, la ropa, los modos y las modas.

La otra clave de las tribus urbanas es la afectividad grupal que son capaces
de dispensar. Sus miembros acuden a ellas, entre otras cosas, para sentir
cohesión con los otros, para encontrar apoyo sentimental y para compartir
experiencias y actitudes con quienes consideran iguales. Las tribus son un
ámbito de contacto físico, una oportunidad para la cercanía de los cuerpos y
de los sentidos, una ocasión para la evasión de un mundo demasiado frío y
tecnológico.

Pero búsqueda de reputación y afectividad se combinan en las tribus con el


espíritu de rebeldía y de marginación que la mayoría de ellas tiende a
exaltar. Los jóvenes y adolescentes que se “alistan” en las tribus tienen, en
general, actitudes de contestación a la sociedad adulta o a sus instituciones.
De esta manera, cuando se visten, se adornan o se comportan siguiendo
ritos, ritmos y costumbres que no pertenecen a la normalidad adulta, están
manifestando su rebeldía y buscando, a través de ella, la construcción de
una nueva identidad y de una reputación.

Botella al mar para el dios de las palabras

A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta.
Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a
tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la
palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían
desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial
para las palabras.

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el
tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté
desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas:

nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y


albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas,
maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los
carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine,
el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la
calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.

No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en
tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los
idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados
hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir
sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como
otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta
experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio
de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de
hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en
los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de
intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el
verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del
Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en
cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos
hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los
hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que
un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo:
«Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un
cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de
Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra
que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos
probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a
rincón, una cereza que sabe a beso?

Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos
no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla
en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre
en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.

En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que


simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por
simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las
lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para
enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos
técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de
buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo
parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus
esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el
armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía,
terror del ser humano desde la cuna:

enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y


jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo
nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con
revólver.

¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles


nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la
esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas
osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar,
con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta
providencial de mis doce años.

EL OSO (Jorge Bucay)

Esta historia habla de un sastre, un zar y su oso.

Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se


había caído.

El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan
por demasiado tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón
mandó a buscar a su sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera
decapitado por el hacha del verdugo.

Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue


hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo
llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí su muerte.

Cuando, cayo el sol un guardiacárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre


revolvió el plato de comida con la cuchara y mirando al guardiacárcel dijo –
Pobre del zar.

- El guardiacárcel no puedo evitar reírse - ¿Pobre del zar?, dijo pobre de ti tu


cabeza quedará separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la
mañana.

- Si, lo sé pero mañana en la mañana el zar perderá mucho más que un


sastre, el zar perderá la posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en
el mundo su propio oso aprenda a hablar.

- ¿Tú sabes enseñarle a hablar a los osos?, preguntó el guardiacárcel


sorprendido.

- Un viejo secreto familiar... – dijo el sastre.

Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al
soberano su descubrimiento:

¡¡El sastre sabía enseñarle a hablar a los osos!!


El zar se sintió encantado. Mandó rápidamente a buscar al sastre y le ordenó:

-¡¡Enséñale a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es


que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo... y
lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo...

-El zar hizo un silencio, y preguntó ¿cuánto tiempo llevaría el aprendizaje?

- Bueno, depende de la inteligencia del oso... Dijo el sastre.

- ¡¡El oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar

– De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.

-Bueno, musitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de


aprender... yo creo... que el aprendizaje duraría... duraría... no menos de......
DOS AÑOS.

El zar pensó un momento y luego ordenó:

- Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás
al oso. ¡Mañana empezarás!

- Alteza - dijo el sastre – Si tu mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza,


mañana estarán muerto, y mi familia, se las ingeniará para poder sobrevivir.
Pero si me conmutas la pena, yo tendré que dedicarle el tiempo a trabajar, no
podré dedicarme a tu oso... debo mantener a mi familia.

- Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu


familia estarán bajo la protección real. Serán vestidos, alimentados y educados
con el dinero de la corte y nada que necesiten o deseen, les será negado...
Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no habla... te arrepentirás de haber
pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido muerto por el verdugo...
¿Entiendes, verdad?.

- Sí, alteza.

- Bien... ¡¡Guardias!! - gritó el zar –Que lleven al sastre a su casa en el


carruaje de la corte, denle dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños.
Ya... ¡¡Fuera!!.

El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras


musitaba agradecimientos.

- No olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos


años el oso no habla... – Alteza... -

...Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de
familia, el hombre pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar,
sonriente, eufórico y con regalos para todos.

La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas


antes había sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y
exultante...

Cuando estuvo a solas el hombre le contó los hechos.


- Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni
siquiera has visto un oso de cerca, ¡Estás, loco!

Enseñar a hablar al oso... Loco, estás loco...

- Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer,


ahora... ahora tengo dos años... En dos años pueden pasar tantas cosas en
dos años.
En dos años... – siguió el sastre - se puede morir el zar... me puedo morir yo...
y lo más importante... por ahí el ¡¡oso habla!!

La ley de dar

LA LEY DEL DAR

El universo opera por medio de un intercambio dinámico... Dar y recibir


son aspectos diferentes del flujo de la energía en el universo. Y si
estamos dispuestos a dar aquello que buscamos, mantendremos la
abundancia del universo circulando en nuestra vida.

Este frágil recipiente lo has vaciado una y otra vez para llenarlo eternamente
de vida nueva. Esta pequeña flauta de caña la has llevado por valles y
montañas, soplando a través de ella melodías siempre nuevas...

Tus dones infinitos vienen a mí solamente en mis pequeñas manos. Pasan los
siglos, y tú continúas vertiendo, y todavía hay espacio para llenar.

- RABINDRANATH TAGORE, Gitanjali

La segunda ley espiritual del éxito es la ley del dar. También podría llamarse la
ley del dar y recibir porque el universo opera a través de un intercambio
dinámico. Nada es estático. Nuestro cuerpo está en intercambio dinámico y
constante-con el cuerpo del universo; nuestra mente mantiene una interacción
dinámica con la mente del cosmos; nuestra energía es una expresión de la
energía del cosmos.

El flujo de la vida no es otra cosa que la interacción armoniosa de todos los


elementos y las fuerzas que estructuran el campo de la existencia. Esta
armoniosa interacción de los elementos y las fuerzas de la vida opera a través
de la ley del dar. Puesto que nuestro cuerpo, nuestra mente y el universo
mantienen un constante y dinámico intercambio, frenar la circulación de la
energía es como frenar el flujo sanguíneo. Cuando la sangre deja de circular,
comienza a coagularse y a estancarse. Por ello debemos dar y recibir a fin de
mantener la riqueza y la afluencia* - o cualquier cosa que deseemos en la vida
- circulando permanentemente.

La palabra "afluencia" viene de la raíz latina afflúere que significa "fluir hacia".
La palabra afluencia significa "fluir en abundancia". El dinero realmente es un
símbolo de la energía vital que intercambiamos, y de la energía vital que uti-
lizamos como consecuencia del servicio que le * prestamos al universo. Al
dinero también se le llama moneda "corriente", nombre que refleja igualmente
la naturaleza fluida de la energía. La palabra "corriente" viene del latín cúrrere
que significa "correr" o "fluir".

Por tanto, si impedimos la circulación del dinero - si nuestra única intención


es acaparar el dinero y aferrarnos a él -, impediremos también, puesto que el
dinero es energía vital, que éste vuelva a circular en nuestra vida. Para que
esa energía fluya constantemente hacia nosotros, debemos mantenerla en
circulación. Al igual que un río, el dinero debe mantenerse en movimiento, o
de lo contrario comienza a estancarse, a obstruir, a sofocar y a estrangular su
propia fuerza vital. La circulación lo mantiene vivo y vital.

Toda relación es una relación de dar y recibir. El dar engendra el recibir, y el


recibir engendra el dar. Lo que sube debe bajar; lo que se va debe volver. En
realidad, recibir es lo mismo que dar, porque dar y recibir son aspectos
diferentes del flujo de la energía en el universo. Y si detenemos el flujo de
alguno de los dos, obstaculizamos la inteligencia de la naturaleza.

En toda semilla está la promesa de miles de bosques. Pero la semilla no debe


ser acaparada; ella debe dar su inteligencia al suelo fértil. A través de su
acción de dar, su energía invisible fluye para convertirse en una manifestación
material.

Cuanto más demos más recibiremos, porque mantendremos la abundancia del


universo circulando en nuestra vida. En realidad, todo lo que tiene valor en la
vida se multiplica únicamente cuando es dado. Lo que no se multiplica a
través del dar, ni vale la pena darse, ni vale la pena recibirse. Si al dar
sentimos que hemos perdido algo, el regalo no ha sido dado en realidad, y
entonces no generará abundancia. Cuando damos a regañadientes, no hay
energía detrás de nuestro acto de dar.

Al dar y al recibir, lo más importante es la intención. La intención debe ser


siempre crear felicidad para quien da y para quien recibe, porque la felicidad
sostiene y sustenta la vida y, por tanto, genera abundancia. La retribución es
directamente proporcional a lo que se da, cuando el acto es incondicional y
sale del corazón. Por eso el acto de dar debe ser alegre - la actitud mental debe
ser tal que se sienta alegría en el acto mismo de dar. De esa manera, la
energía que hay en el acto de dar aumenta muchas veces más.

En realidad, practicar la ley del dar es muy sencillo: si deseamos alegría,


démosles alegría a otros; si deseamos amor, aprendamos a dar amor; si de-
seamos atención y aprecio, aprendamos a prestar atención y a apreciar a los
demás; si deseamos riqueza material, ayudemos a otros a conseguir esa

*
La palabra inglesa affluence - traducida aquí como "afluencia" - significa, además de abundancia,
riqueza y prosperidad; de ahí la digresión etimológica del siguiente párrafo. (N. del Ed. )
riqueza. En realidad, la manera más fácil de obtener lo que deseamos es
ayudar a los demás a conseguir lo que ellos desean. Este principio funciona
igualmente bien para las personas, las empresas, las sociedades y las
naciones. Si deseamos recibir el beneficio de todas las cosas buenas de la
vida, aprendamos a desearle en silencio a todo el mundo todas las cosas
buenas de la vida.

Incluso la sola idea de dar, el simple deseo, o una sencilla oración, tienen el
poder de afectar a los demás. Esto se debe a que nuestro cuerpo, reducido a
su estado esencial, es un haz individual de energía e información en medio de
un universo de energía e información. Somos haces individuales de conciencia
en medio de un universo consciente. La palabra "conciencia" implica mucho
más que energía e información - implica una energía y una información que
viven en forma de pensamiento. Por tanto, somos haces de pensamiento en
medio de un universo pensante. Y el pensamiento tiene el poder de trans-
formar.

La vida es la danza eterna de la conciencia, que se manifiesta como un


intercambio dinámico de impulsos de inteligencia entre el microcosmos y el
macrocosmos, entre el cuerpo humano y el cuerpo universal, entre la mente
humana y la mente cósmica.

Cuando aprendemos a dar aquello que buscamos, activamos esa danza y su


coreografía con un movimiento exquisito, enérgico y vital, que constituye el
palpitar eterno de la vida.

La mejor manera de poner a funcionar la ley del dar - de iniciar todo el


proceso de circulación - es tomando la decisión de que cada vez que entremos
en contacto con una persona, le daremos algo. No es necesario que sean cosas
materiales; podría ser una flor, un cumplido o una oración. En realidad, las
formas más poderosas de dar no son materiales. Obsequios como interesarse,
prestar atención, dar afecto, aprecio y amor, son algunos de los más preciados
que se pueden dar, y no cuestan nada. Cuando nos encontremos con alguien,
enviémosle en silencio un buen deseo por su felicidad, alegría y bienestar.
Esta forma de generosidad silenciosa es muy poderosa.

Una de las cosas que me enseñaron cuando era niño, y que también les he
enseñado a mis hijos, es nunca visitar a alguien sin llevarle algo - no visitemos
nunca a alguien sin llevarle un regalo. Sin embargo, uno podría preguntarse:
"¿Cómo puedo hacerles regalos a los demás si ahora ni siquiera tengo
suficiente para mí?" Podemos regalar una flor; una sola flor. Podemos llevar
una nota o una tarjeta que exprese algo sobre nuestros sentimientos hacia la
persona a quien visitamos. Podemos llevar un elogio. Podemos llevar una
oración.

Tomemos la decisión de dar en todo lugar a donde vayamos, y a quien quiera


que veamos. Mientras estemos dando, estaremos recibiendo. Cuanto más
demos, más confianza tendremos en los efectos milagrosos de esta ley. Y a
medida que recibamos más, también aumentará nuestra capacidad para dar.

Nuestra verdadera naturaleza es de prosperidad y abundancia; somos


naturalmente prósperos porque la naturaleza provee a todas las necesidades y
deseos. No nos falta nada porque nuestra naturaleza esencial es la
potencialidad pura, las posibilidades infinitas. Por consiguiente, debemos
saber que ya somos intrínsecamente ricos, independientemente de cuánto
dinero tengamos, porque la fuente de toda riqueza es el campo de la
potencialidad pura - es la conciencia que sabe cómo satisfacer cada necesidad,
incluyendo la alegría, el amor, la risa, la paz, la armonía y el conocimiento. Si
vamos en pos de estas cosas primero - no solamente para nosotros mismos,
sino para los demás - todo lo demás nos llegará espontáneamente.

CÓMO APLICAR LA LEY DEL DAR

Pondré a funcionar la ley del dar comprometiéndome a hacer lo siguiente:

1) Llevaré un regalo a cualquier lugar a donde vaya y para cualquier persona


con quien me encuentre. Ese regalo puede ser un elogio, una flor o una
oración. Hoy les daré algo a todas las personas con quienes me encuentre,
para iniciar así el proceso de poner en circulación la alegría, la riqueza y la
prosperidad en mi vida y en la de los demás.

2) Hoy recibiré con gratitud todos los regalos que la vida me dé. Recibiré los
obsequios de la naturaleza: la luz del sol y el canto de los pájaros, o los
aguaceros de primavera o las

primeras nevadas del invierno. También estaré abierto a recibir de los demás,
sea un regalo material, dinero, un elogio o una oración.

3) Me comprometeré a mantener en circulación la abundancia dando y


recibiendo los dones más preciados de la vida: cariño, afecto, aprecio y amor.
Cada vez que me encuentre con alguien, le desearé en silencio felicidad, ale-
gría y bienestar.

TÚ ERES EL RESULTADO DE TI MISMO

No culpes a nadie, nunca te quejes de nada ni de nadie, porque


fundamentalmente tú has hecho tu propia vida. La libertad consiste en decidir
en cada edad, en cada momento, hacer lo que debes hacer… no en otras cosas
más románticas, más atractivas, menos costosas… y menos reales.
Acepta la responsabilidad de edificarte a ti mismo. Acepta el valor de hacerte
responsable de los fracasos para volver a empezar corrigiéndote. El triunfo del
verdadero hombre, surge de las cenizas del error.
No te amargues por tus fracasos, ni se los cargues a otros. Acéptalos ahora o
siempre seguirás justificándote como un niño. Después, recuerda que
cualquier momento es bueno para comenzar, y que ninguno es tan terrible
como para tirar la toalla.
Nunca te quejes del ambiente o de los que te rodean, hay quienes en tu mismo
ambiente supieron vencer. Las circunstancias son buenas o malas según la
voluntad y la fortaleza de tu corazón; aprende a convertir toda situación difícil
en un arma para superarte y triunfar.
No te quejes por tu pobreza, por tu salud o por tu suerte, enfréntate con valor
y acepta que, de una u otra manera, son el resultado de tus actos y una
prueba que has de superar.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, como la causa de tu
futuro es tu presente. Tu futuro lo estás construyendo ya, ahora mismo.
Aprende de los fuertes, de los audaces, imita a los valientes, a los enérgicos, a
los vencedores, a quienes no aceptan situaciones difíciles, a quienes vencieron
a pesar de todo…
Piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo por hacer… y tus
problemas, acorralados, se morirán; aprende a renacer desde el dolor que
sientes y a ser más grande que el más grande de tus obstáculos.
Mírate en el espejo de ti mismo, comienza a ser sincero contigo mismo,
reconócete por tu voluntad, por tu valor, y no por tu debilidad o tus
autojustificaciones. No te tengas lástima… recuerda que dentro de ti mismo
hay una fuerza que todo puede hacerlo, conociéndote a ti mismo serás libre y
fuerte y dejarás de ser un títere de las circunstancias. Todo sería muy fácil si
alguien pudiera sustituirte en la construcción de tu propio destino.
Estés donde estés… ¡¡Estés donde estés!! Levántate, mira la mañana y respira
la luz del amanecer, tú eres parte de la fuerza de la vida, despierta, camina,
muévete, lucha, decídete y triunfarás.
Nunca pienses en la suerte… en tener suerte, porque la mala suerte es el
pretexto de los fracasados. Si caes… levántate, sacúdete el polvo y sigue
avanzando.

EL PAN DE CRISTO
El siguiente es el relato verídico de un hombre llamado Víctor. Al cabo
de meses de encontrarse sin trabajo, se vio obligado a recurrir a la
mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente.
Una fría tarde de invierno se encontraba en las inmediaciones de un
club privado cuando observó a un hombre y su esposa que entraban al
mismo.
Víctor le pidió al hombre unas monedas para poder comprarse algo de comer.

- Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio -replicó éste. La mujer, que
oyó la conversación, preguntó:

- ¿Qué quería ese pobre hombre?

- Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre -respondió su marido.

- Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa que no


necesitamos y ¡Dejar a un hombre hambriento aquí afuera!

- Hoy en día hay un mendigo en cada esquina! Seguro que quiere el dinero
para beber.

-¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo.

Aunque Víctor estaba de espaldas a ellos, oyó todo lo que dijeron,


avergonzado, quería alejarse corriendo de allí, pero en ese momento oyó la
amable voz de la mujer que le decía:

- Aquí tiene unas monedas. Consígase algo de comer, aunque la situación


está difícil, no pierda las esperanzas. En alguna parte hay un empleo
para usted. Espero que pronto lo encuentre.

-¡Muchas gracias, señora! Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo


y me ha ayudado a cobrar ánimo. Jamás olvidaré su gentileza.

-Estará usted comiendo El Pan de Cristo! Compártalo -dijo ella con una
cálida sonrisa dirigida más bien a un hombre y no a un mendigo.

Víctor sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo,


encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la
señora le había dado y resolvió guardar lo que le sobraba para otro
día, comería el pan de Cristo dos días. Una vez más, aquella descarga
eléctrica corría por su interior. ¡El Pan de Cristo!

-¡Un momento! -pensó-. No puedo guardarme el pan de Cristo solamente para


mí mismo.
Le parecía estar escuchando el eco de un viejo himno que había
aprendido en la escuela dominical. En ese momento pasó a su lado un
anciano.

-Quizás ese pobre anciano tenga hambre -pensó-.


Tengo que compartir el pan de Cristo.

- Oiga -exclamó Víctor-. ¿Le gustaría entrar y comerse una buena comida?
El viejo se dio vuelta y lo miró con descreimiento.

- ¿Habla usted en serio, amigo? El hombre no daba crédito a su buena


fortuna hasta que se sentó a una mesa cubierta con un hule y le
pusieron delante un plato de guiso caliente.

Durante la cena, Víctor notó que el hombre envolvía un pedazo de pan


en su servilleta de papel.

- ¿Está guardando un poco para mañana? -le preguntó.

- No, no. Es que hay un chico que conozco por donde suelo frecuentar,
la ha pasado mal últimamente y estaba llorando cuando lo dejé, tenía
hambre. Le voy a llevar el pan.

- El Pan de Cristo! Recordó nuevamente las palabras de la mujer y


tuvo la extraña sensación de que había un tercer Convidado sentado a
aquella mesa. A lo lejos las campanas de una iglesia parecían entonar a
los dos el viejo himno que le había sonado antes en la cabeza.
Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a
engullírselo. De golpe se detuvo y llamó a un perro, un perro perdido y
asustado.

- Aquí tienes, perrito. Te doy la mitad -dijo el niño. El Pan de Cristo


alcanzará también para ti.
El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y
comenzó a vender el periódico con entusiasmo.

- Hasta luego -dijo Víctor al viejo-. En alguna parte hay un empleo


para usted. Pronto dará con el. No desespere.

- ¿Sabe? -su voz se tornó en un susurró-. Esto que hemos comido es el


Pan de Cristo. Una señora me lo dijo cuando me dio aquellas monedas
para comprarlo. El futuro nos deparará algo bueno!

Al alejarse el viejo, Víctor se dio vuelta y se encontró con el perro


que le olfateaba la pierna.
Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía un collar que llevaba
grabado el nombre del dueño. Víctor recorrió el largo camino hasta la
casa del dueño del perro y llamó a la puerta.
Al salir éste y ver que había encontrado a su perro, se puso
contentísimo, de golpe la expresión de su rostro se tornó seria. Estaba
por reprocharle a Víctor que seguramente había robado el perro para
cobrar la recompensa, pero no lo hizo, Víctor ostentaba un cierto aire
de dignidad que lo detuvo.
En cambio dijo:

- En el periódico vespertino de ayer ofrecí una recompensa. ¡Aquí tiene!


Víctor miró el billete medio aturdido.

- No puedo aceptarlo -dijo quedamente-. Solo quería hacerle un bien al perro.

- Téngalo! Para mi lo que usted hizo vale mucho más que eso,
le interesará un empleo?
Venga a mi oficina mañana, me hace mucha falta una persona íntegra como
usted.

Al volver a emprender Víctor la caminata por la avenida, aquel viejo


himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma, se titulaba:
'Parte el Pan de Vida'...

“NO OS CANSEIS DE DAR, PERO NO DEIS LAS SOBRAS, DAD HASTA


SENTIRLO,
HASTA QUE DUELA”.

QUE EL SEÑOR NOS CONCEDA LA GRACIA DE TOMAR NUESTRA CRUZ Y


SEGUIRLO,
AUNQUE DUELA.

AHORA, SI LO DESEAS, COMPARTE ESTO CON LOS DEMAS, 'EL PAN DE


CRISTO'.....
YO YA LO HICE.

ESPERO QUE SIRVA DE ALGO EN TU VIDA...


¡QUE DIOS LOS BENDIGA SIEMPRE...!!!

Señor Jesús: “Te amo mucho, te necesito para siempre, estás en lo más
profundo de mi corazón, bendice con tus néctares corporales, a mi
familia, mi casa, mi hogar, mi empleo, mis finanzas, mis sueños, mis
proyectos y a mis amigos”.
BUEN EXITO SIN LIDERAZGO
Creo que el buen éxito está al alcance de casi todo el mundo. Pero también
creo que el éxito personal sin capacidad de liderazgo sólo produce una eficacia
limitada. El impacto de una persona representa sólo una fracción de lo que
podría ser si esta tuviese un buen liderazgo. Cuanto más alto desee escalar,
tanto más necesita el liderazgo. Cuanto más alto sea el impacto que desee
causar, tanto mayor influencia necesitará. Lo que alcance estará restringido
por su capacidad de dirigir a otros.

Permítame darle una ilustración de lo que quiero expresar. Digamos que en


lo que se refiere al buen éxito, usted obtiene una puntuación de 8 (en una
escala de 1 a 10). Esta es muy buena puntuación. Creo que sería justo decir
que los hermanos McDonald estaban en esa categoría. Pero digamos, también,
que su capacidad de liderazgo es sólo de 1. Su nivel de eficacia sería algo así:

Para aumentar su nivel de eficacia, usted tiene varias alternativas. Podría


trabajar muy duro para aumentar su dedicación al buen éxito y a la excelencia
—trabajar para llegar a la puntuación de 10. Es posible que usted pueda
llegar a este nivel, aunque según la Ley de los Rendimientos Decrecientes, el
esfuerzo que tendría que hacer para aumentar esos últimos dos puntos podría
exigirle más energía de la que usó para alcanzar lo primeros 8 puntos. Si
realmente hizo un esfuerzo sobrehumano, pudo aumentar su buen éxito ese
veinticinco por ciento.

Pero usted tiene otra opción. Digamos que en vez de hacer lo anterior,
trabaja duro para aumentar su nivel de liderazgo. Con el transcurso del
tiempo, usted se desarrolla como líder, y finalmente, su capacidad de liderazgo
llega a obtener, digamos, un 6. Visualmente, los resultados serían así:

Al aumentar su capacidad de liderazgo,—sin aumentar su dedicación al


buen éxito en lo más mínimo—usted puede aumentar su eficacia original
¡quinientos por ciento! Si fuera a aumentar su liderazgo a 8, y empatara su
dedicación al buen éxito, podría aumentar su eficacia ¡setecientos por ciento!
El liderazgo tiene un efecto multiplicador. Una y otra vez he visto su impacto
en todo tipo de negocios y organizaciones sin fines de lucro. Y por eso he
enseñado acerca del liderazgo por más de veinte años.

EL PROBLEMA
“Cuentan que cierto día en un monasterio Zen-Budista, los monjes se
encontraron con la muerte de uno de sus guardianes y fue preciso encontrar
un substituto.
El Gran Maestro convocó a todos los discípulos para determinar quién sería el
nuevo centinela. El Maestro, con mucha tranquilidad y calma, dijo:
- Asumirá el puesto el primer monje que resuelva el problema que voy a
presentar.
Entonces, colocó una preciosa mesita de finas maderas en el centro de la
enorme sala en que estaban reunidos,
y encima de ésta colocó un jarrón de porcelana con un diseño de exquisito
gusto y refinamiento, con varias rosas amarillas de extraordinaria belleza en
él. Y dijo así:
- ¡Aquí está el problema! –señalando directamente al precioso jarrón.
Todos quedaron asombrados mirando aquella escena: un jarrón de extremo
valor y belleza, con maravillosas flores en su interior.
¿Qué representaría? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma encerrado detrás de
todo esto? ¿Dónde estaba el problema?
En ese instante, uno de los discípulos sacó una espada, miró al Gran Maestro
y a todos sus compañeros, se dirigió al centro de la sala y... ¡zas! Blandiendo
la espada, destruyó todo de un solo golpe.
La escena fue impresionante.
Tan pronto el discípulo retornó a su lugar, el Gran Maestro dijo con voz
contundente:
- Usted será el nuevo Guardián del monasterio.
Moraleja de la historia:
No importa cuál sea el problema. Ni que sea algo lindísimo. Si ves un
problema, precisa ser eliminado. Un problema es un problema, y como tal, es
un imperativo categórico eliminarlo.
No importa que se trate de una mujer sensacional y atractiva, o de un hombre
maravilloso y seductor, o de un gran amor que se acabó.
Por más lindo que sea o haya sido, si ya no existe más sentido para él en tu
vida, tiene que ser suprimido.
Muchas personas cargan en su vida entera el peso de cosas que fueron
importantes en el pasado y que hoy solamente ocupan un espacio inútil en
sus corazones y mentes.
Espacio que es indispensable para re-crear la vida.
Existe un proverbio chino que dice: “Para tú poder beber vino en una copa que
se encuentra llena de ti, es necesario primero tirar el ti, y entonces poder
servir y beber el vino”.
Limpia tu vida. Comienza con las gavetas y armarios, hasta llegar a las
personas del pasado que no hacen más sentido en tu vida y que están
ocupando un espacio en tu corazón.
Un espacio indispensable para ser ocupado por tu alegría de vivir.

EL ESPAÑOL EN EL MUNDO

Datos y Números

El español es, por número de hablantes, la tercera lengua del mundo. Pese
a ser una lengua hablada en zonas tan distantes, hasta ahora todavía
existe una cierta uniformidad en el nivel culto del idioma que permite a las
gentes de uno u otro lado del Atlántico entenderse con relativa facilidad.
Las mayores diferencias son de carácter suprasegmental, es decir, la
variada entonación, fruto al parecer de los diversos substratos lingüísticos
que existen en los países de habla hispánica. La ortografía y la norma
lingüística aseguran la uniformidad de la lengua; de ahí la necesidad de
colaboración entre las diversas Academias de la Lengua para preservar la
unidad, hecho al que coadyuva la difusión de los productos literarios,
científicos, pedagógicos, cinematográficos, televisivos, ofimáticos,
comunicadores e informáticos.
Desde España se ha elaborado el primer método unitario de enseñanza del
idioma que difunde por el mundo el Instituto Cervantes. El trabajo
coordinado de las Academias ha cristalizado en la "Elaboración de la norma
culta de las grandes ciudades", que presta especial atención a la fonología y
el léxico. Es el segundo idioma hablado en Estados Unidos, que cuenta con
varias cadenas de radio y televisión con emisiones totalmente en español;
asimismo, y por razones estrictamente económicas, es la lengua que más se
estudia como idioma extranjero en los países no hispánicos de América y
Europa.

Lejanos ya los tiempos en que fue considerada la lengua diplomática,


cuando fue sustituida por el francés, hoy es lengua oficial de la ONU y sus
organismos, de la Unión Europea y otros organismos internacionales. Ha
sido incluido como idioma dentro de las grandes autopistas internacionales
de la información como Internet, lo que asegura la constante traducción de
las innovaciones informáticas, su difusión e intercomunicación. Donde
aparece más incierto el futuro del idioma es en el continente africano,
abandonado por razones políticas a la voluntad de sus hablantes; no hay
que olvidar que todavía sirve de lengua diplomática junto al francés para el
pueblo saharaui.

No obstante, todo parece augurar si así nos lo proponemos, que en el


próximo siglo será una de las lenguas de mayor difusión, y quién sabe si en
momentos de deseable mestizaje no dé lugar a una lengua intermedia que
asegure la comunicación con el continente americano en su conjunto.

Es importante por lo tanto, que quienes tenemos la fortuna de hablarlo,


realicemos todos los días la más fuerte defensa de sus principios y su
preservación para continuar con el gran legado de hombres como Cervantes
Saavedra, Octavio Paz, Nebrija, Borges, Nervo y tantos más que tan bien se
expresaron con ella.
A continuación nuestros algunos datos y números actualizados hasta 1999.

Las cinco lenguas más utilizadas en el mundo


Superficie millones
% de superficie
kms2
Inglés 39.7 29.6
Francés 20.4 15.2
Ruso 17.4 13.1
Español 11.9 8.9
Chino 9.61 7.2
Total mundo 134

EL JUEZ SABIO
Quiso ver si, como decían, en una ciudad cercana vivía un juez capaz
averiguar la verdad sin equivocarse y de castigar con justicia a los ladrones.

El rey se dizfrazó de campesino y fue a caballo a la ciudad en busca del juez.


Cerca de la ciudad un joven le pidió a Baukás que lo llevara hasta la plaza y
Baukás aceptó.

Cuando llegaron a la plaza el muchacho no quizo bajarse del caballo. "¿Por


qué no te bajas?" le dijo Baukás. "¿Por qué he de bajarme si el caballo es mío?
¡Si no quieres dármelo por las buenas, vamos con el juez!" Baukás aceptó.
Una multitud llenaba el lugar donde el juez atendía los casos que debía de
juzgar. Antes de que llamara a Baukás y al joven, atendió a un mantequero y
un carnicero.

El carnicero estaba completamente sucio de carne y sangre y el mantequero de


manteca. Ambos sosenían una bolsa. El carnicero dijo: "Le compré a este
hombre manteca y cuando saqué la bolsa para pagar, quizo arrebatármela.

Pero la bolsa es mía y este hombre es un ladrón" El mantequero se defendió:


"No es cierto, el carnicero vino a mi tienda a comprar manteca. Cuando llené
su vasija, me pidió que le cambiara una moneda de oro, saqué la bolsa y la
dejé encima del mostrador, la tomó e intentó huir, yo lo atrapé y lo traje aquí"
El juez guardó silencio un momento y dijo: "Dejen aquí el dinero y regresen
mañana".
Cuando les tocó su turno a Baukás y al joven, Baukás contó odo de como
había ocurrido. El juez lo escuchó y luego le preguntó al joven qué había
pasado.

El joven respondió: "No es cierto, yo cruzaba la ciudad en mi caballo y este


hombre me pidió que lo llevara a la plaza, acepté pero cuando llegamos no
quizo bajarse y dijo que era suyo". El juez guardó silencio un momento y dijo:
"Dejen aquí el caballo y regresen mañana".
Al día siguiente se reunió mucha gente para ver de lo que había resuelto el
juez. El juez llamó al carnicero y dijo: "El dinero es suyo". Luego señaló al
mantequero y pidió que lo castigaran. Despúes pasaron Baukás y el joven.

Dijo el juez a Baukás: "¿Reconocería a su caballo entre otros 20 caballos?" "si"


dijo Baukás "¿Y usted?" le dijo al joven "También" dijo el joven. "Sígame" dijo el
juez Baukás. Entraron a una cuadra de caballos. Baukás reconoció
inmediatamente al suyo. Luego pidió al joven que entrara y señalara a su
caballo. El joven así lo hizo.
Despúes el juez se sentó en su sitio y dijo a Baukás: "El caballo es suyo, el
joven tendrá su castigo"
Cuando terminó, el juez se dirigió a su casa. Baukás lo siguió y le dijo: "Quiero
saber cómo supo que el dinero era el del carnicero y el caballo mío" El juez
contestó: "Lo del dinero fue facil, metí en una tina de agua y esta mañana no
había manchas de grasas en el agua.

Si el dinero fuera del mantequero, habría estado sucio de manteca. Lo que


quería decir que el carnicero no había mentido.
Lo del caballo fue más díficil. Yo no los llevé a la cuadra para comprobar si
reconocían o no al caballo, si no para ver a quién reconocía el animal. Cuando
usted se acercó, el caballo se mostró dócil. Cuando el joven lo tocó, el caballo
se enojó y relinchó.

Por eso supe que usted era el verdadero dueño" Entonces Baukás dijo: "No soy
un campesino, sino el rey Baukás. Vine a ver si era verdad lo que decían de
usted. Ahora estoy convencido de que es un juez sabio. Pídame lo que quiera
que se lo daré." El juez dijo: "Gracias, pero no necesito ninguna recompensa"
Fin

EL PODER DE LA INFANCIA

-¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen! ¡Que fusilen inmediatamente a ese


canalla!... ¡Que lo maten! ¡Que corten el cuello a ese criminal! ¡Que
lo maten, que lo maten!... –gritaba una multitud de hombres y
mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido.
Éste avanzaba con paso firme y con la cabeza en alto. Su hermoso
rostro viril expresaba desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.

Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado
de las autoridades. Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar.

“¡Qué le vamos a hacer! El poder no siempre está en nuestras


manos. Ahora lo tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriré.
Por lo visto, tiene que ser así”, pensaba el hombre; y, encogiéndose
de hombres, sonreía, fríamente, en respuesta a los gritos de la
multitud.

-Es una guardia. Esta misma mañana ha disparado contra


nosotros –exclamó alguien.

Pero la muchedumbre no se detenía. Al llegar a una calle en


que estaban aún los cadáveres de los que el ejército había matado
la víspera, la gente fue invadida por una furia salvaje.

-¿Qué esperamos? Hay que matar a ese infame aquí mismo.


¿Para qué llevarlo más lejos?

El cautivo se limitó a fruncir el ceño y a levantar la cabeza.


Parecía odiar a la muchedumbre más de lo que ésta lo odiaba a él.
[…]

Pero los cabecillas decidieron llevar al reo a la plaza. Ya estaban


cerca, cuando de pronto, en un momento de calma, se oyó una
vocecita infantil, entre las últimas filas de la multitud.

-¡Papá! ¡Papá! –gritaba un chiquillo de seis años, llorando a


lágrima viva, mientras se habría paso para llevar al cautivo-. Papá,
¿qué te hacen? ¡Espera, espera! Llévame contigo, llévame…

Los clamores de la multitud se apaciguaron por el lado en que


venía el chiquillo. Todos se apartaron de él, como ante una fuerza,
dejándolo acercarse a su padre.

-¡Qué simpático es! –comentó una mujer.


-¿A quién buscas? –preguntó otra, inclinándose hacia el
chiquillo.

-¡Papá! ¡Déjenme que vaya con papá! –lloriqueó el pequeño.

-Vuelve a tu casa, niño, vuelve con tu madre –dijo un hombre.

El reo oía ya la voz del niño, así como las respuestas de la


gente. Su cara se tornó aun más taciturna.

-¡No tiene madre! –exclamó, al oír las palabras del hombre.

El niño se fue abriendo paso hasta que logró llegar junto a su


padre; y se abrazó a él.

La gente seguía gritando lo mismo que antes: “¡Que lo maten!


¡Que fusilen a ese canalla!”.

-¿Por qué has salido de casa? –pregunto el padre.

-¿Dónde te llevan?

-¿Sabes lo que vas a hacer?

-¿Qué?

-¿Sabes quién es Catalina?

-¿La vecina? ¡Claro!

-Bueno, pues… ve a su casa y estate ahí… hasta que yo… hasta


que yo vuelva.

-¡No; no iré sin ti! –exclamó el niño, echándose a llorar.

-¿Por qué?

-Te van a matar.

-No. ¡Nada de eso! No me van a hacer nada malo.

Despidiéndose del niño, el reo se acercó al hombre que dirigía a


la multitud.

-Escuche; máteme como quiera y donde la plazca; pero no lo


haga delante de él –exclamó, indicando al niño-. Desáteme por un
momento y cójame del brazo para que pueda decirle que estamos
paseando, que es usted mi amigo. Así se marchará.

El cabecilla accedió. Entonces, el reo cogió al niño en brazos y


le dijo.

-Sé bueno y ve a casa de Catalina.

-¿Y qué vas a hacer tú?

-Ya ves, estoy paseando con este amigo; vamos a dar una
vuelta; luego iré a casa. Anda, vete, sé bueno. […]
El pequeño obedeció.

-Ahora, estoy dispuesto; puede matarme –exclamó el reo, en


cuanto el niño hubo desaparecido.

Pero en aquel momento, sucedió algo incomprensible e


inesperado. Un mismo sentimiento invadió a todos los que
momentos antes se mostraron crueles y llenos de odio.

-¿Saben lo que les digo? Deberían soltarlo –propuso una mujer.

-Es verdad. Es verdad –asintió alguien.

-¡Soltadlo! ¡Soltadlo! –rugió la multitud.

Entonces, el hombre orgulloso y despiadado que aborreciera a


la muchedumbre hacía un instante, se echó a llorar; y, cubriéndose
el rostro con las manos, pasó entre la gente, sin que nadie lo
detuviera.

EL GATO QUE SOÑABA EN SER ALGO MÁS QUE UN GATO


Este era un gato pardo, de grandes bigotes, uñas larguísimas y rabo largo,
largo, y flaco, flaco. No era bonito el gato, pero era joven y estaba siempre muy
alegre y deseoso de hacer cosas nuevas.

Una vez se le ocurrió que ya estaba harto de correr detrás de los ratones,
hacer run-run y maullar en distintos tonos.

El gato estaba indeciso entre ser aviador o hacerse músico. Pero después
decidió ser equilibrista.

“Seré prestidigitador, maromero, mago y trapecista. Algo seré en el mundo,


además de gato.” Pensaba.

Al principio todos se burlaban al verlo siempre con la cabeza llena de


chichones, porque en cuanto montaba la bicicleta o caminaba en la cuerda
floja... ¡pum!, iba al suelo. Se levantaba cojeando y lleno de golpes, pero sin
darse por vencido.“Es un gato chiflado” se burlaban.

La sorpresa fue grande cuando, al cabo de muchos meses, vieron en un circo


al gato. Exhibía un traje que tenia bordado un corazón en medio del pecho, y
con un bonito lazo rojo en el cuello.

Entre aplausos, el gato caminó en la cuerda floja sobre dos ruedas. Hizo
maravillas lanzando al aire paletas de menta, piña, fresa y limón, que volaban
de sus manos sin fallar una sola vez.

Después de todo no con esa actuación quedó satisfecho, como era tan
inquieto, volvió al tejado para imaginar nuevas aventuras.

EL PEQUEÑO PATRIOTA PADUANO


Un navío Francés partió de Barcelona, ciudad de España para Génova,
llevando a bordo franceses, italianos, españoles y suizos. Había entre otros un
niño de once años, solo, mal vestido, que estaba siempre aislado como animal
salvaje, mirando a todos de reojo. Y con razón, pues hacía dos años que su
padre y su madre lo habían vendido al jefe de cierta compañía de titiriteros, el
cual, después de haberle enseñado a hacer varios juegos a fuerza de
puñetazos, puntapiés y ayunos lo había llevado a través de Francia y España
pegándole siempre y teniéndolo en cambio siempre hambriento.
Llegado a Barcelona y no pudiendo soportar ya los golpes y el ayuno, reducido
a un estado que inspiraba compasión, se escapó de su carcelero y fue a pedir
protección al consul de Italia, el cual, compadecido lo había embarcado en
aquel navío, dándole una carta para el alcalde en Génova, que debía enviarlo a
sus padres, a aquellos mismos que lo habían vendido como una bestia. El
pobre muchacho estaba lacerado y enfermo. Le habían dado billete de segunda
clase. Todos lo miraban, algunos le preguntaban, pero él no respondía y
parecía odiar a todos. Tanto lo habían irritado y entristecido las privaciones y
los golpes.
Al fin tres viajeros a fuerza de insistencia, consiguieron hacerlo hablar, y en
pocas palabras torpemente dichas, mezcla de italiano, español y francés, les
contó su historia. Parte por piedad, parte por excitación del vino, le dieron
algunas monedas, instándolo a que contara más.
-¡Toma, toma más!
Y hacían sonar sobre la mesa. El muchacho las recogió todas, dando las
gracias a media voz, con aire malhumorado, pero con una mirada por primera
vez sonriente y cariñosa. Con aquel dinero, podía tomar algún buen bocado a
bordo. Después de dos años de no comer nada más que pan, podía comprarse
una chaqueta, apenas desembarcara en Génova.
Aquel dinero era para el casi una fortuna y en esto pensaba, consolándose
mientras los tres viajeros conversaban y bebían sentados en la mesa. Se los
oía de hablar de sus viajes y de los países que habían visto y de conversación
en conversación vinieron a hablar de Italia. Empezó uno a quejarse de sus
fondas, otro de sus ferrocarriles y después todos juntos animándose, hablaron
mal de todo. De los estafadores, bandidos, comentaban que los empleados no
sabían leer.
-Un pueblo ignorante - decía el primero
-Sucio - añadió el segundo
-La... - exclamó el tercero que iba a decir ladrón pero no pudo terminar la
palabra
Una tempestad de monedas, cayó sobre las cabezas y espaldas de los tres, y
descargó en la mesa y el suelo con un ruido infernal. Los tres se levantaron
furiosos, mirando hacia arriba, y recibiendo aún un puñado de monedas en la
cara.
-Recobrad vuestro dinero - dijo con desprecio el muchacho.
-Yo no acepto limosna de quienes insultan a mi patria .

¿SE COMUNICAN LOS ANIMALES?

Así como el hombre está continuamente en la búsqueda de nuevos


mecanismos

de comunicación, que nos han llevado a los actuales sistemas existentes,


también

en el reino animal, se vienen desarrollando estos mecanismos, para


transformarlos

y hacerlos más eficientes en la tarea de supervivencia. Las abejas en su


vuelo establecen un código comunicacional, los delfines en sus sonidos y
distintos matices de voz, las hormigas, los perros, los gatos, las aves; cada
especie ha desarrollado un mecanismo de comunicación, y seguramente en
los próximos años, se seguirán conociendo cambios tan marcados, que la
misma raza humana se maravillará de lo que verá acontecer.

En este orden de ideas, en Agosto del año 2000, se realizó la conferencia


“Complejidad Social e Inteligencia Animal”, reuniendo a los más ponientes
científicos que estudian la conducta de la comunicación y la inteligencia
en animales que van desde los monos hasta los loros, y desde las ballenas
y delfines hasta las hienas.

Y dentro de este campo de la comunicación, surge la gran incógnita


comunicacional : la del ser humano con los animales.

Independientemente de cualquier evidencia científica, los amantes de los


animales y más específicamente, aquellos que tienen una estrecha relación
y compenetración con sus mascotas han desarrollado la capacidad de
comprender mensajes, deseos, sentimientos y también razonamiento.

De esta capacidad de comunicación con los animales. Destaca como muy


conocida una que data de gran antigüedad, como fue San Francisco de Asís
(Italia 1182 – 1126), quien demás de ser un hombre santo, tenía la rara
cualidad de hacerse querer por los animales y además comunicarse con
ellos. Así las golondrinas le seguían en bandadas y formaban una cruz por
encima de donde el predicaba. Cuando estaba solo en los bosques, una
mirla lo despertaba con su canto, cando era la ora de su oración de la
medianoche, pero no así cuando el santo estaba enfermo; también fue
acompañado por algún tiempo por un conejo, y un lobo feroz le obedeció
cuando el santo le pidió que dejara de atacar a la gente. Cuando hacía
referencia a algunos de éstos, hablaba de los “hermanos” menores.

Actualmente esta inquietud por el conocimiento de la comunicación seres


humanos-animales, ha adquirido carácter de investigación y existen
proyectos que vienen desarrollándose a lo largo de muchos años.

HISTORIA DE UN SAMURAI
Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a
enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que
todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos,
apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación:
Esperaba a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado
de una inteligencia privilegiada para reparar en los errores cometidos,
contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Con la
reputación del samurai, se fue hasta allí para derrotarlo y aumentar
su fama.
Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el
viejo acepto el desafío.
Juntos, todos se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven
comenzaba a insultar al anciano maestro. Arrojó algunas piedras en
su dirección, le escupió en la cara, le gritó todos los insultos
conocidos -ofendiendo incluso a sus ancestros-.
Durante horas hizo todo por provocarlo, pero el viejo permaneció
impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el
impetuoso guerrero se retiró.
Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos
insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanta indignidad?
¿Por qué no usaste tu espada, aún sabiendo que podías perder la
lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos nosotros?
El maestro les preguntó: -Si alguien llega hasta ustedes con un regalo
y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio? -A quien
intentó entregarlo- respondió uno de los alumnos.
- Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -dijo el
maestro-.
Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba
consigo.

LA ASTUCIA DEL CAMPESINO


Una vez fue un campesino a la ciudad. Y se encontró con un grave problema.
Solamente tenía veinte pesos, y le estaba doliendo una muela. El campesino
pensaba: "Si me saco la muela y pago al dentista, no puedo comer; si lo gasto
en comer, me seguirá doliendo la muela".

Estaba el buen hombre con estos pensamientos cuando fue a pararse enfrente
de una pastelería. Allí se quedó largo tiempo mirando embobado los pasteles,
hasta que pasaron por allí dos muchachos y le dijeron para burlarse:

“¿Cuántos pasteles te atreverías a comer en una comida?” Contestó el


campesino: “¡Hombre, me comería quinientos!”.

Muy sorprendidos: “¡Quinientos! ¡Dios nos libre! Les dijo el campesino: “Pues
de qué poco se asustan ustedes” y de esta forma comenzaron a discutir, ellos
diciendo que no y el insistiendo que si.

“¿Que apuestas?” dijeron los muchachos.


“Pues... si no me los como, me dejo sacar esta muela y el campesino señaló la
muela que le dolía.

Los muchachos aceptaron alegres la apuesta. El hombre comenzó a comer y,


cuando ya no tenía más hambre, dijo:

“He perdido, señores”.

Entonces llamaron a un dentista y le sacaron la muela. Los muchachos se


reían diciendo:

“Miren a ese tonto, que por hartarse de pasteles deja que le saquen una
muela”.

Entonces les respondió el campesino:

“Más tontos son ustedes, porque gracias a esta apuesta he matado el hambre
y, además, me han sacado una muela que me había dolido toda la semana”. Y
así el campesino fue como logró matar su hambre y sacarse la muela sin tener
que gastar un peso.

Importancia de la quínua en la alimentación


“La quinua tradicionalmente se consume en guisos o sopas, pero actualmente
forma parte del arte culinario abanderando la comida novoandina. Es un
alimento excepcional, muy interesante en la dieta infantil y que puede
proporcionar a los niños nutrientes de gran calidad de manera
equilibrada”, asegura Faviola Jiménez Ramos, Directora de la Red Peruana de
Alimentación y Nutrición (RPAN).

Contenido nutricional:
• Alto contenido en carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas y minerales
• Su contenido en proteínas es muy alto, entre el 12 y el 18 %, contiene todos
los aminoácidos esenciales
• Tiene grasas insaturadas, especialmente importante es su contenido en
ácido linoleíco, y además minerales como el hierro, el fósforo y el calcio.
• Por cada media taza de quínoa cruda encontramos 40 gramos de hidratos,
10 gramos de proteína de gran calidad, 4 gramos de grasas saludables y el
12% del calcio, además de vitamina C, E, complejo B y ácido fólico.

¿Cómo cocinar la quinua?


• Lavarla muy bien aunque la bolsa diga que no es necesario, varias veces
hasta que el agua salga trasparente y sin espuma.
• Colocarla en una olla así mojada y apenas cubrirla con agua de botella o
bidón (no del caño aunque sea potable), si fuese necesario agregar más agua
durante la cocción pero no demasiada.
• Sancochar hasta que empiecen a aparecer las primeras colitas, cuando el
grano revienta aparecen como unas colitas blancas. Ese es el momento de
apagarla, ponerle una tapa y dejarla reposar por una hora.
• NO agregar sal ni ningún otro condimento para la cocción.

Opciones de desayuno para niños:


A
• 1 vaso de jugo de papaya
• 1 taza de quinua con leche
• 1 pan con atún

B
• 1 vaso de jugo de naranja
• 1 vaso de yogurt con hojuelas de quinua
• 1 pan con paté

C
•1 vaso de quinua con leche
•1 porción de chuño sancochado
•1 huevo frito
•1 tuna

“Su balance entre proteínas e hidratos, su contenido en calcio, hierro y otros


minerales, y el que proporcione los aminoácidos esenciales de la dieta humana
la convierten en un alimento casi perfecto. La calidad y cantidad de las
proteínas vegetales que contiene es excelente, por lo que podemos
considerarla uno de los productos más interesantes que incluir en la
dieta infantil”, puntualizó Jiménez Ramos.

CAMBIO CLIMÁTICO Y SALUD

Cambio climático
Durante los últimos 50 años, la actividad humana, en particular el consumo
de combustibles fósiles, ha liberado cantidades de CO2 y de otros gases de
efecto invernadero suficientes para retener más calor en las capas inferiores
de la atmósfera y alterar el clima mundial.
En los últimos cien años el mundo se ha calentado aproximadamente 0,75 ºC.
Durante los últimos 25 años el proceso se ha acelerado, y ahora se cifra en
0,18 ºC por década [1].
El nivel del mar está aumentando, los glaciares se están fundiendo y los
regímenes de lluvias están cambiando. Los fenómenos meteorológicos
extremos son cada vez más intensos y frecuentes.
¿Qué repercusiones tiene el cambio climático en la salud?
Aunque el calentamiento mundial puede tener algunos efectos beneficiosos
localizados, como una menor mortalidad en invierno en las regiones templadas
y un aumento de la producción de alimentos en determinadas zonas, los
efectos globales para la salud del cambio climático serán probablemente muy
negativos. El cambio climático influye en los requisitos básicos de la salud, a
saber, un aire limpio, agua potable, alimentos suficientes y una vivienda
segura.
Calor extremo
Las temperaturas extremas del aire contribuyen directamente a las
defunciones por enfermedades cardiovasculares y respiratorias, sobre todo
entre las personas de edad avanzada. En la ola de calor que sufrió Europa en
el verano de 2003, por ejemplo, se registró un exceso de mortalidad cifrado en
70 000 defunciones [2].
Las temperaturas altas provocan además un aumento de los niveles de ozono
y de otros contaminantes del aire que agravan las enfermedades
cardiovasculares y respiratorias. La contaminación atmosférica urbana causa
aproximadamente 1,2 millones de defunciones cada año.
Los niveles de polen y otros alérgenos también son mayores en caso de calor
extremo. Pueden provocar asma, dolencia que afecta a unos 300 millones de
personas. Se prevé que el aumento de las temperaturas que se está
produciendo aumentará esa carga.
Desastres naturales y variación de la pluviosidad
A nivel mundial, el número de desastres naturales relacionados con la
meteorología se ha más que triplicado desde los años sesenta. Cada año esos
desastres causan más de 60 000 muertes, sobre todo en los países en
desarrollo.
El aumento del nivel del mar y unos eventos meteorológicos cada vez más
intensos destruirán hogares, servicios médicos y otros servicios esenciales.
Más de la mitad de la población mundial vive a menos de 60 km del mar.
Muchas personas pueden verse obligadas a desplazarse, lo que acentúa a su
vez el riesgo de efectos en la salud, desde trastornos mentales hasta
enfermedades transmisibles.
La creciente variabilidad de las precipitaciones afectará probablemente al
suministro de agua dulce, y la escasez de esta puede hacer peligrar la higiene
y aumentar el riesgo de enfermedades diarreicas, que matan a 2,2 millones de
personas cada año. En los casos extremos, la escasez de agua causa sequía y
hambruna. Se estima que en la última década de este siglo el cambio climático
habrá ampliado las zonas afectadas por sequías, multiplicando por dos la
frecuencia de sequías extremas, y por seis su duración media [3].
También están aumentando la frecuencia y la intensidad de las inundaciones.
Estas contaminan las fuentes de agua dulce, incrementando el riesgo de
enfermedades transmitidas por el agua y dando lugar a criaderos de insectos
portadores de enfermedades, como los mosquitos. Causan asimismo
ahogamientos y lesiones físicas, daños en las viviendas y perturbaciones del
suministro de servicios médicos y de salud.
El aumento de las temperaturas y la variabilidad de las lluvias reducirán
probablemente la producción de alimentos básicos en muchas de las regiones
más pobres, hasta en un 50% para 2020 en algunos países africanos [4]. Ello
aumentará la prevalencia de malnutrición y desnutrición, que actualmente
causan 3,5 millones de defunciones cada año.
Distribución de las infecciones
Las condiciones climáticas tienen gran influencia en las enfermedades
transmitidas por el agua o por los insectos, caracoles y otros animales de
sangre fría.
Es probable que los cambios del clima prolonguen las estaciones de
transmisión de importantes enfermedades transmitidas por vectores y alteren
su distribución geográfica. Por ejemplo, se prevé una ampliación considerable
de las zonas de China afectadas por la esquistosomiasis, una enfermedad
transmitida por caracoles [5].
La malaria depende mucho del clima. Transmitida por mosquitos del género
Anopheles, la malaria mata a casi un millón de personas cada año, sobre todo
niños africanos menores de cinco años. Los mosquitos del género Aedes,
vector del dengue, son también muy sensibles a las condiciones climáticas.
Los estudios al respecto llevan a pensar que el cambio climático podría
exponer a 2000 millones de personas más a la transmisión del dengue en la
próxima década de los ochenta [6].
Medición de los efectos en la salud
La medición de los efectos sanitarios del cambio climático sólo puede hacerse
de forma aproximada. No obstante, en una evaluación llevada a cabo por la
OMS teniendo en cuenta sólo algunas de las posibles repercusiones sanitarias
se concluyó que el discreto calentamiento registrado desde los años setenta
estaba causando ya un exceso de mortalidad cifrable en 140 000 defunciones
anuales en 2004 [7].
¿Quiénes están en riesgo?
Todas las poblaciones se verán afectadas por el cambio climático, pero algunas
son más vulnerables que otras. Los habitantes de los pequeños estados
insulares en desarrollo y de otras regiones costeras, megalópolis y regiones
montañosas y polares son especialmente vulnerables.
Los niños, en particular los de los países pobres, son una de esas poblaciones
más vulnerables a los riesgos sanitarios resultantes y se verán expuestos por
más tiempo a las consecuencias sanitarias. Se prevé asimismo que los efectos
en la salud serán más graves en las personas mayores y las personas con
diversos achaques o dolencias preexistentes.
Las zonas con infraestructuras sanitarias deficientes, la mayoría en países en
desarrollo, son las que tendrán más dificultades para prepararse y responder
si no reciben asistencia.
Respuesta de la OMS
Hay muchas políticas y opciones individuales que pueden reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero y reportar importantes beneficios
colaterales para la salud. Por ejemplo, el fomento del uso seguro del transporte
público y de formas de desplazamiento activas -caminar o ir en bicicleta como
alternativa a los vehículos privados- podría reducir las emisiones de dióxido de
carbono y mejorar la salud.
En 2009 la Asamblea Mundial de la Salud respaldó un nuevo plan de trabajo
de la OMS sobre cambio climático y salud, que abarca lo siguiente:
 Sensibilización: fomentar la toma de conciencia sobre la gran amenaza
que supone el cambio climático para la salud.
 Alianzas: coordinarse con organismos asociados del sistema de las
Naciones Unidas, y procurar que la salud ocupe el lugar que merece en
la agenda del cambio climático.
 Ciencia y datos probatorios: coordinar las revisiones de la evidencia
científica existente sobre la relación entre el cambio climático y la
salud, y elaborar una agenda de investigación mundial.
 Fortalecimiento de los sistemas de salud: ayudar a los países a
determinar los puntos vulnerables de sus sistemas sanitarios y crear
capacidad para reducir la vulnerabilidad de la salud al cambio
climático.

EL CREE QUE NO PUEDE

A un niño le encantaban los circos y lo que más le gustaba era los


animales y de todos ellos el que más llamaba su atención era el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y
fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes
de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una
cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en
el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas
enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y
poderosa, parecía obvio que ese animal era capaz de arrancar con facilidad
la estaca y huir.
El misterio era evidente: ¿Por qué no huía si aquello que lo sujetaba era
tan débil comparado con su fuerza?
Cuando tenía cinco o seis años, pregunté a varias personas por el misterio
del elefante y alguien me explicó que el elefante no se escapaba porque
estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: Si esta amaestrado, ¿por qué lo
encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Hace algunos años descubrí a alguien lo bastante sabio como para
encontrar la respuesta: "El elefante del circo no escapa porque ha estado
atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño".
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó
tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era
ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día
siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía... hasta que un
día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se
resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso no escapa porque CREE QUE NO PUEDE.
El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se
siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a
cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intento poner a
prueba su fuerza otra vez.

Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el
mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos
creyendo que un montón de cosas "no podemos hacer", simplemente
porque alguna vez probamos y no pudimos.
Grabamos en nuestro recuerdo "no puedo... no puedo y nunca podré",
perdiendo una de las mayores bendiciones con que puede contar un ser
humano: la fe.
La única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento
TODO NUESTRO CORAZON y todo nuestro esfuerzo como si todo
dependiera de nosotros, pero al mismo tiempo, confiando totalmente en
Dios como si todo dependiera de Él.

Aguaymanto: Fruto peruano que conquista el mundo

Su pequeñez discrepa con su grandeza nutricional. El aguaymanto posee


grandes propiedades, entre ellas, su efectivo poder antioxidante, el cual
previene el envejecimiento; y su accionar como un práctico antidiabético que
estabiliza el nivel de glucosa en la sangre.
Al despojarlo de su dorada cápsula se nos presenta ante nosotros un pequeño
fruto de no más de dos centímetros, de color amarillo e impregnado de una
brillantez y fragancia envidiable, dulce regalo de la naturaleza llamado
aguaymanto.
Nuestro Perú es un país privilegiado con una enorme variedad de productos
naturales. Para muestra un botón: un diminuto fruto proveniente de la
serranía de nuestro país, un alimento de aspecto muy similar al de un tomate
pequeño, pero que a diferencia de este permanece encerrado en doradas hojas,
como teniendo temor a ser descubierto.
Al despojarlo de su dorada cápsula se nos presenta ante nosotros un pequeño
fruto de no más de dos centímetros, de color amarillo e impregnado de una
brillantez y fragancia envidiable, dulce regalo de la naturaleza llamado
aguaymanto.
Sería el famoso científico sueco Carlos Linneo, quien viajaba por todo el
mundo obsesionado en descubrir nuevas especies y bautizándolas con un
nombre en latín, quien descubriría en 1,753 este fruto oriundo del Perú. Y lo
clasificaría para la eternidad científica denominándolo Physalis Peruviana.
Sin embargo, el lenguaje popular desde tiempos remotos la nombra de
diferentes maneras. Entre las más comunes se encuentran el aguaymanto, el
tomatito silvestre, capulí, uchuva, uvilla o cereza de los andes. Fue una de las
pocas especies en cultivarse en los jardines reales de la ciudadela de Machu
Picchu. Siendo el Valle Sagrado de los Incas el lugar donde se inicia su
producción.
La cereza de los andes presenta un alto potencial de crianza, pues al crecer en
suelos pobres, con bajos requerimientos de fertilización, es ideal para
sembrarse en regiones ubicadas entre 1,800 y 2,800 metros sobre el nivel del
mar, en lugares con alta luminosidad y temperaturas promedio entre 13 y 18
grados centígrados.
Sin embargo, la planta es muy susceptible a las temperaturas inferiores a los
10 grados centígrados, a la sequía y a los vientos fuertes; por lo que se
recomienda que los terrenos donde se cultive este producto estén cercados con
barreras rompe vientos.
La planta de aguaymanto generalmente mide un metro de altura aunque
puede alcanzar 1.8 metros. Sus frutos son bayas de color que oscila entre el
naranja y el amarillo y su sabor es una peculiar mezcla de balance perfecto
entre lo dulce y lo ácido. El fruto está protegido por una envoltura natural que
lo mantiene fresco, sin dañarse, incluso varias semanas después de haber sido
extraído de la planta.
El aguaymanto es rico en vitaminas A, B y C, lo mismo que en hierro, fósforo,
fibra y carbohidratos. Debido a la gran presencia de nutrientes y vitaminas,
este alimento es beneficioso para preservar la salud de los tejidos
especializados como la retina, ayudar al desarrollo y la salud de los tejidos de
la piel y las membranas mucosas.
Igualmente ayuda al desarrollo de los dientes y de los huesos, actúa como un
potente antioxidante previniendo el envejecimiento celular y la aparición de
cáncer, fortalece el sistema inmunológico, favorece la cicatrización de las
heridas y combate algunas alergias como el asma y la sinusitis.
Su consumo también es recomendable para las mujeres que atraviesan por la
menopausia debido a que alivia los síntomas característicos de este periodo,
gracias a que aumenta la cantidad de estrógenos. Igualmente ayuda a la
absorción de hierro, combate el estrés, el cansancio mental y la depresión.
Otras propiedades del aguaymanto son la mejora de la función cardiovascular,
y la producción de una mayor cantidad glóbulos rojos. Además, actúa como
antirreumático, desinflamando las articulaciones; disminuye los niveles de
colesterol en la sangre cumpliendo el rol de antidiabético, estabilizando el nivel
de glucosa en la sangre y purificándola.
En los últimos años, debido a la expansión de la medicina alternativa, el
aguaymanto ha sido una de las frutas predilectas por los entendidos en la
materia. El especialista en naturismo y salud humana Miguel Ángel Palacios
Montenegro recomienda con entusiasmo su consumo debido a que, “el
aguaymanto, o tomatillo del campo, sirve para tratar la diabetes y otros
malestares como los síntomas de la menopausia y contrarresta el
envejecimiento”.
El experto explica con sorpresa que esta fruta antes era subestimada,
ignorada y muchas veces menospreciada. “En el país crecía de modo silvestre
en las laderas de la sierra peruana, y era el alimento de los pobres; pero ahora
felizmente esto se ha revertido y es así que actualmente se distribuye en los
mercados con mucho éxito”, señala.
El aguaymanto se consume de distintas maneras: en conserva, como néctar,
deshidratado, mermelada, yogurt, helado, en extracto, fruta fresca, pulpa
congelada o como ingrediente en exquisitos potajes de la floreciente
gastronomía Novoandina.
Conocidas sus enormes propiedades nutritivas, su gran potencial medicinal
y lo delicioso de su sabor, no perdamos tiempo y animémonos a descubrir
los encantos de esta deliciosa fruta.

La Achiqué

En un tiempo de gran hambruna, unos campesinos que tenían dos hijos


pequeños, viéndolos sufrir por el hambre y enloquecidos por la proximidad de
la muerte, decidieron meterlos en una bolsa y arrojarlos a un barranco. La
bolsa se atracó en un árbol seco y los niños, ya salvos, comenzaron a subir el
es carpe del barranco. Caminando llegaron a casa de la Achiqué, vieja bruja
del monte que los recibió con aparente bondad.
Después.de darles de comer, dispuso los hermanos durmiesen separados.
Al alba la niña sintió débiles quejidos y suponiendo que fuese su hermano.
Inquieta la niña se levantó sin hacer ruido y pudo ver como la bruja intentaba
descuartizar a su hermano con una cortadera.
Sin perder tiempo, cogió la chiquilla un puñado de ceniza y el echó a los ojos
de la bruja y mientras esta corría a lavarse al puquial desató a su hermano y
huyeron de prisa. Llegaron hasta un árbol donde había un cóndor.
-“Taita Rucus, ocultándonos bajo tus alas que no alcanza la Achique” – le
suplicaron. Extendió sus alas el cóndor.
-“¿Auquis Rucus, has visto pasar por aquí dos niños que se me han escapado?
-¡Déjame ver qué tienes bajo las alas!”
Al aproximarse la bruja se dio de aletazos e hizo caer rodando a la bruja hasta
el fondo del barranco, se me han escapado".
"Aquí sólo están mis crías", dijo la zorra.
Los niños siguieron su marcha y al atardecer, fatigados de tanto correr,
llegaron a la madriguera de una zorra y los ayudó. Al anochecer llegó la bruja.
-“Vieja Atoj, dijo, de seguro aquí están escondidos dos niños que se me han
escapado”.
-“Aquí sólo están mis crías”, dijo la Zorra.
Tanto fastidió la bruja que la zorra la espanto. Huían, huían los niños. Tras
ellos de nuevo los seguía la bruja tirándoles piedras. –“Cordero, corderito, dijo
la niña, mira que la bruja ya nos alcanza, no dejes que nos llegue a tocar” - le
dijeron al animalito que descansaba y el corderito les dio una soga donde los
niños subieron hasta una nube muy alta.
La bruja llegó al sitio y al ver la soga colgando del cielo y los niños en lo alto
comenzó a subir. Ya muy arriba apareció entre la bruja y los niños un pericote
de la cuerda. En realidad el pericote roía la soga.
De pronto la cuerda se rompió y desde lo alto se vino abajo la bruja.
-Pampallampa, Pampallampa, gritaba la vieja mientras caía. ¡Pampallampa! Y
cayó despanzurrada en medio del llano.
Arriba seguían subiendo los niños al país de las nubes. La soga se mecía en el
cielo como un inmenso tallo.

El niño de junto al cielo


(Enrique Congrains)

Por alguna desconocida razón, Esteban había llegado al lugar exacto,


precisamente al único lugar..., Pero, ¿no sería, más bien, que "aquello" había
venido hacia él? Bajó la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete
anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.

¿Por qué, por qué él?

Su madre se había encogido de hombros al pedirle él, autorización para


conocer la ciudad, pero después le advirtió que tuviera cuidado con los carros
y con las gentes. Había descendido desde el cerro hasta la carretera y, a los
pocos pasos, divisó "aquello" junto al sendero que corría paralelamente a la
pista.

Vacilante, incrédulo, se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era
un billete de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas,
innumerables reales. ¿Cuántos reales, cuántos medios, exactamente? Los
conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y, por otra parte,
le bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía "diez"
por sus dos lados.

Siguió por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese otro
cerro cubierto de casas, Esteban caminaba unos metros, se detenía y sacaba
el billete de su bolsillo para comprobar su indispensable presencia. ¿Había
venido el billete hacia él -se preguntaba- o era él, el que había ido hacia el
billete?

Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basura, desperdicios de


albañilería y excremento; llegó a una calle y desde allí divisó al famoso
mercado, el Mayorista, del que tanto había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima,
Lima...? La palabra le sonaba a hueco. Recordó: que su tío le había dicho que
Lima era una ciudad grande, tan grande que en la ella vivía un millón de
personas,

¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacía unos días,
antes del viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas y ahora, él con
cada paso que daba iba internándose dentro de la bestia.

Se detuvo, miró y meditó: la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres


y cuatro pisos, los autos, la infinidad de gentes -algunas como él, otras no
como él- y el billete anaranjado, quieto, dócil en el bolsillo de su pantalón. El
billete llevaba el "diez" por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. El
también llevaba el "diez" en su rostro y en su conciencia. El "diez años" lo
hacía sentirse seguro y confiado, pero sólo hasta cierto punto. Antes cuando
comenzaba a tener noción de las cosas y de los hechos la meta, el horizonte,
había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez
años no era todo. Esteban se sentía incompleto aún. Quizá si cuando tuviera
doce, quizá si cuando llegara a los quince. Quizá ahora mismo, con la ayuda
del billete anaranjado.

Estuvo dando algunas vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que llegó a
sentirse parte de ella. Un millón de cabezas y ahora una más. La gente se
movía, se agitaba, unos iban en una dirección, otros en otra y él, Esteban, con
el billete anaranjado quedaba siempre al centro de todo, en el ombligo mismo.
Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a unos
metros de ellos y quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos y el
resto hacía ruedo. Bueno, había andado unas cuadras, y por fin encontraba
seres como él, gente que no se movía incesantemente de un lado a otro.
Parecía, por lo visto, que también en la ciudad había seres humanos.

¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora?


¿Una hora, acaso dos? Todos los chicos se habían ido, todos menos uno.
Esteban quedó mirando mientras su mano dentro del bolsillo acariciaba el
billete:

-¡Hola, hombre!

-Hola... -respondió Esteban susurrando, casi.

El chico era más o menos de su misma edad y vestía pantalón y camisa de un


mismo tono, algo que debió ser kaki en otros tiempos, pero que ahora
pertenecía a esa categoría de colores vagos e indefinidos.

-¿Eres de por acá? -le preguntó a Esteban.

-Sí, este... -se aturdió y no supo cómo explicar que vivía en el cerro y que
estaba en viaje de exploración a través de un millón de cabezas.

-¿De dónde ah?- se había acercado y estaba frente a Esteban. Era más alto y
sus ojos inquietos le recorrían de arriba abajo

-¿De dónde, ah? -volvió a preguntar.

-De allá, del cerro- y Esteban señaló en la dirección en que había venido.

-¿San Cosme?

Esteban meneó la cabeza negativamente.

¿Del Agustino?

-¡Sí, de ahí! -Exclamó sonriendo. Ese era el nombre, y ahora lo recordaba.


Desde hacía meses cuando se entero de la decisión de su tío de venir a
radicarse en Lima, venía averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo
que Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez; que había un sitio que
se llamaba Callao y que allí llegaban buques de otros países; que habían
lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles larguísimas.. ¡Lima…! Su tío
había salido dos meses antes que ellos con el propósito de conseguir casa.
Una casa. ¿En que sitio será?, le había preguntado a su madre. Ella tampoco
sabía. Los dos corrieron, y después de muchas semanas llegó la carta que
ordenaba partir. ¡Lima...! ¿El cerro del Agustino, Esteban? Pero él no lo
llamaba así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado
quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo sabia.

-Yo no tengo casa ... -dijo el chico después de un rato. Tiro una bola contra la
tierra y exclamó:
-Caray, no tengo.

-¿Dónde vives, entonces? -se animó a inquirir Esteban.

El chico recogió la bola, la froto en su mano y luego respondió:

-En el mercado, cuido la fruta, duermo a ratos ... - Amistoso y sonriente, puso
una mano sobre el hombro de Esteban y pregunto:

-¿Cómo te llamas tú?

-Esteban...

-Yo me llamo Pedro -tiró la bola al aire y la recibió en la palma de su mano-.


Te juego, ¿ya Esteban?

Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron los


minutos, pasaron hombres y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle,
siguieron pasando los minutos. El juego había terminado. Esteban no tenía
nada que hacer junto a la habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y los pies
sobre el cemento gris de la acera. ¿A dónde, ahora? Empezaron a caminar
juntos. Esteban se sentía más a gusto en compañía de Pedro, que estando
solo.

Dieron algunas vueltas. Más y más edificios. Más y más gentes. Más y más
autos en las calles. Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo
recordó.

-¡Mira lo que me encontré! -lo tenía entre sus dedos y el viento lo hacía oscilar
levemente.

-¡Caray! -exclamo Pedro y lo tomó, examinando al detalle- ¡Diez soles, caray!


¿Dónde lo encontraste?

-Junto a la pista, cerca al cerro -explicó Esteban. Pedro le devolvió el billete y


se concentró un rato. Luego preguntó:

-¿Qué piensas hacer, Esteban?

-No sé, guardarlos, seguro… -y sonrió tímidamente.

-¡Caray, yo con una libra haría negocios, palabras que sí!

-¿Cómo?

Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar, a un mismo tiempo,


muchísimas cosas. Su gesto podría interpretarse como una total
despreocupación por el asunto -los negocios- o como una gran abundancia de
posibilidades y perspectivas. Esteban no comprendió.

-¿Qué clase de negocio, ah?

-¡Cualquier clase, hombre!- pateó una cáscara de naranja que rodó desde la
vereda hasta la pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó
contra el pavimento-. Negocios hay de sobra, palabra que sí. Y en unos dos
días cada uno de nosotros podría tener otra libra en el bolsillo.

-¿Una libra más? -preguntó Esteban asombrándose.

-¡Pero claro, claro que sí...! -volvió a examinar a Esteban y le preguntó:

- ¿Tú eres de Lima?

Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni


jugaba sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años,
salvo lo que ese día.

-No, no soy de acá, soy de Tarma: llegué ayer…

-¡Ah! -exclamó Pedro, observándolo fugazmente- ¿De Tarma, no?

Había dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio


kilómetro de distancia se alzaba el cerro del Agustino, el barrio de Junto al
Cielo, según Esteban. Antes del viaje en Tarma, se había preguntado: ¿Iremos
a vivir en Miraflores, al Callao, a San Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos
barrios quedará la casa de mi tío? Habían tomado el ómnibus y después de
varias horas de pesado y fatigante viaje arriban a Lima. ¿Miraf1ores? ¿La
Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao? ¿A dónde Esteban, a donde? Su tío había
mencionado el lugar y era la primera vez que Esteban lo oía nombrar. Debe
ser algún barrio nuevo pensó. Tomaron un auto y cruzaron calles y más
calles. Todas diferentes pero cosa curiosa, todas parecidas también El auto los
dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casas en mitad del cerro, casas
en la cumbre del cerro. Habían subido y una vez arriba junto a la choza que
había levantado su tío Esteban contempló a la bestia de un millón de cabezas.
La “cosa” se extendía y se desparramaba, cubriendo la tierra de casas, calles,
techos, edificios. Más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban
había levantado los ojos, y se había sentido tan encima de todo -o tan abajo,
quizá- que había pensado que estaba en el barrio de Junto al Cielo.

-Oye, ¿quisieras entrar en algún negocio, conmigo? Pedro se había detenido y


lo contemplaba, esperando respuesta.

-¿Yo...? -titubeando preguntó:

-¿Qué clase de negocios? ¿Tendrían otro billete mañana?

-¡Claro que sí, por supuesto? -afirmó resueltamente.

La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro billete
más, y otro más y muchos más. Muchísimos billetes más, seguramente.
Entonces el "diez años" sería esa meta que siempre habían soñado.
-¿Qué clase de negocios se puede, ah? -preguntó Esteban.

Pedro sonrió y explicó:

-Negocios hay muchos... Podríamos comprar periódicos v venderlos por Lima:


podríamos comprar revistas, chistes... -hizo una pausa y escupió con
vehemencia. Luego dijo, entusiasmado:

-Mira, compramos diez soles de revistas y las vendemos ahora mismo, en la


tarde, y tene¬mos quince soles, palabra.

-¿Quince soles?

-¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mí! ¿Qué te
parece?

Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en


que Esteban no diría nada, ni a su madre ni a su tío; convinieron en que
venderían revistas y que de la libra de Esteban, saldrían muchísimas otras.

Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a


su madre para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su
trabajo le daban de comer gratis, completamente gratis, como había recalcado
al explicar su situación.

Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo al borde


de la carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la
mañana, el billete de diez, soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a
caminar juntos, internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas.

-Vas a ver que fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier
sitio, la gente la ve y, listo, las compran para sus hijos. Y si queremos, nos
ponemos a gritar en la calle el nombre de las revistas, y así vienen más
rápido... ¡Y vas a ver qué bueno es hacer negocios...

-¿Queda muy lejos el sitio? -preguntó Esteban, al ver que las calles seguían
alargándose casi hasta el infinito. Qué lejos había quedado Tarma, qué lejos
había quedado todo lo que hasta hacía unos días había sido habitual para él.

-No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el
centro.

-¿Cuánto cuesta el tranvía?

-¡Nada, hombre! -y se rió de buena gana- Lo tomamos no más y le decimos al


conductor que nos deje ir hasta la Plaza San Martín.

Más y más cuadras. Y los autos, algunos viejos, otros increíblemente nuevos y
flamantes, pasaban veloces, rumbo sabe Dios dónde.

-¿Adónde va toda esa gente en auto?

Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero, ¿a dónde iban realmente?


Pedro no halló ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a mover la cabeza de
un lado a otro. Más y más cuadras, Al fin terminaron la calle y llegaron a una
especie de parque.

-¡Corre! -le gritó Pedro, de súbito, El tranvía comenzaba a ponerse en marcha.


Corrieron. Cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron al estribo.

Una vez arriba se miraron sonrientes. Esteban empezó a perder el temor y


llegó a la conclusión de que seguía siendo el centro de todo. La bestia de un
millón de cabezas no era tan espantosa como había soñado, y ya no le importó
estar siempre, aquí o allá en el centro mismo, en el ombligo mismo de la
bestia.

Parecía que el tranvía se había detenido definitivamente, esta vez, después de


una serie de paradas. Todo el mundo se había levantado de sus asientos y
Pedro lo estaba empujando.

-Vamos, ¿qué esperas?

-¿Aquí es?

-Claro, baja.

Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento de la bestia. Esteban


veía más gente y las veía marchar -sabe Dios dónde- con más prisa que antes.
¿Por qué no caminaban tranquilos, suaves, con gusto como la gente de
Tarma?

-Después volvemos y por estos mismos sitios vamos a vender las revistas.

-Bueno -asintió Esteban. El sitio era lo de menos, se dijo, lo importante era


vender las revistas, y que la libra se convertiría en varias más. Eso era lo
importante.

-¿Tú tampoco tienes papá? -le preguntó Pedro, mientas doblaban hacia una
calle por la que pasaban los rieles del tranvía.

-No, no tengo... -y bajó la cabeza, entristecido. Luego de un momento, Esteban


preguntó:

-¿Y tú?

-Tampoco, ni papá ni mamá. -Pedro se encogió de hombros y apresuró el paso.


Después inquirió descuidadamente:

-¿Y al que le dices "tío"?

-Ah... Él vive con mi mamá, ha venido a Lima de chofer... –calló, pero


enseguida dijo:

-Mi papá murió cuando yo era chico...

-¡Ah, caray...! ¿Y tu "tío", que tal te trata?


-Bien: no se mete conmigo para nada.

-¡Ah!

Habían llegado al lugar. Tras un portón se veían un patio más o menos


grande, puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por
mayor.

-Ven, entra- le ordenó Pedro.

Esteban entró. Desde el piso hasta el techo había revistas, y algunos chicos
como ellos, dos mujeres y un hombre, seleccionaban sus compras. Pedro se
dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las
contó y volvió a revisarlas.

-Paga.

Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más


desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo
y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.

-Paga- repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo que


controlaba la venta.

-¿Es justo una libra?

-Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una.

Oprimió el billete con desesperación pero al fin terminó por extraerlo del
bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.

-Vamos -dijo jalándolo.

Se instalaron en la Plaza San Martín y alinearon las diez revistas en uno de los
muros que circunda el jardín. Revistas, revistas, revistas señor, revistas
señora, revistas, revistas. Cada vez que una de las revistas desaparecía con un
comprador, Esteban suspiraba aliviado. Quedaban seis revistas y pronto de
seguir así las cosas, no habría de quedar ninguna.

-¿Qué te parece, ah? -preguntó Pedro, sonriendo con orgullo.

-Está bueno, está bueno... -y se sintió enormemente agradecido a su amigo y


socio.

Revistas, revistas. ¿No quiere un chiste, señor? El hombre se detuvo y


examinó las carátulas. ¿Cuánto? Un sol cincuenta, no más... La mano del
hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál, cuál llevará? Al fin se
decidió. Cóbrate y las monedas cayeron, tintineantes al bolsillo de Pedro.
Esteban se limitaba a observar, meditaba y sacaba sus conclusiones: una cosa
era soñar allá en Tarma, con una bestia de un millón de cabezas, y otra era
estar en Lima, en el centro mismo del universo, absorbiendo y paladeando con
fruición la vida.
El era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien.
Revistas, revistas, gritaba el socio industrial, y otra revista más que
desaparecía en manos impacientes. ¡Apúrate con el vuelto!, exclamaba el
comprador. Y todo el mundo caminaba aprisa, rápidamente. ¿A dónde van que
se apuran tanto?, pensaba Esteban.

Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable aunque algo
difícil de comprender. Eso no importaba: seguramente con el tiempo, se
acostumbraría. Era una magnífica bestia que estaba permitiendo que el billete
de diez soles se multiplicara. Ahora ya no quedaban más que dos revistas
sobre el muro. Dos nada más, y ocho desparramándose por desconocidos e
ignorados rincones de la bestia. Revistas, revistas, chistes a sol cincuenta,
chistes... Listo, ya no quedaba más que una revista y Pedro anunció que eran
las cuatro y media.

-¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado... -prorrumpió luego.

-¿No has almorzado?

-No, no he almorzado... -observó a posibles compradores entre las personas


que pasaban y después surgió:

-¿Me podría ir a comprar un pan o un bizcocho?

-Bueno-aceptó Esteban, inmediatamente.

Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:

-Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?

-Sí, ya sé.

-¿Ves ese cine? -preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la esquina.
Esteban asintió-. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una
tiendecita de japoneses. Anda y cómprame un pan con jamón o tráeme un
plátano y galletas, cualquier cosa, ¿ya Esteban?

-Ya.

Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la
calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.

-Déme un pan con jamón -pidió a la muchacha que atendía.

Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban


puso la moneda sobre el mostrador.

-Vale un sol veinte- advirtió la muchacha.

-¡Un sol veinte...! -devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego decidió:

-Déme un sol de piletas, entonces.


Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó junto al
cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego,
prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba?

Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, se sentiría feliz, absolutamente


feliz. Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, espe¬ro que pasaran
unos automóviles y llegó a la vereda a veinte a treinta metros más allá había
quedado Pedro. ¿O se había confundido? Por qué ya Pedro no estaba en ese
lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revistas, ni
quince soles, ni... ¿Cómo había podido perderse o desorientarse? Pero, ¿no era
ahí donde habían estado ven¬diendo las revistas? ¿Era o no era? Miró a su
alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de un chocolate. El
papel era amarillo con letras rojas y negras, y él lo había notado cuando se
instalaron, hacia más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Y
Pedro, y los quince soles, y la revista?

Bueno, no era necesario asustarse, pensó. Seguramente se había demorado y


Pedro lo estaba buscando. Eso tenía que haber sucedido, obligadamente.
Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido a buscarlo: ya estaría de regreso
de ser así. Tal vez había ido con un comprador a conseguir cambio. Más y más
minutos fueron quedando a sus espaldas. No, Pedro no había ido a buscar
sencillo: ya estaría de regreso, de ser así. ¿Entonces...?

-Señor, ¿tiene hora? -le preguntó a un joven que pasaba.

-Sí las cinco en punto.

Esteban bajó la vista, hundiéndola en la piel de la bestia y prefirió no pensar.


Comprendió que de hacerla, terminaría llorando y eso no podía ser. Él ya tenía
diez años, y diez años no eran ocho, ni nueve. ¡Eran diez años!

-¿Tiene hora, señorita?

-Sí –sonrió y dijo con una voz linda-. Las seis y diez y se alejó presurosa.

¡Y Pedro, y los quince soles y la revista…! ¿Dónde están? Desgraciadamente no


lo sabía y solo quedaba la posibilidad de esperar y seguir esperando...

-¿Tiene hora. Señor?

-Un cuarto para las siete.

-Gracias.

¿Entonces...? Entonces. ¿Ya Pedro no iba a regresar…? ¿Ni Pedro ni los quince
soles, ni la revista iban a regresar entonces…? Decenas de letreros luminosos
se habían encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se volvían a
encender; y más y más gente sobre la piel de la bestia. Y la gente caminaba
con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más rápido aún, más, más,
hay que apurarse muchísimo más, apúrense más... Y Esteban permanecía
inmóvil, recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y con las
esperanzas en el bolsillo de Pedro... Inmóvil, dominándose para no terminar en
pleno llanto.
Entonces, ¿Pedro lo había engañado...? ¿Pedro, su amigo, le había robado el
billete anaranjado...? ¿O no sería más bien, la bestia con un millón de cabezas
la causa de todo…? Y, ¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia...?

Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y


desolado, se dirigió a tomar el tranvía.

CIEN AÑOS DE SOLEDAD

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano


Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y
cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se
precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos
prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de
nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los
años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su
carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a
conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento,
de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de
Melquiades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo
llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de
casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó
al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio,
y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos
tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho
tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en
desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. «Las
cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es
cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada
imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más
allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención
inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre
honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en
aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una
partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer,
que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio
doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para
empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en
demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región,
inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en
voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una
armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido,
cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de
piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición
lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto
calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de
mujer.
En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del
tamaño de un tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los
judíos de Amsterdam. Sentaron una gitana en un extremo de la aldea e
instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el pago de cinco
reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su
mano. «La ciencia ha eliminado las distancias», pregonaba Melquíades.
«Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la
tierra, sin moverse de su casa.» Un mediodía ardiente hicieron una asombrosa
demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en
mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos
solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el
fracaso de sus imanes, concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma
de guerra. Melquíades, otra vez, trató de disuadirlo. Pero terminó por aceptar
los dos lingotes imantados y tres piezas de dinero colonial a cambio de la lupa.
Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de
monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de
privaciones, y que ella había enterrado debajo de la cama en espera de una
buena ocasión para invertirías. José Arcadio Buendía no trató siquiera de
consolarla, entregado por entero a sus experimentos tácticos con la
abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de
demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la
concentración de los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en
úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las protestas de su mujer,
alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa.
Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades
estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de
una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Lo
envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus
experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un
mensajero que atravesó la sierra, y se extravió en pantanos desmesurados,
remontó ríos tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las
fieras, la desesperación y la peste, antes de conseguir una ruta de enlace con
las mulas del correo. A pesar de que el viaje a la capital era en aquel tiempo
poco menos que imposible, José Arcadio Buendía prometía intentarlo tan
pronto como se lo ordenara el gobierno, con el fin de hacer demostraciones
prácticas de su invento ante los poderes militares, y adiestrarlos
personalmente en las complicadas artes de la guerra solar. Durante varios
años esperó la respuesta. Por último, cansado de esperar, se lamentó ante
Melquíades del fracaso de su iniciativa, y el gitano dio entonces una prueba
convincente de honradez: le devolvió los doblones a cambio de la lupa, y le
dejó además unos mapas portugueses y varios instrumentos de navegación.
De su puño y letra escribió una apretada síntesis de los estudios del monje
Hermann, que dejó a su disposición para que pudiera servirse del astrolabio,
la brújula y el sextante. José Arcadio Buendía pasó los largos meses de lluvia
encerrado en un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie
perturbara sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las
obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el
curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una insolación por tratar de
establecer un método exacto para encontrar el mediodía. Cuando se hizo
experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio
que le permitió navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y
trabar relación con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su
gabinete. Fue ésa la época en que adquirió el hábito
de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie, mientras
Úrsula y los niños se partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la
malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena. De pronto, sin ningún
anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de
fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en
voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio
entendimiento. Por fin, un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó
de un golpe toda la carga de su tormento. Los niños habían de recordar por el
resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la
cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y
por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento.

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