Responder a estas preguntas nos dará una idea clara de la situación en la que estamos,
de nuestra evolución, de las oportunidades de mejora, y también de la eficacia que han
tenido nuestras acciones.
Por ejemplo: Evaluamos la satisfacción de los clientes y notamos que hay una caída
considerable en nuestro indicador de calidad, desde hace una semana. Averiguamos la
causa y encontramos que coincide con un cambio en los horarios de atención
telefónica, que no fueron informados adecuadamente a los clientes. Hacemos una
campaña de comunicación urgente, y logramos revertir la tendencia.
Este escenario es posible porque hemos detectado en sólo una semana el problema, y
hemos tomado acción inmediata. ¿Y si sólo hiciéramos mediciones de satisfacción
anuales? ¿Y si las mediciones de la semana pasada demoraran 2 meses en procesarse,
y otras 6 semanas en convertirse en acciones de mejora?
Está claro que los ciclos breves permiten tomar acciones en el momento en que se
produce el problema, y este es un gran punto a favor.
Pero la realidad demuestra que las encuestas son diseñadas con muchas preguntas
“por las dudas”, y esto tiene efectos negativos para el procesamiento, para la acción, y
también afectan la tasa de respuesta de los clientes