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Ficino y Bruno como representantes de la erotología

del Renacimiento
Platón, en su juventud, ya planteaba la necesidad de
preguntar sobre la naturaleza de la amistad y qué
sentido tiene en la constitución de toda esfera humana.
No cabe duda que la amistad como tal, es una
condición fundamental inmanente al flujo de la
intersubjetividad, ya que refuerza la cohesión de la
comunidad no sólo desde una perspectiva puramente
natural entre sujetos, sino que también se amplía a la
esfera espiritual y moral de estos.

En el Renacimiento se da un fenómeno similar con


respecto a los tratados de amor que se cultivaron
entre el siglo XV Y XVI. …………….. QUÉ ES EL AMOR

Del mismo modo, tanto Ficino como Bruno no


escamotean la impronta platónica al pensar la
importancia que tiene el amor en cuanto a su sentido y
fundamentación de todo vínculo político humano, esto
es, la comunidad. Todos anhelamos, imaginamos y en
consecuencia pensamos la posibilidad de vincularnos
dentro las posibles esferas que configuran un
determinado orden y flujo en el mundo en común, y esa
despersonalización de cada sujeto no se consigue sin
una fundamental fuerza impersonal, esto es, el amor.

Tal como mienta el catedrático Peter Sloterdijk en su


obra Esferas 1, que los orígenes de la psicología
profunda desembaraza en Florencia a mediados del
siglo XV con el filósofo neoplatónico Marsilio Ficino
(1433-1499). Sloterdijk señala que Ficino es un fiel
representante del nacimiento de la erotología moderna
y lo presenta como el primer fenomenólogo de la
fascinación intersubjetiva.1 En suma, el florentino no es
sólo un filósofo y protegido de los Medicis 2, sino que
también tiene una inclinación por la medicina y la
terapéutica. De ahí la necesidad de estudiar el amor,
pues su padecimiento ha sido cristalizado
1
Hipótesis planteada en esferas, pág. 201.
2
generalmente en personas excesivamente reflexivas,
imaginativas e inclinadas a la melancolía. Sloterdijk lee
a Ficino como el filósofo que descubrió la
intersubjetividad por medio de estudios sobre el amor,
pero que esa intersubjetividad se vería vulnerada,
puesto que la multitud en general no sabe cómo
relacionarse sanamente cuando ama. Según Sloterdijk,
Ficino observa que en la esferas humanas todos
tendemos generalmente hacer bien lo que hacemos, sin
embargo en asuntos amorosos casi siempre no ocurre
así, pues “todos nosotros amamos constantemente de
algún modo, pero casi todos amamos mal, y cuanto más
amamos, tanto peor lo hacemos.”3 En este sentido,
Sloterdijk ve en el texto de amore como un documento
fundacional ante litteram respecto a la psicología
profunda moderna. Agregaría que los tratados de amor
en el Renacimiento son tratados místicos y
terapéuticos a la vez, pues en los discursos eróticos se
oculta tácitamente itinerarios que conducirían al
arrobo del sujeto y unión con Dios. No hay que olvidar
que Ficino es también un teólogo limitado por tabúes,
por lo que aquí de lo que se trata es de un saneamiento
espiritual con vistas a un control ideológico y social, en
un periodo donde las enfermedades venéreas
pululaban hasta el paroxismo.

El historiador Sheldon Watts planteaba de que en el


siglo XV la sociedad occidental era básicamente
machista y que el conocimiento sobre las
enfermedades venéreas estaba sesgado por intereses
de poder y de reputación. 4 El papel del hombre
occidental en el matrimonio era privilegiado. Podía
copular fuera de dicho pacto contractual –sin caer en la
pecaminosidad–, y en consecuencia era inadvertido de
que podían contagiar a sus esposas. Los orígenes de la
sífilis eran justificados por el imaginario popular– como
la ingesta de cerdo y la ingestión de la sangre
menstrual de la mujer–y por prejuicios propios de la
época tales como una forma de lepra común entre los
3
Sloterdijk, Peter. Esferas 1. Microsferología, España, Ediciones Siruela, 2003. pp. 201-202
4
Watts, Sheldon. Epidemias y poder. Historia, enfermedad, imperialismo. Santiago, Editorial Andrés
Bello, año 2000.
antiguos hebreos, así como también el efecto de la
satisfacción de la lascivia –germen de toda impureza–.
En suma. Watts planeta además una hipótesis de la
pululación de la sífilis en torno a los hijos bastardos. El
hijo bastardo surge, según Watts, “en la Europa rural
que comenzó a recuperarse de la pestes bubónica “con
el resultado de que en muchas aldeas había un exceso
de jóvenes para las necesidades de la mano de obra
local. Frente a esta situación inédita en el pasado
reciente –exceso de población–, los ancianos veían con
malos ojos a los hijos varones ilegítimos. Si estos niños
no deseados sobrevivían hasta la adolescencia, con
frecuencia eran alentados a enrolarse a un grupo de
soldados mercenarios [...]. Según los comentaristas
que despreciaban a los soldados mercenarios, la sífilis
se había propagado entre los treinta mil soldados que
en 1494 acompañaron a Carlos III, rey francés de
Valois, en su espectacular invasión de Italia. […] Este
ejercito indisciplinado había pasado varias semanas en
la Roma papal, donde se decía que habían más
prostitutas que clérigos.”5 Franqueando
posteriormente hasta Nápoles que, a la sazón era una
de las ciudades más grandes de Europa, propagándose
en el contacto entre conquistadores y los cuerpos que
aún estaban disponibles sexualmente. Así se fue
expandiendo geográficamente el morbus gallicus o mal
francés en Europa. En la Europa del siglo XV la nueva
enfermedad, esto es, la sífilis, estaba lejos de terminar.

Casi un siglo después, Giordano Bruno escribe sus


tratados sobre el amor, entre ellos están De los
vínculos en general y de los heroicos furores.
Sloterdijk concibe a Bruno como el mago que gestó la
intersubjetividad temprano-moderna, puesto que en De
los vínculos en general, Según Sloterdijk, se trataría de
una “doctrina general de las ligazones discretas y
recíprocas de las cosas […]. Bruno desarrolla, en un
tono casi cosmoerótico, una teoría de los efectos
recíprocos o correspondencias entre polos de energía.
En ella el concepto de vinculum desempeña el papel
clave; sobre él se fundamenta una ontología de
5
Watts. Ibíd. Pág. 180
atracciones múltiples y discretas. De acuerdo con ella,
ser no significa para cada cosa sino pertenecer a un
juego de múltiples vinculaciones, incesantemente
cambiantes, con algo correspondiente.

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