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L a palabra patrimonio viene del latín patri (‘padre’) y monium (‘recibido’), que significa «lo recibido por línea

ea paterna». De allí que desde su definición implique una serie de proyectos identitarios, pues es el padre que quiere permanecer a través
del legado a sus hijos. El término Denkmalpflege, para la lengua alemana traduce "el cuidado de los monumentos, de aquello que nos hace pensar". Muy diferente es la situación respecto a la lengua inglesa que adoptó el
término heritage, originalmente restringido a "aquello que fue o puede ser heredado". En todos los términos hay una constante que implica el recuerdo, la memoria, los antepasados traducidos en la “herencia” (CARVALHO, Aline V and FUNARI
2012)

Metodológicamente, por lo tanto, se vuelve imprescindible trabajar con un concepto claro y funcional de patrimonio. Con base en lo anterior,
entendemos patrimonio integral como: el conjunto de bienes culturales y naturales, tangibles e intangibles, generados localmente y que una
generación hereda / transmite a la siguiente con el propósito de preservar, continuar y acrecentar dicha herencia. Es importante recalcar que todo
patrimonio se genera localmente y es producido en un espacio y en un tiempo histórico determinado; desde luego, los aportes culturales de los
inmigrantes están considerados como parte de este mismo proceso histórico. Al ser un fenómeno fundamentalmente local, todo patrimonio (cultural,
natural, tangible o intangible) depende para su transmisión y preservación, en primera instancia, de la comunidad en donde tuvo origen o la cual
estuvo de alguna manera involucrada en su desarrollo. Tomando en cuenta lo anterior, es decir, la aceptación por parte del museo que su colección
debe estar integrada y reconocerse como parte de un patrimonio, surge inevitablemente la relación con la comunidad -principalmente con sectores
o miembros de la comunidad-creadores y/o transmisores de ese patrimonio.
La primera se refiere al hecho que la ideología del patrimonio tal cual es defendida por la Unesco, entre otras, es dominada por una historia europea
en la cual se inscribe el nacimiento del Convenio Internacional del Patrimonio Mundial de la Unesco en 1972.
En este movimiento de colectivización, la Conservación del Patrimonio Mundial no representa más que un cambio de escala: se ha pasado de la
familia a la comunidad nacional, y luego a la idea de una civilización universal. Si bien este proceso parece legítimo visto desde Europa, es más
problemático para algunos países que, antes de haber tenido tiempo o el deseo de llevar a cabo su propia reflexión sobre su patrimonio, se encuentran
proyectados sobre la escena de lo universal.
En estricto rigor la actual vuelta del pasado no lo es de sus restos o huellas –menos aún tratadas críticamente– sino, como se ha insinuado ya, de sus simulacros: “la copia idéntica de la que jamás ha existido original”, “el pasado como referente se
encuentra puesto entre paréntesis, y finalmente ausente, sin dejarnos otra cosa que textos”. ¿Qué es lo que representan entonces esas producciones culturales, preponderantemente esas imágenes y películas? Lejos de representar el pasado,
encarnan nuestras propias ideas y estereotipos del pasado. A esto

La cultura occidental ha pretendido instaurarse como cultura universal y, para ello, ha


desarrollado esquemas interpretativos y escalas de valor para aplicarlos al patrimonio de
culturas no-occidentales, con la intención ideológica de conformar y legitimar un patrimonio
cultural "universal"... El supuesto patrimonio universal no es otra cosa que la selección de
ciertos bienes de diversas culturas en función de criterios esencialmente occidentales. La
cultura occidental dominante en México ha incorporado estos mecanismos de selección y los
ha aplicado en sus esfuerzos por constituirse en cultura nacional, única, homogénea y
generalizada…

En la sociedad colonial las diferencias culturales entre los colonizadores y los colonizados
desempeñaban un papel central: ese contraste permitía crear una ideología que pretendía
justificar la explotación colonial y la hacía aparecer como una empresa redentora,
civilizadora, que haría de los pueblos indios verdaderas sociedades humanas con derecho a
entrar en la historia (la única historia que se consideraba válida: la de Occidente). Para hacer
ese malabarismo ideológico bastaba afirmar la inferioridad de los indios (los colonizados) en
todos los órdenes posibles de comparación: se les consideró racialmente inferiores; sus
religiones no eran tales, sino herejías o supersticiones inspiradas por el demonio; sus
idiomas eran "dialectos" (algo intermedio entre el lenguaje humano y las formas de
comunicación entre los animales); sus costumbres eran bárbaras e incivilizadas, etc. En
cambio, por supuesto, todos los rasgos correspondientes del grupo colonizador se
consideraban superiores, los únicos verdaderos y admisibles para el conjunto de la especie
humana.

La cultura nacional resulta ser, así, una construcción artificial, un proyecto, un anhelo
imposible; o, cuando mucho, es sólo la cultura de la que participa un grupo minoritario de la
población mexicana.

El hecho, en última instancia, es que la cultura nacional y el patrimonio cultural


correspondiente no expresan el pluralismo de la sociedad mexicana; antes bien, lo niegan
sistemáticamente en un esfuerzo centenario por uniformar a la población en términos del
modelo de cultura dominante. De ese desencuentro se derivan los problemas de fondo en la
conservación, la valoración y el desarrollo del patrimonio cultural.

Porque, en efecto, la definición de un patrimonio cultural nacional legítimo, del que resultan
excluidos muchos objetos culturales que forman parte del patrimonio particular de los
diversos pueblos y comunidades que componen la nación mexicana, plantea, por lo menos,
dos cuestiones de fondo. La primera es la imposibilidad de adoptar una política de
protección que abarque la totalidad de los objetos culturales que conforman el patrimonio
nacional real; más aún: la no legitimación de una parte considerable de ese patrimonio
implica fácilmente su devaluación, su estigmatización como objetos culturales que tienen
una carga negativa de valor porque son diferentes de los objetos homólogos que sí son
reconocidos como integrantes del patrimonio nacional legítimo.

Se considera que un buen artículo científico debe ser capaz de transmitir


información de forma clara y precisa con el menor número de palabras,
es decir, ser al mismo tiempo breve.
Originalidad

El núcleo, o esqueleto, de una investigación gira alrededor de una


hipótesis, del establecimiento de un objetivo que pretende validarla y de
la obtención de unas conclusiones sobre la base de los resultados
obtenidos
Hipótesis .... Objetivo .... Resultados .... Conclusión

Los artículos originales deben tener una extensión mínima de 8.000


palabras y una máxima de 12.000, incluyendo las notas y las referencias
bibliográficas figuras, imágenes, cuadros y gráficos.

El ángel de la historia, en las tesis de Walter Benjamin, mira hacia atrás por
tres razones:

Primero, porque epistemológicamente es inevitable y necesario mirar


hacia atrás, o sea: el ángel no puede ver adelante y tiene que mirar hacia
atrás para poder entender su entorno.

Segundo, porque ontológicamente el futuro no existe, ya que el ‘progreso’


no es una tendencia de acercamiento a un futuro mejor, sino de
alejamiento del paraíso perdido; y porque el tiempo como algo homogéneo
que avanza automáticamente, no existe.

Tercero, porque políticamente es necesario mirar hacia atrás, ya que no es


posible enfrentarse al nacionalsocialismo si se le entiende como estado de
excepción, diametralmente opuesto a un progreso inevitable.

¿Por qué? Porque, como demostró Marx, la economía capitalista se basa


necesariamente sobre el concepto del tiempo como algo lineal e inmutable.
Esta concepción es ciertamente sagrada para la ideología dominante,
porque el tiempo es la única medida que tiene la forma económica
existente hoy en día prácticamente sobre toda la tierra, para comparar lo
que en sí es incomparable: el trabajo distinto de seres humanos distintos.

Mientras que en diferentes religiones se espera el Mesías y mientras que


en las interpretaciones limitadas del materialismo histórico se espera un
acto mesiánico que viene de fuera de la sociedad o del ‘cumplimiento de
las leyes de la historia’ que en última instancia no es otra cosa que la
esperanza a un Mesías, Benjamin traslada la esperanza de las
generaciones anteriores a una que se dirige hacia nosotros. ES DECIR, UN
ANGEL NO VA A VENIR, JAMAS, SINO ES QUE NOSOTROS MISMOS SOMOS
EL ANGEL

“Una felicidad capaz de despertar envidia en nosotros”, dice Benjamin en


la segunda tesis, “sólo la hay en el aire que hemos respirado junto con otros
humanos, a los que hubiéramos podido dirigirnos; junto con las mujeres
que se nos hubiesen podido entregar”. Y el texto sigue: “¿Acaso no nos
roza, a nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes?
¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras
voces que dejaron de sonar? Acaso las mujeres a las que hoy cortejamos no
tienen hermanas que ellas ya no llegaron a conocer?

De los vencidos no sabemos nombres, ni conocemos sus rostros, así que un


acercamiento emocional a ellos sería por consiguiente más difícil que uno
a los vencedores, de los cuales conocemos, por los documentos existentes,
detalladamente sus estados de ánimo en distintos momentos de su vida.
Pero acercarse a los vencedores de antes, significa a la vez acercarse a los
amos de hoy, ya que son los herederos de los vencedores de la historia20.
Así que, para que realmente podamos entender hoy las contradicciones
existentes, nos hace falta necesariamente una visión crítica y distanciada
sobre la historia escrita dentro del modelo del historicismo. “El materialista
histórico” escribe Benjamin, “considera que su misión es la de pasar por la
historia el cepillo a contrapelo”21. Hay que mirar, entonces con mucho
cuidado y profundidad hacia atrás, para ver las heridas, las cicatrices
escondidas debajo de la aparente superficie lisa de la historia. También la
izquierda necesita este consejo, ya que en muchas ocasiones cayó en el
error de creerle a la historia oficial y sólo ver su diferencia con el
pensamiento burgués en declarar que >a partir de ahora< todo debería
cambiar. Esta izquierda no veía que sólo a partir de una visión radicalmente
distinta de la historia, sería posible entender mejor la sociedad existente y
con esto poder cambiarla desde sus raíces más profundas22.

No es tanto así que tengamos que conocer lo olvidado y saber de los


olvidados de la historia para poder mejor cambiar la sociedad, como antes
hemos mencionado. Esto sería una interpretación de Benjamin todavía
limitada. Sino más bien, tenemos la obligación de conocer la historia de los
vencidos por ellos mismos. Los vencidos de la historia tienen un derecho
sobre nosotros. Estamos en deuda con ellos en el sentido de que no
podemos olvidarnos de ellos sin más. El conocimiento de la historia se
vuelve así algo mucho más relevante que una herramienta para la futura
organización: es un fin en sí mismo. Es tan importante que para tener
validez no necesita el dudoso argumento adicional del futuro a construir.

Lo que se pierde al no ver hacia atrás, hacia las partes difícilmente visibles
del pasado, es, aparte del cumplimiento de un derecho histórico de los
vencidos y asesinados de los tiempos anteriores, la posibilidad de
reconocernos a nosotros mismos en esta imagen instantánea del pasado25.

Entonces, el ángel de la historia mira hacia atrás porque mira hacia allá
donde quiso detenerse, pero no lo logró. Quiso detener sus pensamientos
sobre un momento de la historia, pero las circunstancias no se lo
permitieron, y entonces su mirada es la mirada perdida que trata de
alcanzar, con sus ojos, lo que lentamente se está alejando por el horizonte.
En esta interpretación, la mirada hacia atrás no es una que ve el pasado,
como lo decimos antes, sino una, que trata de ver algo, que hace tan sólo
un instante, había logrado detener por un pequeñísimo momento, pero de
nuevo la fuerza del olvido se lo arrancó de la mente y de la vista, así que ve
hacia atrás, es decir hacia lo que llamamos de manera auto engañosa “el
pasado”, a donde se le escapó de nuevo a su pensamiento.

“Aunque, por supuesto, sólo a la humanidad redimida le concierne


enteramente su pasado. Lo que quiere decir: sólo a la humanidad redimida
se le ha vuelto citable su pasado en cada uno de sus momentos”

El ángel de la historia mira hacia atrás, porque la auténtica acción


revolucionaria es así: no espera el momento en el cual ‘las condiciones
objetivas están dadas’ para tener este o el otro efecto, no espera hasta que
haya el público (llamado ‘base de masas’) que garantice el aplauso
frenético, no espera hasta que haya la seguridad de entrar en los anales de
la historia posterior como héroes y además como héroe ganador. La acción
revolucionaria es más bien, la que siempre tiene su momento, la que no
quiere asegurase un lugar en el mundo futuro, sea por su éxito, sea por las
futuras generaciones que estarán agradecidas hasta en la quinta de ellas.
La acción revolucionaria, tal como ha sido hasta hoy, y como la concibe
Benjamin, es una interrupción del tiempo vacío que avanza ciega y
homogéneamente. En este avanzar ciego y homogéneo, no hay ningún
momento preestablecido para la revolución, no hay un lugar en el teatro de
la historia con una placa que diga: apartado para la revolución. La
revolución no es un paso más en este avanzar aparentemente automático
del tiempo, sino es algo fuera de esta normalidad totalitaria que es el
tiempo en su concepción hoy en día dominante. Las revoluciones no son la
consecuencia lógica de momentos o fases históricas anteriores, que sólo se
distinguen por su contenido, sino se distinguen también radicalmente por
su forma: las revoluciones se salen de la lógica del tiempo lineal,
homogéneo y orientado hacia el futuro. Son los no momentos de la historia,
son aquellos que no caben en la lógica histórica y que la interrumpen.

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