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LA IGLESIA CATÓLICA EN EL SIGLO XXI

La Iglesia Católica Romana continúa siendo el cuerpo cristiano más numeroso del mundo, y
representa a más de la mitad de todos los cristianos y a un sexto de la población mundial. Se trata,
por otro lado, de la institución cristiana más antigua que existe y la que ha jugado un papel muy
importante en el desarrollo y difusión de la fe cristiana por todo el mundo. Su estructura esencial
presente se remonta al siglo V, y a pesar de haber experimentado diversidad de cismas y
separaciones a lo largo de su dilatada historia, mayormente como resultado de desacuerdos en
cuanto a la primacía papal, se ha conservado más o menos unida en lo formal.

La Iglesia Católica es una comunión de veintitrés iglesias diferentes, cada una con ciertas
particularidades propias. No obstante, estas iglesias coinciden en aceptar el primado del sucesor de
Pedro como obispo de Roma, es decir, la autoridad del Papa como líder de la Iglesia Católica. Entre
estas iglesias que están sujetas al obispo de Roma se encuentran las del Rito Latino u occidental y
las Iglesias Católicas Orientales. Todas ellas comprenden un total de 2.782 diócesis en el mundo.
Todos los obispos de estas diócesis coinciden en considerar al Papa como la más alta autoridad en
cuestiones de fe, moral y gobierno de la Iglesia.

_ Crecimiento y demografía
La membresía total de la Iglesia Católica en el año 2007 era de 1.131 millones de personas, lo
que representaba un incremento significativo respecto a los 437 millones de católicos que había en
el mundo en 1950 y los 654 millones que había en 1970. La tasa de crecimiento en las filas del
catolicismo ha sido del orden del 139%, porcentaje que superó la tasa de crecimiento de la población
mundial, que fue de 117%, en el período 1950–2000. La Iglesia ha sabido utilizar sus lazos
transnacionales y su fortaleza organizacional para producir importantes recursos para afrontar
situaciones de necesidad y crisis en todo el mundo. A su vez, la Iglesia Católica opera el sistema
educacional no gubernamental más grande del mundo. Así y todo, parece haber un decrecimiento
persistente en el número de católicos practicantes a nivel mundial, a pesar de que la Iglesia está
creciendo en muchas regiones de África y Asia.

Europa y Norteamérica. La Iglesia ha sufrido cierto retroceso numérico significativo en Europa,


mayormente por la falta de sacerdotes y el prevaleciente secularismo e indiferencia religiosa. En un
sentido, el déficit en el clero ha sido proporcionalmente mayor que el déficit en la incorporación de
nuevos miembros a la Iglesia. A esto se ha agregado la enorme cantidad de escándalos de tipo moral
y económico que han comprometido al clero en los últimos años. No obstante, la población católica
está creciendo notablemente en los Estados Unidos, mayormente en razón de la enorme cantidad
de inmigrantes provenientes de países católicos, especialmente desde América Latina. Al presente
hay más de 60 millones de católicos romanos en los Estados Unidos, que representan alrededor del
20% de la población del país.
África. En algunos países africanos, la Iglesia está creciendo más rápidamente que en cualquier
otro lugar del mundo, en razón de que numerosos adultos son bautizados después de ser
evangelizados. La Iglesia opera también el mayor número de escuelas por parroquia en todo el
mundo, con una proporción de tres a una. En algunos lugares, el testimonio católico se da en medio
de enormes desafíos, que incluyen las persecuciones y la supresión de toda práctica religiosa no
musulmana en países musulmanes como Sudán, y la alta tasa de incidencia del SIDA en el África
subsahariana.

Los católicos representan en África el 15% de la población total. Considerando solamente a los
países con más de un millón de habitantes, las principales comunidades católicas se encuentran en
Angola (54%), la República Democrática del Congo (52%), Uganda (40%), la República del Congo
(42%), Burundi (59%), Rwanda (44%), Gabón (55%) y Guinea Ecuatorial (76%). De estos ocho países,
cinco han pasado por profundos sufrimientos debido a las consecuencias de terribles guerras civiles,
que han desafiado seriamente a la Iglesia y han producido cientos de miles de refugiados.

_ Organización y gobierno
La fe católica sostiene que la Iglesia es el cuerpo de Cristo sobre la tierra. Para los católicos, el
término “Iglesia” se refiere al pueblo de Dios, según la definición dada por el Concilio Vaticano II.
Esta Iglesia existe simultáneamente bajo tres formas: la iglesia sobre la tierra (Iglesia militante), la
iglesia en el purgatorio (Iglesia penitente) y la iglesia en el cielo (Iglesia triunfante). Lo que unifica a
las Iglesias de la tierra y del cielo es la “comunión de los santos”. La Constitución sobre la Iglesia
(Lumen gentium) afirma que la plenitud de los “medios de salvación” existe sólo en la Iglesia
Católica, pero reconoce que el Espíritu Santo puede hacer uso de las comunidades cristianas
separadas de ella para traer a las personas a la salvación.

Lumen gentium: “Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo [credo] confesamos
como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección,
encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn. 21:17), confiándole a él y a los demás
Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt. 28:18–20), y la erigió perpetuamente como
columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Ti. 3:15). Esta Iglesia, establecida y organizada en
este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de
Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran
muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo,
impelen hacia la unidad católica.”

La organización de la Iglesia. La Iglesia Católica Romana hoy está organizada de la siguiente


manera. El obispo de Roma es reconocido como el pontífice de la Iglesia Católica, esto significa que
es su autoridad espiritual y moral más importante, y el responsable pastoral número uno de esta
Iglesia. Como tal, se lo considera como Patriarca de la Iglesia Occidental, en diferencia con otros
patriarcas en iglesias en otras regiones o sedes. Sin embargo, los católicos romanos creen que el
Papa es “vicario de Cristo” y “sucesor de los apóstoles”. Como primado de la iglesia local italiana
(Roma), el Papa es quien designa y ordena a los obispos. Estos son canónicamente elegidos por el
Sumo Pontífice, en el caso de los obispos del Rito Latino; y por el Sínodo de su respectivo
patriarcado, en el caso de los obispos del Rito Oriental que están unidos a Roma, pero de todos
modos son confirmados por el Papa. Los obispos de ambos Ritos son consagrados por otros tres
obispos en comunión con la Sede Apostólica.

Los obispos son los pastores de las iglesias locales en sus diócesis. Como tales, gobiernan una
sola diócesis con pleno derecho. Lo hacen con la ayuda de un vicario general y de una curia. Además,
pueden tener uno o más obispos auxiliares consagrados, pero sin sede. El único responsable por la
sede episcopal es el obispo titular. Del obispo puede depender un número de presbíteros o
sacerdotes, que son los que están al frente de las congregaciones locales o parroquias. Los
sacerdotes son consagrados por el obispo y participan plenamente del sacerdocio de su episcopado.
Es decir, los sacerdotes funcionan como pastores asociados que ayudan al obispo en el
cumplimiento de sus responsabilidades pastorales y de administración de la Iglesia en una
determinada diócesis. A los sacerdotes los proponen como presbíteros en cada iglesia local o
parroquia o comunidad.

Las parroquias o congregaciones de una iglesia local forman una diócesis. Esta diócesis puede
ser gobernada directamente por la Santa Sede en casos de extraordinaria necesidad. Las diócesis
reciben el nombre de eparquías en las iglesias del Rito Oriental. Las diócesis de un determinado
territorio forman una metrópolis, que es presidida por un arzobispo metropolitano de la diócesis
más importante o más antigua. En las Iglesias Orientales, un grupo de eparquías constituyen un
patriarcado, que es gobernado por un patriarca.

CUADRO 15 - Estructura política de la Iglesia Católica Romana


El Papa es también presidente del episcopado de toda la Iglesia de Occidente y de Oriente. Como
tal, es consultado y está en contacto permanente por los obispos, que pueden estar reunidos y
representados en las Conferencias Episcopales de carácter regional, nacional o continental. Los
obispos se comunican con el Papa de diversas maneras. Por un lado, lo hacen a través de visitas
periódicas de cada episcopado, que se conocen como ad limina apostolorum. Por otro lado, lo hacen
por medio de los nuncios o delegados apostólicos para tratar determinadas cuestiones,
especialmente de carácter diplomático o político. Y también lo hacen a través del sínodo de los
obispos, que es convocado periódicamente por el mismo Papa.

La universalización de la Curia. El proceso de internacionalización de la Curia comenzó con el


papa Pío XII y momentáneamente se detuvo con Juan XXIII, pero volvió a recibir un impulso decisivo
con Pablo VI y un ímpetu todavía mayor con Juan Pablo II. Este último Papa es probablemente el
Papa que ha investido al mayor número de cardenales en toda la historia de la Iglesia. Él ha
nombrado a 157 cardenales, mientras que el papa León XIII nombró a 147 y Pablo VI a 144. Durante
el pontificado de Juan Pablo II ha habido un record de países representados en el Sacro Colegio: 60
(o 50 si uno cuenta sólo a los cardenales con derecho al voto). Pío XII había designado a 56
cardenales de los cuales 36 eran europeos (64%) y sólo catorce eran italianos (25%). Juan XXIII fue
el Papa más eurocéntrico del siglo pasado ya que nombró a 52 cardenales, de los cuales 37 eran
europeos (71%) y 22 italianos (24%). De modo que, con Pablo VI y Juan Pablo II la
internacionalización del Colegio de Cardenales ha sido considerable. De los 144 cardenales que
estableció Pablo VI, sólo 38 eran italianos. Juan Pablo II apenas designó a 37 italianos como
cardenales de un total de 157.

En el presente, el sector italiano del Colegio de Cardenales representa un mínimo histórico. De


los 106 cardenales con voto, sólo 17 son italianos (16%). A comienzos del siglo XX, los italianos
constituían en 61% del Colegio. Los italianos perdieron su mayoría con el papa Pío XII y quedaron
reducidos a un tercio con Pablo VI. En el presente, su número ha decrecido a menos de un 20%. El
único bloque que todavía sigue en manos de los italianos es el de los cardenales que no tienen voto
(mayormente por su edad), que constituyen un 42%. El personal de la Curia a comienzos del siglo
XX era mayormente italiano. Hoy, sin embargo, el número de italianos está decreciendo de manera
permanente. El proceso ha sido tan asombroso que en los pasillos del Vaticano circula un chiste,
que dice: “¿Necesitamos internacionalizar la Curia Romana? Buena idea. Nombremos a un italiano.”

_ Oportunidades y desafíos
Cuestiones ecuménicas. A pesar de siglos de discordia y resentimiento con otras religiones y
grupos cristianos, hoy la Iglesia Católica está tomando la iniciativa para desarrollar el diálogo
interreligioso. La intolerancia del pasado ha quedado atrás y a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia
ha manifestado un sincero deseo de contacto y relación con la mayor parte de los grandes cuerpos
cristianos. El Secretariado para la Unidad de los Cristianos está involucrado en un programa muy
intenso de diálogos sumamente abiertos, creativos y beneficiosos. Esto representa una evolución
favorable, si se toma en cuenta que por siglos la Iglesia mantuvo una actitud intransigente y distante
de toda otra comunidad cristiana, cuando no de hostigamiento y persecución abierta.

Cabe señalar, no obstante, que el concepto de unidad que prevalece en la Iglesia Católica es
diferente del que sostienen la mayor parte de los evangélicos. El Decreto del Concilio Vaticano II
sobre el ecumenismo señala que la única Iglesia de Cristo, si bien lamentablemente no está unida,
está formada por los bautizados en él y subsiste en la Iglesia Católica. En otras palabras, la única
Iglesia verdadera es la Católica, y ésta es la razón por la que los integrantes de otras iglesias o
denominaciones cristianas reciben la designación de “hermanos separados”.

Decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio): “En esta una y única Iglesia de Dios,
ya desde los primeros tiempos, se efectuaron algunas escisiones, que el Apóstol condena
con severidad; en tiempos sucesivos surgieron discrepancias mayores, separándose no
pocas comunidades de la plena comunión de la Iglesia católica, a veces no sin
responsabilidad de ambas partes. Quienes ahora nacen y viven de la fe de Jesucristo dentro
de esas comunidades no pueden ser tenidos como responsables del pecado de separación
y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor, puesto que quienes creen en
Cristo y recibieron el bautismo debidamente, están en cierta comunión, aunque no sea
perfecta, con la Iglesia católica. Efectivamente, a causa de las varias discrepancias existentes
entre ellos y la Iglesia católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la
disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se oponen a la plena comunión
eclesiástica muchos obstáculos, a veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata
de superar. Sin embargo, justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a Cristo,
y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y justamente son
reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la Iglesia católica.”

Cuestiones científicas. El temor a los desarrollos científicos y técnicos, que ha traumatizado a la


Iglesia especialmente a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, parece haberse aminorado con
un importante cambio de actitud. Por un lado, la Iglesia ha reconocido públicamente su error al
condenar a los científicos y a la ciencia misma por sus descubrimientos y hallazgos. Los últimos
Papas, y especialmente Juan Pablo II, han admitido la equivocación de condenar a hombres como
Galileo Galilei, Copérnico y muchos otros, que hicieron contribuciones significativas al progreso de
las ciencias y al bien de la humanidad. El Vaticano II reconoció la importancia de las ciencias
humanas y su autonomía. Destacó la importancia del desarrollo científico para el progreso humano,
pero también la responsabilidad moral de la ciencia como expresión del dominio del ser humano
sobre la naturaleza. Además, destacó a la ciencia como un recurso útil a la Iglesia.

Gaudium et spes: “La experiencia de los siglos pasados, el adelanto de las ciencias, las
riquezas ocultas en las varias formas de la cultura humana donde se manifiesta con mayor
plenitud la naturaleza del hombre y se abren nuevas vías de acceso a la verdad, todo esto
aprovecha también a la Iglesia.… La Iglesia, sobre todo en nuestros tiempos, en que las cosas
cambian con gran rapidez y varían considerablemente los modos de pensar, especialmente
necesita del auxilio de aquellos que, viviendo en el mundo, conocen a fondo las instituciones
y las disciplinas y penetran su significado profundo, ya sean creyentes o no creyentes.”

Por otro lado, en contraste con períodos de la historia en los que la Iglesia fue sumamente
intolerante respecto del desarrollo científico, hoy se muestra interesada en ello a través de la
Academia Pontificia de Ciencias, que es un cuerpo cuya membresía internacional incluye a
personalidades como el célebre científico Stephen Hawking y a premios Nobel como Charles Hard
Townes, entre muchos otros. Esta Academia provee al Papa de valiosas contribuciones y
perspectivas sobre cuestiones científicas y actúa como organismo de asesoramiento en el campo.

Cuestiones éticas. La revolución sexual de los años de 1960 hizo que el papa Pablo VI publicara
en 1968 su encíclica Humanae vitae, en la que rechazaba el uso de anticonceptivos, incluyendo la
esterilización, argumentando que estos métodos operaban en contra de la relación íntima y el orden
moral que debían existir entre un hombre y una mujer, al oponerse directamente a la voluntad de
Dios. Por el contrario, el Papa abogaba por lo que se conoció como la Planificación Familiar Natural,
como método legítimo para limitar el tamaño de la familia.

El aborto fue condenado por la Iglesia en reiteradas oportunidades a lo largo del siglo XX, pero
especialmente en 1995 con la encíclica del papa Juan Pablo II Evangelium vitae. Esta encíclica
condenó lo que denominó como la “cultura de la muerte”, expresión que el Papa utilizó para
describir la aprobación social de la eutanasia, la contraconcepción, el genocidio, el suicidio, la pena
capital y el aborto. El rechazo de la Iglesia al uso de profilácticos provocó severas críticas,
especialmente con respecto a los países donde la incidencia del SIDA y el HIV habían alcanzado
proporciones de epidemia. La Iglesia sigue sosteniendo que en países como Kenia y Uganda, donde
se estimulan los cambios de conducta junto con el uso de profilácticos, se han hecho progresos más
grandes en el control de la enfermedad que en aquellos países en los que solamente se promueve
el uso de los profilácticos.

La defensa de la familia, entendida ésta de manera tradicional (padre, madre e hijos) ha sido y
continúa siendo un tema de preocupación para la Iglesia. Cuando el papa Benedicto XVI (comenzó
a gobernar en 2005) subió al trono papal, continuó con la política de sus predecesores en este punto.
Su primera encíclica fue Deus caritas est, en la que discute las varias formas del amor y pone un
fuerte énfasis en el matrimonio y la centralidad del amor en la misión de la Iglesia.

Cuestiones eclesiológicas. La ordenación de mujeres al sacerdocio ha sido, probablemente, uno


de los grandes desafíos que la Iglesia ha enfrentado en los últimos años. Movimientos feministas,
que no concuerdan con las enseñanzas éticas tradicionales de la Iglesia, se han asociado a una
coalición de monjas norteamericanas para llevar a la Iglesia a considerar la posibilidad de la
ordenación de mujeres al ministerio. Como parte de su campaña a favor de la ordenación de
mujeres, han llamado la atención al hecho de que muchos de los documentos más importantes de
la Iglesia están llenos de expresiones prejuiciosas y discriminatorias en contra de las mujeres. Así se
llevó a cabo una serie de estudios para descubrir de qué manera estos prejuicios se desarrollaron,
cuando aparentemente parecían ser tan contrarios al espíritu y enseñanza del evangelio cristiano.
Estos eventos y debates llevaron al papa Juan Pablo II a publicar en 1988 una encíclica, Mulieris
dignitatem, que declaraba que las mujeres tenían un papel diferente que el de los varones en la
Iglesia, si bien era igualmente importante. En 1994, la encíclica Ordinatio sacerdotalis ofrecía
mayores explicaciones, indicando que la Iglesia seguía el ejemplo de Jesús, quien escogió a doce
hombres para la tarea sacerdotal específica que tenían que cumplir.

Otro tema de debate abierto en la Iglesia es el papel de los laicos en el ministerio de la misma.
Si bien desde el Vaticano II ha habido una verdadera revolución en lo que hace a la participación de
los laicos, todavía el ministerio como tal sigue estando en manos de los obispos y los sacerdotes.
Los documentos oficiales destacan la participación de los laicos en la misión de la Iglesia y les asignan
un apostolado fundamental, especialmente en la evangelización, la instauración cristiana del orden
temporal y el amor. Los laicos son animados a vivir una vida de santidad, de compromiso con el
evangelio en todas las esferas de la realidad temporal, y son invitados a colaborar con el apostolado
jerárquico, en las iniciativas de la Curia Romana y en los proyectos apostólicos de las parroquias
locales. Pero, los laicos siguen siendo “laicos” y el clero sigue siendo “clero”, es decir, el abismo de
separación entre unos y otros, especialmente en la esfera sacramental, sigue tan profundo como
siempre. En otras palabras, los laicos católicos no pueden interpretar las Escrituras de otra manera
que la que determina el Magisterio de la Iglesia, ni definir cuál es la doctrina que debe enseñarse,
ni consagrar y administrar ninguno de los sacramentos.

Decreto Apostolicam actuositatem: “Es deber de la Jerarquía apoyar el apostolado de los


lacios, darle los principios y la asistencia espiritual, ordenar el desarrollo del apostolado al
bien común de la Iglesia y vigilar que se cumplan la doctrina y el orden.… Hay en la Iglesia
muchas iniciativas apostólicas constituidas por la libre elección de los laicos y que se rigen
por su juicio y prudencia.… Ninguna iniciativa, sin embargo, puede arrogarse el nombre de
católica sin el asentimiento de la legítima autoridad eclesiástica.… Así la jerarquía,
ordenando el apostolado con diverso estilo según las circunstancias, asocia más
estrechamente alguna de sus formas a su propia misión apostólica, conservando no
obstante la propia naturaleza y distinción de cada una, sin privar por esto a los laicos de su
necesaria facultad de obrar espontáneamente. Este acto de la Jerarquía se llama mandato
en varios documentos eclesiásticos.”

Cuestiones morales. El año 2001 fue un año duro para la Iglesia en todo el mundo, ya que en
ese año se hicieron públicos y atrajeron la atención de media humanidad los escándalos producidos
por abusos sexuales cometidos por un buen número de sacerdotes norteamericanos. Una serie de
juicios resonantes sacaron a la luz el abuso sexual de menores de edad por parte de miembros del
clero. En los Estados Unidos, el país con el mayor número de casos de abuso sexual, la Conferencia
Episcopal de los Estados Unidos encargó una investigación a fondo que encontró que un cuatro por
ciento de todos los sacerdotes que sirvieron en el país entre 1950 y 2002 confrontaban algún tipo
de acusación por este tipo de delito. La Iglesia tuvo que padecer críticas todavía mayores cuando se
descubrió que algunos obispos sabían de estas situaciones y no hicieron nada al respecto, sino que
reasignaron a los sacerdotes acusados a otros lugares de ministerio. En algunos casos, lo más que
hicieron los obispos fue someter a los implicados a un tratamiento siquiátrico o sicológico. Algunos
obispos y siquiatas argumentaron que la sicología que predominaba en el momento sugería que las
personas podían ser curadas de este tipo de conductas a través de la consejería. El escándalo en los
Estados Unidos hizo que el periodismo iniciara investigaciones en otros países y se constataron
situaciones similares, tanto en Europa como en América Latina.

El papa Juan Pablo II respondió en su momento, declarando que “no hay lugar en el sacerdocio
y en la vida religiosa para aquellos que pueden dañar a los jóvenes.” Sus enérgicas palabras no
fueron suficientes para parar el escándalo y lavar el prestigio de la Iglesia. La Iglesia en los Estados
Unidos instituyó reformas para prevenir abusos futuros, incluyendo el requisito de considerar el
trasfondo de las personas que sirven como empleados o voluntarios en la Iglesia. En razón de que
la vasta mayoría de las víctimas fueron muchachos adolescentes, la Iglesia mundial también prohibió
la ordenación de hombres con “tendencias homosexuales profundas.” Algunos comentaristas, como
el periodista Jon Dougherty, han señalado que la cobertura periodística de la cuestión ha sido
excesiva, en razón de que los mismos problemas afectan a otras instituciones, tales como el sistema
público de enseñanza en los Estados unidos, y con mucha más frecuencia. No obstante, el golpe
recibido por los hechos dejó a la Iglesia mal parada en muchas partes.

Cuestiones políticas. Como en siglos pasados, el Papa continúa siendo el líder internacional de
la Iglesia y la autoridad máxima del Estado del Vaticano. Como cabeza de este Estado, procura
mantener relaciones diplomáticas con todos los países del mundo, incluso con aquellos en los que
el catolicismo está vedado o limitado en sus posibilidades. Frecuentemente, el Papa recibe a jefes
de Estado y otras personalidades políticas de todo el mundo. Como representante de la Santa Sede,
tiene un estrado permanente y ocasionalmente habla en la Asamblea General de las Naciones
Unidas. En general, la humanidad considera al Papa con respeto y consideración. Un pontífice como
Juan Pablo II supo construir una imagen muy positiva, proyectándose como un hombre proveniente
de un país pobre, oprimido por el comunismo, un amante del deporte y alguien con gran vitalidad y
energía. El atentado que casi termina con su vida incrementó su popularidad. De manera especial,
el papa Juan Pablo II hizo de sus viajes al exterior y del mantenimiento de buenas relaciones políticas
con las diferentes naciones un objetivo fundamental de su pontificado. Su intervención fue clave
para impedir una guerra entre Argentina y Chile en 1978.

En 2008, el papa Benedicto XVI visitó los Estados Unidos y fue recibido como una dignidad
especial por el presidente. Sus misas fueron televisadas en vivo por las principales cadenas de
noticias. Si bien el Papa había condenado la Guerra de Irak como “una derrota para la razón y para
el evangelio”, cuando se le preguntó por qué había recibido con tantos honores al Papa, el
presidente George W. Bush dijo: “Primero, él habla por millones. Segundo, él no viene como político;
él viene como un hombre de fe.” No obstante, en otros casos, el Papa pareció actuar más
evidentemente como un político que como un hombre de fe. Los musulmanes del mundo se
sintieron ofendidos con un discurso de Benedicto XVI en Regensburgo, en el que citó las palabras
de un emperador bizantino que había criticado fuertemente al Islam. Para enmendar esto, en mayo
de 2008 el Papa se reunió con una delegación de líderes musulmanes iraníes, con quienes concluyó
un acuerdo, que declaraba que la religión es esencialmente no violenta, y que la violencia no puede
ser justificada ni por la razón ni por la fe.

Por otro lado, la Iglesia hoy estimula activamente el apoyo a gobiernos democráticos y a
partidos políticos con candidatos que “protejan la vida humana, promuevan la vida familiar,
procuren la justicia social y practiquen la solidaridad.” Todo esto significa el apoyo a un concepto
tradicional de la familia y el matrimonio, la apertura de mayores oportunidades para los pobres y
menesterosos, la bienvenida y el sostén para los inmigrantes y refugiados, y la promoción de todos
los que trabajan en contra del aborto.
Cuestiones sociales. Desde fines de la segunda mitad del siglo XIX, las cuestiones sociales han
sido tema de gran preocupación para la Iglesia Católica. La expresión más lograda de la respuesta
de la Iglesia a esta cuestión se encuentra en lo que se conoce como la Doctrina Social de la Iglesia
(DSI). Se puede definir la DSI como el conjunto sistemático de verdades, valores y normas que el
Magisterio vivo de la Iglesia, fundado en el derecho natural y en la revelación, aplica a los problemas
sociales de cada época, a fin de ayudar, según la propia manera de la Iglesia, a los pueblos y
gobernantes a construir una sociedad más humana, más conforme a los planes de Dios para el
mundo.

Gaudium et spes: “Atenta a los signos de los tiempos, interpretados a la luz del Evangelio y
del Magisterio de la Iglesia, toda la comunidad cristiana es llamada a hacerse responsable
de las opciones concretas y de su efectiva actuación para responder a las interpretaciones
que las cambiantes circunstancias le presentan. Esta enseñanza social tiene, pues, un
carácter dinámico y en su elaboración y aplicación los laicos han de ser no pasivos
ejecutores, sino activos colaboradores de los Pastores, a quienes aportan su experiencia
cristiana, su competencia profesional y científica.”

Antecedentes. La preocupación social de la Iglesia no es cosa nueva, ya que surge inicialmente


con León XIII en 1891, con su encíclica Rerum novarum. Las nefastas consecuencias del liberalismo
económico y político ensombrecieron al romántico siglo XIX con la miseria de cientos de miles de
obreros y el empobrecimiento de las clases medias, en beneficio de una burguesía próspera, que
logró adueñarse del poder político, destronando reyes en nombre del pueblo soberano. Más tarde
(1931), Pío XI discutió la restauración del orden social en su encíclica Quadragésimo anno. De esta
manera, la Iglesia procuró responder a los desafíos sociales que planteaba el mundo moderno.

CUADRO 16 - Características de la Doctrina Social de la Iglesia

1. Existe una doctrina o enseñanza social propia de la Iglesia Católica, original por los principios
que la inspiran, que son los del cristianismo.

2. Esta doctrina es evolutiva, dinámica y actual. Va extrayendo nuevas consecuencias y


aplicaciones de los principios enunciados y tiene en cuenta los cambiantes problemas
sociales.

3. Esta doctrina es obligatoria para los católicos, ya que, según Juan XXIII, constituye nada menos
que “una parte integrante de la concepción cristiana de la vida” (Mater et Magistra, 60).

4. Esta doctrina es orientadora de la acción concreta, pero sin pretender dar soluciones
determinadas, pues éstas dependen de las variables circunstancias de tiempo y lugar, y,
además, puede haber “una legítima variedad de opciones posibles” (Pablo VI, Octogesima
adveniens, 50).

No obstante, fue con Juan XXIII que la cuestión social recibió una debida atención. Su encíclica
Mater et Magistra (1961) es la más notable de las tres encíclicas sociales. Jamás una encíclica fue
acogida con tanta aprobación por la opinión pública mundial. En ella, el Papa respondía básicamente
a las dos grandes tentaciones de su tiempo: el comunismo y el materialismo. La enseñanza papal
presenta tres principios. El primero es el principio económico, que afirma que Dios creó todos los
bienes de todo tipo para todos los seres humanos. Esto define el concepto del trabajo, la empresa,
el Estado, las áreas no desarrolladas, la cooperación internacional y la distribución de la riqueza. El
segundo es el principio social, que enseña que para alcanzar esos bienes y multiplicarlos los seres
humanos deben unirse, pues son ellos mismos los artífices de su felicidad. Dios mismo les dio una
naturaleza social que, frente a todo individualismo disolvente y frente a todo estatismo absoluto
tiende a promover a las más diversas formas de asociación. El tercero es el principio moral, que
indica que la convivencia humana debe someterse en todo momento a las normas de la doctrina
cristiana. La vida humana temporal debe estar organizada de tal manera que fomente el desarrollo
de auténticas virtudes cristianas. Otra encíclica importante de Juan XXIII, que en este caso aborda
temas socio-políticos, es Pacem in terris (1963).

Configuración. En base a los antecedentes mencionados, el Magisterio profundizó la Doctrina


Social de la Iglesia (DSI) especialmente a partir del Concilio Vaticano II. De los dieciséis documentos
en que se concretó la tarea del Concilio, uno de los más notables es el último, o sea, la Constitución
Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. En él se expresa el interés del
catolicismo por el ser humano y el mundo, así como la preocupación por los principales problemas
sociales de la época, acerca de los cuales se dan orientaciones y criterios de solución.

Con el papa Pablo VI, quien reiteró en múltiples oportunidades las enseñanzas de sus
predecesores y las enriqueció en lo que respecta a lo económico-social, la DSI se amplió
notablemente. Prueba de esto son la encíclica Populorum progressio (1967), acerca del desarrollo
integral de los pueblos, y la carta apostólica Octogesima adveniens (1971), sobre “las necesidades
nuevas de un mundo en cambio.” Con Juan Pablo II, se profundizó la preocupación por los temas
sociales, expresada a través de frecuentes discursos y escritos, especialmente su primera encíclica
Redemptor hominis (1979) y durante sus viajes a distintos países. Toda esta labor magisterial de los
Papas y del Concilio llegó a constituirse en un verdadero cuerpo doctrinario, que es la DSI.
Lamentablemente, no existe nada siquiera parecido en el protestantismo.

Documento de Puebla: “El objeto primario de esta enseñanza social es la dignidad personal
del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables. La Iglesia ha ido
explicitando sus enseñanzas en los diversos campos de la existencia, lo social, lo económico,
lo político, lo cultural, según las necesidades. Por tanto, la finalidad de esta doctrina de la
Iglesia—que aporta su visión propia del hombre y la humanidad—es siempre la promoción
y liberación integral de la persona humana, en su dimensión terrena y trascendente,
contribuyendo así a la construcción del Reino último y definitivo, sin confundir sin embargo
progreso terrestre y crecimiento del Reino de Cristo.”

_ Dificultades y problemas
Con el cambio de siglo (y de milenio), la Iglesia Católica ha tenido que afrontar una serie de
nuevos problemas. La manera en que la comunidad católica mundial logre resolverlos es clave para
determinar cuál habrá de ser su futuro en el mundo en el presente siglo. Entre los muchos
problemas que podríamos nombrar, cabe tener presentes los siguientes.

Nuevo reflujo conservador. A partir de la muerte del papa Juan XXIII y hasta el presente, da la
impresión como que ha habido en la Iglesia Católica un significativo y nuevo reflujo conservador.
Este retroceso al conservadurismo tradicional ha predominado en la jerarquía católica,
especialmente en América Latina, aun cuando muchas comunidades han continuado desarrollando
el espíritu del Concilio Vaticano II y manifestando una visión pastoral y espiritual liberadora. La
pregunta abierta hacia el futuro es por cuánto tiempo las tendencias más progresistas van a
sobrevivir el avance y crecimiento de las corrientes conservadoras e incluso fundamentalistas, que
están en desarrollo en el seno del catolicismo. No cabe dudas que Juan Pablo II fue un Papa mucho
más conservador que Pablo VI, y que Benedicto XVI ya ha demostrado ser el Papa más conservador
de los últimos cien años.

En América Latina, las Conferencias Episcopales, desde Medellín (1968) hasta La Aparecida
(2007), han sido cada vez más conservadoras en sus resoluciones y orientaciones pastorales. Las
teologías de la liberación, al igual que el movimiento carismático católico, han sido frenadas, a veces
de manera directa y otras veces en forma indirecta, pero siempre con efectividad. La nueva
generación de seminaristas se está formando en instituciones mucho más conservadoras que una
generación atrás, y están manifestando el conservadurismo de los prelados de mayor rango. Roma
ha enviado “visitadores apostólicos” a varios países para revisar los currículos e investigar a los
cuerpos docentes. Las autoridades han modificado los estatutos de algunas instituciones, no
permitiendo, entre otras cosas, que mujeres se matriculen en los cursos. De igual modo, han
demorado la aprobación de seminarios que resultaban “sospechosos” e incluso han clausurado a
varios en distintos lugares del mundo.

Las estrategias de una restauración conservadora se han elaborado en el Vaticano mismo, y el


Papa de turno ha sido el principal responsable. De manera particular y a lo largo de muchos años, el
cardenal Joseph Ratzinger (actual papa Benedicto XVI), como cabeza de la Congregación para la
Doctrina de la Fe en Roma, jugó un papel importante, especialmente en la liquidación de las
teologías de la liberación. Sin embargo, fue el papa Juan Pablo II quien promovió más abiertamente
la causa conservadora utilizando para ello una herramienta clave en la estrategia restauracionista:
el nombramiento de los obispos. En todos los países donde las tendencias progresistas gozaban de
respaldo episcopal, el Papa se ocupó de ir nombrando obispos conservadores, que terminaron por
controlar las Conferencias Episcopales nacionales, regionales e incluso continentales, como la
Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM).

Los objetivos de la presente restauración conservadora son restaurar la unidad doctrinal en la


Iglesia e imponer una disciplina centralizada. El impulso restauracionista conservador se propone
revertir las tendencias que se desarrollaron a partir del Concilio Vaticano II. Surgió primero como
cierta resistencia a las reformas dentro de la Curia Romana y luego se expresó como retrocesos
agresivos locales y regionales. Finalmente, después del largo reinado de Juan Pablo II, en los que el
Papa logró controlar las posiciones más poderosas e influyentes en el Vaticano, el conservadurismo
logró elevar al trono de Pedro al teólogo más conservador de todo el catolicismo contemporáneo:
el cardenal Joseph Ratzinger.

Creciente dogmatismo. Bajo Juan Pablo II, Roma puso en marcha una campaña incansable para
suprimir el disenso y reafirmar la autoridad papal en la vida diaria de la Iglesia. Con este fin, ha
escudriñado el trabajo de teólogos prominentes, incluso llamando a algunos a Roma para
interrogarlos o castigando a otros (tal fue el caso de Leonardo Boff de Brasil en 1985). Ni siquiera
los obispos se han visto librados de la disciplina, ni los miembros de órdenes religiosas e incluso
conferencias episcopales enteras. El Papa de turno ha dejado bien en claro que los argumentos a
favor de la ordenación de mujeres o de hombres casados, y a favor de cambios en la enseñanza
oficial sobre la reproducción humana no van a ser considerados. Claramente, el papado está firme
en poner fin a la era de renovación espiritual y experimentación que siguió al Vaticano II. Algunos
observadores bien informados ven signos de un retorno a la mentalidad que prevaleció en el
catolicismo de las décadas anteriores al Concilio. Esta mentalidad estuvo marcada por un profundo
pesimismo en cuanto a la historia y una actitud defensiva (como vimos) frente a un mundo
corrompido por la Reforma Protestante, y por las filosofías y valores modernos y ateos.

Las enseñanzas de la Iglesia en las últimas décadas reflejan cierta nostalgia por tiempos
anteriores, cuando el mundo occidental era un mundo católico y la Iglesia era su maestra y guía
incuestionable. En su encíclica Summi pontificatus (1939), sobre la ley natural y el derecho de
gentes, el papa Pío XII, decía lo siguiente: “La angustia y la aflicción del día presente, son el
argumento más convincente que uno puede pedir a favor del cristianismo.” Por más de mil años de
historia del cristianismo, la fe cristiana católica romana fue la norma religiosa universalmente
aceptada en el mundo europeo. Es por esto que, a lo largo de los siglos, la Iglesia se ha opuesto de
manera consistente a cualquier intento por poner fin al paradigma de cristiandad. Como vimos, esto
es lo que ocurrió a lo largo de todo el período que estamos considerando en este volumen. Papa
tras Papa, Roma ha procurado conservar su lugar hegemónico en el mundo y defender su pretensión
de ser la única iglesia verdadera y única depositaria de la verdad. Estos intentos tuvieron instancias
escandalosas de intolerancia y opresión hasta tiempos muy recientes. El proyecto restaurador de
Juan Pablo II no fue quizás tan dogmático y defensivo, pero sí fue un paso hacia atrás respecto del
gran visionario que fue Juan XXIII, y no ha escapado al perfil de un proyecto sumamente
conservador.
Por otro lado, si bien algunos de sus predecesores se encerraron en una mentalidad dogmática
y lucharon por proteger su rebaño de los “peligros” del mundo moderno, Juan Pablo II procuró de
algún modo involucrarse en el mundo contemporáneo e imbuirlo una vez más con la fe cristiana
que le dio origen. Es por esto que, echando por la borda algo del bagaje mental medieval, llegó a
apoyar demandas a favor de los derechos humanos, la justicia social y la libertad religiosa. Pero
quedó claro durante su pontificado de un cuarto de siglo, que estaba convencido de que sólo
abandonando una mentalidad secular y atea, y abrazando los valores cristianos, el mundo occidental
recuperaría su verdadera identidad. A una audiencia polaca en junio de 1979, les dijo: “Para merecer
de algún modo tal nombre, una civilización debe ser una civilización cristiana.”

Falta de sacerdotes. Uno de los más serios problemas de la Iglesia Católica a nivel mundial es la
falta de agentes pastorales y misioneros. Este problema ha llegado casi a la condición de una crisis
endémica, en razón de que, en algunas partes del mundo ya tiene varios siglos. La causa principal
es la falta de vocaciones, que a su vez es el resultado de una catequesis deficiente, la falta de
modelos inspiradores, de oportunidades desafiantes y de mejores sistemas de reclutamiento. Pero
es probable que una razón importante sea también la persistencia tenaz de los Papas en mantener
el celibato como condición obligatoria para acceder a la ordenación religiosa. El giro conservador
que se ha constatado en la actitud de los Papas con posterioridad a Juan XXIII, ha diluido toda
posibilidad de poner fin al celibato sacerdotal, que además de dejar a la Iglesia sin una buena
cantidad de buenos candidatos para el ministerio, ha creado más problemas morales que virtudes
dignas de imitar.

El número de sacerdotes a nivel mundial ha ido de 420.971 en 1978 a 404.208 en 1997, lo que
representa un decrecimiento del orden del 4%. Sin embargo, esta disminución varía de continente
a continente. En África y Asia el número de sacerdotes está aumentando levemente, mientras que
en las Américas parece más estable. El decrecimiento más agudo se ha dado en Europa occidental
y Oceanía, pero ha habido un cierto aumento de vocaciones religiosas en Europa del Este.

El crecimiento más grande en el número de sacerdotes se está dando en África, donde los
números han ido de 16.926 en 1978 a 25.279 en 1997, lo que representa un crecimiento del 49.35%.
Algo similar ha ocurrido en Asia, donde el número de sacerdotes ha aumentado de 27.700 en 1978
a 40.441 en 1997 (un aumento del 46%). En las Américas, había 120.271 sacerdotes en 1978, que
llegaron a ser 120.013 en 1997. Y en Oceanía, el número de sacerdotes decreció de 5.576 en 1978
a 5.077 en 1997. Pero la caída más estrepitosa en el número de ministros ordenados se produjo en
Europa, donde las figuras van de 250.498 en 1978 a 213.398 en 1997 (una reducción del 14.81%).

Hay dos aspectos en relación con la crisis que se está viviendo en Europa. En los países
tradicionalmente católicos, la crisis es más aguda: Italia registra una disminución del 13.84%, España
del 16.61%, Portugal del 17.37%, Bélgica del 35.51% y Francia del 32.70%. Sin embargo, como se
indicó, ha habido un marcado crecimiento de las vocaciones religiosas en Europa del Este: en
Bielorusia con un asombroso 586.49% (¿señal de avivamiento en el catolicismo eslavo?), en Polonia
con el 36.57%, en Rumania con un 85.96% y en Ucrania con un notable 121%.
Como puede verse, la caída mundial en el número de sacerdotes no sería tan grave si la
población del mundo se hubiese mantenido estable. Pero el problema es que mientras la Iglesia
cuenta cada vez con menos agentes pastorales y misioneros, la población del mundo está creciendo
de manera explosiva. En otras palabras, la Iglesia Católica tiene cada vez más miembros
(especialmente en los países católicos), pero menos pastores para atenderlos en sus necesidades
religiosas. En algunos lugares, la proporción de personas bautizadas católicas en relación con el
párroco que las sirve en una determinada parroquia es astronómica.

A diferencia de lo que sucede con los sacerdotes, el número de obispos ha registrado un


crecimiento más o menos constante. Entre 1979 y 1997, se instalaron 2.061 nuevos obispos. En
1978 había un total de 3.714 obispos en el mundo, mientras que en 1997 este número subió a 4.420.
África es uno de los continentes donde se experimentó el mayor crecimiento del episcopado, con
432 obispos en 1978 que llegaron a ser 562 en 1997. En Asia el número de obispos creció de 519 a
617 en el mismo período, mientras que en las Américas pasaron de 1.416 a 1.659, en Oceanía de 94
a 118 y en Europa de 1.253 a 1.464. En el caso de Europa occidental, es allí donde se encuentra el
mayor número de obispos. Italia cuenta con 501, seguida de Francia que tiene 175 y España con
116. La edad promedio de estos obispos es bastante alta, ya que en Italia llega a un promedio de 71
años, en Francia a los 71.3 años y en España a los 67.2 años. Por otro lado, debe tenerse en cuenta
que muchos de los nuevos obispos en el mundo eran en realidad viejos sacerdotes, es decir, a mayor
número de obispos menor número de sacerdotes. En otras palabras, aquí bien puede aplicarse la
frase religiosa de que “se desviste a un santo para vestir a otro”.

Además, el número de sacerdotes que abandona el ministerio también ha aumentado. Entre


1978 y 1997 hubo un total de 21.850 sacerdotes que “colgaron los hábitos”, la mayoría de ellos en
Europa (9.699) seguidos por las Américas con un total de 8.472 defecciones. En los otros continentes
el número de abandonos ministeriales fue de 1.489 en África, 1.735 en Asia y 455 en Oceanía. Si al
número de sacerdotes que dejan el ministerio se agrega la falta de personas jóvenes que respondan
al llamado de Dios, el cuadro que se presenta resulta en un verdadero problema para la Iglesia
Católica. A esto hay que agregar el fenómeno del envejecimiento del clero (cada vez el clero está
compuesto por personas de mayor edad), lo que agrava todavía más la situación pastoral. Entre
1978 y 1997, murieron 144.437 sacerdotes. La cuestión de la edad del clero es un problema de no
fácil solución. En 1995, la edad promedio de los sacerdotes era de 54.6 años, y la de los obispos era
de 66.49 años, a nivel mundial.

Sin embargo, el crecimiento en el número de diáconos ha sido importante. En 1978 había 5.562
diáconos permanentes en el mundo, mientras que en 1997 este número aumento a 24.407. Por
cierto, este fenómeno ocurrió sólo en Occidente y en respuesta al problema paralelo de la falta de
sacerdotes. En Europa del Este y en los países subdesarrollados no son tantos los diáconos
permanentes.

_ Organización y gobierno
La fe católica sostiene que la Iglesia es el cuerpo de Cristo sobre la tierra. Para los católicos, el
término “Iglesia” se refiere al pueblo de Dios, según la definición dada por el Concilio Vaticano II.
Esta Iglesia existe simultáneamente bajo tres formas: la iglesia sobre la tierra (Iglesia militante), la
iglesia en el purgatorio (Iglesia penitente) y la iglesia en el cielo (Iglesia triunfante). Lo que unifica a
las Iglesias de la tierra y del cielo es la “comunión de los santos”. La Constitución sobre la Iglesia
(Lumen gentium) afirma que la plenitud de los “medios de salvación” existe sólo en la Iglesia
Católica, pero reconoce que el Espíritu Santo puede hacer uso de las comunidades cristianas
separadas de ella para traer a las personas a la salvación.

Lumen gentium: “Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo [credo] confesamos
como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección,
encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn. 21:17), confiándole a él y a los demás
Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt. 28:18–20), y la erigió perpetuamente como
columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Ti. 3:15). Esta Iglesia, establecida y organizada en
este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de
Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran
muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo,
impelen hacia la unidad católica.”

La organización de la Iglesia. La Iglesia Católica Romana hoy está organizada de la siguiente


manera. El obispo de Roma es reconocido como el pontífice de la Iglesia Católica, esto significa que
es su autoridad espiritual y moral más importante, y el responsable pastoral número uno de esta
Iglesia. Como tal, se lo considera como Patriarca de la Iglesia Occidental, en diferencia con otros
patriarcas en iglesias en otras regiones o sedes. Sin embargo, los católicos romanos creen que el
Papa es “vicario de Cristo” y “sucesor de los apóstoles”. Como primado de la iglesia local italiana
(Roma), el Papa es quien designa y ordena a los obispos. Estos son canónicamente elegidos por el
Sumo Pontífice, en el caso de los obispos del Rito Latino; y por el Sínodo de su respectivo
patriarcado, en el caso de los obispos del Rito Oriental que están unidos a Roma, pero de todos
modos son confirmados por el Papa. Los obispos de ambos Ritos son consagrados por otros tres
obispos en comunión con la Sede Apostólica.

Los obispos son los pastores de las iglesias locales en sus diócesis. Como tales, gobiernan una
sola diócesis con pleno derecho. Lo hacen con la ayuda de un vicario general y de una curia. Además,
pueden tener uno o más obispos auxiliares consagrados, pero sin sede. El único responsable por la
sede episcopal es el obispo titular. Del obispo puede depender un número de presbíteros o
sacerdotes, que son los que están al frente de las congregaciones locales o parroquias. Los
sacerdotes son consagrados por el obispo y participan plenamente del sacerdocio de su episcopado.
Es decir, los sacerdotes funcionan como pastores asociados que ayudan al obispo en el
cumplimiento de sus responsabilidades pastorales y de administración de la Iglesia en una
determinada diócesis. A los sacerdotes los proponen como presbíteros en cada iglesia local o
parroquia o comunidad.
Las parroquias o congregaciones de una iglesia local forman una diócesis. Esta diócesis puede
ser gobernada directamente por la Santa Sede en casos de extraordinaria necesidad. Las diócesis
reciben el nombre de eparquías en las iglesias del Rito Oriental. Las diócesis de un determinado
territorio forman una metrópolis, que es presidida por un arzobispo metropolitano de la diócesis
más importante o más antigua. En las Iglesias Orientales, un grupo de eparquías constituyen un
patriarcado, que es gobernado por un patriarca.

CUADRO 15 - Estructura política de la Iglesia Católica Romana


El Papa es también presidente del episcopado de toda la Iglesia de Occidente y de Oriente. Como
tal, es consultado y está en contacto permanente por los obispos, que pueden estar reunidos y
representados en las Conferencias Episcopales de carácter regional, nacional o continental. Los
obispos se comunican con el Papa de diversas maneras. Por un lado, lo hacen a través de visitas
periódicas de cada episcopado, que se conocen como ad limina apostolorum. Por otro lado, lo hacen
por medio de los nuncios o delegados apostólicos para tratar determinadas cuestiones,
especialmente de carácter diplomático o político. Y también lo hacen a través del sínodo de los
obispos, que es convocado periódicamente por el mismo Papa.

La universalización de la Curia. El proceso de internacionalización de la Curia comenzó con el


papa Pío XII y momentáneamente se detuvo con Juan XXIII, pero volvió a recibir un impulso decisivo
con Pablo VI y un ímpetu todavía mayor con Juan Pablo II. Este último Papa es probablemente el
Papa que ha investido al mayor número de cardenales en toda la historia de la Iglesia. Él ha
nombrado a 157 cardenales, mientras que el papa León XIII nombró a 147 y Pablo VI a 144. Durante
el pontificado de Juan Pablo II ha habido un record de países representados en el Sacro Colegio: 60
(o 50 si uno cuenta sólo a los cardenales con derecho al voto). Pío XII había designado a 56
cardenales de los cuales 36 eran europeos (64%) y sólo catorce eran italianos (25%). Juan XXIII fue
el Papa más eurocéntrico del siglo pasado ya que nombró a 52 cardenales, de los cuales 37 eran
europeos (71%) y 22 italianos (24%). De modo que, con Pablo VI y Juan Pablo II la
internacionalización del Colegio de Cardenales ha sido considerable. De los 144 cardenales que
estableció Pablo VI, sólo 38 eran italianos. Juan Pablo II apenas designó a 37 italianos como
cardenales de un total de 157.

En el presente, el sector italiano del Colegio de Cardenales representa un mínimo histórico. De


los 106 cardenales con voto, sólo 17 son italianos (16%). A comienzos del siglo XX, los italianos
constituían en 61% del Colegio. Los italianos perdieron su mayoría con el papa Pío XII y quedaron
reducidos a un tercio con Pablo VI. En el presente, su número ha decrecido a menos de un 20%. El
único bloque que todavía sigue en manos de los italianos es el de los cardenales que no tienen voto
(mayormente por su edad), que constituyen un 42%. El personal de la Curia a comienzos del siglo
XX era mayormente italiano. Hoy, sin embargo, el número de italianos está decreciendo de manera
permanente. El proceso ha sido tan asombroso que en los pasillos del Vaticano circula un chiste,
que dice: “¿Necesitamos internacionalizar la Curia Romana? Buena idea. Nombremos a un italiano.”

_ Oportunidades y desafíos
Cuestiones ecuménicas. A pesar de siglos de discordia y resentimiento con otras religiones y
grupos cristianos, hoy la Iglesia Católica está tomando la iniciativa para desarrollar el diálogo
interreligioso. La intolerancia del pasado ha quedado atrás y a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia
ha manifestado un sincero deseo de contacto y relación con la mayor parte de los grandes cuerpos
cristianos. El Secretariado para la Unidad de los Cristianos está involucrado en un programa muy
intenso de diálogos sumamente abiertos, creativos y beneficiosos. Esto representa una evolución
favorable, si se toma en cuenta que por siglos la Iglesia mantuvo una actitud intransigente y distante
de toda otra comunidad cristiana, cuando no de hostigamiento y persecución abierta.

Cabe señalar, no obstante, que el concepto de unidad que prevalece en la Iglesia Católica es
diferente del que sostienen la mayor parte de los evangélicos. El Decreto del Concilio Vaticano II
sobre el ecumenismo señala que la única Iglesia de Cristo, si bien lamentablemente no está unida,
está formada por los bautizados en él y subsiste en la Iglesia Católica. En otras palabras, la única
Iglesia verdadera es la Católica, y ésta es la razón por la que los integrantes de otras iglesias o
denominaciones cristianas reciben la designación de “hermanos separados”.

Decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio): “En esta una y única Iglesia de Dios,
ya desde los primeros tiempos, se efectuaron algunas escisiones, que el Apóstol condena
con severidad; en tiempos sucesivos surgieron discrepancias mayores, separándose no
pocas comunidades de la plena comunión de la Iglesia católica, a veces no sin
responsabilidad de ambas partes. Quienes ahora nacen y viven de la fe de Jesucristo dentro
de esas comunidades no pueden ser tenidos como responsables del pecado de separación
y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor, puesto que quienes creen en
Cristo y recibieron el bautismo debidamente, están en cierta comunión, aunque no sea
perfecta, con la Iglesia católica. Efectivamente, a causa de las varias discrepancias existentes
entre ellos y la Iglesia católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la
disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se oponen a la plena comunión
eclesiástica muchos obstáculos, a veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata
de superar. Sin embargo, justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a Cristo,
y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y justamente son
reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la Iglesia católica.”

Cuestiones científicas. El temor a los desarrollos científicos y técnicos, que ha traumatizado a la


Iglesia especialmente a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, parece haberse aminorado con
un importante cambio de actitud. Por un lado, la Iglesia ha reconocido públicamente su error al
condenar a los científicos y a la ciencia misma por sus descubrimientos y hallazgos. Los últimos
Papas, y especialmente Juan Pablo II, han admitido la equivocación de condenar a hombres como
Galileo Galilei, Copérnico y muchos otros, que hicieron contribuciones significativas al progreso de
las ciencias y al bien de la humanidad. El Vaticano II reconoció la importancia de las ciencias
humanas y su autonomía. Destacó la importancia del desarrollo científico para el progreso humano,
pero también la responsabilidad moral de la ciencia como expresión del dominio del ser humano
sobre la naturaleza. Además, destacó a la ciencia como un recurso útil a la Iglesia.

Gaudium et spes: “La experiencia de los siglos pasados, el adelanto de las ciencias, las
riquezas ocultas en las varias formas de la cultura humana donde se manifiesta con mayor
plenitud la naturaleza del hombre y se abren nuevas vías de acceso a la verdad, todo esto
aprovecha también a la Iglesia.… La Iglesia, sobre todo en nuestros tiempos, en que las cosas
cambian con gran rapidez y varían considerablemente los modos de pensar, especialmente
necesita del auxilio de aquellos que, viviendo en el mundo, conocen a fondo las instituciones
y las disciplinas y penetran su significado profundo, ya sean creyentes o no creyentes.”

Por otro lado, en contraste con períodos de la historia en los que la Iglesia fue sumamente
intolerante respecto del desarrollo científico, hoy se muestra interesada en ello a través de la
Academia Pontificia de Ciencias, que es un cuerpo cuya membresía internacional incluye a
personalidades como el célebre científico Stephen Hawking y a premios Nobel como Charles Hard
Townes, entre muchos otros. Esta Academia provee al Papa de valiosas contribuciones y
perspectivas sobre cuestiones científicas y actúa como organismo de asesoramiento en el campo.

Cuestiones éticas. La revolución sexual de los años de 1960 hizo que el papa Pablo VI publicara
en 1968 su encíclica Humanae vitae, en la que rechazaba el uso de anticonceptivos, incluyendo la
esterilización, argumentando que estos métodos operaban en contra de la relación íntima y el orden
moral que debían existir entre un hombre y una mujer, al oponerse directamente a la voluntad de
Dios. Por el contrario, el Papa abogaba por lo que se conoció como la Planificación Familiar Natural,
como método legítimo para limitar el tamaño de la familia.

El aborto fue condenado por la Iglesia en reiteradas oportunidades a lo largo del siglo XX, pero
especialmente en 1995 con la encíclica del papa Juan Pablo II Evangelium vitae. Esta encíclica
condenó lo que denominó como la “cultura de la muerte”, expresión que el Papa utilizó para
describir la aprobación social de la eutanasia, la contraconcepción, el genocidio, el suicidio, la pena
capital y el aborto. El rechazo de la Iglesia al uso de profilácticos provocó severas críticas,
especialmente con respecto a los países donde la incidencia del SIDA y el HIV habían alcanzado
proporciones de epidemia. La Iglesia sigue sosteniendo que en países como Kenia y Uganda, donde
se estimulan los cambios de conducta junto con el uso de profilácticos, se han hecho progresos más
grandes en el control de la enfermedad que en aquellos países en los que solamente se promueve
el uso de los profilácticos.

La defensa de la familia, entendida ésta de manera tradicional (padre, madre e hijos) ha sido y
continúa siendo un tema de preocupación para la Iglesia. Cuando el papa Benedicto XVI (comenzó
a gobernar en 2005) subió al trono papal, continuó con la política de sus predecesores en este punto.
Su primera encíclica fue Deus caritas est, en la que discute las varias formas del amor y pone un
fuerte énfasis en el matrimonio y la centralidad del amor en la misión de la Iglesia.

Cuestiones eclesiológicas. La ordenación de mujeres al sacerdocio ha sido, probablemente, uno


de los grandes desafíos que la Iglesia ha enfrentado en los últimos años. Movimientos feministas,
que no concuerdan con las enseñanzas éticas tradicionales de la Iglesia, se han asociado a una
coalición de monjas norteamericanas para llevar a la Iglesia a considerar la posibilidad de la
ordenación de mujeres al ministerio. Como parte de su campaña a favor de la ordenación de
mujeres, han llamado la atención al hecho de que muchos de los documentos más importantes de
la Iglesia están llenos de expresiones prejuiciosas y discriminatorias en contra de las mujeres. Así se
llevó a cabo una serie de estudios para descubrir de qué manera estos prejuicios se desarrollaron,
cuando aparentemente parecían ser tan contrarios al espíritu y enseñanza del evangelio cristiano.
Estos eventos y debates llevaron al papa Juan Pablo II a publicar en 1988 una encíclica, Mulieris
dignitatem, que declaraba que las mujeres tenían un papel diferente que el de los varones en la
Iglesia, si bien era igualmente importante. En 1994, la encíclica Ordinatio sacerdotalis ofrecía
mayores explicaciones, indicando que la Iglesia seguía el ejemplo de Jesús, quien escogió a doce
hombres para la tarea sacerdotal específica que tenían que cumplir.

Otro tema de debate abierto en la Iglesia es el papel de los laicos en el ministerio de la misma.
Si bien desde el Vaticano II ha habido una verdadera revolución en lo que hace a la participación de
los laicos, todavía el ministerio como tal sigue estando en manos de los obispos y los sacerdotes.
Los documentos oficiales destacan la participación de los laicos en la misión de la Iglesia y les asignan
un apostolado fundamental, especialmente en la evangelización, la instauración cristiana del orden
temporal y el amor. Los laicos son animados a vivir una vida de santidad, de compromiso con el
evangelio en todas las esferas de la realidad temporal, y son invitados a colaborar con el apostolado
jerárquico, en las iniciativas de la Curia Romana y en los proyectos apostólicos de las parroquias
locales. Pero, los laicos siguen siendo “laicos” y el clero sigue siendo “clero”, es decir, el abismo de
separación entre unos y otros, especialmente en la esfera sacramental, sigue tan profundo como
siempre. En otras palabras, los laicos católicos no pueden interpretar las Escrituras de otra manera
que la que determina el Magisterio de la Iglesia, ni definir cuál es la doctrina que debe enseñarse,
ni consagrar y administrar ninguno de los sacramentos.

Decreto Apostolicam actuositatem: “Es deber de la Jerarquía apoyar el apostolado de los


lacios, darle los principios y la asistencia espiritual, ordenar el desarrollo del apostolado al
bien común de la Iglesia y vigilar que se cumplan la doctrina y el orden.… Hay en la Iglesia
muchas iniciativas apostólicas constituidas por la libre elección de los laicos y que se rigen
por su juicio y prudencia.… Ninguna iniciativa, sin embargo, puede arrogarse el nombre de
católica sin el asentimiento de la legítima autoridad eclesiástica.… Así la jerarquía,
ordenando el apostolado con diverso estilo según las circunstancias, asocia más
estrechamente alguna de sus formas a su propia misión apostólica, conservando no
obstante la propia naturaleza y distinción de cada una, sin privar por esto a los laicos de su
necesaria facultad de obrar espontáneamente. Este acto de la Jerarquía se llama mandato
en varios documentos eclesiásticos.”

Cuestiones morales. El año 2001 fue un año duro para la Iglesia en todo el mundo, ya que en
ese año se hicieron públicos y atrajeron la atención de media humanidad los escándalos producidos
por abusos sexuales cometidos por un buen número de sacerdotes norteamericanos. Una serie de
juicios resonantes sacaron a la luz el abuso sexual de menores de edad por parte de miembros del
clero. En los Estados Unidos, el país con el mayor número de casos de abuso sexual, la Conferencia
Episcopal de los Estados Unidos encargó una investigación a fondo que encontró que un cuatro por
ciento de todos los sacerdotes que sirvieron en el país entre 1950 y 2002 confrontaban algún tipo
de acusación por este tipo de delito. La Iglesia tuvo que padecer críticas todavía mayores cuando se
descubrió que algunos obispos sabían de estas situaciones y no hicieron nada al respecto, sino que
reasignaron a los sacerdotes acusados a otros lugares de ministerio. En algunos casos, lo más que
hicieron los obispos fue someter a los implicados a un tratamiento siquiátrico o sicológico. Algunos
obispos y siquiatas argumentaron que la sicología que predominaba en el momento sugería que las
personas podían ser curadas de este tipo de conductas a través de la consejería. El escándalo en los
Estados Unidos hizo que el periodismo iniciara investigaciones en otros países y se constataron
situaciones similares, tanto en Europa como en América Latina.

El papa Juan Pablo II respondió en su momento, declarando que “no hay lugar en el sacerdocio
y en la vida religiosa para aquellos que pueden dañar a los jóvenes.” Sus enérgicas palabras no
fueron suficientes para parar el escándalo y lavar el prestigio de la Iglesia. La Iglesia en los Estados
Unidos instituyó reformas para prevenir abusos futuros, incluyendo el requisito de considerar el
trasfondo de las personas que sirven como empleados o voluntarios en la Iglesia. En razón de que
la vasta mayoría de las víctimas fueron muchachos adolescentes, la Iglesia mundial también prohibió
la ordenación de hombres con “tendencias homosexuales profundas.” Algunos comentaristas, como
el periodista Jon Dougherty, han señalado que la cobertura periodística de la cuestión ha sido
excesiva, en razón de que los mismos problemas afectan a otras instituciones, tales como el sistema
público de enseñanza en los Estados unidos, y con mucha más frecuencia. No obstante, el golpe
recibido por los hechos dejó a la Iglesia mal parada en muchas partes.

Cuestiones políticas. Como en siglos pasados, el Papa continúa siendo el líder internacional de
la Iglesia y la autoridad máxima del Estado del Vaticano. Como cabeza de este Estado, procura
mantener relaciones diplomáticas con todos los países del mundo, incluso con aquellos en los que
el catolicismo está vedado o limitado en sus posibilidades. Frecuentemente, el Papa recibe a jefes
de Estado y otras personalidades políticas de todo el mundo. Como representante de la Santa Sede,
tiene un estrado permanente y ocasionalmente habla en la Asamblea General de las Naciones
Unidas. En general, la humanidad considera al Papa con respeto y consideración. Un pontífice como
Juan Pablo II supo construir una imagen muy positiva, proyectándose como un hombre proveniente
de un país pobre, oprimido por el comunismo, un amante del deporte y alguien con gran vitalidad y
energía. El atentado que casi termina con su vida incrementó su popularidad. De manera especial,
el papa Juan Pablo II hizo de sus viajes al exterior y del mantenimiento de buenas relaciones políticas
con las diferentes naciones un objetivo fundamental de su pontificado. Su intervención fue clave
para impedir una guerra entre Argentina y Chile en 1978.

En 2008, el papa Benedicto XVI visitó los Estados Unidos y fue recibido como una dignidad
especial por el presidente. Sus misas fueron televisadas en vivo por las principales cadenas de
noticias. Si bien el Papa había condenado la Guerra de Irak como “una derrota para la razón y para
el evangelio”, cuando se le preguntó por qué había recibido con tantos honores al Papa, el
presidente George W. Bush dijo: “Primero, él habla por millones. Segundo, él no viene como político;
él viene como un hombre de fe.” No obstante, en otros casos, el Papa pareció actuar más
evidentemente como un político que como un hombre de fe. Los musulmanes del mundo se
sintieron ofendidos con un discurso de Benedicto XVI en Regensburgo, en el que citó las palabras
de un emperador bizantino que había criticado fuertemente al Islam. Para enmendar esto, en mayo
de 2008 el Papa se reunió con una delegación de líderes musulmanes iraníes, con quienes concluyó
un acuerdo, que declaraba que la religión es esencialmente no violenta, y que la violencia no puede
ser justificada ni por la razón ni por la fe.

Por otro lado, la Iglesia hoy estimula activamente el apoyo a gobiernos democráticos y a
partidos políticos con candidatos que “protejan la vida humana, promuevan la vida familiar,
procuren la justicia social y practiquen la solidaridad.” Todo esto significa el apoyo a un concepto
tradicional de la familia y el matrimonio, la apertura de mayores oportunidades para los pobres y
menesterosos, la bienvenida y el sostén para los inmigrantes y refugiados, y la promoción de todos
los que trabajan en contra del aborto.
Cuestiones sociales. Desde fines de la segunda mitad del siglo XIX, las cuestiones sociales han
sido tema de gran preocupación para la Iglesia Católica. La expresión más lograda de la respuesta
de la Iglesia a esta cuestión se encuentra en lo que se conoce como la Doctrina Social de la Iglesia
(DSI). Se puede definir la DSI como el conjunto sistemático de verdades, valores y normas que el
Magisterio vivo de la Iglesia, fundado en el derecho natural y en la revelación, aplica a los problemas
sociales de cada época, a fin de ayudar, según la propia manera de la Iglesia, a los pueblos y
gobernantes a construir una sociedad más humana, más conforme a los planes de Dios para el
mundo.

Gaudium et spes: “Atenta a los signos de los tiempos, interpretados a la luz del Evangelio y
del Magisterio de la Iglesia, toda la comunidad cristiana es llamada a hacerse responsable
de las opciones concretas y de su efectiva actuación para responder a las interpretaciones
que las cambiantes circunstancias le presentan. Esta enseñanza social tiene, pues, un
carácter dinámico y en su elaboración y aplicación los laicos han de ser no pasivos
ejecutores, sino activos colaboradores de los Pastores, a quienes aportan su experiencia
cristiana, su competencia profesional y científica.”

Antecedentes. La preocupación social de la Iglesia no es cosa nueva, ya que surge inicialmente


con León XIII en 1891, con su encíclica Rerum novarum. Las nefastas consecuencias del liberalismo
económico y político ensombrecieron al romántico siglo XIX con la miseria de cientos de miles de
obreros y el empobrecimiento de las clases medias, en beneficio de una burguesía próspera, que
logró adueñarse del poder político, destronando reyes en nombre del pueblo soberano. Más tarde
(1931), Pío XI discutió la restauración del orden social en su encíclica Quadragésimo anno. De esta
manera, la Iglesia procuró responder a los desafíos sociales que planteaba el mundo moderno.

CUADRO 16 - Características de la Doctrina Social de la Iglesia

1. Existe una doctrina o enseñanza social propia de la Iglesia Católica, original por los principios
que la inspiran, que son los del cristianismo.

2. Esta doctrina es evolutiva, dinámica y actual. Va extrayendo nuevas consecuencias y


aplicaciones de los principios enunciados y tiene en cuenta los cambiantes problemas
sociales.

3. Esta doctrina es obligatoria para los católicos, ya que, según Juan XXIII, constituye nada menos
que “una parte integrante de la concepción cristiana de la vida” (Mater et Magistra, 60).

4. Esta doctrina es orientadora de la acción concreta, pero sin pretender dar soluciones
determinadas, pues éstas dependen de las variables circunstancias de tiempo y lugar, y,
además, puede haber “una legítima variedad de opciones posibles” (Pablo VI, Octogesima
adveniens, 50).

No obstante, fue con Juan XXIII que la cuestión social recibió una debida atención. Su encíclica
Mater et Magistra (1961) es la más notable de las tres encíclicas sociales. Jamás una encíclica fue
acogida con tanta aprobación por la opinión pública mundial. En ella, el Papa respondía básicamente
a las dos grandes tentaciones de su tiempo: el comunismo y el materialismo. La enseñanza papal
presenta tres principios. El primero es el principio económico, que afirma que Dios creó todos los
bienes de todo tipo para todos los seres humanos. Esto define el concepto del trabajo, la empresa,
el Estado, las áreas no desarrolladas, la cooperación internacional y la distribución de la riqueza. El
segundo es el principio social, que enseña que para alcanzar esos bienes y multiplicarlos los seres
humanos deben unirse, pues son ellos mismos los artífices de su felicidad. Dios mismo les dio una
naturaleza social que, frente a todo individualismo disolvente y frente a todo estatismo absoluto
tiende a promover a las más diversas formas de asociación. El tercero es el principio moral, que
indica que la convivencia humana debe someterse en todo momento a las normas de la doctrina
cristiana. La vida humana temporal debe estar organizada de tal manera que fomente el desarrollo
de auténticas virtudes cristianas. Otra encíclica importante de Juan XXIII, que en este caso aborda
temas socio-políticos, es Pacem in terris (1963).

Configuración. En base a los antecedentes mencionados, el Magisterio profundizó la Doctrina


Social de la Iglesia (DSI) especialmente a partir del Concilio Vaticano II. De los dieciséis documentos
en que se concretó la tarea del Concilio, uno de los más notables es el último, o sea, la Constitución
Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. En él se expresa el interés del
catolicismo por el ser humano y el mundo, así como la preocupación por los principales problemas
sociales de la época, acerca de los cuales se dan orientaciones y criterios de solución.

Con el papa Pablo VI, quien reiteró en múltiples oportunidades las enseñanzas de sus
predecesores y las enriqueció en lo que respecta a lo económico-social, la DSI se amplió
notablemente. Prueba de esto son la encíclica Populorum progressio (1967), acerca del desarrollo
integral de los pueblos, y la carta apostólica Octogesima adveniens (1971), sobre “las necesidades
nuevas de un mundo en cambio.” Con Juan Pablo II, se profundizó la preocupación por los temas
sociales, expresada a través de frecuentes discursos y escritos, especialmente su primera encíclica
Redemptor hominis (1979) y durante sus viajes a distintos países. Toda esta labor magisterial de los
Papas y del Concilio llegó a constituirse en un verdadero cuerpo doctrinario, que es la DSI.
Lamentablemente, no existe nada siquiera parecido en el protestantismo.

Documento de Puebla: “El objeto primario de esta enseñanza social es la dignidad personal
del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables. La Iglesia ha ido
explicitando sus enseñanzas en los diversos campos de la existencia, lo social, lo económico,
lo político, lo cultural, según las necesidades. Por tanto, la finalidad de esta doctrina de la
Iglesia—que aporta su visión propia del hombre y la humanidad—es siempre la promoción
y liberación integral de la persona humana, en su dimensión terrena y trascendente,
contribuyendo así a la construcción del Reino último y definitivo, sin confundir sin embargo
progreso terrestre y crecimiento del Reino de Cristo.”

_ Dificultades y problemas
Con el cambio de siglo (y de milenio), la Iglesia Católica ha tenido que afrontar una serie de
nuevos problemas. La manera en que la comunidad católica mundial logre resolverlos es clave para
determinar cuál habrá de ser su futuro en el mundo en el presente siglo. Entre los muchos
problemas que podríamos nombrar, cabe tener presentes los siguientes.

Nuevo reflujo conservador. A partir de la muerte del papa Juan XXIII y hasta el presente, da la
impresión como que ha habido en la Iglesia Católica un significativo y nuevo reflujo conservador.
Este retroceso al conservadurismo tradicional ha predominado en la jerarquía católica,
especialmente en América Latina, aun cuando muchas comunidades han continuado desarrollando
el espíritu del Concilio Vaticano II y manifestando una visión pastoral y espiritual liberadora. La
pregunta abierta hacia el futuro es por cuánto tiempo las tendencias más progresistas van a
sobrevivir el avance y crecimiento de las corrientes conservadoras e incluso fundamentalistas, que
están en desarrollo en el seno del catolicismo. No cabe dudas que Juan Pablo II fue un Papa mucho
más conservador que Pablo VI, y que Benedicto XVI ya ha demostrado ser el Papa más conservador
de los últimos cien años.

En América Latina, las Conferencias Episcopales, desde Medellín (1968) hasta La Aparecida
(2007), han sido cada vez más conservadoras en sus resoluciones y orientaciones pastorales. Las
teologías de la liberación, al igual que el movimiento carismático católico, han sido frenadas, a veces
de manera directa y otras veces en forma indirecta, pero siempre con efectividad. La nueva
generación de seminaristas se está formando en instituciones mucho más conservadoras que una
generación atrás, y están manifestando el conservadurismo de los prelados de mayor rango. Roma
ha enviado “visitadores apostólicos” a varios países para revisar los currículos e investigar a los
cuerpos docentes. Las autoridades han modificado los estatutos de algunas instituciones, no
permitiendo, entre otras cosas, que mujeres se matriculen en los cursos. De igual modo, han
demorado la aprobación de seminarios que resultaban “sospechosos” e incluso han clausurado a
varios en distintos lugares del mundo.

Las estrategias de una restauración conservadora se han elaborado en el Vaticano mismo, y el


Papa de turno ha sido el principal responsable. De manera particular y a lo largo de muchos años, el
cardenal Joseph Ratzinger (actual papa Benedicto XVI), como cabeza de la Congregación para la
Doctrina de la Fe en Roma, jugó un papel importante, especialmente en la liquidación de las
teologías de la liberación. Sin embargo, fue el papa Juan Pablo II quien promovió más abiertamente
la causa conservadora utilizando para ello una herramienta clave en la estrategia restauracionista:
el nombramiento de los obispos. En todos los países donde las tendencias progresistas gozaban de
respaldo episcopal, el Papa se ocupó de ir nombrando obispos conservadores, que terminaron por
controlar las Conferencias Episcopales nacionales, regionales e incluso continentales, como la
Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM).

Los objetivos de la presente restauración conservadora son restaurar la unidad doctrinal en la


Iglesia e imponer una disciplina centralizada. El impulso restauracionista conservador se propone
revertir las tendencias que se desarrollaron a partir del Concilio Vaticano II. Surgió primero como
cierta resistencia a las reformas dentro de la Curia Romana y luego se expresó como retrocesos
agresivos locales y regionales. Finalmente, después del largo reinado de Juan Pablo II, en los que el
Papa logró controlar las posiciones más poderosas e influyentes en el Vaticano, el conservadurismo
logró elevar al trono de Pedro al teólogo más conservador de todo el catolicismo contemporáneo:
el cardenal Joseph Ratzinger.

Creciente dogmatismo. Bajo Juan Pablo II, Roma puso en marcha una campaña incansable para
suprimir el disenso y reafirmar la autoridad papal en la vida diaria de la Iglesia. Con este fin, ha
escudriñado el trabajo de teólogos prominentes, incluso llamando a algunos a Roma para
interrogarlos o castigando a otros (tal fue el caso de Leonardo Boff de Brasil en 1985). Ni siquiera
los obispos se han visto librados de la disciplina, ni los miembros de órdenes religiosas e incluso
conferencias episcopales enteras. El Papa de turno ha dejado bien en claro que los argumentos a
favor de la ordenación de mujeres o de hombres casados, y a favor de cambios en la enseñanza
oficial sobre la reproducción humana no van a ser considerados. Claramente, el papado está firme
en poner fin a la era de renovación espiritual y experimentación que siguió al Vaticano II. Algunos
observadores bien informados ven signos de un retorno a la mentalidad que prevaleció en el
catolicismo de las décadas anteriores al Concilio. Esta mentalidad estuvo marcada por un profundo
pesimismo en cuanto a la historia y una actitud defensiva (como vimos) frente a un mundo
corrompido por la Reforma Protestante, y por las filosofías y valores modernos y ateos.

Las enseñanzas de la Iglesia en las últimas décadas reflejan cierta nostalgia por tiempos
anteriores, cuando el mundo occidental era un mundo católico y la Iglesia era su maestra y guía
incuestionable. En su encíclica Summi pontificatus (1939), sobre la ley natural y el derecho de
gentes, el papa Pío XII, decía lo siguiente: “La angustia y la aflicción del día presente, son el
argumento más convincente que uno puede pedir a favor del cristianismo.” Por más de mil años de
historia del cristianismo, la fe cristiana católica romana fue la norma religiosa universalmente
aceptada en el mundo europeo. Es por esto que, a lo largo de los siglos, la Iglesia se ha opuesto de
manera consistente a cualquier intento por poner fin al paradigma de cristiandad. Como vimos, esto
es lo que ocurrió a lo largo de todo el período que estamos considerando en este volumen. Papa
tras Papa, Roma ha procurado conservar su lugar hegemónico en el mundo y defender su pretensión
de ser la única iglesia verdadera y única depositaria de la verdad. Estos intentos tuvieron instancias
escandalosas de intolerancia y opresión hasta tiempos muy recientes. El proyecto restaurador de
Juan Pablo II no fue quizás tan dogmático y defensivo, pero sí fue un paso hacia atrás respecto del
gran visionario que fue Juan XXIII, y no ha escapado al perfil de un proyecto sumamente
conservador.
Por otro lado, si bien algunos de sus predecesores se encerraron en una mentalidad dogmática
y lucharon por proteger su rebaño de los “peligros” del mundo moderno, Juan Pablo II procuró de
algún modo involucrarse en el mundo contemporáneo e imbuirlo una vez más con la fe cristiana
que le dio origen. Es por esto que, echando por la borda algo del bagaje mental medieval, llegó a
apoyar demandas a favor de los derechos humanos, la justicia social y la libertad religiosa. Pero
quedó claro durante su pontificado de un cuarto de siglo, que estaba convencido de que sólo
abandonando una mentalidad secular y atea, y abrazando los valores cristianos, el mundo occidental
recuperaría su verdadera identidad. A una audiencia polaca en junio de 1979, les dijo: “Para merecer
de algún modo tal nombre, una civilización debe ser una civilización cristiana.”

Falta de sacerdotes. Uno de los más serios problemas de la Iglesia Católica a nivel mundial es la
falta de agentes pastorales y misioneros. Este problema ha llegado casi a la condición de una crisis
endémica, en razón de que, en algunas partes del mundo ya tiene varios siglos. La causa principal
es la falta de vocaciones, que a su vez es el resultado de una catequesis deficiente, la falta de
modelos inspiradores, de oportunidades desafiantes y de mejores sistemas de reclutamiento. Pero
es probable que una razón importante sea también la persistencia tenaz de los Papas en mantener
el celibato como condición obligatoria para acceder a la ordenación religiosa. El giro conservador
que se ha constatado en la actitud de los Papas con posterioridad a Juan XXIII, ha diluido toda
posibilidad de poner fin al celibato sacerdotal, que además de dejar a la Iglesia sin una buena
cantidad de buenos candidatos para el ministerio, ha creado más problemas morales que virtudes
dignas de imitar.

El número de sacerdotes a nivel mundial ha ido de 420.971 en 1978 a 404.208 en 1997, lo que
representa un decrecimiento del orden del 4%. Sin embargo, esta disminución varía de continente
a continente. En África y Asia el número de sacerdotes está aumentando levemente, mientras que
en las Américas parece más estable. El decrecimiento más agudo se ha dado en Europa occidental
y Oceanía, pero ha habido un cierto aumento de vocaciones religiosas en Europa del Este.

El crecimiento más grande en el número de sacerdotes se está dando en África, donde los
números han ido de 16.926 en 1978 a 25.279 en 1997, lo que representa un crecimiento del 49.35%.
Algo similar ha ocurrido en Asia, donde el número de sacerdotes ha aumentado de 27.700 en 1978
a 40.441 en 1997 (un aumento del 46%). En las Américas, había 120.271 sacerdotes en 1978, que
llegaron a ser 120.013 en 1997. Y en Oceanía, el número de sacerdotes decreció de 5.576 en 1978
a 5.077 en 1997. Pero la caída más estrepitosa en el número de ministros ordenados se produjo en
Europa, donde las figuras van de 250.498 en 1978 a 213.398 en 1997 (una reducción del 14.81%).

Hay dos aspectos en relación con la crisis que se está viviendo en Europa. En los países
tradicionalmente católicos, la crisis es más aguda: Italia registra una disminución del 13.84%, España
del 16.61%, Portugal del 17.37%, Bélgica del 35.51% y Francia del 32.70%. Sin embargo, como se
indicó, ha habido un marcado crecimiento de las vocaciones religiosas en Europa del Este: en
Bielorusia con un asombroso 586.49% (¿señal de avivamiento en el catolicismo eslavo?), en Polonia
con el 36.57%, en Rumania con un 85.96% y en Ucrania con un notable 121%.
Como puede verse, la caída mundial en el número de sacerdotes no sería tan grave si la
población del mundo se hubiese mantenido estable. Pero el problema es que mientras la Iglesia
cuenta cada vez con menos agentes pastorales y misioneros, la población del mundo está creciendo
de manera explosiva. En otras palabras, la Iglesia Católica tiene cada vez más miembros
(especialmente en los países católicos), pero menos pastores para atenderlos en sus necesidades
religiosas. En algunos lugares, la proporción de personas bautizadas católicas en relación con el
párroco que las sirve en una determinada parroquia es astronómica.

A diferencia de lo que sucede con los sacerdotes, el número de obispos ha registrado un


crecimiento más o menos constante. Entre 1979 y 1997, se instalaron 2.061 nuevos obispos. En
1978 había un total de 3.714 obispos en el mundo, mientras que en 1997 este número subió a 4.420.
África es uno de los continentes donde se experimentó el mayor crecimiento del episcopado, con
432 obispos en 1978 que llegaron a ser 562 en 1997. En Asia el número de obispos creció de 519 a
617 en el mismo período, mientras que en las Américas pasaron de 1.416 a 1.659, en Oceanía de 94
a 118 y en Europa de 1.253 a 1.464. En el caso de Europa occidental, es allí donde se encuentra el
mayor número de obispos. Italia cuenta con 501, seguida de Francia que tiene 175 y España con
116. La edad promedio de estos obispos es bastante alta, ya que en Italia llega a un promedio de 71
años, en Francia a los 71.3 años y en España a los 67.2 años. Por otro lado, debe tenerse en cuenta
que muchos de los nuevos obispos en el mundo eran en realidad viejos sacerdotes, es decir, a mayor
número de obispos menor número de sacerdotes. En otras palabras, aquí bien puede aplicarse la
frase religiosa de que “se desviste a un santo para vestir a otro”.

Además, el número de sacerdotes que abandona el ministerio también ha aumentado. Entre


1978 y 1997 hubo un total de 21.850 sacerdotes que “colgaron los hábitos”, la mayoría de ellos en
Europa (9.699) seguidos por las Américas con un total de 8.472 defecciones. En los otros continentes
el número de abandonos ministeriales fue de 1.489 en África, 1.735 en Asia y 455 en Oceanía. Si al
número de sacerdotes que dejan el ministerio se agrega la falta de personas jóvenes que respondan
al llamado de Dios, el cuadro que se presenta resulta en un verdadero problema para la Iglesia
Católica. A esto hay que agregar el fenómeno del envejecimiento del clero (cada vez el clero está
compuesto por personas de mayor edad), lo que agrava todavía más la situación pastoral. Entre
1978 y 1997, murieron 144.437 sacerdotes. La cuestión de la edad del clero es un problema de no
fácil solución. En 1995, la edad promedio de los sacerdotes era de 54.6 años, y la de los obispos era
de 66.49 años, a nivel mundial.

Sin embargo, el crecimiento en el número de diáconos ha sido importante. En 1978 había 5.562
diáconos permanentes en el mundo, mientras que en 1997 este número aumento a 24.407. Por
cierto, este fenómeno ocurrió sólo en Occidente y en respuesta al problema paralelo de la falta de
sacerdotes. En Europa del Este y en los países subdesarrollados no son tantos los diáconos
permanentes.

GLOSARIO
Absolutismo: poder ilimitado del soberano frente a los súbditos. En un sistema absolutista, los
ciudadanos no tienen ningún derecho de voto, sino que el monarca o el dictador gobierna a su
arbitrio y sin atenerse a la ley. También es posible que sea un grupo o partido el que gobierne en
forma absoluta. El absolutismo es la concepción opuesta al Estado constitucional y a la democracia.

Anarquismo: (del gr., carencia de gobernantes), es la teoría que preconiza la abolición del Estado y
la constitución de una sociedad libre de obligaciones estatales. El anarquismo desecha como mala
y tiránica toda forma de gobierno, ya sea la monarquía, la república, la dictadura, la democracia y
hasta la democracia socializada. Su objetivo es la completa desaparición del Estado y del gobierno,
en cuyo lugar se implantará una libre reunión de individuos y grupos no forzados por ninguna
organización, sin ley escrita, ni policía, ni clase militar ni tribunales, ni cárceles. La Iglesia Católica
Romana se opuso a toda forma de anarquismo.

Borbones: las antiguas casas reinantes de Francia y España. La revolución de julio de 1830 derrocó
a la rama mayor de los Borbones franceses, que habían vuelto al trono después de la Restauración
de 1815. En su lugar reinó la rama joven de los Borbón-Orleáns, en la persona de Luis Felipe, el “rey
burgués”. También éste fue derrocado, en 1848. Los Borbones españoles perdieron el trono en
1931. El rey Alfonso XIII murió en Roma, en febrero de 1941. Su nieto, Carlos, es el actual rey de
España.

Breviario Romano: (del lat. breviarium, compendio, resumen). Libro que contiene de rezos
eclesiásticos del año en la Iglesia Católica Romana.

Burguesía: clase acomodada de las ciudades, principalmente formada por capitalistas, fabricantes,
comerciantes, empresarios independientes en general, altos empleados y miembros de las
profesiones liberales, con análogos ingresos y posición social, y en oposición con el “proletariado”,
la clase trabajadora, que no tiene propiedad ni otro producto para vender que la fuerza de sus
brazos.

Carbonarios: (del italiano carbonaro) pertenecían a una secta o sociedad secreta fundada con fines
políticos o revolucionarios en el siglo XIX, de carácter fanáticamente antimonarquista y anticlerical.

Cardenal: título y dignidad eclesiástica católica romana surgida en la alta Edad Media, derivado de
los antiguos presbiteri cardinali a los que estaban confiadas las iglesias de las “regiones” de Roma,
y que eran los electores del obispo de Roma, es decir, del Papa. Estructurados en el “Sacro Colegio”,
los cardenales son los inmediatos colaboradores y únicos electores del Papa.

Carlistas: monarquistas españoles, que defendían el derecho al trono de la línea del príncipe Carlos
de Borbón. Este príncipe era hermano del rey Fernando VII, que en 1830 impuso en España la
sucesión femenina. Carlos pretendía el trono y consideró la medida como ilegal y encontró muchos
partidarios. A causa de esta cuestión se desencadenó una guerra civil (1834), en la que los carlistas
fueron derrotados.

Catecismo: libro que formula resumidamente el contenido de la doctrina y de los deberes de la vida
cristiana. El vocablo se deriva del término “catequesis” (enseñanza de la doctrina) y “catecúmeno”
(el que recibe dicha enseñanza en preparación para el bautismo). Entre los catecismos más célebres
se encuentran los del Concilio de Trento (1545–1563) y de Pío X. En la actualidad, cada conferencia
episcopal puede redactar uno o más catecismos, según las distintas áreas de exigencias culturales y
según las edades de los catequizados.

Católico: (del gr. katólikos, universal). El término fue utilizado por primera vez para describir a la
Iglesia por Ignacio de Antioquía a principios del siglo II. Se refiere comúnmente al cuerpo religioso
conocido como Iglesia Católica Romana y a sus miembros. El nombre más usado para designar a
esta Iglesia es simplemente Iglesia Católica.

Censo: contrato por el cual se sujeta un inmueble al pago de una pensión anual, como interés de
una cantidad recibida en dinero, y reconocimiento de un dominio no transmitido con el inmueble.

Clericalismo: política basada en motivos religiosos, y tendiente a mantener y acrecentar la influencia


de la Iglesia Católica Romana. En general, se denominan “clericales” a los partidos políticos católicos.
La designación se deriva de la palabra clero y fue acuñada por sus adversarios.

Clero: conjunto de los miembros de la Iglesia que han recibido funciones ministeriales específicas
en el interior de la comunidad. Los miembros del clero van desde los grados menores (lector y
acólito), conferidos mediante un rito especial, a los mayores (diácono), hasta la ordenación
sacerdotal y episcopal, que confiere la plenitud del sacerdocio. Se distingue el “clero regular”, que
comprende a los religiosos que viven bajo una regla monástica o religiosa, y que están más o menos
exentos de la sumisión jerárquica al obispo de la diócesis; y el “clero secular”, que no está sujeto a
los votos religiosos, sino únicamente a las obligaciones inherentes al estado sacerdotal, y que ejerce
su ministerio bajo la autoridad directa de un obispo (párrocos, coadjutores, etc.).

Concilio: (del lat. concilium, reunión o asamblea). Es la asamblea de los obispos de la Iglesia Católica
convocados. El concilio puede tener distintos niveles: provincial, nacional, continental. El concilio
ecuménico convoca a los obispos del mundo entero, y de éstos se han celebrado veintiuno, según
la tradición católica romana, desde el Concilio de Nicea (325) al Vaticano II (1962–1965). El concilio
ecuménico, a condición de que actúe en comunión con el Papa, es la más alta autoridad de la Iglesia
Católica, y goza de la infalibilidad doctrinal en materia de fe, de sacramentalidad y de disciplina.

Cónclave: (del lat. clavis, llave). Es la asamblea de cardenales, reunidos para elegir un nuevo Papa.
El Cónclave se reúne siempre en Roma y debe ser convocado dentro de las tres semanas que siguen
a la muerte de un pontífice. Se invita al mismo a todos los cardenales del mundo, que deben
permanecer encerrados en el Vaticano y son controlados para evitar presiones externas de orden
moral y político.

Concordato: (del lat. pactum concordatum, pacto convenido), es un acuerdo entre el Papa y un
gobierno estatal, destinado a regular las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado. En un
concordato se determinan principalmente los derechos y deberes recíprocos, la situación del clero
y de los claustros, los impuestos eclesiásticos, el apoyo financiero que se le prestará a la Iglesia, la
protección de su propiedad, la cuestión educacional, la designación de los obispos, etc. El
Concordato tiene valor de tratado estatal.

Constituyente: asamblea destinada a forjar una constitución. Suele convocarse después de la


fundación de un Estado o de un cambio de régimen, para decidir acerca de la nueva forma de
gobierno o de la nueva constitución.

Derecho canónico: conjunto de prescripciones que regulan las mutuas relaciones de las personas y
las comunidades, así como la administración de los bienes dentro de la comunidad eclesial católica
romana. Todo esto está contenido en el Código de derecho canónico, derivado de una nutrida serie
de codificaciones sucesivas redactadas a lo largo de los siglos, y publicado en 1915, con sucesivas
revisiones y reformulaciones. El Código sirve al mismo tiempo como código civil y penal de la Iglesia
Católica Romana.

Derechos del hombre: concepción nacida de ideas de derecho natural, según las cuales el ser
humano posee ciertos derechos fundamentales innatos. Estos derechos fueron formulados
especialmente en la famosa Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en
1789, por la que se establecían como derechos humanos fundamentales la libertad, la propiedad, la
seguridad y el derecho a la resistencia contra la opresión.

Diócesis: (del gr. doikeo, habitar en un determinado lugar). Es la circunstancia o porción de la Iglesia
sobre la que preside un obispo nombrado por el Papa y que, en su diócesis cumple las funciones de
“vicario de Cristo” y “sucesor de los apóstoles”.

Doctrina Social de la Iglesia: es el conjunto de orientaciones doctrinales y criterios de acción de la


Iglesia, orientados a la liberación y promoción humana. Tienen su fuente en la Biblia, la enseñanza
de los Padres y grandes teólogos de la Iglesia, y en el Magisterio, especialmente de los últimos Papas.

Encíclica: (lat. bulla encyclica, documento circular del Papa sobre cuestiones de alcance religioso o
político). Las encíclicas sólo se promulgan por las razones más serias, con el fin de expresar la
posición fundamental asumida por el Vaticano. Se las considera como documentos políticos de
importancia. Las fórmulas básicas contenidas en una encíclica no tienen la fuerza de un dogma, pero
en la práctica son casi tan autorizadas.

Feudalismo: (antiguo alemán latinizado feodum, feudo, del ant. alemán feoh, ganado, y od,
posesión). El sistema feudal de la Edad Media, caracterizado por el predominio de la nobleza
terrateniente. El sistema se desarrolló cuando terminaron las transmigraciones de pueblos, y sus
orígenes se remontan al siglo VIII. Fue decayendo con la modernidad, hasta que el absolutismo
monárquico sometió por completo a los señores al poder central y echó las bases del Estado
nacional y moderno.

Fisiócrata: (del gr. physis, naturaleza, y kratos, poder). Seguidor de la doctrina económica fundada
por el economista francés Francisco Quesnay (1694–1774), que atribuía únicamente a la naturaleza
el origen de la riqueza.
Golpe de Estado: un cambio de gobierno repentino, realizado con violencia por representantes del
poderío estatal o militar, utilizando el mando que se les ha otorgado. Se diferencia de una revolución
en que aquél se realiza desde “arriba” mientras que ésta se lleva a cabo desde “abajo”.

Industrialismo: el sistema de organización económica y social surgido de la Revolución Industrial.

Kulturkampf: (del alemán, “lucha por la cultura”). Nombre dado a la lucha que desde 1872 hasta
1883 sostuvieron el Estado alemán y la Iglesia Católica, desatada principalmente por la decisión del
primero de intervenir en la enseñanza religiosa y los nombramientos eclesiásticos.

Laissez faire: (del francés dejad (les) hacer). Abreviatura de la consigna acuñada en el siglo XVIII por
los fisiócratas franceses: laissez faire, laissez passer (dejad hacer y dejad pasar), con lo cual se
entendía que el Estado no debía inmiscuirse en la economía. La expresión se convirtió en símbolo
del liberalismo radical.

Liberalismo: sistema de convicciones políticas liberales cuya idea central está constituida por la
libertad del individuo, por organizaciones democráticas y la economía de libre empresa. El
movimiento liberal nació en los siglos XVIII y XIX durante la lucha entre la ascendente burguesía
contra la sociedad feudal, el poderío de la nobleza y de la Iglesia Católica.

Magisterio: es el conjunto de la enseñanza oficial de la Iglesia, según ha sido formulada y definida


por los concilios de obispos o las definiciones ex cathedra (solemnes e infalibles) del Papa, lo cual
torna a esta enseñanza en un dogma de fe. Según el Concilio Vaticano II: “El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio
de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo.”

Nacionalismo: sentimiento nacional exagerado, estimación demasiado alta de los valores de la


propia nación frente a otros pueblos, aplicación de criterios nacionales a cosas que deberían
considerarse desde un punto de vista general y, además, el anhelo de imponer a otros la propia
idiosincracia, lengua o modo de expresión.

Nuncio: título que lleva el embajador pontificio en el extranjero. El nuncio papal es, a la vez, en los
lugares en los que está acreditado, decano del cuerpo diplomático. La embajada pontificia se llama
nunciatura. En los países donde el Vaticano no tiene una nunciatura, está representado por un
delegado apostólico, que no goza de estatus diplomático, pero cumple en la práctica las mismas
funciones que un nuncio.

Orden religiosa: es un grupo más o menos numeroso de fieles que, mediante los votos de pobreza,
castidad y obediencia, pertenece a una determinada familia nacida de un fundador, con una Regla
propia para la cual la orden ha sido fundada. En sentido estricto, son órdenes las más antiguas,
caracterizadas por los “votos solemnes” (que sólo puede dispensar el Papa). Las órdenes religiosas
pertenecen a tres grandes ramas: canónicas, generalmente con la Regla de San Agustín; monásticas,
con la Regla de San Benito; y, mendicantes, surgidas en la Edad Media con las reglas de San Francisco
y Santo Domingo. Con estas últimas se emparentan otras órdenes, como los Siervos de María, los
Mercedarios, los Trinitarios, etc. A partir de la Contrarreforma surgieron las Congregaciones
religiosas, con “votos simples”, temporales o perpetuos, y las sociedades sacerdotales de vida en
común (como los sacerdotes del Oratorio). Normalmente, todas las órdenes religiosas tienen una
rama femenina, que sigue la regla y la espiritualidad propias de la orden.

Papa: (del gr. papas, padre). Designa al obispo de Roma, que en la Iglesia Católica se considera como
sucesor de Pedro y, en cuanto tal, vicario de Cristo para toda la Iglesia. Según el Concilio Vaticano I
(1870), “le ha sido transmitida por Cristo la plena potestad de apacentar, regir y administrar la Iglesia
entera.”

Placet: término en latín que significa aprobación. Indica una fórmula de aprobación de las
autoridades civiles a embajadores o dignatarios de otros países. Significa la aprobación o respuesta
favorable que da un gobierno cuando otro le propone como representante diplomático a una
determinada persona.

Rosario: rezo en que se conmemora los quince misterios de la Virgen, recitando después de cada
uno un padrenuestro, diez avemarías y un gloriapatri, seguido todo de la letanía. Se divide en tres
partes, que corresponden a los misterios de gozo, de dolor y de gloria, y por lo común se reza sólo
una parte con la letanía. El rezo es acompañado por una sarta de cuentas, separadas de diez en diez
por otras más gruesas y anudadas por sus dos extremos a una cruz precedida comúnmente de tres
cuentas pequeñas, que sirve para hacer ordenadamente este rezo o una de sus partes.

Secularización: la acción de secularizar o secularizarse. Se refiere a la pérdida por parte de la Iglesia


Católica de sus bienes y privilegios, que generalmente pasan a manos del Estado.

Sistemas autoritarios: son sistemas de gobierno más o menos dictatoriales opuestos a la


democracia y a la soberanía popular. Sus formas extremas son el absolutismo y los sistemas
totalitarios, como el fascismo, el nazismo y el comunismo.

Solio pontificio: designa al trono o silla con dosel en la que se sienta el Papa para ejercer su
autoridad como jefe de la Iglesia Católica. Por extensión, es la sesión solemne que, con asistencia
del Papa, celebra la Curia Romana, para que lo que en ella se acuerde sea confirmado o aprobado
por el Papa.

Vaticano: sede del papado, que recuperó su soberanía con el nombre de Ciudad del Vaticano.
Después de que Roma y los territorios de la Iglesia fueron incorporados al reino de Italia, en 1870,
la posesión papal quedó limitada a los palacios del Vaticano. Los Papas se negaron a reconocer la
medida italiana y tampoco aceptaron la renta anual que se les ofreció. En señal de protesta, ningún
Papa abandonó desde entonces el Vaticano. Tal estado de cosas se prolongó hasta 1929, cuando se
firmaron los Acuerdos de Letrán entre Italia y el Vaticano, y por ellos se puso fin al largo conflicto.

_ Organización y gobierno
La fe católica sostiene que la Iglesia es el cuerpo de Cristo sobre la tierra. Para los católicos, el
término “Iglesia” se refiere al pueblo de Dios, según la definición dada por el Concilio Vaticano II.
Esta Iglesia existe simultáneamente bajo tres formas: la iglesia sobre la tierra (Iglesia militante), la
iglesia en el purgatorio (Iglesia penitente) y la iglesia en el cielo (Iglesia triunfante). Lo que unifica a
las Iglesias de la tierra y del cielo es la “comunión de los santos”. La Constitución sobre la Iglesia
(Lumen gentium) afirma que la plenitud de los “medios de salvación” existe sólo en la Iglesia
Católica, pero reconoce que el Espíritu Santo puede hacer uso de las comunidades cristianas
separadas de ella para traer a las personas a la salvación.

Lumen gentium: “Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo [credo] confesamos
como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección,
encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn. 21:17), confiándole a él y a los demás
Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt. 28:18–20), y la erigió perpetuamente como
columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Ti. 3:15). Esta Iglesia, establecida y organizada en
este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de
Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran
muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo,
impelen hacia la unidad católica.”

La organización de la Iglesia. La Iglesia Católica Romana hoy está organizada de la siguiente


manera. El obispo de Roma es reconocido como el pontífice de la Iglesia Católica, esto significa que
es su autoridad espiritual y moral más importante, y el responsable pastoral número uno de esta
Iglesia. Como tal, se lo considera como Patriarca de la Iglesia Occidental, en diferencia con otros
patriarcas en iglesias en otras regiones o sedes. Sin embargo, los católicos romanos creen que el
Papa es “vicario de Cristo” y “sucesor de los apóstoles”. Como primado de la iglesia local italiana
(Roma), el Papa es quien designa y ordena a los obispos. Estos son canónicamente elegidos por el
Sumo Pontífice, en el caso de los obispos del Rito Latino; y por el Sínodo de su respectivo
patriarcado, en el caso de los obispos del Rito Oriental que están unidos a Roma, pero de todos
modos son confirmados por el Papa. Los obispos de ambos Ritos son consagrados por otros tres
obispos en comunión con la Sede Apostólica.

Los obispos son los pastores de las iglesias locales en sus diócesis. Como tales, gobiernan una
sola diócesis con pleno derecho. Lo hacen con la ayuda de un vicario general y de una curia. Además,
pueden tener uno o más obispos auxiliares consagrados, pero sin sede. El único responsable por la
sede episcopal es el obispo titular. Del obispo puede depender un número de presbíteros o
sacerdotes, que son los que están al frente de las congregaciones locales o parroquias. Los
sacerdotes son consagrados por el obispo y participan plenamente del sacerdocio de su episcopado.
Es decir, los sacerdotes funcionan como pastores asociados que ayudan al obispo en el
cumplimiento de sus responsabilidades pastorales y de administración de la Iglesia en una
determinada diócesis. A los sacerdotes los proponen como presbíteros en cada iglesia local o
parroquia o comunidad.

Las parroquias o congregaciones de una iglesia local forman una diócesis. Esta diócesis puede
ser gobernada directamente por la Santa Sede en casos de extraordinaria necesidad. Las diócesis
reciben el nombre de eparquías en las iglesias del Rito Oriental. Las diócesis de un determinado
territorio forman una metrópolis, que es presidida por un arzobispo metropolitano de la diócesis
más importante o más antigua. En las Iglesias Orientales, un grupo de eparquías constituyen un
patriarcado, que es gobernado por un patriarca.

CUADRO 15 - Estructura política de la Iglesia Católica Romana


El Papa es también presidente del episcopado de toda la Iglesia de Occidente y de Oriente. Como
tal, es consultado y está en contacto permanente por los obispos, que pueden estar reunidos y
representados en las Conferencias Episcopales de carácter regional, nacional o continental. Los
obispos se comunican con el Papa de diversas maneras. Por un lado, lo hacen a través de visitas
periódicas de cada episcopado, que se conocen como ad limina apostolorum. Por otro lado, lo hacen
por medio de los nuncios o delegados apostólicos para tratar determinadas cuestiones,
especialmente de carácter diplomático o político. Y también lo hacen a través del sínodo de los
obispos, que es convocado periódicamente por el mismo Papa.

La universalización de la Curia. El proceso de internacionalización de la Curia comenzó con el


papa Pío XII y momentáneamente se detuvo con Juan XXIII, pero volvió a recibir un impulso decisivo
con Pablo VI y un ímpetu todavía mayor con Juan Pablo II. Este último Papa es probablemente el
Papa que ha investido al mayor número de cardenales en toda la historia de la Iglesia. Él ha
nombrado a 157 cardenales, mientras que el papa León XIII nombró a 147 y Pablo VI a 144. Durante
el pontificado de Juan Pablo II ha habido un record de países representados en el Sacro Colegio: 60
(o 50 si uno cuenta sólo a los cardenales con derecho al voto). Pío XII había designado a 56
cardenales de los cuales 36 eran europeos (64%) y sólo catorce eran italianos (25%). Juan XXIII fue
el Papa más eurocéntrico del siglo pasado ya que nombró a 52 cardenales, de los cuales 37 eran
europeos (71%) y 22 italianos (24%). De modo que, con Pablo VI y Juan Pablo II la
internacionalización del Colegio de Cardenales ha sido considerable. De los 144 cardenales que
estableció Pablo VI, sólo 38 eran italianos. Juan Pablo II apenas designó a 37 italianos como
cardenales de un total de 157.

En el presente, el sector italiano del Colegio de Cardenales representa un mínimo histórico. De


los 106 cardenales con voto, sólo 17 son italianos (16%). A comienzos del siglo XX, los italianos
constituían en 61% del Colegio. Los italianos perdieron su mayoría con el papa Pío XII y quedaron
reducidos a un tercio con Pablo VI. En el presente, su número ha decrecido a menos de un 20%. El
único bloque que todavía sigue en manos de los italianos es el de los cardenales que no tienen voto
(mayormente por su edad), que constituyen un 42%. El personal de la Curia a comienzos del siglo
XX era mayormente italiano. Hoy, sin embargo, el número de italianos está decreciendo de manera
permanente. El proceso ha sido tan asombroso que en los pasillos del Vaticano circula un chiste,
que dice: “¿Necesitamos internacionalizar la Curia Romana? Buena idea. Nombremos a un italiano.”

_ Oportunidades y desafíos
Cuestiones ecuménicas. A pesar de siglos de discordia y resentimiento con otras religiones y
grupos cristianos, hoy la Iglesia Católica está tomando la iniciativa para desarrollar el diálogo
interreligioso. La intolerancia del pasado ha quedado atrás y a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia
ha manifestado un sincero deseo de contacto y relación con la mayor parte de los grandes cuerpos
cristianos. El Secretariado para la Unidad de los Cristianos está involucrado en un programa muy
intenso de diálogos sumamente abiertos, creativos y beneficiosos. Esto representa una evolución
favorable, si se toma en cuenta que por siglos la Iglesia mantuvo una actitud intransigente y distante
de toda otra comunidad cristiana, cuando no de hostigamiento y persecución abierta.
Cabe señalar, no obstante, que el concepto de unidad que prevalece en la Iglesia Católica es
diferente del que sostienen la mayor parte de los evangélicos. El Decreto del Concilio Vaticano II
sobre el ecumenismo señala que la única Iglesia de Cristo, si bien lamentablemente no está unida,
está formada por los bautizados en él y subsiste en la Iglesia Católica. En otras palabras, la única
Iglesia verdadera es la Católica, y ésta es la razón por la que los integrantes de otras iglesias o
denominaciones cristianas reciben la designación de “hermanos separados”.

Decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio): “En esta una y única Iglesia de Dios,
ya desde los primeros tiempos, se efectuaron algunas escisiones, que el Apóstol condena
con severidad; en tiempos sucesivos surgieron discrepancias mayores, separándose no
pocas comunidades de la plena comunión de la Iglesia católica, a veces no sin
responsabilidad de ambas partes. Quienes ahora nacen y viven de la fe de Jesucristo dentro
de esas comunidades no pueden ser tenidos como responsables del pecado de separación
y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor, puesto que quienes creen en
Cristo y recibieron el bautismo debidamente, están en cierta comunión, aunque no sea
perfecta, con la Iglesia católica. Efectivamente, a causa de las varias discrepancias existentes
entre ellos y la Iglesia católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la
disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se oponen a la plena comunión
eclesiástica muchos obstáculos, a veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata
de superar. Sin embargo, justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a Cristo,
y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y justamente son
reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la Iglesia católica.”

Cuestiones científicas. El temor a los desarrollos científicos y técnicos, que ha traumatizado a la


Iglesia especialmente a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, parece haberse aminorado con
un importante cambio de actitud. Por un lado, la Iglesia ha reconocido públicamente su error al
condenar a los científicos y a la ciencia misma por sus descubrimientos y hallazgos. Los últimos
Papas, y especialmente Juan Pablo II, han admitido la equivocación de condenar a hombres como
Galileo Galilei, Copérnico y muchos otros, que hicieron contribuciones significativas al progreso de
las ciencias y al bien de la humanidad. El Vaticano II reconoció la importancia de las ciencias
humanas y su autonomía. Destacó la importancia del desarrollo científico para el progreso humano,
pero también la responsabilidad moral de la ciencia como expresión del dominio del ser humano
sobre la naturaleza. Además, destacó a la ciencia como un recurso útil a la Iglesia.

Gaudium et spes: “La experiencia de los siglos pasados, el adelanto de las ciencias, las
riquezas ocultas en las varias formas de la cultura humana donde se manifiesta con mayor
plenitud la naturaleza del hombre y se abren nuevas vías de acceso a la verdad, todo esto
aprovecha también a la Iglesia.… La Iglesia, sobre todo en nuestros tiempos, en que las cosas
cambian con gran rapidez y varían considerablemente los modos de pensar, especialmente
necesita del auxilio de aquellos que, viviendo en el mundo, conocen a fondo las instituciones
y las disciplinas y penetran su significado profundo, ya sean creyentes o no creyentes.”
Por otro lado, en contraste con períodos de la historia en los que la Iglesia fue sumamente
intolerante respecto del desarrollo científico, hoy se muestra interesada en ello a través de la
Academia Pontificia de Ciencias, que es un cuerpo cuya membresía internacional incluye a
personalidades como el célebre científico Stephen Hawking y a premios Nobel como Charles Hard
Townes, entre muchos otros. Esta Academia provee al Papa de valiosas contribuciones y
perspectivas sobre cuestiones científicas y actúa como organismo de asesoramiento en el campo.

Cuestiones éticas. La revolución sexual de los años de 1960 hizo que el papa Pablo VI publicara
en 1968 su encíclica Humanae vitae, en la que rechazaba el uso de anticonceptivos, incluyendo la
esterilización, argumentando que estos métodos operaban en contra de la relación íntima y el orden
moral que debían existir entre un hombre y una mujer, al oponerse directamente a la voluntad de
Dios. Por el contrario, el Papa abogaba por lo que se conoció como la Planificación Familiar Natural,
como método legítimo para limitar el tamaño de la familia.

El aborto fue condenado por la Iglesia en reiteradas oportunidades a lo largo del siglo XX, pero
especialmente en 1995 con la encíclica del papa Juan Pablo II Evangelium vitae. Esta encíclica
condenó lo que denominó como la “cultura de la muerte”, expresión que el Papa utilizó para
describir la aprobación social de la eutanasia, la contraconcepción, el genocidio, el suicidio, la pena
capital y el aborto. El rechazo de la Iglesia al uso de profilácticos provocó severas críticas,
especialmente con respecto a los países donde la incidencia del SIDA y el HIV habían alcanzado
proporciones de epidemia. La Iglesia sigue sosteniendo que en países como Kenia y Uganda, donde
se estimulan los cambios de conducta junto con el uso de profilácticos, se han hecho progresos más
grandes en el control de la enfermedad que en aquellos países en los que solamente se promueve
el uso de los profilácticos.

La defensa de la familia, entendida ésta de manera tradicional (padre, madre e hijos) ha sido y
continúa siendo un tema de preocupación para la Iglesia. Cuando el papa Benedicto XVI (comenzó
a gobernar en 2005) subió al trono papal, continuó con la política de sus predecesores en este punto.
Su primera encíclica fue Deus caritas est, en la que discute las varias formas del amor y pone un
fuerte énfasis en el matrimonio y la centralidad del amor en la misión de la Iglesia.

Cuestiones eclesiológicas. La ordenación de mujeres al sacerdocio ha sido, probablemente, uno


de los grandes desafíos que la Iglesia ha enfrentado en los últimos años. Movimientos feministas,
que no concuerdan con las enseñanzas éticas tradicionales de la Iglesia, se han asociado a una
coalición de monjas norteamericanas para llevar a la Iglesia a considerar la posibilidad de la
ordenación de mujeres al ministerio. Como parte de su campaña a favor de la ordenación de
mujeres, han llamado la atención al hecho de que muchos de los documentos más importantes de
la Iglesia están llenos de expresiones prejuiciosas y discriminatorias en contra de las mujeres. Así se
llevó a cabo una serie de estudios para descubrir de qué manera estos prejuicios se desarrollaron,
cuando aparentemente parecían ser tan contrarios al espíritu y enseñanza del evangelio cristiano.
Estos eventos y debates llevaron al papa Juan Pablo II a publicar en 1988 una encíclica, Mulieris
dignitatem, que declaraba que las mujeres tenían un papel diferente que el de los varones en la
Iglesia, si bien era igualmente importante. En 1994, la encíclica Ordinatio sacerdotalis ofrecía
mayores explicaciones, indicando que la Iglesia seguía el ejemplo de Jesús, quien escogió a doce
hombres para la tarea sacerdotal específica que tenían que cumplir.

Otro tema de debate abierto en la Iglesia es el papel de los laicos en el ministerio de la misma.
Si bien desde el Vaticano II ha habido una verdadera revolución en lo que hace a la participación de
los laicos, todavía el ministerio como tal sigue estando en manos de los obispos y los sacerdotes.
Los documentos oficiales destacan la participación de los laicos en la misión de la Iglesia y les asignan
un apostolado fundamental, especialmente en la evangelización, la instauración cristiana del orden
temporal y el amor. Los laicos son animados a vivir una vida de santidad, de compromiso con el
evangelio en todas las esferas de la realidad temporal, y son invitados a colaborar con el apostolado
jerárquico, en las iniciativas de la Curia Romana y en los proyectos apostólicos de las parroquias
locales. Pero, los laicos siguen siendo “laicos” y el clero sigue siendo “clero”, es decir, el abismo de
separación entre unos y otros, especialmente en la esfera sacramental, sigue tan profundo como
siempre. En otras palabras, los laicos católicos no pueden interpretar las Escrituras de otra manera
que la que determina el Magisterio de la Iglesia, ni definir cuál es la doctrina que debe enseñarse,
ni consagrar y administrar ninguno de los sacramentos.

Decreto Apostolicam actuositatem: “Es deber de la Jerarquía apoyar el apostolado de los


lacios, darle los principios y la asistencia espiritual, ordenar el desarrollo del apostolado al
bien común de la Iglesia y vigilar que se cumplan la doctrina y el orden.… Hay en la Iglesia
muchas iniciativas apostólicas constituidas por la libre elección de los laicos y que se rigen
por su juicio y prudencia.… Ninguna iniciativa, sin embargo, puede arrogarse el nombre de
católica sin el asentimiento de la legítima autoridad eclesiástica.… Así la jerarquía,
ordenando el apostolado con diverso estilo según las circunstancias, asocia más
estrechamente alguna de sus formas a su propia misión apostólica, conservando no
obstante la propia naturaleza y distinción de cada una, sin privar por esto a los laicos de su
necesaria facultad de obrar espontáneamente. Este acto de la Jerarquía se llama mandato
en varios documentos eclesiásticos.”

Cuestiones morales. El año 2001 fue un año duro para la Iglesia en todo el mundo, ya que en
ese año se hicieron públicos y atrajeron la atención de media humanidad los escándalos producidos
por abusos sexuales cometidos por un buen número de sacerdotes norteamericanos. Una serie de
juicios resonantes sacaron a la luz el abuso sexual de menores de edad por parte de miembros del
clero. En los Estados Unidos, el país con el mayor número de casos de abuso sexual, la Conferencia
Episcopal de los Estados Unidos encargó una investigación a fondo que encontró que un cuatro por
ciento de todos los sacerdotes que sirvieron en el país entre 1950 y 2002 confrontaban algún tipo
de acusación por este tipo de delito. La Iglesia tuvo que padecer críticas todavía mayores cuando se
descubrió que algunos obispos sabían de estas situaciones y no hicieron nada al respecto, sino que
reasignaron a los sacerdotes acusados a otros lugares de ministerio. En algunos casos, lo más que
hicieron los obispos fue someter a los implicados a un tratamiento siquiátrico o sicológico. Algunos
obispos y siquiatas argumentaron que la sicología que predominaba en el momento sugería que las
personas podían ser curadas de este tipo de conductas a través de la consejería. El escándalo en los
Estados Unidos hizo que el periodismo iniciara investigaciones en otros países y se constataron
situaciones similares, tanto en Europa como en América Latina.

El papa Juan Pablo II respondió en su momento, declarando que “no hay lugar en el sacerdocio
y en la vida religiosa para aquellos que pueden dañar a los jóvenes.” Sus enérgicas palabras no
fueron suficientes para parar el escándalo y lavar el prestigio de la Iglesia. La Iglesia en los Estados
Unidos instituyó reformas para prevenir abusos futuros, incluyendo el requisito de considerar el
trasfondo de las personas que sirven como empleados o voluntarios en la Iglesia. En razón de que
la vasta mayoría de las víctimas fueron muchachos adolescentes, la Iglesia mundial también prohibió
la ordenación de hombres con “tendencias homosexuales profundas.” Algunos comentaristas, como
el periodista Jon Dougherty, han señalado que la cobertura periodística de la cuestión ha sido
excesiva, en razón de que los mismos problemas afectan a otras instituciones, tales como el sistema
público de enseñanza en los Estados unidos, y con mucha más frecuencia. No obstante, el golpe
recibido por los hechos dejó a la Iglesia mal parada en muchas partes.

Cuestiones políticas. Como en siglos pasados, el Papa continúa siendo el líder internacional de
la Iglesia y la autoridad máxima del Estado del Vaticano. Como cabeza de este Estado, procura
mantener relaciones diplomáticas con todos los países del mundo, incluso con aquellos en los que
el catolicismo está vedado o limitado en sus posibilidades. Frecuentemente, el Papa recibe a jefes
de Estado y otras personalidades políticas de todo el mundo. Como representante de la Santa Sede,
tiene un estrado permanente y ocasionalmente habla en la Asamblea General de las Naciones
Unidas. En general, la humanidad considera al Papa con respeto y consideración. Un pontífice como
Juan Pablo II supo construir una imagen muy positiva, proyectándose como un hombre proveniente
de un país pobre, oprimido por el comunismo, un amante del deporte y alguien con gran vitalidad y
energía. El atentado que casi termina con su vida incrementó su popularidad. De manera especial,
el papa Juan Pablo II hizo de sus viajes al exterior y del mantenimiento de buenas relaciones políticas
con las diferentes naciones un objetivo fundamental de su pontificado. Su intervención fue clave
para impedir una guerra entre Argentina y Chile en 1978.

En 2008, el papa Benedicto XVI visitó los Estados Unidos y fue recibido como una dignidad
especial por el presidente. Sus misas fueron televisadas en vivo por las principales cadenas de
noticias. Si bien el Papa había condenado la Guerra de Irak como “una derrota para la razón y para
el evangelio”, cuando se le preguntó por qué había recibido con tantos honores al Papa, el
presidente George W. Bush dijo: “Primero, él habla por millones. Segundo, él no viene como político;
él viene como un hombre de fe.” No obstante, en otros casos, el Papa pareció actuar más
evidentemente como un político que como un hombre de fe. Los musulmanes del mundo se
sintieron ofendidos con un discurso de Benedicto XVI en Regensburgo, en el que citó las palabras
de un emperador bizantino que había criticado fuertemente al Islam. Para enmendar esto, en mayo
de 2008 el Papa se reunió con una delegación de líderes musulmanes iraníes, con quienes concluyó
un acuerdo, que declaraba que la religión es esencialmente no violenta, y que la violencia no puede
ser justificada ni por la razón ni por la fe.
Por otro lado, la Iglesia hoy estimula activamente el apoyo a gobiernos democráticos y a
partidos políticos con candidatos que “protejan la vida humana, promuevan la vida familiar,
procuren la justicia social y practiquen la solidaridad.” Todo esto significa el apoyo a un concepto
tradicional de la familia y el matrimonio, la apertura de mayores oportunidades para los pobres y
menesterosos, la bienvenida y el sostén para los inmigrantes y refugiados, y la promoción de todos
los que trabajan en contra del aborto.

Cuestiones sociales. Desde fines de la segunda mitad del siglo XIX, las cuestiones sociales han
sido tema de gran preocupación para la Iglesia Católica. La expresión más lograda de la respuesta
de la Iglesia a esta cuestión se encuentra en lo que se conoce como la Doctrina Social de la Iglesia
(DSI). Se puede definir la DSI como el conjunto sistemático de verdades, valores y normas que el
Magisterio vivo de la Iglesia, fundado en el derecho natural y en la revelación, aplica a los problemas
sociales de cada época, a fin de ayudar, según la propia manera de la Iglesia, a los pueblos y
gobernantes a construir una sociedad más humana, más conforme a los planes de Dios para el
mundo.

Gaudium et spes: “Atenta a los signos de los tiempos, interpretados a la luz del Evangelio y
del Magisterio de la Iglesia, toda la comunidad cristiana es llamada a hacerse responsable
de las opciones concretas y de su efectiva actuación para responder a las interpretaciones
que las cambiantes circunstancias le presentan. Esta enseñanza social tiene, pues, un
carácter dinámico y en su elaboración y aplicación los laicos han de ser no pasivos
ejecutores, sino activos colaboradores de los Pastores, a quienes aportan su experiencia
cristiana, su competencia profesional y científica.”

Antecedentes. La preocupación social de la Iglesia no es cosa nueva, ya que surge inicialmente


con León XIII en 1891, con su encíclica Rerum novarum. Las nefastas consecuencias del liberalismo
económico y político ensombrecieron al romántico siglo XIX con la miseria de cientos de miles de
obreros y el empobrecimiento de las clases medias, en beneficio de una burguesía próspera, que
logró adueñarse del poder político, destronando reyes en nombre del pueblo soberano. Más tarde
(1931), Pío XI discutió la restauración del orden social en su encíclica Quadragésimo anno. De esta
manera, la Iglesia procuró responder a los desafíos sociales que planteaba el mundo moderno.

CUADRO 16 - Características de la Doctrina Social de la Iglesia

1. Existe una doctrina o enseñanza social propia de la Iglesia Católica, original por los principios
que la inspiran, que son los del cristianismo.

2. Esta doctrina es evolutiva, dinámica y actual. Va extrayendo nuevas consecuencias y


aplicaciones de los principios enunciados y tiene en cuenta los cambiantes problemas
sociales.
3. Esta doctrina es obligatoria para los católicos, ya que, según Juan XXIII, constituye nada menos
que “una parte integrante de la concepción cristiana de la vida” (Mater et Magistra, 60).

4. Esta doctrina es orientadora de la acción concreta, pero sin pretender dar soluciones
determinadas, pues éstas dependen de las variables circunstancias de tiempo y lugar, y,
además, puede haber “una legítima variedad de opciones posibles” (Pablo VI, Octogesima
adveniens, 50).

No obstante, fue con Juan XXIII que la cuestión social recibió una debida atención. Su encíclica
Mater et Magistra (1961) es la más notable de las tres encíclicas sociales. Jamás una encíclica fue
acogida con tanta aprobación por la opinión pública mundial. En ella, el Papa respondía básicamente
a las dos grandes tentaciones de su tiempo: el comunismo y el materialismo. La enseñanza papal
presenta tres principios. El primero es el principio económico, que afirma que Dios creó todos los
bienes de todo tipo para todos los seres humanos. Esto define el concepto del trabajo, la empresa,
el Estado, las áreas no desarrolladas, la cooperación internacional y la distribución de la riqueza. El
segundo es el principio social, que enseña que para alcanzar esos bienes y multiplicarlos los seres
humanos deben unirse, pues son ellos mismos los artífices de su felicidad. Dios mismo les dio una
naturaleza social que, frente a todo individualismo disolvente y frente a todo estatismo absoluto
tiende a promover a las más diversas formas de asociación. El tercero es el principio moral, que
indica que la convivencia humana debe someterse en todo momento a las normas de la doctrina
cristiana. La vida humana temporal debe estar organizada de tal manera que fomente el desarrollo
de auténticas virtudes cristianas. Otra encíclica importante de Juan XXIII, que en este caso aborda
temas socio-políticos, es Pacem in terris (1963).

Configuración. En base a los antecedentes mencionados, el Magisterio profundizó la Doctrina


Social de la Iglesia (DSI) especialmente a partir del Concilio Vaticano II. De los dieciséis documentos
en que se concretó la tarea del Concilio, uno de los más notables es el último, o sea, la Constitución
Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. En él se expresa el interés del
catolicismo por el ser humano y el mundo, así como la preocupación por los principales problemas
sociales de la época, acerca de los cuales se dan orientaciones y criterios de solución.

Con el papa Pablo VI, quien reiteró en múltiples oportunidades las enseñanzas de sus
predecesores y las enriqueció en lo que respecta a lo económico-social, la DSI se amplió
notablemente. Prueba de esto son la encíclica Populorum progressio (1967), acerca del desarrollo
integral de los pueblos, y la carta apostólica Octogesima adveniens (1971), sobre “las necesidades
nuevas de un mundo en cambio.” Con Juan Pablo II, se profundizó la preocupación por los temas
sociales, expresada a través de frecuentes discursos y escritos, especialmente su primera encíclica
Redemptor hominis (1979) y durante sus viajes a distintos países. Toda esta labor magisterial de los
Papas y del Concilio llegó a constituirse en un verdadero cuerpo doctrinario, que es la DSI.
Lamentablemente, no existe nada siquiera parecido en el protestantismo.

Documento de Puebla: “El objeto primario de esta enseñanza social es la dignidad personal
del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables. La Iglesia ha ido
explicitando sus enseñanzas en los diversos campos de la existencia, lo social, lo económico,
lo político, lo cultural, según las necesidades. Por tanto, la finalidad de esta doctrina de la
Iglesia—que aporta su visión propia del hombre y la humanidad—es siempre la promoción
y liberación integral de la persona humana, en su dimensión terrena y trascendente,
contribuyendo así a la construcción del Reino último y definitivo, sin confundir sin embargo
progreso terrestre y crecimiento del Reino de Cristo.”

_ Dificultades y problemas
Con el cambio de siglo (y de milenio), la Iglesia Católica ha tenido que afrontar una serie de
nuevos problemas. La manera en que la comunidad católica mundial logre resolverlos es clave para
determinar cuál habrá de ser su futuro en el mundo en el presente siglo. Entre los muchos
problemas que podríamos nombrar, cabe tener presentes los siguientes.

Nuevo reflujo conservador. A partir de la muerte del papa Juan XXIII y hasta el presente, da la
impresión como que ha habido en la Iglesia Católica un significativo y nuevo reflujo conservador.
Este retroceso al conservadurismo tradicional ha predominado en la jerarquía católica,
especialmente en América Latina, aun cuando muchas comunidades han continuado desarrollando
el espíritu del Concilio Vaticano II y manifestando una visión pastoral y espiritual liberadora. La
pregunta abierta hacia el futuro es por cuánto tiempo las tendencias más progresistas van a
sobrevivir el avance y crecimiento de las corrientes conservadoras e incluso fundamentalistas, que
están en desarrollo en el seno del catolicismo. No cabe dudas que Juan Pablo II fue un Papa mucho
más conservador que Pablo VI, y que Benedicto XVI ya ha demostrado ser el Papa más conservador
de los últimos cien años.

En América Latina, las Conferencias Episcopales, desde Medellín (1968) hasta La Aparecida
(2007), han sido cada vez más conservadoras en sus resoluciones y orientaciones pastorales. Las
teologías de la liberación, al igual que el movimiento carismático católico, han sido frenadas, a veces
de manera directa y otras veces en forma indirecta, pero siempre con efectividad. La nueva
generación de seminaristas se está formando en instituciones mucho más conservadoras que una
generación atrás, y están manifestando el conservadurismo de los prelados de mayor rango. Roma
ha enviado “visitadores apostólicos” a varios países para revisar los currículos e investigar a los
cuerpos docentes. Las autoridades han modificado los estatutos de algunas instituciones, no
permitiendo, entre otras cosas, que mujeres se matriculen en los cursos. De igual modo, han
demorado la aprobación de seminarios que resultaban “sospechosos” e incluso han clausurado a
varios en distintos lugares del mundo.

Las estrategias de una restauración conservadora se han elaborado en el Vaticano mismo, y el


Papa de turno ha sido el principal responsable. De manera particular y a lo largo de muchos años, el
cardenal Joseph Ratzinger (actual papa Benedicto XVI), como cabeza de la Congregación para la
Doctrina de la Fe en Roma, jugó un papel importante, especialmente en la liquidación de las
teologías de la liberación. Sin embargo, fue el papa Juan Pablo II quien promovió más abiertamente
la causa conservadora utilizando para ello una herramienta clave en la estrategia restauracionista:
el nombramiento de los obispos. En todos los países donde las tendencias progresistas gozaban de
respaldo episcopal, el Papa se ocupó de ir nombrando obispos conservadores, que terminaron por
controlar las Conferencias Episcopales nacionales, regionales e incluso continentales, como la
Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM).

Los objetivos de la presente restauración conservadora son restaurar la unidad doctrinal en la


Iglesia e imponer una disciplina centralizada. El impulso restauracionista conservador se propone
revertir las tendencias que se desarrollaron a partir del Concilio Vaticano II. Surgió primero como
cierta resistencia a las reformas dentro de la Curia Romana y luego se expresó como retrocesos
agresivos locales y regionales. Finalmente, después del largo reinado de Juan Pablo II, en los que el
Papa logró controlar las posiciones más poderosas e influyentes en el Vaticano, el conservadurismo
logró elevar al trono de Pedro al teólogo más conservador de todo el catolicismo contemporáneo:
el cardenal Joseph Ratzinger.

Creciente dogmatismo. Bajo Juan Pablo II, Roma puso en marcha una campaña incansable para
suprimir el disenso y reafirmar la autoridad papal en la vida diaria de la Iglesia. Con este fin, ha
escudriñado el trabajo de teólogos prominentes, incluso llamando a algunos a Roma para
interrogarlos o castigando a otros (tal fue el caso de Leonardo Boff de Brasil en 1985). Ni siquiera
los obispos se han visto librados de la disciplina, ni los miembros de órdenes religiosas e incluso
conferencias episcopales enteras. El Papa de turno ha dejado bien en claro que los argumentos a
favor de la ordenación de mujeres o de hombres casados, y a favor de cambios en la enseñanza
oficial sobre la reproducción humana no van a ser considerados. Claramente, el papado está firme
en poner fin a la era de renovación espiritual y experimentación que siguió al Vaticano II. Algunos
observadores bien informados ven signos de un retorno a la mentalidad que prevaleció en el
catolicismo de las décadas anteriores al Concilio. Esta mentalidad estuvo marcada por un profundo
pesimismo en cuanto a la historia y una actitud defensiva (como vimos) frente a un mundo
corrompido por la Reforma Protestante, y por las filosofías y valores modernos y ateos.

Las enseñanzas de la Iglesia en las últimas décadas reflejan cierta nostalgia por tiempos
anteriores, cuando el mundo occidental era un mundo católico y la Iglesia era su maestra y guía
incuestionable. En su encíclica Summi pontificatus (1939), sobre la ley natural y el derecho de
gentes, el papa Pío XII, decía lo siguiente: “La angustia y la aflicción del día presente, son el
argumento más convincente que uno puede pedir a favor del cristianismo.” Por más de mil años de
historia del cristianismo, la fe cristiana católica romana fue la norma religiosa universalmente
aceptada en el mundo europeo. Es por esto que, a lo largo de los siglos, la Iglesia se ha opuesto de
manera consistente a cualquier intento por poner fin al paradigma de cristiandad. Como vimos, esto
es lo que ocurrió a lo largo de todo el período que estamos considerando en este volumen. Papa
tras Papa, Roma ha procurado conservar su lugar hegemónico en el mundo y defender su pretensión
de ser la única iglesia verdadera y única depositaria de la verdad. Estos intentos tuvieron instancias
escandalosas de intolerancia y opresión hasta tiempos muy recientes. El proyecto restaurador de
Juan Pablo II no fue quizás tan dogmático y defensivo, pero sí fue un paso hacia atrás respecto del
gran visionario que fue Juan XXIII, y no ha escapado al perfil de un proyecto sumamente
conservador.

Por otro lado, si bien algunos de sus predecesores se encerraron en una mentalidad dogmática
y lucharon por proteger su rebaño de los “peligros” del mundo moderno, Juan Pablo II procuró de
algún modo involucrarse en el mundo contemporáneo e imbuirlo una vez más con la fe cristiana
que le dio origen. Es por esto que, echando por la borda algo del bagaje mental medieval, llegó a
apoyar demandas a favor de los derechos humanos, la justicia social y la libertad religiosa. Pero
quedó claro durante su pontificado de un cuarto de siglo, que estaba convencido de que sólo
abandonando una mentalidad secular y atea, y abrazando los valores cristianos, el mundo occidental
recuperaría su verdadera identidad. A una audiencia polaca en junio de 1979, les dijo: “Para merecer
de algún modo tal nombre, una civilización debe ser una civilización cristiana.”

Falta de sacerdotes. Uno de los más serios problemas de la Iglesia Católica a nivel mundial es la
falta de agentes pastorales y misioneros. Este problema ha llegado casi a la condición de una crisis
endémica, en razón de que, en algunas partes del mundo ya tiene varios siglos. La causa principal
es la falta de vocaciones, que a su vez es el resultado de una catequesis deficiente, la falta de
modelos inspiradores, de oportunidades desafiantes y de mejores sistemas de reclutamiento. Pero
es probable que una razón importante sea también la persistencia tenaz de los Papas en mantener
el celibato como condición obligatoria para acceder a la ordenación religiosa. El giro conservador
que se ha constatado en la actitud de los Papas con posterioridad a Juan XXIII, ha diluido toda
posibilidad de poner fin al celibato sacerdotal, que además de dejar a la Iglesia sin una buena
cantidad de buenos candidatos para el ministerio, ha creado más problemas morales que virtudes
dignas de imitar.

El número de sacerdotes a nivel mundial ha ido de 420.971 en 1978 a 404.208 en 1997, lo que
representa un decrecimiento del orden del 4%. Sin embargo, esta disminución varía de continente
a continente. En África y Asia el número de sacerdotes está aumentando levemente, mientras que
en las Américas parece más estable. El decrecimiento más agudo se ha dado en Europa occidental
y Oceanía, pero ha habido un cierto aumento de vocaciones religiosas en Europa del Este.

El crecimiento más grande en el número de sacerdotes se está dando en África, donde los
números han ido de 16.926 en 1978 a 25.279 en 1997, lo que representa un crecimiento del 49.35%.
Algo similar ha ocurrido en Asia, donde el número de sacerdotes ha aumentado de 27.700 en 1978
a 40.441 en 1997 (un aumento del 46%). En las Américas, había 120.271 sacerdotes en 1978, que
llegaron a ser 120.013 en 1997. Y en Oceanía, el número de sacerdotes decreció de 5.576 en 1978
a 5.077 en 1997. Pero la caída más estrepitosa en el número de ministros ordenados se produjo en
Europa, donde las figuras van de 250.498 en 1978 a 213.398 en 1997 (una reducción del 14.81%).

Hay dos aspectos en relación con la crisis que se está viviendo en Europa. En los países
tradicionalmente católicos, la crisis es más aguda: Italia registra una disminución del 13.84%, España
del 16.61%, Portugal del 17.37%, Bélgica del 35.51% y Francia del 32.70%. Sin embargo, como se
indicó, ha habido un marcado crecimiento de las vocaciones religiosas en Europa del Este: en
Bielorusia con un asombroso 586.49% (¿señal de avivamiento en el catolicismo eslavo?), en Polonia
con el 36.57%, en Rumania con un 85.96% y en Ucrania con un notable 121%.

Como puede verse, la caída mundial en el número de sacerdotes no sería tan grave si la
población del mundo se hubiese mantenido estable. Pero el problema es que mientras la Iglesia
cuenta cada vez con menos agentes pastorales y misioneros, la población del mundo está creciendo
de manera explosiva. En otras palabras, la Iglesia Católica tiene cada vez más miembros
(especialmente en los países católicos), pero menos pastores para atenderlos en sus necesidades
religiosas. En algunos lugares, la proporción de personas bautizadas católicas en relación con el
párroco que las sirve en una determinada parroquia es astronómica.

A diferencia de lo que sucede con los sacerdotes, el número de obispos ha registrado un


crecimiento más o menos constante. Entre 1979 y 1997, se instalaron 2.061 nuevos obispos. En
1978 había un total de 3.714 obispos en el mundo, mientras que en 1997 este número subió a 4.420.
África es uno de los continentes donde se experimentó el mayor crecimiento del episcopado, con
432 obispos en 1978 que llegaron a ser 562 en 1997. En Asia el número de obispos creció de 519 a
617 en el mismo período, mientras que en las Américas pasaron de 1.416 a 1.659, en Oceanía de 94
a 118 y en Europa de 1.253 a 1.464. En el caso de Europa occidental, es allí donde se encuentra el
mayor número de obispos. Italia cuenta con 501, seguida de Francia que tiene 175 y España con
116. La edad promedio de estos obispos es bastante alta, ya que en Italia llega a un promedio de 71
años, en Francia a los 71.3 años y en España a los 67.2 años. Por otro lado, debe tenerse en cuenta
que muchos de los nuevos obispos en el mundo eran en realidad viejos sacerdotes, es decir, a mayor
número de obispos menor número de sacerdotes. En otras palabras, aquí bien puede aplicarse la
frase religiosa de que “se desviste a un santo para vestir a otro”.

Además, el número de sacerdotes que abandona el ministerio también ha aumentado. Entre


1978 y 1997 hubo un total de 21.850 sacerdotes que “colgaron los hábitos”, la mayoría de ellos en
Europa (9.699) seguidos por las Américas con un total de 8.472 defecciones. En los otros continentes
el número de abandonos ministeriales fue de 1.489 en África, 1.735 en Asia y 455 en Oceanía. Si al
número de sacerdotes que dejan el ministerio se agrega la falta de personas jóvenes que respondan
al llamado de Dios, el cuadro que se presenta resulta en un verdadero problema para la Iglesia
Católica. A esto hay que agregar el fenómeno del envejecimiento del clero (cada vez el clero está
compuesto por personas de mayor edad), lo que agrava todavía más la situación pastoral. Entre
1978 y 1997, murieron 144.437 sacerdotes. La cuestión de la edad del clero es un problema de no
fácil solución. En 1995, la edad promedio de los sacerdotes era de 54.6 años, y la de los obispos era
de 66.49 años, a nivel mundial.

Sin embargo, el crecimiento en el número de diáconos ha sido importante. En 1978 había 5.562
diáconos permanentes en el mundo, mientras que en 1997 este número aumento a 24.407. Por
cierto, este fenómeno ocurrió sólo en Occidente y en respuesta al problema paralelo de la falta de
sacerdotes. En Europa del Este y en los países subdesarrollados no son tantos los diáconos
permanentes.
GLOSARIO
Absolutismo: poder ilimitado del soberano frente a los súbditos. En un sistema absolutista, los
ciudadanos no tienen ningún derecho de voto, sino que el monarca o el dictador gobierna a su
arbitrio y sin atenerse a la ley. También es posible que sea un grupo o partido el que gobierne en
forma absoluta. El absolutismo es la concepción opuesta al Estado constitucional y a la democracia.

Anarquismo: (del gr., carencia de gobernantes), es la teoría que preconiza la abolición del Estado y
la constitución de una sociedad libre de obligaciones estatales. El anarquismo desecha como mala
y tiránica toda forma de gobierno, ya sea la monarquía, la república, la dictadura, la democracia y
hasta la democracia socializada. Su objetivo es la completa desaparición del Estado y del gobierno,
en cuyo lugar se implantará una libre reunión de individuos y grupos no forzados por ninguna
organización, sin ley escrita, ni policía, ni clase militar ni tribunales, ni cárceles. La Iglesia Católica
Romana se opuso a toda forma de anarquismo.

Borbones: las antiguas casas reinantes de Francia y España. La revolución de julio de 1830 derrocó
a la rama mayor de los Borbones franceses, que habían vuelto al trono después de la Restauración
de 1815. En su lugar reinó la rama joven de los Borbón-Orleáns, en la persona de Luis Felipe, el “rey
burgués”. También éste fue derrocado, en 1848. Los Borbones españoles perdieron el trono en
1931. El rey Alfonso XIII murió en Roma, en febrero de 1941. Su nieto, Carlos, es el actual rey de
España.

Breviario Romano: (del lat. breviarium, compendio, resumen). Libro que contiene de rezos
eclesiásticos del año en la Iglesia Católica Romana.

Burguesía: clase acomodada de las ciudades, principalmente formada por capitalistas, fabricantes,
comerciantes, empresarios independientes en general, altos empleados y miembros de las
profesiones liberales, con análogos ingresos y posición social, y en oposición con el “proletariado”,
la clase trabajadora, que no tiene propiedad ni otro producto para vender que la fuerza de sus
brazos.

Carbonarios: (del italiano carbonaro) pertenecían a una secta o sociedad secreta fundada con fines
políticos o revolucionarios en el siglo XIX, de carácter fanáticamente antimonarquista y anticlerical.

Cardenal: título y dignidad eclesiástica católica romana surgida en la alta Edad Media, derivado de
los antiguos presbiteri cardinali a los que estaban confiadas las iglesias de las “regiones” de Roma,
y que eran los electores del obispo de Roma, es decir, del Papa. Estructurados en el “Sacro Colegio”,
los cardenales son los inmediatos colaboradores y únicos electores del Papa.

Carlistas: monarquistas españoles, que defendían el derecho al trono de la línea del príncipe Carlos
de Borbón. Este príncipe era hermano del rey Fernando VII, que en 1830 impuso en España la
sucesión femenina. Carlos pretendía el trono y consideró la medida como ilegal y encontró muchos
partidarios. A causa de esta cuestión se desencadenó una guerra civil (1834), en la que los carlistas
fueron derrotados.
Catecismo: libro que formula resumidamente el contenido de la doctrina y de los deberes de la vida
cristiana. El vocablo se deriva del término “catequesis” (enseñanza de la doctrina) y “catecúmeno”
(el que recibe dicha enseñanza en preparación para el bautismo). Entre los catecismos más célebres
se encuentran los del Concilio de Trento (1545–1563) y de Pío X. En la actualidad, cada conferencia
episcopal puede redactar uno o más catecismos, según las distintas áreas de exigencias culturales y
según las edades de los catequizados.

Católico: (del gr. katólikos, universal). El término fue utilizado por primera vez para describir a la
Iglesia por Ignacio de Antioquía a principios del siglo II. Se refiere comúnmente al cuerpo religioso
conocido como Iglesia Católica Romana y a sus miembros. El nombre más usado para designar a
esta Iglesia es simplemente Iglesia Católica.

Censo: contrato por el cual se sujeta un inmueble al pago de una pensión anual, como interés de
una cantidad recibida en dinero, y reconocimiento de un dominio no transmitido con el inmueble.

Clericalismo: política basada en motivos religiosos, y tendiente a mantener y acrecentar la influencia


de la Iglesia Católica Romana. En general, se denominan “clericales” a los partidos políticos católicos.
La designación se deriva de la palabra clero y fue acuñada por sus adversarios.

Clero: conjunto de los miembros de la Iglesia que han recibido funciones ministeriales específicas
en el interior de la comunidad. Los miembros del clero van desde los grados menores (lector y
acólito), conferidos mediante un rito especial, a los mayores (diácono), hasta la ordenación
sacerdotal y episcopal, que confiere la plenitud del sacerdocio. Se distingue el “clero regular”, que
comprende a los religiosos que viven bajo una regla monástica o religiosa, y que están más o menos
exentos de la sumisión jerárquica al obispo de la diócesis; y el “clero secular”, que no está sujeto a
los votos religiosos, sino únicamente a las obligaciones inherentes al estado sacerdotal, y que ejerce
su ministerio bajo la autoridad directa de un obispo (párrocos, coadjutores, etc.).

Concilio: (del lat. concilium, reunión o asamblea). Es la asamblea de los obispos de la Iglesia Católica
convocados. El concilio puede tener distintos niveles: provincial, nacional, continental. El concilio
ecuménico convoca a los obispos del mundo entero, y de éstos se han celebrado veintiuno, según
la tradición católica romana, desde el Concilio de Nicea (325) al Vaticano II (1962–1965). El concilio
ecuménico, a condición de que actúe en comunión con el Papa, es la más alta autoridad de la Iglesia
Católica, y goza de la infalibilidad doctrinal en materia de fe, de sacramentalidad y de disciplina.

Cónclave: (del lat. clavis, llave). Es la asamblea de cardenales, reunidos para elegir un nuevo Papa.
El Cónclave se reúne siempre en Roma y debe ser convocado dentro de las tres semanas que siguen
a la muerte de un pontífice. Se invita al mismo a todos los cardenales del mundo, que deben
permanecer encerrados en el Vaticano y son controlados para evitar presiones externas de orden
moral y político.

Concordato: (del lat. pactum concordatum, pacto convenido), es un acuerdo entre el Papa y un
gobierno estatal, destinado a regular las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado. En un
concordato se determinan principalmente los derechos y deberes recíprocos, la situación del clero
y de los claustros, los impuestos eclesiásticos, el apoyo financiero que se le prestará a la Iglesia, la
protección de su propiedad, la cuestión educacional, la designación de los obispos, etc. El
Concordato tiene valor de tratado estatal.

Constituyente: asamblea destinada a forjar una constitución. Suele convocarse después de la


fundación de un Estado o de un cambio de régimen, para decidir acerca de la nueva forma de
gobierno o de la nueva constitución.

Derecho canónico: conjunto de prescripciones que regulan las mutuas relaciones de las personas y
las comunidades, así como la administración de los bienes dentro de la comunidad eclesial católica
romana. Todo esto está contenido en el Código de derecho canónico, derivado de una nutrida serie
de codificaciones sucesivas redactadas a lo largo de los siglos, y publicado en 1915, con sucesivas
revisiones y reformulaciones. El Código sirve al mismo tiempo como código civil y penal de la Iglesia
Católica Romana.

Derechos del hombre: concepción nacida de ideas de derecho natural, según las cuales el ser
humano posee ciertos derechos fundamentales innatos. Estos derechos fueron formulados
especialmente en la famosa Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en
1789, por la que se establecían como derechos humanos fundamentales la libertad, la propiedad, la
seguridad y el derecho a la resistencia contra la opresión.

Diócesis: (del gr. doikeo, habitar en un determinado lugar). Es la circunstancia o porción de la Iglesia
sobre la que preside un obispo nombrado por el Papa y que, en su diócesis cumple las funciones de
“vicario de Cristo” y “sucesor de los apóstoles”.

Doctrina Social de la Iglesia: es el conjunto de orientaciones doctrinales y criterios de acción de la


Iglesia, orientados a la liberación y promoción humana. Tienen su fuente en la Biblia, la enseñanza
de los Padres y grandes teólogos de la Iglesia, y en el Magisterio, especialmente de los últimos Papas.

Encíclica: (lat. bulla encyclica, documento circular del Papa sobre cuestiones de alcance religioso o
político). Las encíclicas sólo se promulgan por las razones más serias, con el fin de expresar la
posición fundamental asumida por el Vaticano. Se las considera como documentos políticos de
importancia. Las fórmulas básicas contenidas en una encíclica no tienen la fuerza de un dogma, pero
en la práctica son casi tan autorizadas.

Feudalismo: (antiguo alemán latinizado feodum, feudo, del ant. alemán feoh, ganado, y od,
posesión). El sistema feudal de la Edad Media, caracterizado por el predominio de la nobleza
terrateniente. El sistema se desarrolló cuando terminaron las transmigraciones de pueblos, y sus
orígenes se remontan al siglo VIII. Fue decayendo con la modernidad, hasta que el absolutismo
monárquico sometió por completo a los señores al poder central y echó las bases del Estado
nacional y moderno.

Fisiócrata: (del gr. physis, naturaleza, y kratos, poder). Seguidor de la doctrina económica fundada
por el economista francés Francisco Quesnay (1694–1774), que atribuía únicamente a la naturaleza
el origen de la riqueza.
Golpe de Estado: un cambio de gobierno repentino, realizado con violencia por representantes del
poderío estatal o militar, utilizando el mando que se les ha otorgado. Se diferencia de una revolución
en que aquél se realiza desde “arriba” mientras que ésta se lleva a cabo desde “abajo”.

Industrialismo: el sistema de organización económica y social surgido de la Revolución Industrial.

Kulturkampf: (del alemán, “lucha por la cultura”). Nombre dado a la lucha que desde 1872 hasta
1883 sostuvieron el Estado alemán y la Iglesia Católica, desatada principalmente por la decisión del
primero de intervenir en la enseñanza religiosa y los nombramientos eclesiásticos.

Laissez faire: (del francés dejad (les) hacer). Abreviatura de la consigna acuñada en el siglo XVIII por
los fisiócratas franceses: laissez faire, laissez passer (dejad hacer y dejad pasar), con lo cual se
entendía que el Estado no debía inmiscuirse en la economía. La expresión se convirtió en símbolo
del liberalismo radical.

Liberalismo: sistema de convicciones políticas liberales cuya idea central está constituida por la
libertad del individuo, por organizaciones democráticas y la economía de libre empresa. El
movimiento liberal nació en los siglos XVIII y XIX durante la lucha entre la ascendente burguesía
contra la sociedad feudal, el poderío de la nobleza y de la Iglesia Católica.

Magisterio: es el conjunto de la enseñanza oficial de la Iglesia, según ha sido formulada y definida


por los concilios de obispos o las definiciones ex cathedra (solemnes e infalibles) del Papa, lo cual
torna a esta enseñanza en un dogma de fe. Según el Concilio Vaticano II: “El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio
de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo.”

Nacionalismo: sentimiento nacional exagerado, estimación demasiado alta de los valores de la


propia nación frente a otros pueblos, aplicación de criterios nacionales a cosas que deberían
considerarse desde un punto de vista general y, además, el anhelo de imponer a otros la propia
idiosincracia, lengua o modo de expresión.

Nuncio: título que lleva el embajador pontificio en el extranjero. El nuncio papal es, a la vez, en los
lugares en los que está acreditado, decano del cuerpo diplomático. La embajada pontificia se llama
nunciatura. En los países donde el Vaticano no tiene una nunciatura, está representado por un
delegado apostólico, que no goza de estatus diplomático, pero cumple en la práctica las mismas
funciones que un nuncio.

Orden religiosa: es un grupo más o menos numeroso de fieles que, mediante los votos de pobreza,
castidad y obediencia, pertenece a una determinada familia nacida de un fundador, con una Regla
propia para la cual la orden ha sido fundada. En sentido estricto, son órdenes las más antiguas,
caracterizadas por los “votos solemnes” (que sólo puede dispensar el Papa). Las órdenes religiosas
pertenecen a tres grandes ramas: canónicas, generalmente con la Regla de San Agustín; monásticas,
con la Regla de San Benito; y, mendicantes, surgidas en la Edad Media con las reglas de San Francisco
y Santo Domingo. Con estas últimas se emparentan otras órdenes, como los Siervos de María, los
Mercedarios, los Trinitarios, etc. A partir de la Contrarreforma surgieron las Congregaciones
religiosas, con “votos simples”, temporales o perpetuos, y las sociedades sacerdotales de vida en
común (como los sacerdotes del Oratorio). Normalmente, todas las órdenes religiosas tienen una
rama femenina, que sigue la regla y la espiritualidad propias de la orden.

Papa: (del gr. papas, padre). Designa al obispo de Roma, que en la Iglesia Católica se considera como
sucesor de Pedro y, en cuanto tal, vicario de Cristo para toda la Iglesia. Según el Concilio Vaticano I
(1870), “le ha sido transmitida por Cristo la plena potestad de apacentar, regir y administrar la Iglesia
entera.”

Placet: término en latín que significa aprobación. Indica una fórmula de aprobación de las
autoridades civiles a embajadores o dignatarios de otros países. Significa la aprobación o respuesta
favorable que da un gobierno cuando otro le propone como representante diplomático a una
determinada persona.

Rosario: rezo en que se conmemora los quince misterios de la Virgen, recitando después de cada
uno un padrenuestro, diez avemarías y un gloriapatri, seguido todo de la letanía. Se divide en tres
partes, que corresponden a los misterios de gozo, de dolor y de gloria, y por lo común se reza sólo
una parte con la letanía. El rezo es acompañado por una sarta de cuentas, separadas de diez en diez
por otras más gruesas y anudadas por sus dos extremos a una cruz precedida comúnmente de tres
cuentas pequeñas, que sirve para hacer ordenadamente este rezo o una de sus partes.

Secularización: la acción de secularizar o secularizarse. Se refiere a la pérdida por parte de la Iglesia


Católica de sus bienes y privilegios, que generalmente pasan a manos del Estado.

Sistemas autoritarios: son sistemas de gobierno más o menos dictatoriales opuestos a la


democracia y a la soberanía popular. Sus formas extremas son el absolutismo y los sistemas
totalitarios, como el fascismo, el nazismo y el comunismo.

Solio pontificio: designa al trono o silla con dosel en la que se sienta el Papa para ejercer su
autoridad como jefe de la Iglesia Católica. Por extensión, es la sesión solemne que, con asistencia
del Papa, celebra la Curia Romana, para que lo que en ella se acuerde sea confirmado o aprobado
por el Papa.

Vaticano: sede del papado, que recuperó su soberanía con el nombre de Ciudad del Vaticano.
Después de que Roma y los territorios de la Iglesia fueron incorporados al reino de Italia, en 1870,
la posesión papal quedó limitada a los palacios del Vaticano. Los Papas se negaron a reconocer la
medida italiana y tampoco aceptaron la renta anual que se les ofreció. En señal de protesta, ningún
Papa abandonó desde entonces el Vaticano. Tal estado de cosas se prolongó hasta 1929, cuando se
firmaron los Acuerdos de Letrán entre Italia y el Vaticano, y por ellos se puso fin al largo conflicto.

SINOPSIS CRONOLÓGICA
1758 Fisiócratas. Francisco Quesnay, Tablean
oeconomique.

1775–1799 Pío VI, papa.

1789 Asamblea Nacional en Francia.

1789 Declaración de los Derechos del Hombre.

1789 Toma de la Bastilla.

1789–1799 Revolución Francesa.

1790 Constitución civil del clero.

1792 Convención Nacional en Francia.

1793 Ejecución de Luis XVI de Francia.

1793–1794 Régimen del Terror en Francia.

1795–1799 El Directorio en Francia.

1798 Pío VI prisionero de Francia.


1799 República Romana.

1799 Consulado de Francia.

1799 Golpe de Estado de Napoleón.

1800–1823 Pío VII, papa.

1802 República de Italia.

1804–1814 Primer imperio en Francia con Napoleón I.

1808 Ocupación por los franceses de los Estados


pontificios.

1808 José Bonaparte, rey de España.

1814 Reorganización de los jesuitas.

1814–1815 Congreso de Viena.

1814–1833 Fernando VII, rey de España.

1815 Santa Alianza.


1823–1829 León XII, papa.

1829–1830 Pío VIII, papa.

1830 Revolución de julio en Francia.

1831–1846 Gregorio XVI, papa.

1831 La Joven Italia de Mazzini.

1831 Independencia de Bélgica.

1833–1871 Unificación de Alemania.

1844 Isabel II, reina de España.

1846–1878 Pío IX, papa.

1847 Hambre en Irlanda, emigración a Estados Unidos


y otros países.

1848 Revolución de febrero en Francia.

1848–1852 Segunda república en Francia.


1849 República Romana.

1852–1870 Segundo imperio en Francia.

1852–1870 Unificación de Italia.

1861 Reino de Italia.

1862 Congregación de Ritos Orientales.

1862 Bismarck, ministro canciller en Prusia.

1864 Syllabus errorum.

1869–1870 Concilio Vaticano I.

1870 Dogma de la infalibilidad papal.

1870–1871 Roma, capital del reino de Italia.

1870–1914 Tercera República en Francia.

1871 Comuna de París.

1871 Ley de las Garantías Papales.


1871–1918 Imperio alemán.

1872–1886 Kulturkampf.

1874–1885 Restauración en España: Alfonso XII, rey de


España.

1875–1940 Tercera república en Francia.

1878–1903 León XIII, papa.

1891 Rerum novarum.

1902 Alfronso XIII, rey de España.

1903–1914 Pío X, papa.

1905 Separación de la Iglesia y el Estado en Francia.

1907 Pascendi Domini Regis.

1914–1918 Primera Guerra Mundial.

1914–1922 Benedicto XV, papa.


1917 Revolución Rusa.

1922 Benito Mussolini en Roma.

1922–1939 Pío XI, papa.

1926 Primeros obispos católicos chinos.

1929 Desplome de las bolsas. Depresión.

1931 República en España.

1931 Quadragesimo anno.

1933 Adolf Hitler en el poder en Alemania.

1933 Concordato entre el Vaticano y Alemania.

1936–1939 Guerra Civil en España.

1937 Encíclicas contra el nazismo y el comunismo.

1939 Triunfo de Franco en España.


1939–1945 Segunda Guerra Mundial.

1939–1958 Pío XII, papa.

1943 Divino Afflante Spiritu.

1945 Bomba atómica en Hiroshima.

1949 República Popular China.

1950 Dogma de la Asunción de María.

1950 Humani generis.

1958–1963 Juan XXIII, papa.

1959 Juan XXIII anuncia planes de reunir un Concilio.

1960 El Papa crea el Secretariado para la Unidad de los


Cristianos.

1961 Mater et Magistra.

1962–1965 Concilio Vaticano II.


1963–1978 Paulo VI, papa.

1968 Humanae vitae.

1978 Juan Pablo I, papa.

1978–2005 Juan Pablo II, papa.

2005 Benedicto XVI, papa.

CUESTIONARIOS DE REPASO
Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Qué espíritu caracterizó a los últimos años del siglo XVIII?

2. La sociedad y el gobierno europeos de la segunda mitad del siglo XVIII se caracterizaron por la
profunda desigualdad existente entre la clase privilegiada y la masa del pueblo (CIERTO–FALSO).

3. Mencionar a tres pensadores cuyas ideas sirvieron como antecedentes para la Revolución
Francesa.

4. ¿En qué tres clases estaba dividida la sociedad francesa antes de la Revolución?

5. ¿Qué es la Declaración de los Derechos del Hombre?

6. ¿Qué es la Constitución civil del clero?


7. ¿Quién fue Napoleón Bonaparte y qué hizo?

8. ¿Qué fue el Código Civil?

9. ¿Qué se entiende por anticlericalismo?

10. La actitud de la Iglesia durante el siglo XIX fue defensiva (CIERTO–FALSO).

11. ¿Qué es el Syllabus errorum?

12. ¿Cuál fue el tema más debatido en el Concilio Vaticano I (1869)?

13. ¿Cuáles fueron los objetivos del papa Pío X?

14. ¿Cuál fue la actitud de Benedicto XV hacia la Primera Guerra?

15. ¿Cuáles fueron los problemas de Pío XI?

16. ¿Qué cuatro expresiones de totalitarismo ideológico enfrentó la Iglesia en el siglo XX?

17. ¿Cuál fue la actitud de Pío XII hacia los judíos durante la Segunda Guerra Mundial?

18. ¿Qué es el aggiornamento católico?

19. ¿Qué se entiende por renovación carismática católica?


20. ¿Qué lugar ocupa la Iglesia Católica Romana en el mundo, en términos de su tamaño?

21. ¿Cuál es la actitud de la Iglesia hacia otros cuerpos cristianos?

22. ¿Cuál es la actitud de la Iglesia hacia las cuestiones científicas?

23. ¿Cuál es el lugar de los laicos en la Iglesia?

24. Desde fines de la segunda mitad del siglo XIX, las cuestiones sociales han sido tema de gran
preocupación para la Iglesia Católica (CIERTO–FALSO).

25. ¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia?

26. Mencionar algunas características de la Doctrina Social de la Iglesia.

27. ¿Qué significa que se percibe en la Iglesia actual un cierto reflujo conservador?

28. Uno de los más serios problemas de la Iglesia Católica a nivel mundial es la falta de agentes
pastorales y misioneros (CIERTO–FALSO).

29. ¿Dónde se está dando el crecimiento más grande en el número de sacerdotes?

30. ¿Cuán serio es el número de sacerdotes que abandona el ministerio y por qué causas?

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y 3):


1. ¿Quiénes fueron los jacobinos?

2. ¿Qué factores predominaron en el siglo XIX que significaron una grave crisis para la Iglesia?

3. ¿Por qué la Iglesia del siglo XIX se sintió como una Iglesia amenazada?

4. ¿Qué fue el Kulturkampf?

5. ¿Qué se entiende por socialismo cristiano?

6. Mencionar tres figuras católicas destacadas en el siglo XIX.

7. ¿Cuál era la situación del Papa al comenzar el siglo XX?

8. Describir la situación de la Iglesia entre las dos guerras mundiales.

9. ¿Cuáles son las doctrinas principales del fascismo?

10. ¿Qué dos encíclicas importantes produjo el papa Juan XXIII?

11. ¿Cuáles fueron las consecuencias más importantes del Concilio Vaticano II?

12. Mencionar a algunos líderes de la renovación carismática católica.

13. Parece haber un decrecimiento persistente en el número de católicos practicantes a nivel


mundial (CIERTO–FALSO).
14. ¿Qué se entiende por universalización de la Curia?

15. ¿Cuál es la enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sexuales según la encíclica Humanae vitae?

Tareas avanzadas (para el nivel 3):

1. Describir la situación de la Iglesia Católica Romana en Francia después de la Revolución.

2. Sintetizar el desarrollo de la obra misionera católica en el siglo XIX.

3. Describir la organización de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

4. Describir el creciente dogmatismo actual en la Iglesia Católica.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: El Syllabus errorum de 1883.

Leer el comentario siguiente sobre el Syllabus errorum y responder críticamente al mismo en un


ensayo de no menos de 300 palabras.

Alberto Martín Artajo: “El año 1883 registró tres hechos significativos que aceleraron la
publicación del Syllabus. La aparición de la Vie de Jésus, de Renán, y su éxito escandaloso.
El congreso de Munich, en septiembre de 1863, con las peligrosas tendencias teológicas de
Döllinger. Y el congreso de Malinas, en abril del mismo año, con los discursos de
Montalembert sobre la resbaladiza teoría de la ‘Iglesia libre en un Estado libre’. Sin
embargo, la preparación del Syllabus venía de más atrás, a través de un largo período de
gestación incoado por la sugerencia del entonces obispo de Perusa, cardenal Joaquín Pecci,
el futuro León XIII.

El Syllabus forma una unidad histórica y temática con la encíclica Quanta cura. Su recta
interpretación exige el análisis conjugado de ambos documentos. Prescindiendo aquí del
valor jurídico del Syllabus (cuestión que parece debe ser resuelta considerando este
documento como documento doctrinal con autoridad propia distinta de la autoridad de los
documentos pontificios de que están tomadas las proposiciones), su valor dogmático se ha
prestado a diversas interpretaciones. Hay teólogos que sostienen la tesis de que el Syllabus
es un documento ex cathedra, que implica, por tanto, la infalibilidad del magisterio
eclesiástico. Otros teólogos, en cambio, no ven en el Syllabus los datos reveladores de una
enseñanza infalible del magisterio pontificio. Puede afirmarse, sin embargo, como línea de
coincidencia necesaria, que los errores inscritos en el Syllabus no reciben, por el hecho de
su inscripción una específica censura teológica nueva, sino que conservan la calificación
teológica recibida en los documentos pontificios originales. La inserción en el Syllabus viene
a ser así una confirmación oficial y auténtica de la sentencia que anteriormente había
recaído sobre cada uno de los errores incorporados a él.

En orden a la interpretación correcta de este documento, conviene además tener presentes


dos advertencias: primera, para situar con exactitud la tesis católica frente a cada una de
las proposiciones condenadas no basta convertir simplemente la forma negativa de éstas
en afirmativa; segunda, el Syllabus se sitúa en el terreno de los principios, no se sitúa
explícitamente en el punto de vista de la aplicación práctica posible hic et nunc de esos
principios.

La estructura del Syllabus está dividida en diez capítulos de desigual importancia y longitud.
La materia está sistemáticamente agrupada. Cada proposición va seguida de las fuentes
oficiales de que está tomada.”

TAREA 2: La separación de la Iglesia y el Estado.

Lee y responde:

En julio de 1904, el gobierno francés declaró la ruptura de relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
En diciembre de 1905, se legisló la separación de la Iglesia y el Estado en Francia. El papa Pío X
respondió con la encíclica Vehementer nos condenando esta ley y la tesis que la sustenta.

Vehementer nos: “Que sea necesario separar al Estado de la Iglesia es una tesis
absolutamente falsa y sumamente nociva. Porque, en primer lugar, al apoyarse en el
principio fundamental de que el Estado no debe cuidar para nada de la religión [católica],
infiere una gran injuria a Dios, que es el único fundador y conservador tanto del hombre
como de las sociedades humanas, ya que en materia de culto a Dios es necesario no
solamente el culto privado, sino también el culto público.—En segundo lugar, la tesis de que
hablamos constituye una verdadera negación del orden sobrenatural, porque limita la
acción del Estado a la prosperidad pública de esta vida mortal, que es, en efecto, la causa
próxima de toda sociedad política, y se despreocupa completamente de la razón última del
ciudadano, que es la eterna bienaventuranza propuesta al hombre para cuando haya
terminado la brevedad de esta vida, como si fuera cosa ajena por completo al Estado. Tesis
completamente falsa, porque, así como el orden de la vida presente está todo él ordenado
a la consecución de aquel sumo y absoluto bien, así también es verdad evidente que el
Estado no sólo no debe ser obstáculo para esta consecución, sino que, además, debe
necesariamente favorecerla todo lo posible.—En tercer lugar, esta tesis niega el orden de la
vida humana sabiamente establecido por Dios, orden que exige una verdadera concordia
entre las dos sociedades, la religiosa y la civil. Porque ambas sociedades, aunque cada una
dentro de su esfera, ejercen su autoridad sobre las mismas personas, y de aquí proviene
necesariamente la frecuente existencia de cuestiones entre ellas, cuyo conocimiento y
resolución pertenece a la competencia de la Iglesia y del Estado. Ahora bien, si el Estado no
vive de acuerdo con la Iglesia, fácilmente surgirán de las materias referidas motivos de
discusiones muy dañosas para entrambas potestades, y que perturbarán el juicio objetivo
de la verdad, con grave daño y ansiedad de las almas.—Finalmente, esta tesis inflige un
daño gravísimo al propio Estado, porque éste no puede prosperar ni lograr estabilidad
prolongada si desprecia la religión, que es la regla y la maestra suprema del hombre para
conservar sagradamente los derechos y las obligaciones.”

Responder críticamente a cada uno de los cuatro argumentos del papa Pío X, a la luz de la
experiencia de la relación Iglesia-Estado en tu propio país.

TAREA 3: Consideraciones en torno a la Unión Europea.

Pío XII: “Es precisamente esta solicitud la que nos inspiró el 2 de julio pasado [de 1948],
cuando Nos hablamos a favor de una unión europea. Nos lo hemos hecho guardándonos
muy bien de implicar a la Iglesia en intereses puramente temporales. La misma reserva
hemos puesto en la cuestión de saber qué grado de verosimilitud o de probabilidad hay que
asignar a la realización de este ideal, cuán lejos se está de él o cuánto nos hemos aproximado
a él.

Nadie duda que el establecimiento de una unión europea ofrece serias dificultades. Para
hacerla psicológicamente llevadera a todos los pueblos de Europa, en primer lugar se podría
hacer valer la necesidad de una especie de olvido que aleje de ellos el recuerdo de los
sucesos de la última guerra. Sin embargo, no hay tiempo que perder. Si se tiende a que esta
unión alcance su fin, si se quiere que sirva con utilidad a la causa de la libertad y de la
concordia europea, a la causa de la paz económica y de la política intercontinental, es de
urgencia que se haga cuanto antes.… Una Europa unida, para mantenerse en equilibrio y
para allanar las diferencias que surjan en su propio continente—sin hablar ahora de su
influencia en la seguridad de la paz mundial—, tiene necesidad de apoyarse en una base
moral inquebrantable. ¿Dónde encontrar esta base? Dejemos que responda la historia:
hubo un tiempo en que Europa formaba, en su unidad, un todo compacto, y, en medio de
todas las debilidades, a pesar de todos los desalientos humanos, esta unidad constituía para
ella una fuerza; merced a esta unión, Europa realizaba grandes cosas. Ahora bien, el alma
de esta unidad era la religión [católica], que impregnaba a fondo toda la sociedad de fe
cristiana.
Desde el momento en que la cultura se separó de la religión, la unidad quedó disgregada. A
lo largo de la historia, prosiguiendo como una mancha de aceite su avance lento, pero
continuo, la irreligión ha penetrado más y más en la vida pública, y es a ella a la que ante
todo debe este continente sus desgarraduras, su malestar y su inquietud.

Si, pues, Europa quiere salir de esta situación, ¿no es necesario que restablezca en sí misma
el vínculo entre la religión y la civilización?… Sin embargo, esto no será bastante si no se
llega hasta el reconocimiento expreso de los derechos de Dios y de su ley, fondo sólido sobre
el cual están anclados los derechos del hombre. ¿Cómo podrían estos derechos, aislados de
la religión, asegurar la unidad, el orden y la paz?”

- Investigar todo lo que se pueda sobre los antecedentes, creación y desarrollo de la presente Unión
Europea. ¿Hasta qué punto las consideraciones del papa Pío XII han sido tomadas en cuenta en su
organización?

- Hacer una evaluación crítica de la referencia histórica que hace el Papa en apoyo de su argumento
a favor de una Unión Europea. ¿La Europa cristiana de la Edad Media, unida en torno a la Iglesia de
Roma, fue mejor que la Europa secular del presente?

- ¿Cuál es tu opinión sobre la necesidad de respaldar una “civilización occidental y cristiana”?

DISCUSIÓN GRUPAL
1. ¿Cuáles son las posibilidades reales, en el contexto en que sirves al Señor, de desarrollar un
auténtico ecumenismo cristiano entre católicos y evangélicos? ¿Deben estos esfuerzos
orientarse a lograr acuerdos en materia de fe y orden, o más bien deben promover cuestiones
relacionadas con el cumplimiento de la misión cristiana en el mundo? ¿Cómo se aplica la oración
de Jesús en Juan 17 a la discusión de esta cuestión?

2. Discutir cuán efectivo ha sido el Concilio Vaticano II en el desarrollo del catolicismo


latinoamericano y de qué manera las resoluciones del mismo han tenido un impacto positivo en
el continente.

3. El autor sostiene que se percibe en el catolicismo actual en todo el mundo una suerte de “nuevo
reflujo conservador” y un “creciente dogmatismo”. Hacer una evaluación crítica de estas
afirmaciones en el grupo a la luz de las experiencias personales con el catolicismo presente.
4. La falta de sacerdotes ha sido un problema endémico en la Iglesia Católica, incluso en América
Latina. ¿Cómo se compara la situación de las iglesias evangélicas en este sentido? ¿Qué ventajas
relativas presenta este dato de la realidad en términos del proselitismo evangélico en el
continente? ¿Qué debería hacer la Iglesia Católica para revertir la situación?

LECTURAS RECOMENDADA
Baker, Compendio de la historia cristiana, 299–316.

González, Justo L. Historia de las misiones, 209–211; 233–239; 274–277; 300–302.

González, Justo L. Historia del cristianismo, 2:399–417; 431–438; 497–503; 511–524.

Johnson, Historia del cristianismo, 611–694.

Latourette, Kenneth S. Historia del cristianismo, 2:383–398; 451–510; 787–815; 839–840; 861–865.

Martina, La Iglesia de Lutero a nuestros días, vols. 3 y 4 (completos).

Ureta, Introducción a la teología contemporánea, 29–33; 55–85; 123–184.

Walker, Historia de la iglesia cristiana, 555–564; 595–597.

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