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Discurso de Incorporación a la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española

12 de diciembre de 2013

La lógica del aforismo


por: Dennis Alicea

En su famosa Mínima Moralia, reflexiones desde la vida dañada,7 Theodor W. Adorno,


tan modernista y sistemático en la mayor parte de su obra, reflexiona en fragmentos
preñados de ideas sobre esos momentos de la vida recta y la vida falsa, desde la
experiencia subjetiva del intelectual exiliado. La forma aforística, dice Adorno, renuncia
a la contextualización teórica explícita, sin pretender ser concluyente y definitiva. Para él,
el aforismo “marca lugares” que son formas que el concepto, hegelianamente concebido,
desarrollará. Es el lado subjetivo y la dimensión alienada la que él explora en estos
fragmentos cargados de razón y emoción. Esas apariencias de la vida cosificada y
estigmatizada, en que lo humano parece atrofiarse por el interés, la avaricia y el
individualismo enajenante, son captadas como estampas. La existencia mutilada del
intelectual migrante, siempre dolorosa y desgarradora, aprendiendo los entresijos de la
lengua, se objetiva en fragmentos invadidos por el pesimismo cauterizado de la
posguerra. Son los angustiosos años del 1944 al 1947, inmediatamente posteriores al
reconocimiento de la barbarie nazifacista, que mostró el lado sádico de la irracionalidad y
la ausencia de límites en la insensatez humana.
El pensamiento dialéctico hegeliano, tejido por Adorno en su obra, rechazaba,
paradójicamente, el aforismo por el primado que tenía la categoría de totalidad en el
sistema racionalista de Hegel. Las expresiones aisladas del todo e inconexas de un tejido
argumentativo, propiedades del fragmento aforístico, le parecían oscuras al hegelianismo,
como si fueran fenómenos dispersos que exigen una obligada concatenación. Sin
embargo, esa disolución de lo particular en lo general, en que lo concreto y fragmentario
se convierte en un momento de tránsito, es precisamente el modo de hipostatizar el
concepto que distinguió al idealismo hegeliano. (Af.46) La aniquilación de lo individual
y particular, mediante su supeditación a la construcción del todo, condujo a Hegel a
criticar la forma aforística como un “ser para sí de la subjetividad”, como un momento
que sería diluído y superado en el concepto. Adorno, en oposición al hegelianismo y, a la
vez, sirviéndose de éste, ve en el aforismo el modo – y cita a la Fenomenología, – de
“penetrar en el contenido inmanente de la cosa.”8 La experiencia individual que el
aforismo rescata es, asimismo, la forma de conquistar la verdad del espíritu de la que
hablaba mistificadamente Hegel.
Para leer Mínima Moralia, sintomáticamente, es preciso rastrear la historia y la memoria
de esa época turbulenta en que la utopía era aniquilada por la barbarie. Fueron los
momentos de la filosofías acorraladas (Af. 41-44), la destrucción del arte y el
pensamiento, la solidaridad socialista en descomposición (Af. 31), los horrores
incomprensibles, salvajes, en los campos de concentración (Af.67), en fin, los momentos
tristes de la vida dañada.
Los aforismos de Adorno son atípicos. Son fragmentos relativamente extensos
comparados con el aforismo tradicional que es más sucinto y reticente; son, sin embargo,
igualmente contundentes y paradójicos. Algunos parecen estar en el umbral del concepto
más desarrollado. Cada fragmento parece contener múltiples aforismos enlazados por una
idea que desestabiliza la apariencia y la decodifica. Mostrando su marxismo heterodoxo y
hegelianismo desmitificado, Adorno echa mano de su ilustrada cultura filosófica y
artística para deshacer ortodoxias y fetichismos culturales masificados. Su escritura densa
muestra el trabajo del intelectual que le urge trascender las “cosas del espíritu”, más
sublimes, para penetrar intelectualmente e intervenir en la “praxis material”, más terrenal,
que, a su vez, es condición de posibilidad de las cosas del espíritu. (Af. 86-87)
La teoría crítica que sirve de base a todos estos fragmentos es, pues, la que reconoce que
el mundo está poblado de grietas y desgarros; que el orden social que algunos llaman
“natural” es humanamente natural y debe ser despojado de ese halo místico e
imperecedero, es decir, de esa “segunda naturaleza” cosificada por el poder crudo e
incivilizado; que, por lo tanto, otro mundo es posible y es imprescindible la disolución de
“las aporías de la vida falsa” para iluminar la moralidad de la vida recta. La razón
dialéctica que exhibe Adorno en el texto, se apropia del andamiaje teórico del marxismo
hegeliano en su versión de El Capital (los conceptos de mercancía, valor de uso y valor
de cambio, división del trabajo, cosificación, feticismo, etc.), matizado por la
antropología humanista de los escritos juveniles del propio Marx: i.e. el lenguaje de la
alienación, el trabajo enajenado, lo humano atrofiado y la dialéctica del señor y el
esclavo. No son aforismos de la esperanza, sino de la angustia y la desesperación.
Detectan la regresión de la conciencia histórica, invadida por el capitalismo de la
posguerra. El pesimismo existencial en boga condiciona ineludiblemente la mirada crítica
del autor y penetra no solo en la metafísica de la cotidianeidad, sino en toda la cultura
intelectual y artística prevaleciente. Son momentos muy duros y desafiantes. Los modos
civilizados de vida han sido destruídos y han sufrido la más inesperada involución en la
historia moderna. La industria cultural lo devora todo y lo transmuta todo – el arte, la
música, la literatura, los artistas, otros intelectuales – en mercancía. (Af. 37-83)
Mínima Moralia es el reconocimiento de que el arte, el pensamiento y la cultura están
acorralados y condenados a existir fragmentariamente, a menos que la lucha crítica contra
la vorágine del capitalismo tosco o dulcificado, contra el fascismo en sus diversas
versiones camaleónicas y aún contra el socialismo, convertido en dictadura de estado,
permita restaurar un orden social y moral más racional. “La imbecilidad es objetiva”, dice
Adorno en uno de sus fragmentos, por lo que no sabemos si la utopía siempre estará
acechada por el desencanto.
“El valor de un pensamiento se mide por su distancia de la continuidad de lo conocido.”
(Af.50) Mínima Moralia es una de esas obras que dejan huellas porque rompen con lo
conocido y los modos trillados de mirar. Estos fragmentos se alejan de las fórmulas
canonizadas de hacer filosofía. Es un pensamiento vivo, inconcluso, desafiante, donde la
razón dialéctica no es otro juego de lenguaje, sino el único modo de apropiarse de la cosa
misma en toda su complejidad, dejando que muestre sus propios silencios.

1 Roland Barthes, Roland Barthes by Roland Barthes (1977). New York: Farrar, Strauss o
Giroux, pp. 92-93.
2 Ibid., p. 94.
3 “Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt.” Ludwig
Wittgenstein, Tractatus Logico – Philosophicus, German- English ed. (2003). New York:
Barnes & Noble, 5.6, p. 116.
4 Puede la forma aforística conservar su aura y significación última al ser traducida, tal es
un tema filosófico complejo que debo posponer. La famosa doctrina de “la
indeterminación de la traducción” de Quine ya nos advierte las dificultades para definir
criterios de corrección o incorrección en la traducción de un idioma a otro, e incluso para
definir significados precisos entre dos hablantes de un mismo idioma. Estamos
condenados, pienso, a una perspectiva pragmática o conductista a la Quine que nos salve
del escepticismo absoluto sobre el significado y la referencia. W.V.O Quine, Word and
Object (1960,2013). Mass: MIT Press, Ch.2, “Translation and Meaning”.
5 Donald Davidson, “A Coherence Theory of Truth and Knowledge” en The Essential
Davidson (2006). Oxford: Oxford Univ. Press.
6 La idea de intuición – captación o conocimiento no inferencial – es muy variada y
milenaria en la historia de la filosofía: va desde Platón, Kant, Husserl, Bergson hasta
intuicionistas matemáticos y lógicos. Sugiero verlo como una “captación racional” que,
en efecto, puede tener su origen en la percepción y la memoria. Trabajos recientes
refuerzan la idea de que el pensamiento intuitivo resulta de operaciones mentales
autónomas, basadas en la información almacenada en la memoria. Intuir sería un modo
de re-conocer. Esta teoría no explica, desde luego, cómo opera el complejo órgano del
cerebro para producir intuiciones certeras o intuiciones erróneas. Daniel Kahneman,
Thinking Fast and Slow (2011). New York: Farrar, Strauss and Giroux, pp.235-240.
7 Theodor Adorno, Mínima Moralia: reflections from damaged life (2005). New York:
New Left Books.
8 Ibid. pp. 16-17 & 73-74.
9 Jaakko Hintikka, On Wittgenstein (2000). California: Wadsworth Philosophers Series.
10 Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations (1953, 2001). German- English ed.,
Oxford: Blackwell. Ludwig Wittgenstein, Culture & Value (1980). German – English ed:
Chicago: Univ. of Chicago Press.
11“Auch Gedanken fallen manchmal unreif vom Baum”.

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