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Esta semana Guatemala está ocupando los titulares de todos los periódicos del mundo

porque se sumó el pasado domingo a la decisión del presidente Trump de reconocer a


Jerusalén como la capital de Israel y trasladar también allí su embajada. Curiosamente la
misma historia que ocurrió hace casi setenta años se vuelve a repetir hoy, como se describe
en el libro Así nació Israel, de Jorge García-Granados.

El escrito relata que luego de la declaración de independencia del 14 de mayo de 1948,


Israel necesitaba ser reconocida por al menos dos países, y después que lo hizo Estados
Unidos le siguió Guatemala, convirtiéndose en el segundo país que le dio su “enhorabuena”
al joven Estado, desde ese día Guatemala e Israel han sido amigos y aliados.

La decisión que tomó Jimmy Morales solo muestra una política exterior coherente en
relación con Israel, que ha tenido consistencia desde el gobierno del presidente Arévalo, en
1948. Guatemala también fue la primera nación en abrir una embajada en Jerusalén, hasta
1980, y luego la traslado a Tel Aviv.

Esta decisión fortalece significativamente las relaciones bilaterales entre Israel y


Guatemala. Y no tiene por qué plantearse como una tragedia y tampoco afectar los vínculos
comerciales con los países árabes. Respecto del tema es irresponsable hacer declaraciones
aventuradas, tales como que ese traslado de nuestra embajada a Jerusalén “nos vuelve
enemigos del mundo islámico y que ahora Guatemala se ha convertido en potencial blanco
del terrorismo radical”. O que afectará en los negocios del cardamomo, del cual somos el
principal exportador mundial.

Las palabras alarmistas agravan la situación y sobredimensionan el hecho, porque no habrá


terrorismo islámico y por supuesto que los países árabes seguirán comprando nuestro
cardamomo porque es el mejor del mundo.

La decisión del presidente Morales ha incomodado a ciertos grupos, pero también ha tenido
el beneplácito de otros. Como dijo el vicepresidente Jafeth Cabrera: “Se está generando una
polémica innecesaria”.

A la decisión de Guatemala ya se han unido Honduras, Togo, Micronesia, Nauru, Palau y


las Islas Marshall, alineándose con Washington e Israel para rechazar la condena de la
ONU.

No hay que perder de vista el válido argumento que dio Trump al reconocer a Jerusalén
como la capital israelí, que es muy lógico, aunque no quieran aceptarlo: “Todos los desafíos
exigen nuevos enfoques”.

Y es allí donde ahora, más que nunca, se requiere diálogo para forjar una paz verdadera
entre palestinos e israelíes. Por décadas este conflicto ha estado presente y ningún líder (ni
parte ni mediador) ha logrado corregir esta disputa. La solución de los dos Estados con los
límites aceptados por ambas partes es lo que más se aproxima a un posible remedio.
Claramente este tipo de decisiones enciende los ánimos de todo el mundo, pero por esa
misma razón, también se hace posible que esta pugna pueda arreglarse.

El papa Francisco sabiamente aconsejó que las partes “reanuden el diálogo y alcancen una
solución negociada que permita la coexistencia pacífica de dos Estados, dentro de unas
fronteras acordadas entre ellos y reconocidas a nivel internacional”.

Las expresiones de odio y descalificación en las redes sociales o en los medios tradicionales
no ayudarán a resolver el problema entre estos dos pueblos. Y solo pueden conducir a una
guerra de grandes dimensiones.

El camino de la paz solo llegará si se abren vías de discusión respetuosas, donde todos los
participantes puedan dar su punto de vista y buscar soluciones, a través de una
comunicación constructiva para llegar a un acuerdo favorable para israelíes y palestinos.

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