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Las políticas del Conocimiento: o Cómo Dejar de Ser Eurocéntrico.

Sanjay Seth1
Universidad de Londres.

Resumen
En los últimos 20 años, aproximadamente, un corpus de trabajos significativo y creciente se ha
empezado a develar, en desafío y desplazando los prejuicios “eurocéntricos” de las ciencias hu-
manas. Los argumentos avanzados de estos trabajos varían, y el objetivo de este ensayo es tanto
repasar esta literatura como apuntar las diferencias entre diversos “tipos” o “clases” de “anti-
Eurocentrismo”.

La aseveración que las ciencias sociales muestran un prejuicio profundamente eurocéntrico,


otorgando a la historia de Europa y/o al pensamiento europeo un privilegio injustificado, tiene una
larga historia.2 En los últimos 20 años, aproximadamente, intentos de redireccionar este prejuicio ha
recibido, hasta hoy en día, una atención sin paralelos en la literatura especialista, y hay ahora un
significativo y creciente corpus de trabajos que busca producir conocimiento que desafíe y escape a
este eurocentrismo. Los argumentos avanzados en estos trabajos varían, y el objetivo de este ensayo
es tanto repasar esta literatura como apuntar las diferencias entre diversos “tipos” o “clases” de “an-
ti-eurocentrismo”.

El registro histórico dominante sobre la emergencia del mundo moderno habla de un rápido cre-
cimiento económico y de transformaciones sociales y culturales que definen la modernidad, las cua-
les son vistas como emergentes primero en Europa, antes de difundido a otras partes del mundo a
través del comercio, asentamientos, emulación, conquista y colonialismo. Este registro (o versiones
de él) puede ser encontrado en la teoría social “clásica”, esto es, en los trabajos de aquellos pensado-
res, como Marx y Weber, quien trató de comprehender y explicar las transformaciones sociales ma-
sivas de sus propios tiempos tempranos. Es también posible encontrarlo hoy en versiones más mo-
dernas, en libros especialistas que exploran la emergencia de la economía moderna global. 3 La pre-
misa de tales escritos es que para narrar y entender nuestra modernidad se necesita hacer foco en
Europa, porque es allí donde emergió por primera vez la modernidad. El eurocentrismo no es un
prejuicio o un defecto, es sin embargo, para bien o para mal, simplemente cómo pasó la historia. De
acuerdo con David Landes, un “eurocéntrico” contemporáneo de referencia “como muestra el regis-
tro histórico, en los últimos dos mil años, Europa (Occidente) ha sido el principal motor de desarro-
llo y modernidad… algunos podrán decir que el eurocentrismo es malo para nosotros, de hecho ma-

1
Correspondencia a: Política, Goldsmiths, Universidad de Londres. E-mail: s.seth@gold.ac.uk.
2
Importantes trabajos tempranos incluyen a Eric Williams, Capitalism and slavery , y C.L.R. James, The Black Jaco-
bins.
3
Esto incluye a Landes, The Unbound Prometheus, y The Wealth and Poverty of Nations, y Eric Jones, The European
Miracle.
lo para el mundo, y por tanto debe ser evitado… En cuanto a mí, prefiero la verdad antes que los
buenos deseos.”4

Si el “registro histórico” muestra de hecho que Europa ha sido “donde sucede la acción”, enton-
ces también tiene sentido buscar las cualidades peculiares que tenía Europa que permitan explicar
por qué ocurrieron allí los cambios que configuraron el mundo. La ética protestante, un compromiso
singularmente Occidental (manifestado en la revolución científica), y las instituciones políticas y
económicas que eran conducentes a la innovación, son algunas dentro de un plétora de explicaciones
que han sido presentadas para explicar por qué los cambios sociales y económicos sucedieron en
Europa. Si el registro eurocéntrico es correcto, también tiene sentido preguntar por qué Asia, o Áfri-
ca, Fallaron en la generación de tales dinámicas – para tomar a Europa como la referencia y exami-
nar el mundo no-Occidental por ausencias, faltas, e impedimentos al cambio dinámico.

Una respuesta al eurocentrismo, entonces, sería mostrar que el “registro histórico” no es de he-
cho eurocéntrico, ofreciendo un registro histórico alternativo. Los primeros dos modos eruditos “an-
ti-eurocéntricos” que examino son precisamente de este tipo. Ambos son principalmente desafíos
empíricos, contraponiendo algunos hechos contra otros y haciendo declaraciones “duras” con preci-
sión y verdad, con el debate ocurriendo principalmente en el terreno de la historia económica. Tie-
nen un amplio rango de referencia histórica, y están erizados de hechos, cifras, y comparaciones. El
primero debate con fuerza y, a menudo, de forma polémica que el desarrollo del capitalismo y la
modernidad no es un relato de desarrollo endógeno en Europa, sino de interconexión estructural
entre las diferentes partes del mundo que antecedió largamente el ascenso de Europa y, más aún,
proveyeron las condiciones para ese ascenso. La segunda es comparativa, buscando mostrar que
partes del Este de Asia y Europa fueron a la par económicamente hasta el tardío siglo XVIII, que la
divergencia entre “el Oeste y el resto” sucedió mucho después que lo que estableció la narrativa
convencional, y debido a las exigencias históricas en vez de por algún atributo o cúmulo de atributos
excepcionales de Europa. Menos polémico que el primero, también está basado sobre conocimiento
especialista (usualmente de China).

Un tercer desafío al eurocentrismo es conceptual o teórico, más que empírico. La Peoría posco-
lonial comienza con la presunción que los registros empíricos alternativos, por importantes que fue-
sen, no son suficientes. El problema con el eurocentrismo no es solo que da a la historia europea un
status privilegiado en nuestro pensamiento, sino que también privilegia categorías de análisis que
surgen en esa historia, en un esfuerzo para entenderla; y esas categorías no siempre son herramientas
adecuadas para buscar entender el mundo no Occidental. Pero esto no es solo por la proveniencia
europea de las ciencias sociales, sino que éstas no siempre “viajan” bien cuando son tomadas para
aplicarse en algún otro lugar, sino también porque las ciencias sociales han sido una fuerza para la
constitución del mundo moderno las formas en las cuales viven muchas personas, y no solo una

4
Landes, The wealth and Poverty of Nations, xxi. Este argumento es la postura por defecto de aquellos que son cons-
cientes de la “carga” de Eurocentrismo y desean defenderse a sí mismos, y no está confinada a la historia económica.
Por ejemplo, de la disciplina de relaciones internacionales, ver Bull y Watson, “Introduction”, 2; y por una crítica a éste
ver Seth “Postcolonial theory and the critique of International Relations”.
forma de comprender ese mundo. “Constituyendo” y “comprendiendo” están aquí vinculadas, por-
que las categorías de la ciencia social funcionan mejor para explicar y entender, dónde ellas han
rehecho aquello que buscan entender. Es por eso que sus diferencias son fácilmente evidentes en
relación con el mundo no Occidental. De cualquier modo, el Occidente moderno no ha sido comple-
tamente rehecho, y por ello, este ensayo concluye sugirienfo que las categorías de la ciencia social
no están adecuadas incluso para comprender y explicar el Occidente moderno. Lo que comienza
como un argumento contra el eurocentrismo se expande hacia una expresión sobre las limitaciones
de las ciencias sociales cuando debe explicar todos los pasados y presentes, no solo los no Occiden-
tales.

Voy a examinar cada uno de estos tres desafíos al eurocentrismo por vez.

Conquista y Colonialismo

Desde que no hay disputa sobre que la Revolución Industrial pasó primero en Gran Bretaña, y
luego en otras partes de Europa, ha parecido razonable buscar las razones para ello en la historia
precedente de gran Bretaña (o Europa). Pero esto es pasar por alto o excluir la posibilidad que inclu-
so si un crecimiento económico rápido y sustentable ocurrió primero en Europa, esto pudo haber
sido por las relaciones económicas y de otros tipos con diferentes partes del mundo. Ampliando el
marco de referencia por fuera de Europa y mirando la “historia mundial”, 5 es crítico para el registro
histórico lo ofrecido por dos explicaciones anti-eurocéntricas muy influyentes, J.M. Blaut The Colo-
nizer’s Model of the World (1993) y Andre Gunder Frank ReOrient: Global Economy in the Asian
Age (1998).

Blaut argumenta que las diferencias económicas entre Europa, Asia y África no fueron muy
marcadas en el siglo XV. Las áreas económicamente más avanzadas, en cada uno de esos continen-
tes, como sus ciudades portuarias, habían mostrado signos de “protocapitalismo” (170). ¿Por qué,
entonces, empezó a adelantarse Europa después de eso? Esto ciertamente no se debió a ninguna “su-
perioridad mental, cultural o de medio ambiente Europeo” (51), porque “los europeos no tenían cua-
lidades especiales o ventajas, ningún materia aventuras, no tenían tecnología marítima peculiarmen-
te avanzada, etcétera” (181). La respuesta yace en cambio en las relaciones que Europa estaba for-
jando con otras partes del mundo. 1492, la fecha del “descubrimiento” de América, marca la línea
divisoria y la conquista y el colonialismo fueron las fuerzas motoras que explican por qué Europa se
adelantó, mientras otras partes del mundo no lo hacían – o de hecho, retrocedían bajo el impacto de
la explotación colonial Europea. La economía de Europa creció como resultado de “las riquezas y
despojos obtenidos en la conquista y la explotación colonial de América y, luego, de África y Asia”
(51). En resumen, el argumento de Blaut, desde el siglo XVI “tanto la significancia cuantitativa…
de la producción y comercio en áreas coloniales y semicoloniales, y la inmensa rentabilidad de la
5
Immanuel Wallerstein The Modern World System (1974) ya tenía tal argumento, sugiriendo que la emergencia del
capitalismo en Europa fue, en una parte significativa, un resultado de las relaciones económicas de Europa occidental
establecida con economías “periféricas”. De todos modos, la literatura que estamos repasando encuentra que el argu-
mento de Wallerstein es aún eurocéntrico, porque trata al resto del mundo como “periferia” incorporada a un sistema
emergente cuyo núcleo, desde el principio, fue Europa occidental.
iniciativa, que es la rápida acumulación capital que aportó… sumada a una fuerza vectora, fácilmen-
te capaz de cambiar el proceso de transformación económica en Europa de una perezosa evolución a
una rápida revolución” (193).

Como Blaut, Frank comienza no con Europa, sino con vínculos económicos globales los cuales
han estado existiendo por muchos siglos antes que el ascenso a la preeminencia de Europa. Asia fue
el eje de estos intercambios, mientras “las economías Europeas, incluso las atlánticas… no eran más
que secundarias en la economía del mundo” (333). De hecho, había muy pocos productos europeos
que encontraban mercado en Asia, hasta que el “descubrimiento” de América le dio a Europa un
acceso imprevisto a grandes cantidades de plata, las cuales sí tenían mercado en Asia, especialmente
en China. Esto, suplementado con los productos y ganancias de las plantaciones de esclavos en Bra-
sil, el Caribe y el sur Norteamericano, habilitó a Europa “para forzar la entrada en el comercio intra-
asiático” (281). El camino de Europa a la dominación fue uno extremadamente lento (Frank lo fecha
mucho más tarde que Blaut), porque la vitalidad de la economía global asiacéntrica significaba que
Europa avanzaba solo gradualmente por ser un jugador parcial en esa economía global para conver-
tirse en dominante dentro de ella: “Occidente primero se compró un asiento de tercera en el tren de
economía asiática, luego alquiló todo el vagón y solo en el siglo XIX pudo desplazar a los asiáticos
de la locomotra” (37). En torno al siglo XVIII, las economías asiáticas registraron signos de declina-
ción del mismo modo que Europa estaba comenzando a hacer rápidos progresos. Algún tiempo en
torno a 1815, sus caminos se “cruzaron”, con una ascendente Europa adelantándose a una declinante
Asia (283). Esto no solo tuvo lugar mucho más tarde de lo que lo tendría de acuerdo la narrativa
eurocéntrica, sino que tuvo lugar por muy diferentes razones: “Europa no se elevó por sus propios
medios y ciertamente no gracias a algún tipo de ‘excepcionalismo’ europeo de la racionalidad, las
instituciones, el emprendedurismo, tecnología… en cambio Europa usó su dinero Americano para
forzar su entrada y beneficiarse de la producción, mercados y comercio asiáticos, en una palabra,
para beneficiarse de la posición predominante de Asia en la economía mundial” (4-5).

Otros trabajos portan una semejanza familiar con aquellos discutidos arriba, incluyendo a John
Hobson The Eastern Origins of Western Civilisation (2004) y Jack Goody The East in the West
(1996). Estos libros también buscan demostrar que el comercio y la industria estaban floreciendo en
Asia en su tiempo cuando estaban relativamente subdesarrollados en Europa, y Hobson, como
Frank, arguye que desde el 500 DC (los comienzos de la economía global) hasta 1800, Oriente fue
más avanzado que Occidente. De cualquier modo, como los títulos de estos trabajos indican, ellos
buscan también volver problemática la idea que Oriente y Occidente, Europa y Asia fuesen identi-
dades transhistóricas y esencialistas. Hobson explica que el debate sobre el excepcionalismo o genio
occidental está mal interpretado, porque no hay un Occidente “autónomo” o prístino”; el occidente,
como lo llegamos a conocer, ha sido un “occidente oriental”, decisivamente formado por sus inter-
acciones extensivas y sus asimilaciones provenientes de civilizaciones no Occidentales. Goody ar-
guye que la gran civilización de Eurasia tuvo más en común entre sí que las diferencias fundamenta-
les que presumen los registros eurocéntricos: “que se requiere una comparación más cautelosa, no
un crudo contraste de este u oeste, el cual siempre gira a favor del último.”6

La Gran Divergencia

El segundo tipo de desafío a los registros históricos eurocéntricos es precisamente ésta. En vez
de repasar los contrastes entre “Este” y Oeste”, o “Europa” y “Asia”, lleva a cabo comparaciones
detalladas entre entidades difícilmente afines, específicamente, las regiones más económicamente
desarrolladas o “núcleo” de China (suplementado por material sobre Japón), y Europa occidental.
Esto presupone conocimiento especialista (incluyendo, por supuesto, habilidades lingüísticas), y los
dos importantes trabajos de este tipo son de historiadores de China – Roy Bin Wong China Trans-
formed: Historical Chnge and the Limits of the European Experience (1997), y el tan elogiado y
premiado libro de Kenneth Pomeranz, The Great Divergence: China, Europe, and the Making of the
Modern World Economy (2000).7 El método comparativo es acompañado por una innovación meto-
dológica: la comparación entre Asia y Europa no toma a Europa como la norma, con intención de
investigar cómo y por qué Asia fue diferente e inferior. Éste es, en cambio, genuinamente recíproco
– Pomeranz, por ejemplo, intenta “buscar ausencias, accidentes y obstáculos que desviaron a Ingla-
terra de la vía que pudo haberla hecho más como el Delta del Yangzi o Gujarat, junto con el ejerci-
cio más usual de buscar los obstáculos que evitaron que las áreas no europeas reprodujeran caminos
europeos implícitamente normalizados” (8).

El argumento – me concentro aquí sobre Pomeranz y paso por alto diferencias menores entre sus
arguentos y aquellos hechos por Wong – comienza buscando mostrar que hacia 1800, las regiones
más avanzadas de Europa (como Inglaterra) y China (el Delta del Yangzi) eran ampliamente simila-
res en lo económico. Pomeranz descubre que los factores normalmente vistos como contribuyendo a
la transformación económica de Europa (o de Inglaterra) – como mayor longevidad, mercados más
eficientes en capital y trabajo, y la seguridad de los derechos de propiedad – eran lo que las áreas
núcleo en China y Europa tenían en común, y las distinguió de las áreas menos desarrolladas en Eu-
ropa, China y otros sitios. Las regiones núcleo del Este de Asia y Europa, ambas presenciaron un
incremento de población que fue sustentada con una división de trabajo más avanzada, “protoindus-
trialización”, y una repartición más eficiente de recursos bajo competencia mercantil (Pomeranz,
107).8

De cualquier modo, ninguno fue sostenido por el rápido y autosustentable crecimiento que ocu-
rrió primero en Inglaterra y luego en otras partes de Europa occidental en el siglo XIX. Al contrario,
“tanto en Europa occidental y en Asia oriental había relativamente poco espacio restante hacia fines
del siglo XVIII para mayor crecimiento extensivo sin un cambio institucional significativo, nuevas

6
Goody, The Theft of History, 4.
7
Éstos han sido recientemente suplementados por las comarpaciones indias en la obra de Prasannan Parthasarathi Why
Europe Grew Rich and Asia Did Not: Global Economic Divergence, 1600-1850 (2011).
8
Wong encuentra similarmente que en el período temprano-moderno “China y Europa compartían importantes similitu-
des de expansión económica preindustrial basadas en dinámicas Smithianas. Éstas incluían mayores industrias rurales,
agriculturas más productivas y redes comerciales expandidas” (278).
tecnologías de economización de la tierra, y/o vastamente expandidas importaciones de mercancías
de producción intensiva en tierra” (212); porque “la producción de alimentos, fibras, combustibles y
suministros de construcción competían por la tierra cada vez más escasa” (207). La mayor constric-
ción, en otras palabras, era “ecológica – la tierra era finita y el incremento de los cultivos intensivos
en capital y mano de obra llevaron a estas regiones cerca de alcanzar el límite de cuánto podía ser
alcanzado. Pomeranz concluye que, “las partes económicamente desarrolladas del Viejo Mundo
[entiéndase en China y en Europa] todas parecen haberse dirigido a un callejón sin salida “protoin-
dustrial” común, en el cual incluso con un incremento sostenido de las inversiones de mano de obra,
la difusión de las mejores prácticas de producción, y con la creciente comercialización haciendo
posible una cada vez más eficiente división del trabajo, la producción solo se mantenía a penas por
delante del crecimiento poblacional” (206-207). Sin embargo, en el siglo XIX Gran Bretaña se lanzó
en un crecimiento autosustentable, para ser seguida pronto por otras regiones de Europa occidental.
¿Dónde yace la explicación de esta dramática desviación?

La respuesta de Pomeranz, en resumidas cuentas, es carbón y colonias. Gran Bretaña tenía depó-
sitos de carbón que estaban geográficamente cerca de las regiones económicamente desarrolladas
donde era requerido, y era relativamente de fácil y barato acceso para las tecnologías de la época.
China también tenía depósitos de carbón, pero estaban mayormente en el norte, lejos del económi-
camente avanzado delta del Yangzi. La importancia del carbón no fue meramente que fue lo que dio
energía a la revolución industrial, sino que, reemplazando la leña como fuente de calor y energía,
quitó presión de la que era la mayor restricción para la mayor expansión de las regiones más avan-
zadas: la tierra. Pomeranz cuantificó esto para estimar la “superficie fantasma”, la cantidad de tierra
que habría sido necesaria para proveer la misma cantidad de calor y energía que estaba siendo pro-
vista por el carbón a principios del siglo XIX, encontrando que igualaba o excedía la suma total de
tierra arable en Gran Bretaña.

Como Blaut y Frank, Pomeranz también otorga gran importancia al Nuevo Mundo, pero por al-
gunas razones diferentes. La conquista y comercio con el Nuevo Mundo fue vital de hecho, pero “no
tanto por la acumulación del capital (como explicaron algunos especialistas), sino porque sus recur-
sos ayudaron a Europa a salir de un camino ecológicamente constreñido, de desarrollo primario con
mano de obra intensiva (que compartía con China y Japón), hacia una vía mucho más transformado-
ra que usó prodigiosas cantidades tanto de energía como de tierra” (113). Leña, azúcar, café y té,
algodón y otros bienes, los cuales de ser cultivados en Gran Bretaña habrían requerido mucha más
tierra arable que la superficie total de Gran Bretaña, eran ahora importadas del Nuevo Mundo; y las
Colonias Americanas importaban bienes europeos los cuales ahora podían ser producidos en gran
volumen debido a que la tierra que habría sido usada para alimentar a la población y la leña que ha-
bría sido producida en ella para construcción y combustible, fue liberada para éstos otros usos. El
Nuevo Mundo y el comercio de esclavos “crearon un nuevo tipo de periferia, la cual habilitó a Eu-
ropa a intercambiar un volumen creciente de exportaciones manufacturadas por un creciente volu-
men de productos que demandaban tierra” (20). En resumen, la disponibilidad de carbón y recursos
provistos por el Nuevo Mundo, “ayudaron a Europa a salir de un camino ecológicamente constreñi-
do, de desarrollo primario con mano de obra intensiva (que compartía con China y Japón), hacia una
vía mucho más transformadora que usó prodigiosas cantidades tanto de energía como de tierra”
(113).

La contingencia y la suerte jugaron un gran rol en este registro de lo que es normal en explica-
ciones de transformaciones históricas de larga data. En la explicación de Pomeranz, las raíces de la
transformación económica de Europa no se encuentran en el pasado distante, sean la lenta madura-
ción de rasgos institucionales, ideológicos o culturales para el crecimiento económico (y su falta en
el mundo no Occidental), o incluso en un largo proceso de explotación de otros, comenzando en
1492. La “gran divergencia” entre Occidente y el resto es hallada como el “resultado de importantes
y marcadas discontinuidades” (13), o en palabras de un crítico “tarde y con suerte”.9

Pomeranz y Wong son metodológicamente innovadores – sus registros anti-eurocéntricos son


tratadas en parte por comparaciones que son recíprocas y no toman a Europa como la norma – pero
están menos interesadas en problemas conceptuales o teóricos. Pomeranz muestra impaciencia con
esas preguntas “posmodernas” (8). Wong está más abierto a la posibilidad que los conceptos y las
categorías que usamos para realizar comparaciones pueden ser ellas mismas europeas y no totalmen-
te aptos para entender las sociedades no europeas. “Las inquietudes posmodernas” acerca de las ca-
tegorías de nuestra explicación son, concede, “reales”. De todos modos, tal reflexividad no es perse-
guida: “a diferencia de muchos cuyo rechazo posmoderno del proyecto modernista acepta relativis-
mo extremo”, escribe, “abogo por la importancia de los esfuerzos continuados para expandir las
capacidades de la teoría social a través de una bajada a tierra más sistemática en múltiples experien-
cias históricas” (293). Para ambos autores, una atención excesiva a la reflectividad solo puede guiar
a la parálisis y el abandono de todo esfuerzo por explicar.

Teoría Postcolonial

En contraste, una de las características definitorias de la teoría poscolonial – a menos, del tipo
que considero aquí10 - es que es “reflexiva”. Por esto quiero decir que los trabajos de esta naturaleza
están tan interesados en las categorías a través de las cuales son creadas las explicaciones y narrati-
vas, como lo están de la producción de estas explicaciones y narrativas. El poscolonialismo asume
que incluso luego que los prejuicios de la ciencia social son corregidos (tales como la innovación
metodológica de los especialistas discusivos arriba), quedan problemas de las políticas del conoci-
miento, precisamente porque las categorías de las ciencias sociales son el producto de una historia
europea, y no están necesariamente adecuados a todas las fechas y períodos. Para decirlo de otro
modo – puede no ser solo el “contenido” de las ciencias sociales (las explicaciones que ofrecen, las
narrativas que construyen) que es formado por su genealogía europea, sino que también la misma

9
Bryant, “The West and the Rest Revisited: Debating Capitalist Origins, European Colonialism, and the advent of Mo-
dernity”, 410.
10
Los trabajos de Gayatri Spivak y Homi Bhabha, por ejemplo, son importantes para la teoría poscolonial, pero ellos no
hablan directamente de los problemas que estoy considerando aquí.
“forma” (los conceptos a través de los cuales las explicaciones se vuelven posibles – incluyendo la
idea de qué cuenta como explicación).

Los trabajos de Dipesh Chakrabarty, Walter Mignolo, Timothy Mitchell y otros, comienzan por
la premisa que no solo los registros dominantes ofrecidos por las ciencias sociales, sino que los pro-
pios conceptos a través de los cuales tales registros son moldeados, tienen genealogías “los cuales
están profundamente dentro de las tradiciones intelectuales e incluso teológicas de Europa”.11 Esto
no necesariamente significa que son “simplemente” europeos y por eso localistas, pero sí requiere
que los especielistas se mantengan alertas a la posibilidad que las categorías analíticas en las cuales
las ciencias sociales presumen ser universales – tierra, trabajo y capital, estado, individuo, sociedad
civil, etc. – pueden de hecho no trascender la historia europea de la que se originan. La tarea antes
de un esfuerzo anti-eurocéntrico – o la tarea de “provincializar Europa”, en el título de un influyente
libro de Chakrabarty – es “explorar las capacidades y limitaciones de ciertas categorías sociales y
políticas europeas… en el contexto de mundos vitales no-europeos.”12

¿Qué significa esto? Déjenme tomar como ejemplo las categorías que despliega un historiador
económico, como “tierra”, “trabajo”, “capital” y “producción”. El historiador económico es cons-
ciente que estos términos/conceptos solo llegan a ser usados en sus sentidos actuales con la emer-
gencia de la economía política en Europa, pero asume que los objetos y relaciones que designan
existieron en todos lugares y tiempos, y por ello usar estos términos analíticos pueden iluminar los
pasados (y presentes) de toda la gente - incluso aquellos quienes no siempre tuvieron palabras para
estas cosas. El teórico poscolonial disputaría eso. Ella o él podría no negar que las categorías de la
economía política, como tierra, trabajo y capital pueden ser usadas para iluminar los pasados y pre-
sentes de sociedades no europeas. Pero insistiría que la economía política y las categorías que des-
pliega tienen algo “particular” (en vez de universal) que es inherente a ellas, y por eso diría que apli-
car estas categorías en contextos no europeos es trabarse en un acto de traducción, no simplemente
uno de descripción neutral. En el único encuentro directo (del que soy consciente) entre los especia-
listas poscoloniales y los trabajos que repasamos en la sección previa, Chakrabarty provee una dis-
cusión apreciativa, pero también crítica, del libro de Pomeranz. Haciendo eso, el contesta la idea que
“el desecho de todo pensamiento particularista ha sido quitado” de la economía política (30), y toma
como ejemplo la categoría de “tierra”. Cuando en los siglos XVIII y XIX los europeos invadieron
Australia, ellos solían ver la tierra como un bien económico. Pero para los habitantes originarios de
Australia, “una categoría de ‘tierra’ reificada, objetivada y abstracta, simplemente no habría tenido
sentido para ellos. Sin embargo, la colonización europea procedió con la base de una imaginación
que dio por sentada la categoría política-económica de ‘tierra’. Eventualmente, los aborígenes tuvie-
ron que lidiar con esta categoría cuando tuvieron que hacer reclamos de ‘tierra’ en el tiempo.”13 Es
posible escribir historias de “economías” de establecimientos indígenas, de lo que producían, inter-

11
Chakrbarty, Provincializing Europe (2000). Otros trabajos incluyen Walter Mignolo, The Darker Side of the Reinas-
sance (2003, segunda edición); Timothy Mitchel, Colonizing Egypt (1988) y Rule of Experts (2002); Seth, Subject Les-
sons (2007).
12
Chakrabarty, Provincializing Europe, 20.
13
Chkrabarty, Dipesh, “Can political economy be postcolonial? A note’, 31.
cambiaban y regalaban, tanto antes como después de la llegada del hombre blanco. Estos son útiles,
sin duda, pero al tratar la “tierra” como si fuese una categoría abstracta y reificada, tales registros se
traban en un acto de traducción, y a pesar de sus beneficios, también hay algo que falla al ser tradu-
cido, que de hecho se pierde – en este caso, la relación de muchas personas indígenas con la tierra
como una fuente de vida y significado, y no como una “inversión” o un bien económico.

Argumentos de naturaleza similar habían sido hechos incluso para las categorías más “naturales”
y aparentemente menos controversiales. Algunos especialistas poscoloniales han argumentado que
la distinción entre “naturaleza” y “sociedad” no es un hecho normal en el mundo, sino una distinción
que solo se vuelve significativa, en su forma actual, en un punto particular en la historia de Occiden-
te, cuando empleamos esa distinción para entender los mundos de aquellos que no hacen esa distin-
ción por ellos mismos, estamos traduciendo.14 He discutido que la idea de sujeto humano, poseedor
de autonomía, interioridad y voluntad, no es algo que se traduzca bien a la India colonial del siglo
XIX, como revelan inconscientemente los debates en torno a la educación occidental y el conoci-
miento occidental en la India del siglo XIX.15 Incluso la propia distinción entre lo “real” y la “repre-
sentación”, que apuntala las concepciones modernas de conocimiento – donde un sujeto representa,
mapea, interpreta o reproduce, en palabras o imágenes, un mundo externo – no es, como ha propues-
to Timothy Mitchell, algo dado, no es la “natural” e inevitable forma que toma el conocimiento, sino
que es “una práctica histórica particular…”.16

Tales argumentos pueden provocar ira y a veces llevan a la carga de tales expresiones sobre el
“relativismo” lisiante que abandona toda aspiración de comprender y explicar. Pero los trabajos que
me estoy refiriendo son mayormente historias, buscan producir conocimiento, pero al hacerlo, ellos
son sensibles a las genealogías y los límites de sus categorías (incluyendo la categoría maestra de
historia en sí misma17). Ellos no hacen esto en orden de hacer que la ciencia social sea imposible,
son para mantenerse alertas a lo que es pasado por alto, perdido o mal traducido. Los teóricos posco-
loniales por esto no son hostiles a los registros de aquellos especialistas quienes desafían el eurocen-
trismo proveyendo un registro alternativo al dominante o “standard” de cómo el capitalismo y la
modernidad comenzaron a existir. Pueden aceptar tales argumentos. Pero sus propios argumentos
están en la tangente de éstos.

Conclusión

Si, como algunos han argumentado, hay una tendencia general hacia la homogeneización o hacia
la Mcdonalización del mundo, entonces parecería que ser anti-eurocéntrico es de poca o nula rele-
vancia contemporánea. Pero incluso si las historias alternativas de anti-eurocéntricos son correctas,
ahora (o si no ahora, pronto), China, India y gran parte del mundo son o serán capitalistas y moder-

14
Ver Seth, “Once Was Blind but now can see: Modernity and the Social Sciences”, y Mitchell, Rule of Experts. Tales
argumentos se deben a los trabajos de Bruno Latour, ver especialmente We Have Never Been Modern, y también Politics
of Nature.
15
Seth, Subject Lessons.
16
Mitchell, Colonizing Egypt, 173.
17
Ver Seth, “Reason or Reasoning? Clio or Siva?”.
nas. Por la misma lógica, incluso si los especialistas poscoloniales están en lo cierto en insistir que
las categorías de las ciencias sociales son fruto del Occidente moderno, al grado que todo el mundo
comienza a parecerse al Occidente moderno, estas categorías están – o serán pronto - completamente
adecuadas a sus objetos no occidentales. Concluiré considerando esta posibilidad, y debatiendo con
ella, haciendo una distinción final entre los dos modos historizantes de anti-eurocentrismo de un
lado, y el poscolonialismo por el otro.

Implícitamente y a veces explícito, en las explicaciones de Pomeranz y Wong se encuentra la


idea que hay múltiples vías a la modernidad, en vez de una sola vía. Porque si la industrialización y
el rápido crecimiento económico en Europa tomaron lugar por factores contingentes más que por ser
resultado de alguna necesidad intrínseca, entonces las diferentes contingencias pueden guiar a otras
sociedades a un crecimiento económico y a lo moderno a través de diferentes caminos. Como lo
explica Wong “la Teoría Social debe tomar en serio la tarea de ir más allá de las teologías fallidas
que enraízan en visiones del siglo XIX, hacia una consideración razonada de las múltiples vías hacia
y desde el presente” (288). Aquí, el argumento se une a aquél de los especialistas que han estado
instando que pensemos a la modernidad en modos más complejos, no como un único estado de si-
tuación alcanzado a través de una sola vía, sino en términos de “alternativa” o “múltiples” moder-
nindades.18 En tal entendimiento, “volverse moderno” no solo significa que en todos lados se vuelva
igual en lo esencial: “si la transición a la modernidad es como el ascenso de una nueva cultura…
[entonces] el punto de inicio dejará su impresión en el producto final … las transiciones de lo que
podemos reconocer como modernidad, tomando lugar en diferentes civilizaciones, producirán dife-
rentes resultados que reflejen sus comienzos divergentes… nuevas diferencias emergerán de las vie-
jas. Así, en vez de hablar de modernidad en singular, deberíamos mejor habar de ‘modernidades
alternativas’.”19 Creo que esta es una forma útil de pensar sobre nuestro presente, porque explica
tanto por qué (digamos) China e India son parte de lo moderno, y por qué sin embargo son muy di-
ferentes de Europa en muchas vías significativas. Y si esto es así, entonces los diferentes pasados
que lideraban a diferentes presentes están lejos de ser intereses solo de anticuarios – pueden ayudar-
nos ampliamente a ayudarnos a comprender las diferencias significativas entre sociedades que eran
similares de otra forma, en lo que son capitalistas y modernos.

Los teóricos poscoloniales aceptarán el argumento de arriba, pero añadirán otro, y concluiré este
ensayo con un breve boceto de este argumento. Nuestra concepción de la relación entre conocimien-
to y sus objetos es una de externalidad, una donde un sujeto “representa”, “interpreta”, “captura” y
“retrata” objetos, mientras más precisa la representación o retrato, más merece ser tenida en cuenta
como precisa o como verdadero conocimiento. Pero, como mencionamos antes, los teóricos posco-
loniales argumentan que esto, también, es una concepción Occidental y, en su mayoría, moderna. De
hecho, el conocimiento no solo ofrece saber de un mundo externo a él a través de la representación
de este mundo, también lo constituye, y el pensamiento moderno Occidental, del cual las ciencias
naturales y sociales son expresiones formalizadas, han sido constitutivas de modernidad, en vez de

18
Ver, por ejemplo, Eisenstadt (ed.), Multiple Modernities, y Gaonkar (ed.), Alternative Modernities.
19
Taylor, “Two Theories of Modernity”, 161-162.
ser simplemente la aprehensión de ella. Los conocimientos que nosotros los modernos hemos pro-
ducido no solo han descrito y explicado los cambios que han traído al mundo moderno a la existen-
cia. Han sido una fuerza en la realización de estos cambios, y precisamente al grado en qué lo han
hecho, son capaces de tomar el rol de reflejar y representar el mundo que han ayudado a producir.
Fuera de Europa, estos conceptos/categorías, incrustados en y con vida por las instituciones y prácti-
cas de la gobernabilidad colonial, sistemas legales, los censos y la escolarización colonial, a veces
sirvieron para diseminar y “hacer real” lo que ellas (erróneamente) asumidas como rasgos universa-
les de todos los mundos humanos y sociales. Esto es por qué a pesar de su genealogía europea, las
ciencias sociales no son “meramente” europeas, sino que pueden decirnos cosas acerca de todas par-
tes del mundo.

Pero solo parcialmente, porque estos conocimientos y los procesos históricos de industrializa-
ción y capitalismo, a las cuales están cercanamente asociadas, no han rehecho completamente el
mundo no Occidental. Más aún, mientras las fallas del conocimiento moderno reflejando o mapean-
do un mundo que no ha (re)hecho completamente son, obviamente, más evidentes en lo que no es
Occidente, tales fallas también son evidentes en Occidente. La Modernidad y los conocimientos de
los cuales ésta es causa y efecto no pueden y no han borrado o transformado completamente otras
formas de saber y de ser, incluso en Occidente. Por ejemplo, las ciencias sociales y naturales tratan
al mundo como diviso entre “naturaleza” que es el dominio de leyes impersonales, y una sociedad
que es el dominio de los propósitos y significados humanos, y tratan a dioses y espíritus como pro-
ductos de los deseos y miedos. Esto corresponde con algunas de las vías en las cuales el mundo ha
sido rehecho, y como es experimentado y vivido ahora. Pero esto solo corresponde a algunas de es-
tas vías. Hay aún gran número de personas, en Occidente como fuera de él, para quienes la naturale-
za no está desencantada y/o quien atribuye agencia a dioses y espíritus. Para ignorar e invalidar sus
entendimientos, por ejemplo, dejándolos como una “proyección” errada o como “alienación”, algu-
nas veces ayuda a poner en primer plano ciertas cosas que podemos dejar de ver de otro modo, vol-
viéndolas explicables. Pero tal puesta en primer plano trabaja empujando otras cosas hacia el fondo,
y por ello el conocimiento producido a través de las ciencias sociales solo es parcial y desde una
sola perspectiva.

Así, la teoría poscolonial, a pesar de comenzar examinando críticamente las pretenciones univer-
salistas de las ciencias sociales en relación a los pasados y presentes no occidentales, se conduce a
hacer más que desafiar al eurocentrismo. Y esto puede probarse como la más importante diferencia
entre los dos modos de eurocentrismo, el historizante y el poscolonial – donde la primera asume que
las ciencias sociales pueden (ser hechas para) ser aplicables en cualquier lugar, y la teoría poscolo-
nial propone que nunca serán completamente adecuadas a ningún lugar.

Breve Biografía
Sanjay Seth es un profesor de política en Goldsmith, Universidad de Londres, donde también es
Director del Centro para Estudios Poscoloniales. Él ha escrito extensivamente de teoría poscolonial,
teoría social y política, y la historia moderna de India, incluyendo Subject Lessons: The Western
Education of Colonial India (Duke UP 2007 y OUP India 2008) y (como editor) Poscolonial Theory
and International Relations: A Critical Introduction (Routledge 2013). Él es un fundador y coeditor
del jornal Poscolonial Studies (1998-presente).

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