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SITUACIÓN DE LOS LÍDERES SOCIALES EN COLOMBIA

JUAN JOSE PALOMINO PALACIO


Casi en cualquier punto del mapa de Colombia han ocurrido atroces episodios de
violencia en los que perdió la vida un líder social. En Santa Marta silenciaron a una
víctima de desplazamiento que recién había recuperado sus tierras. En Cauca
debilitaron la lucha contra los sembrados de coca. En el Valle sacaron del camino
a un defensor que hacía los esfuerzos anticorrupción, y en el Catatumbo callaron a
un líder político. El país no había terminado de asimilar la arremetida y agregar las
nuevas víctimas en el registro de 400 que lleva la Fiscalía desde 2016 –sumando
datos de ONU, Defensoría, Marcha Patriótica y Cumbre Agraria– cuando estalló
otro caso: un grupo armado les arrebató la tranquilidad a los habitantes de El
Salado (Bolívar). Aunque la misma escena se repite desde hace tres años, el
Estado sigue sin poder evitarlo. Los líderes se sienten atados de pies y manos.
Peor aún, sienten que no hay antídoto y que su situación empeorará de cara a las
elecciones regionales. Los asesinatos aumentan, las denuncias no tienen eco, y la
‘institucionalitis’ tiene embolatadas las promesas de una política pública que de
una vez por todas pare el desangre. Mientras ese día llega, como termómetro,
siete líderes murieron asesinados en las primeras dos semanas de 2019.

Entre los grupos de víctimas identificados por las autoridades hay abogados de
derechos humanos, lideres LGBTI, afrodescendientes, políticos, sindicales
campesinos e indígenas. pero las juntas de acción comunal, de acuerdo con cifras
de la ONU, han puesto más del 50 por ciento. Algo preocupante, pues 7 millones
de colombianos actualmente están vinculados a una de ellas. Precisamente, el
fiscal Néstor Humberto Martínez reconoció el pasado viernes que los crímenes
responden a una sistematicidad en dos vías: una por el tipo de organizaciones
criminales y otra por el perfil de quienes más mueren. Muchos en los territorios
aceptaron la idea de participar en las juntas de acción comunal tras la salida de las
Farc, pero no imaginaban que el Estado quedaría en deuda a la hora de recuperar
el control, ofrecerle seguridad y un continuo tránsito a la legalidad.
¿QUÉ ESTÁ FALLANDO?
Los líderes pierden la cuenta cuando piensan en la cantidad de entidades a las
que pueden recurrir para hacer valer sus derechos. Últimamente les hablaron de la
Comisión de Garantías, que el presidente no convoca desde hace más de seis
meses. La llegada de Iván Duque borró el rastro de buena parte de las políticas
que Juan Manuel Santos había dejado firmadas. “Estamos tratando de armonizar
las acciones para dar resultados concretos en el territorio”, le dijo a esta revista la
ministra del Interior.
El Gobierno ha insistido en que dará continuidad a las políticas tras el lanzamiento
del Plan de Acción Oportuna (PAO), que él mismo lanzó para encarar la situación,
pero las comunidades que venían esperando el aterrizaje de programas piloto
como Guapi, Alto Mira y Frontera, Parra y San José de Uré no lo tienen claro. De
hecho, muchos no ven con buenos ojos que precisamente un militar retirado esté
al frente de la gerencia. A grandes rasgos, los seis decretos que firmó el
expresidente antes de abandonar el cargo buscaban, entre otras cosas, definir las
políticas de protección colectivas, definir el marco general de prevención,
fortalecer las alertas tempranas y darles dientes a los gobiernos regionales y
locales para que ejecuten acciones oportunas.

A PESAR DE QUE 44 DE LOS 176 CASOS DE LÍDERES ASESINADOS, EN


LOS QUE AVANZA LA FISCALÍA, APUNTAN A MÓVILES PARTICULARES,
ESA CIFRA ES UNA EXCEPCIÓN Y NO LA REGLA. LAS MUERTES
AUMENTAN MIENTRAS LAS AUTORIDADES SE QUEDAN CORTAS Y LAS
VÍCTIMAS RECLAMAN PROTECCIÓN.

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