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EL PRÍNCIPE Y LA LAVANDERA

LA ENCARNACIÓN

Gabriel: (Se ha de disponer un comedor, música de fondo que ayude a ambientar)el ángel
madrugador, fue el primero en extrañarse.
- ¿Tan tarde, y ninguno de los Tres aparece?
Pero, pensándolo bien, creyó que nada tenía que ver con eso; que, a fin de cuentas, Dios es Dios y
puede desayunar a las horas que le apetezca.
Narrador: Hacen su entrada los demás actores Los otros fueron llegando a medida que los primeros
rayos de sol entraban por el enorme ventanal y las melodías de los ángeles cantores los
despertaban: primero, Adán; después, Amós acompañado por su gran amigo, el ángel luchador;
Oseas, descalzo, como siempre; el Jonás con aquellas barbas que se negaba a afeitar… Poco a poco
fueron llegando todos y llenando de charlas y risas aquella enorme sala de la corte celestial.
Todos charlaban menos Serafín.
Gabriel: Empiezo a sentirme culpable – le dijo al oído a Adán, que leía el periódico a su lado –, tal
vez haya tocado las campanas con poca fuerza y Ellos no las han oído. ¿Crees que debo ir a ver?
El hecho es que Ellos no llegaban y poco a poco la extrañeza de su demora se fue extendiendo por
la sala y haciendo crecer un bullir de suposiciones.
Jonás: –dramático como siempre- se levantó de un salto. Ya no aguanto más. Sin Ellos no Hay cielo.
¡Alguien tiene que ir a ver lo que está pasando! ¡No me sentía así de nervioso desde aquellos tres
días que estuve en el vientre de la ballena!

Alboroto en la corte celestial


Aún estaba hablando cuando se oyeron voces animadas que se aproximaban. Eran los Tres.
Aparecieron alegres en la puerta, con aquellas sonrisas misteriosas que siempre anteceden a las
grandes noticias. Todos se callaron de inmediato.
Padre: Dios Padre tomó la palabra, Hemos estado reunidos toda la noche y ya está decidido. ¡Va a
ser ahora!
Se hizo un gran silencio de perplejidad en la sala.
Todos: ¿Qué es lo que va a ser ahora? –preguntaban todos por lo bajo, sin entender nada.
Padre: ¿Habéis reparado en cómo está el mundo? Es un lugar fantástico, ¿verdad? ¡Tantos hombres
y mujeres! ¡Y tan diferentes unos de otros! Unos blancos y otros negros; unos vestidos con túnicas
y otros con pantalones vaqueros; unos trabajando y otros descansando; unos llorando y otros
riendo; unos amando y otros mirando… ¡Y cada uno con su nombre e intentando ser feliz! Nos
hemos conmovido y hemos decidido que éste es el momento oportuno.

Nadie entendía nada, pero ninguno se atrevía a hablar.


Fue Adán quien lo hizo, tal vez por sentirse aludido por las referencias a la ropa.
Señor, en nombre de todos te pido disculpas, pero creo que nadie está entendiendo con exactitud
lo que estás diciendo. ¿Qué es lo que va a ser ahora? ¿Exactamente, qué?
Padre: Cierto, estamos tan entusiasmados que ni siquiera nos explicamos bien. Hemos decidido
apostar fuerte por los hombres, algo impensable, que a todos os va a sorprender y que conseguirá
que la humanidad vuelva a Nosotros.

Amos: ¡Ya era hora! Ya era hora de poner orden en esa confusión. En lo que a mí respecta, hace ya
mucho tiempo que habría enviado un cataclismo. ¡Sin un buen castigo nadie aprende! No hay nada
como unos buenos truenos o un diluvio o unos desprendimientos de tierra para que las personas se
arrepientan de sus pecados. Disculpad mi atrevimiento pero, por mí, si fuese Dios, hace ya mucho
tiempo que les habría mostrado mi ira. Por desgracia, hay que portarse así con ellos. La verdad es
esta: los seres humanos lo han corrompido todo.

Hijo: Amós, Amós –dijo lleno de paciencia-, ¡no has entendido nada! ¡Lo que vamos a hacer ya
estaba previsto antes de que naciera Adán! No es un remiendo. Claro que no todo está bien en el
mundo, pero cuando comenzamos la creación ya sabíamos que no iba a ser todo perfecto, y aun
sabiendo eso, decidimos crear. Hay guerras e injusticias, pero también hay muchas cosas buenas.
Oseas: ¿Y puede saberse qué paso es ese?
Hijo: Decidimos… - muy solemnemente-, ¡decidimos que yo iré a vivir con los hombres! ¿No es
fantástico?

La lección

Narrador: Todo quedó como paralizado en aquel momento. Los ojos de los habitantes de la corte
celestial estaban fijos en los Tres. Se hizo un enorme silencio lleno de asombro. El ángel Gabriel, con
el susto, no consiguió controlar un rápido movimiento reflejo del ala izquierda, que, al chocar con
un jarro, hizo derramar leche por todo el suelo.
Gabriel: Disculpa, Señor –dijo muy turbado-, no me esperaba una cosa así. ¿Has dicho irte a vivir a
la Tierra? ¿Esa es tu idea?
Espíritu Santo: Sí, y estamos los Tres completamente comprometidos en esto. La idea es de los Tres
y desde siempre, pero no podía ejecutarse hasta ahora. Muy lentamente los hombres han ido
madurando y ahora ya están preparados para esta demostración de amor. Yo mismo abriré sus
corazones y entenderán lo que es el amor. Aprenderán a amar de nosotros, personalmente. ¡Se
aprende más con los hechos que con las palabras!
Amós: repuso sorprendido- ¿Amar? que no había quedado nada satisfecho-. ¡Yo pensaba que
vuestra misión era la salvación, nunca pensé que fueran los sentimientos!
Espíritu Santo ¿Llevas tanto tiempo aquí y aún no lo has entendido? -. ¡Sólo el amor salva! Amar y
salvar no son dos cosas diferentes, son una misma cosa. La única lección que necesitan aprender los
hombres es a amar. Su única misión es esa: amar. ¡Cuando sepan amar estarán salvados!
¿Para qué más rodeos si podemos ir directamente al grano? “Piénsalo bien, ¡cuando ellos vean el
Amor en persona y lo abracen estarán salvados! Claro que no podíamos hacer esto justo al principio,
pues no estaban preparados para aceptarlo. Ahora es el momento oportuno. Cuando puedan
conocer al Hijo,, estar con Él, oírlo hablar, verlo amar, aprenderán a amar y estarán salvados.

La proximidad

Oseas Por lo que a mí toca –con los ojos brillantes-, tenéis todo mi apoyo. Confieso que no me lo
esperaba. Claro, ninguno de nosotros se imaginaba algo semejante. Pero tenéis todo mi apoyo.
Además me acuerdo de haber hablado muchas veces de amor a mi pueblo. Fui incluso muy criticado
a causa de eso, por comparar a Dios con un amante. El Hijo va a bajar allá abajo, disfrazado de
hombre. Lo encuentro una idea estupenda.
Hijo -.¡Oseas! –¿”Disfrazado”? ¡De ninguna manera! Seré hombre. Claro, Señor, dos piernas, dos
brazos y una cabeza y todos pensarán que eres un ser humano de verdad. No “disfrazado”, ¿claro?.
Oseas: Será como si realmente fueses hombre.
El Hijo: no “como si fuese”, seré un ser humano por completo.
Oseas: ¿Un hombre? ¿Cómo? No vas a nacer, no vas a morir, claro está.
Hijo: Naceré, moriré y creceré.
Oseas: A veces hace mucho frío allí abajo, Señor. No es como aquí, en el Cielo…
Hijo: Lo sé. Hiela y hasta se congela… el corazón, y a veces la comida no llega.
Oseas: ¿También vais a comer?
El Hijo dice ¡Pues claro! Voy a comer, a caminar, a sentir el frío en mis pies descalzos y el calor del
sol de verano en mi espalda. Voy a aprender y tendré que ir descubriendo las cosas. Oiré y hablaré.
Haré preguntas y a veces no tendré respuestas. Tendré que caminar para ir de aquí para allá.
Jonás no aguantó más. No sabes en dónde te vas a meter, Señor. ¡Lo de allá abajo es una selva!
Todavía me echo a temblar sólo de pensar en Nínive… La gente muchas veces sufre mucho. Y ya no
sólo el frío o el calor, sino la incomprensión de los demás. E incluso la soledad. Disculpa, pero no es
ambiente para ti. ¿No sería más sensato… -disculpa mi atrevimiento-, no sería más sensato que
fueras allí con apariencia humana, que te adaptares a todo, que hicieras lo que tienes que hacer y
después te volvieras para acá?
Hijo: ¡”Apariencia humana”? Esa es la mayor tentación que padecen los hombres, la tentación de
“darse sin darse”, jugar al amor sin comprometerse. Tocar sin dejarse afectar, sin perder sus
seguridades. Los hombres quieren tener siempre abierta una vía de escape. Entonces se dan, pero
no del todo. Quieren experimentar la sensación de amar sin ningún riesgo personal. Y entonces se
dicen unos a otros: “Te quiero mucho, pero no estoy preparado para asumir ningún compromiso,
ya tengo muchos problemas en mi vida”. ¡Eso es lo que insinuabas cuando sugerías que fuese allá
abajo disfrazado de hombre! Pero ya ves que yo nunca podría hacer una cosa así.
Jonás: –insistió con cierta solemnidad Señor, ciertamente vuestros pensamientos y vuestras
decisiones son insondables - , ¡pero francamente todo esto me parece una exageración! Ante todo
seamos prácticos. Los seres humanos necesitan quien les aconseje. Id allá abajo a darles unas
buenas orientaciones. Los hombres precisan ayudas concretas: proporcionádselas. Pero,
francamente, eso de ser hombre me parece arriesgado e innecesario.
Hijo Jonás – lleno de paciencia- , ésa es precisamente la segunda tentación de los hombres que se
esfuerzan por seguir el bien, la tentación de “hacer las cosas en vez de estar”. Piensan que el amor
se puede trocar por hacer cosas, no entienden que consiste, sobretodo, en hacerse presente. Se
dicen los unos a los otros: “Te di una hora de mi tiempo, ¿ves cómo te amo?”. Pero el amor no
consiste en horas, en cánticos, ni en vestidos, ni en sonrisas, ni en reuniones, ni en nada que se
pueda hacer desde fuera. El amor consiste en darse a sí mismo.
Coro de Ángeles: Cantan

¡Ésta es la voz de mi amado!


¡He ahí que viene,
saltando por los montes,
brincando sobre los oteros!
Mi amado es como una gacela
y como un cervatillo.
Está detrás de nuestros muros,
espiando por las celosías (Cantar 2, 8-10).

Adán: Señor –dijo, volviéndose al Hijo-, veo que obviamente queréis el bien de los hombres. Tamaña
entrega no puede significar otra cosa. Lo que me parece cuestionable, con el debido respeto, es que
esto sea bueno para los seres humanos. Hay una línea, Señor, una línea que nos permite que no
todo sea relativo. Por debajo de ella están los pájaros, los árboles, las montañas y los hombres. En
fin… la creación. Por encima de esta línea está Dios. Debajo existe el tiempo. Arriba, la eternidad.
Abajo, lo que es finito. En lo alto, lo infinito. En lo inferior todo es relativo. En lo superior, todo
absoluto. Esta línea marca una distancia infranqueable y permite que las cosas no se mezclen.
“Ahora bien, si os he entendido bien, vuestro proyecto lo confunde todo.
Hijo: En cierta medida mi querido Adán, sólo que no has entendido el porqué. Es por amor. El amor
no soporta distancias ni jerarquías.
Adán: Señor, pero si quiebras esa línea estarás sujeto a todo lo que es relativo. No pienses que las
multitudes correrán a servirte. Aquí, sí, aquí en el cielo, nos llenamos de respeto cuando os vemos
pasar. Allá abajo, no, allá impera la ley del más fuerte. Allá abajo puede suceder cualquier cosa.
Hasta la muerte. ¿En qué posición quedarás después? Perderás tu condición de superior y ya no
podrás salvar.
Hijo: En eso sí que te equivocas. Nadie salva desde arriba, desde la superioridad. Los hombres
tendrán que aprender a verme de arriba abajo. Tal vez no estén aún preparados para que les lave
los pies, pero llegará un día en que lo entenderán.
Ésta es la tercera tentación de los hombres: “Te amo, pero no se lo digas a nadie. Mi imagen
quedaría dañada”. O “Déjame hacerte el bien, pero no me obligues a ir a tu casa, no me siento bien
en ese tipo de barrios. Pero amar es aceptar perder para que el otro pueda ganar. Amar es quebrar
la línea que nos mantiene siempre por encima, en nuestra autosuficiencia.
Adán: ¿Qué harás si los hombres no te aceptan? ¿Ya has pensado esa posibilidad?
Hijo: He pensado en amar hasta el fin, me lleve donde me lleve. Ésa es la línea que quiero trazar,
¿comprendes?, la línea del amor. Claro que esto rompe con las jerarquías. Cuando se ama, se deja
de estar por encima.
Adán: Señor, ¿y si eso te lleva hasta la muerte? ¿Te imaginas simplemente la posibilidad de que te
puedan matar? ¿Y Tú, que eres Dios, qué harás?
Hijo: Sólo sé que quiero una cosa: ser fiel hasta el final.
Adán: ¿Hasta la muerte?
Hijo: Hasta la muerte –dijo el Hijo, mirando al Padre, mientras el Espíritu posaba suavemente la
cabeza en su pecho.

Coro de ángeles: “Hasta la muerte”… Al oír esto el ángel cantor no aguantó más y voló de nuevo en
torno al Hijo entonando:
Ponme como un sello sobre tu corazón,
como un tatuaje en tus brazos.
Porque el amor es fuerte como la muerte,
¡violenta la pasión como la tumba!
Las muchas aguas no podrán extinguir el amor,
ni los ríos sumergirlo (Cantar 8, 6).

La libertad

Narrador: (Entre tanto se trata de representar lo que se va narrando) Poco a poco fue generándose
entre todos un entusiasmo general por esta “apuesta” que los Tres iban a hacer. Los más
extravertidos bailaban de alegría, los más solemnes hacían discursos y proponían brindis, los más
impulsivos se ofrecían para ir también “allá abajo” o “allá arriba” a la Tierra para pasar con el Hijo
cualquier cosa que Él tuviese que pasar. Había también un grupo más militante que comenzó
animado a gritar consignas, como si fuese una manifestación.: “¡Hosanna, hosanna al Hijo de
David!”, “Bendito el que viene en nombre del Señor” y otros slogans de este género. De repente
apareció una franja dorada que decía: “Encarnación ya. Con los Tres en su proyecto de felicidad”.
El Padre: pidió entonces un poco de calma y explicó:
Veo que ya habéis entendido el alcance de nuestro plan y nos emociona que compartáis nuestro
entusiasmo. Agradecemos a todos vuestro apoyo. Sin embargo, me gustaría que supieseis una cosa:
no es nuestra propia felicidad lo que buscamos. No os admiréis si os decimos que no necesitamos
dar ese paso. Lo hacemos para que los hombres sean felices. Es tal vez difícil que entiendan lo
siguiente: a nosotros no nos falta nada. Un día aparecerán hombres que dirán que nosotros, para
ser Dios, teníamos que ir a la Tierra, que era una necesidad. Eso no es verdad. A nosotros no nos
falta nada.
“Ellos piensan que el amor es una necesidad, no entienden que ir en busca del amor por necesidad
no sería amor, sino, por el contrario, dependencia. Y ésta es la cuarta tentación de los hombres en
lo que respecta al amor, la tentación de “dar para llenarse”. Es verdad que todo amor enriquece a
quien lo da. Pero también es verdad que amar es querer el bien del otro y no el nuestro. Sin esto,
no hay amor.
Gabriel: ¿qué es en definitiva el amor? ¿No es diluirse en el otro? ¿No es eso lo que va a suceder
ahora con el Hijo, dejar de ser quien es para ser hombre?
Hijo: No Gabriel –le interrumpió el Hijo al instante- , si dejase de ser quien soy ya no podría amar.
Observa lo que pasa aquí en el cielo. Aquí sólo hay amor y cada uno tiene su personalidad diferente.
Tú, por ejemplo, no dejas de ser ángel por amarme a Mí, que no soy ángel. El amor no te hace ser
otro, diferente de ti; te hace ser lo mejor de ti mismo. “Ésta es la quinta tentación de los hombres
cuando aman, la tentación de “venderse para agradar”. Los hombres, por contentar a aquellos que
dicen amar, son capaces de empeñar lo más sagrado que tienen. Venden sus ideales, se comportan
como si no fuesen ellos, se vuelven incapaces de decir lo que realmente piensan, relativizan lo que
creen realmente para no perder al otro.
Gabriel: ¡Sigo sin entenderlo, Señor! Al principio creía que no ibas a ser realmente hombre sin tan
sólo disfrazarte de tal. Explicaste después que no, y comprendí tus razones. Entonces pensé que ibas
a dejar de ser Dios para poder ser humano. Ahora veo que tampoco será así y estoy confuso.
¡Sinceramente, no entiendo cómo vas a conseguir ser hombre y continuar siendo Dios.
Hijo: a quien se le iluminaron los ojos con un brillo especial, y respondió así:
Había una vez un rey en un país lejano. Vivía en su palacio, encima de la colina, rodeado de una gran
corte y en compañía de su hijo. Había también en aquel reino un bosque, un gran bosque atravesado
por un río azul. Vivía mucha gente en aquel bosque. Era gente buena y sencilla que nunca había
entrado en el palacio real y que se sentiría incómoda si la invitaran allá, tal era la distancia entre los
dos mundos a la vez tan próximos. Los hombres eran cazadores y leñadores. Las mujeres lavaban la
ropa en el río.
“Un día el príncipe, cabalgando en el bosque a lo largo del río, vio a una joven lavandera. Se ocultó,
la estuvo contemplando desde los cañaverales y se enamoró perdidamente de ella.
“Le gustaría proponerle que fueran novios. Pero, ¿cómo hacerlo? Llevarla a palacio no era posible,
sería demasiado para ella. Ir él a vivir al bosque, con toda su corte, tampoco. La asustaría, a ella y a
todos, y no resultaría.
“Entonces se decidió: “Dejaré la corte y perderé todos mis privilegios reales, iré a vivir como uno
más en el claro del bosque”.
“Pasados los años vive allí. Trabaja el día entero como leñador. Tiene las manos encallecidas por el
uso del hacha. Hasta su manera de hablar es diferente, igual a la de todos los habitantes del bosque,
con los que bebe, en la taberna, al caer la tarde, un trago de vino antes de volver a casa.
“Dime, Gabriel, este hombre que ahora vemos así, mal vestido, sudando y con las manos
encallecidas, ¿es o no el príncipe?
Gabriel dudó:
¡Es una bonita historia, Señor! Bien… yo creo que… o sea… pienso que sí, que él dejó todo por amor,
pero que en el fondo sigue siendo príncipe.
Hijo: Y piensas muy bien. Claro que él ahora ya no puede firmar decretos oficiales, ni disponer
libremente de la fortuna de la familia, ni cuenta con los medios que tenía en el palacio. Pero la
sangre azul que corría por sus venas sigue fluyendo por ellas. Príncipe por naturaleza, príncipe para
siempre.
Gabriel: Entonces, Señor, ¿significa eso que Tú vas a perder los privilegios pero que no vas a dejar
de ser quien eres?
Hijo: Así es, cierto, Gabriel . Así es el amor.
Gabriel: ¿Y la lavandera es la humanidad?
Hijo: Ni más ni menos, Gabriel.
Gabriel Y tu sangre, ¿cuál es?
Hijo: El amor, Gabriel, el amor.
Gabriel: ¿Y la lavandera? ¿Qué le pasó a la lavandera?
Hijo: La lavandera aprendió poco a poco a amarlo, sus sentimientos se fueron ennobleciendo y
acabó por ser una gran señora.
Gabriel: ¿Y se fue a vivir al palacio con él?
Hijo: Sí, Gabriel , cuando estuvo preparada.
Gabriel: ¿Y fueron felices para siempre?
Hijo: Sí, Gabriel –dijo el Hijo riendo- , fueron felices y comieron perdices… Y el rey la trató como a
una hija. Y se convirtió en heredera de invitando al coro a cantar:

¿A dónde se fue tu amado,


tú, la más hermosa de las mujeres?
¿A dónde se retiró tu amado?
Mi amado bajó a su jardín,
al plantel de balsameras,
a apacentar en los huertos,
a recoger azucenas.
Yo soy para mi amado
Y mi amado es para mí,
él pastorea su rebaño
entre azucenas (Cantar 6, 1-3).

Narrador: Esta historia del príncipe y la lavandera, y la referencia a las azucenas, conmovió mucho
a todos los presentes. Es que los jardines celestiales estaban llenos de azucenas y no había allí quien
no las apreciase.
Oseas: Interrumpe la narración diciendo: ¿No sería posible decretar desde este momento en la
Tierra una armonía perfecta, de modo que el Hijo, al llegar, fuese bien acogido por todos?
Amos: ¿Y si hay alguien al que no le gustan las azucenas? – . ¡Podría alejarse del Hijo e incluso
amargarle la vida allí abajo! ( Se forma una discusión)

El Padre pidió silencio.


¿Estáis viendo? Ésta es la sexta y la mayor tentación de los hombres cuando comienzan a amar, la
tentación de “manipular al otro para no perderlo”, de seducir al otro de forma que no pueda rehusar
el amor. ¡hay tantas formas de hacerlo y algunas tan discretas! Hay quien intenta volverse
imprescindible para el otro de forma que no pueda vivir sin él. Hay quien intenta confundir al otro
de modo que llegue a convencerse de que ya no es nadie sin ese amor. Hay hasta quien amenaza
con el peligro del castigo, caso de que el otro rechace el amor. Pero cada uno tiene que descubrir
por sí mismo el color de las azucenas y amarlas libremente por lo que son. Si todos estuviesen
obligados a que les gustaran las azucenas, dejarían de tener encanto.
Oseas: ¿Y si no aceptan al Hijo? –preguntaban todos- . ¿Si no le abren la puerta? Los seres humanos
creen que el mundo es su casa, propiedad suya. ¿No sería mejor, en fin, forzar un poco la entrada?
Hijo: El mundo es su casa –respondió el Hijo- . ¿Forzar la entrada? ¡Nunca! El amor, para ser amor,
ha de ser libre por ambos lados.

María

Narrador: Fue entonces cuando, en alguna parte, muy lejos de allí, en una pequeña aldea perdida
en el mapa, una muchacha puso la mano en la manilla de la puerta y entró en su cuarto para
descansar. Había tenido un día intenso, lleno de cosas que hacer, lleno de proyectos para el futuro.
Se sentó a soñar, manteniendo en la mano una pequeña azucena que había cortado camino de casa.
Y en ese momento oyó una voz que la saludaba:
- Alégrate, María, el Señor está contigo.
Ella se turbó. Escuchó, preguntó, pensó, amó. Y al fin respondió:
- He aquí la esclava del Señor. Que se haga en mí según su palabra (Lucas 2, 38).
Y el ángel la dejó.

TOVAR DE LEMOS, Nuno, S.J., El príncipe y la lavandera, Ed. Mensajero, Bilbao, 2007.

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