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Primera edición en inglés. 1971
Primera edición en español, 1977
Tercera r eimpresión, 1993

Título briginal:
Many Msxiws
él 1941, 1946, 1952, 1966, by Lesley Byrd Simpson

D. R. el 1976, FONDO DE CULTURA 'EcoNÓMICA


D. R. e 1986, FONDO DE CULTURA EcoNÓMICA, S. A. DE C V.
Carretera Picacho-Ajmco 227; 14200 México, D. F.

ISBN 968-1~1545-X

Impreso en México
XXVI . EL NEODESPOTISMO ILUSTRADO: POLITICA

En épocas de cns1s, la fuerza y la debilidad de una nación


quedan expuestas al escrutinio de todo el mundo. Así pasó con
México durante la segunda guerra mundial, cuando el partido de
la revolución (es decir, el gobierno), inventado por Obregón , co-
rrompido por Calles, y purgado y perfeccionado por Cárdenas , fue
puesto a prueba por una serie de severas crisis, y sobrevivió. Estos
choques y tensiones fueron causados en parte por la naturaleza del
grupo gobernante, que adolecía de la rigidez inherente a todo
gobierno semimilitar. Para entender las causas y consecuencias de
las continuas crisis que afligieron al nuevo estado, será de algún
valor un corto repaso de su historia.
Cuando, en 1920, el Partido Revolucionario se apoderó del
gobierno, la tarea inmediata e imperativa del general Obregón era
salvar a México del caos político y económico producido por la
guerra civil. La revolución había hecho una limpia de la antigua
clase gobernante: el hacendado, el fabricante, el banquero, el co-
merciante, el burócrata de la dictadura de don Porfirio. Era preciso
crear una clase gobernante enteramente nueva; tenía que ser fuerte
y eficaz. Surgió de les cuatro grandes grupos formados en la revo-
lución: el nuevo ejército, los caciques de los estados, los líderes
obreros (la CROM de Morones y, más tarde, la CTM de Vicente
Lombardo Toledano), y las organizaciones de campesinos, sobre
todo la Confederación Nacional Campesina (CNC) .
Todos estos grupos tenían gran interés en conservar d partido,
y el partido tenía que mantenerlos razonablemente contentos. El
resultado fue un sistema de pfivilegios entretejidos, ahora deificado
con el título de Revolución (con R mayúscula), a la que ninguno
de los grupos podía aspirar a controlar por completo. En sus años
formativos la revolución había tenido que tolerar o favorecer mu-
chas irregularidades de sus grupos integrantes.
Como es lógico, de todos estos grupos, al único que no se
podía desafiar era al ejército. En realidad, desde la independencia
ningún gobierno pudo mantenerse sin su consentimiento. El pro-
fesor Frank Tannenbaum, viejo y leal amigo de México, escribió,
en su bien pensado Mexico, the Struggle /or Peace and Bread
(1 950): «Todavía es verdad ... que el ejército es la fuente principal
del poder del gobierno. Como Cárdenas lo expresara: cuando la
tierra pertenezca a las aldeas, también el gobierno les pertenecerá.
Pero... ahora el gobierno depende del ejército• . En otras palabras,
el gobierno durará mientras los jefes militares estén contentos, y

322
EL NEODESPOTISMO ILUSTRADO: POUTICA 323
cualquier gobierno que olvide esa verdad fundamental desaparecerá
sin dejar huella 1 •
Para dar al régimen una ancha base popular, Obregón y sus
sucesores alentaron la formación de confederaciones agrarias, liga-
das al gobierno por el poderoso motivo de disponer gratuitamente
de la tierra de las haciendas expropiadas. «En efecto, observa
Tannenbaum, son criaturas del estado, mantenidas y costeadas por
él. .. • Lo mismo pudo decir del mejor organizado y más activo
movimiento obrerista urbano: «Lo que se ha dicho de las organiza-
ciones campesinas puede decirse con más verdad del movimiento
obrero ... Sus sindicatos, en el fondo, son también criaturas e ins-
trumentos del régimen; son fuertes con la fuerza del gobierno, que
insufla el aliento vital en ellas. No hay en México un movimiento
obrero independiente de importancia ... El gobierno ha protegido,
costeado y alimentado al movimiento obrero para servirse de él
como báculo, o para emplearlo contra sus enemigos nacionales o
extranjeros ... A este respectQ, los sindicatos y los ejidos tienen una
sola función; la de ofrecer al presidente un apoyo aparente y, hasta
cierto punto real, entre el pueblo.•
El precio exigido por el movimiento obrero fue la rendición del
gobierno en todo conflicto que afectase los intereses de los obreros.
La expropiación de los yacimientos petrolíferos y la de los ferroca-
rriles se debió a la presión de los obreros sobre Cárdenas. El go-
bierno renunció a su función de árbitro en los conflictos laborales.
Toda legislación obrerista, como observó Daniel Cosío Villegas en
su melancólico libro La Crisis de México (1947), tuvo un sólo fin:
favorecer al obrero. Con contadas excepciones, los jueces deciden
en su favor; y así, protegido por el estado y los tribunales, el
obrero ha perdido todo su sentido de responsabilidad y perspecti-
va, y considera al público como fuente de botín, mientras el pa-
trón ha llegado a creer que los tribunales no son más que instru-
mentos de venganza o coacción, de los que no cabe esperar jus-
ticia. De modo que, concluye Cosío, el patrón se vio obligado a
protegerse mediante cohechos y sobornos (la «mordida•).
El vasto edificio de la revolución estaba cimentado sobre los
comunes intereses de estos grupos, que cristalizaron en un mono-
J En estos últimos alios, el PRI ha hecho un esfuerzo ~rsistente y eficaz por
imbuir en la mente del pueblo la imagen de un gobierno enteramente civil. En
efecto, desde 1946, todos los presidentes han sido civiles, y, salvo por lo que toca a
la Secretaría de Defensa, los generales no se meten en polít ica. El ej~rcito de los
caudillos de los días borrascosos de la revolución y la guerra civil ha mucho que
desapareció. y ahora existe un nuevo y orgulloso ejército pwfesional. No obstante,
el ejército sigue siendo la suprema fuerza policíaca de la nación, freno eficaz conua
los desórdenes y pronunciamientos de antai'lo, y garant1a de la estabilidad del
sistema actual.
324 MUCHOS NEXICOS

lito impenetf:lble, y el gobierno fue acusado (por desilusionados,


tales como Luis Cabrera, Daniel Cosío Villegas y fr:¡nk Tannen-
baum) de haber abandonado la base democrática sobre la que se
había levantado la revolución, a más de haberse desviado del ca·
mino del mejoramiento cívico y espiritual par:¡ favorecc:r progresos
físicos y tangibles; caminos, presas y sistemas de irrigación, fábri-
cas, escudas y servicios públicos . A pesar de estos grandes avances,
dicen estos críticos, el gobierno había fallado en el intento de
transformar al pais, y ya no había una convicción ardiente de fe en
el corazón de los hombres de la revolución. Sus líderes, elc:gidos
de entre: un grupo cada vez más reducido, creían que el país podía
llegar a la democracia mediante: decretos emanados del Palacio
Nacional.

... cpor supuesto que crear en México una democracia con


cienos visos de autenticidad -añade Cosío-, es una ta-
rea que haría desmayar a cualquier hombres sensitivo.
(... ) El más negro de los síntomas es recordar el papel
que ha desempañado el congreso en la era revoluciona-
ria. Todo congreso ha dejado de ser, por supuesto, un
órgano técnico de gobierno, al grado de que desde hace
tiempo, en ninguna pane del mundo ha emanado de él,
digamos, una ley de ingresos o un presupuesto de gastos
públicos, es decir, que no cumple ya los fines que supone
la esencia misma de un parlamento. Pero en cualquier
país democrático sigue desempeñando funciones igual-
mente importantes: censor de los actos del ejecutivo, ór-
gano de expresión de la opinión pública y juez final en
actos de tanta trascendencia nacional como una declaf:l-
ción de guerra. Juzgado el nuestro conforme a este pa-
trón (.. .) el juicio no puede ser otro que el de la con-
.denación más vehemente y absoluta. En las legislaturas
más revolucionarias jamás ha habido un sólo debate que
merezca ser recordado (... ) Los congresos revolucionarios
han sido tan serviles como los del porflrismo ( ... ) A los
ojos di! la opinión nacional, sin miramientos de grupo
o de clases, nada hay tan despreciable como un diputado
o un senador; h an llegado a ser la medida de toda mise·
ría humana:..

Aún admitiendo la justicia de estas acusaciones, me parece que


Cosío, como otros críticos, desean imposibles. La revolución , como
ya he indicado. fue la conquista de México por los hombres del
none, que constituían una pequeña minoría de la nación. Tenían
EL NEODESPOTISMO ll.USTRADO: POunCA 32~

que hacerse fuertes; tenían que permitir que algunos elementos,


los obreros, por ejemplo, participasen del botín de la conquista.
Su vigorosa propaganda, en Mtxico y en el extranjero, convenció a
muchos de que la revolución era un movimiento democrático,
corpo, en efecto, lo fue en parte, pero la masa revolucionaria
asistía por invitación, y los que no se conformaban fueron dejados
de lado. En tal atmósfera no había lugar para la democracia, y la
propaganda del partido no podía ser tomada en serio.
En respuesta al hundimiento de dos de sus buques petroleros
por submarinos alemanes, México declaró la guerra a las potencias
del eje el 28 de mayo de 1942 y, a pesar de una fuerte oposición
interna, con espíritu admirable y generoso trató de cumplir con la
pesada obligación que había asumido. La oposición, naturalmente,
se originó entre los elementos conservadores católicos, que siempre
y necesariamente desaprueban los actos del gobierno revoluciona-
rio. Sobre todo, estaban resentidos por la declaración de guerra
porque eran los mismos elementos contrarios a los aliados durante
la primera guerra mundial, cuando Austria era aún la hija pre-
dilecta de la iglesia. A consecuenciu de esto, renació el antiguo
movimiento cristero, bajo el nombre de sinarquismo. Una organi-
zación llamada «Centro Anticomunista•. fundada en Guanajuato
por el propagandista nazi Osear Hellmuth Schreiter, reclutó mu-
chos partidarios en aquella región tan católica. Desapareció cuando
México entró en la guerra pero fue sustituida en sus funciones por
la «Unión Nacional Sinarquista•, fundada en 1937 por José Anto-
nio Urquiza y Salvador Abascal. Su lema era el de Falange Espa-
ñola: «Dios, iglesia y familia; todo hombre, un soldado de la cruz;
aceptar sin discusión las decisioces del líder; hispanidad, es decir,
la esencial unidad del mundo español tal como existía en el tiem-
po de Felipe 11 ; un estado católico corporativo bajo un gobierno
jerárquico y autoritario•. Programa tal no podía por menos de tener
inmenso atractivo para un gran número de católicos intransigentes
y para los ardientes cristeros.
Los propagandistas del sinarquismo enseñaban que México esta-
ba cosechando el amargo fruto de su locura al haber abandonado
las viejas y probadas sendas del catolicismo. Denunciaron al go-
bierno, y sobre todo, a Ezequiel Padilla, secretario de Relaciones,
por haber llevado a México a una guerra ruinosa sin el consenti-
miento de la nación, e igualmeme por haber enviado braceros a
los Estados Unidos, dejando así baldías las tierras mexicanas; por
enviar alimentos al extranjero y dejar al pueblo mexicano morir de
inanición; por imponer a los candidatos del Partido Revolucionario,
y mofarse así de las elecciones , y por tolerar la corrupción universal
y la venalidad de los empleados públicos, militares y 5indicatos
326 MUCHOS MEXlCOS

obreros. Los sinarquisw atravesaron la frontera y, mediante un


sistema de células, reclutaron en los Estados Unidos muchos y
provecho~os partidarios entre las comunidades de habla española y
los católicos. Los vergonzosos motines de cpachucos• en Los Ange-
les, California, sin que la policía hiciese nada para impedirlo,
culminaron en la primavera de 1943 cuando una turba de marinos
sacó a los mexicanos de los cines y los apaleó. Ello sirvió para
cristalizar el común sentimiento de los mexicanos y empujarlos a
las filas sinarquistas. La ruidosa crítica de las cplutodemocracias• y
las alabanzas entusiastas al régimen del general Franco en Espaiia
no dejaron duda acerca de la fuente de inspiración del sinar-
qutsmo.
Pese a que las acusaciones de los sinarquistas estaban llenas de
absurdos, no faltaban en ella algunas verdades, suficientes para
llevarles a la desesperación y convertirles en una fuerza temible. En
México, las manifestaciones, los discursos sediciosos y los tumultos
sangrientos se hicieron tan frecuentes que el gobierno tuvo que
intervenir para atajar lo que podía transformarse en una nueva
rebelión cristera.
Ahora bien, el sinarquismo, como el movimiento cristero, era
algo así como una cruzada carlista mexicana, algo esencialmente
romántico, con sus raíces en la rradición y alimentado por el mito
de la antigua gloria espaiiola. Los ideales que movían a los jóvenes
sínarquistas eran la pobreza, la obediencia y la lealtad: lealtad a la
iglesia católica y al «verdadero México•, no al espurio México de la
revolución, al que confiaban destruir. El nuevo México había de
ser una agustiniana Ciudad de Dios en la tierra, nacida de la
sangre de los mártires; los soldados de la cruz debían desear y
buscar el martirio. Este quijotesco frenesí motivó el establecimien-
to, en 1942 , de dos colonias agrícolas en las partes menos habi-
tables del país. Quinientas familias de entusiastas, sin preparación
y sin provisiones, fueron establecidas en un árido baldío, al que
característicamente llamaron «María Auxiliadora•. en la Baja Cali·
fornia , cerca de la bahía de Magdalena. Con este acto causaron
una cierta inquietud internacional, pues se decía que los sinarquis-
tas conspiraban con b s japoneses para entregarles aquella base na-
val. Establecieron otra colonia, llamada «Villa Kino•, en recuerdo
del célebre misionero jesuita, en el desierto de Sonora. En ninguno
de los dos lugares había agua. Las colonias duraron dos espantosos
años, durante los cuales los colonos se sostuvieron únicamente gra-
cias a las escasas limosnas de los fieles, pero al fin hubieron de
rendirse a la implacable geografía. Los desventurados sinarquistas
se vieron obligados a sufrir las burlas del partido de la revolución ;
pero este brote de misticismo primitivo no debe tomarse a la
El NEODESPOTISMO IlUSTRADO: POUTICA 327
ligera. La inmolación en masa no tiene nada de cómico, y, cier-
tamente, puede ser tan peligrosa como la dinamita.
Algunos años m ás tarde, por ejemplo, en la ciudad de León,
en Guanajuato, los sinarquistas emprendieron una vigorosa campa·
ña contra el gobierno local del partido de la revolución . La Voz de
León, periódico publicado por el líder sinarquista José Trueba Oli-
vares, llamaba abiertamente a la violencia. cUn día, escribió, la
farsa democrática mexicana tiene que acaban•. El 2 de enero de
1946 , se organizó un a manifestación de masas en la plaza mayor.
Los manifestantes no tardaron en desmandarse y atacaron con bur-
las y pedradas a los soldados. El coronel Luis Olvera Barrón, su
comandante, irritado y nervioso , dio a sus soldados la orden de
disparar a discrección, y la Ciudad de Dios fue fertilizada con la
sangre de doscientos setenta y cuatro mártires (veintisiete muertos y
doscientos cuarenta y siere heridos) . La cmatanza de León• causó
excitación tan intensa que el presidente Alemán intervino y ordenó
la reti rada de las tropas. El coronel fue trasladado a otra guar-
nición , y se permitió a los sinarquistas ga nar las elecciones estata-
les, de modo que G uanajuato gozó del primer gobierno anrirrevo-
lucionario de la república.
Otro ejemplo de esta locura fu e la manifestación ame el mon u-
mento a Juárez en la alameda de la capita l, el 19 de diciembre
de 1948 . organizada con el fin de denigrar al «anticristo• Benito
Juárez . Unos manifestantes cubrieron con una capucha negra la
ca beza de la estatua del prócer de la reforma. Una frase del dis-
curso pronunciado por el d octor Rubén Mangas Alfara resume bien
el asunto: «¡El período de las llamadas reforma y revolución (de
185 7) fue el de la vergüenza y la ignominia, y es te gran ladrón
Ouárez) , el culpable de todas las porquerías cometidas entonces,
pues él mismo se ded icó a robar a todas las iglesias!•
Durante varios días pareció probable que los sinarquistas logra -
sen el martirio que tanto decían desear: pero el presidente Alemán
se neg ó a intervenir, con lo cual se atrajo la ira de un grupo de
antiguos héroes de la revolución, que rugieron: «¡Si los ciudadanos
de 1949 temen la lucha, todavía vivimos los viejos!:. Una contra-
manifestación de cien mil revolucionarios rindió homenaje ante el
mismo monumento a Juárez. el 5 de febrero de 1949, aniversario
de la promulgación de la constitución de 1917, y el gobierno se
vio obligado a poner fuera de la ley al nuevo brazo político de los
sinarquistas, el «Partido de la Fuerza Popular» 2•

2 Desde que esto fue escrito (1 949), la creciente prosperidad del país y una
política más conciliado!a han quitado mucha am argura al confl icto. cEI PRI. escribe
328 MUCHOS NEXICOS

El sin;uquismo coincidió, asimismo, con un brote de fanatismo


religioso. Los movimientos religiosos en México, como el lector
habrá notado, no se limitan a meras exhortaciones. En junio
de 1944 un joven hambriento y sin trabajo robó las joyas de una
imagen de la virgen en la aldea de Tlacotepcc, México. Fue arres-
tado, pero los f.eles lo arrebataron de las manos de la policía y
literalmente lo descuartizaron miembro por miembro. Casi al mis-
mo tiempo, una turba furiosa de Jalapa de Díaz, Oaxaca, destruyó
la capilla protestante del lugar, y la congregación tuvo que refu-
giarse en las montaftas. En Santiago Yeche, aldea otomi, a unos
cuarenta kilómetros de la ciudad de México, en abril de 1945, dos
feligreses de la iglesia de Dios (protestantes) fueron muenos a
mache.tazos. En enero de 1947, un octogenario, miembro de la
misma secta, murió apedreado camino del cementerio, adonde se
dirigía para poner flores en la sepultura de su esposa. Los bienin-
tencionados misioneros protestantes lo pasan muy mal en el México
rural, aunque hay excepciones, como la escuda de los misioneros
cuiqueros, cerca de Toluca, que es, en cieno modo, un experimen-
to de educación internacional.
¿Por qué tal ferocidad? Ocurre que el protestantismo, pese a
no contar con más de trescientos mil fieles en un país de cincuenta
millones de católicos, siempre ha sido asociado en la mente de
éstos con la masoner'ia, el liberalismo y otras diabluras por el esa-
lo. En noviembre de 1944, después de la agitación que conmovió
a todo el país con motivo de la segunda guerra mundial, el arzo-
bispo Luis María Manínez, de la ciudad de México, llamó a todos
los buenos católicos a defender la fe ante la amenaza del pro-
testantismo. Una carta pastoral de los obispos de Durango, Sinaloa
y Chihuahua, decía entre otras cosas: cEn estos últimos años hemos
observado una gran actividad por parte de varias sectas norteameri-
canas que tratan de desarraigar la fe católica del corazón de los
mexicanos y arrastrarlos a la herejí~. En respuesta a este mensaje
del arzobispo, las ventanas de la capital se llenaron de rótulos:
c¡Aquí vive una familia católica! ¡Rechazamos la propaganda pro-
testante!:. Se organizó un vigoroso boicot contra elementos tan

Howard F. Cline en su Mexieo, Rerolt~tio,. lo Eflolt~liofl (1962). esti tan seguro de


sf que puede suaviur. por innecesarias. muchas de las medidas represivas que antes
empleara conua la oposición . Esto explica en aran pane la fndole padfica de las
campalias políticas y las elecciones. En agudo conuasre con los tiempos anteriores,
ya no ocurren choques armados entre miembros de d.inrsos panidos. En 19~8.
frente a las mis extremadas provocaciones, los panidarios y líderes del PRI res·
pondieron con moderación, y los esfuerzos del Panido (de) Acción Nacional (el
PAN) por obtener una útil cosecha de mirtirc:s quedaron frustrados ... En esta
atmósfera tranquila, los partidos de: oposición siguen sus campallas, aunque saben
de antemano que nn a fracasar.•
EL NEODESPOTISMO ILUSTRADO: POUTICA 329
subversivos como la empresa de perfumería Palmolive, la Radio
Continental y la YMCA. Nadie sabe hasta dónde hubiese llegado
la cruzada, si un grupo de viejos masones de la revolución, incluso
el poderoso grupo de los ex-presidentes, no hubieran denunciado
al arzobispo y al boicot como antipatrióticos y contrarios al esfuer-
zo de guerra. De manera que el arzobispo, pública y prudente-
mente, declaró el boicot contrario a los preceptos de la religión, lo
que, de momento, calmó la agitación.
El conservador PAN probó sus alas en la campaña electoral
de 1944 para la gobernatura de Aguascalientes. Su candidato era el
moderado y elocuente don Aquiles Elorduy, quien predicaba la
reforma (del Panido Revolucionario) y se hada eco de la mayor
parte de las quejas de los sinarquistas. Su contrario, don Jesús
Rodríguez, se parapetó tras los eternos principios de la revolución.
Elorduy fue apoyado calurosamente, y no sólo por elementos de la
extrema derecha, pues uno de sus más fuertes sostenedores fue el
viejo liberal don Luis Cabrera, uno de los padres fundadores de la
revolución 3• Por supuesto, Elorduy perdió; protestó porque la
elección había sido fraudulenta y exigió el recuento de los votos,
pero su protesta no fue admitida por los tribunales. En verdad,
como Cabrera dijo, no había habido ninguna elección libre des-
de 1912. Y jamás podría vencer el candidato de la oposición, salvo
que un grupo de jefes militares descontentos lograse imponerlo
mediante el clásico pronunciamiento.
Había pocas probabilidades de que tal cosa ocurriera. Durante
el período más ardiente de la agitación sinarquista, en 1943, el
presidente Avila Camacho, dirigiéndose a un grupo de cuatrocien-
tos ochenta generales, dijo: c¡EI ejército mexicano está listo para
actuar!• Y sin duda lo estaba. Por aquellos días se sorprendió a un
joven capitán, un tanto descentrado, con las manos en la masa de
un infantil complot para derribar al gobierno. Fue juzgado por un
tribunal militar y condenado a muerte por alta traición; pero el
presidente conmutó la sentencia «para -como escribió su ministro
de Defensa, Lázaro Cárdenas- evitar que el ejército sufra tal man-
cha en su honor».
Un formidable obstáculo para la reforma del PRM era el caci-
que local, quien controlaba su distrito mediante el reparto de fa-
vores y empleos, la corrupción y la violencia. cCon pocas excep-

.1 Cabrera, una de las inteligencias más incisivas de México, insistió en que


apoyaba a Elorduy, como protesta contra la corrupción del PRI y su monopolio de
la vida civil de México . Parece que abrigaba alguna esperanza de que el moderado
PAN pudiera progresar hasta ser el auténtico partido que tanta falta hacia. Dos
ailos más tarde, el PAN le invitó infructuosamente a ser su candidato contra Miguel
Alemán.
1

330 MUCHOS MEXICOS

ciones - observó el Inter-Amen·can Monthly de abril de 1944-


los estados de la federación mexicana todavía son gobernados se:
gún un sistema semifeudal, en el que el gobernador es el gran
cacique. Como tal, co ntrola los mejores negocios , la expropiación
de tierras y su distribución , en provecho propio y de sus partida.
ríos y amigos. Sude tratar con severidad a sus adversarios políti-
cos ... En tal atmósfera de violencia y favoritismo, se produce natu-
ralmente el odio y el deseo de venganza, que a veces acaba en el
asesinato.»
Puesto que el caciquismo dependía sobre todo de la vio lencia,
era el principal culpable de la calamitosa enfermedad del p istole-
rismo. Hace varios años tuve ocasión de conversar con uno de esos
excelentes braceros que tan útiles han sido a la agricultura de los
Estados Unidos. Le pregunté: c¿Qué le ha impresionado más en
este país ?:. cSeñor -fue su respuesta, cortés pero inesperada- , lo
que me pareció más raro al principio fue que nadie llevaba pis-
tola.» Sin saberlo, estaba haciendo un profundo comentario sobre
el caciquismo de su patria, pues en ella todos los que integran el
numeroso séquito del cacique llevan pistola y. por tanto, todos los
demás tienen que llevarla por si acaso. En cierto y mu y real semi·
do, el México de la posguerra se gobernaba por medio de p istole·
ros . En general, los miembros del ejército panicular del cacique
estaban a salvo de toda acción judicial. En 1942, después de una
matanza particularmente odiosa efectuada en Tlalnepanda, estado
de México , el pistolero Saturnino Osorio, acompañado de una es-
colta armada de diez hombres, hizo una cvisita» a Isidoro Fabela,
gobernador del estado, y en su defensa alegó lo siguiente: cSoy
inocente. Yo no maté a Suárez Ocaña y a Posada; lo que pasó fue
que Juan García (miembro de la cámara nacional de diputados)
me pidió mi máquina de guerra y yo no m ás se la presté, eso
mero.:. La cmáquina de guerra» de Osorio la componían varios
automóviles llenos de rufianes armados de metralletas y pistolas de
gran calibre. El y su cuadrilla de doscientos pistoleros estaban por
aquel tiempo al servicio del gobernador de Querétaro.
En 1947, el gobierno federal realizó una prácticamente frustra-
da tentativa para acabar con la plaga de pistolerismo, y emprendió
una campaña de cdespistolización:. en todo el país. Desgraciada-
mente, la campaña fue dejada en manos de las autoridades esta-
tales, a las que, sospecho, no entusiasmaba demasiado la idea. El
general César Lara, gobernador de Chiapas, parece que la tomó en
serio, y comunicó al presidente Alemán que su estado ya estaba
completamente despistolizado, pues había prohibido totalmente el
uso d e las armas de fuego, y que él y sus ayudantes habían pre-
dicado con el ejemplo. Se sabe que, en 1949, en la Costa Grande
EL NEODESPOTISMO ILUSTRADO: POUTICA 331
de Guerrero, las «guardias bl'ancas• al servicio de caciques y hacen-
dados habían asesinado a cuarenta y ocho hombres, ejidatarios la
mayoría, a pesar de la despistolización ordenada por las autorida-
des militares. Durante cuatro años, el sur del estado de Puebla
vivió aterrorizado por bandas de pistoleros, al punto que los ciu-
dadanos de Izúcar de Matamoros apelaron al presidente Alemán
«para que tuviese piedad de este pueblo infeliz• y lo salvara de la
brutalidad de su cacique. En la ciudad de Acatlán , vecina de la
anterior, se perpetraron sesenta asesinatos; el alcalde, desesperado,
pidió ayuda al ejército y fue asesinado por entrometido. En julio
de 1950, en todo el distrito se impuso la ley marcial y fue pa-
trullado por tropas federales. .
El caciquismo estuvo íntimamente ligado con las operaciones de
monopolistas y contrabandistas durante la guerra y con el viejo
sistema de exacciones ilegales de la «mordida•. El gobierno descu-
brió que era casi imposible controlar la rapacidad de los especula-
dores, los llamados cmercaderes del hambre•. que operaban bajo la
protección de los caciques -por necesidad, porque sin tal protec-
ción difícilmente hubieran evitado la cárcel o incluso perder la
vida-. El primer requisito para un arreglo provechoso era contar
con la amistad del cacique; si no, ¿quién sabía qué pudiera pasar?
Cerca de Tuxpan, Veracruz, por ejemplo, había una gran planta-
ción ejidal de plátanos. Durante algún tiempo, los ejidatarios ven-
dieron su cosecha a un intermediario, que les pagaba ciento treinta
pesos por tonelada; pero esos ciento treinta pesos apenas cubrían el
costo de producción. Por tanto, los campesinos se quejaron al pre-
sidente Avila Camacho y obtuvieron una orden que autorizaba al
Banco de Crédito Ejidal a hacerse cargo del asunto; en esas con-
diciones, los ejidatarios recibían doscientos sesema pesos por tone-
lada de plátanos. Lo que pasó entonces nunca se puso totalmente
en claro; pero cuando la cosecha de 1944 fue enviada a Tampico,
resultó que aquí no se había hecho preparativo alguno para su
transporte a otras ciudades. Nadie pudo hacer nada y los plátanos
se pudrieron en los almacenes.
Considérese otto caso, el de los cafetaleros y plataneros de Tapa-
chula, Chiapas, junto a la frontera de Guatemala. Alrededor de
Tapachula había extensos y hermosos cam pos, donde las plantacio-
nes prospera ban espléndidamente. Alguien debió darse cuenta de
ello, pues en 1944 los agricultores recibieron la desgraciada noticia
de que había una «mordida» de doscientos cincuenta a mil pesos
por vagón antes de poder mover un saco de café o un racimo de
plátanos. ¿Caciquismo? Nadie lo sabe, pero la verdad es que tal
cosa no podía ocurrir sin conocimiento del cacique. La «mordid a>
quedó instituida como algo casi natural y se generalizó amplia-
332 MUCHOS MEXJCOS

mente. Se consideraba lógico y admisible que los funcionarios pú-


blicos cobrasen cmordidas• para aumentar sus raquíticos sueldos.
Viajando por Oaxaca en el invierno de 1949-1950, me impresionó
ver tantas fogatas carboneras brillando como velas en los enraleci-
dos bosques, a pesar de la ley federal que prohibía la tala de
árboles sin previa autorización.
c¿Cómo se las arreglan?•, pregunté a un ingeniero locuaz y
amigable. cEs sencillo -me contestó-. La ciudad de Oaxaca care-
ce de otro combustible . Cada una de esas fogatas signifiCa que un
indio y su hijo trabajan unos quince días quemando madera para
obtener dos cargas de burro de carbón de leña, que venden aquí a
dos pesos por carga. En el camino de la montaña a la ciudad les
sale al paso un funcionario, que les cobra un peso de mordida por
cada carga. De manera que el indio recibe dos pesos por su trabajo
de quince días. Es una lástima, pero de todos modos necesitamos
combustible.•
En el distrito federal la mordida parece estar mucho mejor
organizada. Un ingenioso fabricante de pinturas me explicó el sis-
tema: cEn mi negocio no andamos mal. La gente compra pinturas
para embellecer sus casas, aun a costa de renunciar a lucir otro par
de pantalones. Antes pagaba cien pesos mensuales a cada uno de
los inspectores; el dinero circulaba y éstos podían comprar pinturas
y pantalones. Pero ahora tengo que pagar al diputado o a sus ami-
gos, y el dinero se gasta en Cadillacs nuevos o sale del país. Es-
tamos otra vez en los días de don Porftrio. Aunque el sueldo de
los diputados es de doce mil pesos anuales, al terminar sus tres
años de mandato casi todos poseen un edificio de departamentos y
un par de coches enormes. Bueno, creo que cada quién carga con
lo que puede, si se le da ocasión.~
La mordida ha llegado a generalizarse como cosa tan natural
que no hubo protesta alguna cuando el comandante del puerto de
Manzanillo pidió una mordida de cinco mil pesos para autorizar la
construcción de un nuevo muelle. Los periódicos metropolitanos se
limitaron a comentar: cPor fm se vencieron los obstáculos y pudo
terminarse la obnu El muelle fue inaugurado en diciembre de 1948.
La segunda guerra mundial enfrentó al gobierno federal con la
aguda y permanente amenaza de la falta de víveres. Durante me-
dio siglo, México se había visto obligado a importar comestibles.
Previniendo que los países extranjeros reducirían sus exportaciones
de alimentos, el gobierno quiso fomentar los cultivos, y para ello
ftjó un precio de compra garantizado para el maíz. En 1942, una
siembre extraordinaria de este cereal rindió a los agricultores una
cosecha de casi dos millones y medio de toneladas, suficiente para
el país. Pero la de 1943 , prevista en esta última cifra, se redujo a
EL NEODESPOTISMO ILUSTRADO: POUTICA 333
poco más de millón y medio a causa de la sequía. Otras cosechas
disminuyeron en parecida proporción. y el país se vio enfrentado a
la amenaza del hambre, con las consiguientes y habituales plagas
del contrabando, el ascenso incontrolable de los precios, el merca-
do negro y la miseria general. La crisis comenzó a sentirse en mayo
de 1943. En Monterrey, ciudad industrial por excelencia, se pro-
ducían a diario alborotos como protesta por la escasez de pan. No
había cereales, y los comerciantes alegaban que era imposible com-
prarlos a los precios fijados por el gobierno. En junio del mismo
año, casi no había verduras en los mercados de la dudad de Mé-
xico. En septiembre de 1943, el mercado público de Nuevo Laredo
no tenía maíz. Los escasos sacos que provenían de los campesinos
se vendían a cincuenta centavos el kilo en el mercado negro, cuan-
do el precio fijo oficial era de diecisiete centavos por kilo; en
diciembre del mismo año, el kilo se vendía a noventa y cinco
centavos. Una lacónica noticia periodística de Nuevo Laredo habla-
ba de caguda inquietud entre los humildes:.. En Guanajuato se
formaban colas que duraban toda la noche con la esperanza de
conseguir un puñado de maíz para las tortillas del día. En Tu-
lancingo y Celaya se habían hecho habituales los alborotos y el
pánico. Coatepec y Jalapa apelaban con urgencia al gobierno fe-
deral. Centros normahnente tan bien abastecidos como Puebla, Pa-
chuca, Mordía y Cuauda habían quedado sin provisiones. Durante
toda la primavera y verano de 1944, el hambre y los motines
fueron tan corrientes que apenas los mencionaban los periódicos.
Como sude ocurrir, la crisis de alimentos se transformó en
asunto político, y se lanzó contra el gobierno un torrente de irres-
ponsables acusaciones e injurias. Los sinarquistas decían que era el
castigo de Dios por el ateísmo del país. El presidente Avila Ca-
macho volcó todo el peso del gobierno en medidas de socorro, y
compró inmensas cantidades de alimentos en los Estados Unidos,
un millón de toneladas, aproximadamente; pero la red de trans-
portes, ya sobrecargada por el enorme tráfico de la guerra, no so-
portaba el volumen adicional de alimentos, y el pueblo mexicano
hubo de aguantar la escasez muchos meses más. Pese a todo, la
crisis tuvo el efecto benéfico de revelar el peligro que significaba el
depender del extranjero para obtener los alimentos básicos del me-
xicano. Se emprendió entonces un programa intensivo para la uti-
lización de los recursos del agua y la tierra. Se invirtieron cientos
de millones de pesos en grandes sistemas de irrigación; millones de
hectáreas entraron en producción; y en 1948, el presidente Alemán
pudo anunciar que México producía la cantidad suficiente de todos
los alimentos necesarios, a excepción del trigo .
La segunda guerra mundial trajo a México el feo y familiar
334 MUCHOS MEXICOS

espectro de la inflación. Las grandes compras (por los Estados


Unidos) de materiales de guerra hizo que se reabriesen las minas
abandonadas y se incitó a dedicar grandes cantidades de tierra a
cultivos de guayule, fibras y semillas oleaginosas. Cuando los sub-
marinos alemanes amenazaban cerrar los mares a la marina mer-
cante norteamericana, los Estados Unidos respondieron gastando
treinta míllones de dólares en la rehabilitación de los ferrocarriles
mexicanos. Hubo una verdadera inundación de dinero en México.
El capital fugitivo, que huía del caos europeo o de la Oficina de
Impuestos Internos de los Estados Unidos, se volcó sobre México
para invertirse en bienes rá1ces o en cualquier cosa que prometiese
un beneficio más o menos seguro. Por primera vez en varias gene-
raciones, México era una nación acreedora, con dinero en el banco.
Las compras de materiales de guerra empezaron a reducir el déficit
tradicional. En 1942, México gozó de una balanza favorable de
ochenta millones de pesos, que subió a ciento veintisiete millones
en 1943. En 1944, el gobierno celebró su solvencia retirando
284 448 000 pesos de la deuda pública. Se llegó a un acuerdo
respecto a las antiguas reclamaciones de las compañías petrolíferas,
y el primer cheque, por 3 796 391 dólares fue entregado el 30 de
septiembre de 1943. Se invirtieron inmensas sumas en caminos,
presas y obras públicas, y los correspondientes salarios desempe-
ñaron su papel en la inflación. Los refugiados europeos y los tu-
ristas enriquecidos por la guerra trajeron una suma estimada en
quinientos millones de pesos anuales entre 1942 y 1945, mientras
los braceros enviaban a sus familias unos trescientos millones por
año. El dinero circulante aumentó durante la guerra a razón de
noventa millones de pesos mensuales, hasta llegar, a finales de
1944, a más de tres mil millones, o sea, entre cuatro y cinco veces
más que en 1934.
Los nuevos ricos de la ciudad de México necesitaban darse a
conocer y divertirse, de manera que se lanzaron a una juerga de
magnitud impresionante, descrita por Verna Carleton Millan en el
lnter-Amen'can Monthly de abril de 1944 : cDe un día para otro,
México ha adquirido docenas de nuevos millonarios y miles de
ricos menos importantes. Los nuevos ricos, junto con la colonia
extranjera más numerosa de su historia, trabajan en general para
acumular tanto dinero como les sea posible, antes que la inflación
acabe con todo . . . Mientras en las primeras planas de los periódicos
se lee sobre la escasez de alimentos y del hambre aguda del pue-
blo, las páginas dedicadas a la alta sociedad publican descripciones
de las fiestas más lujosas jamás vistas en México.» Para satisfacer los
gustos de los nuevos ricos, se abrió una multitud de hoteles sun-
tuosos, cafés y casas de placer, cuya perfumada clientela llegaba a
EL NEODESPOTISMO ILUSTRADO: POUTJCA 33~

sus puenas en coches de contrabando, con mujeres más o menos


espectaculares, que hablaban con extraños acentos y ofendían a la
gente respetable . La fiesta fue magnífica mientras duró; pero
habiendo de padecer la semihambruna de 1943 y 1944, el mexi-
cano común, cualquiera que fuese su filiación política, no se di-
venía mucho, cienamente; por s1~ parte, los sinarquistas repetían
machaconamente sus profecías sobre el tema de Sodoma y Go-
morra.
Entre tanto la competencia por los pocos bienes que apa.reáan
en los mercados hizo subir los precios hasta el punto de que un
peso no compraba ya ni la quinta pane de frijoles y tortillas que
comprara en 1934, y el poder adquisitivo de los salarios reales baj6
a menos de la mitad del valor que tuviera en aquel afio, y a casi
la mitad del de 1890, en los malos tiempos de don Porfario.
De manera imprevista, la guerra aJivi6 algo la situación y causó
uno de los movimientos mb imponantes de la ~poca: la emigración
de braceros a los Estados Unidos. El 4 de agosto de 1942, el go-
bierno de los Estados Unidos farmó un convenio con el de México
para que éste proporcionase cincuenta mil braceros agricultores, a
quienes se pagaría en dólares el salario acostumbrado en los Esta-
dos Unidos. Esto significaba que el bracero podia ganar quince o
veinte veces más que en México. La tremenda nueva causó algo así
como una nueva fiebre del oro. Los campesinos abandonaron sus
tierras y los maestros de escuela sus aulas para presentarse en las
oficinas de reclutamiento. Sólo en la ciudad de México, durante la
primera semana de la fiebre, unos siete mil hombres aprobaron el
severo examen a que fueron sometidos. En un solo día de junio
de 1944, el rumor de una nueva demanda atrajo a trece mil
hombres al pueblo de lrapuato, causando el pánico en su roen·
guado mercado de comestibles. La competencia por obtener licen-
cias de emigración era tan dura que varios miembros del Congreso
Nacional fueron acusados de venderlas, y el transpone ilegal de
braceros a través del río Grande (de aquí el término de cespaldas
mojadas•) se convirtió en un verdadero negocio. Miles de hombres
eran contenidos en la frontera por los soldados y policías mexica-
nos; caían entonces en manos de los ccoyotes•. quienes los esquil-
maban haciéndoles pagar un elevado precio por la promesa de
llevarlos clandestinamente al otro lado del río, que algunos nunca
alcanzaron, al morir asesinados a manos de los propios cguías•.
Muchos cadáveres de infelices cespaldas mojadas• fueron rescatados
de las aguas cenagosas del río Grande, nueve en un solo día de
febrero de 1949.
La patrulla norteamericana fronteriza tuvo que establecer cen-
tros de concentración para los inmigrantes clandestinos capturados.
H6 .MUCHOS MEXICOS

Fue un verdadero alud que no había manera de contener. Una


comisión, nombrada por el presidente Truman en agosto de 1951 ,
informó que en los seis primeros meses de aquel año más de
ciento cincuenta mil cespaldas mojadas- habían sido deportados,
tan s6lo en el sector Califomia-Arizona 4 •
El tráfico clandestino de braceros originó una desagradable si-
tuación. Algunos patrones noneamericanos sin escrúpulos preferían
los cespaldas mojadas» a los braceros autorizados, porque aquellos
no estaban protegidos por el convenio internacional. Pronto circu-
laron en México noticias sobre la brutalidad con que se trataba a
estos infelices, que en pane neutralizaban los informes favorables
de los braceros que volvían. Los mencionados abusos provocaron
un resentimiento tan intenso que, a fines de 1951, el gobierno
mexicano amenazó suspender toda emigración de braceros a los
Estados Unidos si no se ponía ftn a ellos. Era improbable, sin
embargo, que pudiera impedirse la emigración clandestina, dada la
diferencia de los salarios entre uno y otro p:ús. En mayo de 1950,
la Secretaría de Agricultura de México publicó un incisivo informe
sobre la verdadera índole del problema. Advertía al pueblo que
muchos ejidos cercanos a la frontera estaban siendo abandonados;
que sólo en el distrito de Nuevo Laredo, doscientos noventa y seis
de los trescientos ejidatarios allí residentes habían dejado sus tierras
para irse de braceros a los Estados Unidos, probablemente de ma-
nera clandestina. Un bracero con quien hablé en el Valle del
Sacramento, California, había ahorrado más de mil dólares, con los
que iba a comprar un tractor que pensaba usar en su pueblo de
Michoacán. Los braceros recuerdan la buena comida y los mercados
abundantes de los Estados Unidos. Todos vuelven a sus casas car-
gados con tanta ropa como pueden llevar. En un puesto de policía
de carreteras en las montañas de Oaxaca, el sargento que lo man-
daba, al saber que yo era de California, me dijo con manifiesto
orgullo: cYo trabajé en California dos estaciones; fue una expe-
riencia maravillosa. Progresé hasta llegar a podador en los naranjos
de Anaheim, el más calificado de los trabajos; hay que ser bueno
para llegar a podador, pues la cosecha depende de una buena
poda. Me pagaban setenta centavos de dólar por hora. Dígarne ,
señor, ¿cree usted que podría conseguirme otro puesto allí?•

• Se habfa creado uo.a due de cespaldu mojadas. profesionales, cuyo número


jamú ha podido ni podrá saberse. No sentían vcrgUenu alguna, al contrario . Yo
hablE en Ou:aa con uo orrulloso y bien vestido cespalda mojadu, quien me mosu6
un nutrido paquete de licencias para conducir camiones en todos los estados, desde
Pensilvania hasta California. Ouo, a quien conod en el Condado de Mendocino,
California. mantenla a su familia en Oa.xaca, Muy cortb, me dio la dirección de
~Sta y me invitó a visitarla.
EL NEODESPOTISMO U.USTRAOO: POUTICA 337
Entre los braceros que regresaban, esta actitud era t:m general
que llegó a preocupar a los patriotas profesionales. La admiración
por los Estados Unidos (el pochismo) era un peligro para la propa-
ganda del partido, que otrora podía apoyarse en la xenofobia
cuando surgían dificultades; pero una encuesta realizada entre los
braceros reveló que a la mayoría de ellos sólo les interesaba los al-
tos salarios americanos, y que su patriotismo no había sido afecta-
do en lo más mínimo. Pero la encuesta no era necesaria. Los bra-
ceros, por lo menos los que he conocido, se manifestaban orgu-
llosísimos de ser mexicanos. Al mismo tiempo, y aquí está la clave
del asunto, el patriotismo no necesita nutrirse del odio al extran-
jero, y un día de éstos los Estados Unidos podrían descubrir que
cuentan con un millón de humildes amigos en México, y México
que tiene otros tantos en los Estados Unidos, y esto es un hecho
cienamente alentador 5 .

• ••
Desde los días de Obregón, la educación popular ha sido una de
las metas de la revolución a la que se ha concedido mayor publi-
cidad. La constitución de 1917 establece que la enseftanza primaria
debe ser obligatoria y laica. El apoyo del gobierno federal a la
enseñanza ha sido generoso: 3~ ~ 680 000 pesos en 195 1, la mayor
pane gastados en la construcción de escuelas, miles de las cuales
cubrieron el paisaje de uno a otro extremo del país, en notable
contraste con los tiempos de don Porftrio.
Sin embargo, pronto se descubrió que los edificios no enseñan.
En 1945, el secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, había
informado a la sorprendida nación que la mitad de la población
en edad escolar o mayor no sabía leer ni escribir, y esto después de
veinte años de esfuerzos. Sin contar los habituales obstáculos,
como la subnutrición (Torres Bodet estimaba que unos ciento
treinta y cinco mil de los ciento noventa y tres mil niños que
asistían a las escuelas del distrito federal no se alimentaban sufi-
cientemente), la indiferencia y el antagonismo religioso, un sólo
hecho tremendo basta para explicar en buena pane el fracaso: la
enseñanza no pagaba a los maestros para vivir.
; En 196~. el Congreso N oneamuicano promulgó una ley que abolía d progra·
ma del bracerismo , alegando que los braceros quitaban pu estos a los desempleados
de los Estados Unidos. La ley tuvo poco efecto. La inmigración de braceros y
cespaldas mojadas• alca.oz6 dimensiones asombrosas. Eo 196) se estimó que, sólo en
el estado de California, vivían millón y medio de clatinos• . .la mayoría mexicanos .
Desde BrowDSYille, Texas, hasta San Fraocuco, California, se aprecia una recon·
quista sorda del territorio perdido en 1884 .
338 MUCHOS MEXICOS

En los primeros años del programa se convenció a miles de


jóvenes enmsiastas de uno y otro sexo para que ingresaran en la
profesión . Fueron éstos los misioneros del nuevo orden, y no pocos
de ellos sufrieron el martirio durante el levantamiento cristero. Se-
les ofreció seguridad, a más de salarios que, sin ser espléndidos,
bastaban por lo menos para un modesto pasar. Siguendo la moda
del momento, constituyeron una asociación profesional, el Sindica-
to Nacional de Trabajadores de la Educación, e hicieron oír sus
opiniones en la política ; pero no tardaron en aprender, como los
maestros de escuela de todas partes, que su sindicato carecía del
poder suficiente para protegerlos. En 193 2, el general Sammino
Cedillo, gobernador del estado de San Luis Potosí, encarceló ar-
bitrariamente a los maestros, sin procesarlos, además de retener sus
salarios durante meses, acusándolos de «actividades comunistas•, es
decir, porque demandaban algunas mejoras. Finalmente, un grupo
de maestros, desesperado y sin un centavo, caminó a pie trescien-
tos kilómetros hasta la ciudad de México para presentar sus quejas
ai presidente. Poco después, Cedilla fue liquidado por apanarse
de la disciplina del panido, y es de suponer que los maestros
recibieron sus salarios retenidos .
El caso de San Luis Potosí fue extremo, pero ilustra la impo-
tencia de los maestros ante el caciquismo y la indiferencia pública.
Sus sueldos eran los últimos en ser aumentados, y no podían
recurrir a la mordida, pues nada tenían que vender. En el otoño
de 1944, centenares de escuelas del estado de Durango no se
abrieron por falta de maestros, muchos de los cuales se habían ido
de braceros. Una gran manifestación de maestros ante el Palacio
Nacional amenazaba: c¡O se nos aumentan los salarios o cerramos
las escuelas!, En 1945 , la secretaría de Educación calculó que el
salario mínimo para que viviera un maestro con su familia normal
de cinco personas debía ser de 317.60 pesos mensuales. Por aque-
llas fechas, las escuelas federales de Coahuila pagaban 126.20 pesos
al mes, y los maestros completaban el ingreso necesario con traba-
jos eventuales.
Las huelgas, las manifestaciones y la violencia hicieron evidente
la mísera condición de los maestros, pero algunos aumentos, aun-
que tardíos e insuficientes. redujeron la tensión hasta cieno punto.
Entre tamo , la inflación y la devaluación del peso habían reducido
su poder adquisitivo a más de una cuarta parte del q ue tenía
en 1939 . Un joven maestro zapoteca de Miahuadán, Oaxaca, me
dijo que su salario de doscientos pesos mensuales apenas le bastaba
para subsistir con su familia.
Por otra parte, la magnitud del problema de atender a la po-
blación escolar era para desesperar a cualquiera que pretendiese
EL NEODESPOTISMO IWSTUDO: POUTICA 339
hallarle solución. En 1960, se estimó que el aumento anual del
número de niños en edad escolar Uegaba a ciento setenta mil, y·
para 1965 había subido a doscientos veintisiete mil. Tal incremen-
to hacía de antemano insuficiente el vasto programa de construc-
ciones escolares. Como resultado de esta situación, en 1960, sólo la
mitad de los niños pasó del segundo año de primaria.
La educación en las universidades de provincia se resentía tam-
bién por la escasez de recursos, al no poder atraer a su profesorado
hombres de primera categoría. La antigua universidad de San Car-
los de Hidalgo (ahora universidad de Michoacán) informó
en 1946 que ciento ochenta de sus ochocientos estudiantes la ha-
bían abandonado a causa de la mala instrucción que recibían.
En 1949 las condiciones habían empeorado tanto que los estu-
diantes, con su rector a la cabeza, se manifestaron ante el palacio
del gobernador, quejándose de que la universidad no podía fun-
cionar, pues sólo pagaba a sus profesores dos pesos diarios; ade-
más, no tenían ni biblioteca ni laboratorios. Su resentimiento hacia
el gobernador su bió de punto porque éste acababa de gastar un
millón de pesos en un teatro al aire libre . El conflicto, natural-
mente, asumió colores políticos. El gobernador, interpretándolo
como un ataque contra el partido, apeló al ejército . Por rara for-
tuna, el número de estudiantes asesinados no pasó de dos, y el de
heridos, de unas cuantas docenas.
La situación del profesor en una universidad de provincia pue-
de ilustrarse con dos citas. la primera tomada del informe que don
José María !barra, presidente de la legislatura de Jalisco, rindió en
febrero de 1950: cEl Instituto Tecnológico (de Guadalajara), dijo,
empezó su segundo año de prueba con resultados magníficos. Va-
rios jóvenes terminaron los cursos técnicos, y ellos desempeñarán
un papel importante en el futuro de Jalisco, trabajando en las
industrias que van instalándose en el estado .... El estado asumirá
el costo de esta noble tarea•. La segunda cita está tomada de una
conversación que tuve con un hombre mal vestido e inteligente, al
que reconocí (correctamente) como profesor. «Sí. me dijo, soy pro-
fesor y demasiado viejo para dedicarme a otra cosa. Enseño física y
matemáticas. solamente en los libros , pues no tenemos laboratorio
donde el estudiante pueda verificar sus conocimientos. .. ¿Qué ha-
cemos para educar a nuestro pueblo? Me da pena decir que nues-
tras escuelas están en bancarrota. ¿Cómo podemos nosotros, los pro-
fesores, enseñar debidamente si tenemos que trabajar en tres em-
pleos, como yo hago, sólo para poder comer? Ya no hay estímulo
para que un joven se dedique a la enseñanza . La mayoría de nues-
tros estudiantes, viendo que no hay porvenir en ella, optan por la
política o por el comercio. Lo mismo puede decirse de todas las
340 MUCHOS MEXICOS

profesiones liberales: la medicina, el derecho, etc. El resultado es


que nos faltan hombres de inteligencia cultivada que nos ayuden.
Somos como salvajes ignorantes sentados sobre un tesoro. .. El úl-
timo rasgo de eficiencia burocrática, ahora puesto en práctica, des-
anima y desespera a cualquiera: va no me dan salario; me han
entregado una tarjeta para controlar las horas que trabajo. A la
puerta de mi aula presento mi tarjeta a un oficinista para que la
perfore, y a fm de mes cuentan los agujeros, pagándome a destajo
como a tantos obreros. La dignidad, el orgullo en el trabajo, la
seguridad, el tiempo para estudiar, los viejos sueños del académico
son cosas del pasado. ¿He dicho bastante?:.
Desde que tomé estos tristes apuntes, en 1950, ha habido cam-
bios notables en las provincias, donde las cuniversidades• y las
escuelas técnicas y normales han aparecido por doquier, manteni-
das por los respectivos estados, incluso con mejores sueldos para el
profesorado. Pero todas estas instituciones, en conjunto, no pueden
compararse en influencia y reculSOs con la universidad nacional,
que en los últimos veinticinco años ha pasado por épocas de ascen-
so a otras de depresión.
En 1929, en una ola de entusiasmo por los procesos democra-
ticos, el presidente Pones Gil reorganizó la universidad nacional, a
la que hizo autónoma. Se confió su gobierno a un consejo mixto,
la mitad de cuyos miembros serian elegidos por el profesorado y la
otra mitad, por los estudiantes. El consejo habtía de tener atribu-
ciones para admitir o despedir al personal académico. El resultado,
que debió haberse previsto, fue que la universidad se transformó
en una escuda de adiestramiento político. Si un profesor suspendía
a un estudiante tenía que preparar su propia defensa; y quien
pretendia algún puesto universitario había de comenzar por politi-
quear entre los caciques estudiantiles. La poHtica universitaria mos-
traba ya todas las caractetísticas de la nacional: aparecieron las
mismas disensiones, y los caciques rivales emplearon los mismos
métodos que sus mayores. En 1944, por ejemplo, el rector, Ro-
dulfo Brito Foucher, derechista, nombró director de la Escuela
Preparatoria Nacional a don Antonio D"w Soto y Gama (a quien el
lector conoció como consejero de Emiliano Zapata) . El nombra-
miento enojó a los izquierdistas, y el 26 de julio se entabló una
batalla entre los amigos del rector y sus contrarios. Unos estu-
diantes subieron al tejado y lanzaron ladrillos a la cabeza de sus
enemigos, matando a dos de ellos.
Se eligió nuevo director, aprobado en esta ocasión por la iz-
quierda, don Alfonso Caso, el distinguido arqueólogo. Pero esta
vez la derecha quedó descontenta, y armó un alboroto. Un comité
para la defensa de la universidad llevó a cabo una ruidosa mani-
EL NEODESPOTISMO ll.USTRADO: POUTICA 341
festación contra don Alfonso, a quien acusó de comunista. ¿La
prueba? Era cuñado de Vicente Lombardo Toledano, el líder obre-
ro. Estas revoluciones estudiantiles se hicieron crónicas; la inquie-
tud y agitación políticas mantenían a la universidad en desorden, y
nadie podía imaginar sí alguien realmente estudiaba y cuándo lo
hacía. En abril de 1948, los estudiantes de izquierda presentaron
un ultimátum al sucesor de don Alfonso, el doctor Salvador Zur-
birán, demandando exámenes menos rigurosos. Don Salvador se
negó a ceder, visto Jo cual, los estudiantes lo arrojaron brutalmente
a la calle. Calificados de rufianes por la prensa metropolitana,
cuatro mil estudiantes marcharon en manifestación de protesta con-
tra el insulto inferido a su honor; pero esta vez no pasó nada.
Gran parte de esta turbulencia se debe a la natural indisciplina
de los estudiantes de todas panes. Ha disminuido algo desde la
apertura, en el Pedregal de San Angel, de la flamante Ciudad
Universitaria, donde el gimnasio, los campos de juegos, el espacio y
el aire libre diluyen un tanto el exceso de energía juvenil. Ade-
más, el creciente orgullo que despiertan la universidad y su obra, y
el espíritu de lealtad hacia ella, nacido entre la enorme masa (cerca
de treinta mil) de estudiantes, nos hace creer que éstos ya no están
dispuestos a tolerar disturbios como los descritos, especialmente
porque un título universitario es la mejor garantía de empleo en la
burocracia federal o en la industria 6 •

b Pero ¡ay del pobre optimista! Casi nunca acicna en sus predicciones. En este
caso, lo demuestra el gravlsimo conflicto estudianlil de 1968, poco antes de los
Juegos Ollmpicos, que motivó una sangrienta represión que conmovió al pa1s. Y
ahora, en este al\ o de 1973, una pandilla de rufianes ocupó el edificio de la rector'! a,
alegando corno motivo el que la Universidad no autorizara el ingreso en ella de un
grupo de estudiantes que no hablan aprobado el reglamentario examen de ingreso

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