TOMÁS DE AQUINO
-FACULTAD DE FILOSOFÍA-
Seminario de Investigación I
Fe y razón en San Agustín
Profesores:
- Dr. Oscar H. Beltrán
- Prof. Adrián Pezzola
Alumno:
- Ignacio Lanusse
EL CAMINO DE INTERIORIDAD AGUSTINIANO
PARA UNA ARMONÍA ENTRE FE Y RAZÓN
IGNACIO LANUSSE
Introducción
Todo camino, toda vía, conduce a algún lugar. Pero ¿cómo sería un camino
que me lleve a mí mismo? Y en todo caso, ¿para qué serviría tal camino? ¿Acaso
puedo perderme de vista yo mismo? ¿Es posible encontrar algo cuando el objeto de
búsqueda es el mismo que el sujeto que busca? Si comenzamos la lectura de san
Agustín tal vez encontremos respuesta.
Este hombre recorrerá un enorme camino de experiencia personal tratando de
encontrar respuesta a estos y otros tantos interrogantes existenciales del hombre. Su
modo será la interioridad. ¿Qué es la interioridad? ¿Y cómo la considera Agustín? Se
entiende por interioridad el volverse al interior de uno mismo para conocerse, para
encontrar la propia identidad, para buscar la paz, para conocer a Dios.
Este último propósito para Agustín era indispensable. “Y tú eras interior a mi
más honda interioridad, y superior a todo cuanto había en mí de superior” (San
Agustín, Confesiones, 3, 6). La vía de interioridad agustiniense está marcada por esta
búsqueda de Dios, como mencionábamos anteriormente, y para él, esto es la
búsqueda de la verdad, o mejor dicho, de la Verdad. Esto la diferencia de los
llamados ‘ejercicios espirituales filosóficos’, que eran practicados por los
neoplatónicos de su época. A simple vista parecen todas orientadas a lo mismo con
métodos más o menos similares, pero el que conoce estas doctrinas sabe las
discrepancias tajantes con la doctrina de Agustín.
Otra de las diferencias de la interioridad de San Agustín con la vuelta al
interior para el dominio de uno mismo que proponían los neoplatónicos es el
ingrediente de la gracia. Para el obispo de Hipona uno no puede llegar a lo más
profundo de su corazón con la sola fuerza de su espíritu, sino que necesita del
Espíritu Santo, necesita del don de Dios. Como lo dice él: “Mas cierto aviso que nos
invita a pensar en Dios, a buscarlo, a desearlo sin tibieza, nos viene de la fuente
misma de la Verdad” (San Agustín, De Beata Vita, 4, 35)
Para los neoplatónicos de su tiempo, en cambio, bastaba con desapegarse de
las cosas del mundo y volverse hacia uno mismo para tratar de adquirir el dominio
sobre las pasiones, la fuerza en la virtud y la paz en la contemplación. Pero, si
tenemos en cuenta los tres momentos de la vida interior de Agustín, este sólo es el
primer paso.
(…) el obispo de Hipona, (…) habla del regreso al propio interior con la
diferencia que, mientras el regreso al interior platónico se hacía por las propias
fuerzas, para él regresar al interior será siempre una gracia. Y por otra parte, en
el interior no se encuentra una paz abstracta, sino al mismo Cristo, que es la
verdad que habita en el hombre interior. (Enrique A. Eguiarte B.)
Por investigar es sabio, y por ser sabio, dichoso, pues él aparta su mente de todos
los lazos corporales y se concentra en sí mismo. No se deja lacerar por las
pasiones, sino con ánimo tranquilo se consagra al estudio de sí mismo y de Dios,
para gozar aun aquí del dominio de la razón, en que, según va convinimos,
consiste la beatitud, y cuando suena para él la última hora de la vida, se halla
dispuesto para recibir lo que ha deseado, y gozar con justicia de la divina
bienaventuranza, después de haber gozado anteriormente de la humana. (San
Agustín, Contra Académicos, 1, 8, 23)
Lo que sí está claro es que Agustín considera necesario que el hombre creyente
aplique su razón a la fe. Para Agustín es siempre más saber que creer. Es posible
que el hombre nunca alcance en esta vida la posesión perfecta de Dios (…), pero
nada lo excusa de profundizar más y más en el misterio divino. Para esto el
hombre cuenta con un poderoso instrumento: la razón. Si son pocos los que
hacen uso de ella para este fin, es por la dificultad de abandonar el mundo
exterior para concentrarse en sí mismo. (Cervio P.)
Es por tanto tarea del que quiera ser sabio, conocer la verdad revelada en
Cristo, pero no sin iluminar ese conocimiento con la razón.
Agustín, gracias a sus experiencias de vida, se conoce muy bien y por lo tanto
conoce muy bien al hombre. En él, no hay una delimitación clara entre filosofía y
teología porque en el corazón del hombre fe y razón se implican mutuamente. El
alma humana se encuentra entre el mundo material y el mundo espiritual, y su
naturaleza los une. Por eso aspira a la eternidad y a la trascendencia de su origen,
pero estando atada al mundo donde fue llamada a reinar.
Para ser feliz debo conocer a Dios. Para conocer a Dios debo conocerme a mí
mismo. Y para conocer, debo hacerlo por medio de la autoridad y de mi razón. Fe y
razón son una condición para conocer mejor. La interioridad es un camino de
conocimiento, que según Agustín es el único posible si queremos ser felices.
Podríamos decir entonces que mientras que la interioridad es una vía de
conocimiento hacia Dios, la fe y la razón son las luces que guían ese camino.
Veamos en este párrafo de las Confesiones, como todos los elementos están
presentes:
Advertido quedé con todo esto que debía entrar en mí mismo; y pude
conseguirlo porque tú, mi auxiliador, me ayudaste. Entré pues; y de algún modo,
con la mirada del alma y por encima del alma y de mi entendimiento, vi la luz
inmutable del Señor. No era como la luz ordinaria, accesible a toda carne (…).
Era una luz del todo diferente, muchísimo más fuerte que toda luz natural. (…)
era superior a mí, porque ella me hizo; y yo le era inferior porque fui hecho por
ella. Quien conoce esta luz conoce la Verdad, y con la Verdad la eternidad. Y es
la caridad quien la conoce. (San Agustín, Confesiones, 7, 10)
Conclusión
Bibliografía