Por ejemplo, el topónimo del Barrio Pueblo Viejo en San Juan es una referencia al pueblo viejo
de Caparra, el primer asentamiento español en la Isla. En pleno Siglo XXI, el este barrio aún nos
recuerda el traslado de la capital a la isleta, acaecido hace 489 años.
Unos pocos años antes del traslado de la capital a la isleta, Juan Ponce de León se enfrentó a una
fuerte rebelión de las comunidades indígenas. El enfrentamiento coyuntural de esta rebelión fue
en la boca del Río Cohayuco (Yauco), donde las fuerzas de Ponce de León triunfaron
decisivamente. Si buscamos hoy este lugar lo hallaremos en el Barrio Boca, muy cerca del
Barrio Indios de Guayanilla. Quizás una referencia a la épica indígena, que se fue diluyendo
con los siglos hasta quedar sólo como referencia genérica a la población indígena.
Otras señas de estas rebeliones indígenas aun persisten. Se entiende que la Cuchilla Juan
González y su barrio homónimo en Adjuntas, hacen referencia al angustioso recorrido del
legendario explorador e intérprete Juan González, que acompañó a Ponce de León en 1511.
González fue una figura mítica –perpetuado en leyendas y fábulas locales– a quién se le atribuye
cruzar la isla herido, para llegar a Caparra a avisar a Ponce de León de la rebelión y del asalto a
la Villa de Sotomayor. Presuntamente la ruta que tomó, y que se conoció en el Siglo XVII como
el Camino Juan González, era en realidad una antigua vereda indígena que conectaba el valle del
Toa con el actual Coamo, cruzando por Aibonito, através de varias antiguas aldeas indígenas
Don Amador de Lariz o Laris fue otro de los favorecidos en 1512, tanto con indios, como con
extensas posesiones de hato, que incluían lo que hoy conocemos como el pueblo de Lares. Igual
sucedió con el poblador Álvaro Trujillo –dueño de un hato que cubrió parte de los actuales
municipios de Trujillo Alto y Carolina– y al colonizador Luis de Fajardo, cuyos antropónimos
son el origen de actuales municipios de Trujillo Alto y Fajardo, respectivamente.
Pero no todos los colonizadores tuvieron un buen final. Muchos sucumbieron a la retaliación
indígena. Un Juan Alonso, “un esforzado colonizador” murió en los asaltos de los indios
Caribes poco después de la rebelión de 1511. Otra víctima fue Fray Alonso de Espinar, fundador
de un convento franciscano destruido por los Caribes en 1529. Cuatro siglos más tarde, el
primero aún persiste en el Barrio Juan Alonso de Mayagüez y el segundo en el Barrio Espinar de
Aguadilla. Allí permanecen las ruinas de la ermita que se erigió posteriormente en memoria de
los “mártires de Espinar”.
El área oriental de Puerto Rico fue una de las más afectadas por el embate de los Caribes. Por
muchos años, los indígenas se encargaron de destruir sistemáticamente todos los asentamientos
que fundaron los españoles. Los Caribes incluyeron en sus ataques a algunos colonizadores que
se arriesgaron a establecerse en la periferia. Uno de ellos fue Cristóbal de Guzmán, un colono
agrícola que fue muerto por los ataques Caribes, según testimonio de su viuda a las autoridades
españolas. Es muy probable que sus antiguas tierras correspondan a los dos barrios Guzmán
(Guzmán Arriba y Guzmán Abajo) de Río Grande.
Al darse cuenta que la riqueza aurífera de la isla era escasa, los colonizadores comenzaron a
emprender actividades agrícolas. Uno de ellos, Gregorio de Santa Olaya o Santolaya (o quizás
Gonzalo de Santa Olalla) estableció en 1528 un trapiche de caballos y el primer ingenio
hidráulico en el litoral del Río Bayamón, y al cual se le atribuye la introducción del cultivo de la
caña de azúcar en Puerto Rico. En Bayamón aún persiste su memoria en el antropónimo del
Barrio Santa Olaya.
Algo similar sucedió con Juan de Espinosa, beneficiario del repartimiento de indios en 1509, y
su hijo Pedro, que fue contador de San Juan, dueños de una de las estancias principales de la
ribera del Toa. Su apellido quedó grabado permanentemente en el antropónimo de los barrios
Espinosa de Dorado y Vega Alta.
De la misma cepa proviene Pedro Ortiz, que en 1510 compró a Ponce de León un conuco de
yuca a la orilla del Río Toa, donde hoy sita el Barrio Ortiz de Toa Alta. Las crónicas registran
otros colonizadores cuyos apellidos pueden estar vinculados con barrios del presente: Víctor y
Juan Guilarte, beneficiarios de los repartimiento de indios en el Siglo XVI, dueños de ingenios y
colaboradores en las acciones contra los Caribes con el Barrio Guilarte de Adjuntas; Pedro de
Avila, uno de los regidores de la Villa de Caparra para 1510 con el barrio del mismo nombre en
Cayey; Rodrigo Franquez, dueño de un ingenio en 1540 con el Barrio Franquez de Morovis;
Diego Hernández, pregonero en la isla en 1548 con el bario del mismo nombre en Yauco; y Juan
Martín, socio de Rodrigo Franquez en la operación de un ingenio en 1540, con el barrio del
mismo nombre en Luquillo; entre otros.
Infinidad de otros antropónimos quedan aún sin esclarecer con certeza. Muchos otros se pueden
vincular a terratenientes y agricultores de los siglos posteriores. Otros, como el Barrio Sabana de
Vega Alta, perdieron el antropónimo con el tiempo. Inicialmente llamado Sabana Martel, este
barrio hacía referencia al Regidor Alonso Pérez Martel, un pionero en la fundación de ingenios
de agua en el área del Río Toa.
Un topónimo muy crucial parece estar ausente: el de Cristóbal Colón. Su nombre no consta en
barrios, ríos, en la topografía y en otros elementos aptos para denominación. Pero sí persiste a
través de su descendencia. Se ha vinculado al hijo del descubridor una estancia que
supuestamente le fue asignada en ausencia. Dicha estancia, asignada al Almirante y Virrey Don
Diego Colón, pudo inicialmente estar localizada en el Valle del Toa, pero según fue pasando el
tiempo, sus deslindes fueron corridos a áreas más escarpadas, ante la apetencia de nuevas tierras
de cultivo. Allí, en lo más alto del mogote, los topónimos de Almirante Norte y Almirante Sur
de Vega Baja, aún esperan al Almirante que nunca regresó a reclamarlos.
En síntesis, de todos los posibles honores y reconocimientos, el destino ha otorgado a nuestros
primeros colonizadores el más trascendente: sobrevivir a lo largo de los siglos denominando
nuestros barrios, cuya actual fisonomía y desarrollo nunca hubieran podido imaginar. La
persistencia de sus nombres en la vida cotidiana de todos nosotros subraya la vital importancia
del estudio de la toponimia para la reconstrucción de nuestra historia