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Sobre el poder simbólico*

Pierre Bourdieu
Selección de fragmentos : Bourdieu, Pierre, “Sobre el poder simbolico”, en Intelectuales, política y poder,
traducción de Alicia Gutiérrez, Buenos Aires, UBA/ Eudeba, 2000, pp. 65-73

Nacido del esfuerzo por presentar el balance de un conjunto de investigaciones sobre el simbolismo
en una situación escolar de un tipo particular, el de la conferencia de una universidad extranjera
(Chicago, abril de 1973), este texto no debe de ser leído como una historia –incluso escolar– de las
teorías del simbolismo.

Sin embargo, en un estado del campo en el que se va el poder por todas partes, como en otros
tiempos se rechazaba reconocerlo allí donde salta a los ojos, no es útil recordar –sin hacer jamás,
como otra manera de disolverlo, una suerte de “círculo cuyo centro está en todas partes y en
ninguna parte”–, que es necesario saber descubrirlo allí donde menos se ofrece a la vista, allí donde
está más perfectamente desconocido, por tanto reconocido: el poder simbólico es, en efecto, ese
poder invisible que no puede ejercerse sino con la complicidad de los que no quieren saber que lo
sufren o que lo ejercen.

I. Los sistemas simbólicos (arte, religión, lengua) como estructuras estructurantes

Los diferentes universos simbólicos, mito, lengua, arte, ciencia, pueden ser tratados,como
instrumentos de conocimiento y de construcción del mundo de los objetos, como “formas
simbólicas”, reconociendo, como lo señala Marx (tesis sobre Feuerbach), el “aspecto activo” del
conocimiento.

II. Los “sistemas simbólicos” como estructuras estructuradas (susceptibles de


análisis estructural)

El análisis estructural constituye el instrumento metodológico que permite realizar la ambición de


asir la lógica específica de cada una de las “formas simbólicas”. El análisis estructural apunta a
desprender la estructura inmanente a cada producción simbólica.

Primera síntesis
Instrumentos de conocimiento y de comunicación, los “sistemas simbólicos” no pueden ejercer un
poder estructurante sino porque son estructurados. El poder simbólico es un poder de construcción
de la realidad que tiende a establecer un orden gnoseológico: el sentido inmediato del mundo (y, en
particular, del mundo social) supone “una concepción homogénea del tiempo, del espacio, del
número, de la causa, que hace posible el acuerdo entre las inteligencias”.

Segunda síntesis

En cuanto instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, los


“los sistemas simbólicos” cumplen su función de instrumentos o de imposición de legitimación de
la dominación que contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra (violencia

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simbólica) aportando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que las fundan, y
contribuyendo así, según la expresión de Weber, a la “domesticación de los dominados”.

Las diferentes clases y fracciones de clase están comprometidas en una lucha propiamente
simbólica para imponer la definición del mundo social más conforme a sus intereses, el campo de
las tomas de posición ideológicas que reproduce, bajo una forma transfigurada, el campo de las
posiciones sociales.3 Pueden plantear esta lucha ya sea directamente, en los conflictos simbólicos
de la vida cotidiana, ya sea por procuración, a través de la lucha que libran los especialistas de la
producción simbólica y tienen por apuesta el monopolio de la violencia simbólica legítima (cf.
Weber), es decir, del poder de imponer (ciertamente de inculcar) instrumentos de conocimiento y
de expresión (taxonomías) arbitrarias (pero ignoradas como tales) de la realidad social.

IV. Instrumentos de dominación estructurantes porque son estructurados

El poder simbólico como poder de constituir lo dado por la enunciación, de hacer ver y de hacer
creer, de confirmar o de transformar la visión del mundo, por lo tanto el mundo; poder casi mágico
que permite obtener el equivalente de lo que es obtenido por la fuerza (física o económica), gracias
al efecto específico de movilización, no se ejerce sino él es reconocido, es decir, desconocido como
arbitrario. Esto significa que el poder simbólico no reside en los “sistemas simbólicos” , sino que se
define en y por una relación determinada entre los que ejercen el poder y los que los sufren, es
decir, en la estructura misma del campo donde se produce y se reproduce la creencia.6 Lo que hace
el poder de las palabras y las palabras de orden, poder de mantener el orden o de subvertirlo, es la
creencia en la legitimidad de las palabras y de quien las pronuncia, creencia cuya producción no es
competencia de las palabras.

El poder simbólico, es una forma transformada –es decir, irreconocible, transfigurada y


legitimada–, de las otras formas de poder: haciendo desconocer-reconocer la violencia que ellas
encierran, ( relaciones de fuerza ) y transformándolas así en poder simbólico, capaz de producir
efectos reales sin gasto aparente de energía.

INSTRUMENTOS SIMBÓLICOS
Como Como Como

estructuras estructuras Instrumentos


estructurantes estructuradas de dominación

Instrumentos Medios de comunicación Poder


de (lengua o cultura,
conocimiento y vs. discurso o División del trabajo(clases
de construcción comportamiento sociales)
del mundo objetivo.
Sistema de categorías de
percepción, pensamiento y
acción

2
División del trabajo
Ideológico(manual/intellectual)
Funcion de dominación

La dominación masculina y otros ensayos.


Bourdieu, Pierre. Buenos Aires, Editorial La Página S.A., 2010.
Si esta división de géneros parece "natural", como se dice a veces para hablar de lo que es normal, al
punto de volverse inevitable, se debe a que se presenta, en el estado objetivado, en el mundo social y
también en el estado incorporado, en los habitus, como un sistema de categorías de percepción,
pensamiento y acción. Se trata de la concordancia entre las estructuras estructuradas y las
estructuras estructurantes. Esta experiencia es la forma más absoluta de reconocimiento de la
legitimidad; aprehende al mundo social y a sus divisiones arbitrarias como naturales, evidentes,
ineluctables, comenzando por la división socialmente construida entre los sexos.
Así pues, no es posible explicar el poder simbólico que subyace a la dominación masculina, sin hacer
intervenir al habitus y sin plantear, al mismo tiempo, la cuestión de las condiciones sociales de la que
es fruto.

La fuerza que ejerce el mundo social sobre cada sujeto consiste en imprimir en su cuerpo un
verdadero programa de percepción, apreciación y acción que, en su dimensión sexuada y sexuante,
como en el resto, funciona como una naturaleza. Y al aplicarla a todas las cosas del mundo,
comenzando por la naturaleza biológica del cuerpo, ese programa social naturalizado construye -o
instituye- la diferencia entre los sexos biológicos conforme a los principios de división de una visión
mítica del mundo; principios que son ellos mismos el producto de la relación arbitraria de dominio de
los hombres sobre las mujeres, relación que junto con la división del trabajo, se halla inscrita en la
realidad del mundo en calidad de estructura fundamental del orden social.

El sexismo es un esencialismo: al igual que el racismo, étnico o clasista, busca atribuir diferencias
sociales históricamente construidas a una naturaleza biológica que funciona como una esencia.
La diferencia biológica entre los sexos, es decir, entre los cuerpos masculino y femenino, y, muy
especialmente, la diferencia anatómica entre los órganos sexuales, puede aparecer de ese modo
como la justificación natural de la diferencia socialmente establecida entre los sexos, y en especial de
la división sexual del trabajo.”

“Llejos de desempeñar el papel fundador que se le atribuye, las diferencias visibles entre los órganos
sexuales masculino y femenino son una construcción social que tiene su génesis en los principios de
la razón androcéntrica, fundada a su vez en la división de los estatutos sociales atribuidos al hombre y
a la mujer.”

La precedencia masculina que se afirma en la definición legítima de la división del trabajo sexual y de
la división sexual del trabajo (en ambos casos el hombre "es el ser superior" y la mujer "se somete")
tiende a imponerse, a través del sistema de los esquemas constitutivos del habitus, en tanto matriz de
todas las percepciones, los pensamientos y las acciones del conjunto de los miembros de la sociedad
y en tanto fundamento indiscutido, porque se halla situado fuera de las tomas de conciencia y del
examen, de una representación androcéntrica de la reproducción biológica y de la reproducción
social. Lejos de que las necesidades de la reproducción biológica determinen la organización
simbólica de la división sexual del trabajo y, por ende, de todo el orden natural y social, es una
construcción arbitraria de lo biológico, y en particular del cuerpo, masculino y femenino, de sus usos y
de sus funciones, en especial en la reproducción biológica, que da una base en apariencia natural a la
visión masculina de la división del trabajo sexual y de la división sexual del trabajo y, por ende, a toda
la visión masculina del mundo. La fuerza particular de la dominacion masculina le viene de que asume
dos funciones: legitima una relación de dominio inscribiéndola en lo biológico, que a su vez es una
construcción social biologizada.

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No se puede pensar de modo adecuado esta forma particular de dominio más que a condición de
superar la alternativa ingenua de la contención y el consentimiento, de la coerción y la adhesión: el
poder simbólico impone una coerción que se instituye por medio del reconocimiento extorsionado que
el dominado no puede dejar de prestar al dominante al no disponer, para pensarlo y pensarse, más
que de instrumentos de conocimiento que tiene en común con él y que no son otra cosa que la forma
incorporada de la relación de dominio.

Todo poder admite una dimensión simbólica: debe obtener de los dominados una forma de adhesión
que no descansa en la decisión deliberada de una conciencia ilustrada sino en la sumisión inmediata
y prerreflexiva de los cuerpos socializados. Los dominados aplican a todo, en particular a las
relaciones de poder en las que se hallan inmersos, a las personas a través de las cuales esas
relaciones se llevan a efecto y por tanto también a ellos mismos, esquemas de pensamiento
impensados que, al ser fruto de la incorporación de esas relaciones de poder bajo la forma mutada de
un conjunto de pares de opuestos (fuerte/debil, activo/pasiva, etc.) que funcionan como categorías de
percepción, construyen esas relaciones de poder desde el mismo punto de vista de los que afirman su
dominio, haciéndolas aparecer como naturales. Así, por ejemplo, cada vez que un dominado emplea
para juzgarse una de las categorías constitutivas de la taxonomía dominante, adopta, sin saberlo, el
punto de vista dominante, al adoptar para evaluarse la lógica del prejuicio desfavorable.

Huelga señalar, que por pequeña o grande que sea que sea la correspondencia entre las realidades o
los procesos del mundo natural y los principios de visión y de división que les son aplicados, y por
fuerte que pueda ser el proceso de reforzamiento circular de ratificación mutua, que siempre hay lugar
para la lucha cognitiva a propósito del sentido de las cosas del mundo y en particular de las realidades
sexuales. Siempre existe un lugar de indeterminación, una línea de fractura, una posibilidad de llevar
a cabo una lucha contra el orden establecido. Desde este punto de vista la lucha más importante que
llevan a cabo los agente sociales es la lucha simbólica, que trata de imponer como verdad una
determinada concepción del mundo, una visión de la sociedad y sus divisiones sociales.

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