“En los libros sagrados el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y
es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y
fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (DV 21).
“Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la encarnación del Verbo. La
Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se
ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga 4,4). La Palabra aquí no se expresa
principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la
persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la
humanidad” (Benedicto XVI, Verbum Domini11).
La exégesis “debe comenzar por los diferentes escritores bíblicos y preguntar «qué pretendieron
expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos». La primera y la
segunda parte de la frase van de la mano, pero no se solapa por completo. Es necesario detenerse a
determinar su relación. Esa determinación sólo puede tener éxito su se conserva la dialéctica entre
Palabra de Dios y palabra del hombre que imprime su sello al capítulo”.1
“Con el estudio de las sagradas fuentes [Escritura y Tradición], las ciencias sagradas se rejuvenecen
constantemente; sin embargo, sabemos por experiencia que la especulación que descuida la ulterior
investigación del depósito sagrado se hace estéril” (Pío XII, Humani generis (1950); en: DH 3886).
“Comprender la Escritura y su estudio como el alma, fundamento y fuente del quehacer teológico,
significa recuperar su centro y objeto primario. No se trata, pues, de una legítima petición de los
exégetas frente a los dogmáticos, sino de recuperar una teología que vuelve a poner en el centro de su
reflexión a Dios y, desde él, busca integrar el resto de las afirmaciones sobre el mundo, el hombre y la
historia” (Cordovilla, El ejercicio de la teología, 125).
1
Th. Söding, “Diversidad y unidad de la Sagrada Escritura como perspectiva y tara de la exégesis. Una relectura
de Dei Verbum”, en: A. Del Agua Pérez (ed.), Revelación, Tradición y Escritura, Madrid, BAC, 2017, 272.
Unidad 5: Introducción a la teología
Unidad 6.
“Sin esta memoria y este cauce [de la Tradición] la Escritura deja de ser el alma y fuente de la teología y
de la vida de la Iglesia. Por el camino de la Tradición se accede de una forma viva, actual y significativa
a la revelación testimoniada en la Escritura. Unidas entre sí, la Escritura y la Tradición se convierten
en la mediación necesaria que nos entrega y actualiza la revelación de Dios”.2
“De modo consecuente, el principio de la Tradición no será tanto la transmisión de unas verdades, o
la transmisión de los segmentos de verdad contenidos en las tradiciones apostólicas, cuanto el acto
originario de la «traditio Christi Ecclesiae»: la entrega de Cristo a su Iglesia, es decir, la comunicación
de la Palabra viva de Dios recibida por la Iglesia en la luz y en la intelección del Espíritu Santo. Cristo
entregado a su Iglesia es el acontecimiento revelador y es, igualmente, el principio de la Tradición. La
«traditio Christi» es el hecho primordial y básico del que fluye toda ulterior transmisión oral o escrita.
La transmisión de Cristo a la Iglesia da lugar a la recepción apostólica del misterio de Cristo”.3
“El Espíritu es el Señor soberano de la Tradición al hacer posible que dicho acontecimiento pueda ser
transmitido en fidelidad creadora a lo largo de la historia, en universalidad y en intimidad”.4
La memoria del cuarto Evangelio supone que “el desarrollo y la identidad de la fe van a la par… [en la
Tradición] se halla presente la memoria del pasado… no hay que ver en este progreso el nacimiento de
algo totalmente nuevo, sino un proceso en el que la memoria «entra» en el interior de sí misma”.5
“El verdadero discípulo de Jesús es quien entra en la casa, es decir, en la Iglesia. Entra en ella
pensando según la Iglesia, viviendo según la Iglesia; y así es como comprende su Palabra. Hay que
recibir de la tradición de la Iglesia, como del mismo Señor, la inteligencia de las Escrituras”.6
“La Iglesia es como un paraíso plantado en este mundo. En este paraíso y de sus árboles debemos
comer; en la Iglesia es donde se deben leer los libros sagrados… El hombre espiritual debe leer las
Escrituras «al lado de los presbíteros que poseen la doctrina apostólica» [Ireneo], para encontrarles una
interpretación que sea correcta, armónica, sin peligro y sin blasfemia”.7
“La Escritura es formalmente insuficiente. En otras palabras, la Tradición es necesaria para una
captación suficiente de la Palabra de Dios, aun cuando se asuma que toda la revelación está contenida
de alguna manera en la Escritura. No es a partir de la sola Escritura que la Iglesia obtiene su certeza
acerca de todo lo que ha sido revelado (DV 9). La Tradición es el medio por el cual se llega a conocer
el canon completo de los libros sagrados y por el cual se comprende y penetra con mayor profundidad
el sentido del texto bíblico (cf. DV 8)”.9
2
Cordovilla, El ejercicio de la teología, 137.
3
Rovira Belloso, Introducción a la teología, 233.
4
Cordovilla, El ejercicio de la teología, 152.
5
J. Ratzinger, El camino pascual, Madrid, BAC, 2005, 148.
6
Orígenes, citado por H. de Lubac, L’ Exégèsemédievale, t. I, 1959, 58.
7
Van den Eynde, Les normes de l’enseignementchrétiendans la littératurepatristique des troispremierssiècles, parís, 1933,
268-269, citado en: Congar, La Tradición y la vida de la Iglesia, 80-81.
8
Dulles, El oficio de la teología, 115.
9
Dulles, El oficio de la teología, 115.