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Unidad 5: Introducción a la teología

“En los libros sagrados el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y
es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y
fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (DV 21).

“Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la encarnación del Verbo. La
Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se
ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga 4,4). La Palabra aquí no se expresa
principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la
persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la
humanidad” (Benedicto XVI, Verbum Domini11).

Dei Verbum 12:


“Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana,
para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él quiso comunicarnos, debe
investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios
manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a los géneros
literarios. Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de
diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que
el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada
circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados
en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos,
hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de
narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el
trato mutuo de los hombres.
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se
escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos
diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la
Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas
reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como en
un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Por que todo lo que se refiere a la
interpretación de la Sagrada Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el
mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios”.

La exégesis “debe comenzar por los diferentes escritores bíblicos y preguntar «qué pretendieron
expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos». La primera y la
segunda parte de la frase van de la mano, pero no se solapa por completo. Es necesario detenerse a
determinar su relación. Esa determinación sólo puede tener éxito su se conserva la dialéctica entre
Palabra de Dios y palabra del hombre que imprime su sello al capítulo”.1

“Con el estudio de las sagradas fuentes [Escritura y Tradición], las ciencias sagradas se rejuvenecen
constantemente; sin embargo, sabemos por experiencia que la especulación que descuida la ulterior
investigación del depósito sagrado se hace estéril” (Pío XII, Humani generis (1950); en: DH 3886).

“Comprender la Escritura y su estudio como el alma, fundamento y fuente del quehacer teológico,
significa recuperar su centro y objeto primario. No se trata, pues, de una legítima petición de los
exégetas frente a los dogmáticos, sino de recuperar una teología que vuelve a poner en el centro de su
reflexión a Dios y, desde él, busca integrar el resto de las afirmaciones sobre el mundo, el hombre y la
historia” (Cordovilla, El ejercicio de la teología, 125).

1
Th. Söding, “Diversidad y unidad de la Sagrada Escritura como perspectiva y tara de la exégesis. Una relectura
de Dei Verbum”, en: A. Del Agua Pérez (ed.), Revelación, Tradición y Escritura, Madrid, BAC, 2017, 272.
Unidad 5: Introducción a la teología
Unidad 6.
“Sin esta memoria y este cauce [de la Tradición] la Escritura deja de ser el alma y fuente de la teología y
de la vida de la Iglesia. Por el camino de la Tradición se accede de una forma viva, actual y significativa
a la revelación testimoniada en la Escritura. Unidas entre sí, la Escritura y la Tradición se convierten
en la mediación necesaria que nos entrega y actualiza la revelación de Dios”.2

“De modo consecuente, el principio de la Tradición no será tanto la transmisión de unas verdades, o
la transmisión de los segmentos de verdad contenidos en las tradiciones apostólicas, cuanto el acto
originario de la «traditio Christi Ecclesiae»: la entrega de Cristo a su Iglesia, es decir, la comunicación
de la Palabra viva de Dios recibida por la Iglesia en la luz y en la intelección del Espíritu Santo. Cristo
entregado a su Iglesia es el acontecimiento revelador y es, igualmente, el principio de la Tradición. La
«traditio Christi» es el hecho primordial y básico del que fluye toda ulterior transmisión oral o escrita.
La transmisión de Cristo a la Iglesia da lugar a la recepción apostólica del misterio de Cristo”.3

“El Espíritu es el Señor soberano de la Tradición al hacer posible que dicho acontecimiento pueda ser
transmitido en fidelidad creadora a lo largo de la historia, en universalidad y en intimidad”.4

La memoria del cuarto Evangelio supone que “el desarrollo y la identidad de la fe van a la par… [en la
Tradición] se halla presente la memoria del pasado… no hay que ver en este progreso el nacimiento de
algo totalmente nuevo, sino un proceso en el que la memoria «entra» en el interior de sí misma”.5

“El verdadero discípulo de Jesús es quien entra en la casa, es decir, en la Iglesia. Entra en ella
pensando según la Iglesia, viviendo según la Iglesia; y así es como comprende su Palabra. Hay que
recibir de la tradición de la Iglesia, como del mismo Señor, la inteligencia de las Escrituras”.6

“La Iglesia es como un paraíso plantado en este mundo. En este paraíso y de sus árboles debemos
comer; en la Iglesia es donde se deben leer los libros sagrados… El hombre espiritual debe leer las
Escrituras «al lado de los presbíteros que poseen la doctrina apostólica» [Ireneo], para encontrarles una
interpretación que sea correcta, armónica, sin peligro y sin blasfemia”.7

“… el Vaticano II describe la Tradición primariamente en función de lo que realiza: ella preserva y


transmite la Palabra de Dios (cf. DV 9). Esto no significa que la Tradición no sea en sí misma Palabra
de Dios, o que sea meramente derivada y secundaria. El proceso de la Tradición comienza antes de la
composición de los libros inspirados y continúa sin interrupción a través de los siglos. Así la Tradición
tiene una cierta prioridad, en razón de lo cual a Dei Verbum le pareció aconsejable tratar la Tradición
antes de pasar a la Escritura”.8

“La Escritura es formalmente insuficiente. En otras palabras, la Tradición es necesaria para una
captación suficiente de la Palabra de Dios, aun cuando se asuma que toda la revelación está contenida
de alguna manera en la Escritura. No es a partir de la sola Escritura que la Iglesia obtiene su certeza
acerca de todo lo que ha sido revelado (DV 9). La Tradición es el medio por el cual se llega a conocer
el canon completo de los libros sagrados y por el cual se comprende y penetra con mayor profundidad
el sentido del texto bíblico (cf. DV 8)”.9

2
Cordovilla, El ejercicio de la teología, 137.
3
Rovira Belloso, Introducción a la teología, 233.
4
Cordovilla, El ejercicio de la teología, 152.
5
J. Ratzinger, El camino pascual, Madrid, BAC, 2005, 148.
6
Orígenes, citado por H. de Lubac, L’ Exégèsemédievale, t. I, 1959, 58.
7
Van den Eynde, Les normes de l’enseignementchrétiendans la littératurepatristique des troispremierssiècles, parís, 1933,
268-269, citado en: Congar, La Tradición y la vida de la Iglesia, 80-81.
8
Dulles, El oficio de la teología, 115.
9
Dulles, El oficio de la teología, 115.

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