los medios para “dar sentido” a las relaciones sociales y a nuestro lugar en
ellas. La transformación de las ideologías es de ese modo un proceso y una
práctica colectivos, no individuales. En gran medida, los procesos funcionan
de manera inconsciente, más que por intención consciente. Las ideologías
producen diferentes formas de consciencia social, en lugar de ser producidas
por aquéllas. Funcionan de manera más efectiva cuando no somos conscientes
de que la manera como formulamos y construimos una afirmación sobre el
mundo está apuntalada por premisas ideológicas; cuando nuestras construc-
ciones parecen ser afirmaciones simplemente descriptivas sobre la manera
como son las cosas (es decir, como deben ser) o sobre lo que podemos “dar
por hecho”. En toda una serie de premisas ideológicas, se predica que “a los
chicos les gusta jugar rudo; pero las niñas son una dulzura”, aunque parece
un aforismo basado no en la manera como se han construido histórica y
culturalmente la masculinidad y la feminidad en la sociedad, sino en la misma
naturaleza. Las ideologías tienden a desaparecer de la vista en el mundo
“naturalizado” del sentido común que se presupone. Dado que (al igual que
el género) la raza parece “conferida” por la naturaleza, el racismo es una de
las ideologías existentes más profundamente “naturalizadas”.
Tercero, las ideologías “trabajan” construyendo para sus sujetos (indi-
viduales y colectivos) posiciones de identificación y conocimiento que les
permiten “proferir” verdades ideológicas como si fueran sus legítimos autores.
Esto no se debe a que emanan de nuestra experiencia más íntima, unificada
y auténtica, sino a que nos vemos reflejados en las posiciones que hay en el
centro de los discursos desde los cuales “cobran sentido” las afirmaciones
que hacemos. Así es como los mismos “sujetos” (por ejemplo, las clases
económicas o los grupos étnicos) pueden construirse de manera diferente
en diferentes ideologías.
Miremos, entonces, un poco más de cerca los aparatos que generan y
ponen en circulación las ideologías. En las sociedades modernas, los dife-
rentes medios de comunicación son sitios de especial importancia para la
producción, reproducción y transformación de las ideologías. Éstas son,
por supuesto, aplicadas en muchos lugares de la sociedad y no sólo en la
cabeza… Pero instituciones como los medios de comunicación son espe-
cialmente importantes en este aspecto, pues son, por definición, parte de los
medios dominantes de producción ideológica. Lo que ellos “producen” es,
precisamente, representaciones del mundo social, imágenes, descripciones,
explicaciones y marcos para entender cómo es el mundo y cómo funciona
de la manera como se dice y se muestra que funciona. Y, entre otros tipos
de trabajo ideológico, los medios de comunicación crean para nosotros una
definición de lo que es la raza, lo que implican las imágenes de raza y lo que
se entiende por el “problema de la raza”. Ayudan a clasificar el mundo en
términos de categorías raciales.
Los medios de comunicación no sólo son una poderosa fuente de ideas
sobre la raza. Son además un lugar en el que estas ideas se plantean, se hacen
convincentes, se transforman y se elaboran. Hemos dicho “ideas” e “ideolo-
gías” en plural, pues sería equivocado y engañoso considerar que los medios
están atados de manera uniforme y conspirativa a una sola concepción racista
Los blancos de sus ojos: ideologías racistas y medios de comunicación 301
del mundo. Las ideas humanas y liberales sobre las “buenas relaciones” entre
las razas, basadas en la apertura a nuevas ideas y la tolerancia, funcionan en
el mundo de los medios de comunicación /.../
Sería simple y conveniente que todos los medios fueran simplemente
ventrílocuos de una concepción del mundo “de clase dominante” unificada
y racista. Pero en nada existen unos medios unificados en conspiración ni
una “clase dominante” racista unificada en forma así de simple. No insisto
en la complejidad porque sí. Pero si los críticos de los medios son de los que
piensan en sus operaciones de manera demasiado simplista o reduccionista,
esto inevitablemente les quita credibilidad y debilita sus argumentos, porque
las teorías y críticas no encajan en la realidad /.../
Otra diferencia importante se da entre lo que podríamos llamar un
racismo “palpable” y uno “inferencial”. Por racismo palpable, me refiero a esas
numerosas ocasiones en las que se da un cubrimiento abierto y favorable a
argumentos, posturas y portavoces en el negocio de desarrollar un argumento
abiertamente racista o que promueven políticas u opiniones racistas /.../ Por
racismo inferencial me refiero a aquellas representaciones aparentemente
naturalizadas de eventos y situaciones relacionados con la raza, ya sean
“reales” o “ficticios”, que tienen inscritas premisas y propuestas racistas como
una serie de presupuestos incuestionados. Ellos hacen posible la formulación
de afirmaciones racistas sin siquiera tomar consciencia de los predicados
racistas en los que aquéllas se basan /.../
Un ejemplo de este tipo de ideología racista es el tipo de programa de
televisión que trata algún “problema” en las relaciones raciales. Es probable-
mente hecho por un presentador liberal bueno y honesto, que espera hacer
algún bien en el mundo por las “relaciones de raza” y que mantiene un
escrupuloso equilibrio y neutralidad al preguntar a la gente que entrevista
para el programa. Éste terminará con una exhortación sobre cómo, si sólo
los “extremistas” de cualquier bando se fueran lejos, “los negros y blancos
normales” estarían en mejor posición para seguir aprendiendo a vivir juntos
en armonía. Sin embargo, cada palabra y cada imagen de tales programas
están impregnadas de un racismo inconsciente porque todas se basan en el
presupuesto, no declarado ni reconocido, de que los negros son la raíz del
problema. Pero prácticamente la totalidad de la televisión tipo “problema
social” sobre raza e inmigración —a menudo realizada, no lo dudo, por
presentadores bien intencionados de mente liberal— se basa precisamente
en postulados racistas de ese tipo /.../
/.../ Algunas críticas recientes de la literatura del imperialismo han aseve-
rado que, si simplemente ampliamos nuestra definición de la ficción del siglo
XIX de una rama de la “ficción seria” para adoptar la literatura popular, encon-
traremos una segunda y poderosa tendencia de la imaginación literaria inglesa
para poner al lado de la novela doméstica: el mundo de la aventura imperial
dominado por los hombres, que toma el imperio en lugar del Middlemarch,
como su microcosmos /.../ En este período, la idea misma de aventura llegó
a ser sinónimo de la demostración del dominio moral, social y físico de los
colonizadores sobre los colonizados.
302 Stuart Hall
presenta un espectáculo para los Otros. Nunca es muy claro si nos estamos
riendo con su figura o de ella: admirados por la gracia física y rítmica, la
manifiesta expresividad y emotividad del “comediante”, o despistados por la
estupidez del “payaso”.
Un hecho destacable en todas estas imágenes es su profunda ambivalencia
—la doble visión del ojo blanco a través del cual se observan—. La primi-
tiva nobleza del anciano miembro o jefe de la tribu, y la gracia rítmica del
nativo llevan en sí una nostalgia por la inocencia para siempre perdida de
los civilizados, y la amenaza de invasión o socavamiento de la civilización
por la recurrencia del salvajismo, que siempre acecha justo bajo la super-
ficie, o por parte de una sexualidad grosera, que amenaza con “escaparse”.
Ambos son aspectos —los lados bueno y malo— del primitivismo. En estas
imágenes, tal “primitivismo” se define por la cercanía fija de estas personas
con la naturaleza.
¿Está todo ello tan lejos como en ocasiones suponemos de la representación
de raza que llena las pantallas hoy en día? Estas versiones específicas pueden
haberse desdibujado. Pero sus vestigios pueden aún observarse, actualizarse
en muchas de las imágenes modernas y actualizadas. Y aunque pueda parecer
que comportan un significado distinto, a menudo siguen estando cons-
truidas con gramática muy antigua. Las hordas de aborígenes revoltosos de
la actualidad siguen vivos y coleando, al igual que las guerrillas y milicianos
en “los montes” de Angola, Zimbabue o Namibia. Los negros siguen siendo
los malhechores (y policías) más aterradores, taimados y sofisticados en las
series policiales de Nueva York. Son los veloces hombres del bajo mundo que
conectan a Starsky y Hutch con el gueto saturado de droga. Los calculadores
villanos y sus intimidantes muchachos de talla descomunal en el mundo de
James Bond y su progenie siguen siendo, inusualmente, reclutados del “allá”
en Jamaica, donde persiste el salvajismo. La “esclava” sexual sigue viva y
coleando, ardiendo en alguna exótica escena televisiva o en las ediciones de
bolsillo, aunque ahora es el centro de una especial admiración, cubierta con
un traje de lentejuelas y apoyada por un coro de blancos. El primitivismo, el
salvajismo, el fraude y la falta de confianza —todos “justo por debajo de la
superficie”— aún pueden ser identificados en los rostros de los líderes polí-
ticos negros de todo el mundo, taimadamente tramando el derrocamiento
de la “civilización”/.../