Las migraciones europeas son mucho más antiguas que los procesos de transformación social y económica
abiertos a fin del siglo XVIII y reconocen sus raíces en la baja Edad Media, para los movimientos intraeuropeos, y
en el mismo siglo XVI, para los movimientos transatlánticos. Las mismas razones individuales y los mismos
mecanismos migratorios impulsaban a los movimientos de peninsulares que se desplazaban al Nuevo Continente
tras la finalización de la fase propiamente militar de ocupación de los nuevos territorios americanos y los
campesinos sud europeos que se movían en grandes cantidades a fines del siglo XIX. Las mismas imagines
generaban en sus contemporáneos, “deseo de mejor fortuna”, “espíritu de aventura”, “miseria”: he ahí los rótulos.
Los mismos problemas se enfrentaban para tomar la decisión de emigrar. En primer lugar, a donde ir luego a través
de qué medios y de donde obtener los recursos.
Aunque la emigración europea a la Argentina sea un fenómeno pluricelular, este trabajo se detendrá en el
periodo comprendido, aproximadamente, entre 1830 y la Primera Guerra Mundial. La primera fecha ve resurgir la
migración europea tras el largo paréntesis impuesto por las guerras de independencia y la hostilidad hacia los
españoles, hasta entonces principal contingente inmigratorio. El contexto de plena libertad de emigrar que había
caracterizado a los distintos mercados de trabajo americanos entre los siglos XIX y XX, sufre, en los años veinte,
plenamente el impacto de las medidas restrictivas impuestas por los Estados Unidos. Ello hace que, aun si los
volúmenes de inmigración se mantienen altos en algunos grupos el perfil difiere del anterior, en tanto se trata de
personas cuya opción esta mas condicionada por aquella situación. Se trata de migrantes que se dirigen a la
Argentina como segunda opción, ante el cierre de los Estados Unidos con las leyes de cuotas de 1921 y 1924.
En general, todas las distinciones entre migrantes y extranjeros, se centran en que la condición de los
primeros es el desplazamiento con propósitos laborales, provocado por una privación relativa de recursos en un
contexto de libertad de decisión de emigrar.
Las distinciones jurídicas no dejan de remarcar que emigrante es aquella persona que viaja en tercera clase
(España), que paga la tasa económica en el trámite para realizar la práctica que lleva la obtención del pasaporte
(Italia) o que llega en segunda y tercera clase en barcos procedentes de ultramar. Esa distinción era más difícil de
hacer cuando aquellas naves no poseían esa estratificada disposición en clases.
En la primera mitad del siglo XIX, las diferencias se establecían sobre todo a partir de las tareas que se
desarrollaban en el nuevo país. La diferencia entre migrantes y exiliados es muchas veces ambigua, sea porque en
el exilio entran a menudo motivaciones económicas, sea porque los mecanismos migratorios, los problemas
laborales y la integración social presentan situaciones semejantes a unos y otros. La tercera precisión concierne a
las delimitaciones geográficas. Es indudable que el profundo Norte también fue atravesado por una emigración que,
aunque en pequeños números, termino por ocupar posiciones relevantes en la economía local.
Las limitaciones internas fueron muy intensas en la actual Argentina, desde fines de la época colonial e
igualmente relevante fue la migración limítrofe, aunque este movimiento fuera difícil de medir por las dificultades
para relevar los ingresos por las fronteras terrestres hasta 1876, y porque desde la sanción de la ley de inmigración,
por su propia definición de migrante, las estadísticas argentinas solo consideraban tales a aquellos llegados por
barco desde ultramar.