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L

os seres humanos tenemos una necesidad fundamental de


cercanía, de protección, de intimidad, pero ¿es posible
expresar la intimidad de Dios salvaguardando al mismo
tiempo su trascendencia divina? Es allí, precisamente, donde surge
la figura híbrida de los ángeles, que ha debido abrirse paso entre el
ideal de un monoteísmo estricto (“no te harás imagen alguna de lo
que hay arriba en los cielos”) y la piedad popular, sedienta de
figuras de apoyo cercanas que, siendo divinas, tengan al mismo
tiempo rostro humano. La imaginación popular ha dado lugar a lo
largo de los siglos a todo tipo de especulaciones sobre los ángeles:
su apariencia, sus vestidos, sus instrumentos. La historia del arte
ejemplifica bien este esfuerzo por imaginar estos instrumentos de
la Providencia. Pasamos así de las representaciones de caras sin
cuerpo, rodeadas solamente por alas y típicas de la iglesia antigua,
a las figuras antropomórficas del Renacimiento, en donde el ángel
se ha convertido, simplemente, en un ser humano dotado de alas.
Metamorfosis gradual de un ser poderoso en el libro de Tobías, a
una figura frágil y vulnerable en la obra del pintor finlandés Hugo
Simberg.

Tanto algunas figuras clave en la imaginación popular de antaño


(como el Genio de la lámpara y el Hada Madrina), como algunas
tecnologías de la sociedad actual (como el Internet y los teléfonos
celulares), muestran hasta qué punto la necesidad de
acompañamiento y protección es una necesidad humana funda-
mental. Así, elementos folklóricos de la experiencia pasada, se
preservan hoy bajo una nueva forma tecnológica. Los cupidos
tocando arpa del arte Barroco, muestran que cada edad “arropa”
sus propios temores y esperanzas según los gustos de su propio
tiempo. Las mismas necesidades humanas de fondo van
adquiriendo nuevas formas externas. Aún en la literatura no
religiosa, el folklore está lleno de figuras mediadoras, bondadosas,
salvadoras, comprensivas (padrinos, hadas madrinas, duendes,
genios, gnomos, animales maravillosos), que intervienen en
momentos decisivos y dan forma a la esperanza humana.
Tradición bizantina: figura
suspendida en el aire. Lo que hay de
humano es lo estrictamente necesario
para atender una oración: ojos, oídos,
manos para auxiliar y pies para
acercarse a la persona en necesidad.
Reflejo de una época en la que las
concepciones religiosas eran
pensadas como realidades celestiales.

Siglo XVIII, Alemania: el ángel se ha


convertido en una figura enteramente
antropomórfica (mujer). Las alas son aquí
un elemento secundario. El cuerpo del
ángel protege la niña y la envuelve
tiernamente. La pierna derecha separa la
figura del mal, encarnado en una serpiente,
de la figura de la niña.
Siglo XVII, Italia: los elementos
antropomórficos se acentúan aún más en
esta obra: la ternura maternal del cuadro
anterior, ha sido sustituida por la fuerza
(músculos, cadenas, espada); la figura del
mal no es ya una serpiente sino un ser
humano. El ángel-soldado muestra un
dominio total sobre el enemigo.

“Las ideas
religiosas:
un espejo de
los valores de
cada época”.

Siglo XX, Finlandia: inversión


absoluta de las concepciones
anteriores: ala rota, rostro caído,
pose derrotada. El rostro del niño
vestido de negro parece expresar el
sentimiento de quien ‘carga’ con sus
sueños rotos. La mirada penetrante
del segundo niño parece
interrogarnos ¿Somos responsables
de la derrota de sus sueños?

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