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EL TEATRO Y LAS ARTES: UN MERCADO INCIERTO

“No compongo las canciones que el pueblo quiere oír


Sino las canciones que el pueblo necesita oír”
Carlinhos Brown

El gobierno nacional, a través del Ministerio de Cultura y las entidades territoriales de


la cultura, han planteando a los artistas y gestores culturales, desde hace varios años,
una terminología (que presentaré en letra cursiva, a partir de ahora) que van de la
mano con acciones en las que ha venido introduciendo su política neoliberal, también
en el ámbito de lo artístico y cultural, como lo han logrado ya con la salud y lo están
implementando con la educación, en un esfuerzo para dar carácter de sectores de la
economía a nuestros derechos fundamentales y sobre esta base legislar para favorecer
a grandes grupos financieros y de paso, zafarse de su responsabilidad como Estado.
Es el predominio de la visión de negocios, la de ganar réditos con cualquier actividad,
visión para la cual lo que no rinde, no sirve, incluso lo social.

En el caso del teatro, un ejemplo que se hizo manifiesto abiertamente en el proyecto


de ley 278 de 2009, por el cual se intentó formalizar el sector del espectáculo público
en las artes escénicas y se dictaron otras disposiciones, proyecto presentado por la
entonces ministra de Cultura, Paula Moreno y el Representante Simón Gaviria, ante la
Comisión Tercera de la Cámara, la cual, curiosamente no tiene entre sus competencias
absolutamente nada que ver con el fomento a las artes y la cultura, sino con la
actividad financiera, hacienda e impuestos.

En el medio artístico se usa el término proyecto no sólo para referirse a la actividad


económica, sino a la creativa, pero desde la institución se había ya, desde hace años,
añadido a su glosario conceptos como proyecto auto-sostenible o proyecto
cofinanciado, entre otros, los que dan cuenta de la obligatoriedad que tienen los artistas
de demostrar una paradoja: que los artistas no necesitan apoyo económico por parte
del Estado para cumplir con su proyecto y, poder así acceder a recursos estatales (que
no se necesitan, recordemos, según la paradoja), bien porque los artistas tienen
suficiente capital para llevar a término sus obras, también porque otras entidades
estatales o el capital privado aportan para la realización de las mismas, delegando la
responsabilidad del desarrollo artístico y cultural, primero, al artista, segundo, al capital
privado y, por último, al Estado.

Para ello, ya han reformado la Constitución Política, y la Ley General de la Cultura,


que obligaba al Estado al fomento de las artes y la cultura, sin condicionamientos, pero
que ahora ofrece incentivos tributarios a las empresas privadas que aporten a los
proyectos culturales y, volviendo al mencionado proyecto de ley del espectáculo
público, incluso se pretendía recaudar impuestos de todas las presentaciones teatrales,
también de las de entrada gratuita, poniendo a la par con mega-eventos y mega-
conciertos multimillonarios, a cualquier manifestación artística y cultural, por modesta
(en términos económicos) que sea. En resumen, además de zafarse, como decía más
arriba, de la responsabilidad, e incentiva a la empresa privada para que invierta en la
cultura a cambio de exención de impuestos, las actividades artísticas ya no
necesitarían apoyo del estado, sino que pagarían impuestos al mismo.

Ahora, si bien es cierto que, como toda actividad humana, las artes y el teatro hacen
parte de la maquinaria socioeconómica, como pueden hacer parte de cualquier
mecanismo, los orificios de las rejillas de ventilación, no son las artes en general,
mucho menos el teatro, ni combustible, ni engranaje o pieza fundamental para el
monstruoso autómata del mercado de la visión neoliberal.

Por otro lado, cualquier expresión artística, incluyendo el teatro, no tiene porqué
obedecer únicamente a lo que un mercado demande, no solo por el riesgo de
convertirse exclusivamente en divertimento o en lúdica didáctica, sino porque ya no
primaría su función primordial, la estética, siendo desplazada por una función
económica: la intención de los artistas al escribir libros, al pintar cuadros, al componer
música, al poner obras en escena, sería prácticamente la de satisfacer la demanda con
las metas de, como mínimo, hacer su proyecto sostenible o, en el mejor de los casos,
un blockbuster o un éxito taquillero.

Eugenio Barba dice del teatro que es como esas plantas cuyas hojas, raíces o frutos
no son comestibles, como árboles cuya madera no sirve para construir, no funcionan
para la producción humana… pero dan oxígeno ¿Qué precio le ponemos a eso? El
maderamen de las artes sirve para tallar a los personajes en las mentes de los lectores
o los espectadores. Las raíces sugieren a los creadores espacios, texturas y sonidos
infinitos. Las hojas pueden caer hacia arriba en el imaginario del creador. ¿Qué precio
le ponemos a eso?

Decir que existen la industria cultural o los productos artísticos va más allá de
reconocer que existen las necesidades humanas de ser sorprendidos, de leer, ver y
escuchar historias nuevas o antiguas contadas como siempre o de maneras diferentes,
de encontrarnos todos en torno a una misma melodía o poema, de llenar nuestra
insaciable sensibilidad. Va mucho más allá de asumir que la mayoría estamos
dispuestos a pagar por ello y si nos gusta, o está de moda o tiene gran difusión,
pedimos más y que, por tal motivo, algunos artistas alcanzan mayor reconocimiento
que otros, no solo de nombre, sino económico.

Por eso, conciertos de Andrea Bocelli, de Shakira o de Silvestre Dangond mueven


millones de euros, dólares o pesos. Por eso esperamos, unos más que otros, la
próxima película de Spielberg, de Tom Cruise de Angelina Jolie o de RCN. Por eso no
es de extrañar que encontremos a un Botero en la Plaza Duomo de Milán, que García
Márquez esté traducido a 29 o 31 idiomas o que el Cirque du Soleil se haya establecido
en Las Vegas, Meca no solo del juego, sino del espectáculo, hablado en términos
comerciales.

Pero encasillar la creación artística únicamente como un sector de la economía,


pretender que todos los artistas sólo son productores y a todas las piezas de arte
reducirlas al concepto de productos susceptibles de ser valorados principal o
únicamente por el mercado, va demasiado lejos. En el caso de un arte del tiempo y el
movimiento en el espacio, como el teatro, la distancia se hace mucho más marcada:
toda función es una pieza única, así sea la misma obra dramática presentada o
representada en el mismo escenario, con los mismos actores y actrices, incluso con la
posibilidad casi remota del mismo público. Industrias que se sostienen con productos
que son pieza única son escasas, suntuosas, elitistas, como los Ferrari y los Versace.

Otras artes, vistas tradicionalmente como industrias, siempre tendrán problemas con
los Peter Greenaway, Jean Luc-Godard, o Nagisa Oshima, en la industria del cine o; el
caso del mercado del libro, que privilegia autores que no escriben literatura o autores
boom, por encima de autores preferidos por círculos literarios, pero no la industria del
libro.

El ejemplo de la obra pictórica como producto es muy aclaratorio, en especial si


tomamos a uno de los pintores más importante en los últimos tiempos: Vincent Van
Gogh, cuyas obras resultan ser de los productos más exitosos en el mercado de la
industria cultural, v.g. Los Girasoles, vendido en la fabulosa suma de U$ 39.921.750,
casi el valor del presupuesto del Ministerio de Cultura para 2010. Ante tal cifra, alguien
pudiera afirmar que, en efecto, el arte es un sector de la economía que mueve enormes
capitales.

Sin embargo, el mercado poco tiene que ver en sí con los artistas y con el arte. Tiene
que ver más con una estructura ajena, edificada por especuladores, tangencial,
muchas veces paralela, y casi siempre remota, con respecto al número siempre muy
reducido de artistas y sus obras, en comparación con todas las demás actividades
humanas. Y el caso de Van Gogh ilustra más, si sabemos que fue una compañía,
Christie’s, y no un artista, la primera beneficiada del negocio; que Yasuo Goto, su
comprador, descuenta de sus impuestos una cifra enorme cada año gracias a las
inversiones en el Seiji Togo Yasuda Memorial Museum of Modern Art de Tokyo, y si
además; sabemos que Van Gogh murió en condiciones de miseria; que dependía de la
caridad de su hermano Teo para sobrevivir y para adquirir los materiales; que su
proyecto no era sostenible; que el mercado de su momento no estaba interesado en su
oferta artística, menos pensada como producto, más como propuesta estética, sin
obedecer a lo que la demanda requería en su momento, por el contrario, en total
oposición a la misma. Concebir un producto así en el mercado es más que terquedad,
es una actitud suicida.

En últimas, pertenece al público, al pueblo, la decisión de asistir o comprar fórmulas


artísticas que funcionan para la economía y por lo tanto tienen la difusión de los medios
o, decidir si mira también el arte que aún no tiene público. Decidirá el capital privado si
apoya o no a los procesos artísticos o a los productos acabados, si lo hace con
altruismo o como una inversión, si lo hace con propósitos lúdicos, para entretener a sus
empleados y/o consumidores o con propósitos didácticos acordes con su visión
empresarial o con propósitos propagandísticos, o si lo hace respetando la autonomía
de los artistas.

Corresponde entonces a los artistas, ubicar su lugar en la sociedad, en ese sitio que
toca al mercado, o se mete en él, o se somete a él, o lo sacude, o lo critica, o va en su
contra, o lo repudia y se margina para volver a tocarlo con el riesgo de ser explotado.

Pero indudablemente, le concierne al Estado velar por el arte y la cultura y no sólo


por el mercado, sobre todo si su tesis neoliberal es que los mercados se auto regulan y
no necesitan su intervención, mucho menos para ayudarlo al despojo de lo artístico y
cultural en pro de la espectacularidad de las artes masificadas e industrializadas, como
pretende con iniciativas como el proyecto de ley que nos sirvió de ejemplo.

William Hurtado Gómez

BIBLIOGRAFÍA:
Congreso de la República, Proyecto de ley 278 de 2009. Disponible en la web en:
http://www.alonsoacosta.com/pdf/P.L278_09_Artes_Esc_A1DC3.pdf
Asamblea Nacional Constituyente. Constitución Política de Colombia. Disponible en
la web en: http://www.cna.gov.co/1741/articles-186370_constitucion_politica.pdf
Ministerio de Cultura. Reforma Constiucional y Ley General de Cultura 1990-2002.
Disponible en la web en: http://www.sinic.gov.co/OEI/paginas/informe/informe_23.asp
Congreso de la República. Ley General de la Cultura. Disponible en la web en:
http://www.enredartepanama.org/site/index2.php?option=content&do_pdf=1&id=4
Ministerio de Cultura. Ministerio de Cultura tendrá presupuesto histórico en 2010.
Disponible en la web en: http://www.mincultura.gov.co/?idcategoria=25987

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