DOSSIERS CPL
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J. CASTELLANO
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En Francia. Según un texto tardíodel siglo XI, atribuido a San Hilario de Poitiers
(t3 6 7 ) se proponen para los fíeles tres semanas de penitencia con prácticas ascéticas y
penitenciales como reacción a las fiestas paganas del fin del mes de diciembre. Pero en
el siglo V encontramos una especie de “Cuaresma” o tiempo de preparación a la Navidad
del 25 de diciembre, que comienza seis semanas antes. En un sermón de San Máximo
de Turín encontramos ya reflejado este sentido de preparación a la Navidad: “en
preparación a la Navidad del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda mancha,
llenemos sus tesoros con la abundancia de diversos dones...”.
En Ravena. En esta ciudad imperial, con hermosísimas basílicas, y en su área
cultural, parece que la preparación a la Navidad tiene un carácter más destacadamente
mistérico, con oraciones que se refieren al nacimiento del Señor y a su preparación en
el AT. En los sermones de San Pedro Crisólogo y en las oraciones del Rótulo de Ravena
-publicadojuntam ente con el Sacramentarlo V eronense-esta preparación a laN avidad
es más contem plativa del misterio que ascética, más teológica que penitencial. En estos
textos, tal vez por influjo del Oriente, se habla más del misterio del Verbo Encamado,
de la colaboración de María, de la espera de Zacarías e Isabel, por influjo de una especial
lectura de episodios bíblicos que se refieren al nacimiento del Salvador. Algunos textos
de esta tradición han sido recuperados en la actual liturgia Romana del Adviento, con
oraciones inspiradas en el Rótulo de Ravena.
E nRom a. Un efectivo tiempo de Adviento seconoce solamente hacia el siglo VI,
si es válida la hipóles is de su instauración por parte del Papa Siricio. De las seis semanas
iniciales, como todavía existen en el rito ambrosiano, se pasa definitivamente a cuatro,
con San Gregorio Magno. El carácter escatológico de este tiempo parece que deriva del
influjo de San Columbano y sus monjes y encuentra resonancia en un famoso sermón
de Gregorio M agno sobre Le 21,25-33 con ocasión de un terremoto. Así el tema del
último juicio ha caracterizado definitivamente el sentido del primer domingo de
Adviento, hasta nuestros días.
La misma palabra “adviento”, aplicada primitivamente a la venida de un
personaje, del emperador, ha sido asumida por la liturgia como la espera de la venida
gloriosa y solemne de Cristo que no puede ser más que su definitiva aparición en el
mundo al final de los tiempos.
De todos modos, el paralelismo de las dos venidas de Cristo, que tan fuertemente
señala hoy la liturgia de Adviento, es antiguo. La Catequesis 15 de Cirilo que la Iglesia
propone en el oficio de las lecturas del primer domingo de Adviento, es un testimonio
de autoridad.
En la sucesiva evolución del Adviento durante el medioevo, se introducirán
elementos típicamente relacionados con el misterio de la Navidad, como por ejemplo:
el canto “Rorate coeli desuper” y las antífonas que comienzan con la palabra “O ”,
síntesis de algunos títulos cristológicos y de la oración de los justos del Antiguo
Testamento. Las letras iniciales de estas antífonas leídas al contrario componen un
curioso acróstico que sería el siguiente: ERO CRAS (estaré mañana).
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Esta temática inspira algunos sermones de San Bernardo sobre el Adviento y, me
parece justo subrayarlo, algunas estrofas de las poesías de San Juan de la Cruz sobre el
prólogo del Evangelio de Juan, que son textos típicos del Adviento, tiempo de su fiesta
litúrgica, que recuerda también un famoso texto suyo de la Subida al Monte Carmelo en
una de las ferias de Adviento en el oficio de las lecturas.
El Calendario Romano renovado presenta así el carácter propio del Adviento: “el
tiempo de Adviento tiene una doble característica: es tiempo de preparación a la
solemnidad de Navidad, en la que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios entre
los hombres y, contemporáneamente, es el tiempo en el que a través de tal recuerdo, la
mente es guiada a la espera de la segunda venida de Cristo” .
A nivel de orientación y de contenido, no se considera solamente como un tiempo
de penitencia, sino de alegre y gozosa espera. El tono un tanto pesimista de las anteriores
oraciones ha sido purificado.
La nueva liturgia hace deslizar pronto la atención hacia el aspecto primordial que
es el de preparación de la venida del Señor en la carne, con la celebración de su espera
mesiánica. Esto especialmente en la inmediata preparación que inicia con la fecha del
17 de diciembre, tiempo mariano por excelencia de la liturgia, inmediata preparación
a la fiesta del Nacimiento del Señor.
No obstante, queda un cierto dualismo que a nuestro parecer no favorece la
claridad del planteamiento litúrgico y pastoral. El verdadero y único sentido del
Adviento parece ser el de la celebración de la espera mesiánica y de la preparación a
revivir en la Navidad esta presencia del Dios-con-nosotros, el Enmanuel.
La Palabra de Dios
El Leccionario feria l
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Es importante la lectura continuada del primer capítulo de Lucas con el anuncio
a Zacarías, a María, con la Visitación y el nacimiento del Bautista, con la preparación
al nacimiento de Cristo.
E l Leccionario Dominical
Los domingos y ferias tienen una eucología propia. A los dos prefacios de
Adviento (la doble venida de Cristo, la espera gozosa de la Navidad) se han añadido
ahora uno sobre Cristo Señor y Juez de la historia y otro sobre M aría nueva Eva.
Son particularmente hermosas las oraciones colectas de las ferias que preceden
la Navidad, algunas del Rótulo de Ravena y oportunamente retocadas.
Muy hermosas las preces en las cuales resuena frecuentemente con diferentes
modulaciones el Marana-tha. Buena la selección de textos bíblicos, patrísticos y de las
antífonas.
Son características las antífonas mayores que comienzan con la exclamación
“Oh” y componen, con las iniciales leídas al revés, el acróstico ERO CRAS: Emmanuel,
Rex gentium, Oriens, Clavis David, Radix Iesse, Adonai, Sapientia.
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(Evanghelismós), que cuenta con alguna rara representación en las Catacumbas de
Priscila y en el Arco de triunfo de Santa María la Mayor. Muchas son las imágenes de
la Anunciación con la originalidad de alguna como la de Ustiuj donde la Virgen está
pintada en pie junto al Angel y se vislumbra ya el Niño en su seno. La imagen de la
Platytera (aquella que contiene el Incontenible) o la Virgen del Signo presenta al Niño
Jesús orante como en el icono de Jaroslaw. Son frecuentes también las representaciones
de la Visitación.
El himno Akathistos en honor de la M adre de Dios es quizás el más hermoso
comentario del Adviento y de la Navidad. En algunos monasterios están pintadas las 24
piezas del poema, en el muro, o bordado sobre los vestidos sacerdotales. (Cfr. nuestra
edición en traducción métrica: Oración de las Horas, núm. 3(1985), con música del
maestro Lasagna y traducción catalana de J. Urdeix).
SUGERENCIAS PASTORALES
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Adviento, tiempo de Cristo: la doble venida
La teología litúrgica del Adviento se mueve en las dos líneas enunciadas por el
Calendario romano: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos
escatológicos del AT, y la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de alguna
de estas promesas ya cumplidas aunque si bien no definitivamente.
El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba
en la asamblea cristiana primitiva: t\M arana-tha (Ven Señor) o el Maran-aihá (el Señor
viene) de los textos de Pablo (1 Co 16,22) y del Apocalipsis (Ap 22,20), que se encuentra
también en laDidaché, y hoy en una de las aclamaciones de la oración eucarística. Todo
el Adviento resuena como un “M arana-thá” en las diferentes modulaciones que esta
oración adquiere en las preces de la Iglesia.
La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los
justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne estimula
a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas
tendrán total cumplimiento, ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente. El
primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja pero verdadera
realidad de la vida cristiana.
El tema de la espera del Mesías y la conmemoración de la preparación a este
acontecimiento salvífico toma pronto su auge en los días feriales que preceden a la
Navidad. La Iglesia se siente sumergida en la lectura profética de los oráculos
mesiánicos. Hace memoria de nuestros Padres en la Fe, patriarcas y profetas, escucha
a Isaías, recuerda el pequeño núcleo de los anawim de Y ahvé que está allí para esperarle:
Zacarías, Isabel, Juan, José, María.
El Adviento resulta así como una intensa y concreta celebración de la larga
espera en la historia de la salvación, com o el descubrimiento del misterio de Cristo
presente en cada página del AT, del Génesis hasta los últimos libros Sapienciales. Es
vivir la historia pasada vuelta y orientada hacia el Cristo escondido en el AT, que sugiere
la lectura de nuestra historia como una espera de Cristo que viene.
En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un redescubrir la centralidad de Cristo
en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos mesiánicos a tavés de las lecturas
bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones,
Anunciado por los profetas... En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre,
se convierte en el personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de
la salvación.
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Zacarías, Isabel, Juan, María; el Evangelio de Lucas lo demuestra en su primer capítulo,
cuando todo parece un anticipado Pentecostés para los últimos del AT, en la profecía y
en la alabanza del Benedictus y del Magníficat. Y en la espera del nuevo adviento la
Iglesia pronuncia su “Ven Señor”, como Esposa, guiada por el Espíritu Santo (Ap
22,20).
El protagonismo del Espíritu se transmite a sus órganos vivos que son los
hombres y mujeres carismáticos del AT que ya enlazan la Antigua Alianza con la Nueva.
En esta luz debemos recordar “los precursores” del Mesías, sin olvidar al
“Precursor”, que es el Espíritu Santo del Adviento.
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en la doble dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y
ejemplaridad. Presencia litúrgica en la palabra y en la oración, para una memoria grata
de Aquélla que ha transformado la espera en presencia, la promesa en don. M em oria de
ejemplaridad para una Iglesia que quiere vivir como María la nueva presencia de Cristo,
con el Adviento y la Navidad, en el mundo de hoy.
En la feliz subordinación de María a Cristo y en la necesaria unión con el misterio
de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión, V irgen de laespera que en el “Fiat”
anticipa el Maraña thá de la Esposa; com o M adre del Verbo Encamado, humanidad
cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo en el mundo y en la historia
del hombre.
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escatológica para el mundo, ejercita su esperanza, proyecta a todos los
hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es primicia y
confirmación preciosa.
A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este
tiempo litúrgico la experiencia de ser ahora “como una M aría histórica” que posee y da
a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.
La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un
esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el
mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa
vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene.
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DOSSIER CPL 2
ADVIENTO
5a. edición, 92 pág.
La Eucaristía
El acto penitencial. P. Farnés
La oración universal. P. Farnés y J. Aldazábal
Embolismo de Adviento para la Plegaria Eucarística II. P. Tena
Plegaria Eucarística para Misas con niños. J. Aldazábal
Moniciones para el Padrenuestro
Otras celebraciones
Celebraciones penitenciales para Adviento. J. G om isyJ. Aldazábal
Celebración de apertura del Adviento. J. Aldazábal
Oraciones para el Adviento de la liturgia hispánica antigua.
Procos dialogadas de Adviento. A. Ginel
M
TIEMPO DE ADVIENTO
TIEMPO DE ESPERANZA
Adviento y esperanza
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De esta forma, la esperanza cristiana trenza y traba las dimensiones del tiempo
físico; refiere nuestro presente al futuro, pero merced a la virtualidad del pasado. El
tiempo cristiano, el tempo de los tiempos litúrgicos, deviene así genuinamente humano:
un tiempo no desparramado, sino estructurado; un tiempo no atomizado en miríadas de
puntos insulares e inconexos, sino enhebrado en el hilo conductor de la realidad
cristológica que lo vertebra y articula; un tiempo, en fin, redimido de la fugacidad,
visible com o totalidad armónica y no como desesperante secuencia de fragmentos
desechables.
Recapitulando: el Adviento evoca y celebra la Navidad porque sólo así puede
suscitar cristianamente, escatológicamente (no futurológicamente), la expectación de
la parusía. Y viceversa: la expectación de la parusía es posible porque una vez ha
ocurrido realmente eso que celebramos en la Navidad. Cristo ha venido como niño, el
Verbo se hizo carne, para venir como Señor. Pero sabemos con absoluta certeza que
vendrá com o Señor porque vino como niño. Navidad y parusía son los dos polos que
mantienen en tensión la esperanza cristiana.
Hay todavía otra consideración que empareja Navidad y parusía, corroborando
así el carácter paradójico del Adviento. Es la siguiente: en realidad, y contrariamente a
lo que parecerían indicar ciertas traducciones, el Nuevo Testamento no habla nunca de
la parusía en términos de retorno o vuelta, sino en términos de venida en poder o en
gloria. Y ello porque, una vez venido al mundo por su encamación y subsiguiente
nacimiento, el Hijo de Dios no se ha marchado de él; difícilmente podría, pues, volver.
Hay, por tanto, una única venida de Cristo a la historia y al mundo: es una venida
definitiva, irrevocable, pero desplegada en fases diversas. Del nacimiento a la muerte,
está signada por la condición kenótica del Jesús histórico (que “ no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por los muchos”). M ediante la
resurrección, el Siervo es rehabilitado y constituido como Kyrios; desde ese momento
toda lengua debiera confesar que “Jesús es el Señor” . Si no ocurre así, es porque tal
señorío es real, pero sacramental; cierto, pero oscuro; por ende, sólo afirmable desde la
fe, no desde la visión. Llegará em pero un día en que se alce el velo, se disipe laoscuridad
y se patentice la realidad tal cual era; ése es justam ente “el día del Señor Jesús”, la
parusía, cuando la gloria del unigénito del Padre verificará la cabal identidad del nacido
de M aría en la humildad de Belén.
La parusía es, pues, el último tramo del proceso iniciado en la Navidad. El
Adviento, al anudar ambos extremos, proclama su recíproca inferencia y tutela la unidad
irrepetible de la venida del Verbo a la humanidad.
Siendo señaladamente cristocéntrico, este tiempo de la esperanza cristiana que es
el Adviento nos recuerda periódicamente que el objeto de dicha esperanza no esl algo,
un abstracto impersonal, sino alguien, una persona concreta. Cristo es nuestra esperan
za, y ello en sentidos diversos y complementarios: es su causa eficiente (tenemos
esperanza porque Cristo ha resucitado; de otra forma seríamos “ los más miserables de
todos los hombres”), su causa ejem plar (hemos sido predestinados a “reproducir la
imagen del Hijo”), su contenido (la vida eterna, el paraíso, es el propio Cristo).
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También bajo este punto de vista (absoluto cristocentrismo de la esperanza
cristiana) resulta afortunado el fundido natividad-parusía típico de la liturgia del
Adviento. Un nacimiento sólo puede referirse a alguien, no a algo; de igual modo, la
cs|)eranza suscitada por ese nacimiento ha de mantenerse fiel al cáracter concreto-
l>orsonal de su referente. Disponiéndonos inmediatamente para la conmemoración del
nacimiento de Jesucristo, el Adviento nos precave contra toda despersonalización e
idcologización de nuestra esperanza escatológica.
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o no la hay para nada (ni para nadie). “¿Quién espera?” -s e pregunta Laín Entralgo-. La
respuestaes “inmediatamente, laentera realidad psicoorgánica del esperante. Mediante,
la hum anidad entera. Ultimamente, el todo de la realidad cósmica”. Nuevamente se
registra aquí una coincidencia entre la noción cristiana de esperanza y la homónima
noción blochiana: entre eloptim um del totum y elpessimumdel nihil, señala Bloch, “non
datur tertium ” (entre el óptimo del todo y el pésimo del nada, no se da tercera opción).
Es este carácter englobante de la esperanza salvífica cristiana lo que esclarece la
ubicación de su cumplimiento en el punto terminal de la historia, más aún, lo que
demanda un punto terminal de la historia. A extramuros de la escatología bíblica (y con
la excepción, una vez más, de Bloch), las utopías soteriológicas laicas operan con el
sobreentendido de un tiempo interminable, de una historia inacabablemente abierta, de
un progreso indefinido (y presumiblemente infinito). Este teorema del processus in
infinitum es indisociable de la representación cíclica del tiempo. Ahora bien, nada hay
más solapadam ente conservador, más arteramente anturevolucionario que un tiempo
cíclico: en vez de revolución, circunvolución; en vez de instauración de lo nuevo,
restauración de lo antiguo; en vez de expectación, resignación ante lo inevitable. De esta
configuración circular del tiempo se nutre la tragedia griega, que no es sino una lacerante
meditación sobre el poder absoluto de la ananké, del destino ciego y mudo, de lo
inexorable: lo que nos vaya a suceder está ya escrito, ha sucedido antes, está sucediendo
desde siem pre y para siempre; es inútil resistirse; hay que plegarse. Hay que sufrir la
historia como sino: toda rebelión acaba trágicamente.
La vigencia de esta lectura desesperada de un devenir inagotable, que ni viene de
ninguna parte ni conduce a ningún sitio, vuelve a ponerse de manifiesto en estos versos
de Borges:
“ Dios mueve al jugador y éste la pieza
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
No esperes que el rigor de tu camino (...)
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino.
... N ada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.
... Ojalá fuera
éste el último día de la espera”
Desde los antipodas de esta contemplación desgarradora de un tiempo sin salida
a lo distinto, de sí, la esperanza cristiana apuesta por la posible salvación del todo y,
consiguientemente, postula un térm inodel procesogenesíacode la totalidad. En efecto,
para que la historia íntegra, y con ella la entera realidad, cobren sentido como totalidad,
es preciso que su génesis en el tiempo aboque a una parturición; sólo la eclosión de lo
gestado ju stificad pe ríodogestante. La parusía cierra la historia, laconcluyeconsum án-
dola, constituye el dies natalis de una real idad globalmente transfigurada. De es te modo
18
representa la justificación del proceso, el esclarecimientos de su sentido. La esperanza
del Adviento, porque es esperanza de la salvación consumada, dirige su mirada a la
parusía, que es condición de posibilidad de una salvación del todo.
Según esto, la visión cristiana de un término de la historia que es deseado con
expectación, nada tiene en común con las lecturas apocalípticas, cataclismáticas, del fin
del mundo. Y ello es así porque en el ámbito de la fe bíblica la escatología (el discurso
esperanzado sobre el término) se sustenta en la protología, en el discurso creyente sobre
un tiempo limitado, con arché y con telos, y sobre u n comienzo que es puro don gracioso
del Dios que crea no para la destrucción, sino para la plenificación de lo creado en la
participación de su propio ser. Tomamos así, con esta mutua imbricación de protología
y escatología, a una nueva formulación de la dialéctica pasado-futuro, ya-todavía no,
característica (según se apuntó más arriba) de la concepción cristiana del tiempo.
La virtud de la esperanza, en fin, mira a unos contenidos que no son fabricación
del hombre, sino don de Dios. También en este punto (como ocurría en lo tocante a las
representaciones de la temporalidad) la divergencia entre escatología y futurologías
laicas es categórico. Estas conciben la historia como laboratorium possibilis salutis
(Bloch): confieren a lo real lacapacidad de autorredimirse y au topromoverse a un status
cualitativamente superior. Esta hipótesis, a simple vista tan estimulante y tan realista,
choca sin embargo con dos graves inconvenientes. Primero, que no parece cuadrar con
la experiencia: lo que ésta testifica no es tanto la capacidad de la historia para salvarse
a sí misma cuanto su irreprimible propensión a segregar injusticia, caducidad y muerte.
No parece que con tales ingredientes pueda elaborarse un producto que merezca el
nombre de salvación. En segundo lugar, toda soteriología laica, por el hecho mismo de
asignar al proceso histórico la facultad de generar la salvación, tiene que configurarse
como futurología estricta, esto es, ha de diferir al extremo terminal de la historia de la
existencia real de los bienes salvíficos. Durante el proceso, dichos bienes no están aún
disponibles, puesto que (por hipótesis) se están fabricando. O lo que es lo mismo:
durante el proceso no hay salvación. Esta nopuede predicarse del ya, sino exclusivamente
del todavía no.
Si por el contrario se cree que la salvación preexiste a la historia y coexiste con
ella a lo largo de su entero decurso, es esperable que pueda penetrarla en cualquiera de
sus momentos. Cada hora de la historia, y no sólo la última, es redimible. Siendo la
salvación don que adviene al tiempo (en vez de producto manufacturado por el tiempo),
cabe disfrutar de sus genuinas anticipaciones y esperar su postrera configuración. Cabe,
en suma, articular la esperanza salvífica sobre la doble fase del ya y el todavía no y
celebrar regularmente, pública y solemnemente, su real adviento. La salvación está
viniendo constantemente a la historia, gracias a que su existencia no depende de la
historia.
19
La esperanza del Adviento y la praxis cristiana
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iniidez el alcance insospechado de la proclamación de la venida del Reino. Esperar la
parusía es acelerarla, hacerla sobrevenir. ¿Por qué? Porque, como se apuntó antes,
c.s|>erar, en cristiano, es operar. Quien confiesa su fe en la parusía está manifestando su
esperanza en un mundo y una humanidad donde la justicia, la libertad y la vida no son
promesas vacías ni verdades a medias, sino gloriosa realidad que, ya desde ahora, es
posible y que, por tanto, ya ahora es preciso construir.
Según constatábamos más arriba, una soteriología unilateralmente futurista
(como suelen serlo las futurologías seculares) despoja al presente de toda esperanza,
(on virtiéndolo en espacio de no-salvación. Pero las cosas no mejoran si se opta por una
soteriología unilateralmente presentista (que acostumbra a ser propia de los totalitaris
mos y de las revoluciones triunfantes). Pretender que el Reino ha cobrado ya su perfil
definitivo es tomarse hipócritamente ciego ante las indignidades de la historia, hacerse
sordo al clamor del sufrimiento, enmudecer ante la injusticia... La proclamación de la
parusía com oel todavía-nodelR einocontiene un potencial subversivoque la Iglesia no
puede malversar, sopeña de falsificar irreparablemente su identidad profética y su
vocación escatológica. Por ese camino se produciría en ella aquella “acomodación al
mundo” que ha sido proscrita a los que de verdad “anhelan la manifestación del Señor
Jesús”. Para ahorrarle a la Iglesia ese peligro (amén de para otras cosas) puede - y debe-
servir la celebración anual del Adviento, el tiempo por excelencia de la esperanza
cristiana.
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LOS HIMNOS DE ADVIENTO
P. FARNES
Identidad y progreso
“Si cada año desarraigáramos un vicio o adquiriéramos una virtud -dice la conocida
sentencia de Tomás de K em pis- pronto seríamos perfectos” . Apliquemos esta sabia
norma a los himnos de Adviento empleados en la Liturgia de las Horas. “Desarraigar un
vicio” es la primera tarea. Antes de empezar el Adviento sería recomendable hacer una
reflexión crítica para ver hasta qué punto en el repertorio de himnos de este tiempo se
hayan podido introducir algunas piezas menos oportunas o menos expresivas de lo que
objetivamente debe celebrar el Adviento. Porque ciertamente hay cantos que, aunque
parezcan referirse a la esperanza, por una u otra razón, resultan poco recomendables.
Así, por ejemplo, los que presentan un matiz demasiado penitencial, o los que insisten
excesivamente en otras “esperanzas” que no sean primordialmente Jesucristo. Se
impone, pues, una reflexión crítica para desarraigar vicios.
“Adquirir una virtud” es el matiz positivo en el que queremos insistir aquí. Quisiéramos
proponer la incorporación de un himno especialmente sugestivo y denso, que resume
muy bien la espiritualidad del Adviento y la presenta además con un lenguaje
especialmente bello y de fono marcadamente bíblico.
Pero a diferencia de los himnos del tiempo ordinario, los de Laudes y Vísperas de
Adviento, no deben introducir al momento de la celebración (no deben ser himnos de
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“lloras”), es decir, no debe aludir al principio o fin de la jornada, sino ambientar el
c arácter propio y diferenciante del tiempo litúrgico. A esta diferencia entre el matiz de
los himnos del tiempo ordinario y el que debe corresponder a las fiestas y tiempos fuertes
se refiere la IGLH cuando afirma que los himnos “manifiestan el carácter diferenciante
de las Horas (en el üempo ordinario) o de cada una de las fiestas (tiempos fuertes y
fiestas)” (n. 173).
I le aquí, pues, un aspecto que debe tenerse presente durante el Adviento: no se deben
usar aquellos himnos habituales de Laudes y Vísperas que aluden a la mañana o a la
noche, sino que hay que seleccionar otros cantos que serefieren al tiempo litúrgico. Bajo
este aspecto el himno, colocado al principio de la hora, debe ir al unísono de la oración
que se dirá al final: ni la pieza del principio ni el formulario del fin, en estos días, aluden
a la hora sino al tiempo. Así, mediante estas dos piezas, las horaa de estos días quedan
como “coloreadas” de un matiz que las hace “celebraciones de Adviento”.
Los acentos que más debe subrayar este himno inicial de Adviento son sin duda la
escatología, la llegada del Señor en gloria y majestad, la espera vigilante; el himno
debiera hacer eco a las expresiones que a diario repetirán los prefacios de este tiempo.
Que la comunidad se apreste en vigilante espera a recibirlos bienes prometidos, para que
cuando el Señor venga en la plenitud de su gloria no seamos rechazados como lo fueron
las vírgenes necias o el siervo que no negoció con los talentos recibidos.
Para la última semana de Adviento, sería m ejor buscar otro himno que tuviera referencia
más explícita y casi exclusiva a la primera venida del Señor. Las comunidades que los
conozcan, en la última semana podrían usar alguno de los himnos publicados por D.
COLS en Celebración Cantada de Liturgia de las Horas, 10: De luz nueva se viste la
tierra; Jesucristo, Palabra del Padre (en esta última semana convendría omitir la
estrofa tercera) y M irad las estrellas brillar. Buen himno para el Adviento es también
el publicado por A. TAULÉ, Palabra que fu e luz (Cantoral litúrgico nacional n. 18)
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divino no se advirtió aún que el nuevo Oficio de lectura había ya perdido el carácter
nocturno que tenía el anterior Oficio de maitines y como el himno cuadraba bien con la
noche se le asignó lugar entre las piezas del Oficio de lectura que en el nuevo Oficio
ocupaba el lugar de los antiguos maitines nocturnos.
Este texto tiene unagran riqueza de fondo bíblico. ElEsposo que llega de repente e invita
a los que velan y olvida a los que duermen, las doncellas con lámparas que guardaron
copioso el aceite, el golpear de las necias las puertas del banquete que finalmente se
cierran, son claras alusiones a la parábola de las diez vírgenes (Cf. M t 25,1 -13). Por otra
parte, el estar alerta por si el Señor viene de noche contiene también una clara alusión
a la parábola de los criados que aguardan a que su Señor vuelva de bodas entrada ya la
noche (Cf. Le 12,35-40).
De hecho este himno puede servir para cualquiera de las tres horas mayores (no para la
hora intermedia diurna). Entre ellas, con todo, usado en la vigilia dominical, especialmente
si ésta se celebra en forma prolongada, adquiere un relieve mayor, porque por una parte
se trata del tiempo de Adviento y por otra de una hora expresiva por sí misma de la actitud
escatológica.
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Cómo usar el himno en la Liturgia de las Horas
Evidentemente que la manera más propia, la que se debería procurar siempre, es el canto.
Si la comunidad puede, lo mejor será repartir las estrofas entre dos coros que se alternen.
Para este canto ofrecemos dos melodías de matiz muy distinto; así cada comunidad
podrá adaptar la que mejor responda a sus posibilidades e incluso a sus gustos. Las
asambleas con mayores posibilidades musicales podrían incorporar ambas melodías,
reservando una para los domingos, otra para los días feriales.
Cuando el canto del himno resulte muy difícil, sobre todo en comunidades poco
numerosas, otra posibilidad sería una buena declamación (no simple lectura) del texto
con un fondo musical muy suave, hecha de tal forma que invite a una oración
contemplativa. Esta manera requiere, sobre todo al principio, una preparación muy
cuidadosa y una unión muy lograda entre el organista y el que proclama el texto. Muy
bien preparado, podría pensarse tam biénen un fondo de música previamente registrado.
La preparación resultará quizá más difícil aún que el aprendizaje de la melodía pero,
como contrapartida, no será toda la comunidad quien deba preparar el himno sino sólo
dos miembros de la misma. Si se opta por este modo debe evitarse una proclamación
hecha desde el ambón, a la manera de las lecturas bíbl icas. Qu izá lo mejor sería que quien
proclama el texto se situara en un lugar no demasiado visible.
Otra posibilidadseríalade un pequeño coro (no un solista, pues ello asemejaríael himno
al salm o responsorial) que cantara las estrofas mientras la comunidad intercala a cada
una de ellas el “Ven, Señor Jesús” conocido ya por el canto de la aclamación de después
de la consagración, (si se opta por este modo debería cantarse, no toda la aclamación,
sino únicamente la frase “Ven, Señor Jesús”).
Terminemos diciendo que el himno Este es el tiempo en que llegas, leído pausadamente,
contemplativamente, puede conseguir también su finalidad en la recitación individual
del Oficio. Sin duda esta manera -com o en general el Oficio rezado por una sola
perso n a-d e usar el himno es mucho más pobre; pero con todo se conserva por lo menos
gran parte de su valor y puede ser también en este caso una expresión poética de gran
valor introductivo para la oración litúrgica del tiempo de Adviento.
25
EL DON DE LA LUZ ETERNA
Las lecturas breves
de Vísperas en el Adviento
PERE TENA
31
3. “Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra
condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esaenergía que posee
para sometérselo todo” (Flp 3, 20b-21; lunes).
4. “ Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él nos mantendrá
firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusamos en el día de Jesucristo, Señor
nuestro. Dios nos llamó a participaren la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y
él es fiel!” (Cf. IC o 1, 7b-9; martes).
5. “No juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que
esconden las anieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada
uno recibirá la alabanza de Dios” (IC o 4,5; miércoles).
6. “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda
paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened
paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
M irad que el juez está ya a la puerta” (St 5 ,7 -8 .9b; jueves).
7. “Para el Señor un día es com o mil años, y mil años como un día. El Señor no
tarda en cumplir su promesa, com o creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha
paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se
conviertan” (2P 3,8b-9; viernes).
El Señor
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El día del Señor, la venida del Señor
El juez, el juicio
La “venida” del Señor, por tanto, es “juicio”, y el Señor “viene” como “juez” .
Estas imágenes bíblicas aparecen bien trabadas en la lectura del miércoles (n. 5). Es la
presencia de la luz lo que juzga las tinieblas, la presencia del Señor lo que “pone al
descubierto los designios del corazón” . La hora de Vísperas es también un momento
para dejar que la luz del Señor juzgue el día que hemos transcurrido, y anticipe de esta
manera el juicio definitivo. San Benito quería que se cantara el Padre nuestro, en este
momento, precisamente para purificar los corazones de los monjes.
El juicio del Señor, sin embargo, es un juicio en la paciencia: “tiene mucha
paciencia con vosotros”, recuerda san Pedro. En este caso, la paciencia de Dios está
emparentada con la misericordia. Él quiere que sus hijos vivamos como tales. Su juicio
está en la línea de la parábola de la higuera que no daba fruto, pero que no era arrancada
todavía (Le 13,5-9).
33
Es oportuno notar que este matiz de invitación a la conversión lo encontramos
precisam ente en la lectura del viernes (n. 7). De esta manera el tiempo de Adviento
subraya, a partir de sus propias características, el carácter penitencial de cada viernes.
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Y precisamente porque esta espera se hace en la dificultad de la tentación, de las
limitaciones, hay que añadirle la fortaleza, y entonces la esperanza se convierte en
paciencia. “Como el labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras
recibe la lluvia temprana y tardía, tened paciencia también vosotros, manteneos
firmes...” (n. 6). La imagen es hermosa y sugestiva. “La lluvia temprana y tardía”. ¿No
es esto lo que recibimos cada día? Isaías comparaba la Palabra de Dios con la nieve y
con la lluvia. Los cristianos tenemos, por la mañana y por la tarde, esta lluvia que nos
riega y fecunda: “Cuantas cosas fueron antes escritas, para nuestra enseñanza se
escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras mantengamos
la esperanza” (Rm 15,4).
Y, finalmente, la alegría (n. 2). Ya sabemos de qué alegría se trata. Es la que tenía
la Virgen al cantar el Magníficat, y la que tenían los primeros cristianos cuando partían
el pan por las casas con simplicidad de corazón (Hch 2,42-47). Es la alegría de la
presencia, la alegría del “ya”, acentuado sobre el “ todavía no”. El Señor resucitado no
abandona jam ás a su Iglesia, sino que en ella está presente sobre todo en las celebracio
nes litúrgicas. Y, como recuerda laInstilutio generalis de la Liturgia de las Horas, n. 39,
la tradición oriental, y también actualmente muchas veces la occidental, saluda a
Jesucristo como “luz gozosa”, precisamente a la hora de Vísperas.
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CELEBRACIONES DE ADVIENTO
PERE FARNÉS
Corona de Adviento
Colocar unacorona de ramas verdes con cuatro velas para encender sucesivamente
en cada uno de los domingos de Adviento, es una práctica de origen germánico que se
ha introducido recientemente en muchas de las iglesias de nuestra geografía y que puede
resultar expresiva. Si el lugar no se presta a la colocación de una Corona, las cuatro velas
pueden colocarse también de alguna otra forma que resulte estética. Un modo sugestivo
podría consistir en colocar las velas en un tronco de árbol rústico cortado, en el que se
injertarían asimétricamente las cuatro velas; sería una alusión al “tronco de Jesé” (Is
11,1); sobre este tronco, llegado el tiempo de Navidad, podría colocarse la imagen de
Jesús niño.
Si se adoptan estas velas de Adviento habría que cuidar con esmero la sobriedad
de este símbolo; las velas, en todo caso, deben aparecer como un símbolo discreto, que
no sobresalga nunca ni con referencia al altar, ni frente a la sede o al ambón. Siempre
resultaría desaconsejable situar las velas delante del altar o remover de sus lugares
habituales la sede o el ambón para colocar las velas de Adviento.
Ennuestro Directorio del Año litúrgico (edit. Regina 1984, p. 36) damos algunas
sugerencias prácticas en tom o a esta “Corona de Adviento” . Por otra parte en el
Bendicional publicado por el Episcopado español (Coeditores litúrgicos 1986), se
contienen dos expresivos formularios para bendecir e inaugurar esta “Corona de
Adviento” (pp. 551-556).
La “Corona de Adviento” puede colocarse, además de la iglesia, en algún otro
lugar comunitario o familiar.
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Imagen de María
Si la imagen de María no ocupa ya el lugar principal de la iglesia y la disposición
del lugar lo permite, convendría destacarla durante el Adviento y Navidad. La que más
adecuada resulta durante estos tiempos es la que representa a M aría com o Madre;
algunos iconos orientales que ofrecen la imagen de María con un nimbo en el pecho, en
el que figura Cristo, son especialmente evocativos para Adviento y Navidad; también
podría serlo una imagen de M aría con su Hijo en la falda o en los brazos.
Hay que hacer especial hincapié, especialmente con motivo del inicio del Año
litúrgico, en que la Oración de los fieles no se convierta en una especie de glosa de las
lecturas -bastantes formularios adolecen de este grave defecto- desnaturalizando con
ello la función propia de esta plegaria. La Oración de los fieles nunca debe ser como un
coloquio con Dios sobre el contenido de las lecturas (a la manera de los antiguos
“coloquios” ques seguían a la meditación), sino que su finalidad es orar por el mundo
y sus necesidades. Con referencia a la finalidad de la Oración de los fieles los textos
fundamentales continúan siendo el Concilio Vaticano II (Constitución Sacrosanctum
Concilium, n. 53) y la ¡nsiituiio del Misal romano (nn. 45-47).
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LA NAVIDAD
Historia y teología
JESUS CASTELLANO
La celebración del Nacimiento del Señor, tan querida por la piedad de la Iglesia y
por la religiosidad popular, tan sentida todavía en nuestra cultura contemporánea, no
obstante los abusos del consumismo, no es la primera fiesta cristiana, no es una
celebración que pueda igualar los orígenes de la Pascua, pero encierra, aún en su
compleja historia, una impecable teología y una densa espiritualidad. Intentamos trazar
en síntesis los aspectos de esta celebración del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo
según la carne, como decía el antiguo martirologio latino y dice todavía la liturgia
oriental.
LA LARGA HISTORIA
DE LA LITURGIA DE NAVIDAD
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judeocristianos palestinenses, especialmente los ortodoxos llamados “nazarenos”, la
celebración deN avidad no era un simple recuerdo histórico, sino la ritualización de uno
de los misterios salvíficos de Cristo en sus “bajadas” y “subidas” a través de la “escala
cósmica” .
En realidad nada sabemos de seguro sobre este tipo de celebraciones cuyo
contenido sintetiza E. Testa con estas palabras que parecen encontrar eco valioso en los
libros apócrifos del NT a propósito del Nacimiento de Jesús: “el misterio de la gruta de
Belén o caverna de la vida represen ta para los nazarenos de la Iglesia Madre de Jerusalén
la epifanía de la virginidad de la Virgen, la manifestación de la divinidad de Cristo, la
salvación de la Iglesia judeocristiana y la liberación de toda magia del mundo gentil” .
Sostienen esta hipótesis algunas narraciones apócrifas de la Navidad que parece
tengan origen en una conmemoración celebrativa. Se habla de la gruta inundada de la
luz con presencia de la nube luminosa; se afirma quietud de todo el cosmos y la
suspensión de toda la naturaleza con la interpretación de un texto de Sab 18,13-14,
aplicado al nacimiento del Salvador: “cum médium silentium tenerent omnia et nox in
suoculm ine permaneret, omnipotens sermo tuus a regalibus sedibus venit...”. Texto que
la liturgia latina aplicará en el medioevo a la Navidad y que resuena todavía en algún
texto navideño.
De todos modos, es cierto que a partir de finales del siglo IV, según el testimonio
de Egeria, en el inicio del mes de enero se celebra una solemne vigilia en la gruta de la
Natividad, adornada con gran esplendor, y de la que se parte hacia Jerusalén donde tiene
lugar la sinaxis eucarística. Sobre la gruta Santa Elena construyó la Basílica de la
Natividad en el 326 y el altar es colocado en el piso superior exactamente sobre la gruta
con una fisura que permite contemplar el lugar donde nació el Señor.
Esta fiesta, en este lugar, vivida por los peregrinos, será motivo válido para trasladar
a otras iglesias la fiesta nocturna de Navidad al lá donde, como en Roma, esta celebración
ha surgido por otros motivos históricos y celebrativos.
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el 6 de en ero - muy popular en Roma y celebraba la victoria del Sol sobre las tinieblas
al inicio del solsticio del invierno, precisamente en Roma, donde el templo del Sol tenía
su sede en los alrededores del Campo Marzio. Esta fiesta parece que fue impuesta hacia
los años 270-275 porel emperador Adriano. Constantino era devoto de esta solemnidad
pagana. También Juliano el Apóstata la restableció el año 335.
Los cristianos romanos, pues, tuvieron la audacia, como en otros casos, de
cristianizar esta fiesta civil romana, aplicando a Cristo el sentido simbólico del
Nacimiento de aquél que es el verdadero Sol de justicia, Luz que nace de lo alto, Sol
victorioso. Existían, sin duda, algunas razones simbólicas para hacer esta sustitución.
El tema del Sol, como han estudiado Dolger, H. Rahner, Casel, es típico de la teología
mistérica cristiana. Los Padres de la Iglesia, trazando las líneas de la espiritualidad de
Navidad, atribuyen una gran importancia a esta teología de la luz que es Cristo.
Pero en seguida surge la pregunta: ¿cómo ha sido fijada la fecha del nacimiento del
Señor el 25 de diciembre, cuando con respecto a esto, no dicen nada los Evangelios?
La respuesta no es fácil. Cómputos fantásticos ponen en el 25 de marzo una serie
de fechas coincidentes; aquel día es juntamente la fecha inicial de la Creación, de la
Encarnación del Verbo y de la muerte de Jesús. Contando con exactitud los nueve meses
del embarazo, se llega al 25 de diciembre. Un tratado de cómputos atribuido a Jerónimo
justifica así estas coincidencias: “También la creación está de acuerdo con nuestro
ordenamiento porque hasta aquel día crecen las tinieblas y desde aquel día, en cambio,
decrecen las tinieblas y crece la luz, esto es, crece el día, disminuye el error y entra la
verdad, hoy nace nuestro Sol de Justicia”.
Pronto esta fiesta se extiende en la Iglesia de Occidente. Al final del siglo IV se
celebra en el norte de Africa, como testifica Optato de M ilevi que nos asegura de la
conmemoración, también aquel día, de la adoración de los M agos. Tenemos también
tesdmonios de tal celebración por este tiempo en el norte de Italia. La existencia de esta
celebración en España se deduce de la carta del Papa Siricio a Imerio, Obispo de
Tarragona.
La autoridad de la Iglesia de Roma, la necesidad de afirmar el dogma de la divino-
humanidad de Cristo, han contribuido mucho a extender esta fiesta de Navidad también
en Oriente. La conocen Efrén, los Capadocios, Juan Crisóstomo. Celebrado al inicio el
misterio único de la manifestación del Señor en la carne en la fiesta de la Epifanía, se
adopta la fecha romana. Lo testifica Juan Crisóstomo que habla hacia el 385 de una fiesta
de Navidad recién introducida en Oriente.
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En el siglo VI la fiesta se enriquece en Roma con la celebración de varias misas. La
primera es la misa estacional en San Pedro -quizá porque es el lugar que recordaba la
transformación de la fiesta pagana en fiesta cristiana. Después se introduce una misa
nocturna, a media noche, en Santa María la Mayor, que los presbíteros de San Pedro en
Vaticano aceptaron de malagana. SantaM aría la Mayor, que se llamaba primitivamente
Santa M aría ’ad Praesepe', ha sido erigida como una imitación de la Basílica de la
Natividad en Belén; según la tradición, San Jerónimo ha trasladado también reliquias
del primitivo pesebre de Belén (?). El Papa Sixto III en el siglo V la hizo adornar con
preciosos mosaicos. Todavía hoy el arco de triunfo primitivo que se puede admirar es
un monumento doctrinal litúrgico al misterio de la Natividad del Señor.
Existe, pues, el deseo de imitar la celebración noctum ade Belén descrita porEgeria
-aunque la narración está mutilada al inicio- y entra plenamente en la religiosidad del
pueblo. La Navidad será celebrada como Pascua -¿m ás que Pascua?- con una vigilia
en la cual, com o en la Galia, se celebran también los bautismos.
41
nec ales esurit”, alusión cargada de ternura en la consideración de la humanidad de
Cristo, para captar la vibración teológica y poética de la liturgia de Navidad.
Después es ya drama, representación folklórica de la Navidad, recuperación en la
piedad popular del pesebre com o visualización del misterio y de la escena vivida por
personajes vivos, con todas las referencias a los Evangelios apócrifos. Pero todo
contribuye, también en este caso, a poner en el corazón del pueblo sencillo el misterio
celebrado.
N avidad es todavía una celebración muy sentida. Se puede decir que es una fiesta
litúrgica que ha hecho cultura. Existen ciertamente aspectos deteriorados, como el
desenfrenado consumismo y la frialdad de una Navidad en la cual parece que se haya
olvidado el centro mismo de la celebración. La Navidad se celebra como fiesta
consumística aún fuera de la civilización que ha experimentado el influjo cristiano,
como en el Japón. En otros regímenes ha sido transformada en fiesta ideológica.
Estamos en el vértice de un retroceso a la inversa. Si en el siglo IV los cristianos han
cristianizado una fiesta pagana, en el siglo XX una fiesta cristiana ha sido socialmente
hecha pagana o secularizada.
42
perplejidad diciendo que la Navidad no se celebra como misterio, sino más bien como
memoria (“non in sacramento celebran sed tantum in memoria re vocari”). León Magno,
sin embargo, afirma con claridad que también la Navidad es misterio, sacramento, pero
no independiente de la Pascua, sino como su inicio (Serm. 26 in Nativ. Domini, VI). En
el “quoad nos” de este misterio pascual, Navidad es también modelo para nosotros que
debemos vivir como bautizados según el m isteriode filiación divina que resplandece en
Cristo, el Hijo obediente.
En esta perspectiva teológica podemos recordar estos aspectos:
Navidad es el inicio del “Paschale sacramentum”, que comprende indisolublemente en
las confesiones de fe la Encamación del Hijo de Dios;
en las antífonas puede resonar el “Hodie Christus natus est" porque este “ hoy” se ha
convertido en presencia eterna del Verbo.
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m isterio de la Navidad, ella está presente en las oraciones de la Iglesia en la Navidad y
durante su octava.
El 1 de enero, octava de Navidad, se celebra la fiesta de la maternidad divina y se
venera a aquélla que es Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, según la oración después
de la comunión.
La liturgia bizantina reserva una Sinaxis, o fiesta de la Madre de Dios, el 26 de
diciembre, mientras que otras liturgias graciosamente celebran “ los parabienes” o
“augurios” a la M adre de Dios, con textos llenos de encanto como los himnos de Efrén
el Sirio a la Virgen por el nacimiento de su Hijo.
En el corazón mismo de la plegaria eucarística la Iglesia de Oriente recuerda
siempre la relación entre María, la Eucaristía y la Encamación que permite a los fieles
nutrirse del “ Verbo Encam ado” . En la Anáfora de San Basilio se canta este tropario
después de la Consagración:
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TRIPTICO LITURGICO.
LOS PREFACIOS DE NAVIDAD
J. CASTELLANO
La liturgia de Navidad, Solemnidad del Nacimiento del Señor, celebra con sus
textos el misterio de la manifestación del Hijo de Dios. Mientras nuestra mirada
contempla quizá la imagen del Niño o la representación natalicia de un Belén, nuestro
oído debe estar atento a las palabras de la liturgia, la voz tiene que orar y cantar al unísono
con el espíritu de la liturgia. Solo así podremos celebrar el misterio en sintonía con la
Iglesia de manera que nuestra mente concuerde con nuestra voz.
Este sencillo acercamiento a los textos eucológicos de las Misas de Navidad, es
un intento de catequesis mistagógica, para iniciamos e iniciar a otros en la comprensión
del misterio a partir de la liturgia misma, para favorecer la contemplación, revivir el
misterio de la manifestación del Señor en la carne, tener acceso a él, mediante la
Eucaristía, Pan de Vida, y prolongar en la existencia las resonancias del mensaje.
Lo vamos a hacer a partir de los tres prefacios de Navidad que sintetizan
egregiamente la más genuina teología del misterio, tal como nace y se desarrolla en los
primeros siglos de la liturgia romana; es decir, entre la introducción de la fiesta de
Navidad, en el siglo IV, y los primeros esplendores de su celebración en tiempos de
Gregorio M agno (+604).
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En medio de la noche celebran las comunidades cristianas el memorial litúrgico
del nacimiento del Señor, a partir de la costumbre de la Iglesia romana de celebrar este
misterio en la Basílica de Santa María la Mayor, con una intuición genial que ha hecho
perdurar a través de los siglos la celebración nocturna de Navidad.
Textos primitivos evocan las convicciones populares en tomo al día de Navidad
como día de la luz, del sol nuevo, del sol invicto. Así escribe por ejemplo M áxim o de
Turín:
“No es errado que el pueblo llame a este día santo el nacimiento del Salvador: el sol nuevo.
También nosotros nos unimos a esta costumbre. De hecho cuando nace el Salvador no sólo
se renueva la salvación de la humanidad, sino también la misma luz del sol” .
Otro escritor anónimo recuerda:
“Llaman a este día “nacimiento del Sol Invicto”. Pero ¿quién es victorioso e invicto como
nuestro Salvador que ha vencido la muerte? También lo llaman “día del nacimiento del
Sol”. Pero en realidad ¿no es El, nuestro Salvador, el Sol de justicia, de quien Malaquías
escribió: “Para vosotros que teméis al Señor su nombre se levantará como Sol de justicia
y su salvación estará bajo sus alas”?
La circunstancia cosm ológica del solsticio de invierno, celebrado por los
romanos como triunfo de la luz sobre las tinieblas, evocaba espontáneamente para los
cristianos el Sol que nace de lo alto, la presencia entre nosotros de Cristo “Luz que brilla
en las tinieblas”, “Luz del m undo”.
El ambiente de la celebración de medianoche es propicio para evocar este
misterio. En el corazón de la noche, la comunidad cristiana se reúne en un espacio de
luzque es sím bolode la fe que nace de la Palabra del anu ncio. Y la Luz es Cristo, Palabra
y Eucaristía, com o un haz de esplendores que se irradia para iluminar a todos los que
creen y celebran su santo nacimiento.
En este am biente litúrgico resuenan las palabras de la luz. Ante todo en la
Liturgia de la Palabra:
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;habitaban tierras de sombra y una
luz les brilló” (Is 9,2).
El texto mesiánico se convierte en profecía a la luz del anuncio evangélico:
“en aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre velando por tumo
su rebaño... La gloria del Señor los envolvió de claridad...” (Le 2,8-9).
La oración colecta ya ha anticipado solemnemente el tema de la liturgia de la
Palabra:
“Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera,
concédenos gozar en el cielo del esplendor de su gloria a los que hemos experimentado la
claridad de su presencia en la tierra”.
El tema de la luz se enriquece con alusiones a la “manifestación” de la gracia (2a
lectura) y la contemplación de la gloria (ant. de comunión). Se subraya en textos
comunes como la confesión de fe, ya que en esta noche no se pueden olvidar las repetidas
fórmulas del Credo: “Dios de Dios, Luz de Luz” ; o el Communicantes propio: “ la noche
santa en que la Virgen M aría dio a luz al Salvador del mundo...”
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El prefacio I concentra y resume en acción de gracias al Padre este misterio de
Cristo, Luz del mundo:
“Porque gracias a la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con
nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente él nos lleve al amor de lo
invisible...”
Hay dos interesantes prolongaciones del tema: Cristo se irradia con la gracia; la
fe es luz que tiene que iluminar la vida. Así lo dice una de las bendiciones finales:
“El Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con la encamaciónde su Hijo
y con su nacimiento glorioso iluminó esta noche santa, aleje de vosotros las tinieblas del
pecado y alumbre vuestros corazones con la luz de la gracia”.
Y así lo confirman algunos textos de la M isa de la aurora, como la antífona de
entrada que recupera el texto de Isaías proclamado en la noche (cf. Is 9,2), y sobre todo
la colecta que explícita la condición filial y bautismal de los que participan del misterio
de Cristo; una gracia que se hace compromiso de vida:
“Concede, Señor todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha
carne, que resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu”.
Navidad es misterio de luz. En el fulgor de esta noche se adivinan ya las luces
de la noche pascual. O si queremos, la luz pascual reverbera de manera retrospectiva en
el misterio del nacimiento de Cristo, del mismo modo que la luz del kerigma de la
resurrección ilumina en Lucas la narración del nacimiento del Señor, y en el Prólogo de
Juan la gloria del Resucitado es también inicialmente gloria de la Palabra hecha carne.
No podemos olvidar que, en la mejor tradición litúrgica romana, Navidad es necesario
inicio del misterio pascual. Y que la liturgia celebra Navidad como “Pascua”, según un
típico lenguaje oriental que en nuestra lengua castellana ha permanecido: Pascua de
Navidad. Pascuarecuerdaelm isteriode la iluminación bautismal. Navidad, lacondición
del cristiano com o hijo de Dios. Así lo hace por ejemplo, León Magno en su célebre
Sermón de Navidad que se lee en el oficio de lecturas de la noche, recordando la
iniciación bautismal: “Reconoce, cristiano tu dignidad... Noolvides que fuiste liberado
del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios...”
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su nacim iento los Angeles cantan: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los
hombres que ama el Señor”.
Esta es la certera intuición del antiguo texto de la “Kalenda de Navidad”, inserta
en el M artirologio romano, que cantaba el misterio de la plenitud de los tiempos, la
confluencia en Cristo de la historia sagrada y de la historia profana, desde la creación
hasta las Olimpíadas de Grecia, desde la unción de David a la fundación de la ciudad
Romana; la irrupción de Cristo en nuestra historia se hace mediante el designio de
consagrar el mundo con su piadosa venida (mundum volens piissimo suo adventu
consecran...). En el centro del cosmos y de la historia se inserta para siempre Jesucristo,
Redentor del hombre, unido con su encamación a cada hombre, unido con toda la
creación a través del misterio de su nacimiento.
El misterio de N avidad evoca 1a presencia de esta dimensión cósmica y universal
de la salvación, como lo hace este texto de la liturgia bizantina:
“El cielo y la tierra se alegran proféticamente en este día. Los ángeles y los hombres
celebran una asamblea espiritual. Dios, nacido de una mujer, ha aparecido en la carne a
quienes vi vían en tinieblas y en sombra de muerte. Una gruta y un pesebre lo han acogido.
Los pastores proclaman esta maravilla. Desde Oriente los magos traen hasta Belén sus
dones; y nosotros con nuestros labios indignos presentamos nuestra alabanza con las
palabras del himno angélico: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra...”
El Prefacio II de Navidad, de manera impecable, canta el misterio de la
restauración cósmica como acción de gracias al Padre, mientras contempla el misterio
del nacimiento del Hijo unigénito, hermano nuestro:
“Porque en el misterio santo que hoy celebramos, Cristo el Señor, sin dejar la gloria del
Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo; el que era invisible en su
naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra: el eterno, engendrado antes del tiempo,
comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que
estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos
al hombre sumergido en el pecado”.
Armonía entre Dios y nosotros; entre el cielo y la tierra; paz entre lo divino y lo
humano; entre lo eterno y lo temporal; asunción en Cristo de toda la creación, elevación
del cosmos, reconciliación del hombre pecador. Es la idea que recoge al final de la M isa
una fórmula de bendición, com o augurio de paz:
“Y el que por la encamación de su Hijo reconcilió lo humano y lo divino os conceda la paz
a vosotros, amados de D ios...”
N avidad resulta en esta perspectiva litúrgica fiesta de la hum anidad entera y de
la naturaleza; en la Iglesia de Cristo, lugar de la paz y de la fraternidad; y en la liturgia
de la Iglesia, donde el cosmos se hace aliado del hombre en el culto divino, hasta en esos
elementos que son fruto de la tierra y del trabajo del hombre en los que ahora se hace
presente el Verbo hecho carne.
El título del Prefacio III de Navidad sintetiza lo que es vértice de la teología del
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misterio celebrado: la encamación del Hijo de Dios como salvación de lo humano
mediante el admirable intercambio (¡ "admirabile comm ercium"!) que ya inicialmente
nos ha redimido.
Todo está anunciado con vigor en el evangelio de Juan, alta proclamación
teológica del misterio de Navidad en la Misa del día:
“Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros”
“Y a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios” (Jn 1,14.13).
Es el misterio del Dios como nosotros; del Dios con nosotros; del Dios que nos
permite ser hijos suyos y está de nuestra parte.
Resuena el mismo mensaje en los textos paulinos que, a primera vista, no parecen
los más apropiados para conmemorar el misterio de Navidad al ser proclamados en la
liturgia. Y sin embargo, leídos en este contexto, se hacen elocuentes. Cristo es
manifestación de la gracia de Dios, salvadora y universal (Tt 2,11). El es “epifanía” de
la Bondad de Dios, de la divina “Filantropía” -e l amor hacia el hombre pecador- que
culmina con el nuevo nacimiento del hombre mediante el baño de la regeneración en el
Espíritu y la herencia de la vida eterna (cf. Tt 3,4-7).
Navidad es el punto de partida de esas amorosas meditaciones de los Padres
acerca de la “condescendencia de Dios”, del misterio de lo divino en lo humano: la
realidad “teándrica” -divino-hum ana- en Cristo, en nosotros, en la Iglesia; porque
“Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser Dios”, según el gran axioma de los
Padres, inspirados ya por la gran teología de Ireneo acerca del misterio de la amistad
divina y de los intercambios entre lo que es de Dios y lo que es nuestro.
Las ideas más bellas de la liturgia se concentran en esta contemplación con
insistencia.
Así lo anuncia ya la oración sobre las ofrendas de la noche de Navidad:
“Acepta, Señor, nuestras ofrendas... y por este intercambio de dones... haznos partícipes de
la divinidad de tu Hijo que, al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo
admirable”.
Lo repite la misma oración en la Misa de la aurora:
"... A sí como tu Hijo, hecho hombre, se manifestó como Dios, así nuestras ofrendas de la
tierra nos hagan partícipes de los dones del cielo”.
Fiesta de dones y de aguinaldos entre Dios y los hombres que se celebra
contemplando el misterio y participando en él. Así lo expresa la colecta de la Misa del
día.
“Oh Dios que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza y de un
modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir
la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición
humana”.
Es la idea que expresa también la oración sobre las ofrendas en la concisa y rica
fórmula del Sacramentario Veronense que la traducción castellana no logra rendir con
perfección (nostrae reconciliationis processit perfecta placatio, et divini culto
est indita plenitudo): “esta ofrenda que nos reconcilia contigo de modo perfecto y que
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encierra la plenitud del culto que el hombre puede tributarte". El misterio pascual celebrado
en la Eucaristía, iniciado en Navidad, es misterio de nuestra total reconciliación y es el don
que nos permite tributar al Padre el culto digno de sus hijos; así el pecador se convierte en
liturgo y ofrece con Cristo el culto filial al Padre.
Como siempre es el Prefacio la síntesis mejor lograda. Acción de gracias al Padre
porque en Cristo...:
"Hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva; pues al
revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la
naturaleza humana, sino que por esta unión admirable, nos hace a nosotros eternos..."
Estas gozosas confesiones de fe de la liturgia romana traducen la teología de un León
Magno o de un Gregorio Magno y nos conservan intacto el sentido lírico y la alta
contemplación teológica del misterio del Verbo Encamado.
Navidad se convierte así en fiesta de la humanidad, celebración de nuestra filiación
divina, gratitud por el misterioso y admirable intercambio de la encamación, estupor por la
salvación que trasciende el perdón del pecado, para ser elevación del hombre a la
participación de la naturaleza divina, a la inmortalidad.
Por eso, los Padres de la Iglesia, sobre todo en Oriente, celebran con el nacimiento de
Cristo el principio mismo de la salvación de la humanidad, a partir de la unión del Hijo con
nuestra naturaleza humana.
Con la celebración eucarística que actualiza el misterio y con la comunión eucarística
que nos permite entrar en comunión con el Verbo Encamado, el misterio de Navidad ya no
es sólo mensaje de la Palabra o de la oración, ni simple contemplación de una imagen del
Niño o de una escena de Navidad. Es acción de gracias por el misterio, presencia del Verbo
Encarnado que ha muerto y ha sido glorificado, plena comunión con la carne y la sangre del
Señor.
Entonces cobra significado profundo la poesía navideña del gran teólogo ruso
Vladimir Soloviev que termina con estas palabras:
“Y si llevas contigo el gozoso misterio:
El mal es impotente.
Eternos somos nosotros
porque Dios -el Enmanuel-
con nosotros está y a” .
MONICIONES PARA LA LITURGIA DE LAS
HORAS DEL DIA DE NAVIDAD
HILARE RAGUER
I Vísperas
Salmo 112
Empezamos la celebración litúrgica de la Navidad con el salmo 112. En esta hora del atardecer,
cuando el sol va a su “ocaso”, “el Señor -por contraste- se eleva sobre todos los pueblos”. Sólo la fe nos
puede hacer decir que el Hijo de María, a quien vemos reclinado en humilde pesebre, “se eleva en su
trono”. Y que es “el Señor Dios nuestro” que hoy “se abaja para mirar al cielo y a la tierra”.
Salmo 147
“Belén” significa “casa del pan”. El salmo 147 da gracias a Dios porque sacia
a su pueblo con “flor de harina”, y Jesús dirá un día que él es el pan de vida
bajado del cielo. Dios, que en otro tiempo envió muchos mensajes y mensajeros
y que no cesa de mandar la lluvia para que la tierra nos dé pan, en la plenitud
de los tiempos ha enviado su mensaje definitivo, su Palabra, su Hijo, hecho uno
de nosotros, hecho pan nuestro, para que también nosotros seamos mensaje
ros suyos, su mensaje corra veloz y todos los hombres se sacíen con el doble
pan de su palabra y de su sacramento.
Oficio de lectura
Salmo 2
“Yo te he engendrado hoy”. San Pablo aplica estas palabras del salmo 2 a la
Resurrección (Hch 13,33). En la celebración de la Navidad contemplamos la
generación del Verbo en el “hoy” de la eternidad, la vemos hecha acontecimien
to histórico en el nacimiento de Jesús en Belén y vivimos nuestra participación
en este nacimiento histórico y en aquella generación eterna mediante la gracia
de la filiación divina recibida por el bautismo, que nos hace clamar: “¡Abba,
Padre! ¡Tú me has engendrado hoy!”
Salmo 18 A
El seno purísimo de la Virgen María es la alcoba nupcial en que, al aceptarque
se hiciera en ella la voluntad de Dios, se consumaron las bodas de la divinidad
con la humanidad. Jesús es el héroe que hoy sale de esta alcoba, a recorrer su
camino, pasar haciendo el bien y amar a los suyos hasta el extremo: nada se
librará de su calor.
52
Salmo 44
Todo niño es precioso, pero el de esta noche es en verdad “el más bello de los
hombres”, y “en sus labios se derrama la gracia". No lo decimos tan sólo para
dar gusto a la Madre que lo acaba de dar a luz y se lo mira con inmenso amor.
La gracia que derrama es amable ternura, pero es también gracia santificante
que nos diviniza. Este es el Rey ante quien los pueblos se rendirán, es Dios
ungido por Dios, Dios verdadero de Dios verdadero. Este niño es adorable.
Laudes
A diferencia de las I y II Vísperas, en que las antífonas se toman de los salmos,
las de Laudes se inspiran en la narración evangélica de la adoración de los
pastores, que es también el tema de la misa de la aurora de Navidad. A su luz
el texto de los salmos festivos toma un color especial.
Salmo 62
Digamos, con los pastores, al niño del pesebre las ardientes palabras del salmo
62. Digámosle que, a pesar de las pobres apariencias, él es nuestro Dios, que
por él hemos madrugado y que nuestra alma quiere estar siempre unida a él.
53
La Virgen lo sostiene entre sus brazos, pero su manecita es la que nos sostiene
a nosotros.
Salmo 149
El salmo 149 nos invita a dedicar al recién nacido de Belén “un cántico nuevo",
cuando Navidad es precisamente el día de las canciones viejas. Pero las notas
tradicionales suenan cada año nuevas y nos rejuvenecen, porque la escena de
la Navidad suscita en nosotros el espíritu de la infancia espiritual: “Si no os
hacéis como este Niño -e l del pesebre- no entraréis en el Reino de los cielos”.
II Vísperas
Salmo 109
El grandioso salmo 109, que todos los domingos y fiestas dedicamos a Cristo
glorificado y entronizado a la diestra del Padre, esta tarde lo cantamos en
adoración al Niño Jesús, porque desde el día de su nacimiento ya es príncipe,
y porque fue engendrado misteriosamente, como rocío, antes de la aurora.
Salmo 129
El salmo 129 es uno de los más típicos entre los penitenciales. Sí la liturgia lo
aplica a la Navidad es porque desde lo hondo de la humanidad caída y
necesitada de salvación, anhelada en espera secular como el centinela a la
aurora, experimentamos hoy que Dios es rico en misericordia y fuente de
redención copiosa: tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo por
nosotros.
55
los salmos 2 y 44 está más en consonancia con el contenido de estos salmos, y su
escucha pausada ayuda mejor a la contemplación del misterio de Navidad que la
recitación común a dos coros.
Las comunidades que celebren la Vigilia de Navidad con el citado folleto de D. Cois -o
con otro modo de salmodia coral- pueden servirse también de las moniciones sálmicas
que ofrecemos en este esquema celebrativo.
Himno
Véase COLS, o.c.; fascículo 10; o bien (más sencillos) GRAN DEZ-AIZPUR UA:
Himnos para el Señor, pp. 33-74; o bien Oración de las Horas, diciembre 1983
(pp.*49-*52), Oración de las Horas dic. 1984, pp. 359-364
56
Salmodia
Salmo 2
Monición.Muerto el rey de Jerusalén, el pueblo se dispone para la consagración
de un nuevo monarca que rija el destino del pueblo. Pero los naciones vecinas
se amotinan para invadir el territorio e imponer su propio rey. Dios deja oír
entonces su Palabra: un profeta anuncia con el salmo 2 que será el monarca
del minúsculo reino de Judá quien reinará sobre el pueblo.
Este rey de la humilde nación de Judá es figura de Jesucristo a quien el Padre
concede un reino ante el cual no podrá el poder de sus enemigos. Alegrémonos,
pues, porque este rey, Jesucristo, hoy con su nacimiento inaugura el nuevo
reinode Dios. Y no temamos: el Padre ha dicho: “Tú, oh Cristo, eres mi hijo; hoy,
al hacerte hombre, has sido consagrado y constituido rey de la humanidad”.
Que el salmo que vamos a escuchar nos ayude a contemplar el reino de Cristo;
que nuestra aclamación vaya repitiendo nuestra certeza de que Cristo ha sido
consagrado rey de la humanidad.
Asamblea
57
Solista II (mejor mujer)
Se alian los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran,
contra el Señor y contra su Mesías:
Solista I
Rompamos sus coyundas
sacudamos su yugo.
Asamblea: El Señor me ha dicho...
Solista I
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Solista II
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera.
Celebrante
Yo mismo he establecido a mi rey
en Sión, mi monte santo.
Solista I
Voy a proclamar el decreto del Señor:
El me ha dicho:
Celebrante
Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy.
Asamblea: El Señor me ha dicho...
Celebrante
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra.
Los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.
Asamblea: El Señor me ha dicho...
58
Solista II
Y ahora, reyes, sed sensatos,
escarmentad, los que regís la tierra.
Solista I
Servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
Salmo 18 A
Monición: El salmo que vamos a recitar ahora canta la hermosura de la
creación. En ella sobresale el sol que con su luz ilumina la tierra cada mañana,
saliendo como un esposo de su alcoba. Cristo, verdadero Sol de justicia, que
con su nacimiento sale también como esposo de su alcoba -e l seno de María-
iluminará nuestro mundo con su luz.
Antífona
El Señor sale como el esposo de su alcoba. (Salmo recitado -o mejor cantado-
a dos coros).
Salmo 44
Monición: Con el salmo 2 hemos cantado a Cristo que por su nacimiento
quedaba constituido rey de la humanidad. El salmo 44 -originariamente un
epitalamio en honor de un rey de Judá que se desposa con una princesa
extranjera- nos invita a cantar a Cristo como esposo de la humanidad. La
59
primera parte del salmo es la voz de la esposa -la Iglesia- enamorada ante la
belleza de Cristo, su esposo; la segunda parte es una exhortación a la esposa
-la Iglesia, nosotros- para que comprendamos la dicha que nos ha cabido al
ser la amada del Señor.
Sintámonos esposa amante de Cristo y ca nte ro s las perfecciones del Señor,
que por amor, viene a buscar a su amada en nuestro mundo.
M onición: La segunda parte del salmo 44 es una exhortación a la novia del rey
para que comprenda la dicha que le ha correspondido al ser elegida como
amada del monarca. Escuchémoslo nosotros como la voz de Cristo que nos
exhorta a la fidelidad a su amor nupcial.
Primera lectura:
Del libro del profeta Isaías (11,1-10): c f Liturgia de las Horas, I, p. 341)
Responsorio
V/. Hoy, por nosotros, se ha dignado nacer de la Virgen el Rey de los cielos,
para restituir al hombre a los reinos celestiales.
R/. Se alegra el ejército de los ángeles, porque se ha mostrado la salvación
al linaje humano.
V/. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
R/. Se alegra el ejército de los ángeles, porque se ha mostrado la salvación
al linaje humano.
Segunda lectura
De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 1 en la Natividad del
Señor, 1-3: cf Liturgia de las Horas, I, p. 342)
Responsorio
V/. Hoy nos ha descendido del cielo la paz verdadera.
R/. Hoy, en todo el mundo, los cielos destilan miel.
V/. Hoy brilla para nosotros el día de la redención nueva, largo tiempo
preparada, el día de la felicidad eterna.
R/. Hoy, en todo el mundo, los cielos destilan miel.
(Después del responsorio, omitidos todos los ritos introductorios, sigue
inmediatamente la misa, con el himno Gloria a Dios en el cielo).
CELEBRACION DE NOCHEBUENA:
LETRAS PARA CANTAR EL
“NOCHE DE PAZ”
RUFINO GRANDEZ
En 1968 se conmem oraba el 150 aniversario del nacimiento del Noche de paz,
Stille Nacht. Con este motivo la República Austríaca emitía un sello conmemorativo de
aquella fecha y de aquel belén de Obendorf. 2Porque fue en una iglesita de Obendorf,
63
junto a Salzburg, donde el día 24 de diciembre de 1818 nacía esta melodía bellísima que
dulcifica la Navidad. Se nos cuenta que fueron organista y sacristán de aquel lugar,
Gruber y Hügle, los felices autores de esta composición. Gruber debía de ser maestro
de escuela; de cualquier modo, no un músico renombrado. Pero no sé por qué toque
divino compuso, o improvisó, esa melodía de nana celeste que ha quedado como el más
popular canto de Navidad.
He aquí una versión en nuestra lengua: “Noche de paz (silenciosa, calma), noche
santa. Todo duerme; únicamente velan solitarios aquellos santísimos esposos. ¡Niño
gracioso de rizados cabellos, duérmete con paz del cielo!”
64
2. Silet nox! Contremit nox!
Angelí silet vox!
Currunt gaudentes pastores ad Te,
currunt quaerentes Infantulum Te.
Pax hominibus Tu!
Quien se decida a componer una letra para el “Noche de paz” deberá en cuenta
este esquema melódico:
( 1) '/
( 2)
(3)
(4)
(5) (bis)
Pero debemos metemos dentro de la melodía y allí inmersos, escuchar. ¿Qué
canta esta melodía? ¿Qué surge en el alma del que ahora ha de dar palabra a la música?
Presento en la medida de mis fuerzas una aportación que, entre otras, acaso pued;
servir para cantar en Nochebuena. En estas letras se acentúa la gravedad dogmática de
misterio.
San Ambrosio, padre de la himnodia latina, compone para la liturgia; crea un;
escuela. Agustín quedaba fascinado oyendo la palabra de Ambrosio. In nocte natali
D omini San Ambrosio canta así: Veni, redemptor gentium, I ostende partum virginis
3 Calla la noche, tiem bla la noche; todos guardan silencio. Suena el ardiente corazón de los reunido
suena tu corazón, oh Jesús (oh Jesusito). L a paz de los hom bres eres tú.
Calla la noche, tiem bla la noche; calla la voz del ángel. Corren gozosos los pastores, corTen buscándote a t
L a paz de los hom bres eres tú.
Calla la noche, tiem bla la noche; calla ahora nuestra voz. T ierno Niño, ilum ínanos; sonriendo dulcem ent
alégranos. La paz de los hom bres eres tú.
6
/ mire tur omne saeculum: / talis decet p a rtu sD e u m .-N o n ex virile semine / sed mystico
spiramine / Verbum D ei factum est caro, / fructusque ventris floruit... ‘
4 Ven, redentorde las gentes, m uestra el parto de la Virgen; q u e lo ssig lo ssellen en d ead m iració n : ése
es el p a rto q u e c o n v ie n e a (a ln a c im ie n to d e )D io s.N o de sem illade varón, sino por divina infusión, el V erbo
se hizo carne, floreciendo el fruto del vientre (cf. Innologia am brosiana, a cura di M anlio Sim onetti, Ed.
Paoline, 1956).
66
MONICIONES PARALAS LECTURAS
BREVES DE LAUDES
DEL TIEMPO DE NAVIDAD
P. FARNÉS
67
bien de los hombres, en estos días podemos contemplar, en el niño de Belén,
la plenitud de cuanto Dios ha ido descubriendo a los hombres. Cristo ha venido
a llevar a plenitud el mensaje de la antigua Ley y de los Profetas. En Jesús todo
nos ha sido descubierto. Cantemos, pues, llenos de gozo y agradecimiento al
Señor que en su Palabra, ahora hecha carne visible por nosotros, nos ha
revelado su salvación.
Los días 26,27 y 28 de diciembre el Oficio de Laudes tiene la lectura
breve tomada del santoral.
69
DOSSIER CPL 5
NAVIDAD Y EPIFANIA
4a. edición, 100 págs.
Para la predicación
Las tres misas de la Navidad. J. Lligadas
Las lecturas festivas de Navidad-Epifanía. P. Tena
Las misas de los días feríales. J. Lligadas
Leccionario para las misas con niños
Para la Eucaristía
El acto penitencial
Oraciones para las misas con niños
Oración universal
Moniciones para la Plegaria eucarística
Glosas al “Vere Sanctus” de la plegaria segunda
Plegaria eucarística para misas con niños
Invitación al padrenuestro
La oración de la paz
Oraciones y bendiciones de la liturgia hispánica
Solemnidades y fiestas
Los santos de la octava
1 de enero. Santa María
Celebración del Bautismo del Señor. R. Grández
Liturgia de las horas
Lecturas bíblicas para la liturgia de las horas
Oficio de lecturas para inicios de año. P. Tena
Himnos para Navidad. R. Grández
Otras celebraciones
La Calenda o el pregón de Navidad. P. Farnés
La bendición de los pesebres
Celebración del fin de año
Oraciones nuevas de Navidad. A. Ginel
Montajes audiovisuales
70
LOS EVANGELIOS FERIALES DEL
TIEMPO DE NAVIDAD
PERE FARNÉS
71
principalmente en las ferias de Adviento y Navidad y en las de la octava pascual. Las
ferias de Navidad, por tanto, tienen lecturas evangélicas especialmente seleccionadas.
Estas lecturas deben escucharse, pues, con actitud algo distinta a la que se tiene durante
la mayor parte del año. Quisiera ayudar a descubrir el porqué de esta selección de
perícopas.
72
Evangelios de las ferias antes de la Epifanía
Las lecturas evangélicas de los días 2 al 5 de enero posiblemente pueden extrañar
por su contenido; a primera vista se asemejan tanto a las escuchadas durante el tiempo
de Adviento que casi dan la impresión de un paso atrás hacia el ciclo que preparaba las
fiestas de Navidad.
Pero en realidad se trata de algo bastante distinto. En estas ferias se lee
íntegramente el capítulo primero del evangelio de san Juan (los primeros vv. es decir,
la parte que constituye el prólogo del cu arto evangelio, se proclamó el 31 de diciembre;
las lecturas de estas ferias completan las proclamación íntegra del capítulo).
Este capítulo introductorio se presenta como la apertura de un gran proceso: el
Hijo único de Dios aparece como el único testimonio de la verdad. Esta presentación
viene a ser como el prólogo del misterio pascual que desarrollarán las lecturas
evangélicas durante las últimas semanas de Cuaresma y las de la cincuentena pascual.
73
PRECES PARA LA BENDICION
DE LA MESA
Tiempo de Navidad
PERE FARNES
Antes de la comida
El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas; tanto nos ha
amado que nos ha dado a su Hijo único para que tengamos vida eterna. R/.
Bendito seas por siempre, Señor.
Oremos
Padre santo,
cuyo Hijo al hacerse hombre
realizó la palabra profética
y fue el niño que se nos ha dado,
el hijo que nos ha nacido:
bendice esta mesa
y haz que, al participar en ella,
imitemos la donación de tu Hijo,
nos entreguemos al servicio de nuestros hermanos
y trabajemos para satisfacer sus necesidades
espirituales y corporales.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
74
Después de la comida
Bendito seas, Dios y Señor,
que, por la virginidad de Santa María Virgen,
has realizado la esperanza de los pobres;
haz que todos los hombres
puedan darte gracias con nosotros
por el sustento que reciben de tu mano.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antes de la cena
Bendito seas, Señor, Dios de Israel que, con el nacimiento de tu Hijo, has
visitado y redimido a tu pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación, como
lo habías prometido por medio de tus santos profetas. R/. Bendito seas por
siempre, Señor.
Oremos
Te bendecimos, Padre del cielo,
porque, por medio de tu Hijo hecho hombre,
nos has dado el verdadero pan del cielo
y el alimento con que sacias nuestra hambre en la tierra;
multiplica tus dones en bien de todos
y haz que los pobres y los que se sienten solos en estos días
puedan alegrarse también con las dádivas de tu mano.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Después de la cena
Te damos gracias, oh Cristo,
Palabra eterna del Padre,
que al venir al mundo
anunciaste la alegría a la tierra;
tú que nos has saciado con los manjares de esta mesa,
alegra también nuestros corazones con la gracia de tu nacimiento
y haz que todos los hombres, hermanos nuestros,
gocen con nosotros de los bienes temporales y descubran también los eternos
Por Jesucristo nuestro Señor.
7¡
LAS CELEBRACIONES
DE NAVIDAD Y EPIFANIA
P. FARNES
76
Bendición de los belenes
Al inicio de las fiestas de Navidad puede resultar también significativo bendecir
el “belén” de la iglesia (o el colocado en algún lugar de la propia comunidad); esta
bendición, si el “belén” está situado en la iglesia, puede hacerse antes o después de las
I Vísperas de Navidad o al inicio de una de las misas de esta solemnidad. Si está situado
fuera de la iglesia habría que escoger un momento especialmente festivo y familiar o
comunitario. En Oración de las Horas (diciembre 1981, pp. *56-*59) ofrecimos
algunas oraciones usadas por Pablo VI y Juan Pablo II con esta finalidad.
TI
LA EPIFANIA,
PROLONGACION DE LA NAVIDAD
J. CASTELLANO
78
de la Santísima Trinidad es justa y corresponde a los textos evangélicos que afirman
unánimes el bautismo de Cristo, con una manifestación del Padre y del Espíritu.
En el siglo III Epifanio la recuerda. También Efrén el Siro la considera fiesta d
la venida del Señor, de su Nacimiento y perfecta Encamación. Esto quiere decir que a
inicio en Oriente esta fiesta comprendía también la celebración del Nacimiento de
Salvador.
Hacia finales del siglo IV existe la fiesta en A ntioquía con el nombre de “ta hagi
photá”, las santas luces. La atención prevaleciente va a la manifestación misteriosa que
acontece en el bautismo del Señor por parte del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
la santificación de las aguas por parte de Cristo. Es el día de los bautismos. La peregrina
Egeria nos habla de esta fiesta en Belén y en Jerusalén.
A la raíz de la fecha elegida para esta celebración encontramos una fiesta pagana
de la lu z celebrada en Egipto en tiempos antiquísimos en honor del Aion, el tiempo. Esta
se hacía en el tiempo culminante del solsticio de invierno, aproximadamente dos
semanas después del 25 de diciembre. En Alejandría era también festejada la dios
Kore, la virgen que había traído el Sol - luz. El tema de la luz y el del agua que aquel
día era sacada de los ríos y las fuentes está, por tanto, unido también a un elemento
cósmico celebrado por la religiosidad pagana.
L a fiesta de la Epifanía se celebra en Rom a desde finales del siglo IV. Per
prevalece en ella la conmemoración de la manifestación del Señor a las gentes en la
adoración de los tres Magos que son guiados por la estrella. Sin embargo, sea en Roma
o en otra parte, como en España, existen acumulaciones de significados como el
Bautismo del Señor, las bodas de Caná (temas presentes todavía en los himnos
antífonas) e incluso la multiplicación de los panes.
La imagen de la adoración es muy antigua, se encuentra en las catacumbas y en
los mosaicos de Ravena donde se dan los nombres a los tres personajes.
En la actual ordenación del calendario litúrgico la Epifanía conserva su carac
terístico sentido de una manifestación a las gentes por medio de Cristo que es la luz del
mundo.
La fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el domingo siguiente a la Epifanía
ha adquirido un realce más importante en la liturgia romana, bien por los hermoso
textos de la misa y del oficio divino, bien por las lecturas patrísticas del tiempo después
de la Epifanía que recogen algunas homilías orientales sobre el misterio del bautismo
de Jesús.
Nos encontramos frente a una integración Oriente-Occidente en los textos y en
la espiritualidad litúrgica de este tiempo.
LA CELEBRACION LITURGICA
La Palabra proclamada
La oración de la Iglesia
80
divina liturgia, con el solemne texto de Sofronio de Jerusalén (siglo VII). Se bendicen
también las fuentes y los ríos. Es la santificación del cosmos.
Transcribimos un fragmento del texto de Sofronio en el cual resuena el Hodie
litúrgico de la salvación que se hace actual y eficaz:
“Hoy la gracia del Espíritu Santo desciende sobre las aguas en forma de paloma.
Hoy las ondas del Jordán se han cambiado en remedio por la presencia del Señor.
Hoy los pecados de los hombres son borrados en el agua del Jordán. Hoy el paraíso
se abre ante la humanidad y el Sol de Justicia resplandece sobre nosotros. Hoy
hemos obtenido el Reino de los cielos... Es la fiesta del Señor que hoy vemos en el
Jordán... Y da al mundo el bautismo de la salvación”.
8
La ofrenda de los pueblos al Rey, Sacerdote y Profeta
El misterio de la divino-humanidad
82
tiene un papel específico en esta fiesta como Madre Virgen oferente, a quien le e
anunciada la espada de dolor.
Idealmente esta fiesta se coloca al final del ciclo natalicio y es ya una profecía
de la Pasión del Primogénito, en estrecha relación por tanto, con el misterio pascual en
la doble expresión de inmolación y glorificación de Cristo.
Un texto bizantino de la fiesta empalma idealmente la Encam ación y la Pasión
el cumplimiento de las Escrituras:
“A v e, llena de gracia, Virgen Madre de Dios, de ti ha surgido el Sol de Justicia, Cristo
nuestro Dios que ilumina a los que están en las tinieblas. Alégrate tú también, anciano
justo, tomando entre los brazos al libertador de nuestras almas, que concede a todos la
resurrección”.
El icono de la Presentación del Señor en el templo que se encuentra también en
el ciclo natalicio del Arco de triunfo de Santa M aría la Mayor presenta con simplicidad
y expresividad este misterio, que recuerda la Navidad y la proyecta hacia la Pascua.
De este modo la Navidad se enlaza teológica y espiritualmente a la Pascua d<
Señor, que es raíz y fundamento de todo el Año litúrgico.
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BIBLIOGRAFIA
complementaria
C. JOHNSON, A. ARD, The Sources ofthe Román M issal (1975). I. Adven t. Christmas:
Notitiae 240-241(1986)443-707.
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