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“Año del Dialogo y la Reconciliación Nacional”

UNIVERSIDAD PERUANA “LOS ANDES”

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLITICAS

LA PRUEBA DE LA CULPA

CATEDRATICO : ABOG. GIANINA ISABEL VELARDE

SAMANIEGO

INTEGRANTES : CHUQUILLANQUI AVILA RICHARD


MAYHUA CHUQUILLANQUI HERNAN
ROJAS QUISPE ROBERTO

:
CICLO : IX

Huancayo – Perú 2018


DEDICATORIA
El presente trabajo es dedicado a mi
madre, a dios quienes han sido parte
fundamental para investigar este libro,
ellos son quienes me dieron grandes
enseñanzas y los principales protagonistas
INTRODUCCION
El motor de nuestro tema, está basado en los cambios que amerite y nos propone
la realidad. Es cierto que, en el mundo actual, a cada momento escuchamos o
vemos que una persona causa daño a otro ya se por diversos motivos o hechos,
y para remate, este que causo daño, no repara, no indemniza.

Como una vez lo dijo el profesor ALFREDO BULLARD, en unos de sus tantos
artículos, como este que título “...QUE DIOS SE LO PAGUE” nos hace poder
decir que DIOS TE REPARE, pues vemos indignados que nada o nadie nos
puede proteger de hechos que nos cause daño. Ya es poco decir el daño que se
causa directamente, pues hay ahora daños indirectos. Pues ahora hablamos de
los daños que son consecuencia de la contaminación ambiental que nos causa
sin darnos cuenta o dándonos cuenta, nos endosa una manera lenta de morir
contaminados, sin embargo de nuevo me permito decir QUE DIOS NO REPARE.
Es por eso que estamos en expresar nuestra disconformidad con la actual
regulación con respecto de la responsabilidad civil (contractual y
extracontractual).

Por esta razón y pensando en que se llegue a una reforma del código, se tenga
en cuenta la unificación de los sistemas para una mejor protección de las
personas que sufren daños y una mejor solución en cuanto a la reparación e
indemnización.
LA CULPA

I.- LA RESPONSABILIDAD POR CULPA EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO

1.1.- EVOLUCIÓN.

El sistema de responsabilidad extracontractual contenido en el Código civil es un


sistema de corte liberal basado en la idea de culpa o, como dice el Tribunal
Supremo, en el reproche culpabilístico. Se trata, pues, de un sistema subjetivo
basado en la culpa del agente, de manera que sin culpa no hay responsabilidad
ex art. 1.902 C.C. La responsabilidad extracontractual, En el Código civil la
secuencia es: libertad- culpa-responsabilidad. Por eso, no se indemniza el caso
fortuito ni la fuerza mayor.

Pero la doctrina jurisprudencial ha evolucionado dicho sistema, sin abandonarlo,


de manera acorde a la evolución de los tiempos, de la industrialización y del
progreso tecnológico. De esta manera, de un sistema puramente culpabilístico,
es decir, de responsabilidad basada en culpa, se avanza hacia una continua
objetivación de la responsabilidad: primero mediante la modificación y corrección
del propio sistema subjetivo que, sin abandonarlo, lo adecua nuevas realidades
mediante diversas fórmulas como la inversión de la carga de la prueba o la
exigencia de un determinado grado de culpa o de una culpa determinada.

Así, incluso el propio concepto de culpa evoluciona:

del concepto clásico, en el que la culpa es la omisión de la diligencia exigible


según las circunstancias del caso, personas, tiempo y lugar se pasa a lo que la
doctrina jurisprudencial llama concepto moderno de culpa, el cual alcanza la
mera negligencia del agente sin conducta antijurídica; e incluso conductas en su
inicio y desarrollo diligentes y lícitas, que se entienden culposas a virtud de un
resultado socialmente dañoso que impone su desaprobación, “conductas
socialmente reprobadas” .

En un segundo momento:
se admiten títulos de imputación distintos a la culpa o negligencia del agente:
son los supuestos de responsabilidad por riesgo que, aunque no son supuestos
de responsabilidad objetiva en sentido estricto, sí lo son de responsabilidad sin
culpa. Así, por ejemplo, la responsabilidad por los daños personales en los
accidentes de vehículos a motor (art. 1º Texto Refundido de la Ley de uso y
circulación de vehículos de motor, aprobado por Decreto 632/1968, de 21 de
marzo, y modificada por la Disposición Adicional 8ª de la Ley 30/1995, de 8 de
noviembre, de Ordenación y Supervisión de los Seguros Privados, la cual cambia
la denominación de la Ley (anteriormente denominada «Ley sobre uso y
circulación de vehículos a motor»). Finalmente,

el tercer peldaño: es la responsabilidad objetiva o, mejor, cuasi objetiva pues


siempre se prevén causas de exoneración de la responsabilidad, como la culpa
exclusiva de la víctima o la fuerza mayor. Este criterio de imputación de
responsabilidad hace abstracción de la idea de culpa y se recoge, por ejemplo,
en las leyes de navegación aérea o de responsabilidad por daños nucleares o
en algunos supuestos de la Ley de Defensa de consumidores y usuarios.

La doctrina lo ha definido como el sistema que consiste en atribuir a una persona


la obligación de indemnizar a otra con independencia de que haya o no
intervenido culpa o negligencia en la producción del daño o aquel criterio en cuya
virtud quien cause daños responderá por ellos con independencia del nivel de
precauciones que haya adoptado siempre que la ley así lo hubiera establecido.
En los supuestos de responsabilidad objetiva, por tanto, se tolera la actividad
dañosa, pero con independencia de que en su producción haya intervenido culpa
o negligencia, se impone a su autor el pago de los daños que dicha actividad
genere.

En definitiva, se aprecia una continua evolución hacia soluciones cuasiobjetivas,


demandadas por el incremento de actividades peligrosas propias del desarrollo
tecnológico, y el principio de poner a cargo de quien obtiene provecho la
indemnización del quebranto sufrido por terceros, soportando las consecuencias
del actuar peligroso del que se benefició, lo cual conduce a un acercamiento a la
responsabilidad por riesgo. Este criterio de imputación, más allá de los supuestos
legales prevenidos acompañados normalmente de seguro obligatorio, se aplica
con sentido limitativo a las actividades de la vida que implican un riesgo
considerablemente anormal en relación con los estándares medios, pero no a
las actividades inocuas.

Como ha declarado la doctrina jurisprudencial, a pesar de esta continua


evolución hacia la objetivación de la responsabilidad extracontractual a través de
la inversión de la carga de la prueba y de la imputación de responsabilidad por
riesgo, el sistema de responsabilidad extracontractual regulado en los arts. 1.902
y sigs. C.C. se basa en la culpa.

Así, en virtud C.C.

“el que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia,
está obligado a reparar el daño causado”.

De esta manera, la doctrina ha señalado los cuatro elementos que conforman el


nacimiento de la responsabilidad extracontractual:

1. Que el sujeto haya realizado una conducta, ya positiva o acción, ya


negativa o de omisión. En cualquier caso, la conducta debe ser
voluntaria.

2. Que el perjudicado haya sufrido un daño, cierto y determinado.

3. Que la conducta del sujeto haya sido voluntaria (culpa) y le sea


imputable.

4. Que el daño producido deriva directa y causalmente de la conducta


voluntaria o culposa del agente. Es decir, que entre la conducta y el
daño producido haya una relación de causa-efecto o un nexo de
causalidad.

Como hemos señalado, nuestro sistema jurídico de responsabilidad


extracontractual es un sistema de responsabilidad por culpa. Por tanto, el
fundamento de la obligación de reparar descansa en la idea de culpa como juicio
de reprobabilidad o de reprochabilidad de una conducta que ha provocado un
determinado daño, aunque:

1. La culpa no sea el único título de imputación de la responsabilidad, pues


en determinados supuestos la imputación se produce por riesgo o con
base en normas de responsabilidad objetiva
2. El Tribunal Supremo suavice la exigencia y prueba de la culpa del agente
mediante la inversión de la carga de la prueba de la culpa o la exigencia
de un determinado grado de diligencia en la conducta del agente.

En cualquier caso, la culpa como título de imputación de responsabilidad o como


criterio de su atribución tiene su fundamento en la posibilidad o previsibilidad de
que la conducta que se observe pueda provocar un daño, por lo que no hay culpa
si la conducta se ajusta al modelo legalmente previsto y adecuado a las
circunstancias del caso concreto.

Por tanto, la adopción de una determinada conducta, adecuada a una conducta


legalmente prevista como típica y a las circunstancias del caso excluye la culpa
o negligencia y, por tanto, no genera responsabilidad.

Según Díez-Picazo, la doctrina del Tribunal Supremo conforma el concepto de


culpa con base en dos conductas:

1) Las conductas negligentes según una conducta antijurídica.

2) Las conductas en que, partiéndose de una actuación diligente y lícita, la


culpa se establece a virtud de un resultado socialmente dañoso que
impone la desaprobación de la acción o de la conducta por ser
socialmente reprobable.

1.2.- Cómo se presenta la culpa


La culpa puede presentarse bajo tres diferentes facetas: como negligencia,
cuando el sujeto omite cierta actividad que habría evitado el resultado
dañoso, no hace lo que debe hacer, o hace menos; como imprudencia,
cuando por el contrario, obra precipitadamente sin prever por entero las
consecuencias en que puede desembocar ese actuar irreflexivo, es decir,
se hace lo que no se debe o más de lo debido; y por último, con especial
referencia a las profesiones, como impericia, o sea el desconocimiento de
las reglas y métodos pertinentes, ya que es obvio que todo individuo que
ejerce una profesión debe poseer los conocimientos teóricos y prácticos
propios de la misma y obrar con la previsión y diligencia necesarias con
ajuste a aquéllos

1.3.-. La culpa como factor de atribución


Si bien nadie cuestiona que los policías hayan actuado en el cumplimiento
de su deber, de lo que aquí se trata es de la responsabilidad del Estado por
el daño causado por los actos lícitos de sus agentes, donde las nociones
de culpa e ilicitud no intervienen como factores atributivos de
responsabilidad. Tampoco tiene relevancia la circunstancia de que la bala
que hirió a la actora haya provenido del arma de un policía o de un
delincuente. En cuanto a la relación de causalidad entre la actuación de la
policía y el daño, está dada porque éste se produjo como consecuencia del
tiroteo que aquélla mantuvo con malvivientes, no importando tampoco cuál
de los dos grupos inició el enfrentamiento, dado que la noción de culpa no
funciona aquí como factor de imputación.

1.4.- LA CONDUCTA DAÑOSA DEBE SER NEGLIGENTE O CULPOSA.

Es obvio que el sujeto responde si provoca el daño intencionadamente,


pero también responde si el daño es provocado por una conducta no
diligente o descuidada que hacía previsible el resultado dañoso. Así, abarca
culpa y dolo y, por tanto, la intención de causar el daño y falta de previsión
por infringir reglas de diligencia debida. Como ha señalado E. ROCA, se
puede entender que existe culpa o negligencia, en el sentido del art. 1902
C. C., cuando el proceder del agente no se ajusta a los ordinarios modelos
de referencia, entendida ésta según el patrón de conducta del ciudadano
medio, es decir, el tipo del buen padre de familia, de acuerdo con el art.
1104, párrafo segundo C. C. Así, el Tribunal Supremo identifica la culpa del
agente con una conducta o una forma de actuar negligente o imprevisora,
que causa el daño, aunque se deba ponderar y sopesar las circunstancias
que concurran en cada caso.

De aquí que, siguiendo a la citada autora, se distingan diferentes aspectos de la


culpa:

– Culpa abstracta y culpa concreta, en función de si se tienen en cuenta las


características subjetivas del agente.
– Culpa genérica y culpa específica. La primera se ajusta a los criterios de la
previsibilidad; la segunda tiene en cuenta la violación de normas, reglamentos,
etc.

a) La culpa en la actividad profesional. La diligencia que se exige al


profesional en el ejercicio de su actividad no es la diligencia media del buen
padre de familia, sino un determinado grado de diligencia o una diligencia
cualificada según un modelo de conducta basado en la lex artis. Pero se
debe tomar en consideración que normalmente se trata de obligaciones de
medios, no de resultado. Asimismo, y fundamentalmente respecto de los
profesionales de la medicina, la responsabilidad es estrictamente subjetiva
o por culpa

b) La conducta adecuada a las exigencias de los reglamentos. La cuestión


se plantea cuando el agente provocador del daño ha ajustado su conducta a
las prescripciones reglamentarias de la administración. Pero el Tribunal
Supremo ha declarado que en determinados casos no exime de
responsabilidad al agente el hecho de haber observado los requisitos
reglamentarios. Se trata, por tanto, de conductas lícitas en las que la culpa
se establece a virtud de un resultado dañoso que impone la desaprobación
de la conducta por ser socialmente reprobable.

II.- LA PRUEBA DE LA CULPA

Desde antiguo se ha venido intentando reglar adecuadamente ese difícil tópico


que es la atribución de la obligación de probar. Para el derecho tradicional
constituía un principio invariable que las partes tienen la carga de aportar la
prueba de sus afirmaciones o, en caso contrario, soportar las consecuencias de
omitir ese imperativo del propio interés. Se pensaba que el actor tenía la carga
de probar lo hechos constitutivos del derecho que invocaba, y el demandado los
extintivos, imperativos o modificativos que oponía a aquéllos.

Era común antaño escuchar que la carga de la prueba recae sobre quien afirma
y no sobre quien niega, dada la dificultad e imposibilidad de acreditar la
existencia de un hecho negativo, al punto que se afirmaba, corrientemente, que
era un principio pacífico en materia procesal que, al que afirma un hecho no
reconocido por el demandado, le corresponde la prueba respectiva.

Este derecho dogmático, excesivamente influida por la consideración del


proceso como un combate judicial, no podía tener como correlato sino una férrea
imposición del onus probandi en cabeza de quién afirmaba un hecho. No había
espacio allí para las nuevas ideas, para las corrientes progresistas que
finalmente vendrían a derribar esquemas vetustos, de la mano de las doctrinas
de la CSJN del exceso ritual manifiesto y de la verdad jurídica objetiva, amén de
las enseñanzas de importantes autores.

Al soplar de nuevos vientos, más modernamente se ha sostenido que la carga


de la prueba no es otra cosa que la necesidad de probar para vencer, pudiéndose
hablar con asidero del riesgo de la prueba antes que, de su carga, pues el precio
de no probar es perder el litigio.

Según ya se viera, antiguamente la atribución del onus probandi era rígida y se


ponía en cabeza de quién afirmaba un hecho o de quién pretendía cambiar un
status jurídico a través de su pretensión, pronto terminó por advertirse que
necesariamente esta carga o este esfuerzo probatorio no podía sino
contemplarse con un criterio flexible, puesto que no son las partes las únicas
interesadas en arribar, por el camino del proceso, a la verdad real, a la verdad
verdadera, por así decirlo.

Algunos autores, a manera de teorías superadoras de los principios


tradicionales, comenzaron a exponer doctrinas como las del activismo de los
jueces o de los deberes de colaboración de las partes con el órgano
jurisdiccional, que en lo esencial significaban anteponer la búsqueda de la verdad
real a la vigencia absoluta e incondicionada del principio dispositivo.

La carga de la prueba (o el onus probandi) es una especie del género carga


procesal y puede ser entendida como una noción procesal compleja que consiste
en una regla de juicio que contiene dos aspectos fundamentales, de un lado le
indica al Juez como debe sentenciar cuando no aparezcan en el proceso pruebas
que le den certeza sobre los hechos que deben sustentar su decisión y, de otro
lado, a las partes la responsabilidad que tienen para que los hechos que sirven
de sustento de sus posiciones aparezcan demostrados
De este modo, se distribuye el riesgo de la falta de prueba de un hecho afirmado,
siendo que la consecuencia de dicha falta de prueba recaerá en aquella parte
que tenía la carga de aportarla y no lo hizo.
La carga de la prueba encuentra sentido pleno en un proceso sujeto, al menos
en sus caracteres esenciales, al principio dispositivo en materia probatoria, es
aquí donde encuentra fundamento la distribución de la carga de la prueba, pues
siendo las partes las que deben determinar, tanto en la demanda cuanto en la
contestación, los hechos que estimen relevantes para que se les reconozca o
rechace la pretensión, corresponde a éstas aportar la prueba correspondiente y,
consiguientemente, asumir el riesgo de la falta de prueba.
La carga de la prueba, en tanto noción compleja posee un aspecto subjetivo y
concreto y, además, otro aspecto objetivo y abstracto. El aspecto subjetivo
refiere a que contiene una norma de conducta para las partes, señalándoles que
quién afirma debe probar para de ese modo evitar una decisión contraria a sus
intereses. Lo concreto se evidencia en que determina, en cada caso específico,
los hechos particulares que en cada proceso interesa demostrar a cada parte.
Por su parte, el aspecto objetivo implica una regla de juicio, conforme a la cual
cuando falta la prueba de los hechos que fundamentan el litigio, el juez debe
proferir una sentencia de fondo desfavorable para quien tenía la carga de
suministrar la prueba y no lo hizo, evitándose de este modo el non liquet , es
decir la emisión de una sentencia inhibitoria o absolutoria de la instancia por falta
de pruebas, de suerte que debe decidirse sobre el fondo aun cuando no haya
certeza sobre los hechos del proceso.
Lo abstracto se manifiesta en el hecho de que la regla de juicio se haya
establecida de manera general y no referida a casos particulares.

En principio la prueba de la culpa es del demandante o perjudicado, el cual debe


probar no solo el daño y la relación de causalidad entre la conducta del agente y
el daño, sino también que el sujeto actuó con culpa o negligencia. No obstante,
ya hemos señalado la tendencia de la doctrina jurisprudencial a matizar o facilitar
este elemento mediante dos vías.
2.1.-La inversión de la carga de la prueba, de manera que sea el demandado
quien pruebe que actuó diligentemente. Esta fórmula, que no abandona al
sistema de responsabilidad por culpa ni, por tanto, significa el paso a un
sistema de responsabilidad objetiva ni de responsabilidad de riesgo, se
incardina en el principio de facilidad y disponibilidad probatoria y no se
aplica, en general, cuando se trata de negligencia de profesionales y, en
concreto, de médicos, en cuyo caso rige la norma general.
2.2.- La exigencia de un determinado grado de diligencia en el demandado, lo
cual facilita la prueba de la culpa que debe dar el demandante perjudicado.

No es suficiente para endilgar culpa aducir sólo a una persona. Salió


despedido del lateral izquierdo de la Tráfico, sino que es necesario acreditar
la vinculación causal entre su omisión y el daño sufrido. Quien intenta
eximirse de responsabilidad debe demostrar la concurrencia -parcial, en el
caso y conforme lo alegado- de la causa ajena supuesto que no está
acreditado, y que aquí requiere la prueba específica de cómo la localización
de las heridas iniciales desembocaron en las incapacidades o fallecimiento,
lo que se hubiera evitado o disminuido en caso de haber circulado en otras
condiciones físicas (con los mentados cinturones de seguridad colocados
y en asientos fijos y seguros) o de haber sufrido los daños en otras partes
del cuerpo. Y esa prueba esencialmente pericial médica

No basta la prueba de la culpa para determinar la responsabilidad


Frente a un ilícito es necesario establecer los límites de la responsabilidad, o
sea, los requisitos que debe reunir el daño patrimonial para que "sea
jurídicamente resarcible". No basta la prueba de que existió culpa o imprudencia
por omisión de deberes legales y también daño a un tercero; siendo menester
demostrar además que medió el respectivo nexo causal y que para establecer la
causa de un daño es necesario formular un juicio de probabilidad determinando
que aquél se halla en conexión causal adecuada con el acto ilícito, o sea, que el
efecto dañoso es el que debía resultar normalmente de la acción u omisión
antijurídica, según el orden natural y ordinario de las cosas.
2.3.- CULPA E IMPUTABILIDAD

La conducta del agente debe ser, en los términos antes dichos, una conducta
voluntaria; por tanto, el sujeto para poder ser responsable debe tener una
determinada capacidad para actuar y poder prever, aunque sea mínimamente
las consecuencias de su conducta. Entonces, el problema de la imputabilidad
de la conducta se puede presentar con los menores y con los incapaces.

2.3.1.- Menores de edad

El menor es imputable si tiene suficiente juicio o madurez y es capaz de


entender y querer las consecuencias de su conducta. En este caso, se
debe concluir que el menor es responsable de los daños que cause. En
cambio, si es inimputable los padres o tutores deben responder frente a
terceros del daño causado, aplicándose en este supuesto el art. 1903
CC.

En consecuencia, como dice E. ROCA, el menor de 14 años no es


imputable, de acuerdo con las reglas de la responsabilidad penal de los
menores y, por tanto, tampoco lo es civilmente. Por su parte, el art. 61-3
establece que “cuando el responsable de los hechos cometidos sea un
menor de 18 años, responderán solidariamente con él de los daños y
perjuicios causados sus padres, tutores, acogedores y guardadores
legales o de hecho, por este orden”.

2.3.2.- Incapaces

En relación con la responsabilidad civil, el capaz de entender y querer


las consecuencias de sus actos es civilmente imputable y, por tanto, es
responsable frente a la víctima de acuerdo con lo dispuesto en el art.
1.902 C.C. Si es civilmente inimputable, y estaba incapacitado
responderá su tutor ex art. 1.903 C.C.
Respecto de la responsabilidad civil derivada de delito, el art. 20 C.P.
declara exentos de responsabilidad criminal:

1º A quienes, a causa de cualquier anomalía o alteración psíquica, no pueda


comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión,
independientemente de que este trastorno sea permanente o transitorio

2º A quienes se hallen en estado de intoxicación plena por el consumo de


bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u
otras que produzcan efectos análogos, siempre que no haya sido buscado con
el propósito de cometerla o no se hubiese previsto o debido prever su comisión,
o se halle bajo la influencia de un síndrome de abstinencia, a causa de su
dependencia de tales sustancias, que le impida comprender la ilicitud del hecho
o actuar conforme a esa comprensión.

3º. Al que, por sufrir alteraciones en la percepción desde el nacimiento o desde


la infancia, tenga alterada gravemente la conciencia de la realidad.

No obstante, como establece el art. 118-1 C.P. la exención de la responsabilidad


penal declarada en el art. 20 C.P. no comprende ni no alcanza la de la
responsabilidad civil, que se hará efectiva conforme a las reglas siguientes:

1ª. En los casos de los números 1º y 3º del art. 20 C.P. (es decir, incapaces,
permanentes o transitorios y dementes) sin perjuicio de la responsabilidad civil
directa que pudiera corresponder a los imputables, son también responsables
por los hechos que ejecuten los declarados exentos de responsabilidad penal
quienes los tengan bajo su potestad o guarda legal o de hecho, siempre que
haya mediado culpa o negligencia por su parte.

Los Jueces o Tribunales graduarán de forma equitativa la medida en que deba


responder con sus bienes cada uno de dichos sujetos.

2.3.3.- Personas jurídicas

Las personas jurídicas pueden contraer todo tipo de obligaciones y no se


excluyen, por tanto, las obligaciones derivadas de la responsabilidad
extracontractual. Además, puedan responder por los hechos realizados por sus
dependientes y empleados.

III.- LA INVERSIÓN DE LA CARGA DE LA PRUEBA

Junto a la responsabilidad por hecho propio basada en la culpa que debe probar
el perjudicado o demandante porque la culpa no se presume, el Código civil
prevé otros supuestos de responsabilidad por culpa básicamente en dos
elementos:

1. Que la responsabilidad no es por hecho propio, sino por el hecho de otro


o hecho ajeno.

2. Que se presume la culpa, de manera que se invierte la carga de la prueba


sobre la culpa: ahora es el demandado quien debe probar que actuó
diligentemente.

Tales supuestos son los de responsabilidad por hecho ajeno que se regulan en
el art. 1.903 C.C.

Más allá de los supuestos del art. 1903 C.C. de responsabilidad por hecho ajeno,
el Tribunal Supremo ha acudido al expediente de la inversión de la carga de la
prueba de la culpa en determinados casos. Normalmente, ha ocurrido así en los
supuestos en que, sin acudir a la imputación por riesgo, el Tribunal ha entendido
que el sujeto provocador del daño creó un riesgo del que derivó el daño. La
inversión de la carga de la prueba de la culpa supone básicamente la presunción
de culpa en la conducta del agente y, por tanto, la necesidad de que éste pruebe
que su conducta se ha observado sin culpa o negligencia por su parte, pues en
caso contrario deberá indemnizar al perjudicado. Como ya hemos dicho, la
inversión de la carga de la prueba de la culpa o la presunción de la culpa no
significa que se abandone el sistema de responsabilidad basada en culpa y se
acoja un sistema de responsabilidad objetiva o cuasi objetiva. En realidad, como
indica el propio enunciado nos hallamos en un sistema de responsabilidad
subjetiva o por culpa; pero ahora la prueba de la culpa no corresponde al
perjudicado demandante, sino que es el demandado quien deberá probar su
conducta diligente. Por ello, la inversión de la carga de la prueba de la culpa se
debe poner también en relación con el principio de facilidad y disponibilidad
probatoria, al cual se han referido algunas de las últimas sentencias del Tribunal
Supremo. Con dicho principio, como recuerda DE ÁNGEL, no se invierte la carga
de la prueba de la culpa, ni ésta es presumida, sino que se obliga a los
demandados a aportar pruebas que acrediten su diligencia, ya que el resultado
dañoso fundamento de la pretensión indemnizatoria no es adecuado con el
estricto cumplimiento de este deber. Nos hallamos ante una flexibilización del
principio general de la carga de la prueba (art. 217-6 L.E.C.).

III.- LA CONCURRENCIA DE CULPAS

El ordenamiento jurídico prevé diversas situaciones en que la


responsabilidad del agente productor del daño se excluye o se aminora por
la concurrencia de diversas circunstancias, entre otras porque la propia
víctima ha concurrido en la generación del daño o porque tal daño es
imputable sólo al perjudicado. Son los supuestos de concurrencia de culpas
y de culpa exclusiva de la víctima.

A) La concurrencia de culpas se produce, como dice DÍEZ-PICAZO, en


aquellos supuestos en que sin concurrir la condición necesaria para poder
hablar de competencia de la víctima, tanto el comportamiento de ésta, como
el de la otra parte, han sido condición del daño y en ambas puede
establecerse un juicio de culpabilidad. Por tanto, a la acusación de un mismo
daño concurren más de una conducta. Pero no basta con la mera
concurrencia de conductas; además es preciso que todas contribuyan a la
producción del daño, pues si faltando una de ellas no se produce el daño no
hay concurrencia de culpas. La concurrencia de culpas, aunque afecta al
nexo causal, no lo excluye, por lo que su efecto es la aminoración de la
responsabilidad del agente del daño, lo cual se traduce en una reducción de
la indemnización en relación con el daño causado.

En este sentido, la doctrina jurisprudencial ha entendido aplicable a la


responsabilidad extracontractual de manera que la concurrencia de culpa de
la propia víctima provoca una aminoración de la indemnización o la atribución
a cada sujeto de sus propios daños si ha habido daños recíprocos.

B) La culpa exclusiva de la víctima. En este caso, el daño es imputable sólo


a la conducta del propio perjudicado, la cual es la causa exclusiva o única de
la acusación del daño. El sujeto, por tanto, actúa a propio daño. La culpa
exclusiva de la víctima no sólo interfiere en la relación de causalidad, sino
que la quiebra. (En realidad no quiebra la relación de causalidad, sino sólo
la que uniría la conducta del demandado con el resultado dañoso, pues el
nexo causal se verifica ahora entre la conducta del perjudicado y su propio
daño). La culpa de la víctima la debe probar quien la afirma, es decir, el
demandado. La prueba de la culpa exclusiva de la víctima supone la
exoneración de responsabilidad para el demandado.

IV.- . PRUEBA DE LA CULPA CONTRACTUAL

Es doctrina corriente que, a diferencia de la culpa extracontractual o


aquiliana, en la que la prueba es la obligación del acreedor, en la culpa
contractual el acreedor tiene una situación más ventajosa, pues existe la
presunción de que el deudor que no cumple la obligación lo hace porque
quiere y es responsable de la falta de cumplimiento, sin que el acreedor
tenga que probar otra cosa más que la existencia de la obligación. De tal
manera, que será el deudor el que tenga que probar, para eximiese de
responsabilidad, que si dejó incumplido el contrato no fue por su culpa.

Y aun cuando es cierto que queda invertida la carga de la prueba en el


sentido de que al actor no le corresponde demostrar la culpa del causante
material del daño, sino que es a este a quien le corresponde probar su
actuar diligente, no es menos cierto que la relación de causalidad no se
presume ni puede basarse en meras conjeturas, deducciones, o
probabilidades, sino que ha de estar probada de modo indiscutible. Y esta
prueba corresponde, a tenor de las reglas sobre carga de prueba recogidas,
a la parte demandante, quien ha de acreditar que fue el actuar de la parte
demandada el que ocasionó el resultado dañoso generador de
indemnización. De este modo, acreditada la relación causal, se presumirá
la culpa del agente. Y ello será así cualquiera que sea el sistema de
responsabilidad en que se base el actor para ejercitar su pretensión
indemnizatoria, incluido el sistema previsto en la Ley General para la
Defensa de Consumidores y Usuarios.

4.1.- CAUSAS EXONERADORAS DE RESPONSABILIDAD: CASO


FORTUÍTO Y FUERZA MAYOR

Ese criterio de la integridad de la reparación, no es sin embargo absoluto,


admitiéndose la posibilidad de reducir la indemnización que haya de
corresponder al perjudicado en determinados casos, como la concurrencia
de culpa de la víctima, o en los que ésta tiene legal o convencionalmente
el deber de mitigar el daño.

Entre las causas que rompen o interfieren el nexo causal merece especial
mención el caso fortuito y la fuerza mayor. Conforme al artículo 1.105 del
Código Civil nadie responderá de aquellos sucesos que no hubieran podido
preverse o que previstos fueran inevitables, y estas causas externas son el
caso fortuito y la fuerza mayor. En ambos casos se rompe el nexo causal,
por cuanto la acción u omisión humana no es la causa apropiada para la
producción del daño, por cuanto la causa del daño viene dada por una
fuerza mayor o un caso fortuito.

En ambos casos se tratará de un acontecimiento que no se podrá imputar


al sujeto y que es inevitable o imprevisible. Ahora bien, ambos conceptos
se han de distinguir, así por el grado de evitabilidad del suceso: criterio
subjetivo, el caso fortuito es un suceso que no pudo preverse, pero de
haberse previsto se hubiera podido evitar; y la fuerza mayor es un suceso
inevitable, aunque se hubiera previsto. En cuanto al criterio objetivo, el caso
fortuito se produce en el círculo interno de la obligación, mientras que la
fuerza mayor es un suceso totalmente extraño a la actividad ordinaria,
ajeno al círculo de la obligación; aunque, en ambos casos, se tratará de un
suceso imprevisible o inevitable.
BIBLIOGRAFIA
1) ALBALADEJO, Manuel. “Compendio de Derecho Civil.” Librería Bosch.
Barcelona 1987. ALBALADEJO, Manuel.
2) “El Negocio Jurídico”. Librería Bosch. Barcelona 1993. ALPA, Guido.
3) “Nuevo Tratado de Responsabilidad Civil”. Traducción del italiano por
Leysser L. León. Jurista Editores Eirl. Lima 2006.
4) ALPA, Guido. “Responsabilidad Civil y Daños. Lineamientos y
cuestiones.” Traducción del italiano a cura de Juan Espinoza Espinoza.
Editorial Gaceta Jurídica. Lima 2001.
5) ALTERINI, Atilio A. y LOPEZ CABANA, Roberto. “Responsabilidad
contractual y extracontractual: de la diversidad a la unidad” En la obra
colectiva “Derecho de Daños y otros Estudios.”
6) ALTERINI, Atilio Aníbal, AMEAL, Oscar José, LOPEZ CABANA, Roberto
M. “Derecho de Obligaciones Civiles y Comerciales”. Editorial Abeledo
Perrot. Buenos Aires 2004.

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