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LA FAMILIA ∗

José Pérez Adán

1.- Las metodologías y los enfoques clásicos: las visones de la familia


2.- Funciones y disfunciones de la familia: la familia funcional
3.- La familia como estructura de mediación
4.- La familia soberana. La extrañeza
1.- Las metodologías y los enfoques clásicos: las visiones de la familia
Desde hace casi doscientos años la sociología se ha ocupado del estudio de la familia y los
sociólogos han elaborado textos universitarios que han barajado diversas teorías y explicaciones
sobre lo que es, lo que ha sido, y lo que puede llegar a ser esa forma de relación y realización
humana que llamamos familia. El estudio de la familia es propio de la sociología.
Pertenece al oficio de sociólogo hacerse tres preguntas que los que se dedican a esta tarea
consideran que delimitan el quehacer de la disciplina: qué pasa, por qué pasa, y qué puede llegar
a pasar. Ya la primera pregunta -qué pasa- parece un reto de considerables dimensiones. Si la
aplicamos al objeto de estudio en este capítulo, la familia, nos encontramos en la necesidad de
acometer una tarea multifacética. Esa labor comprendería tres aspectos principales. En primer
lugar, un trabajo descriptivo; esto es: mostrar qué tenemos delante, para lo cual es
imprescindible llegar a un acuerdo sobre los términos lingüísticos que utilizamos. En segundo
lugar, tendremos que diseccionar ese objeto para facilitar su observación minuciosa. Para esta
labor, algunos de nuestros colegas han hecho uso de tipologías diversas, que no siempre han
conseguido soslayar el peligro del reduccionismo que supone caer en la tentación de
compartimentalizar la realidad al arbitrio de idealizaciones abstractas. Por último, en tercer
lugar, habremos de referirnos a los instrumentos metodológicos que vamos a utilizar para
facilitar la observación. En nuestro caso, contamos con gran número de indicadores sociales,
quizá demasiados hoy en día, suministrados por los institutos estadísticos oficiales o por los
gabinetes de investigación sociológica, y que habremos de interpretar.
Sabemos que muchos de los que han intentado acometer esta labor han fracasado en su intento
de comprender la familia y que por desgracia la familia todavía permanece invisible para
muchos gobiernos y agencias internacionales. Estos fallos se han producido, generalmente, por
tres excesos, que exponemos a continuación, y contra los que la lectora o lector tendría que
vacunarse.
1.- El primero de estos excesos se ha dejado notar particularmente en los estudios de las
sociologías de la vida cotidiana y, por ello, también en la sociología de la familia. Se trata del
atiborramiento metodológico de la encuesta de opinión. No queremos con esto rechazar esta
metodología sino mostrar nuestra sorpresa ante la proliferación de estudios sociológicos
efectuados casi exclusivamente a partir de encuestas ad hoc. La encuesta de opinión tiene sus


Quiero agradecer expresamente las valiosas aportaciones realizadas por el Dr. Alejandro Piscitelli, de la
Universidad Austral de Buenos Aires, al texto de este texto.
limitaciones, que a veces no se tienen en cuenta en la elaboración de extrapolaciones 1. Son, sin
duda, las prisas y las demandas de un mercado que necesita adelantar la realidad, lo que ha
hecho que muchos colegas se dediquen con éxito al sondeo. Pero utilizar los sondeos en
estudios científicos es poco serio si se dispone de otros datos más certeros que no se utilizan.
Los sociólogos tenemos evidencia de los factores de distorsión de la encuesta que conforman,
entre otros, la imagen del encuestador, la forma de las preguntas, y la situación en el tiempo y
en el espacio. Contra este exceso argumentamos nuestra demanda por mejores estadísticas y,
sobre todo, por una más rápida disponibilidad de las mismas.
2.- El segundo exceso, es la utilización de términos “cargados” ideológicamente. Este es un
exceso que padecen particularmente los que se atreven a escribir sobre realidades cambiantes,
sin vacunarse antes contra el peligro de aspirar a influenciar la realidad venidera para que ella
sea propicia al interés del que la describe. Cuando el científico se atreve a asumir valoraciones
éticas sobre temas controvertidos, como la promiscuidad o el aborto, la ideologización de los
términos debe rechazarse. La lamentable carga ideológica es particularmente notable cuando
nos referimos a las tipologías familiares, como cuando se habla de modo negativo de familias
del antiguo régimen o tradicionales para oponerlas a las nuevas o modernas o viceversa.
3.- El tercer exceso sobre el que queremos posicionarnos, deviene de la excesiva dependencia
que los estudios de familia han tenido de las investigaciones de antropología cultural
comparada, tan de moda a mediados del siglo pasado en los ambientes intelectuales
norteamericanos. Esta dependencia ha hecho parecer sencilla una investigación tremendamente
difícil y para la que poca gente está comprensiva y científicamente preparada. Nos referimos en
concreto a la sociología histórica o comparada de la familia. Este tipo de investigaciones tienen,
cuando se hacen bien, un carácter instrumental, pero no explicativo en el sentido que para saber
qué pasa y por qué pasan las cosas, no es necesario saber qué pasaba y por qué pasaban las
cosas y para ello estudiar las sociedades indígenas de lejanos países como si ahí tuviésemos el
modelo de familia que nos brinda la naturaleza.
Sobre esto baste recordar dos ejemplos relativamente próximos. Desde Ogburn (Ogburn, W.,
1957, “How technology causes social change” en Allen, F. (ed) Technology and Social Change,
Nueva York, Appleton) se aceptaba como dado que la industrialización había producido el
proceso mediante el cual se aísla y se conforma la familia nuclear a partir de la familia extensa.
Los estudios de Laslett (Laslett, Peter, 1965, The World we have lost, Londres, Methuen),
mostraron, sin embargo y a satisfacción de todos, que la familia nuclear tenía carácter
preindustrial. Otro caso es el de Goody (Goody, Jack, 1986: La evolución de la familia y el
matrimonio en Europa, Barcelona, Herder) quien sugiere que las necesidades de acumulación
de propiedad por parte de la Iglesia en los albores de la Edad Media son las que regulan la
transmisión de propiedad a través del matrimonio monógamo, canónico, y libre (si lo
comparamos con otras culturas como las orientales en las que no lo era). Esta opinión, hasta
hace poco ampliamente aceptada, está ahora contestada por la misma historia canónica que hace
de la regulación matrimonial por parte de la Iglesia un sucedáneo del paulatino reconocimiento
de la dignidad humana aunque ello haya ido muchas veces va en contra de los mismos intereses
de acumulación patrimonial.
La sociedad humana todavía no tiene a la postre una explicación satisfactoria a esa gran
cuestión que tantos se han planteado antes sobre la razón por la que una generación hace tantos
sacrificios para que salga adelante la siguiente. Tampoco tenemos una explicación universal
sobre porqué se casa la gente. No sabemos, por otro lado, cómo es que la familia, en el sentido
de que depende en la que uno nazca, es el ámbito donde el privilegio y la desigualdad son
legítimos y aceptados. Por estos y otros interrogantes la sociología de la familia constituye a
nuestro juicio el objeto de estudio sociológico más interesante de nuestros días.

1
Para un certero análisis de la metodología de encuesta vid. Federico Rey y Alejandro Piscitelli, Pequeño
manual de encuestas de opinión pública (2004), Stell, Buenos Aires. Con cierta carga de humor comenta
uno de los autores que “las encuestas son como un avión de reconocimiento que puede convertirse en un
momento en un bombardero”.
Antes de seguir adelante, hay que hacer un ejercicio de clarificación de conceptos. Los términos
que utilizamos en sociología de la familia raramente son inocentes. Convenimos en entender así
los siguientes:
Hogar: una unidad de corresidentes que no necesariamente mantienen entre sí lazos de
parentesco
Parentesco: red de relaciones que se derivan de la filiación y el matrimonio
Familia: unidades de convivientes o exconvivientes enlazados por vínculos de parentesco, que
pueden ser de consanguinidad o de afinidad, sin importar en qué grado, o también la adopción
Núcleo familiar: una unidad conyugal familiar que incluye habitualmente al marido y a la
esposa y los hijos no casados que residen con ellos.
A pesar de que nos esforcemos en marcar una clara distinción entre la perspectiva sociológica y
la que utilizan otras disciplinas, como la antropología, no podemos menos que considerar el
paso del tiempo, en la medida en que las culturas se conforman con él, como un elemento
importante para situar la familia en su contexto adecuado de estudio. Los antropólogos han dado
diversas explicaciones sobre el origen de la familia. Vamos por ello a iniciar nuestra labor de
disección hablando de las visiones de la familia. Según y cómo entendamos la relación tiempo-
familia podemos separar tres visiones dominantes: la evolucionista, la del ciclo vital humano, y
la del ciclo vital de la familia.
1.- La visión evolucionista de la familia tiene raíz antropológica; es una visión que podíamos
llamar mayoritaria si consideramos el número de seguidores aunque al ser la más antigua, no
puede decirse que sea hoy la dominante. Su principal valedor ha sido el antropólogo francés C.
Lévi-Strauss (n. 1908).
Para el evolucionismo, la familia es un entorno relacional condicionado culturalmente y se
supone que una sociedad con altas cotas de progreso vería mermadas muchas de sus razones de
justificación. En una sociedad poco estructurada y primitiva la familia extensa de fuertes
vínculos comunales sería el ámbito propio de socialización: la forma a través de la cual los
individuos adquieren su condición social y se adscriben a una comunidad más amplia. Esta
situación se da en zonas rurales preindustriales. El progreso se entiende aquí como un avance
lineal a través del tiempo en el que el desarrollo juega la baza principal. La industrialización y la
consiguiente urbanización constituirían un salto cualitativo de importancia que conformaría, a
su vez, una familia nueva centrada en torno al núcleo familiar y al habitáculo urbano. La familia
industrial tendría unos vínculos comunales diversos y habría cedido muchos de los mecanismos
de socialización que antes detentaba al estado y otras instituciones estructuradas. Por último, en
el futuro, el progreso social asentado en la suficiencia conseguida por el desarrollo tecnológico,
depararía nuevos modelos de relación íntima que no siempre podríamos estereotipar como
familiares. La socialización familiar no sería ya universal y estrictamente necesaria y, por otro
lado, la gran mayoría de las funciones familiares podrían estar desempeñadas por otras
instancias más o menos institucionalizadas. La proliferación de las así llamadas familias
alternativas, daría paso a la superación de la estructura familiar. Este es el marco en el que se
mueven hoy Anthony Giddens (n. 1938) y otros sociólogos posmodernos para los que el
multifamilismo (familias diseñadas al gusto del consumidor) daría paso a la superación de la
familia misma.
2.- La visión del ciclo vital humano no tiene como marco de referencia el tiempo histórico sino
el tiempo vital de la gente. El protagonista ya no es el progreso sino el individuo y en lo que nos
fijamos es en lo que le pasa al sujeto individual desde que nace hasta que muere. Se observa que
a lo largo de todo este período de tiempo, que oscila entre una media de 50 años en los países
más pobres y de 80 años en los países más ricos, los sujetos individuales pasan por situaciones
familiares diversas. Nos fijamos en las distintas formas de adscripción familiar por las que
pasamos en las diferentes edades. La tarea del investigador, sobre todo si se desean establecer
pautas comparativas transculturales, es elaborar modelos de ciclos vitales a través de los cuales
se puedan secuenciar la emancipación, la formalización de relaciones íntimas, la venida de la
prole y su cadencia, la incorporación a hogares múltiples (donde hay otro núcleo familiar), etc.
Esta visión es muy propia de contextos culturales donde se ha certificado la autonomía del
sujeto individual. Aquí la familia y sus peculiaridades son fruto de elección pública, entendida
esta como suma de elecciones privadas. Ni qué decir tiene que esta visión está muy relacionada
con los criterios de racionalidad que ha hecho dominantes la economía estándar o neoclásica y
que conforman la justificación académica, a través del individualismo metodológico, del vigente
sistema de producción y consumo basado en el utilitarismo y el interés propio.
Aquí situaríamos al premio nóbel de economía, Gary Becker (n. 1930), para quien los ciclos
vitales están lógicamente explicados en base a los criterios de amortización y monetarización de
las elecciones privadas. Así, Becker sugiere una teoría del matrimonio en base al cálculo
racional de la maximización del valor de las comodidades esperadas (monetarias y no
monetarias), de manera que cuando cambian las circunstancias y se altera la utilidad prevista, la
racionalidad implicaría el divorcio, tener un hijo, no tenerlo, etc.
3.- Por último, la tercera visión, la visión del ciclo vital de la familia, utiliza como marco de
referencia la permanencia de la institución familiar a través de diferentes culturas. A diferencia
de lo visto en las otras visiones, aquí el centro de atención no es el progreso, ni el sujeto
individual, sino la familia misma.
Esta visión remarca que lo que las culturas o la historia condicionan son los cambios en la
consideración, valoración, y equilibrio entre los ámbitos públicos y privados, entendiendo la
relación familiar como relación privada. Este último aspecto es importante ya que a diferencia
de la visión del ciclo vital del individuo, aquí, la discrecionalidad y la autonomía no son
patrimonio exclusivo del sujeto individual. La visión del ciclo vital familiar hace a los sujetos
colectivos sujetos de derecho; esto es: sujetos soberanos. Aunque de esto se hablará más
adelante, cabe calificar por ello a esta visión como visión comunitarista en el sentido en que
utilizan el término Amitai Etzioni (n. 1929) y otros sociólogos norteamericanos. La relación y
las formas de separación entre lo privado (familiar) y lo público (extra familiar) constituirían las
diversidades culturales que en ningún caso, y en la medida en que están definidas en base a este
equilibrio biunívoco entre lo privado y lo público, podrían anular ninguno de los dos ámbitos.
Aquí, la familia se transforma pero permanece.
De acuerdo con esta visión, la familia es antes que el matrimonio (todos nacemos en familias
que ya existen). La razón de la institucionalización del matrimonio es precisamente la
preservación de la familia y el resultado sería una familia donde la relación entre los sexos y las
generaciones está en equilibrio dinámico. Un equilibrio que capacita al mismo tiempo para el
cambio y la permanencia.
Si en la visión evolucionista la familia era una forma de relación social históricamente
condicionada y, hasta cierto punto y en el extremo, también coyuntural, y en la segunda visión
la familia era el resultado de la discrecionalidad individual, aquí, la familia, en medio de sus
variantes culturales, es el aglutinante básico de la sociedad. Visto así, esta visión sería
patrimonio de dos escuelas de pensamiento principales: la escuela cristiana de la "sociedad
nueva" defendida por Juan Pablo II (1920-2005) en su largo y fecundo magisterio, y el
socialcomunitarismo de Etzioni y algunos personalistas 2 y comunitaristas actuales.
2.- Funciones y disfunciones de la familia: la familia funcional
Por funciones de la familia entendemos las tareas efectuadas por la familia y que tienen
repercusión social percibida como positiva. Estas funciones son descargadas por la familia del
peso o débito colectivo y suponen un ahorro social considerable. Una familia funciona cuando
ejerce sus funciones. Lo que desea la sociedad es que la familia desempeñe las funciones que
espera de ella. Esa es su razón de ser.

2
Sobre el personalismo actual vid. la obra de los filósofos españoles Carlos Díaz y Juan Manuel Burgos y
del mexicano Rodrigo Guerra. Entre los conformadores de esta escuela de pensamiento están Emmanuel
Mounier (1905-1950), Romano Guardini (1885-1968) y Julián Marías (1914-2005).
FUNCIONES
EQUIDAD GENERACIONAL
TRANSMISIÓN CULTURAL
SOCIALIZACIÓN
CONTROL SOCIAL

Cuatro son las funciones básicas. La equidad generacional supone la solidaridad diacrónica e
implica el juego de afectos, cuidados y equilibrios entre actividad laboral, servicio, e inactividad
forzosa, que intercambian entre sí los miembros de una familia. La equidad generacional, como
todas las funciones familiares, se ejercita en el ámbito privado y tiene una trascendencia y
repercusión próxima en el ámbito público. La transmisión cultural implica el aprendizaje que
incluye, no solo la lengua, sino también la higiene, las costumbres, y la adquisición de las
formas de relación legitimadas socialmente. La socialización proporciona los mecanismos de
pertenencia al grupo social más amplio y su reconocimiento e implica la incorporación de
rutinas y una educación afectiva en la que intervienen también aspectos religiosos y la
participación en los ritos civiles. Por último, el control social supone un cierto compromiso
para evitar la proliferación de conductas socialmente desviadas.
El conjunto de estas funciones hacen de la familia un tesoro social, en el sentido de que una
familia que funciona constituye un ámbito de bienestar que "funciona" ad intra y ad extra de sí
misma. Por ello, como después veremos, la familia puede desempeñar una tarea como estructura
de mediación entre conflictos surgidos y generados en los ámbitos públicos.
La familia, sin embargo, puede también conformar un ámbito de malestar en dos sentidos: en la
medida en que, por cualquier causa, se ve impedida para realizar sus funciones, y en la medida
en que se ve afectada por disfunciones estructurales propias de la relación familiar.
Por disfunciones estructurales familiares entendemos las situaciones familiares que por su
propia configuración estereotipada generan resultados sociales percibidos como negativos. En
este sentido, las disfunciones familiares pueden derivar en disfunciones sociales, de la misma
forma que las carencias funcionales, cuando se producen, producen malestar social.
DISFUNCIONES
PATOLOGÍAS FAMILIARES
DISCAPACIDAD FAMILIAR
DESEQUILIBRIO FAMILIAR

Tres son las principales disfunciones familiares. Por patologías familiares entendemos la
generación de comportamientos desviados en el ámbito familiar privado, y que podíamos
resumir en la constatación de abusos, en muchos casos legalmente punibles, aunque no en todos
los países. Por discapacidad familiar entendemos el núcleo familiar al que le falta un miembro
y, específicamente, a la así llamada familia monoparental. Por desequilibrio familiar
entendemos la falta de armonía en el reparto de poder en el ámbito privado, que, cuando se da,
mayoritariamente se manifiesta en el ejercicio del poder hegemónico por parte del varón.
Las disfunciones familiares no siempre producen disfunciones sociales aunque sí hemos de
constatar la mayor dificultad que tiene una familia disfuncional para ejercer las funciones
familiares. Es, ahora, el momento de hablar de las disfunciones sociales de causa familiar que
son el indicador más claro del cambio social producido en la familia en el mundo occidental a
partir de la década de los sesenta del siglo anterior.
Disfunciones sociales Perjudicados y víctimas
Deuda filial Gente Mayor
Monoparentalismo Niños
Divorcio Hijos, Mujer
Emancipación Tardía Padres
Aislamiento Familiar Sociedad
Incompatibilidad Esposos

La defensa de la sociedad como sujeto, pasa por el reconocimiento de las realidades sociales
intermedias, y sobre todo, de la familia. Ahora bien, la familia se concibe aquí también con
razón de instrumentalidad social, en el sentido que debe de ser socialmente legitimada la familia
que presta las funciones que se esperan de ella y no otra. La distinción al uso diferencia entre
familia tradicional que es aquella que separa producción de reproducción y familia moderna,
que es aquella que no las separa. Pues bien, lo interesante no es que la familia sea tradicional o
moderna. Lo interesante es que se trate de familias óptimas y la familia tradicional será óptima
si es funcional, si cumple las funciones que la sociedad espera de ella, y no lo será (como la
moderna tampoco) si no las cumple. La familia funcional será en todo caso una familia unida
con claras responsabilidades hacia la siguiente generación.

La familia es el mejor punto de partida para entender la sociedad como lo que es: una realidad
diacrónica. Es en este sentido en el que puede entenderse el divorcio como socialmente
disfuncional pues rompe la relación intergeneracional. El hecho negativo del divorcio no está,
en este contexto, en la separación de marido y mujer sino en la separación de abuelos y nietos si
los hay. El vínculo intergeneracional es socialmente constituyente y si se ignora, como hace
irresponsablemente el individualismo, se ignora la sociedad en sí misma. Sólo el entendimiento
de la sociedad como diacronía hace presentes en la acción puntual a los que todavía no son, y el
marco en el que esta presencia se refugia es en la equidad generacional, de la cual es garantía la
familia. De ahí que la familia como sujeto colectivo necesite ámbitos de operatividad
socialmente legitimados. Es decir: necesita soberanía, como remarcaremos después.
Los indicadores de disfuncionalidad social que reflejamos en el cuadro anterior están al alcance
del investigador a través de los servicios de información de los institutos estadísticos oficiales.
Gracias al desarrollo y a la velocidad de las comunicaciones, cualquier estadística impresa en
libro ya está vieja al llegar al lector, que puede disponer de estadísticas al día con solo apretar
una tecla de su ordenador o computadora conectada a la red.
Quizá las cifras más ilustradoras sean las que proporcionan las estadísticas de divorcio. Los
países con un mayor porcentaje de divorcios en el mundo son los de la extinta Unión Soviética y
los EE. UU 3. En este último país en la segunda mitad del siglo pasado el divorcio casi
cuadriplicó su porcentaje. Hoy, en los EE. UU., se divorcian aproximadamente el 50% de los
que se casan. En Europa, la cifra más alta la dan los países centroeuropeos, y la más baja, los
países mediterráneos. En España se divorcian un 20% de los que se casan pero el ritmo de
crecimiento es de los mayores de Europa. Estas cifras, en sí, no constituyen un problema social.
Hemos de fijarnos en las víctimas para ver la magnitud del problema. Curiosamente la
sociología de la familia ha tratado muchas veces a los niños como sujetos pasivos; así ocurre

3
Vid. entre otros: U.S. Census Bureau, Nacional Center for Heath Statistics y National Vital Statistics
Reports; Informe sobre el divorcio: la evidencia empírica internacional (2002,Cuadernos de Extensión 3,
Universidad de los Andes, Santiago de Chile); Informe: Bases para la elaboración de las políticas
familiares en la Argentina (2005, Senado de la Nación, Buenos Aires).
también con los sondeos. En el caso del divorcio, sin embargo, los niños, además de la situación
de la mujer, conforman el problema social que causa la mayor disfuncionalidad.
Cada año 1 millón de niños ven divorciarse a sus padres en los EE. UU y más del 50% de los
niños viven en hogares con alguna disfuncionalidad. En la comunidad de raza negra el problema
es particularmente grave ya que 3/5 de los hogares están habitados por familias monoparentales.
Habitualmente el estatus social y económico del padre aumenta mientras que el de la madre y
los hijos disminuye tras el divorcio. En los EE. UU. la variable condicionante en el auge de la
criminalidad juvenil en los últimos años, no es el factor racial, ni siquiera la pobreza, sino el
condicionante de monoparentalidad familiar. Mientras que a mitad del siglo pasado más del
80% de los niños norteamericanos vivían con su padre y madre biológicos, al final del siglo el
porcentaje no llegaba al 50%.
En Europa se constata un proceso de uniformalización, pero persisten diferencias notables con
respecto a la situación norteamericana. En 1980 el 9% de los nacidos en los países de lo que
ahora es la Unión Europea venían al mundo fuera del matrimonio, en 2002 el porcentaje era del
27% y en un país, Dinamarca, del 45%. Las estadísticas familiares españolas dan un porcentaje
de monoparentalidad del 10% de los hogares, con un 60% de hogares ocupados por familias
nucleares y un 20% de hogares unipersonales. Casi un millón y medio de niños han visto
divorciarse a sus padres desde que en 1981 se aprobó el divorcio.
En América Latina, Cuba, con una tasa de 75% de divorcios, es el país donde las parejas más se
separan. Le siguen Puerto Rico y Panamá con porcentajes parecidos a los de EE.UU. En el resto
de América Latina el fenómeno va en aumento sobretodo entre parejas jóvenes y en los países
donde es legal desde hace más tiempo, oscilando entre el 12% de México y el 5% en Perú .
Los cambios sociales que estos procesos dejan entrever son muy notables. Sobre todo porque en
cada una de las disfunciones sociales apuntadas en el cuadro anterior, se ha constatado un
aumento percentual en el número de personas afectadas, y porque las proyecciones apuntan a
que el ritmo de crecimiento disfuncional va a mantenerse. Esto se certifica para el conjunto del
mundo occidental y también para España y los países de América Latina. Ello nos permite
afirmar que el pasado siglo XX ha sembrado con el crecimiento de la disfuncionalidad familiar
gérmenes peligrosos de autodestrucción social.
Globalmente hablando las pautas occidentales de comportamiento privado van extendiéndose.
Esto ocurre en la medida en que el sistema de producción y consumo modelado en Occidente se
asienta y consolida en el resto del mundo. De todas formas siempre se dan peculiaridades
localizadas en entornos culturales definidos. En estas peculiaridades juega un papel importante
la religión. Aunque no debemos confundir la religión profesada con la culturalmente
implantada.
En cualquier caso y sin lugar a dudas, podemos hablar de una percepción del cambio estructural
en las sociedades contemporáneas a partir de la mitad del siglo XX, según las tendencias
globales que se apuntan en el cuadro siguiente.
LA PERCEPCIÓN DEL CAMBIO
TENDENCIAS GLOBALES:
1.- Retraso del matrimonio
2.- Aumento de la cohabitación
3.- Aumento del número de nacidos fuera del matrimonio
4.- Aumento del monoparentalismo
5.- Aumento del número de divorcios
Estas tendencias son constatables empíricamente mediante la consulta y la comparación. Por lo
que a España concierne, a modo de ejemplo ilustrativo, enumeramos: la disminución del tamaño
de la familia de 3,8 miembros en 1970 a 2,8 en 2001, el aumento en esos mismos años de la
edad del primer matrimonio de 23,9 años a 29,1.
Todos estos cambios sociales producen un aumento de los costes sociales. El viejo debate sobre
las pensiones es tremendamente pertinente si consideramos el debilitamiento que el aumento de
la disfuncionalidad social de causa familiar apunta para la familia como institución, y el
consiguiente temor a la rebaja de la deuda familiar que se puede repagar en el ámbito privado.
El resultado es un intento por apuntalar la seguridad sobre lo que podíamos llamar deuda
pública para con la tercera edad. Cómo puede conseguirse esa seguridad en un entorno como el
de la OCDE que en el año 2020 habrá doblado el número de los mayores de 80 años, no es un
problema político de poca importancia para los países así llamados avanzados.
3.- La familia como estructura de mediación
Naturalmente estas disfunciones y otros problemas sociales podrían prevenirse con el estudio y
reconocimiento de las ventajas que supondrían un mayor reconocimiento del valor social de la
familia funcional. Para ello creemos que es pertinente profundizar en la consideración de la
familia como estructura de mediación.

La familia como estructura de mediación. Conflicto 1


Género masculino (imposición sobre): género femenino
Disfunción: a) general: sociedad/ b) concreta: mujer

Hay tres conflictos sociales dominantes en el mundo contemporáneo y en los tres la familia es
protagonista principal. El primero de estos conflictos es el conflicto intergenérico. No se trata
de un conflicto intersexual porque no debemos de confundir sexo y género. Aquí nos referimos
al género, que es una adscripción cultural, eminentemente valorativa y que puede estar influida
por el sexo pero que no está biológicamente determinada como veremos en el capítulo siguiente.
Por eso podemos decir que los valores masculinos son dominantes hoy tanto en hombres como
en mujeres.
El conflicto intergenérico representa la imposición o dominación de los valores masculinos
sobre los femeninos en la medida en que la masculinidad está asumida culturalmente como algo
superior. Este conflicto produce unas disfunciones sociales que se manifiestan también en la
incapacidad del varón para feminizarse genéricamente hablando (realizándose por ejemplo en el
hogar). A la postre, la sociedad sale perjudicada en la medida en que se denuncia su carácter
machista, y la mujer se convierte muchas veces en víctima de una lucha desigual al verse
obligada a "competir" con el varón en su terreno más propicio.
En este conflicto la familia actúa como estructura de mediación de manera efectiva y real. Si no
se ha producido todavía una grave e insostenible descompensación social es porque la familia
ejerce un positivo efecto colchón compensando, en casos cada vez más numerosos, en los
ámbitos privados los conflictos intergenéricos públicos. Casi siempre esta compensación ha
tenido como protagonista activo a la mujer que multiplica su trabajo manteniendo un difícil
equilibrio entre la dedicación a la esfera pública con la socialmente infravalorada tarea en la
esfera privada. Lo cual, a su vez, denuncia la dominación cultural masculina.

La familia como estructura de mediación. Conflicto 2


Generación actual (imposición sobre): generación futura
Disfunción: a) general: sociedad futura/ b) concreta: familia con hijos
El segundo conflicto es el conflicto ecológico. Se trata de un conflicto de carácter
intergeneracional. Este conflicto describe, quizá, una de las más graves injusticias
contemporáneas mediante la cual se perpetra un sistemático expolio de la riqueza natural,
patrimonio de todas las generaciones, por parte de la generación presente. La degradación del
medio ambiente manifestado en las amenazas para el mantenimiento de la vida futura que
causan los actuales modos de vida constituyen realmente un atentado contra las futuras
generaciones. Abundan los problemas sin resolver que se agigantan por la inercia de la
continuidad: el uso y deshecho de materiales no reciclables, el almacenaje de restos radioactivos
con vida media de cientos de miles de años, la proliferación nuclear, la destrucción de selvas o
acuíferos, etc. Efectivamente se puede decir hoy que la naturaleza ha dejado de ser un testigo
mudo del paso del hombre por la historia, para constituirse en propiedad exclusiva de unos
pocos que disponen de ella a su antojo.
Es cierto que estamos robando a nuestros más jóvenes y a los que todavía no son un tesoro que
había sido preservado e incrementado para ellos por las generaciones pretéritas. Trasladamos a
las generaciones venideras la solución a nuestros problemas medioambientales con los efectos
diferidos, como es el caso del almacenaje de residuos radioactivos. En esto se manifiesta el
dominio y la imposición de la generación adulta sobre la siguiente. Por ello este conflicto
genera no solo una víctima colectiva en la sociedad futura, sino también una víctima específica
en la familia con hijos. Y esto por dos razones. Una por la comisión de una falta que perjudica a
los más jóvenes y que, lógicamente, amenaza a toda la familia, y otra, por omisión del
reconocimiento debido a la labor de mediación efectuada por la familia con hijos en la tarea de
suavizar el conflicto; una labor costosa e impagada.
El efecto colchón es puesto ahora por ese vehículo o moneda de intercambio que en la relación
paterno-filial podemos llamar reciprocidad social y que supone la ayuda mutua, el cariño y la
entrega. Así, la reciprocidad social entre padres e hijos que se vive en el ámbito privado palia la
disfunción pública que causa el deterioro medioambiental entre una generación y la siguiente,
aunque no soluciona el conflicto. En este sentido la relación privada paterno-filial compensa un
poco el abuso público de adultos sobre jóvenes que denuncia la destrucción del medio.

La familia como estructura de mediación. Conflicto 3


Ámbito público (imposición sobre): ámbito privado
Disfunción: a) general: sociedad/ b) concreta: familia sin recursos

El tercer conflicto es el conflicto de poder entre los ámbitos público y privado. El conflicto de
poderes denuncia la asunción por parte de los poderes públicos de la libertad propia de la
familia para ejercer sus funciones. Esto quiere decir que en una sociedad superestructurada
como la nuestra, la familia no puede practicar la solidaridad generacional y la equidad solo a
través de la esfera privada porque generalmente le faltan recursos y capacidad (poder) de
decisión en asuntos que muchas instancias gubernamentales consideran de su exclusiva
competencia. Por eso, cada vez más se espera que el ámbito estatal público cuide gente de la
que en realidad no se siente tan responsable como la familia. En la praxis, este conflicto resulta,
cuando la familia efectúa su labor de mediación, en la heroicidad de tantos que se sacrifican al
límite por los suyos. Y así vemos familias estirando al máximo sus posibilidades para poder
mantener un mínimo de dignidad equitativa en el cuidado de los más viejos o de los más
jóvenes. Naturalmente, esto causa un gran perjuicio social que de forma concreta perjudica más
a las familias con menos recursos para practicar la solidaridad entre sus miembros.
Vista la naturaleza de estos tres conflictos, podemos afirmar que la familia es la principal
estructura de mediación que puede hacer frente a las disfunciones sociales que apuntan los
cambios en los estilos de vida detectados a partir de 1960 y generados globalmente en la década
de los 80 del siglo anterior. De igual modo podemos entrever que muchos de los graves
problemas sociales que padecen nuestras sociedades, problemas como la violencia doméstica, la
violencia escolar, la iniciación temprana de adicciones, o la proliferación de disfunciones
alimenticias entre los jóvenes, pudieran haberse reconducido con una familia con más poder,
reconocimiento y apoyo. Y también ello es así por lo que hace referencia a problemas de
aparente más calado como son: la dependencia consumista, la efectividad de la inversión
educativa o la proliferación de conflictos derivados de la falta de seguridad y cobertura pública
en situaciones de crisis.
4.- La familia soberana. La extrañeza
En la mayoría de los países de cultura hispana la familia es una genuina aspiración de carácter
comunitario. En efecto, la familia sigue siendo lo más importante en nuestra vida. Entre la
juventud, los informes muestran claras connotaciones comunitaristas para este sector de
población, en principio el más proclive en la sociología comparada a afirmar su individualidad.
En nuestros países, para la mayoría de los jóvenes la familia es el aspecto prioritario de su vida,
por delante incluso de los amigos y conocidos y del futuro trabajo. Por ello, a la luz de los
procesos de cambio que venimos ilustrando, los cambios familiares constituyen, hoy por hoy,
los cambios sociales de más calado que se están produciendo en nuestras sociedades pues en la
medida en que afecta a lo que más nos importa es lo que más va a afectar a nuestras vidas y a
nuestras aspiraciones de futuro.
La familia en las sociedades contemporáneas sufre indudablemente, una situación de desamparo
institucional que es también de carácter cultural y político y no sólo legal. Este desamparo es
interesado y está originado en su raíz por el mismo diseño cultural individualista sobre el que se
asienta la modernidad. Para la cultura posmoderna la familia nunca se ha considerado un asunto
importante si no ha sido en lo que hace referencia a su transformación y superación.
Esto es un grave error. Las funciones propias de la familia y su labor como estructura de
mediación social no pueden ser socializadas ni por el estado ni por el mercado, ni pueden
tampoco ser sumergidas exclusivamente en los ámbitos privados sin amenazar con la
proliferación de disfunciones sociales de origen familiar. Por otra parte, la familia también tiene
sus propios mecanismos de intercambio y de comunicación ajenos tanto a los del mercado (el
dinero) como a los del estado (la ley y la pena). En la familia la reciprocidad social está
sustentada por el cariño y no por el dinero ni por la sanción. Sabemos, por otro lado, que la
familia no admite equivalentes funcionales: la familia localiza aquellas dimensiones de equidad
generacional que solo defectuosa y parcialmente pueden ser asumidas por otro actor social.
Pero aquí, al recabar reconocimiento para la familia, estamos jugando con poder. Ciertamente el
reconocimiento público de la libertad de acción familiar implicaría repartirle soberanía. Algo
que tanto el individuo como el estado, los sujetos por excelencia de la modernidad, no pueden
apoyar demasiado pues efectivamente les quita el monopolio del poder que el proyecto ilustrado
les había concedido.
Quizá convenga en este momento, detenernos un momento para observar qué ha pasado con el
poder a lo largo del siglo XX. Para ello utilizamos el siguiente esquema.
Estructura jerarquizada
Poder personal
Poder = propiedad

Estructura dual
Poder impersonal: de situación
Poder = saber de manejo

Estructura amorfa
Poder sistematizado
Comunidad de desposeídos

Con estas tres imágenes podríamos recorrer la historia del poder en el siglo pasado. La primera
nos da una estratificación jerarquizada donde la concentración de poder equivale a una
concentración de propiedad. Es la situación de principios del siglo XX y que da lugar a las
revoluciones sociales como las de México, Rusia y España, que aspiran a invertir la pirámide
distribuyendo la propiedad y por tanto generalizando el poder. En esta situación de pirámide
jerarquizada la manera de escalar puestos en la escala social era el acceso a la propiedad,
primero rural y después industrial, a través de mecanismos relacionados en su mayor parte con
la oportunidad y no con el mérito o la capacidad. El poder tiene naturaleza personalizada y se
ejerce a través de la libertad de arbitrio o de la benevolencia de los que lo detentan. La
participación, el protagonismo social, y la libertad, son máximos en el vértice y mínimos en la
base.
La segunda imagen nos da una estratificación dual. El acceso al poder lo da ahora también un
nuevo factor: el conocimiento, entendido como capacidad de manejo y no como sabiduría. Los
sin-poder son los que están alejados de las estructuras que facilitan la experiencia de manejo. La
naturaleza del poder es mucho menos personalizada que antes. Existe un poder sistémico casi
anónimo que funciona por inercia y que es muy difícil de manipular. La dinámica del progreso
material, la implantación de las nuevas tecnologías, las grandes corporaciones transnacionales,
representan la punta de lanza de esta fuerza impulsiva que va despersonalizando el poder al
ritmo que consolida la implantación del sistema de producción y consumo dominante y la
cultura que lo ampara. La integración personal en las estructuras de poder no necesariamente da
poder a individuos concretos que son, cada vez más, instrumentos y no conductores del sistema
de reparto de poderes a nivel mundial. Esta situación de despersonalización del poder en unos
niveles y de concentración en otros es la que se consolida en los países llamados desarrollados.
Por último, la tercera imagen, nos presenta una estructura de poder amorfa, sin vértices, donde
todo el poder pertenece al sistema, donde el conjunto de la población pertenece a los sin poder,
y donde la uniformidad es máxima en torno a la corrección política y el ejercicio de la libertad
(la autodeterminación personal) es mínimo. Esta es la situación que se puede entrever como más
probable de entre los posibles escenarios de futuro.
La pregunta que conviene hacer es cómo en el tránsito de la estructura dual a la estructura
amorfa se pueden conseguir o recuperar cuotas de poder y, más en concreto, cómo, si ha sido
difícil retomar posiciones por parte de la familia, frente al individuo y al estado, esto se pueda
hacer ante una cosa tan abstracta llamada sistema.
Es aquí cuando traemos a colación el término inglés empowerment, como sinónimo de
"empoderizamiento": la acción de recuperar cuotas de poder detentadas por otros sujetos. Esta
recuperación viene requerida como necesario balance a la acumulación de fuerza y a la
concentración de poder en estructuras anónimas. En nuestro mundo observamos que
continuamente se crean nuevas esferas de poder a través del avance tecnológico y del
estrechamiento del planeta por el proceso de globalización económica, que sólo muy
indirectamente están sujetas a control democrático. Por eso creemos que la democracia ha de
entenderse, en un contexto sujeto a cambio continuo, como un concepto dinámico. Así los
nacientes poderes son o deben ser sumergidos de continuo en el baño democrático para impedir
la consolidación de estructuras anónimas de carácter oligárquico en sus formas de actuación
externa. En teoría, pues, un sistema democrático sería un sistema que trabaja continuamente por
repartir poder entre los individuos y las instituciones sociales que son sus sujetos activos o
pasivos.
Esto conlleva dos líneas de actuación principales para permitir un mínimo de
"empoderizamiento": la que apunta a la democratización general, también de los sistemas no
estrictamente políticos, como los económicos (las empresas), y la que lleva a la implementación
de formas de democracia inclusiva entre todo tipo de sujetos (nacionales o foráneos,
individuales o colectivos) afectados por decisiones ajenas a ellos, y en este sentido es en el que
la familia puede y debe empoderizarse. Sólo en la medida en que se tenga poder y libertad para
actuar se es responsable, lo que traducido al lenguaje de la cultura democrática contemporánea
se lee como que la soberanía es la puerta de acceso a la identidad y a la responsabilidad social.
Por ello pensamos que el reconocimiento de la familia como sujeto soberano es una pieza
indispensable en la tarea de construcción de una sociedad mejor (más democrática y justa).
La sociedad necesita dotar a la familia de una mínima representatividad social, un derecho a la
iniciativa, un amparo público (que siempre será socialmente interesado), y una carta de
libertades y seguridades. A partir de ahí podrá la familia trabajar con los restantes actores
sociales y garantizar mayor bienestar para todos.
Sin embargo, el camino para el reconocimiento pleno de la libertad de acción familiar está
trenzado de obstáculos y quizá el individualismo sea el más importante de todos. El
individualismo ha devenido en un entendimiento de la privacidad que excluye la
interdependencia, lo que es un grave error de partida. A la larga, esa visión de la autonomía de
los sujetos individuales hiere de muerte la misma concepción de la sociedad. Por el contrario,
una visión de la privacidad o de la autonomía incluyendo la interdependencia, con los demás,
con la naturaleza, con la misma tradición y proyección futura, subraya el carácter social y
relacional del sujeto individual. Ésta es una visión en la que cabe hablar de la sanción colectiva
para la legitimación social de los grupos intermedios como la familia. Las relaciones de
dependencia son así socialmente legitimadas y es en este sentido en el que podemos hablar de
soberanía de la familia o de la autonomía del sujeto familiar 4.
La multiplicación de soberanías indudablemente maximiza la libertad. Podremos construir
mejores familias, iglesias y comunidades, en la medida en que esas instancias tengan soberanía,
del mismo modo que el estado se construye continuamente como sujeto soberano con una
constitución genuinamente democrática que refrenda y actualiza de continuo. Es en este
contexto en el que contrariamente a la impresión mayoritaria la familia no es de derechas o
conservadora. Tampoco es liberal. La defensa de la familia entronca con los valores de la
solidaridad, de la acogida y de la utopía revolucionaria del siglo XVIII. Esta defensa tiene
todavía muchas tareas pendientes.

4
Para un análisis de la bondad del reconocimiento de las dependencias vid. MacIntyre, A (2001)
Animales racionales dependientes, Barcelona, Paidos, y Cayuela, A. et al. (ed.) (2004) El hombre como
ser dependiente, Granada, Comares.
La defensa del poder familiar que va implícita en el reconocimiento del sujeto familiar como
sujeto social, entraña una cierta pérdida de protagonismo para la igualdad, al menos en el plano
teórico, aunque ello también lo podemos ver como una ganancia: una ganancia de extrañeza. Al
reconocer el sujeto familiar descubrimos un nuevo elemento de diferenciación humana que hará
que desde dentro de la distinción unos sean para algunos más distintos que otros y que por tanto
legitimemos con nuevas razones que a unos les prestemos menos atención que a otros, es decir
que a unos prestemos una atención familiar que a otros no prestamos.
Efectivamente una paradójica conclusión de todo lo expuesto hasta ahora es que la familia, esa
familia para la que reclamamos y demandamos poder conforma también un ámbito legítimo de
exclusión que es preciso que sea reconocido como tal por el estado. Un rasgo común a todos en
todas las familias y que tendremos que resaltar será la extrañeza. La familia nos une a los
humanos en la extrañeza, que es lo mismo que decir que lo que nos distingue a todos y cada uno
de nosotros es que pertenecemos de distinto modo a distintas familias: nada más y nada menos.
La extrañeza familiar no es algo accidental a la vida social, más bien al contrario es el eje sobre
la que se vertebra.
La familia es el ámbito propio y genuino de la exclusión: ningún humano puede renunciar a su
condición familiar diferenciada sin dejar de ser al mismo tiempo humano. Pero, por otro lado, la
familia es al mismo tiempo el ámbito propio y genuino de la inclusión: la afirmación familiar es
el distintivo de la humanidad y reconocer en los extraños su condición familiar (cada uno tiene
su familia) es reconocer a fin de cuentas su humanidad. La condición humana no se puede
suponer solo con la estética y la replicabilidad formal: nuestra sociedad se diferencia del
agregado de autómatas en la medida en que reconozcamos nuestras diferencias como sujetos
grupales de carácter familiar. En la medida en que seamos capaces de reconocer en los demás la
extrañeza que nos une seremos capaces de reconocer a fin de cuentas su humanidad.
Todo esto implica repensar nuestra desigualdad para fundamentarla en su punto justo. Ese punto
dista equidistantemente tanto del individualismo ontológico que abraza el multifamilismo al
afirmar que todos somos efectivamente iguales porque el hecho familiar (que se supone ampara
las diferencias) es mero accidente anecdótico, como del individualismo aristocrático que abraza
el exclusivismo al separar de facto la dimensión afectiva y trascendente (que se supone anida en
la familia) de los reclamos de justicia social.
Una de las lacras más penosas del liberalismo práctico que impregna la cultura pública de
muchos de nuestros países es su concepción materialista de la igualdad. En esto el comunismo y
el liberalismo están mucho más cercanos de lo que parece. En ambos casos el sujeto individual,
en uno por imposición y en otro con libertad, asume su distinción en base a criterios
cuantitativos. Sin embargo, para nuestra visión del individuo, una concepción no materialista de
la igualdad ha de tener en cuenta necesariamente las necesidades espirituales y trascendentes, es
decir los afectos, el altruismo solidario, la equidad generacional, etc. Necesidades estas que se
manifiestan propiamente en la familia. Difícilmente podremos hablar, pues, de igualdad sin
referirnos a la familia.
Es la familia la que nos capacita mediante el cumplimiento cabal de sus funciones para ser los
individuos que somos o podemos llegar a ser. En la familia, podemos decir que
afortunadamente, se nos trata y capacita de manera distinta porque se nos conoce
diferenciadamante con criterios de calidad que apuntan también necesidades no materiales.
Naturalmente la contraparte de este trato personalizado y diferenciado es la extrañeza: el hecho
de que el apoyo no sea transferible universalmente. Este hecho puede verse como negativo solo
si lo observamos de modo superficial o lo enfocamos con un prejuicio cuantitativo. Pero si
entendemos la extrañeza como la contrapartida necesaria a que seamos tomados en cuenta como
portadores de necesidades diversas, veremos la extrañeza como algo positivo. Yo no quiero ser
amado o querido por mis padres como son queridos por ellos los hijos de los demás: quiero,
necesito, ser querido como su hijo, y ello es lo mismo que decir que los demás sean queridos
como extraños. Para el liberalismo todos somos igualmente extraños. Para nuestra visión
comunitarista, no: la distinción entre propios y extraños es esencial a nuestra individualidad y
ella es a la postre necesaria para aspirar a la igualdad. Una igualdad que está basada en el
desarrollo de las capacidades que se realizan en el entorno familiar.

Glosario de otros términos sociológicos relevantes para el tema:

desviación: comportamiento que transgrede reglas aceptadas.

hipótesis de Salir-Whorf: defiende que las personas perciben el mundo de una forma u otra
dependiendo de la lengua que hablan.

looking-glass self (el self especular): según Cooley la imagen que tiene una persona de sí
misma que depende de la imagen que de ella tienen otras personas.

muestreo: técnica estadística de representación sectorial de datos que utiliza la "aleatorización"


para suministrar una base sobre la que aplicar la teoría de la distribución estadística.

normas institucionales: sistemas de símbolos organizados en formas de expectativas de


comportamiento.

teoría del etiquetaje: teoría según la cual la desviación y la conformidad se definen no tanto
por las acciones de las personas sino por la respuesta del entorno a esas acciones.
PRÁCTICAS
1.- Sociología de la familia y dedicación de tiempos. Se trata de contabilizar el tiempo exacto
que durante una semana se dedica a las siguientes y otras relaciones sociales intra y
extrafamiliares con la máxima especificación posible de manera que la suma total resulte
idéntica al número de minutos de toda la semana. Se recomienda hacer la práctica en una
semana normal y real de Lunes a Domingo dedicando especial cuidado en ir apuntando los
tiempos poco a poco a lo largo del día de modo que el resultado sea lo más fiable posible.
Presentar las partidas en horas y minutos totales semanales y a la vista de los resultados hacer
una reflexión al respecto.
Tareas domésticas Tareas solitarias
limpiar baño Trabajos
hacer camas estudios
hacer desayuno higiene
lavar platos ocio
lavar ropa descanso
ordenar armario religión
comprar comida otros (especificar)
poner/quitar mesa
comprar ropa Relaciones intrafamiliares
arreglos casa comidas
retirar basura tv
cuidar niños fin de semana
barrer ocio
coser visitas y deberes de compañía
lavar tertulia
planchar otros (especificar)
cocinar
vecinos Relaciones extrafamiliares
contabilidad casa fin de semana
cuidado coche deporte
ceniceros otro ocio
periódicos y revistas teléfono
bichos y plantas virtuales (P.C.)
bombona amistades
otros (especificar) solidaridad
religión
otros (especificar)

2.- Visitar las siguientes páginas en red:


http://unstats.un.org para analizar las tasas de divorcio comparadas y su evolución
Instituto de Política Familiar de España: www.ipfe.org
Unidad de investigación sobre familia de la Heritage Foundation:
http://www.heritage.org/Research/Family/ y base de datos sobre familia:
http://www.heritage.org/research/features/familydatabase/

Películas de interés para reflexionar sobre este tema:

Mi Familia (My Family), Gregory Nava, 1995


Family Man, (The Family Man), Brett Ratner, 2000
Kramer contra Kramer (Kramer versus Kramer), Robert Benton, 1979
Campeón (The Champ), Franco Zeffirelli, 1979
Bibliografía de referencia:

Donati, Pierpaolo (2003): Manual de sociología de la familia, Pamplona, Eunsa.


Martín López, E. (1993): Textos de sociología de la familia: una relectura de los clásicos,
Madrid, Rialp.
Pérez Adán, J. (2005): Repensar la familia, Madrid, Internacionales.
Pérez Adán, J. y Ros Codoñer, J. (2004): Sociología de la familia y la sexualidad, Valencia,
Edicep.
Pérez Díaz, V., Chuliá, E. Y Álvarez-Miranda, B. (1998): Familia y sistema de bienestar,
Madrid, Argentaria.

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