La sociedad
terapéutica
Espai en Blanc
M ATERIALES PARA LA SUBVERSIÓN DE LA VIDA
La sociedad
terapéutica
Editado por Espai en Blanc y Edicions Bellaterra, 2007
Coordinado por Eduardo Aibar, Wenceslao Galán, Marina Garcés, Santiago Ló-
pez Petit, Patricia Rey y Félix Vázquez
ISBN: 978-84-7290-394-4
Depósito Legal: B. 6.944-2008
Prólogo 9
PROPUESTAS Politizaciones apolíticas 15
Santiago López Petit
Las luchas del vacío 35
Margarita Padilla y Amador Fernández-Savater
Nosotros, el psicoanálisis y la política 57
Wenceslao Galán
Curar y reinsertar 71
Dario Malventi y Álvaro Garreaud
Vida sostenible 89
Marina Garcés
9
control y de dominio. Aunque pueda parecer inusitado, el efecto represivo que
jugaba la obligación del trabajo se reformula como obligación de tener una
vida. Ahora se entiende por qué la tesis central a la que llegamos –y se trata sim-
plemente de un corolario de la definición que establecíamos de la época global–
puede resumirse así: hoy la vida es el campo de batalla. La vida, en este sentido,
no consiste más que en una actividad privada cuya finalidad es producir una
vida privada. No somos más que vidas (privatizadas) movilizadas para reprodu-
cir esta realidad hecha una con el capitalismo. Esta movilización global reserva
un destino diferente a cada vida. A unas las convierte en vidas hipotecadas, a
otras en residuales, a otras en emprendedores de sí mismos. El resultado es, sin
embargo, común por cuanto en todas ellas el estado que prima es el del «estar
solo». Porque en la sociedad-red, en definitiva, estar conectado paradójicamen-
te es estar solo. El malestar social será el nombre de este no-poder, de esa im-
posibilidad de expresar una resistencia común y liberadora frente a las nuevas
condiciones de la realidad. El malestar social no es más que el bloqueo del ca-
mino hacia una subjetivización política capaz de enfrentarse al mundo.
Pero para que la movilización funcione este malestar social tiene que encau-
zarse, y ese encauzamiento debe comportar, en última instancia, su inutilización
política. Para ello toda dimensión colectiva del malestar tiene que ser borrada:
el malestar social será reconducido a una cuestión personal. Así cada vida se
adapta e integra en la propia movilización. El querer vivir del hombre anónimo
funciona entonces dentro de la movilización, y como su principal impulsor. De
esta manera, vivir acaba siendo sinónimo de movilización. Es por eso que el po-
der tiene que ser fundamentalmente un poder terapéutico dirigido a mantener
funcionando una sociedad enferma. El poder terapéutico no pasa tanto por el
internamiento como por la intervención sobre toda la sociedad. Su interven-
ción no perseguirá curar, sino prevenir, evaluar riesgos, chequear aptitudes, y
sobre todo, tratar cada caso como particular. Éste es el secreto del modo tera-
péutico de ejercicio del poder.
Es importante describir sociológicamente este malestar, y así dar cuenta de
las múltiples enfermedades del vacío (estados de pánico, depresiones…) que,
surgidas por doquier, gestiona el poder terapéutico. Pero lo verdaderamente
importante, y es lo que en verdad nos interesa, es politizar ese malestar social. De
aquí que la reflexión sobre la sociedad terapéutica tenga que ir acompañada de
un análisis del estatuto de lo político en la actualidad. Que la vida es actualmen-
te el campo (político) de batalla nos obliga a pensar nuevamente qué significa
politizarse, ya que la politización parece ser esencialmente un proceso de auto-
transformación personal. Si toda politización tiene que arrancar de la propia
vida, y habrá que ver lo que eso comporta, ocurre que una política que se pon-
ga como objetivo la politización de la existencia adopta, paradójicamente, la
forma de una terapia. Este resultado tiene mucho de autocontradictorio y es in-
aceptable, por cuanto la «forma» terapia implica la existencia de un experto, y
10
en definitiva, una relación jerárquica. Pero no es fácil salir del atolladero. Si
forzosamente estamos obligados a acercar nuestra política –la política que im-
pulsa la politización de la existencia– a una terapia, entonces hay que pensar una
política-terapia que se libere de la terapia misma. No sabemos cuál es el cami-
no, pero estamos convencidos de la necesidad de apuntar más lejos del horizon-
te terapéutico. El Colectivo Socialista de Pacientes (SPK) defendió valiente-
mente que había que «hacer de la enfermedad, un arma». Este puede ser un
buen lema para pensar la interrupción de la movilización global, y encarar así
esa vía que desconstruye desde dentro mismo la propia terapia.
11
PROPUESTAS
Politi-
zacio-
nes
apolíti-
cas
Santiago López Petit
Politizaciones apolíticas
El retorno de la política
Es sabido que la tesis del «fin de la política» no es una tesis reciente aunque
nunca haya dejado de tener una presencia relevante e incisiva. Defendida ini-
cialmente por teóricos de la ciencia política como Parsons, Easton, Dahl… su-
pone la defensa de una total despolitización de la política. Según estos pensado-
res los modelos clásicos de la democracia se habrían convertido en anacrónicos
por inaplicables a las sociedades modernas. Las sociedades complejas actuales
requerirían que las decisiones importantes se tomen por especialistas. «Fin de
la política» es, pues, sinónimo de la necesidad de profesionalización. Esta pro-
fesionalización aseguraría un consenso apolítico que permitiría la persistencia
del propio sistema en tanto que máquina autoregulada que no deja de tomar de-
cisiones. Evidentemente, esta propuesta de despolitización de la política iba
acompañada de una defensa de la constitución de grupos primarios apolíticos
en los barrios, sectores etc. que debían jugar un papel cohesionador y de inte-
gración.
Esta forma de pensamiento político se levantaba sobre la idea de que la so-
ciedad moderna es un todo a-conflictivo y a-ideológico, con un centro forma-
do por las élites que participan y una periferia apolítica autoexcluida/excluida.
Dahl lo decía bien claro:
«La democracia no implica por tanto una elevada participación de los indi-
viduos… la democracia implica que los pobres y los que no están educados se
excluyan por sí mismos a causa de su pasividad política.»1
17
insisten. Ahora ya se puede afirmar con rotundidad: el «fin de la política» pre-
gonado por la ciencia política oficial no ha traído el escenario de relativismo y
tolerancia prometido, sino que muy al contrario, ha supuesto el retorno de la
política bajo sus formas más arcaicas. Actualmente la política es, sobre todo, ex-
clusión, chantaje y guerra. Dicho brevemente, la política ha retornado como:
Pero no hay que confundirse. «El retorno de la política» bajo sus formas más
arcaicas (exclusión, chantaje y guerra) no implica un paso atrás hacia un escena-
rio ya conocido de la lucha de clases, como si con el capitalismo desbocado y ex-
tremo actual volviéramos a los orígenes del capitalismo más salvaje. No, no es
así. «El retorno de la política» nos aboca a una nueva época cuyo mejor califi-
cativo es, paradójicamente, el de postpolítica. Pero ¿cómo puede ser que este re-
torno de la política abra el camino a una época postpolítica? ¿No existe una
contradicción?
En torno a la postpolítica
En un escrito3 reciente hemos sostenido que era hora de abandonar el debate
modernidad/postmodernidad puesto que dicho debate no era útil a la hora de
encarar la nueva época global en la que estamos. Afirmábamos que la época glo-
bal se inicia cuando capitalismo y realidad se identifican. Esta identificación
que, lejos de apuntar hacia la homogeneidad implicaba la coexistencia de las
formas de capitalismo más diversas pero en una misma realidad, tiene como re-
sultado fundamental alterar el estatuto de lo político. Por ello decimos que la
época global posee como una de sus características más propias el ser postpolí-
tica. Cuando empleamos este término lo hacemos en un sentido muy preciso.
18
La época global es postpolítica porque en ella la acción política transformadora
queda neutralizada. No se trata de que la idea de utopía esté en crisis, o de que
los antiguos ideales se hayan hundido… lo que no dejaría de ser una simple
constatación fenoménica. Se trata de que la intervención política que propone
una transformación social ha sido anulada. Dicho en otras palabras: postpolítica
significa que en el plano de la acción política no hay alternativa a la moderniza-
ción capitalista, es decir, a la globalización. La frase de R. Castel «Si no hubie-
se Estado se produciría el pleno triunfo del liberalismo ultraliberal.»4 recoge
una opinión extendida en la izquierda, y señala asimismo los límites de la polí-
tica de izquierda. Una política es más de izquierda cuanta mayor «cantidad» de
Estado defiende ante los ataques al Estado del Bienestar. No deja de ser patéti-
co seguir hablando en este caso de una política de transformación social. Volva-
mos a la cuestión que nos ocupa: ¿Por qué en la época global queda neutraliza-
da la acción política transformadora? Porque estamos metidos en el interior de
un impasse. Este impasse –que es la verdad que define la época como postpolí-
tica– tiene una cara objetiva:
La condición postpolítica
Que el retorno de la política no tiene efectos de politización sobre lo social
quiere decir, concretamente, que en la época global las luchas son principal-
mente defensivas o identitarias. Ante la guerra, la crisis y la exclusión como ar-
mas del capital no se producen realmente movimientos sociales ofensivos.
Frente al Estado-guerra y la invasión de Irak bien es verdad que salieron millo-
nes de personas a la calle, pero estas manifestaciones se acabaron tan rápida-
mente como empezaron, y la guerra sigue… Para no hablar del efecto aniquila-
dor de la crisis con sus deslocalizaciones, su precarización generalizada etc.
¡Son tan pocas las reacciones ni tan siquiera defensivas! Una respuesta colecti-
va y sostenida en el tiempo frente a la exclusión es, por lo demás, inimaginable.
Eso es la condición postpolítica. Esa ausencia de politización y, a la vez, una
sensación extendida de que los procesos de la realidad son inevitables.
No es de extrañar, pues, que abordar qué es la condición pospolítica y cómo
hacerle frente constituya hoy uno de los objetivos principales de todos aquellos
que no se conforman con lo que hay. Existen, por lo menos, tres posiciones di-
ferentes. La primera posición retoma y critica «el fin de la política» –que en úl-
tima instancia se identificaría con la postpolítica– para reproponer la política en
sí misma, o una especie de lógica democrática igualitaria que contempla el con-
flicto como central. Defensores de la reconstrucción de esta política «pura» se-
rían Rancière, Mouffe, Laclau, Balibar…
20
«La esencia de la política reside en los modos de subjetivación disensuales
que manifiestan la diferencia de la sociedad en ella misma… El consenso es
la reducción de la política a la policía. Es el fin de la política, es decir, no la
consumación de sus fines sino simplemente el retorno del estado normal de
las cosas que es la de su no-existencia.»6
El «ser precario»
Determinar el ser del hombre en un sentido materialista pasa por prolongar el
planteamiento de Marx. Marx sostenía en la tesis nº 6 sobre Feuerbach, y es uno
de sus grandes aciertos, que la esencia del hombre es el conjunto de las relacio-
nes sociales. Se puede decir que Heidegger a su manera reelabora esta tesis
cuando defiende que el hombre en tanto que Dasein es un «ser-en el mundo».
El hombre se proyecta en el mundo porque la existencia es ek-sistencia, es de-
El poder terapéutico
El tránsito del paradigma de la explotación al de la movilización global se con-
firma día a día. Basta ver el cambio en el tipo de enfermedades ligadas al traba-
jo. En la actualidad, las enfermedades más numerosas tienen que ver con alguna
forma de malestar psíquico. No en vano el 70 % de las bajas laborales de larga
duración son trastornos mentales.10 El «ser precario» se manifiesta en las llama-
22
das enfermedades del vacío: depresión, insomnio, ansiedad… Son las nuevas en-
fermedades propias de una sociedad en la que la norma ya no se basa en la cul-
pabilidad sino en la responsabilidad. Un sociedad que ha enterrado la autonomía
obrera y la ha sustituido por la autonomía del Yo, es decir, por las continuas lla-
madas a que seamos autónomos y responsables. Se podría afirmar que con la
movilización global ha tenido lugar un giro epistemológico: el paso de lo objetivo a
lo subjetivo. El capital ha dejado de pilotar la lucha de clases –nos referimos al
uso capitalista de la lucha obrera en función del propio desarrollo capitalista–
para encargarse de construirnos en tanto que sujetos de la movilización. Sujetos
ciertamente en todos los sentidos: desde el sujeto sujetado hasta el sujeto autó-
nomo pero siempre atravesados por el «ser precario», lo que hace que todas las
acepciones formen parte de esta movilización global que sostienen y empujan.
Pero este nuevo modo de individuación requería un cambio en el ejercicio del
poder. El poder tenía que hacerse poder terapéutico. El poder terapéutico tiene
como objetivo principal imponer la persistencia del «ser precario». El ser precario
tiene que persistir porque comporta un tipo de vulnerabilidad que produce el
máximo de beneficios para el capital. Desde esta perspectiva, el poder terapéuti-
co actuará con el fin de adaptar el querer vivir a la realidad y, a la vez, para inuti-
lizar políticamente todo tipo de malestar social que se pueda producir.
Imponer la persistencia del «ser precario» significa, por encima de todo, que
el querer vivir no huya del «ser precario», y no hay huida cuando se está atado
a la-vida-que-se-tiene. En este sentido, el poder terapéutico se muestra verda-
deramente como tal: actúa sobre el individuo haciendo que la vida se confunda
con una terapia. Dicho de otra manera: el poder terapéutico hace que vivamos
la vida en función de la vida misma. Por esa razón se puede afirmar que el po-
der terapéutico nos (im)pone la vida. O sea: 1) Nos impone tener una vida. 2) Nos
pone la vida a nuestra disposición. Y, no hay que olvidarlo, éstas no son más que
las dos condiciones que configuran el sujeto de la movilización: producirse
como vida privada. Ahora se evidencia que el nombre de poder terapéutico no
tiene tanto que ver con una simple y evidente proliferación de las disciplinas
«psi», como con lo la posibilidad de una estrategia general de individuación en
la época global.
En resumen, el poder terapéutico nos (im)pone la vida para que el «ser pre-
cario» persista, y de esta manera, nos clava en la realidad. Para que no podamos
aprehendernos como la vida rota que somos empleará las estrategias más diver-
sas: la exorcización del vacío (infantilización, entretenimiento etc.), la intensi-
ficación del presente, la insecurización mediante el flujo imparable de imágenes
y música… Deleuze sintetizaba así a Foucault: «El encierro remite a un Afuera,
y lo que es encerrado es el Afuera». En la movilización global ni hay encierro ni
tampoco Afuera. Sólo existe esta realidad que (re)producimos y a la que estamos
clavados. No existe separación alguno respecto a ella. Pero entonces: ¿cómo
atacar la realidad si estamos clavados a ella?
«Este hecho, por lo demás no expresa sino esto: el objeto que el trabajo pro-
duce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder in-
dependiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fi-
jado en un objeto, que se ha hecho cosa… Esta realización del trabajo
aparece en el estadio de la Economía Política como desrealización del traba-
jador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropia-
ción como extrañamiento (Entfremdung), como enajenación (Entäusse-
rung).»11
24
el «ser precario» de la época global supone una nueva relación con la realidad.
Este hombre aislado-cogido-en-una-red-de-relaciones ¿sigue manteniendo una
distancia frente al mundo? Sí y no. Eso es lo que hay que analizar. El concepto
de separación entra en crisis en la época global postpolítica porque en ella la
realidad no se niega sino que se autosupera a sí misma. O dicho de una manera
más concreta: el concepto de separación entra en crisis y estalla porque se supe-
ran todos los límites. Los límites que estaban en las cosas, los que encerraban a
los cuerpos, los que fijaban las ideas… Por eso hablaremos de superación –aun-
que se actualicen– de las fronteras, de las identidades… Los ejemplos son infi-
nitos: el sujeto mandado no lo es del todo ya que tiene un margen de libertad
(puede escaparse navegando por internet), el sujeto que manda, a su vez, no tie-
ne todo el poder etc. La paradoja parece ser el modo más apropiado para des-
cribir esta realidad: mayor seguridad produce más inseguridad, mayor informa-
ción produce más desinformación etc. La misma paradoja funciona como
indistinción generalizada: paz y guerra, interior y exterior, dentro y fuera…
todo tiende a confundirse en un continuum.
Para dar cuenta de este nuevo estatuto de la realidad hablaremos de realidad
gelificada.14 La gelificación de la realidad es su devenir opaca por transparente,
por translúcida, por oscura… como ocurre normalmente cuando se forma un
gel en un líquido. No estamos, pues, ya ante una lógica de la separación –que
permite distinguir un sujeto/objeto y analizar su interacción– sino ante una ló-
gica de la gelificación que borra los antagonismos porque emborrona la realidad.
Tener en cuenta este cambio es crucial para un pensamiento crítico que quiera
estar a la altura de su tiempo.
La multirealidad
Este tránsito que hemos descrito como paso de un mundo en el que la separa-
ción (y por consiguiente la distancia) está vigente a uno en el que lo que funcio-
na es una gelificación emborronadora, ha sido abordado de varias maneras. Por
ejemplo, Jameson lo ha descrito como el paso de la alienación a la fragmenta-
ción. Pero la descripción que ha tenido más fortuna ha sido la de Bauman con
la metáfora del paso del estado sólido al estado líquido. A todas luces el plantea-
miento de Jameson es insuficiente ya que argüir que la realidad está hoy frag-
mentada no resuelve aún qué dinámica interna la rige. Bauman, en cambio, con
su modernidad líquida parece acercarse más a lo que denominamos gelificación.
El líquido no puede mantener una forma por sí mismo a lo largo del tiempo,
posee una atracción mínima… y esa sería la característica principal de la actual
etapa de la modernidad. Lo que ocurre es que la metáfora del estado líquido es
demasiado simple. En un primer momento parece resolver el problema de
cómo pensar la realidad hoy, pero lo que hace en verdad es anular el problema
mismo. Decir que la realidad se ha vuelto líquida indica una transformación
esencial: la disolución de los sólidos, o sea de las estructuras. Este acierto se
26
funcionamiento, sí se pueden mostrar sus consecuencias sobre la acción polí-
tica. La obviedad –el sentido de la obviedad que se impone– borra cualquier
distancia para la crítica. Por lo demás es inútil oponer más sentido al sentido
de la obvio. La multirealidad, decíamos, está abierta pero no hay afuera. Eso
significa que lo posible18 no es una vía de salida de la multirealidad. Lo posible
conforma y confirma la realidad en tanto que multirealidad. La gelificación,
por su lado, indetermina el sujeto político. El proletariado era el sujeto que
podía agujerear la reificación. No hay sujeto, en cambio, que pueda destruir la
obviedad. Por todo ello se puede concluir: la multirealidad es esencialmente des-
politizadora. Es como si la multirealidad –y el poder terapéutico interviene
aquí– efectuara la función principal del poder «dividir para vencer». Y por fin
podemos contestar a la pregunta-guía que nos hacíamos: ¿Por qué el retorno
de la política no tiene efectos de polititización (evidentemente de una politiza-
ción liberadora)? La respuesta ahora es clara: porque este retorno de la políti-
ca se da en el interior de una realidad (la multirealidad) que es esencialmente
despolitizadora.
Por eso las tres vías de politización que habíamos considerado (la politiza-
ción de la política, la politización de la economía, y la politización de la lucha
de clases) no nos llevaban a ningún lugar. Las tres posiciones son deudoras de
una visión totalizadora, lo que les impide aprehender la multirealidad. ¿Sólo
nos queda entonces plegarnos a la realidad? ¿Optar, en definitiva, por la Terce-
ra vía defendida por Giddens y compañía, es decir, reconocer el capitalismo y la
globalización como la única vía a seguir? Creemos que no. Queremos creer que
no. Aunque sí es cierto que asumir el concepto de multirealidad nos obliga a re-
pensar lo político, y la idea misma de politización. Es evidente que en la época
global la categoría de lo político que aparecía genealógicamente ligada al Esta-
do ha entrado en crisis, y deja de ser útil a la hora de encarar la política y el
mundo. La reformulación que haremos se puede sintetizar en dos tesis. En la
actual época potspolítica: 1) Nada es político, pero todo es politizable. 2) La
polítización es, sin embargo, apolítica.
28
Nuevas formas de politización
La politización es una sustracción. Politizarse es desokupar el «ser precario»
hacia el hombre libre. Recordemos que la característica básica del «ser preca-
rio» consistía en su interiorización del miedo. El hombre libre es, en cambio, el
que no tiene miedo. Politizarse es, pues, un proceso de autotransformación que
nos hace más libres. La politización se inicia mediante un gesto radical –y en la
medida que todo gesto radical puede repetirse– la politización puede trascen-
der la singularidad para hacerse colectiva. Nos interesa destacar tres ejemplos
actuales de politización: la politización individual, la rebelión en la periferia de
París (2005), y el movimiento V de Vivienda.
Para analizar qué supone hoy la politización individual lo mejor es tomar
como referencia la película Themroc que, aunque es antigua pues fue rodada
por Cl. Faraldo en 1973, explicita de una manera absolutamente clara en qué
consiste esta autotransformación de la que hablábamos. Themroc nos cuenta
una historia sumamente sencilla. Un hombre que lleva una vida totalmente mo-
nótona y aburrida, un buen día dice: «basta». Abandona su trabajo y destruye
su casa. De esta manera, liberado de cuanto le ata, empieza por fin a vivir. La
película es ciertamente deudora del Mayo del 68 en la medida que despliega
una crítica de la vida cotidiana, y un elogio de la rebelión como transgresión.
Pero lo que la convierte en apasionante es que da una respuesta a la altura de
nuestra época a la pregunta clave: ¿por qué la vida se nos hace insoportable has-
ta el punto de querer romper con todo lo que nos ata? O lo que es igual: ¿de
dónde se saca la fuerza para decir «basta»? La respuesta no puede estar en un
conocimiento o un saber ya que un conocimiento aislado y puro no lleva muy
lejos. La respuesta está en una pasión. La pasión es el odio. O más precisamen-
te, cierto tipo de odio.22 Nuestro trabajador abandona la fábrica, destruye su
casa… en definitiva, se rebela porque odia profundamente su vida. Porque es
capaz de afirmar con toda su fuerza: NO quiero esa vida para mí. Este odio li-
berador hoy se experimenta casi siempre en solitario. En la película, la transfor-
mación que es el momento clave, se produce cuando el protagonista está en el
water. El water de la fábrica sería una metáfora del lugar de la máxima soledad,
allí donde el grito del querer vivir puede verdaderamente empezar a resonar.
En este sentido, la transformación es, indudablemente, una autotransformación
que coincide con el acto de atreverse a gritar. Gritar contra la realidad, gritar al
encargado, a los encargados de la seguridad de la empresa… es el modo de em-
pezar a liberarse. El grito constituye una auténtica fuerza material que cambia
al que lo lanza. Después de gritar de verdad contra el mundo, ya no se puede ser
el mismo.
El otro ejemplo de politización que deseamos mostrar es la rebelión del 2005
en las periferias de muchas de las ciudades de Francia. Aparentemente se trata
de una rebelión urbana más. Existe también un desencadenante que, como casi
siempre, es la muerte de alguien en manos de la policía y, sin embargo, la rebe-
30
asamblea queda de alguna manera resituada en tanto que práctica autónoma.
Como decía una compañera: «La fuerza de V de vivienda no está en la asam-
blea, sino en un lugar que no conocemos. ¿Cómo nos relacionamos cada cual
con ese lugar que no conocemos, en nosotros mismos y en lo social? ¿qué sen-
tido tiene aquí preguntarse por quienes son los más conscientes?»26
32
la política. En este sentido todos los esfuerzos de autores como Ch. Mouffe, E.
Laclau y tantos otros para no abandonar la política, es decir, para no dejarla
tras nuestro, son intentos un poco vanos. La época global y postpolítica nos
exige abrir nuevas vías. Nosotros creemos que los espacios del anonimato
constituyen un verdadero desafío para el pensamiento crítico. Por un lado, son
inconmensurables entre sí, por otro lado, no se acumulan en el tiempo… y, sin
embargo, en ellos vive lo antepolítico. Lo antepolítico que es lo previo en el
doble sentido espacio-temporal respecto a lo político, ya que lo político surge
siempre como reducción de lo antepolítico. La crisis de la política clásica que
se produce con la llegada de la época global tiene que ser aprovechada. No es
seguro que los espacios del anonimato puedan abrir una vía que nos lleve más
allá de la postpolítica, es decir, no es seguro que a partir de ellos pueda plan-
tearse de nuevo la transformación social. En verdad, no sabemos qué puede un
espacio del anonimato. Sólo sabemos que hay que apostar por ellos. La politiza-
ción tiene que partir de nuestras propias vidas, y eso es lo que el poder tera-
péutico quiere impedir. Es la hora de una política nocturna que aún está por
inventar.
34
Las
luchas
del
vacío
Margarita Padilla
Amador Fernández-Savater
Este texto es una ampliación de la charla1 que bajo el título «Desafectos» ofre-
cimos en Barcelona con motivo de la presentación del número 1 y 2 de la revis-
ta de Espai en Blanc, Vida y política.2
Este texto va a seguir el mismo esquema de nuestra exposición, que se divi-
dió en seis apartados:
37
lo importante era analizar cómo el acontecimiento iba a producir una fascisti-
zación de lo social y cómo los movimientos sociales podíamos protegernos de
ella. Se propuso acudir juntos a la manifestación gubernamental y organizar la
autodefensa ante la posibilidad de que se identificase al bloque de izquierdas
como cómplices de ETA y, por tanto, de lo sucedido. Es cierto que en la asam-
blea hubo también intervenciones más existenciales, mucho más inseguras res-
pecto al porvenir, pero el hilo conductor de la asamblea fue el análisis estraté-
gico de la coyuntura abierta.
Estos análisis estratégicos autocentrados, así como su falta de sensibilidad
hacia el dolor, de afectación por el sufrimiento y de apertura hacia lo indeter-
minado de la situación (lo importante, pase lo que pase, es pensar en nosotros y
lo que podemos perder como movimientos sociales), consternó a parte de los
asistentes, que percibieron una fuerte sensación de irrealidad (¿cómo es posible
que, con lo que está pasando, se diga lo que se está diciendo? Si yo estoy tem-
blando, ¿cómo es que ese se muestra tan seguro? ¿Estará él loco o lo estaré yo?).
Esa ausencia tan marcada de común provocó que no se llegaran a tomar acuer-
dos fuertes.
Sin embargo, contra toda hipótesis, lo social produjo el día 13 una respuesta
insólita, caracterizada por la multiplicidad (no se acudió en bloques), el anoni-
mato (nadie convocó y por eso fuimos), la autonomía (se autoconstruyó el sen-
tido desde dentro y sobre el terreno), la creatividad (contra los lenguajes sabi-
dos y gastados proliferaron mil consignas nuevas),3 la ausencia de utopía
(«mañana votamos, mañana os echamos»)4 y la incorporación del duelo a la
protesta (se improvisaban minutos de silencio que iban tachonando el curso en-
tero de la manifestación incontrolada del día 13).
Justo cuando el Estado (el consenso de todos los partidos en la cabecera de
la manifestación del 12) quiso fundirse con lo social mediante el miedo, una
respuesta imprevisible de valentía colectiva lo mantuvo a distancia, reactuali-
zando otras acciones de ruptura como el «No a la guerra». El Partido Popular
no pudo utilizar la muerte de 192 personas como propaganda electoral ni como
elemento de gobernabilidad. Muchos consensos de Estado se deshicieron ese
día, como se demostraría durante la siguiente legislatura.
Si el acto terrorista abrió un agujero negro, desplomando todas las obvieda-
des, la reacción social desde este agujero negro hundió nuestras certezas mili-
tantes, y de este hundimiento emergió una pregunta radical e insistente: ¿Qué
ha pasado?
Sosteniendo esta pregunta, ya no se puede seguir haciendo lo que se hacía
antes. Hemos perdido la realidad, descreemos de lo que hacíamos y una vuelta
atrás se hace insoportable. Hacer de esta pregunta una línea política, persistir
en el acontecimiento, elaborar su irreversibilidad, hacer que sus intensidades y
sus marcas no lleguen a desvanecerse…, todo ello depende de una construc-
ción, de una decisión (no libre).5
38
El «ciclo de luchas» que descubrimos
A partir de ahí, nuestro «qué ha pasado» busca encontrarse con otras pregun-
tas igualmente insistentes y radicales, que no mayoritarias ni hegemónicas. Por
referencias, pero sobre todo por encuentros personales, vamos conociendo
cómo, desde condiciones muy diversas, luchas que en un plano corporativo no
tendrían nada que ver están, sin embargo, conectadas por el resonar de pregun-
tas comunes, preguntas por el sentido, enunciadas siempre en el vacío y desde
el vacío.
Así, descubrimos una especie de ciclo de luchas en el que:
Son luchas que van desde las banlieue de París o el Nueva Orleans arrasado
por el Katrina hasta la valla de Ceuta y Melilla o las muertes que diariamente se
producen en carretera, pasando por el 11-S, el 11-M, Cromañón, Guadalaja-
ra… o el caso más cercano (geográfica y políticamente) de Berga …8 ¡Y en tan-
tos otros escenarios de la catástrofe contemporánea!
Pero no se arma una lucha porque alguien muera; ni siquiera porque mue-
ra mucha gente. ¿Qué es lo que verdaderamente puede armar una lucha? Se
arma una lucha cuando alguien señala la muerte acaecida como una muerte
política. Entonces, ¿qué significa señalar con el dedo y afirmar que esa es una
muerte política? Significa rebelarse ante el hecho de que ese ser único e irre-
petible, cuya ausencia abre un vacío que jamás podrá ser colmado, murió (lo
40
que se mueve en la cuerda floja, en el filo de lo ambiguo, pues apuesta por la
construcción de lo común como única vía de liberación, asumiendo que esta
construcción de lo común de ningún modo está garantizada. Habrá que cons-
truir, sí, lo común, pero cimentado en y sobre un vacío. Construir lo común ci-
mentado en un vacío es vérselas con la ambigüedad; es crear mundos donde re-
cuperar la libertad tanto como hacerse cargo de la carga de negatividad que la
masacre, el atentado, el «accidente»… han depositado en supervivientes, vícti-
mas y afectados. Es, con toda seguridad, abandonar la acción política con mo-
delos, con línea correcta.
Esta creación de mundos, donde poder volver a vivir, despliega unas prácti-
cas singulares:
42
• Se trata de inventar nuevos sentidos para la vida cuando se han desploma-
do los antiguos. Una madre que perdió a su hijo el 11-M nos decía: «estos mal-
nacidos… nos han roto la casa». Aquí, los valores familiares en torno a la casa
quedan de pronto vaciados de sentido por la desaparición abrupta y repentina
del hijo. Si no se inventan otras razones para la existencia, la amargura y la im-
potencia están garantizadas: se vivirá para siempre en un decorado vacío. Pero
también ocurre a veces que los afectados sienten que pueden aprovechar (dolo-
rosamente, sin duda) lo ocurrido para volverse «mejores personas». La sensibi-
lidad hacia los otros se afila extremadamente. Como se respondía a sí misma
Mauge, superviviente de Cromañón: «¿Sos sobreviviente de Cromañón y te ha-
cés cargo de eso solamente? No: soy sobreviviente de Cromañón, y por eso me
hago cargo de lo que pasa en la sociedad».15
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ja a crecer hacia adentro, lo cual puede saber a poco si se mantiene el modelo de
lucha heredado de la lucha de clases, basado, entre otras cosas, en conquistar
contrapoder a base de acumular fuerza siempre por suma (de gente, de concien-
cia, de movilizaciones, de logros…). Es cierto que otros modelos de lucha, tales
como la insumisión, se han basado más en socavar, descreer, deslegitimar…
Pero también han requerido de unas prácticas que les dieran visibilidad y han
ofrecido unos procedimientos concretos para organizar la solidaridad. Aquí no
tenemos nada de todo eso, pues la simple solidaridad es imposible17 y la vía de
crecer hacia adentro no permite cuantificar los logros, lo que dificulta sentir
que se está luchando salvo que se esté muy adentro del proceso.
• El hecho de tener que bregar con lo ambiguo, de moverse en el filo. Por
ejemplo, hubo voces en la «Red Ciudadana» que querían organizar una campa-
ña para agravar la ley del menor a propósito del juicio contra el gitanillo, el me-
nor que ha sido el primer procesado por el 11-M acusado de trasladar 20 kilos
de Goma 2 utilizados por los terroristas del 11-M desde Asturias hasta Madrid.
• El hecho de que las alianzas que se establecen a veces parecen completa-
mente ajenas, ya que vienen de ambientes religiosos, de la psicología social, etc.
Cambian los rituales, los procedimientos… Por poner un ejemplo, en las reu-
niones de la «Red Ciudadana» es imposible seguir un orden del día porque no
se acierta a compartimentar las temáticas, porque todos los asuntos están en un
mismo plano de importancia, porque cualquier cosa pasa a ser lo interesante,
porque lo que se tiene que decir puede decirse con cualquier lenguaje… Esto
hace que más que reuniones lo que se producen sean encuentros que nos pare-
cen desordenados pero en los que, sorprendentemente, se llegan a tomar acuer-
dos.
• La ausencia de un enemigo claro, que por una parte hace que el odio no
quede fijado pero por otra hace enmudecer, al no tener a nadie contra quien
gritar. Como consecuencia, y unido a la falta de reivindicaciones concretas,
también la falta de amigos a priori. Cada amistad es un proceso laborioso que
se cuece lentamente, porque no te haces amiga de las ideas de alguien, de su
ideología o de su lucha, sino de una persona que desea que participes directa e
inmediatamente en el rehacerse de su vida, sacudida por la máquina de vacío y
puesta toda ella y de una vez.
• La privatización de las luchas. La idea de que estas luchas tienen unos pro-
pietarios, que son las víctimas, y que el papel de los demás es secundario, por-
que nadie puede compararse con quienes tienen el problema en primera perso-
na. Asumir esta privatización es una forma de dificultar la generalización de
estos procesos y su resistencia a la jerarquía del dolor.
Esto no significa que las dificultades para sumarse a estas luchas estén todas
del lado de los militantes que no saben suspender o reinventar sus saberes pre-
vios ni despojarse de ellos para componerse con la nueva situación. Otros tipos
46
Para ilustrar estas amenazas, hagamos zoom por un momento sobre algunos
aspectos que rodean la experiencia de la «Red ciudadana». Esa experiencia se
desarrolla en la era ZP: en el desierto de lo social desactivado (finalmente, «se
notó a la hora de votar»), lo político tradicional vuelve al primer plano. A tra-
vés del contraataque de la «nueva derecha»18 tras el 14-M (la ruptura de mu-
chos consensos de gobernabilidad instituidos que comentábamos más arriba) y
de la desaparición del «no a la guerra», la lucha política satura el espacio públi-
co y las víctimas son etiquetadas. Así, pasamos de «en ese tren íbamos todos» a
«en ese tren llega ZP». Al revés de lo que exigía Pilar Manjón en su discurso,
las víctimas ya no son de todos y de nadie. Pertenecen a un bando y están con-
tra el otro. El abrazo social que rodeó a las víctimas el 11-M se destrenza, lo co-
mún se rompe: aparece el fantasma de las dos Españas.
En este punto, queríamos contar la historia de los Peones Negros, nuestros
siniestros hermanos gemelos. El colectivo de los autodenominados «Peones
Negros»19 ha surgido en torno al blog Enigmas del 11-M20 que gestiona Luis
del Pino, uno de los periodistas que investigan los posibles agujeros negros que
hay en la investigación sobre los atentados de Madrid. En su afán por denunciar
que el 11-M fue un golpe de Estado fruto de una conspiración, los «Peones Ne-
gros» han llegado a autoorganizarse en el terreno de lo virtual para leer el vo-
luminoso sumario en busca de esos «agujeros». Y además, se han autoconvoca-
do también físicamente los días 11 de cada mes para celebrar en distintas
ciudades españolas concentraciones en las que piden que se sepa «toda la ver-
dad» sobre los atentados. Para ello, se han apropiado de algunos de los símbo-
los y las consignas más importantes del 11-M: «todos íbamos en ese tren»,
«queremos la verdad», las velas, el antiguo santuario de Atocha, donde se cele-
bran las concentraciones, etc.
Los «Peones Negros» se relacionan con el acontecimiento 11-M no a partir
de un vacío (qué sentido inventar a lo sucedido), sino de una completitud: «mu-
rieron por España», es decir, los muertos son mártires que testimonian por una
Causa previa. El vacío a elaborar como problema (¿qué puede hacerse para que
esto no se repita? ¿qué es justicia? ¿qué significa reparación?) queda colmado
por el enemigo a abatir: ZP y, por extensión, quienes no luchen suficientemen-
te contra la «balcanización de España», incluido el PP cuando «vacila». Para-
dójicamente, los «Peones Negros» testimonian que la crisis del 11-M aún alte-
ra los equilibrios instituidos y al mismo tiempo buscan su neutralización, llenar
el vacío.
Algunos antiguos miembros de la «Red ciudadana» se encuentran ahora en
el entorno de los «Peones Negros», que ofrecen hoy una lucha, una forma de
fidelidad activa y pública a la memoria de las víctimas, un sentido, nos guste
más o menos. A partir de aquí se trata de pensar la temible potencia que de-
muestra la «nueva derecha» en la explotación de los malestares (irrepresenta-
bles en el sistema de partidos) que no se politizan autónomamente, que no en-
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población), la tarea es atender sobre todo a los nuevos sentidos que esa prácti-
ca produjo, a lo que funcionó y lo que no funcionó entonces. No tratar de asig-
nar una identidad a lo desconocido (quién había detrás), porque en todo acon-
tecimiento los efectos exceden a las causas, se da una ruptura y las personas se
transforman en algo distinto de lo que eran antes. En ese sentido hablamos
también de anonimato. Hay prácticas que son invenciones, prácticas que fun-
dan nuevas formas de entender, sentir y actuar.
El 13-M nos habla de una nueva manera de hacer política (imprevisible, in-
cluyente, horizontal, no utópica, que utiliza la coyuntura, que atiende a lo exis-
tencial, que empodera lo social sin dar cancha a los políticos…). Una nueva ma-
nera de hacer política que destituye simbólicamente los saberes y las instancias
tradicionales de lucha. Se trata de interrogar esa nueva forma de politización y
crear a partir de ahí, ya sin vuelta atrás.
Despedida
Al leer y releer estas páginas tenemos la sensación de que lo que tenemos entre
manos es un texto fallido. Fallido, porque trata de dar cuenta de una experien-
cia inabarcable. ¡Hay tanto que no hemos contado! Quizás no seríamos capaces
de registrar toda la riqueza de la experiencia por más folios que llenáramos. De
alguna forma, su «fracaso» testimonia fielmente del inacabamiento y la apertu-
ra de esta experiencia. Del vacío que la constituye.
Mientras colocábamos los últimos puntos y comas, una bomba de ETA ha
explotado en aparcamiento del Terminal 4 del aeropuerto de Madrid. Sería
insoportable que esta bomba nos retrotrayese a veinte o treinta años atrás,
confirmara todos los saberes previos, de unos y otros bandos, y no peleáramos
por aferrarnos a las nuevas posibilidades de intervención que se abren desde
el 11-M entre los que no sabemos lo que ha pasado. «Qué ha pasado» no es una
pregunta intelectual que se satisfaga con una buena interpretación, sino una
máquina de vacío capaz de transformar la realidad y posiblemente, en este caso,
la única máquina que sea capaz de plantar cara a la alianza entre muerte, políti-
ca y precariedad. Por eso, hay que hurgar entre las ruinas, entre las pequeñas
zona cero que la explosión ha provocado, arrimarse a los fragmentos de vacío,
escuchar a los que han enmudecido… Los amigos encausados en el sumario
18/98, los amigos ecuatorianos… Morir sin haber llegado a tener una vida, eso
no puede ser.
50
sinfín de afectos solidarios que arroparon el sufrimiento ajeno aún a costa de
aumentar el propio. El dolor de las víctimas no fue vendido en espectáculos me-
diáticos, sino sentido y compartido por cada cual en primera persona. La sico-
logización y la individualización no triunfaron, y no se puedo evitar que este
acontecimiento social abriera preguntas sobre el sentido. ¿Qué mundo nos
presentan quienes han sufrido el zarpazo del 11-M? ¿Cómo se despliega ahí la
vida? Estos interrogantes abren muchos caminos posibles, pero el mapa para
transitarlos presenta, básicamente, dos destinos posibles: o crear un mundo en
el que poder vivir en paz con la propia vida o crear un campo de batalla y po-
ner la vida a guerrear en pro de la victoria del bando propio sobre los contrin-
cantes.
Crear un mundo en el que poder vivir en paz con la vida no significa olvidar
ni perdonar. No significa rehacer la vida como si nada hubiera pasado. Signifi-
ca desbordar la identidad de víctima, pasiva y estigmatizante, para seguir sien-
do alguien que, pese al dolor, no se ha convertido en objeto (ni objeto de la fa-
talidad, ni objeto del acto terrorista, ni objeto del tablero político) y, por tanto,
no ha sido vencido. Significa, según el discurso leído ante la comisión de inves-
tigación, recuperar la sonrisa, volver a «soñar bonito». Esta creación requiere
que afloren las historias singulares, sin preestablecer resultados. Requiere espa-
cios colectivos donde la comunicación desde el sentir, y no desde la ideología,
permita la participación directa e inmediata de unos en la vida de otros. Espa-
cios donde puedan juntarse los diferentes. Y, por supuesto, requiere del cuida-
do de estos espacios que, por su fragilidad, siempre van a tener que estar traba-
jando por reconstruir lo común.
¿Qué ha sido lo común, en la Red? Decimos que lo que nos une no es el do-
lor, sino la respuesta a ese dolor. Cierto. Pero la respuesta de la Red no ha sido
la lucha por alcanzar una lista de reivindicaciones. La respuesta ha sido la lucha
por tomar la palabra. Tomar la palabra no siempre significa tener algo que de-
cir. No es algo que solo sirva para terminar diciendo algo, no es un proceso que
solo pueda juzgarse al final, en función de lo que finalmente se dijo. Tomar la
palabra es un proceso que funciona en el «entre». Entre la victimización y la
desvictimización, entre la unión y la desunión, entre la necesidad de crear sen-
tido y la imposibilidad de hacerlo. Tomar la palabra, ¿significa hablar con un
voz homogénea? Cuando preguntamos a alguno de los componentes qué en-
contró en la Red, responde: «encontré gente muy diversa en posiciones, había
gente que pensaba que unos eran responsables y gente que pensaba que eran
otros, pero todos teníamos el mismo deseo de querer saber la verdad». Saber la
verdad, encontrar (o elaborar) por fin una verdad con la que poder vivir en paz
ha sido una necesidad común, incluyente, en la Red. Una necesidad que pudo
trascender las ideologías políticas. Con el tiempo, las ideologías se han hecho
más fuertes, y el deseo común de alcanzar una verdad incluyente se ha fragmen-
tado en la posesión de pedazos de verdad utilizados como arma arrojadiza en un
52
sarrollo de la cooperación, de la disposición al mutuo acompañarse en la expe-
riencia, permite reelaborar sentidos y preguntas en las que se juega la implica-
ción con el mundo. Por eso, la Red no puede entenderse si se percibe sólo como
un colectivo para coordinar actividades y consignas, ni tampoco si se percibe
sólo como un grupo de autoayuda, porque no es en estas polaridades binarias,
iluminadas por la luz del deber ser, donde se ha desplegado su potencia. Más
bien ha sido un moverse en los claroscuros del «entre» lo que ha ayudado a que
el dolor no estallase como odio de todos contra todos, y por tanto también con-
tra uno mismo, y a que nadie pudiera apropiarse de ese dolor para acumular po-
der (político, mediático, ideológico…).
La experiencia de la Red no es una fórmula a reproducir. Lo que en su mo-
mento fue invención creativa no puede convertirse en un molde a replicar fue-
ra de la situación que le dio sentido. Y, sin embargo, hay aspectos de la expe-
riencia que siguen hablando al presente porque son, en cierto modo, problemas
contemporáneos: problemas de todos. Uno de los problemas es cómo rebelar-
se contra una realidad insoportable que no se puede cambiar. Rebelarse y, a pe-
sar de todo, modificarla, incluso sin haber llegado a cambiarla. La sensación de
que no hay salida, de que los problemas no se pueden enfrentar porque son in-
superables y al mismo tiempo de que no se puede escapar a ellos porque no hay
lugar donde refugiarse, es una experiencia cotidiana para muchas vidas que, sin
poder vislumbrar un horizonte de cambio, se dan cabezazos contra la pared
porque las cosas no han resultado ser como deberían haber sido. Cabezazos que
tienen los tonos autodestructuivos de la depresión, el desánimo, el resentimien-
to, el atrincheramiento, la tristeza… Entre darse cabezazos contra la pared o
resignarse pasivamente ¿podría haber otras opciones, más ambigüas quizás,
pero menos desesperadas, impotentes o victimizantes?
Nadie es culpable por tener una vida y por querer compartirla y cuidarla,
pese a todo. Porque es la propia vida la que, pese a todo, quiere vivir. Y es por
ello que empuja y alienta y, cuando llega el momento, advierte: «Sé prudente y
cúidate. Pero no hagas siempre caso cuando te digan que la vida es así».
amador@sindominio.net
mpadilla@sindominio.net
1. En la charla, por la escasez de tiempo, sólo pudimos explicar algunas cápsulas o flas-
hes de nuestra experiencia a partir del 11-M. «Las luchas del vacío» prolonga el artículo
«Desarmar la inseguridad», publicado en esta misma revista y escrito por Margarita Pa-
dilla cuando no conocía aún la experiencia de la «Red ciudadana tras el 11-M» . Mien-
tras que el recorrido de ese primer artículo sólo llega hasta la comparecencia de Pilar
Manjón en la Comisión de Investigación del 11-M, en diciembre de 2004, ahora incor-
poramos una reflexión tras dos años de participación en la «Red ciudadana tras el 11-M».
54
encuentro, tan singular como extraordinario, no pretendía obtener ni el arrepentimien-
to ni el perdón. Joe contó que conocer las raíces del terrorismo fue para ella tanto una
necesidad como una posibilidad de curación. Por su parte, Pat, depués de pasar casi vein-
te años en la cárcel, valoraba el encuentro con Joe como una acción política, su manera
de hacer política en las actuales condiciones del conflicto y un modo de ser consecuente
con su acción armada en el IRA. Si traemos a colación este encuentro es porque muestra
la distancia que hay entre una sociedad donde el otro puede ser reconocido, porque es
concreto y está definido, y el actual escenario de catástrofe en un medio fluido, disperso
y en red. Joe y Pat no pretenden fundirse en un abrazo cósmico. Cada cual conserva su
posición política respecto al conflicto y su posición vital respecto al hecho de matar como
una forma legítima de lucha pero, al mismo tiempo, pueden empatizar con el otro, escu-
char sus motivaciones, reconocer su realidad. Pensamos que este recorrido es sencilla-
mente imposible en una sociedad-red
11. «Trucho» es una expresión argentina que significa algo así como falso, postizo, men-
tiroso, ilegal, copia de otra cosa. El capitalismo es trucho porque él mismo no cree en su
propio discurso
12. Se puede leer sobre ello en Generación Cromañón: lecciones de resistencia, solida-
ridad y rocanrol, Lavaca, Buenos Aires 2006.
13. Mañana en Paz… idem.
14. http://www.asociacion11m.org/ 20041215declaracioncomisioninvestigacion.pdf.html
15. Generación Cromañón… idem.
16. Sobre las resonancias y las diferencias entre la experiencia de Cromañón y la Red
Ciudadana se puede consultar en http://www.unia.es/artpen/etica/etica03/frame.html y
también en http://lavaca.org/seccion/actualidad/1/1341.shtml
17. La mera solidaridad es imposible por muchas razones. Una es la falta de pureza ideo-
lógica, que ahuyenta a la parte de la sociedad que quiere ser solidaria. Otra es el rechazo
frontal que estas experiencias muestran respecto a cualquier modo de instrumentaliza-
ción, y toda solidaridad tiene algo de eso, pues la causa solidaria (o política) se pone por
encima de las vidas concretas.
18. http://www.archipielago-ed.com/72/rodriguezyarbide.html
19. http://www.peonesnegros.es/
20. http://www.libertaddigital.com/bitacora/enigmas11m/
21. Junto a otros compañeros, tratamos de pensar este movimiento, a caballo de sentadas
y manifestaciones: http://blog.sindominio.net/blog/leodecerca/ acciones/2006/12/22/
persiguiendo_a_la_v_de_vivienda
22. http://www.deugarte.com/wiki/contextos/Swarming / http://www.deugarte.com/
conflicto-y-estrategia-en-redes-sociales-distribuidas
Nosotros, el psicoanálisis y
la política
Hablar de psicoanálisis y política supone manejar una relación compleja. Hay
en juego muchos hilos, muchos cruces, tensiones y resonancias muy vivas –con
frecuencia también muy confusas- que debemos recorrer con cuidado. Nos in-
teresa. Entre psicoanálisis y política ocurre algo, hay implicado un problema
que nos concierne, y por eso queremos pensarlo, medir su valor, explorar sus
posibilidades. Por el contrario, la sentencia de tribunal o el hachazo ideológico,
sea cual sea su posición, los desestimamos: no expresan más que la incapacidad
para vivir el encuentro que deseamos mantener.
No vamos a descubrir aquí ningún secreto. Desde sus primeros pasos el psi-
coanálisis ha mostrado una dimensión política singular y polémica, recogida en
los capítulos más fecundos del discurso contemporáneo: de los surrealistas a la
Escuela de Francfort, del estructuralismo a la contracultura, de la Viena de fin
de siglo, en suma, a la revolución y el exilio americanos…
En definitiva, al psicoanalizarse el sujeto entra en una relación liberadora.
No solo curativa sino, insistimos, cabalmente liberadora, y esa liberación es la
que marca su diferencia política con las psicoterapias o la psiquiatría. ¿De qué
liberación se trata? ¿En qué consiste aquella relación? Dilucidar esa pregunta
ha sido el objeto de los capítulos arriba mencionados: aclarar el concepto de re-
presión, el estatuto de la transferencia, el vínculo entre la palabra y el cuerpo,
la naturaleza del goce, etc.
Ahora bien, de entrada –y aquí está una de sus tensiones más polémicas- se
trata de una liberación individual. Con efectos sociales, sin duda; con todas las
mediaciones institucionales y materiales que se quiera, pero ceñida al individuo.
Por principio no es la sociedad la que se psicoanaliza ni los psicoanalizados
constituyen fuerza ninguna. ¿Es ese entonces su límite político? Bloqueado el
discurso de emancipación social, ¿a eso se reduce el psicoanálisis? ¿A un inmen-
so proyecto de educación y emancipación privadas, según lo ha definido Miller?
Es aquí donde intentamos dar un salto, no para hacer crítica de gabinete sino
para estar a la altura de nosotros mismos, esto es, para elaborar una experiencia
genuina y distinta –precisamente la nuestra– del vínculo entre el psicoanálisis y
lo político. A nuestro juicio, la transformación que vive el mundo (y que mane-
jamos con nociones como ciudad empresa, movilización general, nuevo capita-
lismo, etc.) coloca las experiencias de politización y resistencia en el mismo es-
pacio y bajo la misma lógica que asume el psicoanálisis.
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Esa es la tesis de nuestro artículo. Si pensamos en qué consiste hoy resistir,
qué son los afectados como categoría subjetiva de lo político, qué significa, en
fin, enfrentarnos juntos a la realidad, descubrimos ahí una analogía esencial con
el psicoanálisis, con la manera en que elabora la experiencia y los conceptos de
malestar, silencio, cuerpo, voz, otro, liberación… De algún modo, aunque en
ámbitos distintos, estamos ante «lo mismo».
Se abre así un horizonte común, un nudo de problemas compartidos, intrin-
cado pero apasionante. Nuestro artículo pretende despejar el acceso a ese terri-
torio, hacer el gesto que nos ponga en contacto, desde nosotros y nuestro dis-
curso, con la teoría y la práctica psicoanalíticas. Ojalá que alguien lo recoja y el
gesto no caiga en el vacío.
Dicho esto, esbocemos ya el primer trazo de nuestro encuentro.
1. Ante todo quisiera aclarar dónde situamos hoy lo político, para examinar
desde ahí la vigencia del motivo lacaniano: el psicoanálisis es el reverso de la
política.
A cuarenta años de la revuelta del 68 podemos volver a nuestro modo sobre
la controversia suscitada por la posición de Lacan, ciertamente ambigua. Para
decirlo de golpe, la revolución cree en la política porque cree en el mundo. Es
posible liberarse de las identidades, de lo que significa ser mujer, trabajador o
padre de familia, de los discursos, en fin, sujetos a esos –y otros- significantes,
porque el lugar de todos ellos es el mundo. Es ahí, en el mundo, donde somos
lo que somos.
Pero el mundo no está concluido, ningún límite interno o externo agota sus
posibilidades. Pasan cosas, existen problemas, zonas donde el sentido de la rea-
lidad queda en entredicho o –tanto vale- afirmado por nudos asfixiantes. Hay
sobrecargas. Las identidades están en ese espacio, duelen así.
Sin embargo, precisamente porque hablamos podemos expresar juntos el
sentido de eso que ocurre. Y al hacerlo abrimos aquellas zonas, rompemos los
nudos, provocamos en el mundo una explosión de sentido. Entra así en juego la
posibilidad de un discurso inédito, de una diferencia irreducible, de posibilida-
des que no pueden identificarse y que nos exponen a la experiencia terrible de
vivir un encuentro y transformarnos.
Cuando hablar es hacerlo así, porque hablar puede consistir en eso, entramos
en una relación política con el mundo, capaz de provocar el acontecimiento que
lo interrumpe, que altera y desplaza las significaciones por donde discurre. Es lo
que pasó en mayo del 68. Todos los protagonistas señalan inequívocamente cuál
fue el corazón de la revuelta: tomarse la palabra, liberarla, liberarse.
2. Lacan vio en todo esto una confusión que condenaba la revuelta a darse
de bruces contra la realidad. Para decirlo también de una vez: el lugar origina-
rio de la palabra no es el mundo. Tampoco el de lo político.
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Cierto, las identidades satisfacen tanto como oprimen, a veces hasta la asfi-
xia. Y eso indica que están siempre construidas como otras y para otros. Imáge-
nes de nosotros mismos, de cómo y de quiénes somos, sostenidas como tales en
la mirada que las refleja. El que nos mira siempre es otro, aunque sea yo mismo
quien lo haga enfrentándome… a un espejo.
Me identifico siempre con un reflejo que asoma con placer o con dolor, se-
ducido o arrancado, y que se graba sobre un reverso esencialmente vacío e in-
imaginable, pero en el que estoy y del que sé justo porque siento el placer y el
dolor con que me afecta esa imagen, el proceso de mi identificación. En el res-
to de ese trasfondo palpita el deseo.
Hay algo extraño en este juego, algo dislocado. Pero esa dislocación es la es-
tructura de mi subjetividad, sostenida como vemos en la presencia del otro. Soy
sujeto porque me sujeto imaginariamente a ese otro, a esos otros, tan extraños
e íntimos para mí como me resulto yo mismo.
Podríamos pensar en una identidad alienante, pero se trataría, repetimos, de
una alienación irreversible, estructural. Por así decirlo, no estoy más ni con ma-
yor propiedad en mi imagen que en su residuo pulsional, al que tampoco pue-
do dar otro cauce que invistiendo con él una identidad imaginaria, esto es, iden-
tificándome como otro y ante otro. Soportar esa tensión es el juego de la
subjetividad.
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4. Mayo del 68 ha sido, en efecto, un acontecimiento: el aprendizaje vivo y
real de lo que acabamos de explicar. Había que pasar por ahí, había que llegar
hasta el final, había que hacer verdaderamente posible lo imposible, para saber
dónde está la imposibilidad de la liberación, por qué el malestar acaba siempre
regresando, cuál es la cadena en que una y otra vez quedamos atravesados.
Mayo del 68 ha sido la experiencia radical de la revolución porque ha mos-
trado –porque se ha atrevido a mostrar- que el motor que la empuja es la pul-
sión de muerte: el gozo de librarnos de nosotros mismos, de disolver la tensión
de ser sujetos y vivir en la realidad. (Un juicio, repito, controvertido y cuyas
ambivalencias podremos retomar. Pues ¿dónde está el valor de la experiencia
revolucionaria? ¿En el balance de resultados, cuyo juicio corresponde por defi-
nición a un sujeto sometido a la realidad? ¿O en el proceso mismo de su reali-
zación, esto es, en el devenir revolucionario que suspende la subjetividad y sus
balances? Y sobre todo, ahora que ya lo sabemos, que podemos asumir en efec-
to el discurso de Lacan, ¿qué? ¿De qué nos vale saberlo? ¿En qué situación nos
deja respecto al mundo? Porque para nosotros el problema se presenta justamen-
te ahí…)
7. Como se ve, todo este argumento depende de que la política recurra efec-
tivamente al juego de las identificaciones, de que nuestras relaciones con el
mundo discurran bajo la dominación de significantes, de marcas que sellan
nuestra vida –como se graba la piel de los esclavos- con el nombre de lo que so-
mos: nuestro sexo, nuestra posición social, el lugar donde nacimos…. Pero, ¿es
esto así? ¿Sigue vigente este discurso? ¿Es la identificación el proceso funda-
mental de la política? ¿En estos mismos términos?
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No vamos a salir con ninguna frivolidad. Está claro que las relaciones están
marcadas y que esas siguen siendo sus señales: qué hombre o qué mujer hay en
ti, en qué familia has nacido, a qué suenan tu cara y tu apellido… El problema
es si la lógica de esas marcas sigue siendo el discurso de la identidad tal como
aún lo suponen Lacan y el 68, o si la política –y sus marcas- ha cambiado de ré-
gimen, con lo que también el lugar del psicoanálisis quedaría trastornado.
Pues bien, ese cambio ha tenido lugar. Una transformación radical ha altera-
do el juego y sus reglas. En resumen, hemos pasado del régimen de la discipli-
na al del control, del de reparto de atributos al de la movilización general.
El efecto de ese desplazamiento es que la realidad ya no se presenta como un
conflicto entre discursos que la construyen, la liberan, la disputan. Nuestro re-
lación con el mundo, nuestro modo de «estar ahí», no envuelve ni implica ya
ninguna decisión, ninguna posibilidad, ningún acontecimiento, el momento
que compromete la forma del mundo o el sentido de una vida. Por el contrario,
la realidad no consiste más que en eso a lo que hay que conectarse. Y tal es, por
tanto, nuestra única relación con el mundo: conectarse o morir.
El régimen de la conectividad modifica sustancialmente el proceso de iden-
tificación, provoca un cambio decisivo en el estatuto de los significantes y su
discurso, que equivale –y en cierto modo culmina- al provocado en las cosas por
su incorporación al régimen de la mercancía. Digámoslo de una vez: ya no ju-
gamos al juego del sentido. Lo hay, sí, pero como un medio para llevar a cabo el
negocio imperativo de la conexión.
Los significantes ya no son marcas grabadas en la piel del alma, eslabones
que encadenan el discurso al que nos prenden, sino nodos que lo conectan –que
nos conectan- a un flujo de posibilidades abstractas. Su efecto de sentido, su va-
lor diferencial en la coherencia estructural del discurso –qué somos, qué hace-
mos, dónde estamos- se subordina a su capacidad de conexión en el espacio de
una red sin estructura. El discurso no emplaza porque no hay lugares, nadie
ocupa ningún sitio. La fuerza interna del sentido, la violencia de la diferencia-
ción y el desplazamiento, se desvanece al no encontrar resistencias, nudos que
lo constriñan o angustien. El único valor político en juego es el poder, el poder
de movilización, ejercido sobre el sentimiento de un malestar difuso.
En estas condiciones el discurso pasa a valorarse por la riqueza potencial de
su conectividad, por el interés alto o bajo de los nodos que incorpora –su nove-
dad, su amplitud, su densidad- y a los que nos conectamos entrando en relación
con él. Se abre entonces la posibilidad del proyecto, esto es, la ocasión de un
nuevo discurso, de un nodo imprevisto, de una zona que amplía o reconfigura
el espacio de conexiones –o sea, el de la realidad–, de forma más rentable cuan-
to mayor sea su poder de movilización. Poder es poder ser interesante; tener un
encuentro es solo y siempre tener un encuentro interesante: dar un salto en la
red, abrir la expectativa de un proyecto inédito.
La identidad, tanto en su dimensión simbólica como imaginaria, se asume y
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quiere, el síntoma incrusta al sujeto contra la lógica de la movilización, lo em-
plaza a un desafío angustiante y enloquecido –no loco: el síntoma no lo está- al
poder del régimen. Ahora sí, el síntoma no revierte: subvierte las reglas del jue-
go. El síntoma es un «lugar».
En ese caso, hacerse cargo del síntoma, averiguar qué pasa ahí, entrar en eso
cuyo rasgo es justo la deixis, el estar ahí (en alemán, da-sein), implica efectiva-
mente detenerse, desconectarse, abrir en el flujo de la vida un agujero consis-
tente, donde por primera vez pueda decirse, con todo el desconcierto y la gra-
vedad posibles: aquí estoy, heme aquí.
Para nosotros ese es hoy el lugar político del psicoanálisis: dar curso al sen-
tido terrible y liberador de la hecceidad; elaborar, a través del inconsciente, esa
experiencia radical del sí mismo.
10. Sería de enorme interés para ambas partes desarrollar la potencia y los
límites de su analogía. Si existe hoy un lugar de encuentro sentimos que está
ahí. Por nuestro lado, sugiero que aprovechemos el inmenso caudal teórico y
práctico del psicoanálisis para fortalecer la posición, mucho más tentativa y ex-
perimental, de nuestro discurso, esto es, para afianzarnos mejor, con más fuer-
za y más claridad, en la guerra –también teórica- de lo político.
No es una propuesta original, sin duda, y en este contexto la referencia a Zi-
zek parece inevitable. Pero cuidado, que no hablamos de lo mismo. A nuestro
juicio lo político no está en la fuerza incondicionada del sujeto, en su origen ab-
soluto y traumático, en su condición esencialmente relacional y negativa, a la
que ciertamente nos conduce, por un camino distinto pero no extraño al de He-
gel, el sentido de lo inconsciente, de su inscripción en lo Real.
La hecceidad del sujeto, en singular o en plural (o en ese «ser singular plu-
ral» al que se refiere Nancy), es un experiencia liberadora, pero no libre; beli-
gerante, pero no incondicionada. Entrar en guerra con la realidad, unilaterali-
zar las relaciones entre sí mismo y el sistema, entre poder y resistencia, es un
juego más ambiguo y problemático que la tensión desatada por aquella fuerza
absoluta.
En el fondo, su auténtico sentido no es la interferencia en sí misma, su valor
68
de interrupción, sino el desafío que encierra. Desafiar la realidad, desafiarnos a
nosotros mismos y lo que podemos: bajo esa forma emerge nuestra subjetivi-
dad, esa es su guerra. Por eso la recogemos en una categoría que desplaza y re-
coloca a la del sujeto moderno, tal como de nuevo lo maneja Zizek. Esa catego-
ría es querer vivir.
No se trata, pues y para terminar, de trasponer la teoría psicoanalítica al cam-
po de lo político, sino de pensar juntos un espacio común, una lógica compartida.
Lo que adentra a la vida en el territorio de lo político, la lleva a cruzar la puerta
del psicoanalista. Ambos gestos ni se excluyen ni se necesitan: se comparan.
Desde esa analogía podemos abrirnos al encuentro del psicoanálisis y formu-
lar las preguntas que realmente lo vivifiquen. Señalemos algunas y quedemos
emplazados:
¿Ofrece el juego de la transferencia –la trama compleja de relaciones entre el
sujeto y el analista- un modelo para conceptuar la producción de discurso en el
campo de lo político? ¿Qué significa en ambos casos que el otro, a quien me su-
jeto para elaborar el sentido de lo que pasa –dirigiéndole mi demanda, sedu-
ciéndolo, resistiéndome, sintiendo, en fin, que escucha y nada más–, el otro
cuya presencia, digo, sujeta la elaboración del discurso, renuncie no obstante a
la posición de quien supuestamente sabe? ¿Cómo es posible intervenir, provo-
car con mi interrupción –que recoge sobre sí y da curso a la palabra, siempre
del otro– el acontecimiento del sentido, asumiendo no obstante que no sabe-
mos, que no podemos saber?
Si no es posible «hablar entre nosotros», «tomarse la palabra», si los signifi-
cantes son siempre otros y para otro, ¿de qué modo es otro el sujeto al que me
dirijo –en el análisis como en la asamblea–, de modo que, a pesar de todo, el
discurso tenga sobre la subjetividad un efecto realmente liberador, provoque la
experiencia de la hecceidad, el sentimiento de que verdaderamente «ahí esta-
mos», «ahí hemos hablado». «ahí le duele»? ¿No consiste esa liberación en que
lo que así se expone, lo que ahí queda expuesto, es la consistencia misma del su-
jeto, el rasgo que, por así decir, lo sostiene (y al que siempre preserva de seme-
jante exposición), de manera que todo él quede a la vista? ¿Y no implica ese es-
tar todo ahí que el sujeto se exprese entonces como cuerpo, se exponga como un
cuerpo? ¿No es un cuerpo, singular o plural, el modo en que la subjetividad se
ubica y hace presente como un todo? ¿No consistirá entonces la hecceidad en
la experiencia –común a lo político y el psicoanálisis- del cuerpo como conten-
ción, lugar propio, frontera?
Tenerse a sí mismo es contenerse en el espacio que abre y delimita la expre-
sión «heme aquí», es decir, «he aquí mi cuerpo, nuestro cuerpo». Pero esa ex-
periencia, la posibilidad de semejante contención, del todo ahí, ¿no expresa ya
y por principio el cierre de la herida, la cicatriz del síntoma, la remisión del ma-
lestar y la ruptura a través de las cuales el sujeto quedaba movilizado, conecta-
do al mundo, sometido al régimen de la realidad?
1. Pedimos al lector disculpas y comprensión ante este tecnicismo filosófico, que usamos
en un sentido próximo al referido en distintos lugares por Ricoeur o Levinas. Se trata de
definir la cualidad de «mantenerse», de «tenerse a sí mismo» propia del sujeto y cuyo fe-
nómeno es la expresión radical y desnuda del «Aquí estoy», del «Heme aquí» –pensemos
en el Ecce homo… La idea es que esa cualidad y, por tanto, la experiencia del sí mismo
como un radical y desnudo «tener lugar» ha sido borrada de nuestro mundo. De modo
singular (y, para nosotros, más decisivo que la manera inmediatamente ética sobre la que
reflexionan aquellos filósofos) el psicoanálisis recupera ese experiencia, confrontando al
sujeto, pues, al acontecimiento de su hecceidad, de su «Aquí estoy», de su «Heme aquí»
(lo que permite vislumbrar en qué tipo de «espacio» se inscribe el psicoanálisis…)
70
Curar y
rein-
sertar
Dario Malventi y Álvaro Garreaud
Curar y reinsertar
El fenómeno de la deslocalización terapéutica
en el engranaje penitenciario
Desde el retorno del PSOE al gobierno en el año 2004, asistimos a una reorga-
nización estratégica del sistema penitenciario español. Un conjunto amplio de
acciones político-administrativas, de graduales pero progresivas reformas sobre
los medios técnicos y humanos ha comenzado a abrir un agujero en la superfi-
cie de los poderes penales y a organizar una dislocación dentro de los recintos
carcelarios hacia un nuevo territorio disciplinar. Hablamos de la introducción
de nuevos saberes y concepciones respecto de la acción y los fines penitencia-
rios, de promoción de redes y agentes externos a la prisión, de circulación de
recursos estatales, etc. Algo emerge y aparece. Un nuevo poder o, tal vez, una
mutación o un desplazamiento. La reorganización estratégica circula y crea sus
nichos entre dos plataformas gubernamentales.
Uno
La primera de ellas consiste en legitimar, con un apoyo simbólico de baja inten-
sidad pero de altísima cantidad económica, el significado estratégico de la pri-
sión en el estado español. Como toda institución del estado, también la prisión
tiene una función de regulación social: su importancia se mide por la eficacia
que el dispositivo penitenciario revela en su rol de contención, aislamiento y
exclusión de la población desviante y refractaria. Desde su entrada al poder el
gobierno socialista plantea una estrategia de reclusión de esta excedencia a tra-
vés de la apertura de nuevos centros penitenciarios. Con la apertura de la pri-
sión Puerto III en Cádiz se inaugura el calendario de reforma y construcción de
nuevos recintos carcelarios ya planificado en el precedente gobierno del PP
pero nunca llevado a cabo. El equipo directivo de la D.G.I.P.1, se preocupa de
señalar el problema de la «sobre-ocupación» de las prisiones (con un neologis-
mo institucional tan de moda en la práctica discursiva del poder socialista), al
mismo tiempo que asume la responsabilidad institucional de dirigir la meta-
morfosis del aparato penitenciario español. El planteamiento es: las prisiones
son una cuestión de gobierno y hay que gobernar una situación que se ha vuel-
to insostenible. Sí, porque la población reclusa ha crecido de manera sostenida
hasta alcanzar en 2007 índices de encarcelación históricos. Durante la última
década las tasas de encarcelamiento aumentaron en España un 200 %. Las per-
sonas reclusas en el estado español pasaron de 46.000 en el 2001 a 54.653 en el
73
2003, para colocarse en un record histórico de 66.223 en el 2007 (140 encarce-
lados por cada 100.000 habitantes). Además, en los últimos años se ha expandi-
do un patrón de encarcelamiento discriminatorio, dirigido fundamentalmente
contra inmigrantes, toxicómanos y, más recientemente, islamistas. Actualmen-
te, las cárceles españolas están hacinadas en un promedio de 140 % y sus prin-
cipales «clientes» son toxicómanos (70 %) e inmigrantes (más del 30 %). Para
hacer frente a esta situación el gobierno español aprobó recientemente un plan
de 1.647 millones de euros para edificar once centros penitenciarios de régimen
ordinario, treinta centros de inserción social en régimen de semi-libertad, fina-
lizar las obras de cuatro nuevos centros penitenciarios, ampliar tres prisiones ya
existentes y construir cinco unidades de madres.
Intervalo
De la película El odio.
Voz en off:
«Hasta aquí todo bien,
hasta aquí todo bien…
El problema no es la caída,
es la llegada».
Dos
Aunque paralela y de alguna manera paradójicamente consustancial al plan de
edificación desarrollado por la Dirección Penitenciaria que acabamos de seña-
lar, la segunda plataforma penal se desarrolla sobre un cambio gubernamental
que representa la verdadera novedad y el eje real de distribución de una nueva
filosofía del castigo. Calibrada ya no sobre el aislamiento y la negación de la po-
blación excedente, sino sobre nuevos conceptos claves como «reinserción, ca-
pacitación laboral y terapia», la segunda línea de intervención penal se distin-
gue de la precedente por dos razones principales:
74
péuticos de otras 5 prisiones que están incorporando el modelo UTE, anuncia
abiertamente la nueva estrategia y declara, siguiendo la línea de un artículo pu-
blicado por el periódico El País, su voluntad de «Abrir las cárceles».2
¿Es ésta la única razón?, ¿Qué lógica actúa bajo estas transformaciones
más allá de las «buenas intenciones» de la clase política y los adminis-
tradores de prisiones?
76
Qué hacemos cuando uno + dos no da tres…
Nuestro trabajo ha consistido en entrar y analizar el prototipo de experimen-
tación de este nuevo régimen gubernamental. La entrada en la UTE de Villa-
bona ha sido autorizada por el equipo multidisciplinar que, desde el principio,
nos ha dejado todas las puertas abiertas para, según las propias palabras de su
director, «destripar el funcionamiento cotidiano del nuestro modelo alternati-
vo terapéutico». En este sentido, debemos agradecer su disponibilidad en de-
jarse investigar desde una transparencia horizontal, que nos ha permitido de-
sarrollar nuestra etnografía con total autonomía, durante tres años de trabajo
de campo.
Al entrar en la prisión nuestra premisa era clara: no se puede estudiar un po-
der sin observar, desde dentro, el funcionamiento, la administración de su go-
bierno. Pensábamos que no se podía estudiar un gobierno sin observar las res-
puestas que daban los gobernados a esta nueva administración del castigo.
Respuestas que a lo largo de estos años se han manifestado de distintas mane-
ras, pero que en la mayoría de los casos señalan como desde este escenario te-
rapéutico se van extendiendo prácticas que difícilmente podríamos denominar
de resistencias, según el canon poder-resistencia estudiado por Michel Fou-
cault. Tampoco en el binomio amigo-enemigo formulado por Carl Schmitt o
en el de excepción-norma de Giorgio Agamben. El dato que registramos desde
los primeros meses de trabajo de campo en este módulo gobernado por un tra-
tamiento terapéutico, si confirmaba, por un lado, la prisión como territorio de
guerra, daba lugar, por otro lado, a un debate importante sobre los formatos de
pacto y armisticio que atraviesan todos los niveles de un diferente régimen de
enfrentamiento.
Siguiendo las líneas de investigación antropológicas de Pierre Clastres, se-
gún la cual la guerra precisamente por su poder de destrucción, es un modo de
funcionamiento social que articula la relación enemigo-aliado (entre peligro y
cohesión), podríamos decir que en la prisión sigue habiendo guerra. Pero que,
al interior de este nuevo dispositivo terapéutico, el régimen discursivo y las
prácticas de regulación del conflicto entre prisión y prisioneros están captura-
dos y proyectados en una trama clínica de reconstrucción de un espacio comu-
nitario. El régimen de adaptación táctica se escenifica en un nuevo teatro de la
reclusión en el que actúan dos figuras claves, máscaras respectivamente del car-
celero y del preso: el terapeuta y el enfermo. Esta es, para nosotros, la confir-
mación de que existe una mutación real del gobierno de las prisiones de Espa-
ña. Una transmutación que tiene unas características propias sobre las que
creemos urgente producir una nueva forma de saber capaz de problematizar el
giro estratégico del dispositivo penitenciario.
Esta urgencia se fundamenta sobre todo en la afinidad que existe entre el aden-
tro y el afuera de las prisiones. Tanto dentro, los reclusos, como fuera, los ciuda-
danos, son sujetos dispersos que dejan de serlo sólo a través de un régimen de vi-
78
ción de los estereotipos y de la co-gestión entre profesionales, funcionarios y
presos; b) integración al módulo de todos los internos que así lo soliciten, sin
importar sexo, edad, grado penitenciario ni tipo de delito (excluidos los delitos
calificados como terrorismo); c) constitución de grupos terapéuticos dirigidos
por profesionales (educadores, psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales) en
los que se realizan estrictas actividades de formación (talleres ocupacionales,
educativos y de salud) y se promueve la «concienciación» de los presos sobre dé-
ficit, carencia y causas de la conducta desviada y delictiva; d) aislamiento del res-
to de la población reclusa y de las influencias negativas, especialmente del am-
biente de las drogas, y recodificación de las relaciones amigo / enemigo, e)
sustitución de la vigilancia disciplinaria por el control de la información a través
de un sistema orgánico que incluye al equipo de profesionales (diseño y coordi-
nación de las intervenciones), funcionarios y guardias (tutores de los grupos te-
rapéuticos), grupo de apoyos (presos con mayor nivel de concienciación), grupos
terapéuticos (población reclusa en general) y organizaciones externas (ONG’s y
organismos de asistencia). Para ingresar en el módulo los presos deben firmar un
«contrato terapéutico» en el que se comprometen a respetar estrictamente las
normas del módulo bajo amenaza de expulsión. El uso de la violencia física o
verbal, la introducción de drogas, la relación con personas negativas o la resis-
tencia a asumir el proceso terapéutico, pueden ser motivos de expulsión.
El sistema de «seguridad» de la UTE privilegia el control a través de una
compleja organización interna y de una red territorial que incluye procedi-
mientos de registro, examen, diagnóstico, seguimiento y apoyo. Como expresa
un guardia la UTE «es un sistema que puede controlar sin vigilancia». Desde un
punto de vista estrictamente político su característica más notable es la de cons-
tituirse en una eficiente red de comunicación e información. No señala un
blanco ni una órbita, sino que intenta constituirse en un nicho. Es un modelo
más totalitario en la medida que promueve una adhesión interna, subjetiva, de
los presos ante su proceso terapéutico y el de sus compañeros, muchas veces
bajo la presión de ser considerados por los presos de otros módulos «chivatos»4
o «perras». Se trata de un proceso terapéutico encargado a la institución penal
que hace que la persona reclusa caiga todavía más en manos del sistema peni-
tenciario. Pero, aún siendo la individuación el objetivo más inmediato del dis-
positivo terapéutico, produce su efecto más contundente sobre el colectivo, so-
bre los espacios, dinámicas, acciones y reacciones del conjunto de presos,
guardias, funcionarios y profesionales que forman la anatomía y economía de la
prisión. Como efecto de la acción terapéutica la vida cotidiana de los módulos,
los tiempos, espacios y formas de cumplimiento de condena, cambian afectan-
do al sistema clasificatorio y de actitudes en un proceso de recodificación.
En conclusión, el tiempo regresivo de la experiencia carcelaria es sustituido
por un tiempo progresivo (productivo) de la terapéutica, donde los presos se
vuelven gestores de su propio espacio de castigo y reforma.
«En la mecánica se ven las masas y los sistemas, o como en el mar se ven los
pulpos y las anémonas. Vemos un buen número de seres humanos, fuerzan
móviles, que nadan en su ambiente y en sus sentimientos.»5
Desde hace tiempo, para hablar de estas «fuerzas móviles» que hoy están re-
clusas en las prisiones del país, ya no se habla de proletariado, aquel sujeto co-
lectivo que tiene conciencia de su propia condición de clase. Es un efecto más
del cambio de régimen discursivo que impone la dominación neocapitalista.
Desaparece del mapa un sujeto colectivo debido a su retirada masiva y a una ba-
talla de retaguardia –necesaria– para defender las migajas de derechos que to-
80
davía quedan en el mantel social después de la pulverización del ataque neoli-
beral a las condiciones de vida, de trabajo, de socialización de los trabajadores.
Pero esta condición de retirada no hace desaparecer el sujeto, sino que lo invi-
sibiliza, lo hace anónimo. Una manera que tenemos para salir de la fantasmago-
ría y reflexionar sobre las consecuencias de esta condición de retirada es anali-
zar el campo de batalla de las prisiones. Desde finales de los años ‘90, las
prisiones «albergan» los hijos y las hijas de un proletariado urbano y rural y
«recluyen» sus absolutas necesidades de transformar las propias condiciones de
clase a través del limitado repertorios de herramientas que quedan cuando se
rompen las trincheras y hay que dejar en el suelo las armas más eficaces. Ni ha-
blar de una conciencia de clase o una integración social en el propio ambiente
de vida cotidiana, o la resistencia de una identidad colectiva que supone un in-
tercambio continuo de valores simbólicos y sociales.
No sorprende entonces que la media de edad de las personas reclusas haya
bajado de casi 5 años: actualmente en prisión la edad media es de 25 años. El
nuevo perfil de prisionero es el/la joven de 20 años, detenido mientras recurre
a la economía informal de la calle para compensar la pérdida de prestigio y res-
peto social debida al empeoramiento de las condiciones laborales y salariales.
Es un estrato en el que se celebra cada día el ritual de interacción social del trá-
fico de droga y de la acción policial, además de ser una mecánica de integración
territorial: una economía ilegal que genera y presta un servicio indispensable
para el desarrollo y la perpetuidad de la economía legal. El otro perfil de prisio-
nero es el/la joven inmigrante obligado a traficar con su propia identidad a la
búsqueda de una legitimidad de supervivencia en un sistema de distribución de
derechos que no lo incluye en cuanto lo ata a una condición de mano de obra
barata de caducidad limitada: el servicio que presta a la economía legal desde su
condición de extranjero es en un tiempo predeterminado. Y subrayamos la de-
tención cada vez más intensiva de mujeres jóvenes que suman años de prisión
por enfrentarse a su necesidad de ruptura con las relaciones familiares, las mis-
mas que las encapsulan en un sistema de gobierno cotidiano muy alejado de la
supuesta paridad de derecho que tanto se propaganda en la retórica del gobier-
no.
En todo caso, el trabajo sigue siendo el lugar central de intervención por
parte de los dispositivos económicos, políticos y culturales. Sobre el trabajo, es
decir sobre los formatos de explotación y precarización que a través del trabajo
cosifican la vida de un/a joven trabajador/a de 25 años insertándolo/a en el pro-
tocolo de sujetivización necesario para la producción, el consumo y el orden, se
configura el único derecho de ciudadanía actualmente accesible para una pobla-
ción excedente. La relación trabajo-ciudadanía es una idea ampliamente trans-
versal, interclasista, compartida por éticas laicas y religiosas. Algo más que una
ideología: es un sentido común, un consenso, una norma de comportamiento y
de juicio completamente incorporada que funciona como dispositivo discipli-
82
con un golpe de estado de la razón, lo verdadero de la punición y lo falso de la
reforma.
Hipótesis de problematización
Una de las principales consignas que Erving Goffman hizo en su texto Asylum es
seguir y ampliar la investigación sobre las instituciones totales. Su análisis empí-
rico sigue siendo todavía un punto de partida indispensable para todo investiga-
dor que quiera desnudar la ideología que sustenta el significado más íntimo de las
instituciones. Según Goffman, para desenmascarar la institución total es suficien-
te traer a la superficie la explícita contradicción que subiste entre la ideología que
la sostiene y la captura de la realidad en que opera. Es aquí donde se revela su va-
lor de uso social: trazar una línea de separación entre norma y desviación para po-
ner bajo custodia todo lo que se sale de la norma. De tal manera, el factor común
que une toda institución total es su «necesidad de punición». Hasta tal punto que
«hay que descubrir un crimen que se adapte a la punición para reconstruir la na-
turaleza del internado y adaptarla al crimen».6 En la toma en custodia de una per-
sona desviante, la institución penal, más que contener el ser desviante del inter-
nado, lo construye y lo dota de una gramática de conducta.
Una serie de disposiciones institucionales, reglas y rutinas formalizadas, in-
ducen en los capturados dos procesos paralelos: por una lado, a través de meca-
nismos de «nivelación» se despoja a los individuos de su yo anterior, su yo civil,
y por otro, a través de la internalización de las rutinas institucionales se re-ins-
tituye el «yo» ahora como «yo institucional». La institución «obliga» a una
normalización de la conducta, por medio de un proceso de subjetivación coac-
tivo, e intenta hacerla punto central en la estructuración de la personalidad del
internado. Los sujetos recluidos-producidos en-por las instituciones totales es-
tán marcados por una escisión básica, es decir, poseen formas de subjetividad re-
gidas por formas binarias. La población de presos, además porque carecen de
alternativas, adopta una actitud frente a la institución que oscila entre la iden-
tificación y la oposición, de modo que a la menor presión, como dice Goffman,
están «dispuestos a recuperar el equilibrio cambiando de posición. De esta forma, el yo
puede manifestarse contra algo».7
La re-construcción de una identidad desviante y su reinserción en el merca-
do laboral y en una economía (sub) existencial, es uno de los principales objeti-
vos del nuevo programa terapéutico impulsado por la dirección penitenciaria.
En una realidad cuya finalidad terapéutica se limita a la custodia de la peligro-
sidad de la desviación, el internado asume la institución como propio cuerpo, es
decir incorpora la imagen que la misma institución propone e impone. En el
caso de algunos de los prisioneros en los que se ha centrado esta investigación,
esta imposición de la prisión fue bloqueada por su respuesta. Lo cual ha signi-
ficado vivir, en la mayoría de los casos, otro umbral de exclusión. Pero para mu-
chos de los que adhieren y pactan, sobre todo los jóvenes reclusos que viven la
«Si se analiza la prisión desde la óptica de las disciplinas, hay que cortocir-
cuitar, podemos decir rodear el punto de vista funcional, recolocando de
nuevo la prisión en una economía general del poder. De repente nos damos
cuenta de que la historia real de la prisión no está ritmada por los sucesos e
fracasos de su funcionalidad, sino que se inscribe en unas estrategias y tácti-
cas alimentadas por sus déficit funcionales.»8
84
do precario, por la informalidad, la flexibilidad y la movilidad de las prestacio-
nes de trabajo. Las nuevas condiciones de la sociedad del capitalismo avanzado
(postfordista) en que el capital «pone a trabajar» la vida indican el clímax de la
subsunción real del capital en la vida social, afectando la definición misma de lo
que conocíamos como ser humano. La esfera productiva encuentra su dinamis-
mo, cada vez con mayor fuerza, de la recodificación de las relaciones entre vida,
trabajo y política y es, por ello, más biopolítica. Además, en la fórmula neolibe-
ral que sustituye el sujeto de derecho por el sujeto de interés, el «espíritu» de la
empresa y el de la cárcel se relacionan directamente dentro de un marco gene-
ral de patologización de las relaciones de solidaridad y de normalización de las
respuestas resistentes.
Debemos, entonces, asumir el desafío de pensar las transformaciones tera-
péuticas en el ámbito penal como parte de unas estrategias de gobierno que no
se entienden o explican a partir de las nociones clásicas de la economía política.
El poder terapéutico reclama otro paradigma. Para pensar la gubernamentali-
dad terapéutica es necesaria la destrucción (el abandono o modificación radical)
de los códigos por las cuales hasta ahora hemos pensado la política. Significa
romper con la idea de la política como una determinación externa al proceso
«natural» de una vida. Significa emprender el rescate político de la vida cotidia-
na, de lo «familiar», de las acciones que permanentemente reconstruyen y ree-
laboran las funciones vitales de nuestra vida gregaria. Lo impuro, lo salvaje, lo
«proto», lo infra-político. El poder terapéutico re-codifica y abre un riesgo
ante el espacio de la política definido por las agencias estatales. Su acción re-
instituye, es un nomos. No pretende «suspender» sino manejar y administrar la
excedencia de procesos energéticos, semióticos y creativos. Preguntamos:
¿Cuánto de estas energías, de estos símbolos y de estas capacidades queda fue-
ra de esta terapéutica del ser? No lo sabemos, pero pensamos que no es algo
que pueda ser aclarado sólo con la teoría. Pero nos parece que proclamar la
confianza en aquello que el poder no capta, no «sabe» o no subsume, es volver
a trazar una solución (abstracta) que nos re-significa (confirma) en nuestra con-
dición de derrota.
86
hace tiempo, los lucrativos negocios de la fractura del Welfare State. Tal como
señala Nikolas Rose:
Mientras los formatos del castigo se reorganizan, a través de una razón medi-
ca que produce su propio régimen de verdad, el diagnostico sustituye la ley, el fe-
nómeno deviene síntoma y lo normal se hace potencialmente patológico. Cuan-
do Michel Foucault afirmaba en su curso sobre el Poder Psiquiátrico (1973-1974)
que la manera de organizar el conocimiento positivo de la vida mental de una
persona se articulaba sobre un conocimiento terapéutico de la experiencia de la
locura, no señalaba simplemente la génesis de las condiciones de posibilidad de
un poder psiquiátrico sino que esta misma génesis estaba constituyendo nuevas
condiciones de ser del sujeto sujetado. Veinte años después Nikolas Rose retoma
esta reflexión abriendo un nuevo campo de análisis que, desde nuestro observato-
rio sobre las mutaciones penitenciarias, suena como un mensaje de alarma:
«Lo que en el XIX y XX siglo será el Hombre, no es otra cosa que una imagen
que queda de la oscilación entre individuo jurídico (que ha sido la herra-
mienta a través de la que la burguesía ha reivindicado el poder) y el individuo
disciplinar (resultado de una tecnología empleada por la misma burguesía
para construir el individuo en el campo de fuerzas productivas y políticas).
Oscilación entre el individuo jurídico, herramienta ideológica de la reivindi-
cación de poder, y disciplinar, herramienta real del ejercicio físico de este po-
der. De esta oscilación entre el poder que se reivindica y el poder que se ejer-
ce, nace la ilusión y la realidad a la que se da el nombre de Hombre.»12
88
Vida
soste-
nible
Marina Garcés
Vida sostenible
Collage de voces e ideas
El ideal ilustrado nos enseñó a pensar por uno mismo. Ahora que todos somos potencial-
mente portadores de una opinión personal e intransferible quizá debamos aprender a
pensar con otros. Por eso este texto es un collage de voces e ideas, un material abierto
para trabajar juntos lo que nos pasa.
Privatización
La sociedad terapéutica nos propone una vida sostenible siempre al borde de la crisis. Se
trata de sostener la vida para no liberarla, de gestionar su equilibrio precario para no
cambiarla. Vivimos bajo amenaza. Y esta amenaza somos ahora nosotros mismos y
nuestra vulnerabilidad. Más que las agresiones externas tememos nuestras grietas in-
ternas, nuestras almas cansadas, nuestra impotencia y nuestra incapacidad.
¿Seré capaz de aguantarlo? Ésta es la pregunta que nos atenaza y frente a ella nos blin-
damos a golpe de terapia. No sé si seré capaz de aguantarlo, pero algo tengo claro: mi
vida no está enferma. Ha sido privatizada. Las terapias a las que entrego mi cuerpo y
mi alma no son por tanto la cura de ningún mal reparable sino la gestión del malestar
que mi vida privatizada me provoca.
91
lógica. Un mundo común no puede estar a disposición del «singular». Esta
es la degeneración del subjetivismo mentalista a través del cual los pensa-
mientos producen el dominio sobre las cosas. La globalización es el fruto de
esta Fantasía Omnipotente».
P. Barcellona, Le strategie dell’anima, Città Aperta, 2003, p. 23
«En la medida en que tanto las personas como las relaciones personales per-
tenecían moralmente a lo no mercantilizable, se condenaba a quienes tras-
gredían abiertamente esa norma. Ahora bien, de acuerdo con la lógica de la
acumulación, el capitalismo ha desplazado esa frontera. Cuando ya no es po-
sible una vida más «auténtica» alejada del capitalismo; cuando se pone en
duda la existencia de bienes no mercantiles (la amistad, la confianza, el cui-
dado), cuyo valor sería irreductible al mercado, ¿qué podrá detener esa lógi-
ca?
Si la explotación alcanza hoy a todas las realidades posibles es porque
adopta una forma tan intensa que afecta a la vitalidad misma, es decir, a to-
das las capacidades de reproducción de las que dispone un individuo. En el
mundo industrial esta forma límite de explotación se producía a través del
agotamiento causado por el trabajo. En el mundo conexionista, ese extremo
se manifiesta en el agotamiento de relacionarse, en la progresiva incapacidad
no solo para crear nuevos vínculos, sino también para mantener los existen-
tes (alejamiento de los amigos, rupturas de lo lazos familiares, divorcio, ab-
sentismo político). ¿No es este el naufragio absoluto, la condición del «ex-
cluido» tal como se da hoy día?»
L. Boltanski / E. Chiapello: El nuevo espíritu del capitalismo,
Akal, 2002, p. 183
Una vida privatizada no tiene lazos ni cómplices en los que confiar. Cualquier rela-
ción se compra y se vende como el último artículo de temporada. Hoy estás, mañana no.
Esto no pone en cuestión la autenticidad de las relaciones, que no es la cuestión intere-
sante aquí. Pone en un primer plano la inestabilidad de no saber con quién se cuenta.
Para vivir con la cabeza alta, para resistir los embates de la propia vulnerabilidad,
92
hay que saber con quién se cuenta y hoy difícilmente lo sabemos. ¿Quién son los nues-
tros?
«Ahora somos todos individuos; no por elección sino por necesidad. Somos
individuos de iure independientemente de si lo somos de facto o no; la autoi-
dentificación, la autodirección y la autoafirmación, y sobre todo la autono-
mía en el desempeño de todas estas tareas, son nuestro único deber domine-
mos o no los recursos que existen en el desempeño de la nueva obligación.
Muchos de nosotros hemos sido individualizados sin convertirnos verdade-
ramente en individuos; muchos más se sienten acosados por la sospecha de
que en realidad no son lo bastante individuos como para hacer frente a las
consecuencias de la individualización (…) Como consecuencia, la mayoría de
nosotros nos vemos obligados a buscar soluciones biográficas a unas contra-
dicciones sistémicas».
Bauman, Z.: La sociedad individualizada, Cátedra, 2001, p. 122
Psique
«El individuo moderno ya no está directamente inmerso en una tradición
particular, sino que se experimenta como un agente universal atrapado en un
contexto particular contingente, y libre de escoger su modo de vida; mantie-
ne entonces una relación reflexionada con su mundo vital, e incluso para sus
actividades más «espontáneas» (la sexualidad, el ocio) se basa en manuales
instructivos. En ninguna parte es más evidente esta paradoja de la reflexivi-
dad que en los intentos desesperados y violentos de salir de los modos refle-
xionados de la modernidad y volver a una vida ‘holística’ más espontánea: re-
sulta tragicómico que también estos intentos se apoyen en una multitud de
especialistas que nos enseñan a descubrir nuestro verdadero yo espontáneo…
Los problemas laborales, las historias de amor, los viajes, el descubrimiento de la na-
turaleza, incluso las formas actuales de militancia, todo es hoy expresión de la bús-
queda de nuestro yo. Cualquier vivencia es valorada a partir del estado anímico que
nos provoca. Pero limitarse a hablar de psicologización de lo social encubre el verda-
dero proceso de privatización de la vida. La psicologización es sólo uno de sus muchos
efectos. Todos tienen que ver con una brutal despolitización de nuestra relación con el
mundo.
94
¿Y cuál puede ser la relación entre psiques?
«La suma de las psiques de los individuos puede formar un manicomio, pero
no una sociedad.»
P. Barcellona, El individualismo propietario, Trotta, 1996
Anonimato
Contra la tiranía de la intimidad y la amenaza de la vulnerabilidad, hay autores que
predican la rehabilitación del espacio público y de su principal protagonista: el ciudada-
no. Recuperar la ciudadanía como modo de articular la sociedad sería la receta para re-
politizar el vínculo con los asuntos comunes. Pero esto presupone mantener la distinción
público / privado que hace tiempo que en el espacio político postmoderno ha dejado de
funcionar. La privatización de la vida se da en público y sobre los asuntos públicos. El
voto y la abstención son hoy una expresión de estados de ánimo, los conflictos laborales
remiten a problemas de capacidades y de personalidad, los desastres colectivos generan
traumas personales, la delincuencia es un problema mental, la educación una discipli-
na de psicólogos, etc. En la dirección opuesta, la casa es hoy «tu república independien-
te»,1 el coche «el espacio vital al que tienes derecho»2 y tu subjetividad tu capital más
importante. Si lo público y lo privado no se distinguen como ámbitos separados, tampo-
co hay una política que oponer a lo terapéutico ni un sujeto colectivo, dotado de concien-
cia y voluntad, que pueda salvar al yo terapeutizado.
La pregunta por lo común debe moverse hoy sobre esta indistinción. Esto implica com-
batir las diferentes formas en las que el nosotros ha sido también privatizado. La glo-
balización es el triunfo de lo privado no sólo porque en ella el individuo singular ha sido
puesto en el corazón del sistema, sino también porque la experiencia del nosotros se ha
convertido en una promesa de refugio. La globalización es un proceso de individuación
de los clientes y de los consumidores a lo largo y ancho del planeta y a la vez un resurgir
de innumerables comunidades cerradas sobre sí mismas. Minúsculas o multitudinarias,
Rompiendo los cercos y trincheras que estas comunidades privatizadas imponen, ¿cómo
pensar en una liberación colectiva de la vida?
96
Desapropiarse, exponerse, alterarse: son los movimientos de un sujeto capaz de ponerse
fuera de sí, tanto individual como colectivamente. Fuera de sí está el anonimato no
como disolución de nuestra singularidad sino como co-implicación en algo que no nos
pertenece y en lo que no podemos reconocernos: el mundo.
«Mi vida tiene que tener un sentido que yo no constituyo, tiene que haber
una intersubjetividad, que cada uno de nosotros sea un ser anónimo en el
sentido de la individualidad absoluta y un anónimo en el sentido de la gene-
ralidad absoluta. Nuestro ser en el mundo es el portador concreto de este
doble anonimato».
Merleau-Ponty, M.: Phénoménologie de la perception,
Gallimard, 1945, pp. 511-512
Interdependencia
«¿Cómo puede ponerse en plural la palabra yo? ¿Cómo puede una acción o
pensamiento humanos ser captado en el modo del «se» (on) si, por principio,
es una operación en primera persona, inseparable de un yo?»
Merleau-Ponty, M.: Phénoménologie de la perception,
Gallimard, 1945, p. 400
La sociedad terapéutica ofrece una vía para poner el yo en plural que es la de reconocer-
se en el sufrimiento del otro como si de un espejo se tratara. La depresión, el stress, la
ansiedad, el pánico o la obesidad del otro me permiten identificar y nombrar mi propio
mal, nuestro mal. Pero como el espejo, ésta es una imagen que nos deja igualmente so-
«La acción común es una acción sostenida por categorías y por una relación
con el mundo y con los otros que la filosofía del Yo y del Otro no puede ex-
plicar.»
Merleau-Ponty, M.: Aventures de la dialectique, Gallimard, p. 263
Para gestionar el malestar puedo contar con la intervención individualizada del espe-
cialista, quien siempre tendrá que colocarse frente a mí, nunca junto a mí. Los especia-
listas organizan hoy nuestra vida en todos sus planos: la comadrona nos dicta cómo ges-
tar y parir, el pediatra cómo alimentar a nuestros pequeños, el monitor y el pedagogo
cómo jugar de niños y con los niños en nuestros ratos libres, el nutricionista cómo coci-
nar, el maestro cómo leer, el médico cómo hacer deporte y vida saludable, etc. En otro
plano de cosas, el economista es quien dicta cómo hacer política, el ingeniero dónde tie-
nen que llevarnos las carreteras y el informático cómo tenemos que comunicarnos con los
demás. El especialista es un «dictador» en el sentido literal de la palabra: nos dicta cómo
vivir, individual y colectivamente. En la relación con él desaparece el lugar para la ac-
ción común y el mundo como aquello que transformamos colectivamente. Nuestra in-
terdependencia se ve mediatizada por su «dictamen».
Diríase que una facultad que nos pareciera inalienable, la más segura entre
las seguras, nos está siendo retirada: la facultad de intercambiar experiencias.
W.Benjamin, «El narrador» en Para una crítica de la violencia,
Taurus, Madrid, 1999
«Durante los dos últimos siglos el curso efectivo del desarrollo social ha con-
ducido hacia una creciente interdependencia de todos los grupos humanos.
La creciente integración de la humanidad –la humanidad no sólo en tanto el
plano de integración más amplio, sino también en tanto el más efectivo– se
muestra en lo bueno como en lo malo. El entrelazamiento global de todos
los Estados se expresa con bastante claridad en instituciones centrales globa-
les que se encuentran en un nivel inicial de su desarrollo.
(…) Una de las singularidades de la situación actual es el hecho de que
también en este plano la imagen del nosotros, la identidad como nosotros de
la mayoría de los seres humanos, va muy por detrás del nivel de integración
real; la imagen del nosotros va muy a la zaga de la realidad de las interdepen-
dencias globales y, por tanto, también de la posibilidad de que grupos huma-
nos particulares destruyan el espacio vital común».
Elias, N.: La sociedad de los individuos, Península, 1990, p. 263
98
«Lo universal como realidad: con ello entiendo la idea de una interdependen-
cia efectiva entre los elementos o unidades a partir de las cuales podemos con-
figurar aquello que llamamos mundo. (…)En consecuencia, las figuras utópi-
cas de universalidad y mundialidad, que proyectaban crear una cosmópolis o
poner a la humanidad en relación consigo misma y a la vez emanciparla, como
una figura simultáneamente natural y moral, pronto se volvieron obsoletas,
sin objeto. No porque finalmente se hubiera confirmado imposible ligar en-
tre sí las distintas partes del mundo en el seno de un espacio único, sino por
el motivo exactamente contrario: porque esa reunión de la humanidad consi-
go misma ya fue efectuada, porque ya quedó a nuestras espaldas.»
Balibar, E.: «Los universales», en Violencias, identidades y civilidad,
Gedisa, 2005, p.157
«El hombre más libre es el que tiene más relaciones con sus semejantes»
Proudhon
«No hay cara a cara sino engranaje: dos experiencias que no coinciden pero
que remiten a un mismo mundo. No hay sólo hombres y cosas sino inter-
mundo: historia, simbolismo, verdad por hacer.»
Merleau-Ponty, M.: «Sartre y el ultra-bolchevismo»,
en Aventures de la dialectique, Gallimard, p. 284
Tacto
«Cada persona, retirada dentro de sí misma, se comporta como si fuese un
extraño al destino de todos los demás. Sus hijos y sus buenos amigos consti-
tuyen para él la totalidad de la especie humana. En cuanto a sus relaciones
con sus conciudadanos, puede mezclarse entre ellos, pero no los ve; los toca,
pero no los siente; él existe solamente en sí mismo y para él solo. Y si en es-
tos términos queda en su mente algún sentido de familia, ya no persiste nin-
gún sentido de sociedad.»
A.Tocqueville
«El cuerpo del otro y el mío son un todo, el derecho y el revés de un solo fe-
nómeno de existencia anónima de la que mi cuerpo es en cada momento el
trazo y que habita los dos cuerpos a la vez»
Merleau-Ponty, M.: Phénoménologie de la perception,
Gallimard, 1945, p. 408
«Dos círculos casi concéntricos que no se distinguen más que por un ligero
y misterioso desencaje»
Merleau-Ponty, M.: «La percepción del otro y el diálogo»,
Prosa del mundo, p. 195
100
«Todas las distancias que los hombres han ido creando a su alrededor han
surgido del temor a ser tocado. Nos encerramos en casas a las que nadie está
permitido entrar y solo dentro de ellas nos sentimos seguros. El miedo alla-
nador se configura como un temor no solo a la rapiña sino también a ser
apresado repentina e inesperadamente desde las tinieblas. La mano, conver-
tida en garra, es utilizada una y otra vez como símbolo de ese miedo.
(…) Cada hombre se afirma en un lugar determinado, y con sus gestos ex-
presa eficazmente su derecho a mantener lejos de si todo cuanto se le acer-
que. Está allí como un molino de viento sobre una extensa llanura, lleno de
expresividad y movimiento; hasta el próximo molino no hay absolutamente
nada. La vida, tal como él la conoce, está hecha de distancias: la casa en la
que encierra su propiedad y su persona, el puesto que ocupa, el rango al que
aspira, todo sirve para crear, afianzar y aumentar esas distancias.
(…) Únicamente de forma conjunta pueden liberarse los hombres del las-
tre de sus distancias.»
Canetti, E.: Masa y poder, Mondadori, 2005, p. 69-74
107
sales para simular que se dialoga con alguien, los SMS, la TDT, el «home cine-
ma», las pantallas gigantes de LCD o de plasma, los móviles con cámara digital
y vídeo, los DVD y los Blue-ray, los artilugios eróticos más avanzados y elegan-
tes (nada de la zafiedad «vintage» de los antiguos consoladores) las nuevas e hi-
per-sofisticadas técnicas de la cocina de vanguardia, el sexo cibernético (con el
que no se corre ningún riesgo salvo el muy real de quedarse encerrado en casa
para siempre), la cirugía estética cada vez más en auge tanto para mujeres como
para hombres, la medicina «anti-aging», etcétera, etcétera; y en el campo su-
puestamente terapéutico, los masajes de todo tipo y procedencia, las flores de
Bach, la psicomagia, las mil y una terapias que florecen como setas, y con algo
más de pedigrí pretendidamente científico, los antidepresivos de última gene-
ración, la PNL (programación neurolingüística) y sobre todo las cada vez más
famosas TCC, es decir las terapias cognitivo-conductuales. Éstas últimas, las
TCC, están adquiriendo un peso tan fuerte y un protagonismo tan avasallador
que conviene que las conozcamos de cerca para entender bien de qué se trata y
poder estar muy alertas. No menospreciemos su poder.
Tanto las neurociencias como el cognitivismo exhiben un modelo de inter-
pretación del mundo mucho más difícil de denunciar que el biologismo simplis-
ta de la primera mitad del siglo XX o el conductismo (tipo «La naranja mecáni-
ca») de hace ya bastantes décadas.
Ha llegado el momento de volver a cierta reivindicación de la llamada «an-
tipsiquiatría». No es extraño que algunos jóvenes estén desempolvando viejos
textos antipsiquiátricos (Laing, Cooper, Bassaglia) y nos pregunten a los super-
vivientes de aquellos tiempos qué queda de aquel discurso crítico contra los
abusos de la medicalización del sufrimiento psíquico. Es el momento de reco-
nocer que los autores de la antipsiquiatría cayeron quizás en algunas ingenuida-
des reduccionistas e hicieron, en ocasiones, un elogio de la locura difícilmente
sostenible en la vida cotidiana; pero, a pesar de ello, la crítica permanente de la
medicalización del malestar psicológico no puede desfallecer. Desde esa pers-
pectiva el psicoanálisis (sobre todo el que se orienta a través de Lacan) es, hoy
por hoy, el reducto más digno y consistente del discurso anti-psiquiátrico, en el
sentido de aquel que puede todavía poner límites a la pretensión de la psiquia-
tría posmoderna de explicar y tratar cualquier conducta humana.
108
movimiento feminista y el progreso de la ciencia (pensemos por ejemplo en las
nuevas técnicas de reproducción asistida que hacen estallar el modelo tradicio-
nal de familia, y también las técnicas de clonación).
Con respecto a la llamada «caída de los ideales» de la que tanto se habla en
los mass-media y en algunos discursos sociológicos, hemos de intentar precisar
de qué se trata. Lo que parece estar ocurriendo no es tanto la desaparición de
los ideales antiguos sino más bien su pluralización, su estallido, coherente con
la llamativa apelación de algunos autores al «fin de la historia», slogan que ha
hecho fortuna en cierto pensamiento reaccionario disfrazado de hipermoderni-
dad.
Ya no hay apenas ideales universalistas, es cierto. En términos analíticos po-
dríamos decir que hoy en día no quedan apenas significantes-amo que univer-
salicen como lo hacían antes, pero por supuesto siguen habiendo significantes-
amo, en realidad tan o más potentes que nunca: lo que sucede es que se han
multiplicado y ya no se pueden poner fácilmente en el lugar que hasta hace muy
poco ocupaban los grandes Ideales con mayúsculas. El «a priori» moral kantia-
no que tenía que servir para todo sujeto parece haber quedado obsoleto. Algu-
nos apuntan a que lo único que todavía desempeña mínimamente esa función es
la declaración universal de los derechos humanos, como una alternativa ética
laica a la moral religiosa perdida.
Hemos pasado además en muy poco tiempo de un paradigma que nos decía
que habíamos venido a este mundo para sufrir (un valle de lágrimas), a otro, os-
curamente mezclado con los imperativos de la sociedad de consumo, que nos
dice que hemos venido a este mundo para disfrutar. Comprobamos día a día
como esa paradójica exigencia de disfrutar está teniendo efectos clínicos indis-
cutibles en muchos sujetos. Al mismo tiempo, los progresos de la técnica nos
impulsan al culto de la avidez: con la técnica, lo posible se vuelve deseable y lo
deseable instantáneamente necesario (como bien saben utilizar los «creativos»
publicitarios). El síntoma de la «hiperactividad» que sufren (supuestamente)
muchos niños actuales y que ha saltado recientemente a los mass-media es una
excelente metáfora de ese empuje feroz a la movilidad y el consumo constantes,
a la cultura del zapping y de lo «fast», de la inmediatez y del no-aburrimiento.
Los que se dedican a la educación y la enseñanza constatan día a día los estra-
gos de todo ello en los adolescentes que tienen en sus aulas.
Igualmente, el fenómeno de la des-responsabilización es cada día más mani-
fiesto. Ya Nietzsche nos había advertido de ese error peligroso cuando escribió
en su «Genealogía de la moral»: «Sufro: indudablemente alguien tiene que ser
el causante, así razonan las ovejas enfermizas». En palabras de Pascal Bruckner,
la tentación de la inocencia es una creciente enfermedad del individualismo ac-
tual que se expande en dos direcciones, el infantilismo y la victimización, dos
maneras de huir de la dificultad de ser, dos estrategias de la irresponsabilidad
bienaventurada. Es algo comprobable también cada vez más en la práctica clí-
Política y psicoanálisis
¿Puede hablarse de «poder» o de «política» en el ámbito psicoanalítico? El úni-
co poder legítimo que podría llamarse de verdad psicoanalítico estaría sin duda
del lado del analizante, pero nunca del lado del analista. El analizante, gracias
al dispositivo analítico, puede transformar las coordenadas del lenguaje a través
del cual él –en tanto sujeto– fue constituido. Ese es su poder. Y el analista, en
base a la ética que debe regir su acto, renuncia al poder de ubicarse en la posi-
ción del Amo. Por ello, Lacan insiste en que el discurso del amo es el reverso
del discurso del analista, y éste a su vez el reverso del Amo. El analista, gracias
a la transferencia, ocupa un lugar de poder respecto de su paciente, pero debe
renunciar a utilizarlo para su provecho personal y/ó para sugestionar al anali-
zante, limitándose a acompañar al sujeto en el atravesamiento de sus fantasmas.
Freud no optó por ningún modelo político o de organización social. Incluso
receló explícitamente de las grandes utopías revolucionarias que se construye-
ron en su época. No obstante, en los textos freudianos hallamos numerosas in-
dicaciones que permiten elaborar un posible tratamiento de lo político desde la
teoría del inconsciente y del goce. Freud es el primero en postular de una for-
ma contundente que todo lazo social se funda sobre la base de una renuncia
110
parcial del goce pulsional. El modo en que las sociedades imponían dicha re-
nuncia ignoraba el «uno por uno» de la particularidad, pero se sostenía sólida-
mente gracias a las fuertes identificaciones a los líderes y/ó a los principios que
éstos representaban. Eso ha empezado a cambiar sustancialmente en los últimos
tiempos. En la actualidad no sólo se reivindican los goces particulares, sino que
incluso se constituyen grupos entorno a algunos goces específicos con la pre-
tensión de acceder a la legitimidad. Un ejemplo extremo es el de un nuevo par-
tido holandés que incluye como propuesta fundamental en su programa políti-
co la legalización de la pederastia.
Más allá de la vigencia estructural de las consideraciones freudianas acerca
de los fundamentos de lo político, sus teorizaciones estaban referidas obvia-
mente a la época en que las sociedades disciplinarias ejercían sobre todo una
función de prohibición y/ó de regulación del goce.
Actualmente la situación es bastante más compleja. El superyo postmoderno
ya no es exactamente prohibidor, se trata más bien de un superyo que empuja a
gozar siempre más y más: de los objetos, de la técnica, del consumo, de la feli-
cidad instantánea, de la supuesta autoayuda, del trabajo, de la imagen.
El declive del Nombre-del-Padre acarrea un fracaso de las formas tradicio-
nales de regulación del goce.
El discurso capitalista del siglo XXI niega lo imposible y pretende apropiarse
de lo real, de forma totalizadora, para que nada quede por fuera de dicho dis-
curso que no soporta la falta.
El psicoanálisis no existe en los países no democráticos. Está ligado, desde
sus comienzos, a la libertad de expresión y al pluralismo. Estuvo prohibido en
la Unión Soviética, y casi no se ha desarrollado en los países musulmanes. En
España, en la larga noche del franquismo, apenas sobrevivió en pequeños gru-
pos que tuvieron una influencia prácticamente nula frente a la poderosa psi-
quiatría nacional-católica y celtibérica.
En la actualidad hay dos países en los que sigue teniendo un protagonismo y
una difusión excepcionales, Francia y Argentina, pero incluso en ellos empieza
a constatarse una implantación cada vez más feroz de las nuevas críticas a la pra-
xis psicoanalítica.
En la medida en que las democracias neoliberales del nuevo milenio son cada
vez más y más totalitarias en su estructura y en su gestión cotidiana, se proble-
matiza la existencia misma del psicoanálisis y los psicoanalistas.
Los psicoanalistas han mantenido siempre cierto grado de extraterritoriali-
dad. Esa separación respecto de las instituciones estatales y de los poderes ofi-
ciales se daba en contextos que respetaban cierta distinción entre lo público y lo
privado.
Una paradoja actual es la íntima coexistencia de un discurso ultra-liberal que
adelgaza supuestamente el papel del Estado en beneficio de la iniciativa priva-
da, pero al mismo tiempo un Estado que no renuncia para nada a su rol de Amo
Lo «auto» y lo «hétero»
Vivimos también en la época de lo «auto»: basta percatarse de la omnipresen-
cia del concepto de «autoestima» (más que de «concepto» habría que calificar-
lo de «emblema») y del éxito abrumador de los llamados libros de «autoayuda».
¿Qué ha sucedido con lo «hétero», con la alteridad, con la diferencia?
El auge de lo «auto» es coherente con el «american way of life» en el que el
mito del «self-made-man» (hombre hecho a sí mismo) es fundamental desde
hace ya muchas décadas. Alguien que se hace a sí mismo es alguien que ignora
112
radicalmente que nuestra constitución como sujetos tiene lugar siempre en el
campo del Otro. Probablemente nos convendría un poco más de «heteroesti-
ma», aunque el espíritu contemporáneo no sea muy propicio a lo «hetero», a lo
otro.
En estos tiempos dramáticamente simplones que nos está tocando vivir, es-
cuchamos por doquier una constante apelación a la «autoestima» como clave de
superación de muchos malestares. Aún y a riesgo de que se nos acuse a los psi-
coanalistas de ser unos aguafiestas o de querer nadar con demasiada frecuencia
a contracorriente, conviene advertir que no siempre es apropiado incentivar la
susodicha autoestima puesto que, en muchos casos, lo único que así consegui-
remos es alimentar todavía más el siniestro narcisismo escondido en todo su-
jeto.
En otras épocas existía un viejo y extraño precepto que nos conminaba a
amar al prójimo como a uno mismo. Tanto Freud como Lacan comentaron en
más de una ocasión la dimensión un tanto estrambótica de ese imperativo. Para
intentar cumplirlo, la primera dificultad estriba en que no está nada claro que
los seres humanos nos amemos de verdad a nosotros mismos. En todo caso hay
que precisar bien de qué clase de amor se trata cuando un sujeto se toma a sí
mismo como objeto de estima. El psicoanálisis desvela en el corazón de cada ser
humano una poderosa fuerza a la que dio un nombre mítico: narcisismo. Pero
el narcisismo que nos habita no es una simple e inocente manera de querer-se o
de gustar-se. Lacan decía que la experiencia analítica ilumina en el fondo del
hombre lo que podemos denominar el odio de sí. Ya en el relato del mito se ve
con claridad como se trata de una fuerza que puede llevar hasta la muerte: Nar-
ciso queda capturado en la fascinación mortal de su propia imagen.
Reconozcamos que, más allá de las aporías referidas al amor propio, tampo-
co es nada fácil transitar el camino del amor al otro. La historia nos demuestra
cómo a menudo lo que nos resulta más difícil es precisamente la convivencia
con aquellos que están más cerca de nosotros o incluso más se nos parecen (un
ejemplo muy claro de ello es el de los árabes para los españoles). Aunque en el
racismo subyace un temor profundo a lo diferente (sostenido con frecuencia
por la suposición fantasiosa de un goce también diferente, y por supuesto siem-
pre superior) nuestra ambivalencia frente a lo distinto se camufla y se sublima
con frecuencia en el interés por lo «exótico». Pero aquello que Freud bautizó
como «el narcisismo de las pequeñas diferencias» es uno de los ingredientes
esenciales en la dificultad cotidiana de soportar a esos otros que se nos parecen
tanto que son casi como nuestro reflejo. El yo de cada uno se ha forjado con
materiales procedentes de los otros, de los semejantes que han actuado como
espejos constituyentes. Todos somos múltiples y todos tenemos una parte ex-
tranjera en nuestro propio interior. Solamente si somos conscientes de ello po-
dremos abordar de una manera realista ese viejo y extraño precepto, y no que-
darnos atrapados en las redes del narcisismo. La psicoanalista Colette Soler ha
114
jóvenes (médicos, psicólogos, pedagogos) ante la incertidumbre de la clínica co-
tidiana.
116
presentaciones ocultan. Ese es uno de los retos fundamentales para el análisis
contemporáneo, estar a la altura de esas nuevas demandas, reivindicando su efi-
cacia terapéutica específica, pero a la vez sin olvidar nunca su dimensión sub-
versiva respecto del saber y del deseo.
Encantadores y desencantados.
Materiales para una crítica del pensamiento
mágico como forma de terapia.
No se combate ni se desalienta la estupidez y la
ignominia prohibiéndoles expresarse: la mejor
crítica a un estado de hecho deplorable consiste
en crear la situación que lo remedia. La infamia,
el pensamiento innoble, son las sanies de una sen-
sibilidad herida.
Raoul Vaneigem
121
No obstante, varias son las premisas erróneas que manejan todos estos interro-
gantes y que neutralizan por tanto su potencia crítica. En primer lugar, el es-
cepticismo que maneja la postmodernidad es un escepticismo zafio, es decir,
nada parecido al concepto tal y como se conoce en la antigüedad grecolatina; a
esto se añade que su descreimiento es igualmente falaz, pues no logra trascen-
der la mera pose intelectualista. Esto ha propiciado que lo que se prometía
como una crítica y superación de la Modernidad como tal, haya sido un fraude
que ha engordado los bolsillos de numerosas voces de una postmodernidad co-
laboracionista de todo aquello para con lo que se pretendía corrosiva. Por lo
que a la implicación colectiva se refiere la presente tentativa dejará al descu-
bierto las carencias a las que se enfrenta el pensamiento mágico con respecto al
concepto de lo colectivo, pues, si bien es cierto que propicia una movilización
común, es igualmente cierto que no involucra la colectividad –más que en el rol
de la participación–, sino que justamente implica su disolución en individuali-
dades fragmentarias y fragmentadas a través de los procesos de mixtificación
que pone en marcha.
¿Cómo triunfa un discurso así? O mejor aún ¿Cómo no? Un análisis en tér-
minos terapéuticos de la actual sociedad deja entrever que todas las condiciones
sociales han convergido en la fabricación y asunción de un pensamiento tal. No
son falsos profetas, esta expresión es ya de por sí y de todo punto contradicto-
ria, pues alude a una posible veracidad de la figura profética. Son, pues, profe-
tas en toda regla y obviamente hacen su particular agosto en una época hastia-
da de medicaciones y terapias, pero cada vez más necesitada de todas ellas;
abandonada a sujeciones que proliferan innumerables.2 Como dijera Nietzsche
en Sobre verdad y mentira «el hombre mismo tiene una invencible inclinación a
dejarse engañar y está como hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le na-
rra cuentos épicos como si fuesen verdades, o cuando en una obra de teatro el
cómico, haciendo el papel de rey, actúa más regiamente que un rey en la reali-
dad.»3 El problema, entonces, no reside en la ficción sino en el olvido de ella.
La crítica que aquí ponemos en juego se arma desde la filosofía, ya que, hoy por
hoy, es el único lugar habilitado como máquina de desmixtificación.
122
lización como posicionamiento frente al hecho de que sacrifica la curación en
función de ciertos intereses. Esto presupone en la mayoría de los casos una po-
litización, voluntaria o involuntaria, cuyo vector apunta a la crítica de la medi-
cina en general y de la psicología y la psiquiatría en particular, como adminis-
tradores de la vida y por tanto como ejercicio de poder. Es, sin duda, lo más
llamativo e inédito del furor que este tipo de pensamiento provoca, que sus de-
mandantes son, por lo general, un público al que se le presuponen una serie de
herramientas para combatir las mixtificaciones, al menos para poder identifi-
carlas y resguardarse de ellas. Así pues, aquellos que hoy se sienten solidarios de
la plegaria renacida, no reconocen en ella sus elementos mixtificantes. A medio
camino entre el arte, la mística y una interpretación libre del inconsciente, el
pensamiento mágico recompone la realidad a base de símbolos olvidando su ca-
rácter simbólico; aspira al poder de la sanación chamánica a golpe de interpre-
taciones más que cuestionables del inconsciente y, lo peor de todo, administra
la cura a partir de un discurso mixtificador que se pretende abiertamente libe-
rador y científico. «Psicomagia: –…– su finalidad es sanar los bloqueos mate-
riales-corporales, sexuales, emocionales e intelectuales que nos impiden reali-
zar nuestro destino en la vida.»4
Como toda mixtificación que se precie, el pensamiento mágico, consta de
dos partes fundamentales: a saber, pretender realizar una ficción –es decir, ha-
cerla pasar por real– y, en segundo lugar, amparar, promocionar y conseguir
una serie de intereses directos e indirectos. En este caso, la primera de las par-
tes de la estructura está sobradamente justificada, mientras que la segunda se
dirime entre el simple beneficio económico –millones ya a estas alturas–, la
promoción personal a través de la estructura mediática y la generación de una
personalidad carismática al estilo weberiano. En un segundo plano se esconde,
por supuesto, el hecho de que indirectamente administra otro tipo de poder,
aquel que bajo la bandera de la curación gestiona la vida y el dolor de tal forma
que generen cualquier cosa menos cura. El pensamiento mágico produce seres
dependientes, emocionalmente taimados y abocados a entregarse a una medica-
lización de la vida aún más antigua: la creencia. A este respecto, el pensamien-
to mágico confunde tres órdenes diferentes, no sólo por ignorancia o descono-
cimiento, sino, antes bien, por interés y pervivencia; a saber, lo real, lo
imaginario y lo simbólico. El pensamiento mágico, y con él la psico-magia, nece-
sitan de lo imaginario para hacerlo pasar por real, pero a la vez abordan lo sim-
bólico como si de la realidad misma se tratara, operando con uno y otro orden
al mismo nivel y de forma totalmente caprichosa.
124
interés real del pensamiento mágico, dominar, gestionar y controlar las vidas;
producirlas en definitiva. La creencia puede no resultar un problema cuando se
gestiona a título personal, pero se convierte en un verdadero nudo de poder
cuando se gestionan colectividades a través de su instrumentalización. La aren-
ga de la psicomagia es «hay que vencer el miedo» y es aquí donde se encuentra
la movilización que provoca ¿Quién podría oponerse? Con todo, propone rom-
per las cadenas para tenernos bien atados al destino que sólo ella descifra, com-
prende y maneja; al conocimiento que sólo los ministros de su religión prescri-
ben. Vencer el miedo no es en ningún caso girar la vista atrás para ver que el
Padre aguarda para amortiguar la propia caída.
Lo frívolo del asunto reside en que la fascinación por el personaje –el psico-
mago– se produce porque el público demandante de una actividad tal, la consi-
dera como algo de peso, sustancial y espiritualmente elevado, algo que aspira a
confrontarse con la esencia de lo humano. Sin embargo, es eso mismo, lo que la
convierte en una actividad despreciable. El pensamiento mágico configura una
esencia completa y finalizada para el hombre, lo dota de sentido y lo empuja ha-
cia una psicosis simbólica en la que su realidad pierde cuerpo y se desmorona,
pues todo puede formar parte de esa estructura triádica (lo simbólico); sólo así
puede manipular sus emociones. La identidad es para la nueva redención algo
meramente simbólico y como tal será tratada. Desea trascender la apariencia,
pero la esencia que codicia es algo insustancial, pues lo que le interesa es el ma-
nejo pero no la esencia misma; se trata de un alarde de conocimientos, de una
exhibición, pero nunca de curación o amor al conocimiento.
126
pensamiento mágico es tan incuestionable como libre es la interpretación y uti-
lización que de esa herencia realizan. Performances y happenings son el vínculo a
través del cual se utiliza la teatralización para coaligar arte y pensamiento má-
gico. Lo más lamentable es que parte del mundo del arte esté haciendo el juego
a individuos que sólo tratan de lucrarse con el malestar ajeno, creyendo que en
realidad se trata de una nueva propuesta artística o de una espiritualidad ino-
cente y pura. La realidad termina por ser sensiblemente diferente y demuestra
que no hay diferencias serias entre el pensamiento mágico y cualquier vidente
de los que se anuncian en televisión, más allá de lo meramente estético y de la
potencia de las herramientas que ponen en funcionamiento. Incautos unos por
incapacidad crítica; otros más incautos aún por esnobismo o porque confiaron
en un excedente de criterio. ¿Cuál es, pues, el error?¿La utilización de un me-
dio como la performance o el happening? No. El error reside en su administración
médica por parte de un profeta cuya interpretación trascendente de la realidad,
genera únicamente la sumisión de la materialidad del mundo a un orden simbó-
lico; orden que, por supuesto, sólo sabe interpretar el oráculo, la autoridad pro-
fesional, que no se somete a crítica alguna ni está regulado por una comunidad
cognoscitiva, pues como si de un poder divino estuviera investido administra y
receta su conocimiento para redimir el mundo y sanar a los enfermos. «[…]
Cualquier persona que se declare psicomago o proponga consejos de psicoma-
gia es un mentiroso –quizá aquí reside la clave de toda la cuestión–. La psicomagia
aunque tenga rasgos humorísticos y surrealistas, es un útil de terapia en extre-
mo peligroso. Necesita de años de estudio por el momento sólo yo, mi hijo
Cristóbal Sol, y mi esposa Mariana Costa podemos ejercer la psicomagia. No
existe ninguna escuela de psicomagia que yo haya autorizado. Los que anuncian
esta escuela o son ingenuos o son astutos comerciantes.» El saber sólo lo admi-
nistra el sacerdote.
Mientras que la medicina convencional incluso la psicología clásica han evo-
lucionado –o al menos tratan de evolucionar– hacia administración de la reali-
dad material provocando la respuesta del paciente-cliente para que éste gestio-
ne su vida de forma independiente; en la psicomagia y el pensamiento mágico
se promociona y vende la autoayuda y el auto-conocimiento de forma falaz, ya
que es siempre un conocimiento dirigido e inaccesible para el iniciado. Tras la
supresión de toda la categorización médico-psicológica existe un interés por
confundir y aparentar que se trata de algo distinto a la medicalización de la
vida; sin embargo, encontramos algo más nocivo aún y es que se hace de forma
encubierta y totalmente amateur. De hecho, la psicomagia fomenta justamente
un endurecimiento de la barbarie psicológica que ella misma persigue y critica.
Se trata de una policía de las emociones que no aspira más que a fortalecer el
criterio de autoridad hasta hacerlo inaccesible e impermeable a la vez que gene-
ra una serie de mutilaciones emocionales y afectivas para seres que creyendo es-
tar embarcados en un proceso de emancipación subjetiva, están realmente cada
128
der hacia un efecto a largo plazo, manipular el inconsciente y el consciente
sólo a través de actos simbólicos. La curación supone someterse a la autoridad
y leer la totalidad de los problemas en términos médicos, para solucionarlos
esta vez ya no entregándose a la ciencia, sino entregándose a un proceso mix-
tificador, desrealizando la realidad y por supuesto despolitizando la propia
vida; o lo que es lo mismo imposibilitando el hacerse cargo del propio querer
vivir. No se inauguran espacios liberados para el individuo, desligados de cual-
quier criterio de autoridad, se pretenden seres cada vez más desligados de la
realidad, pero a la vez más sujetados y que realmente no superan sus malesta-
res, sino que se ven amparados en su fascinación por un personaje y por su
confianza en una personalidad carismática. Existe una sensación de pertenen-
cia porque, a pesar de que la psicomagia se promocione como un conocimien-
to fundamentado, se gestiona realmente como una creencia, es decir, al estilo
de sectas y religiones. Es la estructura de la espera la que se habita y habilita
entonces. El problema no se soluciona, el malestar no desaparece sino mo-
mentánea, parcial y temporalmente, pues sólo funciona mientras el criterio de
autoridad no se desmorone, es decir, en este caso, mientras siga al amparo de
la cobertura mediática. La solución a nuestro malestar no puede ser simbólica
porque nuestro malestar no es simbólico. La ansiedad, el miedo, la depresión,
la soledad, el dolor, el suicidio, la imposibilidad de trascender hacia los demás
o hacia nosotros mismos… Nuestra castración, en definitiva, nuestro celibato
emocional y afectivo, no son simbólicos aunque puedan expresarse, manifes-
tarse o darse bajo esa forma. Nuestras heridas son reales, nuestros cuerpos su-
puran el malestar que deglutimos.
130
actitud frente a la existencia y frente a la totalidad de lo que hay, un arte de vivir; mien-
tras que en la actualidad no pasa de ser un reflejo de la incapacidad para comprometerse
con la propia vida, para asumir una politización existencial que renuncie a la producción
en serie de modos de vida a la que nos somete el capital.
5. La propuesta de una sociedad que a mayor sujeción más abandonada está, es una tesis
que actualmente trabaja Santiago López Petit, en su último trabajo La movilización glo-
bal, de próxima publicación.
6. Nietzsche, F., Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, tecnos, Madrid, 1998, p. 35.
7. Jodorowsky, A., en www.clubcultura.com, Canal Jodorowsky.
8. En Weber hay una clasificación de las personalidades políticas en función de tres ca-
racteres.
9. Remito en este punto a un texto ya clásico con relación a este tema y reeditado, tra-
ducido nuevmente por José Luís Pardo e incluido en la colección de escritos de Gilles
Deleuze La isla desierta, publicada en 2005 por pre-textos. Me refiero a ¿En qué se recono-
ce el estructuralismo?
10. Véase www.clubcultura.com, Canal Jodorowsky.
11. Nosotros diríamos, antes bien, «No temas al fracaso. El fracaso no es más que el tes-
tigo de la grandeza de tu empresa»Dinero Gratis. Véase el blog de Dinero Gratis.
12. Las referencias a este respecto son mayores en Política V (VIII), 5-7 y también V
(VIII) 1342 a 7-11 y 1342 a 11-15., que en Poética donde se presenta más la vertiente edu-
cativa de la tragedia a partir del concepto de mímesis. En cualquier caso, también se abor-
da la tragedia como la catarsis de las pasiones trágicas. Existe una doble línea dentro de la
historiografía aristotélica, por un lado, los que entienden la catarsis como purificación y
los que leen la catarsis como purgación. A este respecto resulta esclarecedor el estudio
introductorio que realiza Salvador Mas, en la edición de la Poética, Biblioteca nueva, Ma-
drid, 2000.
13. Rodríguez García, J.L., Antonin Artaud, Barcanova, Barcelona, 1981, p. 58
14. Fundado por Hugo Ball en Febrero de 1916 el Cabaret Voltaire, destacó más que
como espacio físico, como un lugar para la experimentación, donde el grueso de lo que
fue Dadá desarrolló sus actividades artísticas y políticas. A Ball, se le unieron poco des-
pués Tristán Tzara, Hans Richter, Marcel Janco, Hans Harp. El Cabaret se inauguró el
cinco de febrero con obras de Openheimer, Harp, Junco, lectura de textos de Jarry, Apo-
llinaire y Voltaire, lo que da una idea de la vanguardista mixtura político-artística, que
allí iba a darse. Para una perspectiva más amplia y certera sobre el Cabaret Voltaire en re-
lación con Dadá véase Elger, Dietmar, Dadaísmo, trad de Pablo Álvarez de Ellacuría, Tas-
chen, 2004.
15. Bajo mi humilde perspectiva incluso en la raíz chamánica Artaud se adelantó en su
andadura por Nuevo México.
16. En la edición digital de El Mundo de 24 de agosto de 2002 podíamos leer, «A ojos
de Alejandro Jodorowsky la creación es casi un medicamento». Véase elmundolibro.com.
17. Y mucho menos al estilo de la interpretación medicinal que de ella hace el pensa-
miento mágico. Se trata de una expresión de la potencia corporal.
18. Ibid, p. 65.
19. Jodorowsky en Canal Jodorowsky en www.clubcultura.com. La cursiva es mía.
20. Véase la entrada dedicada a Jodorowsky en la Wikipedia.org.
21. Ibid, p. p.64-65.
132
La te-
rapia
cósmi-
co-im-
perial
Erik Bordeleau
La terapia cósmico-imperial de
Peter Sloterdijk
I. Terapéutica vs. política en la obra de Sloterdijk
1. Ya en su primera obra, su célebre Crítica de la razón cínica, Sloterdijk estable-
ce una distinción polémica esencial que tendrá valor programático: «La Aufklä-
rung psicológica y la Aufklärung política son adversarios: no sólo compiten en-
tre sí por la energía libre de los individuos, sino que a menudo colisionan en su
objeto.»1 Estigmatizando la candidez psicológica de la vieja noción de política
y afirmando que las psicologías de las profundidades son, por así decirlo, el co-
razón pensante de la modernidad, Sloterdijk desarrollará progresivamente un
pensamiento de lo terapéutico, del que cabe decir que constituye el rasgo más
determinante de su obra.
135
3. Esta crítica radical de lo todo-político efectuada desde el campo de lo te-
rapéutico constituye uno de los gestos esenciales del pensamiento de Sloterdijk
¿Qué es lo que está en juego en esta contestación radical de las pretensiones de
lo político? A pesar de la referencia implícita a una cierta forma de resentimien-
to (« encontrar al culpable »), nos equivocaríamos gravemente sobre la natura-
leza de esta crítica si la redujésemos a una simple tentativa de psicologización.3
Esto nos llevaría, entre otras cosas, a perder de vista los motivos teológicos y
religiosos esenciales en el pensamiento de lo terapéutico, de los que Sloterdijk
se reclama explícitamente. O más bien: si Sloterdijk pretende revelar mecanis-
mos que han permanecido inconscientes en lo político, es generalmente para
poner en evidencia –en la más pura tradición de la Aufklärung psicológica– «la
función de lo político como teología de sustitución».4 Este tipo de acercamien-
to entre lo político y lo religioso retorna a lo largo de toda su obra: esto es así
en la medida en que, como él mismo reconoce, se sitúa en el ojo del huracán de
las religiones, «tan en el interior que la religión ha desaparecido». Por lo de-
más, su proyecto permanecería ininteligible si no considerásemos que Sloter-
dijk piensa justamente a partir del punto «desde el que se formulan religiones
positivas».5 Esta singular postura en el campo filosófico contemporáneo expli-
ca en parte la virulencia de su crítica al libro Empire de Hardt y Negri –esa «Bi-
blia del altermundialismo», o así pudimos leerlo en la cubierta de su edición
francesa de bolsillo–, obra que el autor juzga, de manera tajante, portadora de
una dimensión religiosa inasumida:
«Este «imperio» no puede ser pensado más que singularmente y con un ca-
rácter estrictamente ecuménico (…) Del mismo modo que, a menudo, la Igle-
sia no puede distinguirse del mundo frente al que pretende resistir, tampoco es
posible recortar claramente la multitud del universo del capital del que ésta
quiere alejarse (…) Sólo una decisión mística permite a los miembros de la af-
fluent left saber que aún se encuentran a la izquierda (…) Utilizan como punto
de apoyo una observación introspectiva, el hecho de sentir en ellos un puro ser-
contra: cuando el enemigo contra el cual uno se levanta ya no tiene contorno,
el afecto del «contra» debe bastar: this being against becomes the essential key to
every active position in the world… De facto, estos against-men, con su pertenencia
a la Iglesia de oposición, son como todos sus contemporáneos, clientes ambiva-
lentes de la circunstancia.»6
136
pasión totalizante de lo político no deja lugar a dudas, tanto a nivel teórico (di-
visión del mundo entre imperio y multitud), como práctico (la verdad subjetiva
del ser-contra como fundamento de una posición activa en el mundo).
«la idea imaginaria del todo tal como nos es dada por el cuerpo, como apo-
yándose sobre la buena forma de satisfacción, sobre lo que, en última instan-
cia, hace esfera, siempre ha sido utilizada en la política por el partido del sa-
cerdocio político.»8
5. Pero más allá de esta distinción preliminar entre las dos Aufklärung, que
manifiestamente comparten Lacan y Sloterdijk, el comentario de Lacan revela
una profunda discrepancia frente a la cuestión del cuerpo y su relación con la
totalidad. Lejos de ser una cuestión marginal, aquí se esboza probablemente la
línea divisoria esencial del pensamiento filosófico-político continental contem-
poráneo, y no sería forzar demasiado el tiro hacer remontar su origen (al menos
parcialmente) a Lacan. Esta línea divisoria, someramente ilustrada aquí, sitúa a
un lado a Badiou, Zizek y Rancière –los dos primeros reclamándose directa-
138
paciones «una verdad tal que pueda leerse en la trama de los actos realizados y de
las posturas corporales.»12 En su Metamorfosis del cuerpo, José Gil desarrolla una
lectura extremadamente interesante de la relación entre cuerpo, poder y tera-
péutica, que merece ser extensamente citada:
«El poder terapéutico aparece como un eje esencial alrededor del cual se
despliegan todos los campos donde se manifiestan efectos de poder. Como si
la cuestión de la potencia o de la impotencia de tal organización política o
económica tuviese repercusión (y/o tuviese su origen) en mecanismos pues-
tos en marcha en la terapia. No por casualidad el AntiEdipo de Deleuze y
Guattari lleva como subtítulo «capitalismo y esquizofrenia», y el movimien-
to de esta obra es un constante ir y venir entre el campo terapéutico y el
campo del poder social y económico: esto es así porque en el centro de la cues-
tión del poder se sitúa la cuestión de la potencia del cuerpo, de su energía y del ré-
gimen de circulación al que se ve sometida según las distintas organizaciones
de poder con las que trate.»13 (El subrayado es mío)
140
taoísmo se trata todavía y sobretodo de desarrollar una práctica de sí que per-
mita pasar de la potencia interna al poder sobre el mundo. La «potencia», de
( , que es el «te» que encontramos en el título de la célebre obra atribuida a
Lao-tseu, el Tao Te King) aparece como un punto de convergencia donde se
encuentran el ejercicio espiritual y la práctica política. Esta potencia es, por de-
finición, la del centro: mantenerse en el centro es un modo de comprender el
mundo, de llevarlo en sí.15
4. Uno de los gestos que caracterizan mejor la acción del buen soberano en
el taoísmo viene expresado por el carácter zhi, , que designa una acción cura-
tiva y ordenadora: reglamentar, controlar, curar, ordenar. Esta acción terapéu-
tica se aplica tanto sobre uno mismo como sobre los demás, de un modo que
nos recuerda el modelo de gobierno de sí y de los otros que Foucault ha puesto
en evidencia en sus trabajos sobre las prácticas de sí en la antigüedad greco-ro-
mana.17 No está de más añadir que zhi se encuentra en el término compuesto
que generalmente se traduce como «política», zhengzhi, . El origen de zhi
nos retrotrae directamente a los grandes trabajos hidráulicos bajo responsabili-
dad imperial –el radical en el término que se encuentra a la izquierda, significa
«agua». Podríamos así traducir zhi por «gestión o tratamiento de flujos», lo
que nos revelaría una proximidad insospechada con las teorías cibernéticas que
se hallan en la base del poder terapéutico contemporáneo. El modelo de go-
bierno terapéutico taoísta utilizado en modo prospectivo para dilucidar nuestra
situación actual nos conduciría pues a constatar lo siguiente: que la vida se haya
convertido en un quehacer administrativo (gestionar las emociones, los proyec-
tos, etc.) es incomprensible si simultáneamente no se entiende que el mundo en
sí también requiere de una terapia cósmica –exactamente lo que propone Slo-
terdijk.
142
suelta en todo esto es, sin embargo: ¿cómo pensar un concepto de interrupción sufi-
cientemente tajante en el interior de un paradigma cibernético-doméstico? Es la cues-
tión del cómo de la desmovilización –cuestión política por excelencia en nues-
tros días– que, finalmente, se revela incompatible con el paradigma
terapéutico-imperial de Sloterdijk.
2. Aquí se encuentra una línea de tensión que atraviesa toda la obra de Slo-
terdijk, y que lleva potencialmente a un pensamiento regenerado de lo político
–una política de la venida al mundo como interrupción radical del servicio me-
diático-identitario–.23 Para Sloterdijk, el nacimiento es el punto donde coinci-
den la filosofía de la existencia, el psicoanálisis y la historia discreta de las civi-
lizaciones. Toda su obra viene marcada por la tentativa de desarrollar un
lenguaje que deje más espacio a la fascinación por los nacimientos y las venidas
144
a los mundos. El nacimiento en Sloterdijk constituye algo así como una fuente
subjetiva de revolución. En su combate contra los mass-media fascistizantes y
su obsesión por la pertenencia, Sloterdijk muestra como lo que describe como
uterothopos nacional-políticos con su función de incubadora, constituyen la
forma política de la imposibilidad de devenir adulto. Infantilización pero me-
diática. Aquí se pone en juego la nación (etimológicamente, el nacimiento). En
negativo, encontramos ahí una definición del devenir-humano (adulto) que vin-
cula directamente política, nacimiento y existencia en una relación irreductible
al afuera.
butochild@no-log.org
1. Peter Sloterdijk, Critique de la raison cynique, Christian Bourgeois éditeur, París, 1987,
p. 121 (Tdt.).
2. Peter Sloterdijk, Le penseur sur scène, Christian Bourgeois Éditeur, París, 1990, pp.
197-198 (Tdt.).
3. Queda por ver hasta dónde llegará el último libro de Sloterdijk, Zorn und Zeit. Poli-
tisch-psychologischer Versuch (Ira y tiempo. Ensayo psicopolítico, no disponible por ahora en
castellano) en su identificación enteramente nietzscheana de la política revolucionaria
con el resentimiento.
4. Critique de la raison cynique, p. 563 (Tdt.).
5. Peter Sloterdijk, Essai d’intoxication volontaire, Hachette littérature, París, 2001, p. 126
(Tdt.).
6. Peter Sloterdijk, Sphères III. Écumes, maren Sell, París, 2005, pp. 730-731 (Tdt.).
7. Sloterdijk atribuye a Lacan esta inversión de la fórmula freudiana en Ni le soleil ni la
mort.
8. Citado por Paul-Laurent Assoun, «De Freud à Lacan, le sujet du politique», en Jac-
146
VOCES
Pros-
pecto
Laia Manonelles Moner
Sé enfrentarme a la desgracia,
Soportar malas noticias,
paliar la injusticia,
llenar de luz el vacío de Dios,
elegir un sombrero de luto que favorezca.
¿A qué esperas?,
Confía en la piedad química
Todavía eres un hombre/ una mujer joven,
Debes seguir en la brecha.
¿Quién dice
que vivir requiere valor?
Dame tu abismo,
Lo acolcharé de sueño,
me estarás para siempre agradecido/agradecida
por las patas sobre las que caer de patas.
Véndeme tu alma.
No te saldrá otro comprador.
No existe ningún otro diablo.
SZYMBORSKA, W. (1997: 76) Paisaje con grano de arena (tr. de Ana María
Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski), Editorial Lumen, Barcelona.
151
Actualmente, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión
es el mayor problema sanitario de los países occidentales, siendo los Estados
Unidos la nación que cuenta con más ciudadanos depresivos.1 Pero, ¿cuáles son
las causas que originan el malestar en los países del llamado «primer mundo»?
Los estados depresivos y las crisis de ansiedad se manifiestan en un contexto al-
tamente agresivo y competitivo que provoca, a quienes no siguen los «modelos
establecidos» –ya sea en el ámbito social, laboral o personal–, una baja autoes-
tima, potenciada por un entorno que se caracteriza por la intolerancia al fraca-
so, al sufrimiento y al malestar. Porque, ¿cómo se afrontan los conflictos perso-
nales y las crisis de ansiedad producidas por el estrés, el acoso laboral y otros
desamparos? Acudiendo a un centro de atención primaria en busca de compri-
midos, o bien recurriendo a psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas u otras tera-
pias. El papel del mediador es imprescindible, las depresiones son diagnostica-
das, interpretadas y homogenizadas por dicho intermediario. Puesto que el
dolor se considera como algo ajeno, ya no es propio, tiene que ser tratado por
una tercera persona y extirpado.2 Cabe destacar que en los denominados «paí-
ses desarrollados» un tanto por ciento elevado de la población padece depresio-
nes –sólo en España, en el año 2006, se consumieron 35 millones de tranquili-
zantes–, estando absolutamente normalizado el uso y abuso de psicofármacos.
En definitiva, la desazón, el dolor y el descontrol deben aprender a ser contro-
lados para poder continuar con la rutina cotidiana e ir a trabajar.
En tal contexto surgió el proyecto Prospecto que nace de la voluntad de re-
apropiarnos del malestar y reflexionar sobre la prescripción y el consumo ex-
cesivo y, a veces, hasta bulímico de antidepresivos y ansiolíticos. Para abordar
este tema parto de una serie de entrevistas filmadas a personas que consumen
o han consumido este tipo de fármacos. Los entrevistados pertenecen a mi
entorno directo, es decir, familiares, amigos y conocidos, pues la finalidad es
construir un árbol de relaciones donde se pueda constatar que –en el micro-
contexto de cada individuo– está absolutamente normalizado el consumo de
medicación farmacológica, que a menudo palia el síntoma pero no la enfer-
medad.
En las entrevistas he realizado las mismas preguntas a todos aquellos que han
participado, recordando que es un proyecto que está en curso y continúa des-
arrollándose. Las preguntas son directas y sencillas: «¿Qué pastillas tomas?»,
«¿Desde cuándo?», «¿Por qué te prescribieron psicofármacos y cuál fue el pro-
ceso; fue el médico de cabecera el primero en recetarlas o bien el psiquiatra?»,
«¿Qué efectos te provoca la medicación?», «¿Cómo ha sido la evolución desde
que iniciaste el tratamiento?», «¿Cuál es el seguimiento y cuántas veces has cam-
biado de fármacos durante el tratamiento?», «¿La medicación farmacológica va
acompañada de algún tratamiento psicológico o bien de otras terapias?»,
«¿Cómo reacciona tu entorno familiar, laboral y de amistades respecto al hecho
de que te mediques?», «¿Cuándo considera el psiquiatra que será factible dejar
152
de consumir ansiolíticos y/o antidepresivos?», «¿Crees que hay consciencia de la
estrecha conexión que existe entre el malestar individual y el social?»
Este conjunto de entrevistas no pretende ser ni un estudio estadístico, ni clí-
nico, ni antropológico, ni quiere realizar juicios de valor sobre la utilización co-
rrecta o incorrecta del consumo de comprimidos. Simplemente es una muestra,
un zoom, una columna estratigráfica en el mapa de un conjunto de individuali-
dades que construyen un conflicto colectivo. Pues uno de los objetivos es cons-
truir un espacio para exteriorizar, hacer público y compartir el malestar, que
siempre permanece en el ámbito de la privacidad –silenciado en centros y con-
sultas de psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas– devolviendo así a la sociedad
un problema colectivo, sistémico, al cual se pretende dar soluciones individua-
les dentro de la voluntad de «privatizar la experiencia».3
Para exponer las reflexiones de las personas entrevistadas transcribiré frag-
mentos de las entrevistas de manera transversal, estructurándolo en tres blo-
ques temáticos. Recordando, insistiendo en que este proyecto no pretende
plantear conclusiones, pues es un punto de partida para continuar reflexionan-
do sobre la gestión de la angustia existencial.
Ignasi
Entrevista realizada el 7/8/ 2007
Medicación:
Mañana: Vandral Retard 75, Vandral Retard 150
Noche: Idalprem 5, Sedotime 15
La medicación la complemento con una terapia de pareja, una terapia de grupo y una
terapia individual con una psicóloga, pero es insuficiente. Pues en la metodología de
trabajo de la seguridad social, por motivos económicos u otros, no se realizan terapias
una o dos veces por semana durante varios años, pues las cuestiones de «la cabeza» son
muy complejas y no pueden ser abordadas directamente. Sí que me ha ido bien en el sen-
tido de limitarme, es decir: «Olvídate de los terribles y eternos problemas que tienes y
aborda el día a día. Debes trabajar, debes hacerte cargo de tu hijo, debes hacer una bue-
na separación.» Esto me sirve y en esto insiste y consiste la terapia. Tengo un poco la
sensación de que hay un objetivo, y no soy malo y reconozco el buen trabajo que han he-
cho todos los que me han tratado de la seguridad social –tanto el psicólogo, que hizo la
terapia de grupo, como la psiquiatra que me está atendiendo, como la psicóloga– pero
todos coinciden en insistir que vuelva a trabajar. Creo que sí, que el hecho de ser capaz
de sostener un trabajo, y más mi trabajo, es una señal de superar la crisis, de empezar
a salir. Pero pensando mal parece que el objetivo es que el paciente vaya a trabajar y ya
está. Ya sé que no es tan sencillo como esto. Debo encontrar formas y maneras para tra-
María
Entrevista realizada el 26/10/ 2007
Medicación:
Mañana: Fluexetina 20, 2 comprimidos. Medicación crónica.
En 2003 volví con la misma película. Otra vez, otra crisis, otro bajón de la vida, otro
desánimo, te preguntas: ¿yo hacia dónde camino? Lo que nos pasa a todos: ¿qué hace
uno con la vida? Pues lo que viene, ¿no? No lo supe afrontar, se me vino la vida enci-
ma. Esto no me estimula, no me gusta, no veo futuro, lo veo todo negro, no hay nada
que me motive. Pensé: vamos a buscar remedio, ¿que hacemos? Nos suicidamos. No.
Pues vamos al médico. Entonces fue cuando volví, y esta vez sí que sentí que había sido
positivo. Me han dado un tratamiento adecuado que me ha hecho sentir bien, pues no
he tenido los efectos secundarios de otras veces con temblores, sequedad en la boca, unas
cosas muy extrañas, unos insomnios muy bestias, pero con este tratamiento no. A ver,
tienes tu época de insomnios, de ansiedades, que te sientes mejor y te sientes peor, pues
no es tomar la pastilla y ya todo es de «color de rosa», pero me he sentido bien. Me he
sentido bien con el psiquiatra y con la psicóloga que me han atendido. En relación con
los efectos de la medicación no sé lo que me noto, la verdad es que actualmente no sé qué
pasaría si la dejara. No la dejo por si acaso. Ahora me siento bien, me siento una per-
sona «normal», pues llega un momento en que no te sientes normal, te sientes una cosa
rara. No sabes qué tiene esta cabeza, ves a la gente y todo el mundo te parece que está
normal, que está bien y que tu cabeza no funciona. La verdad es que ahora me siento
bien, normal, hay momentos en que estoy contenta, otros triste, momentos en que me
van bien las cosas, otros que me van mal y tengo la sensación de que me lo tomo de for-
ma «normal», si es que existe el término.
Carme
Entrevista realizada el 11/9/07
Medicación:
Mañana: Paroxetina 20
Noche: Orfidal
Cuando me separé fui al psicólogo y al psiquiatra durante más de un año, pero la ver-
dad es que no me ayudaron en ese momento, sino después. Porque es muy difícil ser sin-
cero con un psicólogo o un psiquiatra, puesto que les puedes explicar lo que tú quieres de
ti. Ya que es difícil ser valiente y reflejar exactamente lo que realmente eres, no lo hice
cuando fui. Me dieron una serie de pautas y después también fui a un curso de autoes-
154
tima y control mental del método Silva y estas cosas, con el tiempo, al recordarlas o vol-
verlas a leer, sí que se han convertido en un punto de partida, en un referente para mí.
Alicia
Entrevista realizada el 15/11/07
Medicación:
Mañana: Topamax 100
Noche: Topamax 100
Ignasi: En el contexto laboral no creo que sean conscientes de mi crisis, quizás solamen-
te mi jefe directo; aunque no se posiciona, quiere que mejore y confía en el tratamiento.
Otra cosa será el hecho de volver a trabajar con una persona que ha sufrido una crisis
María: He intentado no faltar nunca a mi trabajo por el hecho de estar así, nunca he co-
gido la baja. Hay momentos en que piensas que no puedes aguantar, que no puedo estar
con nadie, y más nosotros que estamos de cara al público; pero bueno a veces también era
una obligación, lo tienes que hacer y ya está. Nunca he faltado al trabajo por ese motivo
y nunca he cogido una baja por depresión. Al revés, incluso el trabajo ha sido una vía de
escape. También es porque he tenido la suerte de tener buenos compañeros, si tienes otros
compañeros «bordes» pues dices que no vas y ya está, que tengo motivos para no ir.
Carme: He tenido dos maridos y ninguno entiende que tome pastillas, dicen que ellos han
vivido hechos similares y no las han tomado. Están a mi lado porque me han querido pero
no lo comprenden. Yo les digo que hay personas que tienen una adicción al tabaco y yo tam-
poco comprendo que fumen y no lo puedan dejar, aunque sí que estoy mucho más cerca de
ellos porque pienso que quien esté libre de culpa que tire la primera piedra, es a decir, todos
tenemos alguna dependencia y si la vives como un pecado entonces todavía te haces más
daño. Por parte de los hijos y las nueras algunos lo comprenderán más y otros menos, por es-
timación quieren que hagas lo mejor, pueden ayudarte haciéndote pasar buenos momentos
más que recordándote que tomas pastillas y que ellos en las mismas circunstancias no, porque
entonces te sientes culpable. (…) Casi a nadie le gusta que tomes pastillas, esto es una reali-
dad. Está bien visto medicarse por muchas cosas pero medicarse por esto no está bien visto.
Carlos
Entrevista realizada el 10/9/ 2007
Medicación:
Mañana: Dobupal 75, Sedotime, Idalprem.
Noche: Dobupal 150, Sedotime
Te has de enfrentar con un sistema de valores que no compartes, con un sistema compe-
titivo que no te gusta, con un sistema de reparto que consideras injusto, no puedes ha-
cer nada y te puede afectar, o bien tienes tú un problema y supones que hay una institu-
ción que te puede ayudar y chocas contra burocracias. Estas instituciones que te tendrían
que ayudar contribuyen no ya a crear, pero sí a agravar y perpetuar el malestar. Pues
ni el Departamento de Salud da salud, ni el Departamento de Bienestar da bienestar.
156
Ponen remiendos por allá dónde pueden porque realmente quien habría de actuar son
otros departamentos: el de Vivienda, el de Economía para repartir mejor. Hay cosas que
no dependen tanto de una función asistencial, sino de la propia estructura de la socie-
dad; si no actúas allá, difícilmente podrás salirte del círculo dónde estás encerrado.
Ignasi: No existe tal conexión porque se aborda el mal o la enfermedad psíquica desde
la medicina, la medicina aborda el síntoma, actúa sobre él y el síntoma se manifiesta en
el individuo, por esto es individual y no se conectan. Mis amigos, mi familia, sí que
piensan que existe esta relación directa. Pero creo que a nivel general y científico no hay
conciencia de esta relación, no se investiga, no sé si desde la antropología o la sociología
hay trabajos, quizás sí, son las ciencias que lo pueden trabajar. No se puede pretender
que una sociedad que está basada en el éxito acoja con buenos ojos a una persona que en
la lucha por lograr el éxito ha caído derrotada.
María: Una cosa son las depresiones por circunstancias de la vida y otra cosa es la can-
tidad de gente que te encuentras –que considero que es el 90 %– que dicen: ¡Ay! qué es-
trés, qué mal se vive, sólo se vive para trabajar, esto es una mierda…Encuentro mucha
gente así y les digo: vaya mierda de vida tienes, estás en un trabajo que no te gusta, todo
el día trabajando, ¿no te das cuenta de que también tienes tiempo libre, que tienes fa-
milia, que también tienes espacio para disfrutar? Si gastas el tiempo lamentándote,
¿para qué? Sí que hay mucha gente que achaca sus males a lo social y que puede haber
una parte de culpa ahí, y el entorno siempre te influye mucho, pero a veces también uno
tiene que poner de su parte. En vez de lamentarte puedes darle la vuelta. Eso son las
pastillas (risas), me tienen así. La gente le echa la culpa al estrés, al trabajo, pero bue-
no; échate un poco de culpa a ti mismo a veces, o mírate para pensar cómo te planteas
las cosas. Si no vas a no trabajar, imagínate: ¿cómo vives?
Carlos: Personalmente no creo que exista una conciencia generalizada, pues normal-
mente siempre se consideran las depresiones, las ansiedades y el estrés como temas indi-
viduales y no como temas sociales. El tratamiento es personalizado, a todo el mundo nos
dan el mismo, pero en teoría en tratamiento es personalizado. No creo que la gente se
plantee que sea una cuestión social. Parte del grupo donde estoy tiene unas tareas que
son altamente estresantes y van «cayendo como moscas», pero en ningún momento he
visto que se hayan planteado que las funciones que tienen sean excesivas o sean estresan-
tes sino más bien se piensa –aunque no se dice– que éste no ha podido aguantar. Los hay
que lo aguantan y hay otros que no tienen carácter, que no tienen nervios, que no tie-
nen paciencia para aguantar este ritmo, mientras que otros sí. La gente piensa que es
individual, pero yo considero que es totalmente social, porque hay demasiada gente que
toma psicofármacos como para que pueda ser una cosa individual. Hay un malestar li-
gado a cuestiones propias de cada uno y otro vinculado a nuestro entorno social; el ma-
lestar que viene de uno mismo se puede resolver con medicación y terapia, pero el que
viene de que a uno no le gusta el mundo donde vive difícilmente se lo podrá sacar a no
ser que haga él solo la revolución o que arrastre a los demás a hacerla.
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timiento de aislamiento, de culpabilidad y la necesidad de «sentirse normal».
Sentirse normal, ¿a ojos de quien? Aquí aparece el «ser-para-los-demás»,4 sea
cual sea el precio que se tenga que pagar. Aquí no puedo dejar de citar unos ver-
sos del poema Prospecto, de Szymborska:
«¿A qué esperas?, Confía en la piedad química, Todavía eres un hombre/ una mu-
jer joven, Debes seguir en la brecha. ¿Quién dice que vivir requiere valor? Dame tu
abismo, Lo acolcharé de sueño, me estarás para siempre agradecido/agradecida.»
Queda claro: frente una voluntad política e institucional que pretende sedar
y acolchar la angustia existencial sólo queda reapropiarnos del malestar y com-
partirlo.
163
angustia existencial ya sea interrumpiendo la medicación, intoxicándose delibe-
radamente con psicofármacos, o bien denunciando el rechazo social con el que
viven los que padecen crisis depresivas. Me centraré principalmente en Carlos
Pina, un artista que de forma individual o colectiva en su participación junto a
Maria Cosmes en el colectivo Stidna!, durante una década de su trabajo artísti-
co, parte de su propia experiencia para reflexionar sobre los tratamientos far-
macológicos con los que el sistema sanitario trata la depresión, el estrés y la an-
siedad. Partiré de su acción sin público Síndrome de abstinencia (Barcelona, 16 y
17 de septiembre de 2000) donde manifiesta su decisión de superarse a sí mis-
mo, traspasando sus propios límites para vencer el malestar. Cito el texto del
propio artista donde traduce en palabras la experiencia vivida:
16 de septiembre. Me despierto pronto, como siempre. Como cada vez que siento ma-
lestar en los últimos tiempos me vienen pensamientos de autolesión, como si el malestar
pudiera irse sangrando. Me siento irritado y agotado. Pienso en romper un cristal de
un puñetazo para que se sepa lo mal que me encuentro. Decido abandonar bruscamen-
te la medicación, consciente de que es solo un gesto para llamar la atención. Paso un día
mucho mejor de lo habitual, lo siento como uno de los más felices en mucho tiempo, es-
toy risueño y alegre, más locuaz, con menos angustia. Sonrío, miro a mi mujer, levan-
to el puño y le digo: «venceremos». Nos reímos. Salimos. Compro un libro, «El siglo
después de Béatrice» de Amin Maalouf. Cenamos fuera. Nos reímos. Tardo mucho en
conciliar el sueño, ligero e intermitente. Duermo unas seis horas.
17 de septiembre. Después del sueño me levanto con mareo leve, que va en aumen-
to. Estoy tumbado en una esterilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el
puño y le digo: «venceremos». Nos reímos. Empieza el dolor de cabeza y las náuseas. Es-
toy tumbado en una esterilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño
y le digo: «venceremos». Nos reímos. Ella me mira con preocupación. Vomito una y otra
vez, ya no me queda nada por vomitar; tengo descomposición. Estoy tumbado en una es-
terilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño y le digo: «vencere-
mos». Nos reímos. Ella me mira con cariño y preocupación. El dolor de cabeza se hace
insoportable. Mi mujer llama a la psiquiatra. Ya no estoy siquiera irritado. Estoy tum-
bado en una esterilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño y le
digo: «venceremos». Nos reímos. Ella me mira con cariño. Me sonríe. Las náuseas re-
miten, el dolor de cabeza sigue. Estoy tumbado en una esterilla. Ella me mira con amor.
Sonrío, la miro, levanto el puño y le digo: «venceremos». Ella sonríe, me mira, levan-
ta el puño y me dice: «venceremos».1
El artista describe cómo se enfrenta a la desazón sin psicofármacos. Relata
los mareos, las náuseas, los vómitos, la descomposición y la migraña, acompa-
ñando esta trascripción que aglutina sus sensaciones y sentimientos con una le-
tanía, con un grito de guerra, que repite junto a su mujer: «Venceremos». Car-
los Pina, en esta acción, no sólo comunica el sufrimiento de los que luchan
contra las dificultades existenciales sin antidepresivos, ni ansiolíticos sino que a
la vez desvela los efectos de dejar bruscamente el tratamiento. El artista preten-
164
de llamar la atención, dar un toque de alerta, advirtiendo tanto de las contrain-
dicaciones de la medicación como de los fuertes efectos del síndrome de absti-
nencia. Deja de consumir los medicamentos de manera voluntaria, se abstiene
para evidenciar la dependencia que generan estos comprimidos concebidos para
deshacerse del dolor, de la angustia y de la desesperación para poder seguir –sin
salirse del guión– con las rutinas cotidianas previstas.
Esta acción pertenece a una serie de obras individuales y colectivas, junto a
Maria Cosmes, que se engloban dentro del proyecto Salir del armario
(F34.1/F60.5) que se inició en 1997, cuando ambos artistas empezaron a colec-
cionar las cajas y prospectos de los diferentes psicofármacos que les iban pres-
cribiendo. Los artistas manifiestan el carácter catártico de tales propuestas, pre-
ocupándose por enlazar el malestar individual con el social planteando la
siguiente pregunta: «Si tantas personas en nuestra sociedad necesitamos esta
medicación, ¿quién está enfermo, nosotros o la sociedad?».2 Se adentran en el
sufrimiento del sujeto desintoxicado, exponiendo públicamente el ritual cotidiano
de ingerir los psicofármacos que les fueron recetados y el deseo de concluir el
tratamiento. Ejemplos de ello los encontramos en la acción Esta ya no me la tomo
(Convent de Sant Agustí, Barcelona, enero 2001) en que Carlos Pina, de mane-
ra lúdica, propone al público que escoja entre sus dos puños cerrados que es-
conden los distintos productos homeopáticos, analgésicos o psicofármacos que
constituyen su medicación diaria. Las personas que participan señalan la mano
que quieren que abra, el artista engulle la pastilla ocultada y continúa con el sin-
gular tratamiento que ha iniciado. Mientras lee la marca y su prospecto, va ingi-
riendo los comprimidos, uno a uno, hasta que le ofrecen la última píldora –un
Tranxilium 10– y entonces afirma: «esta ya no me la tomo», rompiendo con su
puño la copa de cristal que contenía la pastilla. Con este acto comparte con la
sociedad una realidad que aún se oculta y estigmatiza a pesar de que un tanto
por cierto muy elevado de la población recurre a las terapias químicas. En Via
crucis (Castell de Cornellà, marzo 2001) Carlos Pina explica al público su volun-
tad de construir una cadena uniendo las cajas de los psicofármacos que ha alma-
cenado durante 6 años. Se grapa esta simbólica cruz a su camiseta (en la que es-
tán impresos los prospectos de los medicamentos) y empieza un singular
peregrinaje en el cual –con la ayuda del público– arrastra este peso. Finalmen-
te, termina el recorrido depositando en el suelo la larga cola que acarrea, sacán-
dose la camiseta y prendiendo fuego con un soplete en uno de los extremos de
la cadena. Durante la acción reflexiona en voz alta sobre la duración del trata-
miento y sus efectos, liberándose de su propio via crucis mediante el rito purifi-
cador del fuego. Así se desprende de estas vivencias, de los documentos que
atestiguan su dependencia, logrando de este modo ritualizar un renacimiento.
El colectivo Stidna! realizó otra acción especialmente significativa por su de-
terminación de desacralizar y devolver a la comunidad el malestar que padecen
silenciosamente muchos individuos. Me refiero a Botiquín (Coslada, mayo
166
rentes estratagemas para resolver sus incertidumbres, es el que aboca a la socie-
dad a optar por un sistema médico que pretende controlar las «crisis», homo-
genizando el sufrimiento y aislándolo del colectivo al hacerle creer al individuo
que ése es su problema.
Justamente esta voluntad de pautar, dirigir y controlar las crisis –ya sea des-
de las instituciones sanitarias como desde la industria farmacéutica– provoca al
individuo la necesidad de comportarse bajo los parámetros de una supuesta
«normalidad» determinada por la sociedad. Esta dicotomía, entre lo que uno es
y lo que el entorno proyecta en el individuo, provoca una escisión que recoge
Ingrid Wildi en su vídeo Portrait Oblique (2005), entrevistando a su hermano
ingresado en un psiquiátrico. Hans Rudolf Wildi explica cómo en la sociedad
actual uno no puede tener una depresión ni salir del papel que le ha tocado re-
presentar sin que le prescriban ansiolíticos o antidepresivos. Hans Rudolf Wil-
di, desde el centro en que está ingresado, pone palabras a su malestar, subrayan-
do la exclusión y el rechazo que siente por el hecho de estar deprimido. Recalca
que la «normalidad» –que tratan de imprimir en el sujeto las terapias químicas–
anula la identidad de cada sujeto, ya que estandariza las existencias sin contem-
plar la posibilidad de otros modos de vivir, de otras maneras de relacionarse con
el sufrimiento que no sean sedar o anestesiar al individuo. Ingrid Wildi hace de
mediadora para que su hermano pueda compartir su náusea con la misma socie-
dad que lo ha marginado y excluido; por inmigrante, por outsider y por estar de-
primido.
Los distintos artistas expuestos pretenden reflejar como en la sociedad del bie-
nestar los problemas se derivan de la pérdida de la identidad, puesto que la des-
personalización responde a la voluntad patológica de mimetizarse con los este-
reotipos preestablecidos, anulando y reprimiendo cualquier diferencia o
conflicto. No pretendo hacer una antología de todos los artistas que abordan
este tema, sólo recojo varios ejemplos que considero significativos para ilustrar
el sufrimiento del sujeto desintoxicado, de aquellos que cuestionan un contexto en
el cual de manera estratégica, díscola o desesperada se prescriben psicofárma-
cos y facilitan terapias asistenciales para paliar la depresión y las crisis de ansie-
dad.4 Estos artistas experimentan en primera persona la dependencia, la absti-
nencia, la intoxicación y manifiestan su desacuerdo hacia una política que
regula el malestar prescribiendo soluciones químicas, sin buscar lo que se escon-
de detrás del síntoma. Reivindican que vivir es sentirse perdido, no tener don-
de amarrarse, pues precisamente al aceptar el desconcierto uno puede empezar
a gestionar su angustia existencial, pasando del vivir al querer vivir,5 reivindican-
do el malestar como una fuente de conocimiento, como uno de los motores que
impulsan a la acción, transformando –tal y como proponía el colectivo Sozialis-
tiche Patienten «la enfermedad en un arma». Estos artistas desenmascaran el
desasosiego, comparten sus experiencias y, mediante el proceso creativo, trans-
forman la desazón en un aguijón que despierta la voluntad de ir más allá.
168
«Esta
socie-
dad no
ayuda»
Espai en Blanc
171
Para mí sin duda es así. Uno de los grandes factores de protección ante el
problema mental o los desajustes emocionales es el soporte social. Y a mí me da
la impresión de que nuestra sociedad va camino de lo que ya han alcanzado las
sociedades anglosajonas, es decir, un modelo de independencia basado en es-
tructuras uniparentales. Cada vez más la gente vive sola, hay menos conviven-
cia social si lo comparamos con lo que sucedía hace unos cincuenta años.
Que no haya lugares para hacer la experiencia del Nosotros, eso tiene
efectos…
172
presiones, por ejemplo. Las depresiones han existido siempre y existirán. Los
trastornos alimentarios (bulimia, anorexia) están sí ciertamente generados por
esta sociedad sobredesarrollada. El vacío lo veo como que nos están quitando el
motivo porque vivir. Si uno tiene un porqué siempre sabrá buscar el cómo. Pero
¿y si te quitan el por qué? Estaría de acuerdo en que es un tema clave que suce-
de en todas las clases sociales. Vacío, por pérdida de referencias, por sobre
abundancia. Y eso sí que genera un desajuste mental.
Pero ¿Es cierto que han aumentado las depresiones, los estados de pá-
nico, la ansiedad… en nuestra época?
174
Yo tengo clarísima la necesidad de centros psiquiátricos para enfermos agu-
dos, con ingreso breve para tratar episodios de alteración grave de funciones
mentales graves. Tengo claro que tiene que haber una inserción cuidadosa y
controlada del enfermo mental crónico. Y quizás, existe también un porcentaje
de casos que necesitan un ingreso prolongado en manicomios o residencias para
que puedan vivir ya que solos no pueden hacerlo, y no tienen un apoyo familiar.
No creo que deban existir plazas de manicomio crónico como había hace cin-
cuenta años. En este sentido vamos bien…
Sí, una cosa. Es verdad que los psiquiatras seguimos teniendo un compromi-
so con la reflexión social mayor que otros médicos, porque nos dedicamos al es-
tudio de un órgano que es la cristalización última de nuestra existencia, y por
eso necesitamos cierta humildad para no erigirnos en gurús de la tribu. Y, por
otra parte también diría que los modelos simples por lo general no sirven, como
tampoco las posturas muy dogmáticas. En psiquiatría tenemos que reconocer
nuestra incapacidad para definir modelos claros, simples.
179
MULTIPLICA TU LIBERTAD.
Prestaciones multitasking1 duplicadas con el procesador Intel Core 2
¿Por qué eligieron una mujer asiática exhibida en esa posición? El Extremo
Oriente transmite vibraciones de agresividad, decisión en el trabajo, incesante
activismo, movilización permanente de las personas, éxito en la competencia
internacional. El imaginario de referencia de Cho es el mismo que el de los pu-
blicitarios de la Intel corp. Y el mensaje que proviene de las imágenes filmadas
por el muchacho para la NBC es el mismo mensaje que los publicitarios inten-
tan comunicar a sus lectores.
180
hace referencia la publicidad de Intel es el factor más potente de intensificación
de la productividad del trabajo cognitivo. Pero el multitasking es, también, un
factor de desestructuración de las facultades de elaboración racional de las in-
formaciones y un factor de sobreexitación patógena del sistema emocional. En
el new speak del hiperliberalismo semiocapitalista la expresión Multiplica tu li-
bertad significa «multiplica tu productividad». No es sorpresivo que la exposición
al flujo de estimulaciones informativo-publicitario-productivas produzca efec-
tos de tipo pánico, neurasténico y de patológica irritabilidad. Pero no existe li-
nealidad en la sucesión entre estímulo movilizante de la energía nerviosa y ac-
ción violenta, de lo contrario todos los trabajadores sobreexpuestos a un intensa
explotación nerviosa se transformarían en asesinos y esto, por el momento, no
sucede. El circuito es más complicado. La constante movilización de las ener-
gías nerviosas puede llevar a una reacción de tipo depresivo: la frustración de
los intentos de acción y de competencia llevan al sujeto a retirar su energía libi-
dinal de la arena social. El narcisismo frustrado se retira y la energía se apaga.
La acción terapéutica no se dirige, en este punto, hacia el núcleo profundo de
la depresión, porque el núcleo profundo de la depresión (como veremos) es in-
atacable por parte de las fármacoterapias. El tratamiento terapéutico de la de-
presión implica un trabajo prolongado y profundo de elaboración lingüística y
la fármacoterapia puede actuar eficazmente sólo sobre bloqueos que inhiben la
acción, no sobre el núcleo mental de la depresión. Y esta acción desbloqueante
puede estimular una acción violenta sobre un trasfondo depresivo. Intensifica-
ción del estímulo nervioso, retiro de inversión libidinal, dolorosa compresión
del narcisismo son los aspectos de un cuadro patológico hoy bastante difundi-
do. Podríamos distinguir netamente las patologías de sobrecarga (el pánico, el
disturbio de la atención, la dislexia) de las patologías de desinversión (depresión
y, al límite, autismo). Pero luego de haberlas distinguido conceptualmente de-
beríamos ver cómo estas patologías, cuyas génesis son distintas, actúan de ma-
nera complementaria y simultánea provocando formas extremas de violencia.
Naturalmente, los fármacos que remueven los obstáculos inhibidores de la ac-
ción sin afectar el núcleo depresivo pueden funcionar como desencadenadores
de acciones privadas de pensamiento, puras y simples explosiones autodestruc-
tivas o violentas.
«El caos se define menos por su desorden que por la velocidad infinita con que se es-
fuma cualquier forma que se esboce en su interior. Es un vacío que no es una nada,
sino un virtual, que contiene todas las partículas posibles y que extrae todas las for-
mas posibles para desvanecerse en el acto, sin consistencia ni referencia, sin conse-
cuencia. Es una velocidad infinita del nacimiento y del desvanecimiento…».3
Y también:
«No hay nada más doloroso, más angustiante, que un pensamiento que se escapa de
182
sí mismo, que las ideas que huyen, que desaparecen apenas esbozadas, roídas ya por
el olvido o precipitadas en otra ideas que tampoco dominamos (…) Son velocidades
infinitas que se confunde con la inmovilidad de la nada incolora».4
184
tas», como imponen los ideólogos de las Reformas, y entonces todos debemos
arriesgarnos. Las pensiones ya no se corresponden más con un ahorro efectua-
do durante la vida laboral, sino que están ligada a los fondos de pensión que pue-
den rendir sumas fabulosas o bien fracasar miserablemente dejándonos en la
miseria en la edad senil. La idea esencial es que todos debemos considerar la
vida como un emprendimiento económico, como una competición en la que
hay quienes vencen y, también, quienes salen derrotados.
«En la empresa, los modelos disciplinarios de tipo fordista dejan su lugar a normas
que impulsan al personal a comportamientos autónomos. Gestión participativa, gru-
pos de expresión, círculos de calidad constituyen las nuevas formas del ejercicio de la
autoridad tendientes a inculcar el espíritu de empresa en todos los asalariados. Los
modos de regulación y de dominio de la fuerza de trabajo se fundan menos en la obe-
diencia mecánica que en la iniciativa: responsabilidad, capacidad de evolucionar, de
elaborar proyectos, motivación, flexibilidad delinean una nueva liturgia adminis-
trativa. Se trata menos de someter los cuerpos que de movilizar los afectos y las ca-
pacidades mentales de todos los trabajadores. Las obligaciones y los modos de definir
los problemas cambian: desde mitad de los años ’80, la medicina del trabajo y las in-
vestigaciones sociológicas en empresas observan la nueva importancia de la ansiedad
de los disturbios psicosomáticos o de las depresiones. La empresa es la antecámara de
la depresión nerviosa».
En los años ’90 explota una nueva moda farmacológica: sustancias como la
sertralina (Zoloft) o como la Fluorexina (Prozac) invaden el mercado. A dife-
rencia de las benzodiazepinas –la familia de la que parten el Diazepan (Valium)
o el Bromazepan (Lexotanil)–, estos nuevos productos no tienen un efecto hip-
«El futuro, la misma idea de futuro lleva hoy el signo opuesto, la positividad pura se
transforma en negatividad y la promesa se vuelve amenaza. Es cierto que los cono-
186
cimientos se han desarrollado, pero son incapaces de suprimir el sufrimiento huma-
no, alimentando la tristeza y el pesimismo que inundan todo».9
Hoy, a las seis de la tarde, en la Sala Fortino (en la calle Re Manfedi) en Bari, la
Associazione Jonas (Centro de Investigación Psicoanalítica para los Nuevos
Síntomas) organiza una conferencia gratuita y abierta al público, sobre el tema
«El malestar de la civilización contemporánea, Anorexia - Bulimia - Depresio-
nes - Ataques de pánico». Intervendrán los psicoanalistas: Massimo Recalcati,
Franco Lolli y Uberto Zuccardi Merli. Hemos hecho algunas preguntas a Mas-
simo Recalcati, presidente de la asociación, y uno de los psicoanalistas lacania-
nos importantes en Italia.
191
Usted sostiene que el psicoanálisis está llamado a ponerse al descu-
bierto, a salir del consultorio para poder prestar atención a lo social
¿Pero cómo? ¿De qué modos? ¿Y en qué lugares?
192
tiene que hacer frente, como nos ha enseñado Freud, a una multitud de instan-
cias internas. En el mundo contemporáneo no es posible evitar interrogarse por
una identidad constituida no sobre la exclusión del extranjero sino sobre su pro-
gresiva integración respetuosa. En la sede Jonas de Trieste, ciudad fronteriza,
inauguraremos pronto un departamento de antropología cultural que se ocupa-
rá específicamente de los problemas de la identidad en relación con sus conta-
minaciones nómadas.
Diría que lo que actualmente está más difundido no es el miedo, sino el pá-
nico. El miedo, de hecho, es una reacción emotiva frente a un objeto determi-
nado, mientras que el pánico es una reacción frente a la imposibilidad de iden-
tificar, de delimitar eficazmente, el objeto dañino del cual proviene la amenaza.
En este sentido, nuestra inseguridad lo es en relación con la pérdida de los lí-
mites, de los contornos simbólicos que delimitan nuestra experiencia. Incluso
aquello que amenaza la propia vida hoy parece carecer de rostro determinado.
El terrorismo fundamentalista es, desde este punto de vista, un ejemplo dramá-
tico de ello; ha convertido en inservible la idea de un enemigo visible, circuns-
crito, localizado en límites reconocibles. La bomba puede hallarse en cualquier
lado y desbaratar cualquier medida de protección. Ni siquiera la vida de los ni-
ños supone una barrera infranqueable frente a la furia ciega del terror. La expe-
riencia del análisis ayuda a reconocer lo extranjero interno que nos habita,
nuestro ser más terrorífico, y de este modo nos hace más disponibles y toleran-
tes ante las incógnitas de la vida.
Primer cerco.
«I AM WHAT I AM»
195
cambiados a lo largo del día hacen pensar en una sociedad de pacientes donde
unos a otros se toman la temperatura. Hoy la sociabilidad está hecha de mil pe-
queños nichos, de los mil pequeños refugios donde todavía se encuentra calor,
donde en cualquier caso, se está mejor que en la fría intemperie. Allí donde
todo es falso, pues todo es únicamente un pretexto para calentarse. Donde nada
puede suceder porque nos empleamos sordamente a tiritar con los otros. Pron-
to esta sociedad no se sostendrá más que por la tensión hacia una ilusoria cura-
ción sostenida por todos los átomos sociales. Es una central que mueve sus tur-
binas a partir de una gigantesca retención de lágrimas siempre a punto de
derramarse.
«I AM WHAT I AM.» Jamás dominación alguna encontró consigna más in-
cuestionable. La conservación del Yo en un estado de semi-ruina, en un semi-
desfallecimiento crónico, es el secreto mejor guardado del orden de cosas ac-
tual. El yo débil, deprimido, autocrítico, virtual, es por esencia, ese sujeto
siempre adaptable que precisa de una producción fundada en la innovación, en
la obsolescencia acelerada de las tecnologías, en el constante cambio de las nor-
mas sociales, en la flexibilidad generalizada. Él es a la vez el consumidor más
voraz y, paradójicamente, el Yo más productivo, aquél que se volcará encima del
más pequeño de los proyectos con el máximo de energía y avidez, para volver
más tarde a su estado larvario de origen.
¿»LO QUE SOY», pues? Atravesado desde la infancia por flujos de leche,
olores, historias, sonidos, afecciones, juegos infantiles, sustancias, gestos, ideas,
impresiones, miradas, canciones y comida. ¿Lo que soy? Ligado por todas par-
tes a acontecimientos, lenguas, recuerdos, a toda clase de cosas que, sin lugar a
dudas, no son yo. Todo lo que me ata al mundo, todos los lazos que me constitu-
yen, todas las fuerzas que me pueblan no tejen una identidad, aquella que se me
incita a blandir, sino una existencia, singular, común, viviente, de donde emerge,
por momentos, en ciertos lugares, ese ser que dice «yo». Nuestro sentimiento
de inconsistencia no es más que el efecto de la estúpida creencia en la perma-
nencia del Yo, y del poco caso que hacemos a lo que nos hace.
Produce vértigo ver reinar sobre un rascacielos de Shangai el «I AM WHAT
I AM» de Reebok. Occidente avanza por doquier y con él su caballo de Troya
favorito, esa insoportable antinomia entre el Yo y el mundo, entre el individuo
y el grupo, entre el vínculo y la libertad. La libertad no es el gesto de deshacer-
se de nuestros vínculos, sino la capacidad práctica de operar sobre ellos, de mo-
verse en su seno, de establecerlos o cortarlos. La familia no existe como fami-
lia, es decir como infierno, más que para aquellos que han renunciado a alterar
sus mecanismos debilitantes, o no saben como hacerlo. La libertad de borrarse
siempre ha sido el fantasma de la libertad. No nos libramos de lo que nos estor-
ba sin librarnos al mismo tiempo de aquello sobre lo que nuestras fuerzas po-
drían emplearse.
«I AM WHAT I AM», pues, no como una simple pesadilla, una mera cam-
196
paña publicitaria, sino como una campaña militar, un grito de guerra dirigido
contra todo lo que hay entre los seres, contra todo lo que circula indistintamen-
te, todo lo que los liga invisiblemente, todo aquello que obstaculiza la desola-
ción absoluta, contra todo lo que hace que existamos y que el mundo no tenga el
aspecto de una gran autopista, de un parque de atracciones o de una ciudad de
nueva planta: tedio puro, sin pasión y bien ordenado. Espacio vacío, helado,
donde sólo transitan cuerpos matriculados, moléculas automóviles y mercancías
ideales.
Francia no es la patria de los ansiolíticos, el paraíso de los antidepresivos, la
Meca de la neurosis, sin ser al mismo tiempo el campeón europeo de la produc-
tividad horaria. La enfermedad, la fatiga, la depresión, pueden ser tomadas
como los síntomas individuales de aquello de lo que hay que curarse. En ese
caso, éstas trabajan para el mantenimiento del orden existente, para lograr mi
dócil ajuste a normas débiles, a la actualización de mis muletas. Éstas acompa-
ñan en mí la selección de las inclinaciones oportunas, conformes, productivas,
y al hacerlo también de aquellas de las que gentilmente deberé despedirme.
«Hay que saber adaptarse ¿no?». Pero, tomadas como hechos, mis flaquezas
pueden llevar también al desmantelamiento de la hipótesis del Yo, convirtién-
dose entonces en actos de resistencia en la guerra en curso. En rebelión y cen-
tro de energía contra todo lo que conspira para normalizarnos, para amputar-
nos. No es el Yo lo que en nosotros está en crisis, sino la forma en la que se nos intenta
imponer. Se quiere hacer de uno un Yo bien delimitado, perfectamente separa-
do, clasificable y categorizable según calidades, en suma: controlables, cuando
somos criaturas entre criaturas, singularidades entre nuestros semejantes, car-
ne viviente tejiendo la carne del mundo. Contrariamente a lo que se nos dice
desde la infancia, la inteligencia no consiste en saber adaptarse –de tratarse de
eso– sería la inteligencia de los esclavos. Nuestra inadaptación, nuestra fatiga
no son problemas más que para aquello que trabaja con el objetivo de someter-
nos. Éstas más bien señalan un punto de partida, un punto de confluencia para
complicidades inéditas. Muestran un paisaje ciertamente más arruinado, pero
infinitamente más compartible que cualquier delirio que esta sociedad pueda
sostener por su cuenta.
No estamos deprimidos, estamos en huelga. Para quien rechaza gestionarse,
la «depresión» no es un estado, es un pasaje, un hasta la vista, un hacerse a un
lado hacia una desafiliación política. Una vez dado el paso no hay otra concilia-
ción posible que la suministrada a través de medicamentos, y policial. Esto ex-
plica porque esta sociedad no duda en recetar el Ritaline a sus niños demasiado
vivaces, trenza a toda máquina ristras de dependencias farmacéuticas y preten-
de detectar desde los tres años los «problemas de comportamiento». Porque es
la hipótesis del Yo la que por todas partes se fisura.
MATERIALES | Extracto del libro L’insurrection qui vient | Comité invisible 197
Materiales seleccionados por Espai en Blanc
SPK
(Sozialistisches Patientenkollektiv - Colectivo
socialista de pacientes)
Prefacio de Jean-Paul Sartre al libro Hacer de la enfermedad un arma, Abril,
1972
Queridos camaradas,
199
Este policía empieza por ponerlos fuera de la ley al negarles los derechos más
elementales. Naturalmente es cómplice de las fuerzas atomizantes: analiza los
casos individuales aisladamente, como si las perturbaciones psiconeurológicas
fueran taras propias de ciertas subjetividades, unos destinos particulares. Reu-
niendo los enfermos que parecen semejantes en tanto que singularidad, estudia
las diversas conductas –que no son más que efectos– y las vincula entre ellas
constituyendo así entidades noseológicas que trata como enfermedades y pos-
teriormente somete a clasificación. El enfermo es, pues, atomizado en tanto
que enfermo, y recluido en una categoría particular (esquizofrenia, paranoia,
etc.) en la que se encuentran otros enfermos que no pueden establecer una re-
lación social con él porque todos son considerados como ejemplares idénticos
de una misma enfermedad psíquica. Vosotros, en cambio, os habéis propuesto
ir más allá de la variedad de los efectos para apuntar al hecho fundamental y co-
lectivo: la enfermedad «mental» está indisolublemente ligada al sistema capita-
lista que transforma la fuerza de trabajo en mercancía, y por consiguiente, a los
hombres en cosas (Verdinglichung). Os parece que el aislamiento de los enfer-
mos no hace más que llevar más lejos la atomización que comienza a nivel de las
relaciones de producción y que, en la medida que los pacientes en su rebelión
reclaman oscuramente una sociedad otra, conviene que permanezcan juntos, y
que interaccionen entre ellos. En resumen, que constituyan un colectivo socia-
lista.
Y dado que el psiquiatra es también un enfermo, rechazáis considerar al en-
fermo y al médico como dos individuos orgánicamente separados: esta dis-
tinción, en realidad, ha tenido siempre como efecto hacer del «psiquiatra» el
único significante y del enfermo aislado y colocado fuera de la ley, el único sig-
nificado, y por tanto, el puro objeto. Vosotros, por el contrario, consideráis la
relación paciente/médico como una relación dialéctica que encontramos en
cada uno, y que según la coyuntura y una vez reunidos los enfermos, se mani-
festará en uno u otro término en la medida en que los pacientes insistirán más
en los elementos reaccionarios de la enfermedad, o al revés insistirán en tomar
mayor conciencia de su rebelión y de sus verdaderas necesidades que han sido
negadas y desfiguradas por la sociedad. Se hace necesario, entonces, y puesto
que la enfermedad más allá de sus diversos efectos es una contradicción común
–y dado que cada individuo es un significante/significado– juntar los enfermos
para que expulsen gracias a su mutua ayuda los elementos reaccionarios de la
enfermedad (por ejemplo: la ideología burguesa) y afirmen los elementos pro-
gresistas (exigencia de otra sociedad en la que el fin supremos sea el hombre y
no el beneficio). Se entiende, evidentemente, que estos colectivos no persigan
la curación ya que toda enfermedad del hombre está producida por el capitalis-
mo, y la curación «psiquiátrica» no es más que una reinserción de los enfermos
en nuestra sociedad. Por esa razón, lo que tienen que hacer estos colectivos es
empujar la enfermedad hacia su máximo desarrollo, es decir, hacia el momento
200
en que por la toma de conciencia se convertirá en fuerza revolucionaria.
Lo que me parece maravilloso del SPK es que los pacientes sin médico indi-
vidual –es decir, sin el polo individuado de las relaciones de significación– esta-
blecen relaciones humanas y se ayudan unos a otros en una toma de conciencia
de su situación mirándose a los ojos, o sea, en tanto que sujetos significantes-
significados, mientras que en la forma moderna de la psiquiatría, el psicoanáli-
sis, el enfermo no mira a nadie y el médico está situado detrás de él para apun-
tar sus palabras y agruparlas tal como le parece. Esta distribución espacial de la
relación paciente/médico pone al primero en la situación de puro objeto, y al
segundo en la situación de significante absoluto que descifra el discurso de la
enfermedad mediante una hermenéutica de la cual sólo él conoce el secreto.
Estoy contento de haber comprendido el progreso real que el SPK implica.
Conociendo además vuestras investigaciones entiendo también lo expuestos
que estáis a la represión por parte de esta sociedad capitalista, que seguro os
atacará dirigiendo contra vosotros a los representantes de la «cultura», a los po-
líticos y a los policías. Os hará falta luchar con todos los medios ya que los diri-
gentes de nuestra sociedad pretenden impediros proseguir con vuestros traba-
jos prácticos. Incluso con la acusación gratuita de conspiración. No se os
juzgará por estos encarcelamientos imbéciles sino por los resultados que ha-
bréis obtenido.
I. Partimos del hecho de que en esta sociedad todos los pacientes tienen dere-
cho a la vida, es decir, un derecho a tratamiento:
202
3) del tipo de recaudación y del empleo de las cargas sociales, así como de
los presupuestos de la seguridad social y de las mutuas de enfermedad.
«La piedra que uno lanza a los centrales de mando del capital y las piedras en
los riñones que otro sufre son intercambiables. ¡Protejámonos de las piedras
en los riñones!»
207
la comunicación. Es que la naturaleza misma de la semiotización, de ese hiper-
mundo constituido por flujos de señales que recorren un espacio de conectivi-
dad infinita, bloquea y desborda la posibilidad de comunicarse. Pero la infoes-
fera altera radicalmente esa situación. El espacio fluye ahora como una red
infinita y en expansión de nodos conectables simultáneamente. Trayectos sin
sentido, flujos aleatorios, reversibles, contingentes, incorpóreos, pero a los que
hay que conectarse para sobrevivir. «Todo lo virtual se desvanece en el aire».
Así soportamos el esfuerzo de comunicarnos, el trabajo de llevar una vida per-
sonal y en común. Así nos rompemos.
La tensión de la infoesfera nos aboca al pánico –de «pan»: todo. Todo ahí
pero sin medida, sin caminos, sin tiempo. Sin sentido. Inasimilable. La vida se
convierte en un juego frustrante, impedido por sus propias condiciones. No hay
hacia dónde ir ni cómo ponerse en marcha. La ansiedad y el vértigo asedian
nuestra relación con un mundo intratable. El deseo se retrae y la depresión en-
tra en nuestros corazones como una epidemia virulenta, una patología socio-
comunicativa de cuya amenaza no podemos ya librarnos. Siempre está ahí, al
acecho. Esperando el momento en que nos quebremos. El capitalismo saca pro-
vecho de una situación que domina y conduce, pero que no se le puede impu-
tar. Mal que bien, el capital es hoy la única fuente de sentido socialmente váli-
da. Capitalismo y realidad se confunden. Por eso solo sus instituciones
introducen ya un criterio, reducen la complejidad, canalizan el deseo, proponen
referencias. El capital hace mundo: crea empresas, proyectos, noticias, progra-
mas, acontecimientos, algo de lo que hablar y donde reconocernos. Todo ello
en la forma de un simulacro –simulacro de vida, de mundo, de sentido–, simu-
lacro rentable, valorizable y cuyo fin inmanente es por tanto el propio capital.
Nadie se lo cree pero lo aceptamos, participamos de él. Pues la alternativa sería
hundirnos en la materialidad brutal y ansiógena, depresiva, de un cuerpo des-
erotizado y despolitizado. Salvo que precisamente ahí, en ese cuerpo, ocurra
otra cosa.
La infoesfera introduce en los signos su forma específica: la conectividad. El
flujo semiótico es un flujo de conexiones. Pero ese mismo principio, que en la
infoesfera indica su cualidad neurotecnológica, en cambio sobre el cuerpo del
mundo, sobre su materialidad física, se expresa como régimen político, como
dominio de los cuerpos y las vidas, como control. Su objetivo es conectarnos,
mantenernos conectables, disponibles para una comunicación general e inde-
terminada, atentos y abiertos al flujo que nos moviliza y nos pone en el mundo.
Garantizar este régimen de conectividad o movilización total exige imponer so-
bre los cuerpos las condiciones del signo: cuerpos-onda, cuerpos-flujo, cuer-
pos-código. Y es que solo esos cuerpos «semiotizados» pueden participar de
forma adecuada en proyectos y empresas, esto es, materializar conforme a su
modo específico los procesos cuyo sentido se elabora en la infoesfera. Pero si el
cognitariado descubre en sí no solo un cuerpo social infeliz y sufriente sino
208
también un cuerpo político, entonces su acción querrá dirigirse también y de
manera específica al cuerpo del mundo, a la materialidad de sus relaciones. Se
trata de llevar la lucha no solo a la infoproducción, mediante recombinaciones
que se sustraigan a los automatismos que la dominan, sino al terreno carnal de
la vida. En definitiva, experimentar qué pueden políticamente nuestros cuer-
pos, además de conectar, controlarse y sentirse más o menos infelices.
Asumir esta experiencia exige interrumpir, mediante un gesto de desafío, el
régimen que domina nuestra corporalidad para abrir, en el nivel inmediato y
tangible de la piel, un espacio de elaboración de sentido político, de producción
de significaciones políticas. No se nos escapa la desproporción y, por así decir,
lo ridículo de este momento respecto al valor de lo que pasa y se decide en la in-
foesfera. ¿Qué demonios importa lo que puedan nuestros cuerpos cuando la
instancia que determina la realidad se ha vuelto inmaterial? Sería como enfren-
tarse al mercado financiero ocupando el edificio de la Bolsa… Pero si de lo que
estamos hablando es de querer vivir, si lo que quiere el cognitariado es una vida
política, entonces poner el cuerpo, interponer el cuerpo, ocupar y construir con
nuestros cuerpos el espacio de relaciones, intervenirlo, señalarnos, localizarnos:
todo eso representa para el cognitariado un momento esencial y un límite.
Todo lo ambiguo que se quiera, pero un límite.
El cognitariado podría pero no puede. El capital no sería capaz pero lo es.
¿Cómo se distribuyen estas paradojas? ¿Cómo nos las explicamos? El aconteci-
miento de una clase social no depende ni de su materialidad objetiva –la info-
producción, en nuestro caso- ni de su toma de conciencia sino de los actos de
discurso que la expresan, esto es, de los «enunciados» (con toda la fuerza per-
formativa del término) con que se expresa a sí misma: aquí estamos, esto somos.
«Hic et hoc». Se trata de manifiestos o declaraciones no solo unilaterales sino
sobre todo unilateralizantes, cuyo efecto es poner a cada cual de su lado, hacer-
lo hablar por y desde sí mismo. De ese modo reterritorializan el espacio del dis-
curso y lo componen como un frente de lucha. Todo manifiesto, desde la Sala
del Juego de pelota hasta la selva lacandona es una declaración de guerra y, por
consiguiente, una intervención política que rearticula la sociedad. A este res-
pecto, los intentos de la clase virtual «feliz», protagonista de la nueva econo-
mía, para expresarse a sí misma como acontecimiento, a través de manifiestos y
otros actos de «publicación», resultan un fraude y una impostura descomuna-
les. En el ciberespacio no cabe la territorialización, no es posible el «aquí», no
tiene lugar –no puede tenerlo- el acto de discurso que unilateraliza y convierte
en guerra la producción de sentido. Por su propia naturaleza el flujo semiótico
bloquea la posibilidad del manifiesto, de la declaración, del acontecimiento.
Nadie puede hablar por sí mismo, marcar sobre el signo el carácter de una in-
tervención política.
Una vez más, lo que en la infoesfera es un principio formal –la desubicación,
la incorporalidad- se traduce sobre el cuerpo del mundo en régimen político, en
210
Ester Jordana
El Mega-Gulag global
Hemos olvidado cómo utilizar el término disidente casi por completo, porque
disidir requiere poder posicionarse «al otro lado» y hace tiempo que ya no hay
ningún «lado otro» en que ubicarse. La topografía del capitalismo agota hoy la
realidad. Sin embargo, descubrimos en este texto 30 años después de haber sido
escrito, que quizás no debamos desterrar el término pese a que las coordenadas
hayan sido engullidas por el capital. El texto nos muestra que la disidencia no
consiste en estar en el lugar-otro sino justamente en ocupar el no-lugar y esa es
paradójicamente una posición que no se puede desocupar. El error es conside-
rar la disidencia como parte de la alternativa. La disidencia es «pensar y sentir
de modo distinto a los poderes establecidos.» Cualesquiera que sean esos pode-
res, la disidencia es la constatación de la resistencia, no como oposición sino
como subversión: «La verdadera disidencia encontrará sus verdaderos disiden-
tes».
El texto descarga su cólera –en un contexto político marcado por la guerra
fría– sobre la distinción maniquea según la cual Occidente era eso «otro» del
Este, donde la alteridad implicaba una disidencia vaciada de contenido una vez
cruzada la frontera. En este sentido, denuncia que centrar el foco del conflicto
en esa alteridad maniquea, vela un Tercer Mundo que no es sino subsidiario de
un capital esencialmente parasitario. El autor procede a analizar así los meca-
nismos que operan en el Este y en el Oeste como un continuo. El análisis tras-
ciende la frontera para mostrar «cómo» el capital occidental organiza un Mega-
Gulag bajo su manto que, en ciertos mecanismos, no es muy distinto al Gulag1
del Este. Si en el Este los disidentes son internados en psiquiátricos y conside-
rados presos políticos, en el Oeste son «condenados a su impotencia efectiva»
sin necesidad de ser institucionalizados. La propia configuración del sistema
genera que todo eco de disidencia pierda su voz rápidamente. El papel de la psi-
quiatría en el Gulag del Este es claramente cómplice del sistema en la «psiquia-
trización» de los disidentes, sin embargo, esos mismos «locos políticos,» son
acogidos en el oeste como si en manos de los nuevos psiquiatras estuviesen a
salvo de cualquier «politización». El autor denuncia cómo las prácticas psiquiá-
tricas del «otro lado» son declaradas como crímenes mientras esos expertos en
«lobotomías, talatomías» y «sumisiones neurolépticas» configuran la psiquia-
211
tría occidental. Pero más allá de la psiquiatría, el Mega-Gulag se extiende a
todo el Sistema. Si en el Este la información es deliberadamente manipulada
por el poder, en el Oeste encontramos una mixtificación de los discursos en la
que la estructura de poder queda difuminada, pero no su ejercicio. La mixtifica-
cion lo engulle todo y se convierte en el marco en que toda relación se subsume.
No es posible trascender la estructura de mixtificación. Cooper señala con el
dedo a los intelectuales de Occidente como cómplices de ese Mega-Gulag del
imperialismo, ya que las libertades que permiten crear esas élites intelectuales
deben ponerse en relación a la falta de libertad de los países bajo el dominio del
imperio. Los intelectuales «producen teorías» para el capital, y esas teorías son
mercantilizadas en forma de libros y distribuidas mediante los medios de comu-
nicación de masas. Los intelectuales disidentes, en cambio, son aquellos que
subvierten esta normalización que es, a su vez, condición del sistema y de sí
mismos. A esa noción de disidencia cabe oponerle pues la noción de normali-
dad impuesta por el proceso de mixtificación que configura el sistema. Por eso
Cooper afirma que «todo delirio es afirmación política; todo loco es un disiden-
te político» porque subvertir esa realidad es subvertir la normalidad que dicta.
El disidente es el que no acepta la normalidad. En este sentido, la locura es si-
nónimo de subversión de un sistema cuya gestión del mismo se traduce en una
forma de «hipernormalidad». La psiquiatría, en definitiva, es una creación del
capital para gestionar la vida, para levantar muros alrededor de la normalidad y
no al contrario. «La locura no es una enfermedad, es la psiquiatría y sus abor-
tos los que son la enfermedad del capitalismo y del socialismo burocrático» nos
dice Cooper. Finalmente el autor se apoya en la lectura que hace A. Heller de
Marx para, partiendo de su noción de «necesidades radicales», defender que la
revolución social debe ser antes que nada una revolución en el modo de vida.
Las necesidades radicales y la disidencia se enlazan en la «autonomía concebi-
da como base de una solidaridad no dependiente que se expresa en la autoges-
tión radical de todos los aspectos de la vida humana contra el sistema de la ins-
titucionalización que impone a cada uno un lugar que no es nunca su lugar.» La
apuesta es, pues, por una autonomía individual, por la autogestión de la propia
vida como fundamento de lo colectivo.
Como decíamos han pasado 30 años desde el análisis de Cooper, y ese mun-
do maniqueo ha desaparecido. Sin embargo, estamos en cierto modo inmersos
en su caracterización de Mega-Gulag, aunque ahora le demos otros nombres y
funcione con nuevos mecanismos. Pensar en la actualidad ¿Quiénes son los disi-
dentes? nos obliga a pensar de nuevo algunos de los hilos que el autor ha traza-
do en su texto. Por un lado, habría que abordar cómo se vincula hoy esa rela-
ción entre macro-política y micro-política en nuestras vidas; por otro lado, en
qué sentido esas «necesidades radicales» siguen siendo necesidades que nos han
sido expropiadas. Y por último, habría que pensar cómo ejercer la disidencia
entendida como subversión de la normalidad. En este sentido, la pregunta por
212
la disidencia deja de ser retórica y se convierte en turbadora: o se es disidente y
se subvierte la propia vida o se es cómplice de vivir una vida gestionada por el
poder. «(…) es necesario, pues siempre y en todas partes, multiplicar las barri-
cadas. Pero las barricadas no se levantan tan sólo con adoquines y automóviles
volcados sino también por las múltiples maneras de vivir nuestra disidencia co-
tidianamente».
Uno de los principales problemas que debemos afrontar cuando nos planteamos
la relación entre terapia y política es el de su ambivalencia. Por un lado, la tera-
pia se vislumbra como un nuevo dispositivo de control capaz de atravesar todas
las dimensiones de la vida social hasta llegar hasta lo más recóndito de nuestras
almas. Por otro, toda politización de la existencia que parta de un cuestiona-
miento radical de la propia vida tiene algo de terapéutico. Es difícil salir de este
doble filo de lo terapéutico. Por eso los trabajos reunidos en este volumen colec-
tivo de Espai en Blanc lo que se proponen es explorar esta ambivalencia.
El libro de Frank Furedi, titulado Therapy Culture. Cultivating vulnerability
in an uncertain age, tiene la virtud y el inconveniente de saber cortar esta ambi-
valencia y llevar hasta el final el análisis de uno de sus dos extremos. El autor,
un conocido sociólogo británico traducido a múltiples idiomas pero ausente del
panorama hispánico, opta por denunciar declaradamente la cultura terapéutica
como la institución de un nuevo régimen de control social. Frente a quienes en-
salzan las promesas de autonomía y autorrealización del individuo anunciadas
por el giro terapéutico, Furedi muestra que la cultura terapéutica pone a fun-
cionar un dispositivo de coerción y de control que no necesita del castigo por-
que se basa en el cultivo de la propia impotencia y vulnerabilidad en un mundo
percibido como crecientemente amenazante. Ésta es la paradoja y la trampa de
la cultura terapéutica en la que nos hallamos instalados: con el lenguaje de la
autorrealización y de la plenitud del yo, la cultura terapéutica promueve el sen-
tido íntimo de la autolimitación y de la dependencia. Nos invita a mirar hacia
uno mismo para que podamos descubrir nuestros déficits e incapacidades y re-
conocernos en ellos.
«La cultura terapéutica cultiva la impotencia». En esta frase se resumiría la
tesis que Frank Furedi nos invita a analizar pormenorizadamente, en un traba-
jo que no tiene como objeto el análisis de las terapias en sí sino de lo terapéuti-
co como ethos o modo de pensar, como sistema de sentido que actualmente or-
ganiza, junto a otros, la estructura de la realidad. Furedi trabaja a partir de una
extensa bibliografía y de innumerables estudios empíricos que demuestran has-
ta qué punto el giro terapéutico es autoconsciente, por lo menos en el mundo
215
anglosajón. No es una observación anecdótica. Lo terapéutico ha puesto una
enorme ingeniería social a trabajar. Desde múltiples campos de las ciencias so-
ciales, la teoría política, la neurología o la psicología se ha puesto en marcha un
giro hacia el yo que lo entrega a una nueva percepción de sí mismo.
La autopercepción del yo ya no pasa, como en la modernidad, por el ensal-
zamiento del racionalismo, sino del emocionalismo. El lenguaje emocional es-
tablece un nuevo campo de juego en el que desaparece todo horizonte social.
En este campo de juego nos encontramos al individuo como único protagonis-
ta de los acontecimientos y de los conflictos. Este individuo, sin embargo, ya
no es el individuo omnipotente de la modernidad, sino un yo que, según el
análisis de Furedi, se ve «disminuido» y siempre «en riesgo». Son las caras
subjetiva y objetiva de un mismo proceso que es el cultivo terapéutico de la im-
potencia. En el declinar de los sentidos compartidos (lo comunitario, la tradi-
ción, la religión, la moral y la política), la incertidumbre pasa a ser gestionada
por una cultura del emocionalismo que pone al individuo como sujeto de múl-
tiples carencias y objeto de innumerables amenazas. Con ello, se abre la puer-
ta a una nueva colonización del mundo de la vida que transforma de raíz el es-
cenario político moderno: paradójicamente, la cultura terapéutica no sólo
desvaloriza el ámbito de lo público, sino que tiene como objetivo desorganizar
la esfera privada y las relaciones informales. En la cultura terapéutica no hay
refugio ni intimidad posibles. No hay opacidades para el poder. La vida coti-
diana se ha profesionalizado en todos sus momentos y dimensiones, hasta el
punto de que ya nadie se atreve a vivir por sí mismo. Escuelas de padres, con-
sultores matrimoniales, entrenadores personales, etc: tomar decisiones sin el
referente de un experto da miedo. Este miedo es la principal arma de la cultu-
ra terapéutica: el miedo que nos tenemos a nosotros mismo cuando no segui-
mos las pautas que nos ofrece el terapeuta. El miedo que tenemos a fallar y a
no saber, por un lado; el miedo que tenemos a no saber responder a las contin-
gencias, por otro. El rol de enfermos se ha normalizado, porque un ser emo-
cional siempre es deficitario.
La naturaleza deficitaria del yo emocional se percibe con claridad en el mito
cultural que la cultura terapéutica ha puesto en el centro de la vida, tanto indi-
vidual como colectiva: la autoestima. Es el eje vertebrador de una relación con
la vida que identifica al yo con unos estados de ánimo provocados por la imagen
especular que tiene de sí mismo y al nosotros con el sentimiento provocado por
la lógica de la identidad y el reconocimiento. Furedi muestra, en un análisis
muy interesante, cómo el auge de las políticas de la identidad y del reconoci-
miento son la extrapolación social de la cultura terapéutica. La colectividad que
se organiza en función de la demanda de reconocimiento es el equivalente del
yo que da significado a su vida a partir de la emisión de un diagnóstico por par-
te de un experto. Con ello, Furedi abre un interesante campo para una nueva
evaluación de las esperanzas emancipatorias que la última teoría crítica y una
216
parte importante de los movimientos sociales habían puesto en esta realidad
política tan característica del capitalismo tardío.
Furedi, con su análisis, no deja margen de duda: la relación terapéutica es la
que efectúa la dialéctica de la separación / reintegración en una sociedad de in-
dividuos que han aprendido la propia impotencia. La terapia, con su giro hacia
el yo, normaliza el extrañamiento y a la vez nos socializa en tanto que seres vul-
nerables y amenazados. Eso es lo que nos enseña la historia contada hoy por sus
víctimas sobrevivientes, la realidad social de las minorías amenazadas y la expe-
riencia cotidiana de nuestras existencias precarizadas y dependientes. No hay
germen de lucha en lo terapéutico. Como afirma Furedi, la terapia no es hoy
una herramienta de transformación sino de supervivencia. Nos hace reconocer
nuestros problemas e identificarnos con ellos en vez de superarlos.
Decíamos que la claridad del análisis de Furedi es su virtud y su inconvenien-
te. La disección que propone de la cultura terapéutica es contundente e ilumi-
nadora. Desmonta falsos mitos y tibiezas sentimentales. La terapia como dispo-
sitivo de control queda expuesta a la luz de cualquier sombra de duda. Sin
embargo, nos queda la pregunta: ¿dónde, entonces, vislumbrar los procesos de
resistencia a este mismo dispositivo de control terapéutico? ¿Hay un afuera de
la terapia? ¿Cómo arrancar al yo de su propia vulnerabilidad? La cultura tera-
péutica propone autolimitación. No le interesan los héroes sino las víctimas.
No nos invita a transformar el mundo sino a sobrevivir. ¿De dónde arrancar las
fuerzas para emprender una lucha efectiva contra esa forma de control social
que nos ha engullido en nosotros mismos y en nuestra impotencia? Furedi no
da pistas en este sentido y la contundencia del análisis conduce a desearlas viva-
mente. Hay autores, bien conocidos, que frente a esta deriva terapéutica del ca-
pitalismo proponen un paso atrás hacia los espacios políticos modernos: el es-
pacio público y el ejercicio de la ciudadanía. Pero cualquier crítica que no se
contente con horizontes reguladores tiene que partir de la materialidad de sus
condiciones de vida actuales. Éstas han sido bien descritas en el libro de Fure-
di. Por tanto, no hay en nuestro futuro próximo otro protagonista que este yo
disminuido, que no tiene sino su propia vulnerabilidad y su anhelo de autono-
mía. Quizá su existencia no es tan coherente como la describe Furedi. Quizá la
cultura terapéutica entraña contradicciones que escapan a su sibilino control.
Quizá este yo no tenga toda la capacidad de autocontrol y autolimitación que se
le exigen. ¿Y entonces? ¿Qué ocurre entonces? Está en nuestras manos explo-
rarlo.
Pacto de realidad
Guillermo Rendueles Olmedo Egolatría
Escribo. Para empezar, debo escoger una voz que me identifique y guíe a quien
me lee. La voz será la que dará cuerpo y coherencia a mi relato. La convertirá
en una ficción realísima o quizá en un montón de imágenes en forma de poema.
Allí donde me coloque como autor y donde sitúe al narrador en el texto darán
más verdad o menos a mi ficción. El narrador fiable, personaje, me concede
como lector más seguridad que el omnisciente, que se dice impersonal pero de-
lata detrás a otra conciencia. Si a la trama de voces de un relato se le añaden las
de otros personajes, mi conocimiento de ese mundo se explicita y se amplía,
pero no rompe el pacto de realidad. Es cuando entra el autor en el texto, en un
juego de intrusismo, que se deshace el pacto entre él y el lector: le está desve-
lando la ficcionalidad de esa realidad a golpes de cinismo. Dios ha muerto, y el
narrador fiable también.
Guillermo Rendueles trabaja como psiquiatra en un Centro de Salud Men-
tal de Gijón, ejerce como profesor, ha publicado textos sobre cuestiones médi-
cas y ha centrado su interés en la crítica de la ortodoxia psiquiátrica a partir de
su relación con lo social y lo político. En Egolatría, su último trabajo, traza un
relato «colectivo», podríamos decir, del patrón cultural individualista occiden-
tal. Desde la unificación de criterios psiquiátricos bajo el patrón del DSM nor-
teamericano, la psiquiatría ha desbordado sus fronteras afirmándose como so-
lución a cualquier problema contemporáneo. A través de la exposición que hace
Rendueles de distintos historiales médicos de la historia de la psiquiatría pode-
mos entrever cómo cada época está estrechamente ligada a unas enfermedades
mentales concretas: la histeria, la posesión demoníaca, incluso la esquizofrenia
han pasado a mejor vida con el cuño de otros síntomas más actuales. Los casos
clínicos de Althusser, Fernando Pessoa, T.E. Lawrence y García Morente son
puestos como ejemplo de trastornos típicamente posmodernos, ya que se trata
de relatos vitales en los que factores como la ausencia de responsabilidad, el
nada significa nada o la desdramatización de los acontecimientos los han condu-
cido a ser considerados como enfermos.
La psiquiatría ha tomado el rol de saneador social, es decir, hará el trabajo
219
que cada ser individual no hará por sí mismo y por la comunidad. Las confusio-
nes de identidad en la red, por ejemplo, no han sido aceptadas todavía social-
mente como algo normal, y serán los consultorios los que tratarán éste «con-
flicto» que podría ser resuelto desde una óptica distinta a la psiquiátrica. La
expansión de su práctica ha hecho casi indecible un nosotros que posibilite una
salida a la superficie del conflicto latente. La propuesta de Rendueles no pasa
por ser finalista pero sí apunta, como veremos, hacia un horizonte, por otro
lado, nada nuevo. En Egolatría Guillermo Rendueles nos habla precisamente de
la aceptación de la desaparición del yo absoluto en la época posmoderna. En la
literatura, como en la vida, la trama se ha convertido en un patchwork tejido por
un autor autoreferencial donde cada retal representa una identidad sucesiva
dentro del conjunto. No es que se hayan desdibujado los límites entre lo propio
y lo ajeno, sino que el concepto de yo se hipertrofia volviéndose más difuso, se
hace impotente en su aislamiento.
El mundo de la psiquiatría ha dado salida médica a trastornos con un impor-
tante componente social e incluso económico. El trastorno de personalidad múl-
tiple o los distintos tipos de trastornos disociativos, síndromes aceptados como las
enfermedades mentales más extendidas de la era postindustrial, han sido inclui-
dos en los manuales de psiquiatría junto con patologías con más base neurológi-
ca, cuando no son más que deformaciones de mecanismos de adaptación del yo a
una realidad que se ha hecho una con el capital. Estas nuevas patologías no vie-
nen acompañadas de nuevos tratamientos. El aislamiento de la subjetividad al que
nos hemos precipitado y el papel de cajón de sastre de patologías como el trastor-
no disociativo han comportado un uso y una presencia generalizada de tratamien-
tos psiquiátricos que intensifican la naturalización de la realidad y dan salida indi-
vidual a malestares sociales. Resalta Rendueles que de la expresión resistente Yo
no estoy de psiquiatra! hemos pasado a dejar con gusto nuestras vidas en manos de
profesionales para una puesta a punto en vistas a incorporarnos lo más pronto po-
sible a la montaña rusa de la sociedad. La medicalización de la vida cotidiana,
como hemos dicho, va estrechamente ligada al concepto de identidad propio de
la época. Los límites que marcan el adentro y el afuera de lo «razonable» han ve-
nido trazando la relación del sujeto consigo mismo y con el mundo.
La afición ilustrada por el diario íntimo no fue porque sí. El viejo concepto de
yo desde el que se escribía estaba tan marcado por el escepticismo de la época
que se analizaba contra sí mismo a diario, en un intento de hacer de la biografía
de uno mismo un relato más coherente. Bien lejos del uso que se le da a menu-
do en la actualidad a la herramienta del blog, donde la intimidad del momento es
lanzada a la red en espera de ser cazada por algún afín. El género de las bildungs-
romane también comportaba un concepto de identidad unitario: el protagonista,
a menudo viajando, pasa por etapas de descubrimiento necesarias para su desa-
rrollo personal. Rendueles insiste en la flexibilidad de la identidad de hoy, enten-
dida como una sucesión incoherente de yols en contacto. El motivo de ésto, con-
220
tinúa, es la sumisión individual a lo real. La pérdida de referentes comunitarios
para la construcción coherente de nuestras biografías, la pone Rendueles en el
centro de la realidad. La moralidad, que marcaba tradicionalmente el límite de
lo que era locura o enfermedad mental, se ha convertido en una cuestión íntima:
es en la intimidad, lejos del ágora, donde se puede conseguir la buena vida. La
lucha por el reconocimiento se convierte en la dictadura del emotivismo. Acu-
mular placeres o sentir la libertad a través de no vincularse de forma fija a al-
guien o a un territorio se entiende como un triunfo. Un triunfo que cosifica al
otro. La crítica de Rendueles al psicologismo lo presenta como el elemento bási-
co en la difusión del discurso de la autorealización a través de la psicohigiene.
Este hedonismo, que nos hace estar eternamente disponibles para el cambio,
se adapta perfectamente a la precariedad laboral: el mercado exige movilidad y
perpetuo reciclaje. La válvula de escape para unas relaciones laborales que mo-
vilizan cada vez más la propia vida será una vez más la psiquiátrica, en forma de
bajas laborales por patologías de nuevo cuño como el mobbing o bossing y jubila-
ciones anticipadas. De hecho, muchas empresas grandes cuentan ya con servi-
cios médico-psicológicos propios, dirigidos a escoger el personal según el per-
fil requerido, y a neutralizar las tensiones laborales a través de la terapia
psicológica. Estas condiciones sumadas a la precarización laboral anulan un
sentimiento compartido con el resto de trabajadores y hace nacer, apunta Ren-
dueles, la figura del gorrón, el que se crece a costa del otro.
La vida de uno mismo, la que no es tiempo de trabajo, es también dejada en
manos de profesionales del sector. Los tránsitos por las edades del individuo
son vistas como alteraciones del sentir eufórico habitual y son tratados en las
consultas psiquiátricas. Ya que el denominador común de la psicoterapia, expli-
ca Rendueles, es afirmar la inexistencia del sujeto moral, trazar un relato cohe-
rente desde el consultorio es evitado. Mi yo anoréxico, mi yo maltratador serán
dejados atrás para asumir otras identidades sin hacer balance ni asumir respon-
sabilidades. La autoaceptación es puesta en el centro, a través de la negación de
una autoimagen real y de la disgregación de yoes.
La psiquiatrización de la normalidad neutraliza, en definitiva, el conflicto a
través de su privatización. Por un lado, nos olvidamos de nosotros mismo; por
otro lado, exacerbamos nuestros yoes –por extraño que parezca– en búsqueda
del uno mismo auténtico. Poner el yo a trabajar. Trabajarse el yo. Ése es el obje-
tivo único, y a la vez infinito, que guía nuestras vidas y hace funcionar esta so-
ciedad capitalista.
Después del análisis profundo que traza Rendueles de la laxitud de la identi-
dad posmoderna, cabe preguntarnos si vale la pena haber vivido en un circo
para morir en el cuartucho trasero, incapaces de conectar nuestra realidad con
el desarrollo global de los acontecimientos. Implantarnos en el mundo, no ser
dados lanzados al azar en lo social, pasa necesariamente, según Rendueles, por
recuperar lazos comunitarios reales y un sentido ilustrado de la responsabilidad.
El capitalismo emocional
Eva Illouz: Les sentiments du capitalisme, Ed. Seuil, París, 2006. (Existe traduc-
ción española reciente en Katz).
Es ya un lugar común afirmar que el capitalismo actual «pone las vidas a traba-
jar» con lo que subsume la subjetividad al completo: inteligencia, emociones,
sentimientos… El análisis de este sometimiento se realiza a partir de la catego-
ría foucaultiana de biopoder. Según Foucault, uno de los fenómenos fundamen-
tales del siglo XIX consiste en que el poder se hace cargo de la vida. Esta estata-
lización de lo biológico apunta a gestionar la población en tanto que cuerpo
múltiple formado por innumerables cabezas. En lugar de adiestramiento-disci-
plina lo que persigue esta nueva tecnología de poder es seguridad-regulación.
Negri y otros completarán este análisis poniéndolo en relación con el conocido
«fragmento de las máquinas» de los Grundrisse de Marx. Los resultados y los lí-
mites de este proceder son conocidos.
La novedad que supone, en cambio, este libro de Illouz reside en que a la
hora de abordar los sentimientos, en especial la relación entre la economía y la
vida emocional, se hace desde unas referencias completamente diferentes. Lo
que la autora hace es mostrarnos el surgimiento del discurso terapéutico, y su
progresiva entrada en todos los ámbitos de la realidad: (el ejército, la empresa,
etc.) siempre con la finalidad de aumentar la productividad y garantizar la dis-
ciplina. De esta manera se encuentran el lenguaje de la afectividad y el lengua-
je económico de la eficacia, y así nace lo que Illouz denomina el capitalismo
emocional. El modelo que la psicología va a propagar es el de la comunicación.
«La comunicación es, pues, una técnica de gestión de sí que se apoya amplia-
mente en el lenguaje y en una gestión apropiada de las emociones, que apunta
a obtener una coordinación inter e intra-emocionales» (pag. 43). El modelo de
la comunicación remite, en última instancia, a una lógica del reconocimiento y
aquí la referencia a los trabajos de A. Honneth es necesaria. La conclusión es
que la esfera económica, contra lo que pudiera pensarse, no está vacía de senti-
mientos sino que, bien al contrario, en ella los afectos existen pero están domi-
nados por un imperativo de cooperación y un modo de resolución de los con-
flictos basado en el reconocimiento. En esta medida, se puede bien decir que el
modelo de la comunicación no implica comunicación alguna: por un lado, neu-
traliza los sentimientos como la cólera, la frustración o la vergüenza; por otro
223
lado, acentúa el subjetivismo y el sentimentalismo al primar la expresión de las
emociones por encima de todo. En el capitalismo emocional el buen manager
es psicólogo y la productividad depende de una buena gestión de las emociones.
El discurso terapéutico especialmente formulado como discurso del Self-
Help («autoayuda»), y de su correspondiente otra cara, el relato del sufrimien-
to, se ha consolidado fuertemente. La intervención del Estado, el feminismo,
los laboratorios farmacéuticos, etc. han sido determinantes para ello. Desde el
discurso terapéutico nuestra vida tiene que ser comprendida como una disfun-
cionalidad generalizada, precisamente para poder ser superada. El discurso te-
rapéutico permite ligar las emociones al desarrollo del capital. Pero a pesar de
todo, Illouz no quiere hablar de «administración total» o de «sociedad discipli-
naria». Para ella la lógica que liga capital/sentimientos es una lógica ambivalen-
te ya que el propio discurso terapéutico tiene elementos positivos: da seguridad
al Yo frente a la incertidumbre de un capitalismo desbocado, permite negociar
con la realidad. Constatar esta ambigüedad del discurso terapéutico es el aspec-
to más interesante del libro. Y, sin embargo, dicha ambigüedad es a su vez am-
bigua. Afirmar como se hace en el libro que la introducción de las emociones en
la empresa la democratiza es totalmente irreal. Hoy, cuando no existen sujetos
históricos, la crítica tiene que arrancar efectivamente de nuestra propia vida.
Poner la propia vida en el centro de la subversión es seguramente más fácil en
una sociedad cuyo discurso hegemónico es el terapéutico. Sólo haría falta ter-
giversarlo, girarlo en contra de sí mismo. Pero ¿cómo?
224
Ekhi Lopetegi
225
Como efecto, entre otros factores, de la inserción masiva de la mujer en el
mercado laboral (que hasta entonces se ocupaba de y encarnaba la figura de lo
privado-hogareño), la disolución de las esferas privada-pública aboca a una
constante actividad de producción en la que éstas esferas se confunden. En ese
sentido, el trabajo en el contexto posfordista se presentaría como un trabajo sin
fin («work with no end»), que tiende a disolver junto con la dicotomía priva-
do/público la misma distinción ocio/trabajo. Pues bien, en relación a esas con-
diciones materiales y productivas en las cuales se ve envuelto el individuo,
Micky Mcgee postula la existencia de una nueva forma de esclavitud: la de la so-
bre-elaboración sin fin del sí mismo («self»)1 que vendría a coincidir con la ex-
plotación sin fin de sí mismo.
Trazando la génesis de las diferentes figuras metafóricas del sí mismo como
centro de autodeterminación o conducción de una vida, Mcgee pone en el cen-
tro de su crítica la misma noción del sí mismo entendido como centro rector,
cuya vida sería la de un proyecto de autodeterminación, ya sea en su versión
ilustrado-racionalista como en las diferentes estéticas de la existencia. La vida
como viaje, la vida como proyecto, la vida como obra de arte, todas estas metá-
foras remiten a la metáfora fundamental del sí mismo como control de sí o domi-
nio de sí («self-mastery»). El sujeto como autor (como autoridad) expresaría la fi-
gura mítica de la subjetividad liberal-capitalística, al tiempo que proporcionaría
el soporte mítico a toda la literatura de la Auto-ayuda.
En el contexto de las sociedades del capitalismo tardío esta idea de la subje-
tividad formaría parte de la narrativa del Poder, y vendría a ser articulada en re-
lación a las diferentes formas de la literatura de Auto-ayuda. Mcgee escribe que
«la Muerte, la amenaza de la insignificancia en el rostro de la Muerte, es el pun-
to de referencia de todos los tratados de auto-superación» (p. 148). Porque el
reverso del ingreso en sociedad es la Muerte, su amenaza funciona como motor
de toda actividad de auto-superación, de mejora de sí, de auto-explotación o re-
invención. La figura ejemplar del trabajador posfordista vendría a ser la del ar-
tista, quien se entrega a una «vida creativa» sin esperar grandes remuneracio-
nes; ahora bien, la vida del artista, una estética de la existencia (vida como obra
de arte) no vendría a ser sino el complemento ideal de un Poder basado en el
poder de auto-explotación creativa de los individuos.
De esta manera, los grupos de ayuda, la literatura de Auto-ayuda y todas sus
derivaciones, vendrían a ser simples indicadores de un acontecimiento funda-
mental que hoy tiene lugar: la imposibilidad real de conducir la propia vida (fren-
te a lo cual todos estos discursos pretenden funcionar como posibilitadores de
dicha conducción). En realidad, lo que sucede es que estos discursos de la Auto-
ayuda no son más que dispositivos prácticos y teóricos de despolitización de ese
acontecimento –es decir, de esa imposibilidad– pues reconducen todos los pro-
blemas sociales al ligarlos a una individualidad monádica, preservando así el sta-
tus quo como la única posibilidad de darse la realidad.
226
Sin embargo, en los propios discurso de Auto-ayuda se alumbran ciertas vías
de politización. Primero, porque todo programa de Auto-ayuda entra en conflic-
to con elementos e instituciones externas; segundo, porque la cultura de la
Auto-ayuda sería un indicador de malestar social; y tercero, porque nos «libe-
raría» –en cierto sentido– de las formas de sujeción rígidas propias de las socie-
dades disciplinarias. Toda politización debería pasar así por reivindicar la con-
dición de víctima como su grado cero («victimhood», 182), pero a condición de
no perpetuar dicha condición. Esta política del «ser afectado», en tanto que
víctima que no acepta ser victimizada, parte de una figura no dominante del sí
mismo («self-mastery») puesto que acepta una dimensión prepersonal que lo
excedería. Y por último, mediante la introducción de un nuevo vocabulario (co-
dependencia, recuperación, disfuncionalidad) se abriría la posibilidad de vincu-
lar un programa político con la dimensión existencial afectada.
233
Por tanto, el nosotros que se comparte al politizar la vida no es un sujeto que
se dirija a la sociedad con un proyecto alternativo: democratizar la democracia,
socialismo para el siglo XXI, etc. Todo eso está bien pero se coloca en otro plano.
Agujerear la realidad significa entonces sostenernos en el vacío, luchar en él,
arrancarnos a nosotros mismos ese acontecimiento, porque es ahí donde nos
empuja nuestro querer vivir. No podemos cambiar el mundo pero sí nuestra re-
lación con el mundo. Solo que para eso hay que estar venciendo una y otra vez
todo lo que dentro de cada uno le mueve, por otro lado, a pactar con la realidad,
a ceder al chantaje, a tapar el agujero. Querer vivir es así de ambiguo: te empu-
ja y te frena, te da fuerzas para compartir la experiencia del nosotros pero te in-
duce a poner a salvo tu propia vida. De ahí que abrir un agujero implique resis-
tirse al sentido común. Pero recordemos la máxima: resistirse sin esperar nada.
Aquí no hay política de resultados.
Si la vida «que sea sólo eso no puede ser», y si otra cosa no es posible,
¿qué puede ser entonces?
Responder a esto nos exige hablar «filosóficamente», y vamos a ver si lo hace-
mos con claridad. Ante todo, aquí se envuelve un desplazamiento categórico
decisivo. Como ha expuesto brillantemente una compañera de Espai en Blanc,
el discurso sobre lo posible es una prisión. Vivimos en un mundo donde todo es
y se ha hecho posible, en una realidad sin límites, de modo que cualquier posi-
bilidad no hace más que confirmar y conformar lo que hay, el final sin fin en el
que nos hemos atascado.
Y al hablar de «posibilidades» nos referimos tanto a las potencialidades de
un sujeto –lo que podríamos llegar a ser, lo que daría de sí la sociedad- como a
la virtualidad de otro mundo –lo que podría ocurrir- No nos vale la dialéctica
pero tampoco el discurso de la diferencia. La realidad misma lo ha neutraliza-
do.
Así pues, la politización no se efectúa en relación a lo que «pueda ser», a lo
que «llegue a ser», ni como desarrollo de una potencia ni como acontecimien-
to de una posibilidad inédita. ¿Pues entonces qué la sostiene? ¿Qué fuerza es
esa que lucha en el vacío?
Es aquí donde hay que desplazar la categoría y advertir que lo que nos lleva
a politizar la vida, lo que abre el agujero y sostiene la experiencia de lo que «no-
sotros podemos», es el querer vivir.
No se trata de que el querer vivir anule la referencia a lo que somos, a lo que
pueda ser, de que no tenga, en fin, sentido de la posibilidad. Ocurre más bien
que su relación con la vida y la política, es decir, su relación consigo mismo,
abre un juego propio –un dinamismo, una estructura, un campo de categorías
específico- dentro del cual aquella referencia se maneja de otro modo. No esta-
mos a lo que pueda ser: nos exponemos a querer vivir. Lo que importa no es ya
la posibilidad sino si queremos vivir hasta el punto de que eso mismo sea ya lo
234
que queremos y lo que vivimos. Y en ese caso, repetimos, lo posible y lo impo-
sible, lo que es y lo que no, ya no tienen una importancia decisiva. Da vértigo,
pero ese es el juego.
¿Es posible llevar una «vida política» en el momento en que, como vos-
otros escribís, «las experiencias (del trabajo, de la afectividad, de cual-
quier vínculo social) se privatizan, se particularizan?
También aquí hay que observar un desplazamiento categórico. La privatización
de la experiencia es, en efecto, el punto de partida: mi vida, lo que me pasa, los
míos. Cada cual haciéndose cargo del mundo, de las relaciones, de lo que pue-
de y no puede ser. Qué monstruoso resulta todo eso, qué soledad. No es extra-
ño que la depresión sea nuestra epidemia.
Como reacción, la privatización induce a buscar lo que en el fondo no es más
que su reverso: lo público, el espacio público, la «publicidad». Y por aquí entra
toda la caballería de Habermas, Hanna Arendt, la polis, etc. La cuestión es en-
tonces tener una vida «pública», investirse de ciudadano, respetar las diferen-
cias, procurar formas de consenso… Entre aislarte como un erizo o hundirte en
esa ciénaga retórica mejor lo primero. Al menos te quedas con tu rabia y eso te
mantiene vivo –mientras no te deprima.
Pero, una vez más, la vida que se politiza desplaza esa disyuntiva. Nosotros
no es una instancia pública ni privada. Al compartir la experiencia de lo que po-
demos, al afirmar así nuestro querer vivir, abrimos otro tipo de vínculo, otro
campo de categorías.
No se trata de yo «y» los otros, o de nosotros «y» ellos. La importancia no
está en la conjunción ni en el modo en que se la elabore: racionalizándola me-
diante el diálogo, asumiéndola dialécticamente, etc.
Claro que mi vida y lo mío están ahí, no los aparto ni sublimo, como tampo-
co reduzco la presencia del otro como tal, el respeto que me causa porque es
otro, las emociones que me provoca su presencia. Pero lo decisivo es el espacio
que compartimos como «nosotros», sin identidad añadida, sin reconocimien-
tos, sin privacidades ni publicidad.
Lo que en mí quiere vivir es ya algo compartido, algo que se quiere y se vive
a sí mismo en primera persona del plural, y justo por eso lo comparto, lo com-
partimos de ese modo. Si se matiza la palabra podríamos manejarlo como una
forma de intimidad –precisamente su modo político- o de interioridad común,
situada por así decirlo en la piel.
Desde ella hemos respondido a estas preguntas. No para someternos, pues,
al juicio público o privado de quien nos lea, sino para aclararnos, lector, qué es
todo esto donde estamos y cómo podemos darle curso –porque no sabemos lo
que podemos, porque no podemos saberlo.
236
En-
cuen-
tros
2006
Espai en Blanc
Calendario y temas:
26 de enero: El malestar social
23 de febrero: El civismo contra la política
30 de marzo: El espacio fronterizo
27 de abril: La experiencia del nosotros
25 de mayo: Tomar la palabra
PRIMER ENCUENTRO
26 de enero - El malestar social
Nuestra sociedad es la del estrés, la de las bajas por depresión, la de los libros de autoa-
yuda, la de la ocultada y sorprendente tasa de suicidios, la del Prozac, la de-como dice la
canción- «Clonazepam y Circo». Desde la Sociología hemos oído hablar de «Sufrimien-
239
to Social». Pero más allá de rótulos que nombran al tiempo que reafirman, se hace ne-
cesario agujerear la costra de esta realidad que resulta, un día tras otro, silenciada y en-
frentarse a estas dolencias sociales, a este malestar dándoles la lectura política que los
presente como lo que realmente son: síntomas de la enfermedad que ha resultado ser el
funcionamiento de esta sociedad-red, que nos obliga a buscar soluciones biográficas a
problemas sistémicos. La vida se ha convertido en el campo de batalla. Frente a este ma-
lestar son varios los dispositivos que se están poniendo en marcha para neutralizarlo,
para silenciarlo: entre ellos, el de encauzarlo en el ámbito de lo privado donde resulta
psicologizado, patologizado. Pero no es el único: ¿cuáles son los obstáculos que impiden
dar salida política a este malestar? ¿Qué relación tiene este malestar social con la vio-
lencia? ¿En qué sentido puede politizarse este malestar?
240
Es frecuente equiparar «tener problemas» con malestar. Hace años, detrás
de las luchas obreras existían muchas causas, pero no puede afirmarse que una
de ellas fuera el malestar. No tener trabajo, dinero, etc. puede generar muchas
emociones y experiencias, pero no necesariamente malestar. En relación con
ello, cabe hacerse la pregunta: ¿Tiene sentido una lucha colectiva contra el ma-
lestar?¿Se puede elaborar una tabla reivindicativa del malestar?
¿Sería oportuno para entender el malestar un acercamiento geográfico? Es
decir, ¿se manifiesta del mismo modo el malestar en el campo y en la ciudad?
El bienestar social es más problemático que el malestar en cuanto a que el
bienestar representa mayores dificultades políticas para enfrentarse a él.
El malestar social pasa por el reconocimiento del propio malestar. Lo que
nos convoca a reunirnos y a actuar conjuntamente es el malestar, es esta acción
conjunta la que nos permite reconocerlo en nosotros/as mismos/as y la que nos
impulsa a lo colectivo. El malestar es algo que «sale de dentro», no procede del
«exterior».
SEGUNDO ENCUENTRO
23 de febrero - El civismo contra la política
242
encargado de velar por el orden cívico. Ahora bien, ¿hasta qué punto se ha convertido el
civismo en un elemento central de la gobernación de la ciudad?; ¿cómo se conjuga el es-
tado penal con esta nueva cruzada cívica? Conocemos los mecanismos clásicos de ejerci-
cio del poder, mediante instrumentos de control y vigilancia, pero ¿en qué tipo de dispo-
sitivos se apoya el discurso por el civismo y cómo se pone en marcha? Y, por último, dado
que este civismo no parece querer cimentar un mayor sentido de lo común, ¿qué tipo de
individuo intenta construir?, ¿se trata en último término de otra forma, entre tantas,
de neutralizar lo político?
244
a las maneras de buscarse la vida en la ciudad mediante el fomento del mercan-
tilismo. Existe una crisis de la ciudadanía que se evidenció en el fracaso del Fo-
rum y una crisis de la democracia representativa. El antagonismo está en la ca-
lle y tratan de neutralizarlo. Sin embargo, el hecho de que la Ordenanza
pretenda dar respuesta a tantas crisis convierte esta iniciativa en extraordinaria-
mente vulnerable.
La pobreza, la economía informal, la gentrificación, etc. no se pueden erra-
dicar; sólo se pueden gestionar. La Ordenanza actúa sobre la excepcionalidad y
sobre los problemas que son susceptibles de ser tratados punitivamente y de ser
trasladados a otros lugares. El poder hace referencia a conductas porque no se
atreven a hablar directamente de los colectivos sociales.
No es tan claro que la Ordenanza ataque a todos los campos. Hoy la socie-
dad derrotada (adherida a Zapatero y a los políticos de la izquierda) es un terre-
no abonado para que no haya más política que la alta política. La Ordenanza va
dirigida a la gente rendida, vencida, no a la gente que hay que disciplinar.
La Ordenanza no se dirige contra el presente sino contra el futuro. Barcelo-
na es una sociedad dinámica y así se vende: la economía informal es una pieza
fundamental en la actualidad, ayuda a vender, y a que Barcelona funcione.
Barcelona es un continuo fracaso de adaptación de modelo: ciudad de con-
gresos, ciudad de encuentros… Barcelona no es una ciudad planificada. Se pla-
nifica la puesta en escena, pero nada más. Barcelona carece de poderes públicos.
¿Es necesario enseñarnos a ser cívicos? ¿A qué responde esa necesidad de en-
señarle a la gente a ser cívica? «No cruces en rojo, convive». A nosotros no nos
problematiza, pero ¿qué pasará con las generaciones que se hayan criado en el
civismo?
TERCER ENCUENTRO
30 de marzo - El espacio fronterizo
Las fronteras se borran. Entre dentro y fuera, entre guerra y paz, entre Estado-nación
y economía mundial se han venido abajo los límites. Y, sin embargo, sabemos que las
fronteras se multiplican al infinito. Por un lado, nuestra experiencia diaria es la de una
privatización del espacio y por otro, las fronteras de alambradas que se clavan sobre los
cuerpos de los inmigrantes. La identidad que tengo viene definida por las fronteras que
puedo atravesar. ¿No sería más adecuado hablar de espacio fronterizo en lugar de fron-
tera, de un espacio fronterizo que recubre toda la tierra y en el cual habitamos? En el
espacio fronterizo coexisten las zonas duty free con los centros de internamiento, el su-
permercado con la comisaría. Pensar esta nueva espacialidad es la condición para poder
agujerearla. ¿Cómo se gestionan los ilegalismos? ¿Cuáles son las periferias del espacio
fronterizo? ¿Y qué nuevos conflictos son esperables?
246
«Espacio fronterizo»: De nuevo, la bofetada de la realidad nos obliga a dejar
tras nosotros el lenguaje y parir nuevos conceptos, para salirle al acecho.
No se trata del sumatorio de las fronteras sino de la redefinición de todo el
espacio político, la locura de enfrentarse a un Check Point Charlie movedizo…
Soy las fronteras que puedo atravesar y, al tiempo, con ello, redibujo el mapa de
este espacio fronterizo que es ya la realidad.
¿Qué está pasando?
248
trabajador ya que debe ser capitalista de sí mismo. Las identidades se mezclan,
y a la vez se separan. Pero la parte no encuentra la contra-parte. Porque nada es
político. Por eso hoy todo es politizable.
La experiencia de la frontera se pega a nuestra realidad. La vivimos en situa-
ciones ocasionales, inesperadas como puede serlo la entrada al edificio de Ha-
cienda, que supone un momento de registro y de control de bolsos y todo tipo
de objetos. Se pone una frontera bajo la cual se esconde la violación de la pre-
sunción básica de la inocencia, derecho de toda persona.
La experiencia de la destrucción de las fronteras puede ser también algo a la
mano, cercano, como la experiencia de las cooperativas de vivienda: compartir
espacios en vez de dividirlos.
En este espacio fronterizo, es posible también preguntarse qué pasa con los
que no emigran. Y en el espacio de la subjetividad, ¿qué huellas del exilio se re-
mueven? Sería necesario, para abarcar estas cuestiones, replantearse los mitos
de origen, volver a pensar las identidades. ¿Se hace esta tarea realmente nece-
saria a partir de los nuevos movimientos migratorios? Si bien existen, en las re-
ligiones judaica y azteca, mitos que recogen en su interior el significado de la
emigración, en el corazón de Europa encontramos a Hegel que sitúa a Europa
(y a sí mismo como filósofo…) como Forma mitológica. Quizá, entonces, lo de-
cisivo sería no investirse uno a sí mismo de «occidental».
Es importante notar que vivimos ya en un mito constante construido sobre
la figura del inmigrante. Es el Mito del inmigrante, si bien quizá nunca nos he-
mos planteado en realidad la cuestión de quién es. No es alguien que viene para
quedarse; la gente que inmigra a Europa no lo hace para ser europeo. Es difícil
acostumbrarse, la idea de volver al origen está siempre presente.
Lo esencial, en los movimientos del espacio fronterizo, es que se registran
continuamente desequilibrios, injusticias: ¿por qué no se usa la policía también
con (las migraciones de) los mercados de capitales?
Otro tipo de fronteras que se generan en la realidad redefinida ya como es-
pacio fronterizo son los denominados, en el ámbito del Marketing, «nichos de
mercado». Los programas actuales de venta no sitúan su objetivo en la publici-
dad de un artículo sino en la creación de identidades de consumidor, de «ghet-
tos», «perfiles de usuario». El mercado redefine, por su parte, y de este modo,
nuevas fronteras.
250
Ante este «sufrimiento» causado por la politización, se echa en falta un espacio
de «lo terapéutico». «No se puede sufrir tanto».
CUARTO ENCUENTRO
27 de abril - La experiencia del nosotros
En la sociedad red cada uno se juega, solo, su relación con el mundo. Somos individuos
conectados, comunicados pero aislados. Encerrados en una vida privada, muchas veces
privada de vida, tenemos que hacer frente a una guerra cotidiana para no caer fuera
del mundo. La hipoteca, la precariedad, etc son amenazas que nos acechan a cada uno
252
encuentros, en los que queremos darnos a nosotros: Y entonces, ahí… ¿qué
pasa?
Si hoy el nosotros no se queda, es esta fugacidad la que lo limita a ser una ex-
periencia, un momento intenso compartido, un acontecimiento repentino que
no aparecía en la agenda y que se da desafiándola: frenar juntos un desalojo, po-
ner todas nuestras miradas en el parto de esa amiga, o encontrarse, diferentes
generaciones, activas, en torno a un mismo fuego… un nosotros que sólo dis-
pone de momentos, existiendo en torno a éstos.
Pero ¿y más allá de ese fuego? ¿Se puede dar un nosotros que no sea «frente
a» algo? Cuando el espacio común que queremos abrir no encuentra ya su te-
rreno en el formato de organización tradicional, parece que la experiencia de
un nosotros se derrite, desaparece si la queremos coger, se da de modo ocasio-
nal, circunstancial, y motivada por la existencia de una causa de lucha.
Pero si bien esto es así… algo nuevo ocurre hoy cuando la lucha es ya frente
a la realidad. ¿Qué supone, entonces, esta nueva guerra para la constitución de
la experiencia de un nosotros? Al tiempo que todos estamos aislados, las líneas
que nos cortan, aunque por diferente punto a cada uno –lejos queda la patera
del metro que cojo cada día para ir al trabajo…–, aunque a cada uno con su he-
rida, son las mismas: líneas de una sola realidad, la de la precariedad que, con el
sistema, se globaliza. ¿Hay, entonces, sólo un frente de lucha: la realidad?
Parece que la destrucción o reformulación de la propia identidad es una ta-
rea unida a la experiencia de un nosotros. Reformularse uno mismo para lograr
formular, siquiera, un esbozo del nosotros.
Este nosotros es, de cualquier modo, transfronterizo: Argentina, Francia…
los frentes de lucha atraviesan espacios lejanos… para unirlos en la distancia. El
nosotros, vital, más que identitario.
Si pensamos que el problema de la identidad no existe… y es sólo una cues-
tión discursiva, dejándolo atrás, el nosotros estaría tejido con comunidades de
lucha, sería una experiencia discontinua: un nosotros como un conjunto de mi-
lésimas que no llega a ser (un) uno. Se vive en medio de la derrota, y en ella sólo
un nosotros irónico logra sobrevivir, cabalgando sobre la única estrategia posi-
ble: la de la guerrilla, que formamos cada uno de nosotros, vidas rotas. Noso-
tros, como máquina de guerra.
El problema de la identidad es, entonces, secundario. Las prácticas son lo
importante, en ellas irrumpe el nosotros, que podrá, si así se quiere, ser inser-
tado, luego, en un hilo narrativo.
Romper la dinámica nosotros-espectadores, deshacer la ghettización del no-
sotros, parece, en las actuales condiciones, uno de los problemas que todavía se
deben abordar. Yo resisto y tú me miras o me ignoras: ¿qué trozos de realidad
se interponen entre mi lucha y tu indiferencia? Figuras herméticas e indiferen-
tes caminan cerca de la plaza que está siendo okupada. Pero no oyen nada. Y si-
guen. Son esos «los otros» que sólo vemos porque, borrosos, a lo lejos, van de-
254
tros plural organizado, se ha hecho con un lugar nuevo: el de cualquier expe-
riencia que nos desencaje de nuestra propia vida. Si hoy el poder nos acompa-
ña, a empujoncitos, en nuestro «proyecto de vida», en el reforzamiento de
nuestra identidad necesario para ocupar un lugar clave en el flujo de conexiones
sociales, el nosotros ocurre en cada experiencia que me descoloca, que me co-
loca en un lugar del que ya no es posible volver atrás, porque borra el camino a
mis espaldas, porque deshace las piezas en las que se apoyaba mi vida. Así, este
nosotros toma toda su fuerza en la comunidad de amigos pero también en una
conversación con alguien, en una lectura…
Pero… ¿no es, esta visión del poder omnipresente en nuestra realidad, exce-
sivamente pesimista? Se puede pensar que el poder está ahí «si tú quieres», es
decir, que hay modos de escapar a él y la situación no es, por ello, tan trágica.
En realidad, que seamos entes individuales, es solamente una ficción opera-
tiva: nosotros funcionando como identidades, definidas, asignadas, lo cual no es
real, pues existe la heterogeneidad de un nosotros previo. Existe un nosotros
que es gestionado, que lleva otra forma de poder. De ahí la lucidez del movi-
miento zapatista cuando afirma «nosotros somos ustedes», cuando no quieren
que se les califique o reconozca bajo identidad alguna.
El acto político debe ser hoy cotidiano y no limitarse necesariamente a un
frente de lucha. Es así como se debe pensar el acto político, en su cotidianeidad.
El nosotros está lejos de encontrarse en un plano intelectivo, ha de implicar su
existencia, el cuerpo. Cuando uno está en peligro, en ese momento sí se sabe
dónde está el nosotros y dónde está el «ellos». Ese «ellos» del que siempre nos
preguntaremos: por qué tan lejos del nosotros…
Ya se sabe…no se hace política con quien se quiere, sino con quien se puede.
Somos los hijos de la derrota. El poder está sobre la subjetividad, en ella, así se
trataría, en la lucha, de romper todavía más la vida.
El nosotros, hoy, ya sólo puede ser una aspiración. A veces se dan intencio-
nes de construirse un nosotros para uno solo, un nosotros ghettizado, que sólo
tiene sentido en las luchas. Existe una idea preconcebida de lo que puede ser el
nosotros. Parece que el limbo, donde están los que no somos «nosotros» ni
«ellos», está vacío. El nosotros, tal como se puede concebir hoy es únicamente
impotente, destinado a ir contra los otros. No puede ser un nosotros que sólo
se reúne cada jueves ni un nosotros que se rompe la vida ni un nosotros pen-
diente de «lo que pasa». ¿Qué se puede aprender de la lucha pasada? «En sole-
dad descubrimos el impulso de la melancolía. Impulso que proviene de un re-
cuerdo sin constitución, un recuerdo de aromas indeterminables.
En el nosotros que podríamos levantar hoy ya no se trata tanto de ponerse de
acuerdo como de encontrarse con otros. La dificultad del encuentro radica en
cómo articular una comunidad capaz de impulsar esa liberación actualizándola
sin ninguna fe de referencia, y construyéndola sin ninguna estructura para la es-
peranza.»
QUINTO ENCUENTRO
25 de mayo - Tomar la palabra
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en la sociedad de la información se hace de nuevo necesario plantear qué significa «to-
mar(se) la palabra». ¿Cómo hablar cuando no sabemos a quién nos dirigimos? ¿Cuál es
el nosotros que enuncia la crítica? ¿Cómo evitar la especialización y la autorreferencia-
lidad de nuestros discursos? Tenemos medios: revistas, redes, recursos audiovisuales…
Tenemos capacidad de movimiento. ¿Cómo dar un salto y construir dispositivos eficaces
para la transformación social?
Lo que nos hace pensar es una emoción. ¿Qué nos hace hablar?
No lo recuerdo, pero sé que hubo un antes en el que hablábamos para vaciar-
nos de poder, para sacudírnoslo. Pero hoy, en el límite entre el silencio y la
toma de la palabra, no se desliza ya la subversión.
«Pondré mil voltios en tu lengua»: sólo un título. Hasta cuándo.
Y last but not least… aquí, ahora, como cada último jueves de mes desde hace
ya cinco, hemos querido abrir un espacio para parler autrement, para hablar de
otro modo, para tomar la palabra, para suspenderla, para atravesarla y recoger-
la. Sin presupuestos y sin finales conclusivos autocomplacientes, hemos acudi-
do todos, agarrados a un hilo que nunca hemos tejido, ni escogido, ni decidido,
porque es algo que nos inter-viene, y nos sacude, que nos lleva a tomar la pala-
bra haciendo que algo ocurra, que suceda eso… que hablemos.
Cuando nuestras vidas pululan privatizadas y privatizándose, no se da el es-
pacio del encuentro en el que hablar y tomarse la palabra. Hoy la explosiva
emergencia de blogs personales parece constatar la realidad de este vacío que se
han propuesto masivamente llenar, pero ¿con qué limitaciones? En la exterio-
rización de la intimidad con la que sorprenden los blogs personales, en la pro-
liferación de éstos y de todo otro tipo se da no sólo una confirmación de la ne-
258
cesidad que tenemos de encontrarnos sino una producción gigantesca de len-
guaje. Opiniones, invitaciones, convocatorias. ¿Es éste un espacio de toma de la
palabra, o una colaboración más al vertedero de discursos y doxas que acoge la
realidad? ¿Cuánta potencia política se puede hacer o se está haciendo ya viva en
esos espacios? Sabemos que muchas empresas tienen ya constantemente los
blogs en su punto de mira tanto para introducir publicidad formato boca-a-
boca como para acceder al imaginario común y a la bolsa de deseos de sus usua-
rios y crear con esta información nuevos monstruos publicitarios para incenti-
var el consumo. Ante este panorama, ¿cuánta fuerza de resistencia suponen ya
los espacios de los blogs en un capitalismo hambriento que se mimetiza con
todo lo que encuentra a su paso?
Hoy parece evidente que el problema no es la falta de medios para tomar la
palabra. La web de contrainformación Indymedia ha sido una de las primeras
experiencias de comunicación abierta. Por primera vez se abría en la red un es-
pacio en el que intervenir, en el que hablar e introducir comentarios que no de-
bían pasar por filtro censurador alguno. Tras varios años y la extensión por mu-
chas ciudades del mundo de esta red de comunicación alternativa, son
encontradas las visiones que sobre la potencia y los límites de este tipo de ini-
ciativas se expresan. Si bien su funcionamiento informativo parece incuestiona-
ble, es cierto que la ausencia de discurso es casi siempre una recurrencia. ¿Qué
experiencia política puede entonces irrumpir en estos espacios virtuales que co-
rren el riesgo de quedarse en una especie de «plaza del pueblo»?
Cuando los Mass Media generan, forman y deforman el espacio de la opi-
nión, ¿cómo crear una comunicación alternativa? ¿Cómo hablar de otra mane-
ra? Es significativo que hoy, en la sociedad de la información estemos faltos de
palabras, de discursos nuevos, de discurso crítico. No alcanzamos a hacer una
crítica efectiva de toda la realidad, ¿dónde flaqueamos? ¿cómo apuntar a ella
con la palabra?
Pensar la cuestión de la palabra en el contexto del paso de la modernidad a la
posmodernidad nos da algunas claves. Antes, frente a la palabra, frente al ruido
del poder, las armas pasaban por ser el silencio, el balbuceo o una frase paradó-
jica como «Dinero Gratis». Tras el 11-S el debate modernidad/postmoderni-
dad ha entrado en crisis. Es como si la realidad de una nueva época global nos
obligara a más ¿Qué significa entonces tomar la palabra? Hace un tiempo nos
contentábamos afirmando que «nos quedan fragmentos de discurso». Ahora
eso nos parece insuficiente. El problema ya no es el silencio sino el gesto de to-
mar la palabra para decir… ¿qué? La cuestión se ha desplazado y nos lleva a
preguntarnos directamente si tenemos algo que decir. Hoy para subvertir la
realidad hay que producir un discurso otro.
El silencio no tiene fuerza subversiva, sino que es propio de «la masa» que
asiente y se moviliza con la realidad. Cuando existen herramientas comunicati-
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Biografías
IVÁN ALEJO GONZÁLEZ. Nacido en Zafra en 1980. Su trayectoria filosófica se
gesta a medio camino entre Sevilla y Barcelona, ciudad ésta última en la que
inicia la que es su investigación más reciente, acerca de la inscripción política
de lo monstruoso y las nuevas formas de politización –Propuesta para una tera-
tología del poder–. Colaborador de la Revista Riff-Raff y miembro itinerante de
Espai en Blanc, actualmente enseña filosofía en Extremadura donde reside des-
de 2005.
261
performativa» en la cual criticó el proceso de psicologización de la vida en la
era del triunfo de lo terapéutico. «Miembro externo» de Espai en blanc (por
causa de la distancia), es candidato al doctorado en literatura comparada de la
Universidad de Montreal. Sus trabajos actuales apuntan hacia la relación entre
anonimato y resistencia, con un enfoque sobre el cinema chino contemporáneo.
Guía turístico a tiempo parcial, prepara también unos «itinerarios de desubjec-
tivación», entre los cuales uno ha sido presentado en el museo de arte contem-
poráneo DUOLUN de Shanghai en julio 2006.
AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER
Es co-director de la revista Archipiélago y de la editorial Acuarela, donde entre
2007 y 2008 publicarán una serie de libros en torno a Mayo del 68. Ha partici-
pado en diferentes movimientos sociales (antiglobalización, «no a la guerra»,
movimiento V de Vivienda). Colabora actualmente con el nuevo diario Públi-
co. Ha coordinado –en colaboración con UNIA arteypensamiento– varios se-
minarios sobre problemas políticos contemporáneos, abordados desde la apues-
ta por nuevas prácticas de emancipación: ¿Qué significa pensar políticamente?,
Nueva derecha: ideas y medios para la contrarrevolución (I y II), Universalis-
mo, ciudadanía y emancipación.
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Ágora penal, transformación de los dispositivos punitivos y líneas de fuga en la máqui-
na-cárcel contemporánea. Sus trabajos proponen una confrontación entre antro-
pología, filosofía y literatura. Es miembro del colectivo Periferike (www.perife-
rike.org) donde ha organizado de foros, encuentros y charlas sobre diversos
temas de la experiencia crítica de las periferias territoriales, sociales y mentales.
DARIO MALVENTI (1975), desde hace dos años elabora una etnografía en la cár-
cel de Villabona (Asturias). Licenciado en Filosofia por la Universidad de Pisa,
Italia. Ultima su tesis del doctorado de Antropología en la Universidad de
Deusto sobre «Líneas de fuga de la máquina penal contemporánea». Es co-
creador e impulsor de los encuentros Periferiak (www.periferike.org). Ha pu-
blicado en las revistas Alteridades y Conflitti Globali.. Edita Begiradak, Mira-
das y memorias desde el margen. Seguirá de cerca la nueva aventura europea de
su equipo del Livorno.
Biografía 263
LAIA MANONELLES MONER, nacida en Lérida en 1976. Licenciada en Historia
del Arte por la Universidad de Barcelona. Ultima su tesis de doctorado sobre El
arte de acción como terapia y subversión. Ha publicado artículos en Lápiz, revista
internacional de arte, Artiga, revista de arte y pensamiento contemporáneo y en
el libro colectivo Estética plural de la naturaleza, Salabert, Parret, Château (ed.
Laertes, 2006). Ha participado en distintos proyectos como la creación y locu-
ción de un programa semanal de arte en radio Gracia (1996-1998), el co-comi-
sariado de Transart, muestra interdisciplinaria de arte en espacios públicos (2004-
2005), y la coproducción de una serie de vídeos documentales sobre artistas
contemporáneos chinos (2005-2008).
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