Precisiones terminológicas
Antes de entrar en materia, será bueno establecer unas precisiones
terminológicas relativas a expresiones tan habituales como “hacer lectores”,
“hacer lectores competentes” y “hacerse lector”.
Estas expresiones parecen decir lo mismo, pero no es así. Puede que
entre ellas se dé una relación de complementariedad semántica, pero, caso de
que así fuera, sería cuestión de extraer sus interdependencias metodológicas.
Hacer lectores
“Hacer lectores” es una expresión tan inefable como vaga.
La expresión hacer lectores ha sido típica de la semántica que
acompaña a la llamada tradicionalmente animación lectora, que siempre fue muy
animada, pero poco lectora.
Que yo sepa, hacer lectores mediante esa animación no implica un
planteamiento teórico y práctico de la lectura comprensiva; pues se limita a
establecer un conglomerado de actividades divertidas que tienen la virtud de no
hacer odiosos los libros y su lectura. Lo que no es poco en estos tiempos.
Muchos que denigran la animación lectora son, en realidad, auténticos eunucos
para despertar en el alumnado una actitud favorable hacia los libros. Un carácter
que abunda en el gremio de los docentes verbalistas, capaces de pasarse horas
y horas hablando a sus alumnos de una novela que no han leído, pero de la que
tienen resúmenes de hace veinte años.
Por regularidad, las actividades que se efectúan en el ámbito de la
animación lectora están elaboradas y conducidas casi siempre de modo
autoritario, oculto bajo el ropaje lúdico de la propia actividad. Este carácter, el de
autoritario, se diluye o pierde su rostro menos amable porque la actividad rompe
la monotonía de todos los días, ya se sabe: conjugar verbos, distinguir adjetivos
y señalar la subordinada sustantiva de sujeto en un texto de Clarín. Algo sublime.
No he conocido animación lectora alguna que conjugara de forma
simultánea la diversión lectora y el desarrollo de la competencia lectora.
Y sin un buen desarrollo de la competencia lectora y literaria es muy
difícil que alguien mire los libros con buenos ojos. Aunque cabe la posibilidad,
por supuesto, de estar en posesión de una buena competencia lectora y no ser
lector.
Lo que sucede es que, en la animación lectora se lee muy poco; lo que
se hace en ella es jugar con la lectura. Incluso se trasladan juegos sociales a su
ámbito, cultivando la competitividad entre sus jugadores. De este modo, la
lectura serviría para demostrar quién es el mejor haciendo esto o aquello. Lo que
sería un problema más. Porque no leemos para ser más que los otros, sino para
saber más de nosotros mismos.
La verdad es que la animación lectora es maravillosa hasta que se
manda leer a quienes participan en aquella.
Mientras no se acote de modo riguroso el término animación lectora, el
discurso sobre la lectura seguirá llenándose de mistificaciones variopintas, como
las que asocian lectura con magia. Pero si la lectura y la escritura tienen que ver
con la magia, recojamos las cenizas, y vayámonos con la rosa a otra fiesta,
amigo Paracelso.
Podría decirse, incluso, que quienes asisten a este tipo de actividades
de animación lectora son personas que necesitan muy poco para animarse a
leer. Son, por lo que uno ha visto y vivido, lectores en potencia que apenas si
necesitan un buen libro para empalmarse con la prosa y las imágenes de
cualquier escritor.
Y, por si alguien se adelantara a establecer conclusiones, quisiera
advertir que lectura y juego no son incompatibles.
Lo que hace falta es dar con la clave lúdica adecuada, clave o llave que
abra la puerta de los libros –para utilizar la fórmula de Jonathan Swift-, por donde
hay que abrirla: por su puerta, y no por la ventana o las claraboyas o trampillas
inventadas para entrar en la casa como un ladrón bondadoso, al estilo de mi
admirado Dick Turpin.
Lo que sin estos celajes metafóricos significaría establecer juegos
rigurosos, bien elaborados y pensados para aminorar las dificultades que
impiden una lectura reposada.
Porque lo que sucede es que el señuelo utilizado para leer resulta, a
veces, mucho más apetecible que el propio libro.
Cuando decimos “hacer lectores”, tendríamos que concretar a qué tipo
de lector ideal nos referimos si es que este tipo de lector existe: lector escritor,
lector crítico, lector literario-intertextual. Es decir, tendríamos que establecer qué
tipo de objetivo procedimental pretendemos desarrollar con la lectura: la
capacidad crítica, creativa, imaginativa, escrita, o, simplemente, lectora. Cada
una de estas perspectivas implicaría una metodología y actividad distintas.
Y todo ello, siempre y cuando sepamos en qué consiste ser lector a
secas. Si sirve de algo, observaré que las definiciones que obtenemos de dicho
término repasando las aportaciones de Manguel, Bloom, Steiner, Ferraroti,
Leawis, entre otros, no ofrecen ninguna unanimidad conceptual.
Hacer lectores competentes
He aquí formulada nítidamente la función específica del sistema
educativo: Ser un lector competente.
El papel de las instituciones educativas es hacer lectores competentes.
Ser un lector competente consiste en saber leer. Tarea que no resulta
nada fácil, a juzgar por lo que reflejan ciertos estudios oficiosos y oficiales.
Y saber leer es comprender e interpretar. Puede entenderse como un
acto de decodificación –desentrañar un código-, pero también como un proceso
en el que se comprende y se interpreta lo que se ha decodificado. Ni que decir
tiene que el aprendizaje de la decodificación es clave para acceder a leer en su
sentido interactivo y cognitivo.
En ocasiones, se suele decir que la interpretación es más compleja que
la comprensión. Cuando esto se afirma se está distinguiendo que la comprensión
del significado y la comprensión del sentido son actividades distintas.
Comprender el significado puede remitir únicamente al reconocimiento
de los factores lingüísticos de un texto, sin que entre en juego el ejercicio de
inferencias sin las que es difícil interpretar un texto.
Comprender el sentido implica, por el contrario, poner en movimiento
todo tipo de conocimientos, no sólo los lingüísticos, sino las experiencias
personales de todo tipo.
Por tanto, cuando utilizamos el término comprender se hace en este
segundo sentido. Porque no basta con apropiarse de la compresión del
significado, sino que es necesario hacerlo también del sentido –lo que exige
interpretar un texto.
Esta distinción, entre comprender e interpretar, no es mera cuestión
formal, sino que implica, también, una actitud metodológica distinta a la hora de
afrontar los textos para desarrollar la competencia lectora y literaria del
alumnado. Un niño puede comprender el significado de muchos textos, pero ser
incapaz de interpretarlo, de hacer inferencias, en definitiva, de apropiarse del
sentido.
Comprender es reconstruir el sentido del texto, utilizando, además de los
conocimientos sobre la lengua (palabras y reglas morfosintácticas), lo que el
texto dice explícita e implícitamente.
El lector elabora el sentido del texto combinando la nueva información
que le proporciona el autor con la que tiene almacenada en su mente.
El sentido de un texto no está plenamente contenido en el propio texto.
Dicho de otro modo: comprender es mucho más que decodificar. Puede
darse el caso –se da de hecho muchas veces- de un lector que conoce el
vocabulario y el código morfosintáctico y, sin embargo, es incapaz de
desentrañar su sentido. ¿Por qué?
Su problema no está en el conocimiento del código, sino en que no tiene
los conocimientos previos que el texto requiere. También, dicha incomprensión
puede deberse a su incapacidad para identificar lo relevante, para conectar unas
ideas del texto con otras, para interpretar ciertas claves que el texto le
proporciona…y, sobre todo, para deducir o inferir conclusiones.
Pues bien, todo esto puede y debe ser objeto de enseñanza y de
aprendizaje.
Al final, podríamos preguntarnos: ¿En qué se manifiesta que hemos
comprendido un texto? Los especialistas señalan que la comprensión lectora de
un texto –que nunca es cuestión de todo o nada-, se traduce en que la persona
que lee:
- Accede al sentido global de los textos (completos o fragmentarios): de
qué trata, cuál es su contenido fundamental…
-Reconoce el sentido de sus distintos apartados.
-Identifica del tipo de texto específico (sé que esto es una
argumentación, por ejemplo) y género textual (se trata de un editorial, de una
carta al director, de un panfleto…)
-Reconoce la intención o intenciones del autor (explicar, convencer,
impresionar, amenazar, rogar…)
-Identifica la estructura y la relación entre las partes (cómo ha organizado
el contenido el autor y qué relación hay entre cada uno de los apartados, cómo
progresa la información)
-Reconoce el tema, la idea principal, la información relevante.
-Identifica de la tesis, los argumentos, los ejemplos…
-Elabora un resumen con distintos propósitos.
ESCRIBIR Imitar
Transformar
Trascodificar
ESTRATEGIAS
Estos tres momentos son las puertas principales por las que conviene
entrar en los libros. Y conviene hacerlo sin prisa.
Dando tiempo a cada uno de ellos, porque todos tienen su importancia
para el desarrollo de la comprensión y, en muchas ocasiones, para incentivar la
atención o la motivación lectora.
Un ejemplo:Título del texto
El título de cualquier libro, relato o texto sin más, suele ofrecer una
información que conviene descifrar o interpretar. Nuestras consideraciones o
interpretaciones pueden estar orientadas desde muchos puntos de vista
distintos.
En este sentido, no podemos desdeñar la reflexión sobre aspectos
declarativos, conceptuales, metaliterarios, lingüísticos que contienen.
Sin ánimo de agotar todas las posibilidades, enumero los siguientes
niveles indicando las actividades que pueden realizarse. Unas actividades que
el profesorado preparará previamente.
Simbolismo fonético.
Aliteraciones.
NIVEL Homofonías.
FONÉTICO/ORTOGRÁFICO Paronomasias.
Ortografía/ Errores.
Sinonimia.
NIVEL SEMÁNTICO Antonimia.
Campos semánticos.
Familia léxica.
Traslación léxica.
Literatura definicional.
Manipular signos de puntuación.
Homosemantismo: variar la
sintaxis manteniendo el significado.
Tipo de sintagmas.
NIVEL SINTÁCTICO Tipo de oraciones.
Manipulaciones sintácticas.
Homosintaxismo: mantener
estructura sintáctica variando el
contenido.